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Brian De Palma: Dressed to Kill (1980)

En el que hay un problema de maladaptación

Dressed to Kill es una clase magistral sobre el ritmo narrativo. Este filme de Brian De Palma, a pesar de tener una duración de 104 minutos, da la sensación de abarcar tres largometrajes a la vez. La dilatación del tiempo es tan solo la primera de las múltiples distinciones de esta obra, que de manera impecable reformula y refresca el modo de realizar thrillers sin olvidar homenajear a los filmes que formaron a este icónico guionista y director.

De Palma había cosechado éxito a finales de la década de los setenta por la paleta fílmica que lo distinguía de sus coetáneos. Para entonces había trabajado con uno de sus héroes –Orson Welles (en Get to Know Your Rabbit) – y contribuyó a que la carrera actoral de Robert De Niro despegara al concederle sus primeros roles protagónicos. Incluso una de esas asociaciones, Greetings, obtuvo un Oso de Plata en el Festival Internacional de Cine de Berlín. Sin embargo, eso se quedaba corto frente a su mayor éxito a la fecha: en 1976 su adaptación de la novela Carrie hizo de él uno de los cineastas más arriesgados en conseguir triunfos abultados en taquilla. Fuera de ser el primero en apropiarse del trabajo de Stephen King mediante el celuloide, marcó un hito en los filmes de terror equiparable al de William Friedkin y su versión de The Exorcist. Su siguiente filme, The Fury (1978), también fue célebre y demostró que nadie igualaba a De Palma al momento de narrar historias de psíquicos y telequinesis.

Estas victorias comerciales y críticas le dieron vía libre con su estudio –MGM– para seguir cautivando a sus espectadores a través de historias que sacudieran sus expectativas. Si bien tuvo un breve periodo de transición en 1979 –año en el que dirigió la comedia Home Movies y contrajo matrimonio con la actriz Nancy Allen, de quien ya se hablará-, De Palma deseaba regresar a la producción de thrillers en los que pudiera incluir sus característicos elementos slasher. Él constantemente reiteraba cómo Blow-Up (de Michelangelo Antonioni) y The Conversation (de Francis Ford Coppola) lo habían impactado como cineasta por las maneras en las que los instrumentos de recolección audiovisual en sí (cámaras, grabadoras, fotografías, micrófonos boom) podían generar historias atractivas. Esto era dolorosamente cercano a él, pues cuando era adolescente De Palma seguía y grababa discretamente a su padre bajo la sospecha de que tenía relaciones extramaritales. Paralelamente, llevaba años luchando por los derechos de Cruising, una obra de Gerald Walker en la que una oleada de asesinatos horroriza a la población homosexual y sadomasoquista de Nueva York. Esta diversidad de fuentes de inspiración lo arrebató para crear un guion en el que expuso su interés por estas modalidades investigativas alternativas.

Aunque ya es un poco tarde para indicarlo, considero que es mejor adentrarse en Dressed to Kill desconociendo los pormenores de su argumento. Por esa razón, he acá una breve sinopsis que –espero- no perjudica la experiencia cinematográfica: Kate Miller (Angie Dickinson) es un ama de casa que anhela culminar las fantasías sexuales que le comparte a su psiquiatra Robert Elliott (Michael Caine) y de esa manera escapar de la rutina que la agobia; el amor por su hijo Peter (Keith Gordon) y sus extraños experimentos con circuitos y cámaras son su único polo a tierra, pero no son suficientes para acarrear con sus frustraciones. Paralelamente, Liz Blake (Nancy Allen) es una irresistible dama de compañía que se abre camino entre clientes con un considerable poder adquisitivo. Sus vidas se cruzan en extrañas circunstancias, pues sin razones nítidas una asesina encubierta persigue a ambas para cercenar sus gargantas con una cuchilla de afeitar. Aunque la policía está al tanto de la peligrosa mujer de gafas oscuras que las atormenta, pareciera que la única forma de detener el hostigamiento es haciendo justicia por cuenta propia y recolectando las pruebas sin ayuda jurídica.

De Palma recubre a cada protagonista de un lenguaje único, lo cual es fascinante para singularizar sus pensamientos y emociones. La angustia de Kate se manifiesta a través de superposiciones de imágenes de objetos (a manera de flashbacks) y de tomas desenfocadas que desorientan al espectador por el constante balanceo de la cámara. Incluso, el filme inicia con una alusión directa a Carrie en la que el vapor de ducha rodea el pulsante deseo de la reprimida madre. En cambio, las escenas en las que aparece Liz por lo general son locaciones nocturnas en las que no se distingue el erotismo de la violencia y en las que los diferentes hombres están al límite de agredir a la despampanante hetaira. La ambivalencia entre la presencia y la ausencia de luz aumenta la incertidumbre, en especial al momento de identificar el rostro de la mortífera acechadora.

El director de Dressed to Kill nunca dudó en expresar su admiración a Alfred Hitchcock por enseñarle a manejar el suspenso en un filme. El director inglés guio a su admirador norteamericano en la forma de abordar la dualidad física y psíquica de sus protagonistas, tal como ocurre en las inconfundibles Psycho (1960) y Rebecca (1940). En sus filmes Sisters (1972) y Obsession (1976) De Palma se apropió de dichos aprendizajes, pero ninguno de estos tributos se equiparaba a las licencias estilísticas presentes en Dressed to Kill. Para no perjudicar a quienes no han visto esta obra maestra aún, basta con mencionar que hay una emblemática persecución silenciosa en el Museo Metropolitano de Nueva York que no repara en recordar a Scottie Ferguson en Vertigo (1958). Dressed to Kill era, en cierta medida, un intento más por acaparar la atención de Hitchcock y buscar su aprobación. Al parecer, ninguno de ellos se ganó el visto bueno del maestro inglés, el cual murió en ese mismo año no sin antes desprestigiar sutilmente la ofrenda de De Palma (supuestamente la tildó de fromage, no de homage).

Hitchcock no fue el único en rechazar el filme. La recién iniciada década de los ochenta no parecía preparada para tal exhibición atroz y hubo una voraz lucha para que se prohibieran sus funciones que se acercaban más a la pornografía que al erotismo. Sumado a eso, una porción de su público no se identificó con el tratamiento de la historia y Caine, Allen y De Palma recibieron nominaciones respectivamente a los peores actores del año y al peor director en los recién inaugurados Golden Raspberry Awards (hoy conocidos como los Razzie). Aunque podía ser considerado una derrota, al menos el director compartió la nominación con Friedkin (curiosamente por quedarse con los derechos de la desalentadora Cruising) y Stanley Kubrick (por The Shining, otro caso de anacronismo cinematográfico). Sin embargo, esto no impidió que el filme fuera un éxito en taquilla, pues las discusiones sobre su contenido gráfico despertaron discusiones sobre lo que era permitido proyectarse en un telón.

Con el paso del tiempo Dressed to Kill ha ganado admiración y respeto. Al verse en retrospectiva, debió haber causado conmoción entre los espectadores de esa época por todo lo anterior y por las particularidades psicóticas de la asesina en serie. Es difícil entrar en detalles sin quebrantar su aura, sólo se puede garantizar que su destreza narrativa da de qué hablar y pensar. Incluso el material elaborado para dicho filmedio pie para otra sobresaliente obra: su siguiente filme, Blow Out, continuaría la exploración de la relación entre audio y video para la criminalística. Los años han favorecido a De Palma y Dressed to Kill en particular inició una prolífica década de producciones inolvidables en el palatino del cine estadounidense.

Voyerismo, moral y género: De Palma y Hitchcock, Parte II

Nota ed. La primera parte de este ensayo intentó decodificar los filmes, las temáticas y las obsesiones de Brian De Palma a través del prisma del subconsciente y lo analítico. Esta segunda parte se concentra en su mayor influencia, el inigualable Alfred Hitchcock. Esperamos que el disfrute de ambas partes suscite preguntas y curiosidades de parte de usted, estimado lector.

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Alfred Hitchcock, a diferencia de Brian De Palma, era más pragmático en el uso de lo cinematográfico en función de la historia, dejando de lado sus creencias personales y concentrándose de lleno en la efectividad de la narración. Partiendo constantemente de material base literario de distintas procedencias, (rara vez adaptado por él mismo con la excepción de sus primeros filmes silentes) el director británico dedicaba la mayoría de sus esfuerzos al maridaje de la innovación técnica con lo narrativo, aún sí en ocasiones encontraba la fuente original inverosímil: “Una de las cosas que me molesta [de Vertigo] es una falla en la historia. El marido estaba planeando lanzar a su esposa de la punta de la torre. ¿Pero como iba a saber que James Stewart no podría subir las escaleras? ¿Por qué se mareó? ¡No podía estar seguro de eso!”[1] No obstante, aquellas fuentes siempre fueron escogidas personalmente por Hitchcock por apelar tanto a su sensibilidad humana (intensamente fetichista y mórbida en iguales medidas) como a su ambición profesional. 

Aquel es el caso de Rear Window (1954), que narra la historia de Jeff, un fotógrafo paralizado por una fractura de pierna quien en su convalecencia se obsesiona con la idea de que uno de sus vecinos ha matado a su mujer. El cuento original “It Had To Be Murder” (1942) de Cornell Woolrich le atrae tanto por sus posibilidades voyeristas como por su potencial fílmico: “Era la posibilidad de hacer un filme puramente cinematográfico. Tenemos un hombre paralizado que observa. Esa es la primera parte del filme. La segunda muestra lo que ve y la tercera es su reacción. Esa es la más pura expresión de la idea cinematográfica.”[2] Hitchcock construye la tensión del filme basado en aquella sencilla premisa (auxiliado por los experimentos de montaje de Kuleshov[3]). La sucesión de planos de un observador, seguida de su objeto de estudio, y de vuelta al observador crea en el espectador una ansiedad palpable atada de lleno a su imposibilidad de actuar: Stewart es el protagonista, pero también hace parte de la audiencia.

Desde el plano inaugural Hitchcock busca la forma más cinematicamente efectiva de narrar: “Iniciamos con el rostro sudoroso de James, nos movemos al yeso que cubre su pierna, y luego, sobre una mesa cercana, hay una cámara rota y una pila de revistas, y en la pared, fotos de carros de carrera que se han salido de la pista.”[4] De todos aquellos detalles, el más importante es la cámara fotográfica, no solo por ser descriptiva del protagonista sino por estar dispuesta a ser usada como una extensión de sus ojos. Allí Hitchcock revela una fascinación más íntima: “[Jeff] Es un auténtico mirón. (…) [Leí] comentarios sobre como Rear Window es un filme horrible porque el héroe se pasa toda la película espiando por la ventana. ¿Qué tiene eso de horrible? Sí, es un fisgón, ¿pero no lo somos todos?”[5] La motivación de Jeff nunca es completamente heroica o desinteresada, a pesar de la afabilidad nata con la que Stewart le imbuye, sino que parte del aburrimiento y luego se transforma en curiosidad: incluso hacia el final cuando es confrontado por el asesino (“¿Qué es lo que quiere de mi?”), Jeff no tiene respuesta porque sus acciones están injustificadas y, lo que es peor, son merecedoras de la ira del antagonista: “¡[Jeff] se merece lo que le está ocurriendo!”[6]

La dinámica voyerista está aún más exacerbada en la relación de Jeff con su novia Lisa (Grace Kelly). Aparentemente desinteresado en el sexo por su reciente lesión y por el temperamento sumiso, servicial y ético (respecto a su fisgoneo) de su novia, Jeff reencuentra su libido y su deseo por Lisa una vez esta abandona el espacio que ambos comparten activamentey se une al espacio lejano en el cual le observa pasivamente, sin ningún tipo de control: “Cuando cruza aquella barrera, su relación renace eróticamente.”[7] Sus papeles dentro de la dinámica son aparentes desde que los vemos por vez primera: Lisa, una exhibicionista fascinada con la moda y la vestimenta, constantemente modelando sus nuevos atuendos para su pareja, y Jeff, un voyerista, hasta el punto en que ha hecho la labor de su vida capturar fotográficamente la vida de los demás. Para él, ver a Lisa abandonando su tradicional perfección y confiando de lleno en su demente teoría es el primer acto de un juego de rol sexual. El segundo, mucho más riesgoso y por ello excitante, consiste en ponerse en peligro para él, sabiendo que quien le observa no puede defenderle. Lisa se encuentra expuesta, indefensa, propensa al castigo: dentro de sus roles de sumisa y dominante, la fantasía funciona para ambos personajes.

En sí mismos, los actos de dirección sugestiva de Hitchcock y la agresiva de De Palma son expresiones de voyerismo por individuos voyeristas: ambos son hombres cuyo trabajo consiste en observar (activamente) actrices quienes se exhiben (pasivamente) para la cámara. Pero ambas miradas también predicen fenómenos posmodernos donde la privacidad ha sido sacrificada y donde el libre acceso a dispositivos cinematográficos y fotográficos han creado una cultura de voyerismo activo y, en ciertos casos, adictivo. El video es una de estas primeras representaciones, apuntado hacia la búsqueda explícita de satisfacción sensorial a través del medio tecnológico. Su auge ocurrió a finales de los 80s y mediados de los 90s, y sus principales géneros fueron el horror, la pornografía y el thriller erótico, una suerte de punto intermedio entre los dos, aunque con políticas y demografías explícitamente femeninas: “Sin importar que tanto dinero se invierta en un thriller erótico, siempre se verá como entretenimiento sensacionalista de género, guiado por los valores del potboiler de explotación, con sus manos metidas en las cuentas de gastos de una superproducción pero sus pies apoyados sobre un barato tapete afelpado.”[8] Lo cardinal del género, no obstante, no yace en su escandalosa naturaleza sino en su sensible búsqueda de una sexualidad femenina más abierta y fetichista. 

Una de sus principales vertientes, la pornografía softcore, sacrifica el coito explícito del hardcore y presta mayor atención tanto al preámbulo del acto sexual (frecuentemente la observación estética de cuerpos desnudos, que ha sido por siglos uno de las principales fuentes del arte pictórico) como a las posibilidades narrativas de un género atravesado por el deber de ser estimulante eróticamente. Pero su estímulo no parte de un gráfico primer plano del culmen de la relación sexual (la eyaculación masculina o femenina), como sucede en el hardcore (el llamado money-shot), sino que busca una sensualidad tanto física como cerebral. La identificación es fundamental para venirseen el thriller erótico: al igual que en el cine de De Palma y Hitchcock, la fantasía yace en ser representado por un protagonista con aberraciones similares, si no circundantes, y cuyas acciones emulan lo que desearíamos hacerle a otro ser humano en carne propia. Siempre estará, sin embargo, el distanciamiento de la pantalla, recordándonos que estas imágenes son apenas un calmante (“cine narrativo ilusionista”[9]) para mantener a raya ciertos impulsos de orden sexual y violento, pero igualmente placenteros y frecuentemente inolvidables.

[1] Hitchcock en Hitchcock/Truffaut, Simon & Schuster, NY, 1984, P. 247

[2] Hitchcock en Hitchcock/Truffaut, P. 214

[3] El ‘Efecto Kuleshov’ fue uno de los experimentos de montaje más trascendentes en la gramática fílmica. En él, el realizador soviético seguía el primer plano del rostro de un actor de expresión neutra con un plano de un plato de sopa, luego con un plano de una niña en un ataud, y finalmente con un plano de una bella mujer rusa. En cada caso la audiencia tenía distintas reacciones al protagonista y su actuación idéntica: en el primero leía su expresión neutra como la de un hombre famélico, en la segunda como la de un hombre compasivo y en la tercera como la de un hombre lujurioso.

[4] Francois Truffaut en Hitchcock/Truffaut, P. 219

[5] Hitchcock en Hitchcock/Truffaut, P. 216

[6] Hitchcock en Hitchcock/Truffaut, P. 219

[7] Mulvey en Visual Pleasure And Narrative Cinema, P. 24

[8] Linda Williams en The Erotic Thriller In Contemporary Cinema, P. 5. La frase “un barato tapete afelpado” es traducida literalmente de “cheap shagpile carpet”, referencial a un objeto comunmente encontrado en los moteles de bajo perfil de Estados Unidos.

[9] Mulvey en Visual Pleasure And Narrative Cinema, P. 25


BIBLIOGRAFÍA:

  • BORDE, Raymond & CHAUMETONE, Etienne. A Panorama Of American Film Noir. San Francisco, E.U.: City Lights Publisher, 2002.
  • COUSINS, Mark. Scene By Scene. Londres, R.U.: Laurence King Publishing, 1997.
  • FREUD, Sigmund. Obras Completas, Vol. VII, Fragmento de Análisis de un Caso de Histeria, Tres Ensayos de Teoría Sexual y otras Obras (1901-05).Buenos Aires, Argentina: Amorrortu Editores, 1992.
  • FREUD, Sigmund. Obras Completas, Vol. XVIII, Más Allá del Principio de Placer, Psicología de las Masas y Análisis del Yo, y otras Obras (1920-1922). Buenos Aires, Argentina: Amorrortu Editores, 1992.
  • HABERMAS, Jürgen. Modernidad: Un Proyecto Incompleto. Buenos Aires, Argentina: Revista Punto de Vista, Núm. 21, Agosto de 1984.
  • HILDERBRAND, Lucas. Inherent Vice: Bootleg Histories of Videotape and Copyright. Durham, EU: Duke University Press, 2009.
  • MARTIN, Nina. Sexy Thrills: Undressing the Erotic Thriller.Chicago, E.U.: University of Illinois Press, 2007.
  • MCLUHAN, Marshall. Understanding Media: The Extensions of Man. Nueva York, E.U.: Sphere Books, 1967.
  • MULVEY, Laura. Visual And Other Pleasures. Nueva York, E.U.: Palgrave MacMillan, 2009.
  • NEWMAN, Michael Z. Video Revolutions: On the History of a Medium. Nueva York, E.U.: Columbia University Press, 2014.
  • RIMMER, Robert H. The X-Rated Videotape Guide II.Nueva York, E.U.: Prometheus Books, 1991.
  • TRUFFAUT, Francois. Hitchcock.Nueva York, E.U.: Simon & Schuster, 1984.
  • WILLIAMS, Linda Ruth. The Erotic Thriller in Contemporary Cinema. Edinburgh, R.U.:Edinburgh University Press, 2005.

Voyerismo, moral y género: De Palma y Hitchcock, Parte I

Oda a De Palma

Enaguas de seda que caen al suelo

Piernas rosáceas y pálidas

Mirones violentos y pérfidos

Sangre que corre río abajo

 

Ojos de ojos cerrados

Ojos de ojos abiertos

El rasguño feral de las medias veladas

El impacto sordo del golpe de mazo

Sangre que corre río abajo

Esta pequeña y asquerosamente mala oda abre el mes de Brian De Palma, una iniciativa de Filmigrana (denominada Clases Magistrales Express) que buscará prejuiciosamente traer al foco de luz la obra –incompleta– de variopintos realizadores a lo largo del año, desde las perspectivas y miradas oscilantes de distintos colaboradores de esta página web.

El siguiente ensayo fue escrito hace algún tiempo con la intención de desenmarañar las especificidades del director de Nueva Jersey (y su relación sumamente estrecha con los filmes de Alfred Hitchcock). He aquí la primera de dos partes de para el disfrute de ustedes, estimados lectores.

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“Analizar el placer, o la belleza, lo destruye.”[1]

Laura Mulvey

Loves of the Gods, Jacopo Caraglio, Grabado sobre Papel, 1520 – 1539

Existe en la imagen cinematográfica un inimitable placer atado a la observación incógnita: vemos activamente ventanas hacia vidas privadas, momentos íntimos, actos de orden violento o sexual, todo esto sin ser descubiertos. El placer de estas imágenes es gradual y subjetivo, y deriva de causas varias como competencia técnica, inmersión narrativa, curiosidad mórbida. Pero nuestro mayor aliado, no obstante, es una idea antigua y cínica, implantada por previos observadores y confirmada por la experiencia sensitiva: las imágenes que vemos proyectadas, por cercanas o empáticas que nos parezcan, son falsas, construidas.

Sabemos que lo que se nos presenta no es real (aún cuando lo es), es una creación previamente pensada, seleccionada y manufacturada por un grupo de individuos para activar ciertas respuestas emocionales e intelectuales en quienes escogen mirarla. Esto es confirmado por rituales de exhibición como la oscuridad del teatro y especificidades tecnológicas como la unidimensionalidad de la pantalla.

Sabemos que en cuanto las imágenes cesen de ser placenteras o interesantes podemos distanciarnos de ellas activando un interruptor, o cerrando los ojos o acercándonos a tal punto que dejan de ser reconocibles y discernibles, transformándose en un conjunto abstracto de luces, sombras y movimientos imposibles de palpar o sentir. Allí donde antes encontrábamos una narración y un lenguaje ahora solo existe una pared común y corriente, fría al tacto, llena de imperfecciones. Sin embargo, es cuando esas imágenes nos resultan inexplicablemente atractivas y fascinantes que las cosas se ponen mejores. Deseamos que duren para siempre, sumidos bajo su hechizo, anónimos, perturbados y excitados por su poder transgresivo y destructivo.

Cuando aquella mirada se torna sexual, tenemos un caso de voyerismo activo. A primera instancia el cine parecería el medio ideal la escopofilia, claramente presentando los dos sujetos necesarios para su compleción satisfactoria: aquel quien disfruta observando y aquel quien está siendo observado[2]. En un intercambio no muy distante de los Peep Shows, frecuentemente nos adentramos en filmes de los que no sabemos nada previamente simplemente porque existen y están disponibles: la identidad de los participantes no es importante, solo lo es su intención. No obstante, algunas dificultades pronto aparecen en la dinámica voyerista, cuyo placer parcialmente deriva de que el objeto del deseo a) desconozca la mirada y b) la resienta al descubrirla: “Lo que se ve de la pantalla es expuesto de manera manifiesta.”[3] Tanto en su naturaleza expositiva como en su incapacidad de proveer una respuesta a las perversiones el cine niega parcialmente al voyerista, pero al mismo tiempo le propone algo mucho más íntimo y subjetivo. La posibilidad de reconocerse plenamente en el otro, de facto lejana en la pornografía y en la realidad, se hace latente aquí: “En el cine altamente desarrollado de Hollywood es solo a través de ciertos códigos que el sujeto alienado (…) estuvo cerca de encontrar un vistazo de satisfacción: a través de su belleza visual y jugando con sus propias formaciones obsesivas.”[4]

Aquella identificación, entonces, no existe solo gracias a esas “formaciones obsesivas” colindantes entre la obra y el espectador, sino que es aumentada por el tratamiento personal que el director (la “belleza visual”) decide imponerle al filme: con frecuencia, su fetichismo inherente se apodera de las imágenes y sobrecoge las ideas intelectuales que le habitan para satisfacer su propio voyerismo. Esto no hace que el filme sea más claro ni más diciente, pero sí lo hace muchísimo más vívido y asfixiante. Es problemático, conflictivo. En lugar de enfrentarnos a una postura intelectual respaldada por imágenes, nos enfrentamos con un grupo de imágenes sin un discurso detrás, forzados a verlas sin entender su origen ni su lógica (en esencia, exhibicionismo): “Los exhibicionistas (…) enseñan sus genitales para que la otra parte les muestre los suyos como contraprestación.”[5] En su dinámica de exhibición y observación, un vínculo supremamente íntimo aparece entre el director y el espectador, causado por el entendimiento y aceptación de fetiches sobrepuestos.

Esta identificación (luego imitación, luego empatía[6]), abiertamente aberrante, frecuentemente se desarrolla de forma mucho más volátil y permeable en los hombres por ser la mujer quien frecuentemente es retratada como el objeto del deseo sexual: “En un mundo ordenado por el desbalance sexual, el placer de mirar se ha separado entre activo/macho y pasivo/hembra. La mirada masculina determinante proyecta su fantasía sobre la figura femenina, estilizada. En su tradicional rol exhibicionista las mujeres son simultáneamente observadas y expuestas, con su apariencia codificada para fuerte impacto visual y erótico (…). Las mujeres expuestas como objeto sexual es el leitmotiv del espectáculo erótico: de las pin-ups al striptease (…), ella sostiene la mirada, jugando con y significando el deseo masculino.”[7]

El espectáculo erótico hace largo tiempo forma parte del espectáculo fílmico. Los arquetipos femeninos en la narración clásica de Hollywood contienen siempre un elemento de sexualidad o sensualidad: la femme fatale, la doncella en peligro, la chica final, etc. Estos personajes nos resultan sumamente atrayentes, no solo por una buena escritura o interpretación, sino por ser idealizaciones de lo femenino creadas por otros individuos. Estas mujeres son imposibles de poseer y dominar (dado que no existen), por lo que lo más cercano a ello es verlas en situaciones de alto peligro las cuales, en muchas ocasiones, desembocan en una muerte violenta.

En Body Double (1984) de Brian De Palma, una acaudalada y hermosa mujer hace las veces de aquel objeto del deseo. En el filme, el claustrofóbico actor Jake Scully (Craig Wasson) acepta cuidar el apartamento de un extraño basado en el hecho de que su vecina de enfrente se desnuda frente a sus ojos (prolongados por un telescopio) todas las tardes. Pronto su voyerismo degenera en obsesión y Scully le sigue a todos lados a donde esta va: le observa mientras compra ropa interior, le observa mientras va a la playa, y le observa mientras otro hombre, un lascivo nativo americano, le observa con intenciones turbias que eventualmente le ponen en peligro. Scully, aunque lo intenta, no logra socorrerla y en su lugar es obligado a presenciar su salvaje asesinato, vía taladro. Concebido por De Palma como una venganza a la reacción negativa que uno de sus filmes anteriores, la magistral Dressed To Kill (1980), había causado, el filme funciona como una secuela espiritual abiertamente amoral y corrupta: “Si quieren una X, les daré una X real. Quieren ver suspenso, quieren ver terror, quieren ver SEXO–yo soy la persona para el trabajo.”[8]

Aquella frase puede parecer desconsiderada e inmadura en primera instancia, pero al observar el contexto que la causó resulta más consecuente: La respuesta critica y moral frente a Dressed to Killen 1980 estuvo fuertemente polarizada, por decir lo menos: De Palma fue acusado por varios grupos feministas (principalmente WAP, Women Against Pornography, y WAVPM, Women Against Violence in Pornography and Media) de misoginia y sadismo por su tendencia a mezclar constantemente sexo y violencia en sus filmes y fue un actor recurrente del popular debate sobre la influencia de los medios violentos en la sociedad; la longitud y carnicería de la escena central (en la cual una mujer es brutal y explícitamente asesinada en un ascensor con una navaja de afeitar) causaron varios cortes en la versión final cuando el MPAA estuvo a punto de otorgarle la temida X, básicamente la muerte monetaria[9]; los célebres críticos Andrew-Sarris y Richard Corliss le acusaron de “necrofilia, [por] tomar la gramática visual de la cual Alfred Hitchcock fue pionero, además de sus ideas y música.”[10]

Ahora, si la violencia de Dressed To Kill parecía injusta y moralista, la de Body Double es auténticamente cruel y repugnante. Sin embargo, ambos filmes apuntan hacia reflexiones distintas: mientras el primero desea poner en manifiesto la fina línea que separa el sexo y la violencia, y cómo ambos impulsos parten de lugares muy similares, el segundo se concentra de lleno en el poder intrusivo de la mirada: Scully desea actuar sobre lo que ve, pero no lo logra. Sin embargo, la muerte del taladro, sumamente fálica, es una realización mórbida e irónica de su fantasía: aquella de acostarse con esa mujer. Hay, sin embargo, coincidencias dicientes en los dos filmes: sus víctimas son mujeres maduras y opulentas, acostumbradas a un despiadado estilo de vida de consumo y agresión capitalista donde su riqueza es incapaz de salvarles de su brutal destino: “Sí la gente se preocupa sobre la agresión, entonces no deberíamos vivir en una sociedad capitalista. El capitalismo está basado en la agresión, y la violencia contra las mujeres tiene que ver con esa agresión.”[11]

El filme puede ser visto también como una revisión moderna (aunque ahora clásica) de la obra canónica de Alfred Hitchcock. De Palma está claramente influenciado por el director británico tanto en sus narrativas colindantes como en su gramática visual: Body Double es reminiscente de Vertigo (1958), inicialmente en la parálisis claustrofóbica de Scully impidiéndole hacer su trabajo a cabalidad (como lo hace el vértigo con Scotty (James Stewart) en la persecución de los tejados), más adelante en su fascinación y acechanza de Gloria (Deborah Shelton) a través de la calles de Los Ángeles (como lo hizo Scotty con Madeleine (Kim Novak) en las calles de San Francisco) y finalmente en el descubrimiento de que la mujer de sus fantasías es un constructo planeado por su empleador (Gregg Henry/Tom Helmore) en complicidad con una mujer físicamente impactante (Melanie Griffith/Kim Novak, nuevamente). El filme también nos recuerda a Rear Window (1954) por imitar su disposición arquitectónica exhibicionista, donde solo mirar por la ventana ya repercute en espiar la vida de nuestros vecinos.

Visualmente, De Palma adopta de Hitchcock lo que llama herramientas puramente cinematográficas, en particular el uso del plano de un personaje observando seguido del primer plano subjetivo de aquello que está siendo observado, proveyendo a la audiencia y al personaje exactamente la misma información.[12] El uso común de esta sintaxis fílmica en ambos autores expone un interés compartido por el voyerismo como parte inescrutable del cine mismo: “En las películas me siento cercano a Hitchcock porque me guía la mirada, como a él.”[13] El director estadounidense, no obstante, es más beligerante en su aproximación a las temáticas que le importan, en parte por pertenecer a una época de menor censura política e ideológica, y en parte por su recurrente sátira y crítica de la moral Hollywoodense.

En Body Double, la acción de mirar sin actuar de Scully (a su vez, una revisión de la mirada inactiva de Jeff (James Stewart) en Rear Window) es una compulsión peligrosa condenada por la policía tras la muerte de Gloria (“Hasta donde me concierne, usted es el verdadero responsable de la muerte de Gloria Revelle”), pero la audiencia es igualmente culpable por disfrutar de las imágenes. El voyerismo del filme es auto-reflexivo sobre el proceso de hacer películas, especialmente en Los Ángeles: “Body Doublees sobre Los Ángeles, sobre el estilo de vida erotizado, parcialmente creado por una cultura mediática en la cual exhibicionista y voyerista están unidos por una necesidad en común. La gente vive en casas con enormes ventanales (…); la privacidad no vale nada.”[14]

Pueden encontrar la segunda parte de este ensayo en este link.

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[1] Mulvey en Visual Pleasure And Narrative Cinema (1973) en Visual and Other Pleasures, Palgrave Macmillan, NY, 2009, P. 16

[2] Sigmund Freud en Tres Ensayos de Teoría Sexual en Obras Completas, Vol. VII, Amorrortu Ediciones, Buenos Aires, 1992, P. 174

[3] Mulvey en Visual Pleasure And Narrative Cinema, P. 17

[4] Mulvey en Visual Pleasure And Narrative Cinema, P. 16

[5] Freud en Tres Ensayos de Teoría Sexual, P. 142-43

[6] Freud en Psicología de las Masas y Análisis del Yoen Obras Completas, Vol. XVIII, Amorrortu Ediciones, Buenos Aires, 1992, P. 104

[7] Mulvey en Visual Pleasure And Narrative Cinema, P. 19

[8] De Palma en Brian De Palma: Interviews, P. 91.

[9] La X, normalmente asociada con la industria pornográfíca, significaba que los menores de 18 años no serían admitidos bajo ninguna circunstancia, ni siquiera acompañamiento de adulto responsable, razón por la cual muchos teatros se negaban a proyectarlas.

[10] De Palma en Brian De Palma: Interviews, University Press Of Mississippi, Jackson, 2003, P. 69

[11] De Palma en Brian De Palma: Interviews, P. 104

[12] De Palma en The Erotic Thriller In Contemporary Cinema, Edinburgh University Press, Edinburgh, 2005, P. 145

[13] De Palma en The Erotic Thriller In Contemporary Cinema, P. 146

[14] David Denby en The Erotic Thriller In Contemporary Cinema, P. 87

Lucky Seven

El número siete lleva mucho tiempo siendo uno de los favoritos de la humanidad: tres en línea representan la posibilidad de ganar el premio mayor, numerosos equipos de guerreros, psicópatas y magníficos se ensamblan con ese tope en mente y es, al menos para Yahvé de los Ejércitos, la cantidad ideal de plagas, años de vacas y ángeles trompetistas a enviar antes del Fin de los Tiempos, entre otros regalos asociados a su nombre.

Con un número tan auspicioso bajo el brazo, nos preguntamos en Filmigrana cuál es la contextura de las vacas correspondientes. A pesar de haber convergido en un contexto común, con el paso del tiempo todas las personas vinculadas a esta página (y la productora asociada) hemos tomado caminos formativos muy diversos, en distintas ciudades y países alejados entre sí, con la salvedad de que todos hemos permanecido relacionados en mayor medida con el quehacer audiovisual (situación que ya se había anunciado en nuestro anterior aniversario). En retrospectiva podríamos juzgar los años previos como saludables y formativos, aunque no han estado exentos de dificultades y obstáculos a sortear en un país que apenas vive una tardía adolescencia cinematográfica.

Intentando buscar respuestas a través de la incertidumbre, hemos acudido a diferentes estrategias de apreciación fílmica, y este sitio web que ustedes están leyendo es apenas una de ellas, en la que podemos volcar nuestros esfuerzos cuando el tiempo y los recursos lo permiten. Estos mismos recursos no se echan por saco roto cuando no hay un artículo publicado cada mes, sino que se emplean para reflexionar en otros canales sobre el cine y, en últimas, sobre su papel en nuestras vidas.

Así pues, al cierre de este séptimo año de trabajo (in)constante en la red, les ofrecemos un pequeño regalo:

Logo Amalgama_baja

Muchas gracias a todas las personas que hicieron esto posible durante los últimos dos años, disculpas a quienes esperaron dos años para que esto viera la luz, y atención a quienes estén interesados en saber cómo se desenvuelve esto. Estaremos publicando actualizaciones apenas sean pertinentes, y luego continuaremos con nuestro ritmo habitual de patanería esnob.

Que sea este el primero de muchos años más gordos.

Wes Craven: The Serpent & The Rainbow (1988)

El 9 de noviembre de 1984 fue estrenada, en formato limitado, la ya seminal y enormemente exitosa primera entrega de A Nightmare On Elm Street. A pesar de abrir en tan solo 165 pantallas a través de los Estados Unidos, el filme acabó por recaudar más de 10 veces su presupuesto original, además de poner en movimiento una de las franquicias más célebres y lucrativas de la historia del cine de terror norteamericano. Pero mientras las futuras iteraciones del antagonista principal Freddy Krueger irían de lo ridículo a lo meta a lo racista, la película original siempre será recordada por ser una lograda y agobiante alegoría sobre los temores de la adolescencia, la transferencia de culpas de generación a generación, y el poder sugestivo de los sueños, así como por licuar a un joven Johnny Depp en una cama/geiser de sangre. Aquella elaborada muerte y su ubicación lógica dentro de una narrativa mayor es un sólido ejemplar del trabajo de Wes Craven, quien en sus mejores momentos era inmensamente creativo tanto en su utilización de la violencia como en su manipulación de las expectativas de los espectadores. No obstante, Nightmare no es una creación especialmente íntima ni personal para el director de Cleveland, OH, y a pesar de ser en últimas el filme que definió su legado, su herencia y su obituario[1], no es realmente representativo de su particular sensibilidad.

Aquella conexión eterna a un solo objeto creativo es un síntoma simultáneamente trágico y celebratorio. ¿No es mejor ser recordado por algo que ser olvidado en la ignominia? ¿No podría ser esa obra solo el primer paso, la dosis inicial, que eventualmente abre las puertas a una filmografía y una vida completa? Aquellas preguntas se mantienen sin respuesta por el momento. El lugar de Craven en el cine de horror aún no se esclarece del todo, y mientras todo apunta a que era uno de los auteurs de horror más celebrados de su generación y continente[2], existe en su filmografía un ritmo impredecible y anormal que le distancia de aquellos otros con una visión del cine más consistente. En muchas formas Craven era un realizador más versátil que sus colegas, pero esta maleabilidad también perjudicaba su especificidad como creador. La desagradable expresión (además en puto francés) auteur siempre indica una pretensión ineludible y egoísta, atada a querer ser único en la exploración artística. Esta característica es fácilmente visible en sus contrapartes: Estos directores nunca pudieron superar sus obsesiones, aun cuando sí pudieron superar una y otra vez sus obras iniciales, medias y tardías, entregando creaciones verdaderamente auténticas y reveladoras. Craven nunca pudo superar el éxito monetario ni el equilibrio[3] entre lo artístico y lo comercial de su filme más famoso, y tampoco pudo nunca superar con plenitud el poderío glorioso y crudo de sus filmes más tempranos. Nightmare[4] fue el fin de una carrera prometedora como uno más de estos individuos, y el comienzo de otra completamente nueva, más afín con la trayectoria de un journeyman camaleónico y profesional que dejaba atrás el espíritu punkero y dañino que hacían sus trabajos iniciales tan genuinamente peligrosos y perturbadores.

Sin embargo, los beneficios de una carrera prolífica le permitieron a Craven explorar distintas y variantes fascinaciones a través de toda su obra. Inicialmente su conciencia social izquierdista y su interés en las posibilidades antropológicas del género fueron revisadas en sus dos filmes más logrados, The Last House On The Left (1972) y The Hills Have Eyes (1977), ambas películas extremadamente críticas de las políticas bélicas e invasivas del gobierno estadounidense, pero además vistas a través del ojo explícito en 16mm de la prensa independiente que cubrió la carnicería y la barbarie de la guerra del Vietnam, al comienzo trayendo a la luz los horrores del conflicto armado pero más adelante desensibilizando a sus espectadores al punto de la indolencia. Su éxito con ambos filmes le llevaron hacia proyectos más comerciales donde podría explorar su predilección por los efectos prácticos[5], entre estos algunos filmes de TV, la chiflada y mediocre Deadly Blessing (1981, probable víctima de una siguiente Semana del Horror), una adaptación de Swamp Thing (1982) y finalmente A Nightmare On Elm Street. Una tercera etapa de su carrera se inclinó hacia la deconstrucción de las estructuras del horror, en ocasiones cortejando lo cómico (The People Under The Stairs de 1991, Vampire In Brooklyn de 1995 y la saga de Scream, respectivamente de 1996, 1997, 2000 y 2011[6]), y en ocasiones bordeando lo abstracto (Wes Craven’s New Nightmare de 1994 y Music Of The Heart de 1999, en muchas formas la creación más terrorífica e inconcebible de Craven).

Perteneciente a la primera línea narrativa arriba descrita, pero con una factura extremadamente pulida correspondiente a su experiencia en Hollywood y a un presupuesto relativamente acomodado (además del tema científico de esta Semana, ahora mes y medio, del Horror), The Serpent & The Rainbow es un ejemplar único que ilustra tanto en sus mejores como en sus peores secuencias el talento característico de Wes Craven. Hecha entre dos de sus trabajos más detestados (ambos cash-grabs particulares pero reductivos, respectivamente el atroz Deadly Friend de 1986 y Shocker de 1989), y adaptada liberalmente del libro del mismo nombre del etnobotanista Wade Davis[7], el filme sigue al antropólogo Dennis Alan (Bill Pullman) en sus aventuras alucinógenas en distintos países del tercer mundo.

Luego de un extraño preludio cerca del río Amazonas en 1985, en el cual Alan se yajéa, lucha amistosamente contra un enorme jaguar (su animal espiritual) y conoce a su eventual enemigo el capitán Dargent Petraud (Zakes Morae), la narrativa pronto coge un rumbo relativamente definido en Haití. Es allí donde el antropólogo, luego de ser patrocinado por el laboratorio farmacéutico Boston Biocorp para que busque y traiga de vuelta un polvo mágico que supuestamente levanta a los muertos de sus tumbas, conoce a la hermosa doctora nativa Marielle (Cathy Tyson, con doble función de guía turística e interés romántico) y emprende la laboriosa tarea de averiguar exactamente qué es lo que está ocurriendo en un país fracturado por la guerra, las supersticiones y la violencia gubernamental. Sus investigaciones eventualmente les llevan a Cristophe[8] (Conrad Roberts), un hombre local creído muerto hace 7 años, quien deambula los cementerios en un estado perpetuo de sumisión y miseria y quien es también el primer paso para esclarecer el proceso científico mediante el cual un hombre puede transformarse en un muerto viviente, pero también le acerca al peligro de caer en manos de Petraud, líder de los Tonton Macoute, la fuerza paramilitar principal bajo el mando del dictador “Papa Doc” Duvalier.

Craven utiliza esta trama básica para revisar los mitos fílmicos que existen detrás de los zombies y la brujería, temas que no parecen ser de su especial interés, pero cuya deconstrucción más realista y antropológica le resulta fascinante, especialmente dentro del marco de un país tan problemático, como lo es Haití, y a través de los ojos de un egoísta colonizador, como lo es Alan. Ahora, mientras la historia principal es frecuentemente confusa y poco desarrollada, las consecuencias de esta, y las exploraciones de Craven son verdaderamente cautivantes, y el resultado final es mucho más potente y logrado de lo que debería ser. Esto se debe a una multiplicidad de factores, principalmente la hábil dirección de Craven. Allí donde el guión flaquea, escrito por Richard Maxwell y Adam Rodman, el director se impone, creando una serie de imágenes memorables que exaltan la belleza natural del país y al mismo tiempo crean un tensionante ambiente de pesadilla y persecución que generan en el espectador una intensa claustrofobia.

Esta claustrofobia es aumentada al reconocer que la historia contada está dentro de un contexto de violencia política real y palpable. Petraud es un estupendo antagonista, verdaderamente malévolo, y su sadismo y regodeo en el mismo corresponde a los cientos de ejecutores en dictaduras a través del mundo[9]. Craven escoge narrar un filme de horror sobre lo sobrenatural, pero ubica el horror de lleno en lo humano y en lo real. Los protagonistas nunca temen su roce con lo inexplicable, de hecho, lo buscan constantemente, pero tienen miedo de las consecuencias de sus acciones para sus seres queridos y para sí mismos. Habitar un país tan desequilibrado e injusto socialmente como Haití (aunque en realidad esto cubre toda América Latina y la mayor parte del mundo) siempre trae la posibilidad de ser una víctima de un conflicto político mayor a uno, y esto se resuelve en torturas, desapariciones y muertes para las víctimas e impunidad para los victimarios.

No obstante, mientras esta sensación es bien lograda por Craven, una más problemática se asienta, partiendo del hecho de que es un norteamericano quien narra la historia a través de un alter ego, y su juicio crítico de otro país es injusto tanto por las acciones del país que representa en el orden mundial como por que su retrato a veces se cae en una simplificación superficial y pornográfica de los nativos y sus extrañas prácticas mágicas. No pertenecer a este mundo específico pone a Craven en clara desventaja, y a pesar de filtrar su experiencia a través del prisma que más conoce, el del género del horror, ocasionales deslices incómodos subrayan esta extraña tendencia[10]. El tercio final del filme es el que más sufre de este padecimiento altruista, cuando Alan finalmente enfrenta y vence al maquiavélico Petraud. Este acontecimiento tiene sentido, considerando que el antropólogo es el protagonista y debe conquistar el obstáculo principal para finalizar su transformación, pero también establece inconscientemente la idea de un salvador blanco como la solución lógica a los problemas de un país predominantemente negro. Eso, sumado al horrible tormento final al que es sometido el antagonista, que, aunque merecido, es al menos cuestionable en su mensaje vengativo y sanguinario de lo que la justicia debería implicar, dejan al espectador con un amargo sabor de boca terminada la película.

No obstante, esas quejas son menores y llorosas frente a la totalidad de la película, sumamente entretenida y con lujo de efectos prácticos asquerosos y maravillosos. El mayor responsable del éxito del filme, no obstante, es Bill Pullman, en la que es quizás la mejor actuación de una carrera bastante sólida, incluso subvalorada. Sus extraños manerismos y expresiones y su masculino estoicismo han sido utilizados más adelante con gratos e icónicos resultados, pero su compenetración y entrega a un único personaje nunca ha sido tan clara y tan concisa. Pullman entiende a Alan a la perfección, en su imprudente arrogancia y en su estúpida osadía, en su obsesión genuina por la botánica y las mujeres, en su gusto por lo psicodélico, en su astucia rápida y de liebre que corre escapando de las peores circunstancias, en sus aterradores temores nocturnos y pruebas físicas. En papel éste no parece un personaje particularmente agradable ni empático, pero en la encarnación es magnético. El horror no requiere normalmente de grandes actuaciones, y es extraño ver una verdaderamente memorable que no consista en devorar el escenario. El más grande acierto de Craven para esta creación, una de las más representativas de su verdadero estilo y de sus verdaderas preocupaciones, es la elección de su protagonista, enigmático, impredecible e insondable como él mismo.

____________

[1] Craven murió el año pasado en su hogar en Los Ángeles a causa de un tumor cerebral.

[2] Junto a David Cronenberg, John Carpenter, Sam Raimi, Frank Hennenlotter, Joe Dante, Stuart Gordon, entre muchos, muchos otros.

[3] Cómo otros grandes realizadores, Craven aparentemente incursionó en el audiovisual a través de la pornografía, una experiencia extremadamente formativa para sus filmes de ficción y que además presagiaba su futura dualidad monetaria/artística.

[4] Es extraño observar que el origen del filme apuntaba a algo mucho más alineado con los filmes previos del realizador y con sus fascinaciones sociales, puntualmente con el concepto de PTSD asociado a los sueños, en el cual veteranos de las guerras del Vietnam, Laos y Cambodia se rehusaban a dormir por temor a sus aterradoras y traumáticas pesadillas, y en algunos casos murieron por el llamado Asian Death Syndrome.

[5] Sólo sus últimas películas, entre estas las execrables Cursed (2005), My Soul To Take (2010) y Scream 4 (2011), y el sólido si menor thriller Red Eye (2005) tuvieron efectos digitales predominantes, con decepcionantes resultados.

[6] Vale la pena agregar que las últimas dos entregas de esta saga eran menos deconstrucciones críticas y más estereotipos mediocres de deconstrucciones críticas.

[7] Davis tiene alguna relevancia local por haber sido el autor del libro El Río (1996), que analiza de forma disciplinada y científica los efectos botánicos de la hoja de coca a través de un recorrido por el río Amazonas. También hizo esto el año pasado.

[8] Este evento es una dramatización de la experiencia de Davis con Clairvius Narcisse, la primera instancia documentada de zombificación.

[9] Algunas de estas dictaduras han sido justamente capturadas en la pantalla de plata, sea en el caso documental en Shoah (Claude Lanzmann, 1985) y S21: The Khmer Rouge Killing Machine (Rithy Panh, 2003), y en el caso ficcional con el cine de Costa-Gavras, The Year Of Living Dangerously (Peter Weir, 1982) y The Kiss Of The Spider Woman (Héctor Babenco, 1985).

[10] Otros realizadores que también hacen parte de esta tradición bienintencionada pero fallida incluyen a Steven Spielberg (Empire Of The Sun, Amistad), James Cameron (Avatar), Danny Boyle (Slumdog Millionaire), Marcel Camus (Orfeu Negro), y todos los antropólogos documentalistas que han vivido (aunque esas ratas de alcantarilla nunca tienen buenas intenciones).

Seis

… (Capullos en una piscina)[1]

Hemos vuelto de entre las sombras para hablarles sobre el holometabolismo, y de cuánto cuesta atravesarlo.

Lo hacemos cada año, en realidad, con el corazón entre las garras y con una dosis menor de cinismo que la que acompaña nuestra perspectiva de este maizal en el que nos ha tocado llevar a cabo nuestra metamorfosis. Aunque este es un momento favorable para crear una publicación web de crítica cinematográfica o incluso una editorial o, qué sé yo, una productora (!), es tal vez un momento difícil para permanecer humano, sensible y cuerdo.

No vamos a entrar en detalles sobre asuntos políticos, económicos o sociales que intervienen en el desarrollo de esta pequeña iniciativa, ya que a) son demasiadas variables, b) no viene al caso y c) en menos de tres oraciones dejaríamos ver las horribles fracturas morales que componen nuestra diversidad como redactores de esta página, algo que dista mucho de ser una mente enjambre y se muestra más como una pluralidad de perspectivas y motivaciones para insultar al prójimo.

Más bien quisiéramos celebrar esas coloridas diferencias, y crear espacios para que se expresen con mayor ductilidad. Llevamos un muy buen tiempo preparando dichos espacios, pero esa tardanza responde a la calidad con la que queremos entregarlos, algo que no solo nos compete a nosotros (porque respetamos una buena investigación, el trabajo hecho con paciencia y los paseos en moto sin casco) sino a las personas que eventualmente recibirán estos contenidos, entre esos quienes leen estas líneas con una pizca de entusiasmo. Es también porque en el paso de pupas a imagos, debemos hacernos muchas preguntas con respecto a este proyecto y la manera en la que afecta nuestras vidas a largo plazo.

El título de este artículo corresponde a los seis años que han transcurrido desde que nos empezamos a preguntar sobre el cine de una manera distinta, dejando a un lado el consumo pasivo y delicioso para cuestionar lo que vemos de forma más activa y directa, aun cuando ese cuestionamiento no fuese en principio poco más sino una bengala cargada de prejuicios. A lo largo del último año hicimos el experimento de observar la evolución de nuestros escritos, de cómo rebotaban en calidad y optimismo a medida que pasábamos por momentos muy específicos de nuestra vida real, aquella que funciona detrás de estos pobres pseudónimos. Así pues, no es difícil hacer la cuenta de todas las cosas que pueden suceder en seis años.

En esos seis años algunos de nosotros han contraído matrimonio, otros se encuentran comprometidos, varios de los colaboradores han terminado carreras universitarias para empezar maestrías, algunos se han ido del país y otros han regresado con nuevos conocimientos para aportarle a esto. ¿Qué es “esto”, a la larga? ¿Por qué un grupo de personas querría dedicarle tiempo a lo que hasta ahora parece que han sido (a juzgar por esta misma página) unos escritos, algunas imágenes .gif y unas cuantas proyecciones de cine en vivo? Claramente es porque “esto”, Filmigrana es muchísimo más que esas minucias.

No planeo hacer un pitch de ventas porque todos sabemos que soy terrible en esa área, pero sí quiero hilar todo lo mencionado anteriormente: capullos, gente brillando en la oscuridad, ancianos teniendo sexo, producciones y ediciones impresas, espacios diversos… El mensaje es bastante claro: nos ampliamos una vez más, o más bien, seguimos bajo el efecto de las ampliaciones anteriores, desprendiéndonos de nuestra antigua piel para dar paso a otros cambios necesarios. Aunque empezó como una especie de divertimento y nunca lo planeamos de esta manera, notamos que ahora Filmigrana hace parte de nuestras vidas y le debemos nuestro tiempo y esfuerzo a este proyecto, ahora mucho más grande que nosotros. Por lo mismo, es nuestro deber cooperar con los demás miembros del equipo que no están adscritos a este espacio de crítica vitriolíca, a quienes eventualmente conocerán en su propio sitio pero que siguen viviendo con nosotros en el mismo asilo proverbial.

Ahora, ¿Qué saldrá de estos capullos?

[1] Gracias, Ron Howard.

El caso de la infame “Colección Studio Ghibli”

Unas palabras antes de iniciar esta reseña recalcitrante

Cargado de buenas intenciones para este 2014, asumí que sería una buena idea ponerme como propósito el comprar más cine y acariciar el fantasma de una industria nonata, ya sea porque no administro bien mi dinero o, más bien, permanezco incólume ante los altos precios que puede tener un DVD original de mediana calidad en este país. Hace mucho tiempo hablé sobre la piratería y el surgimiento de modelos más sencillos para ver películas en línea, y aunque me inclino a pagar un valor adicional por un producto hecho con esmero, cariño y calidad, no veo que sea posible hacerlo aquí en la mayoría de los casos. No es un dilema exclusivamente local, habiendo tenido la oportunidad de conocer ediciones locales en Argentina, la meca del diseñador gráfico colombiano (aunque preferiría no discutir mucho al respecto, so pena de perder mi barba a parches y sentir que se derrite el grueso marco de mis anteojos).

Para ilustrar mi ejemplo, con ese habitual tono obtuso y de petimetre beligerancia con el que ya me conocen, procedo a dar a conocer una reciente adquisición. Compré en Tango Discos (por la módica suma de $55.000) una de las dos piezas que componen la Colección Studio Ghibli/Hayao Miyazaki Master Works de Babilla Ciné, y si bien la calidad de los DVDs de esta distribuidora es cuestionable a un nivel de leyenda urbana, son más bien pocos los ejemplos que he visto discutir en línea, algo que puede corresponder también a mi escaso nivel de comprensión lectora y la inhabilidad de coleccionar revistas culturales. Son dos cajitas, una plateada con fuente negra y una negra con fuente plateada, y dado el enorme sesgo que tengo por Mononoke Hime, me fui por la negra. Después de todo, esto fue lo que me vendió el producto a primera vista:

P1180156

Miren nada más. No soy diseñador, pero tengo que reconocer con un mínimo de sensibilidad que la presentación de esa caja es de una ejecución limpia, directa y cautivadora. La elección tipográfica no es algo del otro mundo, pero va bien con la sobriedad y el esquema monocromático, nada chilla, y hasta el pequeño logotipo del anfibio embaucador se siente como en casa. El lomo de la caja reza la siguiente leyenda:

Babilla Ciné se enorgullece en presentar esta edición reúne cuatro de las obras maestras que hacen de este director una leyenda de la animación comtemporánea (sic). Descubra de la mano de Miyazaki y el Estudio Ghibli un mundo fantástico poblado de personajes encantadores y misteriosos, dibujado a mano, cuadro a cuadro, con el estilo propio e inconfundible de este artista japonés.

Además de enterarme que Babilla Ciné tiene un acento al final, no hay nada que me sobresalte. Es una descripción escueta, con la calidez con que se describe un libro de casas campestres de Villegas Editores. Con esto, siento que pagué mucho menos de lo que recibí, quién sabe qué maravillas me aguarden dentro…

Castillo en el Cielo (Castle in the Sky: Laputa/Tenkû no shiro Rapyuta, 1986)

Laputa - Babilla portada

“Studios”. Con un .jpg muy macheteado y una advertencia dentro de una burbuja amarilla que contraría hasta la mejor de las voluntades, la primera película en cronología es el recibimiento más crudo que puede tener alguien que abra este empaque con emoción. El texto del reverso de la caja, que rara vez traeré a colación, no tiene mayores inconvenientes más allá de la pseudo-Papyrus que no permite una lectura cómoda. Entre las muy escasas opciones del DVD y la ausencia de un screenshot diciente, hay algo que llama la atención: el idioma de la pista de audio se halla listado como “Inglés”, con subtítulos en español… Pero adelante, en la mencionada burbuja amarilla, dice “Versión en Español”, entonces, ¿A qué lado de la caja debo creerle?

Para los anaqueles de la curiosidad, la imagen de la portada es exactamente la misma empleada por la edición de Disney (bien conocidos por su deliberado maltrato a las propiedades de la familia Miyazaki) salvo por la completa remoción de Muska, por razones que no logro comprender con claridad.

Por dentro

Laputa - Menú Babilla

El menú principal, como podrán ver, es bien lesivo, aunque se debe abonar (si de algo vale) que se intentó emular el carácter steampunk/victoriano con una suerte de proyección via mutoscopio. Si me preguntan qué hace ese fotograma de Mi Vecino Totoro ahí, pues no podré responder nada. De acuerdo a las predicciones del reverso de la caja, el “menú interactivo” consiste únicamente en poder elegir entre la reproducción de la película o seleccionar la escena desde la cual la queremos ver.

Laputa - Edición Babilla

Qué fotograma tan horrible. La copia de la cual se obtuvo esta versión no es la de Disney, y no está en inglés, vaya uno a saber qué clase de .AVI mugroso es el origen de esto. Dura 120 minutos y no 124, aunque esto es en realidad una minucia. Sigamos.

Porco Rosso (Kurenai no Buta, 1993)

Porco Rosso - Babilla portada

Notamos en primer lugar que no hay consistencia entre el encabezado de la película anterior y esta, donde se reemplaza el “Babilla Ciné presenta una película de Studios Ghibli” con un simple “Studio Ghibli presenta”. A estas alturas ya no debe ser un detalle desalentador. La portada, una vez más, está impresa a partir de una imagen muy comprimida en un formato inapropiado, pero lo que más llama la atención es el texto acompañante que parece algo improvisado y escrito a la carrera: “Libertad, Vuelo y Aventura“, aunque es conmovedor pensar que la persona que diseñó este empaque en especial tuvo la decencia de ver la película y anotó un detalle salido del corazón.

Porco Rosso - Babilla reverso

El reverso es una especie de “mejoría” sobre la película anterior, ahora mostrando capturas de pantalla que no parecen sacadas de esta versión, como ya veremos, y con una sinopsis algo más amigable a los ojos. Hay una nota abajo, referente a la protección de derechos de autor, y es algo que me resulta algo irónico, gracias a la calidad regular de estas versiones. Ahora que tengo oportunidad de mencionarlo, espero perdonen la calidad de las fotos, y si no es tolerable, pues ojalá me contraten en Babilla.

Por dentro

Porco Rosso - Babilla menú

El menú de inicio es menos sucio que el de Laputa, por no decir más. La carencia de opciones ya se hace común, y en otro giro sorpresivo, se supone que esta es la versión aprobada por Disney, pero está en audio japonés, nuevamente con los subtítulos embebidos directamente en la pista de video. Parece que esto de fabricar y vender DVDs originales es más fácil de lo que yo creía.

“Mierda”, en efecto.

Lo que viene a continuación me fue difícil de digerir.

Princesa Mononoké [?] (Mononoke Hime, 1997)

Mononoke - Babilla portada

Con tilde en la “e”, vea pues. Queriendo sobresalir de sus predecesoras en esta mugrienta colección, la responsable de esta enloquecida compra ha sido dotada de una portada lo más de pintoresca, en una composición de fotogramas de la película y arte original que en mi vida había visto. En una inspección más cercana, se trata de la imagen de portada de la banda sonora original con Moro altamente editada, más una sobreimposición de Ashitaka cabalgando a Yakuru en la batalla después de su exilio (ver más abajo), y en el fondo se puede ver el título original de la película escrito en kana y kanji. Si alguien ha visto esta imagen de portada por ahí, en otro lado, estaría a gusto de que me lo hiciera saber.

Mononoke - Babilla reverso

Le dedico una mención especial a todo lo anterior porque lo demás es un retorno a la mediocridad. Vuelve la Papyrus, tanto al frente como en el reverso, y si hiciera falta mencionarlo, los screenshots tampoco parecieran pertenecer a la calidad de la película que hay aquí adentro. ¿A qué calidad me refiero?

Por dentro

Mononoke - Babilla menú

Este menú hasta ahora lleva la delantera para ver cuál de todos es más chirrete y hecho a medias. Al menos el de Laputa tenía espíritu, aunque estuviese viciado por pertenecer a esta serie de crímenes.

Esta película ha sido copiada bruscamente de la edición de Miramax, no está cortada ni omite partes importantes, lo cual es bueno, y los subtítulos (sí, embebidos) son la traducción al español de la famosa localización hecha por Neil Gaiman, que no es mala en sí misma, pero cabe admitir que es muy expositiva y en ocasiones redundante con lo que se muestra en pantalla.

Mononoke - Babilla 1

Asumo que tendré que comprar otra versión por aparte, si quiero disfrutar realmente de esta loable película.

El Viaje de Chihiro (Spirited Away/Sen to Chihiro no kamikakushi, 2001)

Chihiro - Babilla portada

Esta película comparte, junto a Mi Vecino Totoro, el honor de ser la droga de entrada hacia la obra de Hayao Miyazaki y de Studio Ghibli, en general, y por ende son las más populares y las que han recibido el mejor trato a lo largo del tiempo. Y no es algo que no se merezcan, ambas son muy buenas películas, aunque pueden leerme rezongando por el abultado culto que tienen, dejando otros filmes (y directores) en una relativa obscuridad.

Esto puede verse, si bien a medias, en el diseño de la portada, donde no se han atrevido a componer alguna locura a medias, y en cambio le han hecho un leve rediseño a la carátula original. Sobria, impresa en buena calidad e incluso con una pequeña nota de marca registrada por AMPAS junto a la estatuilla de la Academia, que detalle, hasta las miniaturas de plomo están asombradas. De todas, es la única que tiene un lomo decente y presentable. ¿Cuánto puede durar la fantasía de un producto bien hecho, Babilla? ¿Cuánto?

Vamos a darle la vuelta.

Chihiro - Babilla reverso

Ah, pero qué porquería. Ya fusilaron la portada y la versión seguramente está quemada de una fuente muy poco confiable, como en los otros 3 casos, ¿No podían tomarse la molestia de fusilar también el reverso? La sinopsis está escrita por el habitante de una mazmorra, a juzgar por la redacción y las mayúsculas, y pocas dudas me caben ya al pensar que se trata de la misma persona que ha diseñado todos los adefesios anteriores.

Por dentro…

Urggh - 1

Urghh - 2

Uff, qué falta de todo, a lo bien.

***

Ha terminado esta ofensa. Háganse un favor y NO compren esta versión, verán mucho mejor invertido su dinero si mandan traer las ediciones mexicanas. En general, no compren nada de Babilla Ciné, si aprecian sus películas y su dinero. Ha de tener un carácter lastimoso el leer toda esta tierra echada sobre una empresa nacional, pero no he conocido la primera edición de Babilla que sea bien hecha y compita con estándares internacionales. Cuando lo hagan bien, volveremos a hablar del tema.

Así pues, nos encontraremos en otra ocasión, estimados lectores, hablando largo y tendido sobre las cosas que más nos molestan del maravilloso, mágico y encantador mundo del cine. Hasta entonces.

Horr-o-rama 2: Última Semana

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Han visto con nosotros numerosos desangramientos, y para cerrar, queremos invitarlos a un último ciclo sin un eje temático más allá de una elección arbitraria de los organizadores. Las películas que tendremos la fortuna de ver son:

Jueves 31 de Octubre: House (Nobuhiko Obayashi, 1977), duración: 88 minutos.

Viernes 1 de Noviembre: Jacob’s Ladder (Adrian Lyne, 1990), duración: 113 minutos.

Sábado 2 de Noviembre: Candyman (Bernard Rose, 1992), duración: 99 minutos.

Abandonen su cordura. Ha sido una aventura arriesgada y estupenda para un puñado de primerizos cuya única intención ha sido compartir unos cuantos dulces y trucos fílmicos con ustedes. En sí, el establecimiento conserva sus precios: la entrada cuesta $5.000 y viene con una cerveza o gaseosa, a su elección. Las funciones empiezan a las 7:00 pm, se recomienda puntualidad, y hay parqueadero vigilado. La dirección, como siempre, es Calle 54 #36A-36, a 3 cuadras y media al occidente de la estación de Transmilenio “El Campín” y a una cuadra al norte del puente peatonal de Icontec (también conocido como la entrada de la Nacional de la 53).

Filmigrana, donde una imagen y mil palabras van acompañadas.
Filmigrana, donde una imagen y mil palabras van acompañadas.


Los recordamos a todos por nombre propio, y esperamos que vuelvan para esta última entrega, antes de embarcarnos de lleno a la magia de la producción cinematográfica.

Horr-o-rama 2: Semana 2

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Tal como los mejores asesinos en serie y demonios del Averno cuyos patrones consideran una inversión redituable, nosotros también volvimos de la tumba para darles más. En nuestro caso no son puñaladas ni maldiciones lo que ofrecemos, sino más bien películas (que puede venir siendo peor). Atención, aquellos que todavía aprecian su cordura, venimos con lo siguiente:

Jueves 24: The Exorcist III (William Peter Blatty, 1990), duración: 110 minutos

Viernes 25: A Nightmare on Elm Street 3: Dream Warriors (Chuck Russell, 1987), duración: 96 minutos.

Sábado 26: Hellraiser V: Inferno (Scott Derrickson, 2000), duración: 99 minutos.

Aléjense de los malos augurios que todo el mundo suele arrojar sobre las secuelas, que son “malas” y nada más que un “intento de ganar dinero con una propiedad familiar”. Y bueno, algunas personas tienen que comer y cobrar un salario, pero en ocasiones especiales, como las que veremos esta semana, esas mismas personas se dedicaron lo suficiente para hacer un producto con mucho cariño y calidad.

Por las familias de esas personas, y por nuestro cortometraje en pre-producción, venga a disfrutar de estas funciones.

La entrada cuesta $5.000 y viene con una cerveza o una gaseosa, a su elección. La dirección es Calle 54 #36A-36, una casa de 4 pisos y rejas negras junto a un edificio en construcción. Algunos ya la conocen, y otros se preguntarán por qué no habían venido antes. El parqueadero es vigilado y gratuito, puede venir en carro y en compañía, en caso de que el transporte público sea una preocupación. Y la hora de entrada, como viene siendo costumbre, es a las 7:00 pm.

"Cómo llegar", ahora a todo color.
“You’re here.”

Una vez más, bienvenidos a Horr-o-rama, un evento anual de Filmigrana.

Horr-o-rama 2: Semana 1

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Sus noches, usualmente llenas de lluvia, smog y tráfico insufrible, están a punto de convertirse en un espectáculo encantado: nuestro infame y naciente ciclo de películas de horror regresa para una segunda edición. Para esta semana tendremos un trío de piezas amarillentas y viscosas, seminales para todo aquel que aprecie la sangre y los gritos en el celuloide:

Jueves 17: Bay of Blood (Mario Bava, 1971), duración: 84 minutos

Viernes 18: Zombi 2 (Lucio Fulci, 1979), duración: 91 minutos

Sábado 19: Deep Red (Dario Argento, 1975), duración: 126 minutos

Como ya es bien sabido, la entrada a la función cuesta $5.000, y adicional a este mágico y horrendo show, les hace acreedor de una cerveza. La dirección es Calle 54 #36A-36, apenas unas cuadras abajo de la estación de Transmilenio El Campín. Tenemos parqueadero vigilado y gratuito, ofrecemos golosinas a precios muy cómodos y la película en sí empieza a las 7:00 pm. Ya saben qué plan los espera en Octubre. Si no pueden asistir a estas funciones, el jueves 24 reanudamos con otro trío de películas adicional.

"Cómo llegar", ahora a todo color.
“Cómo llegar”, ahora a todo color.

Todos los fondos recaudados van en pos de la realización de un cortometraje independiente, así que es todo por una buena causa, auspiciada por los patanes esnobs de siempre.