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George P. Cosmatos: Of Unknown Origin (1983)

“A rat is a survivor. The best there is.”

Desde que recuerdo he odiado las ratas. Creo que son animales repulsivos, verlas caminando con su panza tambaleante raspando el asfalto callejero me provoca escalofríos. He visto ratas gigantescas, fácilmente confundibles con perros pequeños que han caído en un tarro de engrudo y ahora merodean las alcantarillas y los caños y las bolsas de basura en busca de sustento y refugio y almas (los perros pequeños deberían ser ilegales, por cierto). Sin embargo, cuando veo una rata muerta echada en la acera, sus protuberantes dientes amarillos abriendo su boca y dejando que su lengua caiga de lado y sus patas rosadas recogidas sumisamente ante el aplastante peso de la derrota, o cuando veo una arrollada en la carretera con las tripas regadas cubiertas de polvo y con la clara imprenta del diseño electrizado de una llanta a alta velocidad, no puedo evitar compadecerme por su corta y sucia vida. Sí, la rata traficó en la suciedad y la miseria, transmitió enfermedades vía su saliva, sangre, habitantes, orina y masticó a través de cableados funcionales, paredes de concreto y tubos de PVC. Pero igual murió, como todos los otros seres vivos, y ahora su cadáver está al aire libre para ser devorado por otras ratas. Quizás simplemente admiro su vehemencia que, por anti-higiénica que nos resulte, es bastante efectiva en términos tanto de supervivencia como de destruir la tela de la sociedad que le contiene.

El cine, como el resto del mundo, no ha sido amable en su trato con las ratas. Tan solo en el género que nos concierne hay al menos quince filmes que retratan a los roedores como el villano principal: Hay ratas sumisas y amigables, dispuestas a matar a empleadores y vecinos tan solo con el pensamiento telepático de su dueño (Willard de 1971, su secuela Ben de 1972 y su remake Willard del 2003), ratas humanoides con sed de sangre (el filme yugoslavo Izbavitelj de 1976, en realidad un curioso rip-off de Invasion On The Body Snatchers pero con ratas en lugar de extraterrestres, la locura ultra-violenta italiana Rat-Man de 1980 y el filme japonés sobre una rata mutante Nezulla del 2002), ratas gigantes con sed de sangre (The Food Of The Gods de 1976 y su secuela The Food Of The Gods II de 1989, Deadly Eyes de 1982 y Rat-Scratch Fever del gran Jeff Leroy del 2011), y, por supuesto, hordas voraces, recursivas y enojadas de ratas comunes (Rats: A Night Of Terror de 1984, Graveyard Shift de 1990, The Rats del 2002 y Killer Rats del 2003).[1]

Pero no existe mejor película en el sub-genero de las ratas asesinas que Of Unknown Origin de George P. Cosmatos, cuya obra visitamos el octubre pasado. Contrario a la mayoría de sus contrincantes, el estupendo thriller psicológico de Cosmatos se concentra en una única rata y su batalla campal con Bart Hughes (Peter Weller), un acomodado y arrogante yuppie cuyo posible ascenso en el trabajo le impide salir de su casa recién remodelada (¡por él mismo!) a unas vacaciones con su mujer Meg[2], su hijo Pete y su familia política. Pronto la sensación inicial de que una lección moralista Dickensiana será enseñada a nuestro protagonista desaparece, y en su lugar aparece algo mucho más oscuro y demencial, sugerido por la cámara subjetiva que le observa desde su casa, a través de las cortinas, en cuanto emprende rumbo hacia al trabajo. Hughes no está solo en casa, y mientras su jefe Eliot (Lawrence Dane) le asigna el caso fundamental que puede cementar su carrera, un invitado no deseado empieza a hacer estragos en su hogar incrementalmente agresivos. Hughes acude al experto local, el conserje Clete (Louis del Grande, víctima de la más célebre muerte en Scanners de David Cronenberg), y este le indica la fuente de sus problemas: una rata. Un animal que le está confrontando en el lugar que él mismo erigió con sus propias manos (relativamente) y no se detendrá a menos que se le enfrente. De repente, se trata menos de una plaga y más de dignidad y hombría: “I got no problems getting my hands dirty.”

Hemos llegado al meollo del asunto: La rata. Hughes pone algunas trampas viejas en la casa y una vez más sale a enfrentarse a la jungla de cemento, donde sus colegas intentan constantemente desequilibrarle y su blanda secretaria (Jennifer Dale) seducirle (¿apoyarle quizás?, los personajes femeninos tridimensionales nunca han sido el fuerte de Cosmatos). Al volver, la rata ha destrozado las trampas y se ha hecho con la carnada en forma de queso Cheddar. Al consultar nuevamente a Clete este le explica el porque de su fracaso: Mientras él le está dedicando máximo 20% de su atención al roedor, el roedor le dedica el 100% de su atención, todas las horas, todos los días. Las palabras de Clete resuenan en su cabeza, como un llamado de sirena a la locura, que lentamente (auspiciada por la soledad y la presión laboral) va ocupando más y más la mente de Hughes. Perturbado, el ejecutivo va a la biblioteca pública y lee respecto al animal proverbial, y en unas cuantas horas sabe exactamente a que se enfrenta: Un enemigo sin piedad.

Hughes desarrolla empatía por la criatura, incluso admiración. En una escena fenomenal, los integrantes principales de la compañía hacen una cena para festejar a su cliente principal, y Hughes describe en un intenso monólogo tanto su frágil y obsesivo estado mental como la extraña relación del mundo con su más indomable plaga. Hughes lo intenta todo: Veneno, trampas más modernas, bloqueos, gatos. Pero lo que realmente le afecta es que el animal le haga cuestionar todo por lo que ha trabajado hasta el momento: Su trabajo, su familia, su hogar, sus prioridades. Hughes se pone de pie frente al ventanal de su oficina y mira a las multitudes trabajadoras caminando decididas de un lado a otro. “It never ends.” Las palabras de Clete vuelven a su cabeza nuevamente mientras se cuestiona su sanidad. ¿Qué tan distinto es dedicarle el 100% de su atención a su trabajo que una rata? ¿Que a su familia? ¿Que a la muerte? Como si esto no fuera suficiente, la rata ha tenido el descaro de cruzar su más sagrada barrera: Le ha atacado en su hogar, en su fortaleza. Desde el primer plano de la fachada oscura de su casa, no coincidencialmente muy similar a un castillo, está presente la amenaza de invasión de privacidad. En cuanto la guerra estalla, Hughes no tiene un lugar en el cual sentirse seguro. No puede dormir, no puede ir al baño, no puede comer. Y la idea de que la rata aún esté allí cuando vuelvan su esposa y su hijo le aterra. Hughes no tiene pesadillas: su vida es una continua.

Aquello hace sonar el filme como uno considerablemente más pesado y meditabundo de lo que en realidad es: una película de horror sumamente entretenida, imaginativa y angustiante. Su complejidad surge gracias a la ágil y lograda dirección de Cosmatos, auxiliado por la cuidadosa fotografía de René Verzier y el impecable montaje de Roberto Silvi. Cosmatos utiliza las superficies reflexivas de la casa, espejos, metales y vidrios, para hacer una clara distinción entre el reflejo inicial que estos proveen de un hombre sano y su familia feliz y la distorsión que eventualmente escupen de un protagonista y un antagonista aislados de la sociedad a medida en que se sumen más y más en su conflicto irresoluble, incluso multiplicando sus imágenes y fracturándolas de la realidad que les rodea, una estrategia que repetiría de nuevo en Leviathan.[3]

Pero el peso del filme es cargado por Weller, en su primer papel protagónico. Hughes podría resultarnos arrogante y desagradable, pero desde que le vemos por primera vez manoseando a su hermosa pareja nos es extrañamente simpático. Nunca le envidiamos más de lo que le apoyamos, y una innombrable cualidad trabajadora en su comportamiento nos hace pensar que Hughes se ha ganado su espacio en el capitalismo salvaje que habita. Pero nos resulta aún más empático en su descenso a las tinieblas mentales, cuando la rata le libera de toda preocupación de una vida opulenta. Apoyándose en su natural carisma realista, Weller aprovecha de lleno su particular fisionomía (más apta para un actor de carácter que para un principal) para enfatizar la locura intensa que eventualmente llena a su personaje de vida y propósito. Aquella vívida y expresiva locura causa en el espectador una incertidumbre palpable, acompañada de una buena dosis de sudor y estrés. La pregunta que ronda a quien mira Of Unknown Origin cambia rápidamente de ¿qué pasará a continuación? a ¿podría esto de verdad ocurrir? No puedo pensar en una mejor incógnita para resolver en estas épocas de festividades paganas.

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[1] Pixar ha sido el más comprensivo en su depicción de estos animales, partiendo por su rata/chef principal de un restaurante catalogado por la guía Michelin en la gran Ratatouille (2007) de Brad Bird y finalizando por su filme de propaganda ratonil Your Friend, The Rat.

[2] Shannon Tweed, quien luego se convertiría en la reina del thriller erótico. Aquí hay tempranos indicios del porqué.

[3] Cosmatos también evidencia un muy saludable fetichismo de pies en el filme, cortesía de Tweed, Dale y la rata.

Jim Jarmusch: Only Lovers Left Alive (2013)

¡Cuántos nobles amores,
llenos de ansias y celos,
sin tocar las puntas de las flores,
en el azul se mecen de los cielos;
amores que, aunque son de pensamiento,
embargan por entero nuestra vida;
y que, al morir nosotros, en el viento
se pierden como música no oída!
Tomado de Los amores en la Luna, Ramón de Campoamor

Los vampiros, seres casi inmortales y atemporales, siempre han estado entre nosotros. De vez en cuando, ya sea en noche de brujas o en películas hollywoodenses mediocres para adolescentes mediocres, se manifiestan y traen consigo diversas e importantes consignas. Recientemente, al igual que otras criaturas antropomórficas como los licántropos, los zombies, etc. han vuelto a estar en el centro de un sinnúmero narrativas tanto en la literatura como en el cine.

¿Por qué? No lo sé.

Humildemente supongo que traer a escena a un personaje casi humano y elevar o simplemente extrapolar los rasgos que lo diferencian de nuestra especie está siendo utilizado como un recurso para enfatizar nuestra propia naturaleza. Sobre todo si ese rasgo o característica parece en un primer momento no correspondernos. Existe una necesidad latente de vernos a través de los ojos de la aberración, para así entender que la naturaleza humana, virtuosa y excelsa, es simplemente una caricatura plagada de ideales desligados a la verdad. Así, cuando  eventualmente comprendemos que también somos como estos seres inhumanos, nos sentimos obligados, como mínimo, a repensarnos. En este caso, la característica a repensar es una de las más intrínsecas a nuestra condición: el Amor.

Obviamente Jim Jarmusch no es el primero en asociar vampiros con amor. Todos recordamos la infatuación de Coppola’s Bram Stroker’s Drácula por Mina, quien se asemejaba a su fallecida esposa. O también recordamos la sensual vampiresa que sedujo mortalmente a Baudelaire en Las Metamorfosis del Vampiro. Buffy y Angel, Bella y Edward, Charlize Theron y Sean Penn… La cultura nos da innumerables ejemplos. Forzándolo un poco (tal vez mucho), podemos también encontrar en los vampiros actuales una clara alegoría de inspiración Freudiana: Eros y Tánatos condenados en una sola figura paradójicamente inmortal e incapaz de amar.

¿Qué aporta de nuevo Jim Jarmusch a un universo tan vasta y diversamente elaborado? Ni idea.

Modestamente creo que asume una actitud curatorial y algo antológica. La película, que nos cuenta la relación matrimonial entre Adam y Eve, parece ser una excusa  para que Jarmusch nos dé a los espectadores un enorme compendio de diversas obras y artistas que él considera relevantes. Desde los retratos en la casa de Adam, pasando por los libros elegidos por Eve al momento de viajar, hasta el pequeño diálogo a propósito de Jack White; todas estas referencias son tan importantes como cualquier acción de la película.

Se trata de entender el panorama completo de la historia del enamoramiento. Si bien los vampiros han vivido a través de incontables épocas, y en consecuencia han acumulado un bagaje y una sabiduría dignos de sus recorridos, los mortales nos limitamos a lo que nuestra propia existencia nos alcanza a enseñar. Con cada succión un vampiro no solo se revitaliza, sino que también absorbe la vida de su víctima, incluidas sus experiencias. Se convierten entonces en una suerte de eruditos, capaces de entender la condición humana a través de múltiples perspectivas, tanto históricas como personales. Se convierten también en guardianes del afecto y su sangre tanto como su existencia es un destilado en el cual la verdadera esencia del amor se encapsula. Por eso, para convertir los vampiros dan de beber de su propia sangre, trasmitiendo todo ese bagaje al nuevo vampiro.

No siendo posible para los hombres perdurar en el tiempo de la misma manera que los inmortales vampiros, las obras artísticas y científicas que dejamos es lo único que trasciende después de nuestra muerte. Estas obras son el destilado de la vida de sus autores, la sangre de su existencia. Cultivarse con obras de arte es a su vez vivir la vida y las pasiones de quienes las realizaron. Ver Only Lovers Left Alive es también tomarse el tiempo de explorar todas sus referencias para así consumir de la vida que éstas nos dejan.

De la misma forma que una joven victoriana aprende sobre las relaciones por medio de las novelas corteses, Jim Jarmusch, a manera de pseudo-patrón pseudo-vampiro, ha decidido enseñarnos sobre el verdadero amor por medio del Arte (del buen arte). Se ha inmortalizado a sí mismo creando una obra digna de ser recordada en subsecuentes obras de subsecuentes artistas/vampiros. Sobre todo nos da  la oportunidad, si de verdad lo queremos, de entender el amor como una verdadera afectación del ser, intrínseca a la naturaleza humana.

Pero ¿Para qué? Quién sabe.

Honestamente creo, que al igual que muchos de nosotros, está cansado de que una gran mayoría de las representaciones actuales del amor (en películas mediocres para adultos mediocres) sean tan superfluas. Tal vez nos está dando una herramienta para que la próxima vez que queramos enamorar lo hagamos de verdad y no tengamos que recurrir a obras de la alcurnia de Amélie.

BONUS GAME:
¿Cuántos artistas logran reconocer en los retratos de Adam?
Por mi parte me basta con Neil Young.

Una Semana de Horror IV: Blood Feud

Aprovechando el homenaje hecho en el título a la saga de Pumpkinhead (puntualmente al subtítulo de su cuarta entrega), damos inicio a esta versión de la Semana de Horror con un atroz relato de la edad feudal europea, donde en efecto es la sangre (y las vísceras) el precio a pagar por cualquier infracción, por menor que sea. A continuación:

“Los penitenciales de la alta Edad Media —tarifas de castigos que se aplicaban a cada clase de pecado— podrían figurar en los infiernos de las bibliotecas. No solo sale a la superficie el viejo fondo de las supersticiones campesinas, sino que se desatan las mayores aberraciones sexuales, se exasperan las violencias: golpes y heridas, glotonería y borrachera. (…) El refinamiento de los suplicios inspirará durante largo tiempo la iconografía medieval. Lo que los romanos paganos no hicieron soportar a los mártires cristianos, lo hicieron soportar a los suyos los francos católicos: Se cortan de ordinario las manos y los pies, la punta de la nariz, se arrancan los ojos, se mutila el rostro mediante hierros candentes, se clavan estacas puntiagudas de madera bajo las uñas de las manos y los pies…”[1]

Una vez más, estimados lectores, es hora de aventurarnos en las turbias y polutas aguas del horror, uno de nuestros géneros preferidos acá en la barca de Filmigrana. ¿Qué horribles criaturas nos visitaran este año? ¿Dentistas sociopáticos y con esposas infieles para completar, quizás? ¿Asesinos de campamentos de verano cuya arma de preferencia son un par de tijeras de jardinería? ¿Babosas corrosivas? ¿Mosquitos gigantes? ¿Cultos satanistas que conforman la junta directiva de una preparatoria norteamericana? ¿Fetichistas descontrolados? Solo el futuro lo sabrá. Esperamos, no obstante, que naveguen este río con nosotros y que, ojalá, se decidan a echarse al agua fangosa que nos rodea, en búsqueda de nuevas experiencias visuales y sensoriales, ojalá traumáticas y divertidas en igual medida. Feliz día de San Crispín.

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[1] Jacques Le Goff en La Civilización del Occidente Medieval, Paidós, 1999, Barcelona, P. 36. Hay muchas más descripciones horribles y sumamente informativas de la época en este libro fácilmente obtenible en las mareas de la red.

Who’s Laughing Now: Una semana de Horror en Filmigrana

El título no puede parecer particularmente terrorífico, pero el resultado sin duda alguna lo será. Quienes han seguido nuestra pueril (pero esforzada) trayectoria aquí en Filmigrana sabrán que somos amigos de los filmes de alta tensión, alto contenido de violencia o alta cantidad de non-sequiturs que se suscriben al género de la época que se nos aproxima: el terror. En celebración de esta fecha particular, y para distraer al menos momentáneamente sus ojos de las faldas inexistentes de los disfraces femeninos modernos (sea por lujuria, curiosidad, desagrado o alguna razón que escapa a mi inexistente capacidad analítica), les traemos seis (6, VI) artículos de muy distintos filmes de horror (uno por día desde el martes 25 hasta el domingo 30) que incluyen, esto sin arruinarles la sorpresa, fantasmas en blanco y negro, cirujanos psicópatas y una banda de Post-Punk. Como siempre, una imagen para despedirnos.

Ah, y esperen en un futuro no muy distante el regreso de “Horr-O-Rama”.

John Carpenter: Halloween (1978)

Every town has something like this happen.

Hay algo distinto en “Halloween” desde los créditos iniciales, algo que nos dice que John Carpenter ha pasado la página y comenzado en una nueva. Por supuesto, puede que sea la reputación que la precede (se trata después de todo, de la madre de todos los slasher films norteamericanos de la década de los 80 en adelante, incluyendo toda la saga de “Friday The 13th” y la saga de “Halloween” en sí misma) o quizás las fallas de “Dark Star” y “Assault On Precinct 13” son más aparentes con el tiempo. Pero esta es la quinta vez que veo “Halloween” y lo único que puedo decir es que su poder sigue intacto, es cada minuto tan escalofriante como la primera vez que la vi. Resulta un poco solipsista usar mi historia como enganche, cierto, pero debo decir que a pesar de ser criado en los 90 “Halloween” (junto a “The Shining”, “Alien” y “Killer Klowns From Outer Space”) es un filme que marcó mi infancia a pesar de ser más de una década mayor que yo. ¿Y hoy en día? “The Shining” se ha transformado en un gusto más académico, “Killer Klowns From Outer Space” se ha transformado en una maravillosa curiosidad de culto y mi feudo con el descontrolado Ridley Scott ha hecho que “Alien” haya sido visto tan solo una vez más desde la primera ocasión en 1999. “Halloween”, por otro lado, sigue siendo una película de terror pura y simple. Y es allí donde yace su encanto. No necesita más defensa que la siguiente: “Halloween” asusta. Y bastante.

Ahora podría entrar en el porque el cine de terror está cada vez más predispuesto a asquear y luego desensibilizar que asustar, su propósito original, y de cómo lo más irónico del asunto es que el mismo Carpenter (como visto en el párrafo anterior) es uno de los responsables de esa evolución (o devolución, quizás), pero eso sería el tema de otro ensayo. Sin embargo, con ansias de redimir al director debo culpar a otros, menos por su escogencia de influencias y más por el modo y la razón de usarlas. La razón: Dinero rápido. Pocas películas estallaron a finales de los 70s como “Halloween” lo hizo: 320,000 dólares de presupuesto (presupuesto pequeño al que Carpenter estaba más que acostumbrado) y una idea bajo el nombre de “The Babysitter Murders” rápidamente cambió para convertirse en 60 millones de dólares y una de las películas cánones del cine de terror moderno. El modo: Muchos tomaron su premisa como una fórmula (chicas virginales siendo atacadas por un asesino) pero fallaron en ver que la película de Carpenter era exitosa por razones muy ajenas a su sencilla historia.

La emblemática casa Myers.

“Halloween” comienza el 31 de octubre de 1963 en Haddonfield, Illinois. Se trata de un plano-secuencia desde el punto de vista de un niño disfrazado de payaso. Durante 4 minutos y 10 segundos vemos todo lo que ve: Su hermana y su novio se besan en la sala, suben y apagan las luces, su preparación para lo que viene (un cuchillo y una máscara), el asesinato, su salida del cuarto y de la casa, y finalmente su encuentro con sus padres desconcertados. Es allí cuando vemos brevemente su rostro inexpresivo por primera vez: ¿Michael? De allí pasamos a Smith’s Grove, 1978. El Dr. Sam Loomis (interpretado con delicioso pesimismo por el gran Donald Pleasence) va en carro junto a una enfermera hacia la institución psiquiátrica donde Michael Myers ha sido hospedado desde el brutal evento. Al llegar a las puertas del lugar, una de las más temibles imágenes del filme aparece: Los pacientes mentales en batas blancas sueltos bajo la lluvia. El sentido es claro (y esclarecido aún más cuando un paciente toma el auto en el que vienen a la fuerza): Michael ha escapado.

Y así estamos una vez más en Haddonfield, a donde Michael ha vuelto para revivir la noche de hace 15 años. Nuestra heroína es presentada: Laurie (la pronto icónica Jamie Lee Curtis, estupenda) va camino al colegio donde va a encontrarse con sus amigas, pero antes debe hacer una parada. Su padre, un agente de bienes raíces, está vendiendo la casa Myers. De este modo, Laurie se gana un observador. En clase su profesora dice: Destiny is a very real concrete thing every person has to deal with, así prediciendo lo que va a ocurrir en la noche. Laurie mira hacia la ventana distraída y encuentra a un hombre de rostro muy blanco que le mira de lejos.

Es por supuesto el rostro que se convertiría en un símbolo del cine de terror. Pero su primera encarnación es la más aterradora de todas: The Shape (más adelante en la saga Michael Myers a secas) no es tanto un hombre como una presencia tácita. La mayor parte del tiempo solo observa. Simplemente está ahí, mirando y esperando. Aparece y desaparece. Solo existe. Pero desde que aparece en cuadro por primera vez es una presencia disruptiva. Hay algo sobre su físico que le hace aterrador, y podría ponerlo en términos propios pero el Dr. Loomis lo hace mucho mejor: I met this six year old child with this pale, blank, emotionless face and the blackest eyes. What was living behind those eyes was purely and simply evil. Su falta de expresión y su falta de un motivo aparente para atacar le hacen una presencia maléfica en el peor (y en nuestro caso mejor) sentido de la palabra. Nuestro miedo viene no de lo que vemos sino de lo que no vemos, por ende lo que solo intuimos.

Carpenter nos demuestra toda su experiencia exponiendo la maestría y talento que antes eran como diamantes en bruto (metáfora brusca para el tema). Su manejo del tiempo y la tensión nunca habían sido mejores. No existe en el filme un solo paso en falso: los movimientos de cámara son al mismo tiempo voyeuristas y suntuosos. El hecho de que el filme ocurra en una sola noche hace del manejo de su timing algo aterrador, comenzando por pequeñas muestras y encuentros bajo la luz del sol y acabando por un infierno de persecución en lo más oscuro de la noche. Todo esto auxiliado por una banda sonora estupenda (compuesta, como no, por el mismo Carpenter) que nos recuerda al uso del sonido en “Suspiria” de Dario Argento. Carpenter la usa como arma, pero no la abusa en ningún momento. Se trata de un vibrante tono que aparece y desaparece para ponernos los pelos de punta, del mismo modo en que lo hace el asesino. En cuanto a sus influencias no podrían ser mejores: el cine de Alfred Hitchcock, en especial “Psycho”, con la cual comparte más de una característica.

The Shape en acción.

Lo que nos lleva a las razones por las cuales “Halloween” es exitosa donde muchas que le siguieron fallaron. Es un filme donde el suspenso es lo más importante. Del mismo modo que en “Psycho” la violencia gráfica es escasa: la presencia de sangre y tripas (o gore que llaman) inexistente. Pero además hace que creamos en sus personajes: Laurie es una heroína real por quien sentimos. Nos importa que escape al final de la noche. Loomis encuentra en Michael la labor de su vida, la de mantenerle al margen de la sociedad, pero esto toma un peso que a veces no puede soportar. La psicología y el análisis barato de lo que hay detrás del filme han obscurecido sus motivos (hay quien dice que “Halloween” es un cuento moralista ya que sus víctimas insisten en follar y drogarse y por esto acaban bajo el filo de un cuchillo, que “Halloween” es una justificación de misoginia y una celebración del machismo y que “Halloween” es una película que hace de las mujeres héroes y por ende es feminista) y aunque puede que todos tengan un poco de razón, los motivos de la película son totalmente distintos. Es un filme totalmente sensorial. Y el cine, después de todo, es un placer sensorial, solo que olvidamos esto ocasionalmente en vista de academizar y sintetizar. Basta con devolver el filme un par de escenas en el DVD o un par de minutos en VHS y entregarse totalmente a las emociones que nos cubrirán por la próxima hora y media de entretenimiento. Lo que al mismo tiempo es contradictorio, porque “Halloween” no es solo entretenimiento, pero esa es irónicamente la mejor manera de disfrutarlo. Complejo. Suspiro.

Datos curiosos: El guión de Carpenter y su pareja de entonces Debra Hill (también productora) está lleno de pequeños trozos de sátira: el diálogo femenino escrito por Hill, está lleno de acotaciones de adolescente: I hate a guy with a car and no sense of humor. Totally. Dos personajes son nombrados en honor a Hitchcock: Tommy Doyle (el hermano de una de las víctimas) hace las veces del policía de “Rear Window” mientras Loomis es una clara referencia al personaje de “Psycho” interpretado por John Gavin. Todo esto sin mencionar que Jamie Lee Curtis es la hija de Janet Leigh. El Sheriff del pueblo y padre de una de las chicas (Charles Cyphers, actor fetiche del director) se llama Leigh Brackett, de nuevo homenajeando a la guionista de “Río Bravo”. El filme que da la televisión en noche de brujas es “The Thing” de Howard Hawks que más adelante sería re-imaginada por el mismo Carpenter (este tema será tocado más adelante, pero debo adelantar que será un gran cumplido compuesto de varios párrafos, un poco como el presente) y el disfraz del mismo Tommy es el de astronauta, haciendo referencia a su anterior “Dark Star”. ¿Cómo sabemos que aun estamos en los 70s? Pantalones bota-campana. La máscara de Michael Myers es de William Shatner, más específicamente del Capitán Kirk, así que “Star Trek” en su versión televisiva aún era famosa.

Conclusión. Todo lo dicho antes, datos, juicios y opiniones (e incluso el mismo filme) no tiene valor a menos que entiendan algo. Lo que le hace de “Halloween” algo único es la pasión que consume a Carpenter. Es una pasión que rebosa en cada plano, y ha ocurrido del mismo modo desde su primer filme solo que ahora (ahora haciendo las veces de 1978) el director sabe como invertir su energía más efectivamente. Pero nunca ha perdido de vista que el cine es una profesión de amor. Amor por lo que se cree. Suena cursi, pero más que nada es optimista.

El gran Donald Pleasence, símbolo de todo lo que está bien con el filme.