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Una Semana de Horror IV: Blood Feud

Aprovechando el homenaje hecho en el título a la saga de Pumpkinhead (puntualmente al subtítulo de su cuarta entrega), damos inicio a esta versión de la Semana de Horror con un atroz relato de la edad feudal europea, donde en efecto es la sangre (y las vísceras) el precio a pagar por cualquier infracción, por menor que sea. A continuación:

“Los penitenciales de la alta Edad Media —tarifas de castigos que se aplicaban a cada clase de pecado— podrían figurar en los infiernos de las bibliotecas. No solo sale a la superficie el viejo fondo de las supersticiones campesinas, sino que se desatan las mayores aberraciones sexuales, se exasperan las violencias: golpes y heridas, glotonería y borrachera. (…) El refinamiento de los suplicios inspirará durante largo tiempo la iconografía medieval. Lo que los romanos paganos no hicieron soportar a los mártires cristianos, lo hicieron soportar a los suyos los francos católicos: Se cortan de ordinario las manos y los pies, la punta de la nariz, se arrancan los ojos, se mutila el rostro mediante hierros candentes, se clavan estacas puntiagudas de madera bajo las uñas de las manos y los pies…”[1]

Una vez más, estimados lectores, es hora de aventurarnos en las turbias y polutas aguas del horror, uno de nuestros géneros preferidos acá en la barca de Filmigrana. ¿Qué horribles criaturas nos visitaran este año? ¿Dentistas sociopáticos y con esposas infieles para completar, quizás? ¿Asesinos de campamentos de verano cuya arma de preferencia son un par de tijeras de jardinería? ¿Babosas corrosivas? ¿Mosquitos gigantes? ¿Cultos satanistas que conforman la junta directiva de una preparatoria norteamericana? ¿Fetichistas descontrolados? Solo el futuro lo sabrá. Esperamos, no obstante, que naveguen este río con nosotros y que, ojalá, se decidan a echarse al agua fangosa que nos rodea, en búsqueda de nuevas experiencias visuales y sensoriales, ojalá traumáticas y divertidas en igual medida. Feliz día de San Crispín.

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[1] Jacques Le Goff en La Civilización del Occidente Medieval, Paidós, 1999, Barcelona, P. 36. Hay muchas más descripciones horribles y sumamente informativas de la época en este libro fácilmente obtenible en las mareas de la red.

Errol Morris: The Fog Of War (2003) / Standard Operating Procedure (2008)

Para comenzar, debo decir que no prefiero de ninguna manera el método que voy a usar a continuación para este artículo, creo que es mejor escribir sobre una película en particular y no hacer lecturas reforzadas tratando de hacer que dos o más se “relacionen” cuando posiblemente nada tuvieron que ver la una con la otra; aparte pues, como en este artículo, de haber sido dirigidas por la misma persona (en cuyo caso se debería escribir sobre toda la obra de un director y para que sea soportable la lectura) habría que resumirla como se resume la vida de las personas en sus funerales, sin atención a los detalles y resaltando solamente lo “buena” o (a diferencia de los muertos, que siempre son buenos) lo “mala” que es según quien escriba. Sin embargo, lo voy a hacer por que encuentro varios puntos comunes entre ambas y porque son seguidas cronológicamente, lo cual  se puede ver como un interés particular del director en esta inusual etapa de su carrera, tan enfocada por primera vez en asuntos generales y de interés público.

Tenemos entonces a Robert S. McNamara en The Fog Of War, ex-secretario de Defensa de los Estados Unidos, figura central durante la guerra de Vietnam, la crisis de los misiles en Cuba y quien también participó en la Segunda Guerra Mundial muy de cerca al controvertido general Curtis LeMay; además de esto, trabajó y ayudó a modernizar la compañía Ford, de la cual llegó a ser presidente por un corto tiempo antes de asumir su carrera política.

Vemos aquí a un hombre reflexionando con calma sobre su pasado, con la facilidad de quien está acostumbrado a ser filmado o a dar entrevistas, pasando de un tema a otro con orden y fluidez y con un tono amigable y caluroso que da gusto escuchar. A través de sus ojos vemos momentos críticos en la historia norteamericana y mundial del siglo XX, revisando sus errores y sus éxitos al mando de la guerra en Vietnam, la crisis y el dolor que supuso en él y en la Casa Blanca el asesinato de John F. Kennedy, visto de cerca y sin  el halo de misterio amarillista que siempre ha rodeado ese suceso, por momentos se niega a responder alguna pregunta, porque sabe (y lo dice) que en su posición, aún después de más de veinte años, cualquier cosa que diga puede ser usada en su contra.

Inquieta particularmente su frialdad acompañada de sabiduría, abundan las ideas que de entrada pueden parecer reprobables, pero que en perspectiva son realistas e inclusive optimistas: McNamara sabe que las guerras no se van a acabar en el futuro próximo, pero sabe que se pueden hacer más “vivibles” y más justas. El de esta película es material de incontables fuentes bibliográficas, pero lo que queda en esta obra es algo que a pocas de esas fuentes interesaría, el intento de comprender a este personaje sin justificarlo ni juzgarlo.

Por otro lado, Standard Operating Procedure se siente como la primera parte de The Fog Of War; la película es mucho más cercana cronológicamente al suceso que documenta, en este caso, el escándalo de la cárcel de Abu Grahib provocado por la aparición de una serie de fotografías en que prisioneros iraquíes aparecen con visibles rastros de tortura y en posiciones humillantes junto a militares estadounidenses sonrientes y calmados.

Morris aquí mantiene su actitud usual: no juzgar y escuchar. Los personajes principales son los mismos militares implicados en el escándalo, los que aparecen en las fotos, los que las tomaron, los que estuvieron allí.

La película nos ofrece la oportunidad de estudiar el asunto un poco más profundamente simplemente escuchando a estas personas decir su versión de los hechos, no hay condescendencias de ningún tipo ni intentos de justificación. Lynndie England, quien aparece en varias de las fotos, habla de su tiempo en Abu Ghraib, de su relación con Charles Graner (militar al mando en la cárcel), uno de los principales involucrados en el escándalo y cuya presencia se siente en el documental a través de los distintos testimonios que en general lo presentan como un hombre encantador y dominante que más o menos dispuso el ambiente en la cárcel para  que la toma de las fotos se volviera rutinaria y, por decirlo de algún modo, amena, llegando inclusive a pedirles a los militares a su mando que posaran en las fotos. Escuchar hablar a los entrevistados es, en momentos, conmovedor; de repente comienzan a hablar de las fotos como si fueran de una fiesta (en las que siempre se está sonriendo, cada uno recordando la historia que hay detrás de cada foto y así mismo haciéndonos comprender, que si bien la crueldad y la humillación hacia los prisioneros si existió y los “responsables” recibieron su merecido, estas fotos pueden estar escondiendo mucho más de lo que realmente están mostrando.

Morris realizó una serie para televisión llamada First Person antes de estas dos películas, y llega a este punto de su carrera con una capacidad de síntesis muy desarrollada, aprovechando varios recursos narrativos para dinamizar y hacer más envolvente la experiencia de ver una de sus obras: tenemos animaciones, recreaciones, gráficos, cámaras lentas usadas constantemente, momentos de gran velocidad, una banda sonora cargada, y ante todo, la sensación de estar viendo a los entrevistados a los ojos, hablándonos a nosotros, obligándonos a escucharlos a ellos.

Ambas películas son parecidas en su esencia, en su estilo, y, en su efecto; se podrían intercambiar sus títulos. The Fog Of War es la más elocuente, la más clara, después de todo son más de veinte años los que la separan de los hechos principales, Standard Operating Procedure es más vibrante y menos clara, el tema aun es fresco, difícil de manejar (algunos de los militares tuvieron prohibido participar en el documental por ejemplo) aun está en medio de la niebla.

Es siempre notable en la obra de Errol Morris su capacidad de convertir personajes o temas fácilmente descartables como amarillistas o morbosos en productos reflexivos y profundos; en el caso de estos dos documentales, Morris apropia temas que serían en manos de otro, productos televisivos que más allá del impacto momentáneo no tendrían mayor relevancia y hace de ellos profundas reflexiones sobre el imaginario colectivo, la imagen pública, la imagen en sí misma y nuestra capacidad (o incapacidad) de ver más allá de lo permitido por nuestros ojos.