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El 18 de Agosto

Es un día que difícilmente puede escaparse a la memoria, aquel en el que Dustnation y yo optamos por plantear esta iniciativa incipiente. Los elementos ya estaban ahí desde hacía mucho tiempo, nuestra común admiración por The Pink Smoke (el conocimiento de su existencia se lo debo a mi colega), el desierto del tedio que componía nuestro tiempo fuera del campus universitario, así como todo ese farfullo que brotaba en cuanto hablábamos de alguna película que no se mencione muy a menudo. De ese modo, sólo nos hacía falta darle forma a todo ese montón de fool’s gold que tenemos aún en nuestra posesión, con notoria abundancia.

Nace Filmigrana, concretamente, no como un sitio de reseñas concretas y que vayan al punto de la obra audiovisual en cuestión, sino como un delicado, intrincado y frágil trabajo de unir hilos de oro y plata, referencias y pasajes que se retuercen en sí mismos y son luego terminados por sutiles fotogramas y comentarios-al-pie dispuestos en las volutas. Nuestro objetivo inicial era ese, un enorme despliegue de pensamientos que, lejos de ser interpretado como la ansiedad del hombre contemporáneo por comunicarse, resulta como la tranquilidad de pasear por muchos caminos y portones decorados, usualmente sin ningún fin más allá del disfrute de la ruta escénica.

¿Cuáles eran nuestras expectativas cuando iniciamos esta labor, y qué logramos con respecto a aquellas? Como muestra de esa ingenuidad compartida, pongo sobre la mesa que no esperábamos tener más de 1000 visitas en lo corrido del año, porque consideramos que posiblemente la Internet es para gente talentosa y apuesta; aunque descubrimos que eso último es efectivamente cierto, pudimos romper la brecha autoimpuesta tras contar, a lo largo del año, con 4709 visitas, muy pocas de las cuales eran producto del spam o algún tentáculo de la industria pornográfica (en instantes abordaré esto).

En principio nos resultó impensable que alguien quisiese ayudarnos con esta chifladura, ya muchas personas están ocupadas atendiendo sus estudios, trabajos o tiempos de ocio en la red como para querer escribir artículos que probablemente nadie lea, o al menos no voluntariamente. Sin desprendernos de un sólo centavo hemos contado con la inestimable ayuda de Demuto, presunto editor del blog y demonio fásico, quien todavía trabaja arduamente para poder cumplir con su quota de Errol Morris; JNMGLVDL, Samuelmorel y K0walsky han sido hasta ahora los proveedores de la visión más refrescante y alentadora en el sitio, cuando mis artículos sobre Julia Roberts y el cine mudo no dan más abasto en cuanto a generar hastío se refiere.

Nuestros lectores no son menos importantes, y estoy seguro que nada de esto se estaría publicando si no sintiera la necesidad de ingeniarme una forma indecente de darles las gracias. Me doy el lujo de citar a Ultramundano y a Santiago, que no han vuelto por acá; al miserable Patan’s Bully, cuyos comentarios llenos de sorna y desidia extrañamos constantemente; a Profano y a GvS, activos y sagaces observadores siempre con un notable apunte para ofrecer, tanto como el buen Mr. D’Leh, que nos ha ayudado a promover esta humilde publicación en tierras aztecas (o al menos eso creo); no dejando por fuera a algunos otros de aparición breve, cuyo retorno también anhelamos. Para quienes son fieles lectores pero no han opinado todavía, nos preguntamos constantemente por qué no lo han hecho ya, y agradecemos igualmente sus subscripciones o su atención en cuanto las notificaciones de Facebook o Twitter cobran vigencia. Recuerden, una subscripción no los compromete política o emocionalmente con Filmigrana, pero estarán al tanto de nuestro cuestionable despliegue verbal.

Ahora, como me quedo sin cosas que decir (finalmente), haré una pequeña mención de las cifras más relevantes, las más inócuas y por supuesto, lo más absurdo que ha llegado hasta nosotros.

  • La mayoría de nuestros lectores han llegado desde Facebook, con 572 clicks en la infame red social. Formspring.me ha traído 80 clicks y las subscripciones por Hotmail unos 32 clicks llenos de fidelidad.
  • Aunque es bastante difícil establecer cuál es el artículo más leído, gracias a la aparición de éstos en formato completo desde la página principal, podemos decir que 116 personas han entrado sólo a ver Escape from New York (1981) de John Carpenter, naturalmente redactada por Dustnation.
  • Aparte de ‘filmigrana‘ con 121 visitas, los términos más buscados para llegar a nuestro sitio son ‘snake plissken’ con 54 búsquedas, ‘robocop’ con 40 búsquedas (de quien curiosamente no existe artículo alguno) y ‘foolish wives’ con 18 búsquedas. Por otro lado, ‘telón de teatro‘, ‘telon‘ y muchas variaciones de éstos reúnen un notorio grueso de búsquedas, a pesar de que no hay muchas referencias al teatro o sus telones en nuestros artículos, pero, en materia de absurdo…

Abordando el asunto de los términos de búsqueda, el hacer público esto generará mucho más tráfico lamentable, pero es menester mencionar que hasta nosotros han llegado búsquedas como las siguientes:

  • ver gratis pelicula depravacion con niñas desnudas¡¿?!. En cualquier caso, no parece ser algo que se consiga completamente gratis.
  • historias de hallowen que asusten a bastante‘, probablemente buscado por los mismos sujetos del término anterior.
  • taza de cafe margarita‘, una relación de términos que se me antoja desdeñable.
  • cronenberg “prince of darkness”‘ es un fallo hilarante.
  • descompocicion de la luz al pasar por los cuerpos‘ sugiere que este sitio tiene algo que ver con ciencia o la razón, y no hay nada más lejos de la verdad que eso.
  • ‘imagenes de morros parando el dedo’ no parece tener ningún sentido, al menos en una lengua no-antediluviana como la nuestra.
  • ¿que demonios rodando los cementerios?‘ es una pregunta que nos hacemos muy a menudo, pero jamás en un motor de búsqueda en Internet
  • pelicula fuga de prision canibalismo‘ suena como un pitch excelente. Patente pendiente.
  • fotos de anos desgarrados tomadas por medicos‘ es un tema de estudio sencillamente absurdo y aterrador.
  • que significa la palabra carpentes‘. Para la curiosidad de todos los que quieran saberlo en un futuro, esa palabra no significa nada.
  • videos patanes y tranformados en formas‘ es posiblemente nuestro favorito, tal vez convirtiéndose en el slogan futuro de la página.

Y así, ad infinitum. Siendo esto apenas un asomo de lo mucho que nos hemos divertido y la reafirmación de lo mucho que seguiremos trabajando en el tiempo venidero con este pequeño rincón de imágenes, que sin importar lo mucho que se difunda seguirá siendo nuestro espacio y el de todos ustedes, estimados lectores.

Diviértanse, y que sean muchos años más en este mismo espacio.

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Como postscript, el número de correos envíados a lo largo del año a filthysnobs@gmail.com, el buzón oficial de Filmigrana, es 1. Aún esperamos con gusto sus artículos, opiniones, preguntas y todo el hatemail anónimo que nos quieran enviar.

Richard Linklater: A Scanner Darkly (2006)

Hallo una enorme dificultad en asumir este honor, inicialmente ligado (aunque tácitamente) a uno de nuestros colegas; pero de todos modos, emprenderé la tarea.

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No vale mucho recordarle a nuestros estimados lectores la ausencia de satisfacción que sienten muchos autores (cuando tienen la desdicha de seguir vivos) al ver como sus obras adaptadas al celuloide pierden su sentido a mitad de camino, enredándose en vaguedades y propuestas formuláicas que transforman el material original en un divertimento de verano, o posiblemente algo peor.

Pero este artículo, aparentemente ponzoñoso en principio y que presuntamente atacaría el cinema como entretenimiento -y bueno, es que todos estamos metidos en esta noria del capital artístico- prudentemente se desviará hacia el elogio de las adaptaciones, naturalmente las buenas adaptaciones, no especificamente aquellas que trasliteren la tinta o los carácteres escritos por situaciones en pantalla, sino las que capturan el espíritu original de la obra escrita, a mi juicio personal. Hay escritores infortunados, alguna suerte de F. Scott Fitzgerald o Gabriel García Márquez que nunca vieron una obra suya llevada satisfactoriamente al celuloide, por diversas razones, aunque hubiesen querido desde siempre lo contrario; en el otro lado de la mesa tenemos a un hombre dichoso (y clinicamente enfermo) en vida, amado por sus fans y que, hasta donde le fue posible, estuvo de acuerdo con la visión de las imágenes que alguna vez fueron sus letras. Me refiero, sin lugar a dudas, a Philip K. Dick.

Seguro que las portadas de sus primeras ediciones tuvieron influencia sobre ese éxito.

Escritor sumamente prolífico, a pesar de los tormentos psicológicos a los que estuvo adscrito desde su juventud, PKD fue un hombre entregado a la divulgación filosófica a partir de la literatura, a través de un género usualmente considerado como vulgar y vano como lo es la Ciencia Ficción, y su enfoque hacia los problemas de las relaciones humanas con las instituciones, la memoria y la alienación fue notorio y recurrente a lo largo de su obra. Como todo individuo que haya sobrevivido a los años 60’s detrás de una máquina de escribir, Philip no fue ajeno a los influjos de las drogas, y su círculo cercano de amistades estuvo envuelto en el maremágnum que significó la divulgación del LSD como un método terapéutico en psicología y un entretenimiento más allá de lo mundano. Parte de la recolección de sus errores y enmiendas puede hallarse en estas dos cartas, que evidencian su preocupación posterior por las contingencias a las que un adicto debe enfrentarse en su universo solipsista y altamente alterado.

Eventualmente escribe A Scanner Darkly, a alturas de 1977 (en una época mucho más conservadora y franca frente a los alucinógenos, algunos observarán) y él mismo considera que es la novela más brillante que haya generado hasta el momento. Tras una dedicada participación en el polvorín que renueva el interés por la ciencia ficción como vehículo cinematográfico, Blade Runner (1982), Philip K. Dick cruza el Límite de la Realidad y su sabiduría entre los mortales aparentemente queda congelada para siempre; hasta que la mencionada obra de Ridley Scott se convierte en un clásico infaltable y el interés por PKD y su obra se torna repentinamente en una romería literaria, llevando consecuentemente a la adaptación de un número mayor de obras suyas, mediante auteurs de facturas muy diversas. Los resultados de estas obras serán motivo de discusión en artículos posteriores a la publicación de este.

Me limito por ahora, no obstante, a plantear una de las dificultades que presenta la realización de películas de Ciencia Ficción, y es el de las responsabilidades del departamento del Arte, en ocasiones con especial énfasis en los efectos especiales. ¿Cómo traer a la vida esos universos posibles y, en muchas ocasiones, distantes perceptualmente a nuestra cotidianidad, logrando con ello un mínimo de verosimilitud?

¡Con Scanners, por supuesto!

En el caso que nos atañe, tenemos a un director versátil y relativamente desconocido que, a través de la magia de la rotoscopia (porque todo en la rotoscopia es magia, no nos engañemos), nos trajo una pieza que es simultáneamente una aventurada empresa en términos de animación y una delicadeza de cóctel, elemento casi que infaltable para impresionar chicas en algún bar alternativa con toda la cantidad de trivia que ofrece. Sí, me refiero a Waking Life (2001) y a su artífice, Richard Linklater. Cinco años después de trabajar con la Fox Searchlight se cubre bajo el ámparo de la Warner Independent Pictures, y ensambla -con un elegantísimo reparto- la película de la que he estado intentando hablar, hasta ahora sin mucho éxito.

A Scanner Darkly es un relato inscrito en un futuro phildickiano, que podría ser hoy mismo o dentro de un par de meses, en el cual un estado de California como cualquier otro ha perdido la guerra contra las drogas, en especial frente a la “Substancia D”, una cápsula altamente adictiva y con efectos no del todo deseables. Robert Arctor (un Keanu Reeves muy emotivo, por paradójico que pueda sonar), apenas entrado en los 30, convive en una casa de suburbio con una liga de inadaptados sociales, entre los que se cuentan James Barris, charlatán (Robert Downey Jr. rejuvenecido en extremo), Ernie Luckman, holgazán (Woody Harrelson) y ocasionalmente Donna Hawthorne, la chica (Winona Ryder, siempre bella) y Charles Freck (Rory Cochrane)… Un personaje algo difícil de describir, pero es quien en última instancia habla con más fidelidad acerca del estado de cuentas de estos sujetos. La casa es un refugio cultural para ellos, y a su vez refleja todas las impresiones de aquello que pudo ser, como el hábitat de una familia, pero que ha sido transformada gracias a la mentalidad de sus variopintos ocupantes. Ah, y las drogas.

“Drippy little things”

El inconveniente es introducido a través del mismo Bob Arctor, quien resulta ser también “Fred”, un agente encubierto al servicio de la policía y cuya misión, como es de esperarse, consiste en desmantelar lo que se sospecha que es una enorme red de narcotráfico, de los que aquellos confundidos seres probablemente hacen parte. Bob debe dividir su vida en partes más o menos iguales, dedicando tiempo a su ‘vida real’ con los compadres, así como invirtiendo esfuerzos y paciencia en descubrir más acerca de la fabulosa red de narcotráfico y la identidad real de las personas con las que se encuentra, siendo el término persona el más adecuado con creces para esta situación, empleado de manera clásica.

La transición entre identidades se nos presenta de una manera que probablemente el mismísimo Dick imaginó como tal en su visionado de la novela, y la ejecución roba el aliento: se trata del “Scramble Suit“, un McGuffin textil que permite al portador pasar desapercibido gracias a que, en la práctica, hace todo lo contrario, convirtiendo al portador en una masa de rostros y aparejos fluctuantes y dotándolo de un timbre y tono de voz neutros, con tecnología que se podría deducir como de vocoder. ¿Cómo funciona esto? Me ahorraré mil palabras más, con una imagen (un .gif, para ser más precisos).

Háganse una idea.

Y es a partir de esta división de personalidades que Bob empieza a perder la confianza en el trabajo de “Fred” y viceversa, mientras que las intenciones de los inquilinos parecen enrevesarse más y más de lo que nos ofrece el diálogo, escrito con fluidez y tino para los ritmos cambiantes del argumento. No es para menos, y excusarán la notoria aliteración, si la fuente proviene de un escritor muy bien versado en escribir diálogos, y quien adapta es un director cuyas películas más importantes han sido sobre gente que dialoga. Básico. No es un Public Service Announcement de hora y media de duración, y de hecho, la película no está dirigida a una población muy joven, dada la suma complejidad del tema tratado (aparte de las drogas). La sensación de salir y entrar constantemente en el laberinto gelatinoso e inseguro de una conspiración política y social se halla siempre presente, climatizándose a medida que la película fluye con facilidad a través de tan poco tiempo; hasta el punto en el que quisieramos ver algo más de metraje, sólo para despejar la gran cantidad de dudas que nos quedan tras el visionado de este vidrio oscuro, con una banda sonora cortesía de Thom Yorke:

“What does a scanner see? Into the head? Down into the hear? Does it see into me, into us? Clearly or darkly? I hope it sees clearly, because I can’t any longer see into myself.”

Y es este monólogo que, a final de cuentas, nos intitula informalmente como scanners, como aquellos que ven la realidad del descenso de Bob Arctor y de muchos otros anónimos caídos, apenas parpadeando ante los sucesos fantásticos que se desenvuelven frente a nuestros ojos. Por si sirve de referencia, Steven Soderbergh es productor ejecutivo.

Aunque no se le refiere a menudo como una película de Ciencia Ficción obligada, creo firmemente en que debería entrar en el canon del nuevo milenio, con preocupaciones y dilemas que, a pesar de tener sus bases en un escrito de hace 40 años, son afortunadamente el producto de un hombre muy adelantado a su tiempo, por cualquiera que sea la razón a la que se le atribuye eso. Linklater, por otro lado, conserva su imagen de cineasta independiente, seguro preparando algo de gran factura para los tiempos venideros.

“Don’t do drugs”

Como nota final, es posible ver esta película en streaming a través de HBO MAX y YouTube (Nota ed: Nov. 2022), para quienes quieran disfrutar del visionado íntegro de la obra. Quedan advertidos.

Erich von Stroheim: Queen Kelly (1932)

Hemos llegado, finalmente, a la triste e inmerecida despedida del legado que hemos estado observando durante casi todo un año, a lo largo del cual hemos presenciado la evolución del estilo de ese falso noble y carismático actor/director que es von Stroheim, inmortalizado y perdido en sus obras fragmentadas.

Su pasión por convertir pequeños romances en obras de arte inició en Blind Husbands (1919) y fue perfeccionad0 a lo largo de la desaparecida The Devil’s Passkey (1920) y Foolish Wives (1922), que podría ser vista como la revancha de Erich von Steuben tras regresar del Infierno al que fue arrojado desde el Monte Cristallo, con el fin de seguir seduciendo mujeres a través de la militaria y los placeres del juego. Este juego del hombre que aún rodeado de riqueza es auténticamente miserable se prolongaría por tres cuatro entregas adicionales, una de ellas perdida para siempre en las llamas implacables del nitrato de celulosa: aquella obra olvidada que se conoce como Merry-Go-Round (1923), la muy bien lograda The Merry Widow (1925), seguida de la espectacular The Wedding March (1928) y su secuela The Honeymoon (1928).

Curiosamente, hay dos películas que no guardan una relación tan estrecha con las anteriores, a pesar de compartir ciertos aspectos en materia de reparto y marco espacial. Me refiero (como nuestros estimados lectores ya habrán adivinado) a aquella obra cumbre, Greed (1924) y a una de las pocas obras de la época que ha permeado con sonoridad (en un arraigo de sentidos) a través de la cultura popular contemporánea, The Great Gabbo (1928). El eje de este binomio es algo que me precio de describir como la evaluación y deconstrucción de los valores humanos al ser puestos bajo situaciones de extrema deprivación emocional, e independientemente del carisma de los ‘protagonistas’ de toda la filmografía ya mencionada, usualmente anti-héroes de carácter byroniano, es en estas dos donde vemos que al final, todo está perdido para ellos.

Especialmente si insisten en utilizar uniformes prusianos.

¿De qué va todo lo anterior? ¿Es acaso una treta mía para cumplir con una cuota de miles de palabras? Queden bien advertidos todos, que tras la revisión de una obra tan extensa y con unos lineamientos morales más o menos definidos, se esperaría que la obra madura fuese un producto consecuente y muy bien desarrollado frente a todo lo anterior; es mi hora de negar con la cabeza, y explicar lo que viene a continuación.

Para von Stroheim, su único trabajo sonoro resultó ser otro motivo de despido e infuria con el puesto de la dirección, gracias a los desacuerdos que nunca faltaron entre él y James Cruze. Tras un prolífico año en el que había estrenado tres películas, los caminos del director y la diva del cine mudo Gloria Swanson se unieron como estrellas en un sistema binario, creando inicialmente un esplendor de proporciones astronómicas gracias a los fondos otorgados por Joseph Kennedy (pater familias de la célebre e infortunada dinastía estadounidense); eventualmente, como cualquier persona que tenga conocimientos en física podría haberlo adivinado, esta unión de fuerzas llevó a una desastroza ruptura y sentó la marca del final de una carrera prometedora.

El argumento es algo simple si se conocen los patrones de las películas analizadas anteriormente, pero antes, tendré que explayarme un poco en ciertos aspectos muy puntuales: nos encontramos en una región ya-no-tan-fantástica de Europa central con semblanzas y matices que se inclinan a lo prusiano, Kronberg, posiblemente basada en Kronberg im Taunus, un pequeño y próspero pueblo ubicado en el estado de Hesse, en el centro de Alemania. A la cabeza de este sitio se encuentra la despótica reina Regina V (Seena Owen, poderosa y con un muy buen papel), nombre que en italiano traduce directamente a “Reina” y nos invita a pensar que alguien no estaba muy concentrado cuando escribió esta historia; la reina Reina es la prometida del príncipe Wolfram (interpretado por Walter Byron, un actor usualmente de reparto) quien resulta ser la mezcolanza de toda la ruindad y vileza hallada tanto en el Príncipe Danilo de Monteblanco como en Sergius Karamzin el ruso, más una pizca de abuso sexual.

Clásico.

La impetuosa Regina desea contraer matrimonio con Wolfram, a pesar de la conducta reprochable de éste y sus arribos al palacio imperial con la desfachatez de un beodo. Durante una procesión militar cuya explicación se me escapa de las manos, Wolfram se topa con otra pasarela, esta vez de novicias de un convento, y posa sus ojos sobre una de ellas, posiblemente la de aspecto menos inocente, Kitty Kelly (¡Gloria Swanson!); aquel emplea un modus operandi similar al de von Wildeliebe-Rauffenburg, y así como ando arrojando referencias por doquier en espera de que ya hayan leído los artículos anteriores (que para eso son), Wolfram se empecina en coquetear con la notable novicia. Los caminos de ambos se separan, pero el príncipe no queda satisfecho con tan nimio encuentro y, displicente a las atenciones de la reina, prefiere emprender una gesta de atronador subtexto con el fin de secuestrar a Kelly y llevarla a sus dominios.

Kelly no tarda mucho en desarrollar un síndrome de Estocolmo por su captor, aproximadamente media hora de metraje y tiempo diegético por igual, y cuando los dos finalmente pueden entregarse a las delicias de la carne, son sorprendidos por una Regina que arde en la furia de un balrog de J. R. R. Tolkien, látigo en mano incluido, dispuesta a exiliar a la invasora. Kelly, sintiéndose despojada de toda virtud o entrega a una causa reconocible, decide suicidarse tras ver una imagen de la Virgen María, en un posible guiño a la “Vendedora de Cerillas” de Hans Christian Andersen; para su infortunio, es rescatada de las aguas a las que se había arrojado y emprende la huída al África germana, donde contraerá nupcias con el enfermizo dueño de una plantación (Tully Marshall, reiterando el papel de sádico acaudalado) y será posteriormente conocida como La Reina Kelly, preparando su regreso a Kronberg.

“No he olvidado nada de lo sucedido, un reflejo espectral de sus fechorías me ha estado acompañando.”

De vuelta a las desgracias de la realidad, es menester hacer notar que ese último trozo que narré es lo que se esperaría ver en una película cuya duración estimada sería de 5 horas, pero el producto final es una mofa a la paciencia del espectador. Habiendo rodado de manera más o menos cronológica, von Stroheim fue despedido un tiempo después de haber iniciado las secuencias del África, dados los roces con la productora y actriz protagónica que ya se mencionaron. Arreglándoselas como pudo, Swanson intentó amarrar con un cordel el trozo de argumento que había hasta ese momento y lo consideró una jornada completa, logrando exponer el producto finalizado en Europa tras 3 años de litigios (la película originalmente sería distribuida en el 2009); von Stroheim, por otro lado, conservaba parte de los derechos de la obra, por lo que impidió a toda costa que esta fuese expuesta al público americano mientras estuvo con vida.

La película ganó notoriedad por todos los inconvenientes que rodearon su producción, pero esta serie de accidentes no implicaron el éxito del producto cinematográfico en sí que, al ser enteramente silente en una época con sonido estandarizado, no recibió el aprecio de la crítica ni el público en general. Como los más ávidos lo habrán notado, esto genera sus ecos en una de las magníficas obras maestras del versátil Billy Wilder, Sunset Boulevard (1950), cuando el personaje de Norma Desmond (interpretado por la mismísima Swanson) comenta que el cine sonoro reduce la potencialidad del actor para poner de manifiesto su rostro, la tarjeta de reconocimiento en la era muda. En sus propias palabras, “We didn’t need dialogue. We had faces!“.

And faces they had!

Escarbando el fondo del barril de la ironía, notamos que es en esa misma película que nos muestran extractos de la vida de Desmond como actriz, y en la infame escena de la proyección es posible distinguir escenas de Queen Kelly, aún con el veto impuesto por el hombre detrás del papel de Max von Mayerling -mayordomo extraordinarie-, nadie más que Erich von Stroheim.

Queda pues, de nuevo velado en el misterio lo que habría podido ser esta obra, contando el director con un equipo de lujo en cada departamento: en asistencia no podía estar nadie más que el confiable Louis Germonprez; la fotografía se halla acreditada a Paul Ivano, pero los verdaderos Hefestos de la luz fueron los clásicos William Daniels y Ben Reynolds, apoyados por un ya curtido Gregg Toland (nominado a 5 premios Oscar® y ganador de 1); en materia de arte, von Stroheim y Richard Day trabajaron incansablemente para crear los sets exquisitos que pueden verse en pantalla, pero sus nombres (como de costumbre) no reciben reconocimiento en el área.

Existen actualmente dos versiones de la película, una de las cuales se halla restaurada y contiene algunas secuencias del segmento africano, y la autorizada por Gloria Swanson que dura apenas unos 74 minutos, en estado reprochable y disponible para descarga en libre dominio (con intertítulos en italiano), cómo no podía ser de otra manera. En cualquiera de los dos casos, tenemos en nuestras manos lo que parece ser el análogo a una hermosa rueda de carro, que a pesar de nuestros esfuerzos no podremos discernir si pertenecía a una vulgar caravana comercial o bien, si en su tiempo fue diseñada para hacer rodar un brillante carruaje, digno de reyes y conquistadores. Posiblemente el tiempo nunca nos lo dirá.

Ralph Bakshi: Fire and Ice (1983)

La prolongadísima Era de Hielo, en sí misma dividida en periodos glaciales e interglaciales, es motivo aún de fantasía, especulación y misterio en nuestra vieja tierra, a pesar de los esfuerzos conjuntos de geólogos y meteorólogos por explicarla y predecirla completamente. Nuestra fascinación por el componente (in)humano sepultado en el hielo infranqueable va desde la legendaria pieza maestra de John Carpenter, The Thing (1982) hasta obras como The Thaw (2009, con Val Kilmer), The Last Airbender (2010, el último clavo en el sarcófago de Shyamalan) y la serie japonesa de televisión/culto Neon Genesis Evangelion (1995-1996), cada cual con sus diversos gradientes de calidad en su búsqueda. Muy lejos de esa idea, nada relacionada con la ciencia y la comprensión de los fenómenos que nos rodean, se encuentra la violencia salvaje e incomprensible del arquetípico cimerio, Conan el Bárbaro, habitante de la Edad Hibórea (tan ambigua como la de hielo) y producto de la imaginación febril y entusiasta de Robert E. Howard.

Si con lo anterior he sugerido los acontecimientos de un encuentro de ambos tópicos, no crean que este artículo (como el título ya les habrá ayudado a deducir) va a hablar de Encino Man (1992), la comedia que con Sean Astin y Brendan Fraser a la cabeza nos enseñó que descongelar a un hombre primitivo (y peligrosamente hostil) sólo puede acarrear a la popularidad y el éxito en la secundaria. Hablaremos, más bien, un poco acerca de Frank Frazetta. ¿Quién es él?

Orcos sobre papel pergamino, esto es exposición.

Estamos hablando de un renombrado ilustrador de portadas de historietas y pósters de película que, desde muy temprana edad, accedió a los más privilegiados nichos de educación artística gracias a su impulso por dibujar (estoy tomando nota). Reconocido por sus múltiples manifestaciones sobre el papel de sementales musculosos, doncellas apenas cubiertas de ropa y monstruos aterradores (“or any combination of the above”), sus personajes más memorables son el ya mencionado Conan el Bárbaro, así como John Carter de Marte, el héroe de la saga ‘de Marte’ de Edgar Rice Burroughs. Si se me permite la cuña, la infame Asylum Productions engendró una adaptación fílmica de Princess of Mars (2009) con Antonio Sabato Jr. (?) emulando a Carter y Traci Lords (!), ya una veterana alejada de la industria pornográfica, con una indumentaria que recuerda al fan service ofrecido por George Lucas y sujeto al cuerpo de Carrie Fisher en Return of the Jedi (1983). Que no se hable más al respecto.

Frazetta, un confeso fan de los estudios de animación Disney, siempre quiso trabajar con éstos; mas por diversos inconvenientes de logística nunca le fue posible abandonar su morada en New York. Ahora, entrando en el terreno de la suposición, ¿Qué sucede cuando un fan y un anti-fan del emporio del tío Walt se encuentran y colisionan para trabajar juntos? ¿Física cuántica? ¿Magia? ¿Una cinta que nos recuerda lo obscuros que fueron los años 80’s?

“¡AHHHHHHH!”

De la mano de ese gran patriarca de la rotoscopia y la animación para adultos, israelí-americano de ascendencia que es Ralph Bakshi, señor de Wizards, (1977), Coonskin (1975) y la torturada Cool World (1992) entre otras… ¡Nos llega Fire and Ice! O como bien se me ha antojado llamarla, Mr. McGuffin & the Dei ex Machina. En una alianza de dos grandes hombres de lápices, que podría haber resultado sumamente exitosa, nace un producto que aunque se conoce a sí mismo (es bien simple como para lograrlo) se traiciona a menudo, y ofende constantemente al espectador con sus imprevistas tomaduras de pelo. No es que a mí me disguste la violencia ejercida por el momento cinematográfico, por lo que empezaré con esto de una buena vez.

La sinopsis es bien simple, apoyada con una descafeínada exposición: tras el cese del último periodo glaciar (sabía que volveríamos a hablar de esto) los hombres empezaron a organizarse y a poblar la tierra; una vil y cruenta hechicera, Juliana, alista sus tropas de sub-humanos neanderthaloides para asegurar el dominio de todo el plano conocido, con la ayuda de su hijo Nekron recién adiestrado en las artes de la hechicería y la mente, y emplearán todo su poder sobre una fortaleza ominosa rodeada de témpanos y cumbres nevadas, el Ice Peak (Pico de Hielo, para los no-angloparlantes). En uno de sus asaltos atraviesan el ingenuo poblado de nuestro protagonista, Larn, de cuya estirpe no se volverá a saber nada a lo largo de la cinta, masacre de la que el misterioso Darkwolf es testigo. Casi que simultáneamente, Juliana envía emisarios a Fire Keep (…) para trazar una tregua con el rey Jarol, monarca bonachón al frente del reino más poderoso de los homo sapiens; lo que no se sabe es que todo es una estratagema para secuestrar a la voluptuosa y cuasi-desnuda hija del rey, Teegra.

La sutileza de la diplomacia.

De aquí en adelante vemos cómo una serie de eventos aparentemente aislados pueden llevar a un destino forjado por las estrellas, uno en el cual cada evento empieza a sentirse un tanto más inverosímil y desplazado que el anterior, por efecto de los mencionados Dei ex Machina, algunos justificados y otros no tanto. A la aventura de Larn y Teegra se une Darkwolf, cuya agenda es (y permanece) desconocida, dejando sin resolver otro cúmulo de incógnitas en un camino ya acostumbrado a las mismas.

No se pueden verter culpas con tanta facilidad, y es que debemos empezar por mencionar que el guión fue escrito por Gerry Conway y Roy Thomas, antes de empezar una carrera prolífica en libretos de televisión para series infantiles y matinales de sábado, entre cuyos ejemplos podría contar G.I. Joe (1985-1986), Transformers (1986) The Centurions (1986) entre otras joyas similares. Los personajes corrieron a cargo de Bakshi y Frazetta, y bueno, aunque está la dosis tentadora de violencia y sensualidad que cunde las otras obras de ambos autores, el producto no parece estar hecho con el mismo amor al trabajo, y resulta más como un emprendimiento financiero (Bakshi confiesa eventualmente que sí, para él se trataba justamente de eso).

En la mezcla afortunada, no obstante, se halla la pulida animación de la mano de la sana cantidad de non-sequiturs que sitúan esta película en la sección que ustedes, estimados lectores, se hallan leyendo actualmente. La violencia insensata cubre una enorme cantidad de segmentos de la película, y la escasez de vestimentas en los gélidos parajes que dan lugar a la acción es parcialmente justificada con los fluidos movimientos de rotoscopia, una de las firmas más finas y legibles del hombre que odia a Don Bluth.

Ah, por cierto, no se olviden de Frazetta.

Los tan esperados resultados comerciales no fueron tal, desgraciadamente, y sería el último largometraje completamente animado al que se dedicaría Bakshi, al menos en lo que nos queda de actualidad. Recientemente la película ha sido rescatada como una obra de ‘culto’, tanto para los seguidores del controversial animador como para los más acérrimos fans del acerado ilustrador, muerto en el reciente 2010 a la edad de 82 años. Su influencia en ciertos círculos de la cultura popular, aunque bastante reducida, no debe negarse, aunque pertenezca principalmente al universo de la franquicia de videojuegos Warcraft, responsabilidad de Blizzard Entertainment (ellos mismos siendo geeks que toman su inspiración de muchas fuentes).

La fortuna nos sonríe, y esta película actualmente puede ser vista a través de YouTube en su totalidad, con una calidad que puede designarse como aceptable. Apta para los paladares que aprecien la baja fantasía, alguno de los mencionados autores, el Power Metal o una macabra vorágine de todo lo anterior.

Cuevana (y una pequeña espina)

Estimados lectores de Filmigrana, para variar un poco mi línea de películas depresivamente recortadas y de créditos extirpados, quiero traer a colación algo que es simultáneamente un anuncio y un ligero cuestionamiento, digno de un columnista de opinión altamente precario. Anuncio, anuncio como tal… Es posible que no lo sea, para un sitio web que se encuentra en funcionamiento permanente desde octubre del 2009. Cuevana.tv es el niño prodigio de 3 argentinos que, con la intención de crear una plataforma de intercambio cultural, han diseñado un sitio web en el que se puede ver un enorme número de series y películas, tanto antiguas como recientes, sin mayor requerimiento que instalar un plug-in en el explorador de Internet. Tras la instalación no queda más sino buscar, en el campo correspondiente, el nombre de la obra que queramos ver y, con fortuna, estará ahí para nosotros, en una calidad sumamente decente y subtitulada en la gran mayoría de casos. ¡Fascinante!…

Ahm, bueno, qué bien“, ya susurarrán con algo de sorna varios de los que hayan leido las primeras líneas, ya sea porque conocían este servicio desde hace un buen tiempo, o bien, porque no hay mayor sorpresa o discusión que se le deba adjudicar a una página semejante, y leen este artículo mientras descargan Precious (2010) via torrent (desalmados). En cualquiera de los casos citados, más allá del disfrute y oportunidades que ello genera, el poder actualizarse en material que dificilmente llega a ciertos países no-industrializados o a usuarios sin televisión paga, en el caso respectivo del cine y la televisión, es de suponer que quedan ciertas interrogantes en un servicio como estos.

Parece informáticamente sano, en principio, porque no hay ningún servidor ruso implicado y la ausencia de campos de texto que piden direcciones de correo o números de tarjetas de crédito es sumamente recomfortante. En ese orden de ideas, podemos deducir que no se trata de un sitio lleno de warez, donde sólo los más avezados usuarios viajan “para llegar a donde ningún otro hombre ha llegado jamás.” Ahora, la pregunta con mayor relevancia puede venir siendo ¿Qué tan legal es?

Vale la pena cuestionárselo, al menos en un entorno donde las medidas de “protección de la identidad y los derechos de los usuarios” se han venido acrecentando hasta niveles orwellianos. El ejemplo viene primero de Europa, con el conocido caso de Pirate Bay y sus políticas de copiado y difusión de la información, apoyadas por lo que puede decirse que es el Partido Pirata; en Francia se creó la deleznable ley HADOPI especificamente para regular el tráfico y acceso a la información mediante la red, así como cerciorarse de que los creativos recibiesen reconocimiento financiero por las obras cubiertas por sus derechos de autor y castigando a los infractores de ésta con el bloqueo de su acceso a la Internet, sutileza al poder; España tuvo una movida bastante álgida con la creación de la Ley Sinde, que fue (y es vista) como una acción de crecimiento económico sostenido, ajustando los ingresos de los autores cuyas obras circulan en la red. En esta parte del globo los ejemplos los vienen dando Chile y Colombia, en este último caso representado por la Ley Lleras, un dudoso proyecto que pretende apoyar a los autores a que remuevan sus creaciones de la red apelando a los Proveedores de Servicio de Internet y a los juzgados después, si consideran que sus derechos han sido vulnerados de alguna manera.

Pero qué jaleo con todo esto, ¿Por qué limitar el acceso al conocimiento a tantos individuos como sea posible, mediante estos procedimientos tan megalíticos? Si hablo desde la perspectiva del cine en general, se trata de un mercado muy frágil y que requiere una fuerte cooperación de los usuarios finales para que exista un sostenimiento, y por eso hay países como Colombia en los que no existe una industria cinematográfica propiamente dicha. Cuando la gran mayoría del público está en su casa, con una película cuya carátula ostenta un diminuto Demonio de Tazmania en alguna esquina, seguro que hay más de un individuo perdiendo dinero. “Ah, pero es que esa gente está tapada en plata“, puedo escuchar por otro lado, pero podríamos estar hablando de las producciones que pertenecen a los grandes conglomerados de la información en Estados Unidos, ¿Y qué hay del cine independiente, y de las producciones nacionales? Esta discusión ya es mucho más lodosa, y posiblemente merezca otro apartado.

No se sabe, por lo pronto, si el dinero que los creadores de Cuevana obtienen a partir de la publicidad se emplea para pagar regalías a los autores materiales y creativos de las obras ahí enlazadas. Probablemente no. Pero es necesario enfatizar que el portal sólo provee los enlaces para el streaming/descarga de los archivos, algo que también hacía cierto foro de la Argentina algo más infame, Taringa!, cuyos responsables se hallan actualmente judicializados. No quiero generar sentimientos innecesarios de culpabilidad, pero ¿Como podemos disfrutar de nuestros tejidos favoritos si no estamos colaborando directamente con los responsables del telar? Es ciertamente complejo, sobre todo si se piensa que podemos ver Black Swan* (2010) de Darren Aronosfky unas meras semanas después de que ésta haya salido en cartelera en su país de origen, sin mencionar que aún le faltarían meses para llegar a tierras sudamericanas.

En un punto de cierre (?) a este carromato de palabras insensatas y febriles, quisiera hacer una acotación a un interesante caso de violación de derechos de autor: el estudio de programación ruso Ice-Pick Lodge, responsables del videojuego The Void (2008), notaron que su más reciente creación había sido colgada en el homólogo siberiano de Pirate Bay, Torrents.ru, y su disposición frente al hecho fue la de comunicarse via foro con quienes habían descargado el juego, abrieron un hilo de Preguntas más Frecuentes y alentaron a los usuarios a que comprasen el juego original, sólo en caso de que les haya gustado realmente. Ejemplar y notorio, así debería ser el orden de las cosas.

*Descarga finalizada*

Que lo anterior no detrimente un par de visitas al remarcable sitio web, porque la presentación, la accesibilidad de los contenidos y la variedad de los mismos es algo digno de verse, independientemente del juicio legal o moral que se aplique.

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*En un tema pertinente a la piratería descarada, Dustnation considera que esta película es un remake bastante flojo de The Red Shoes (1948) dirigida por el fantástico dueto de Michael Powell y Emeric Pressburger y Perfect Blue (1997) del gran Satoshi Kon. En un próximo artículo de nuestra autoría posiblemente se sepa el por qué.

Erich von Stroheim: The Great Gabbo (1928)

Me encuentro con una serie de inconvenientes a la hora de escribir sobre una de las últimas películas conocidas de Erich von Stroheim, coincidiendo esta con el principio de toda una era en la cinematografía: el Advenimiento del Sonido. Las talkies, o (pobremente traducido como) películas parlantes supusieron un enorme avance técnico y una barrera franqueada en el acercamiento del séptimo arte hacia la realidad, suceso que cobró una alta cuota de deserciones, despidos e inconvenientes en la industria. El público, ya ‘entecado’ por el habla y sonido sincronizados, estaría difícilmente dispuesto a colaborar con el visionado del cine silente, una oferta que seguían otorgando los realizadores independientes del momento y las pequeñas productoras. Del mismo modo, los grandes magnates del plató se enfocaron en producciones que pudiesen sacar lo mejor de las nuevas propiedades sonoras de las películas, creando así un género exitoso en su momento (el musical) y dándole nuevas dimensiones a otros vehículos previos (thriller y horror, por citar un par).

Entonces, ¿Cuáles son los inconvenientes de los que hablaba hace unas líneas? El estilo de trabajo cambió radicalmente con los aparatosos equipos de grabación, retrasando años de avance en cinematografía y narración visual; del mismo modo, el número de producciones que recibirían luz verde se tornó mucho menor, y a pesar de ser una de las industrias más prolíficas durante la Gran Depresión estadounidense, no hubo cabida para todos los talentos, y aquellos que no pudieron adaptarse a la nueva tecnología tomaron bártulos y se retiraron.

Los encargados de un encuadre decente brillan por su ausencia.

The Great Gabbo, al igual que las otras dos obras que siguen en la lánguida carrera del genio, tiene un agudo problema de incompletitud, producto del desacuerdo del fuerte brazo de los productores frente al contenido que von Stroheim acostumbraba a manejar. Es tan fuerte la restricción que opera frente al director que ni siquiera se le atribuye relación alguna con el guión de la película, espacio al que había tenido acceso en todas sus empresas previas.

Lo inquietante de esta película es ver cómo funciona, de cierta manera, como una metáfora de una desafortunada carrera, símil a la del desgraciado director. Que él mismo interprete al protagonista, el ventrílocuo Gabbo, puede no indicar mucho (partiendo de alguien ya habituado a la auto-deprecación); pero al detallar el vestuario del mismo, una cierta mofa de la galantería militarística que lo había venido caracterizando, cruzada con un aire circense, pues ya viene siendo el ingreso a un territorio algo más velado. No hay ningún nombre asociado a las prolongadas colaboraciones que he querido hacer notar en entregas previas, ni siquiera Louis Germonprez se halla involucrado en esta producción (al menos frente a lo que ha sobrevivido de los créditos), por lo que el actor/director se encuentra tan sólo como su alter-ego en pantalla, apenas acompañado por un muñeco de madera que es su único talento y esperanza de sublimación, Otto (cuya voz es otorgada por un actor poco notorio, George Grandee).

“They can’t get Gabbos everyday!”

El argumento, tan bien montado y editado como los recortes de revista que se pueden hallar en cuadernos de Kindergarten [nota del editor: “posiblemente la peor metáfora que ha sido publicada en Filmigrana”], se puede sintetizar en que Gabbo, talentoso y consumado en su trabajo, enseña marcadamente su egoísmo y soberbia a la hora de compartir con sus compañeros de escena, un troupé de artistas de variedades que buscan ascender a la fama. La única persona que lo comprende y apoya es Mary (interpretada con sinceridad por Betty Compson), que halla alivio en la existencia del único vehículo que tiene Gabbo para desahogar su lado más humano y comprensivo, la marioneta Otto; mas ella no puede seguir resistiendo la opresiva presencia de su compañero de escena y decide abandonarlo, con el reto personal de buscar el éxito por su propia cuenta. Gabbo sigue trabajando en su acto en “compañía” de su singular confidente de madera y labra su camino hacia Brodway, donde le esperan el glamour y la sofisticación que groseramente ostenta; Mary, sin lugar para menos, también demuestra ser una joya esperando a ser pulida y es elevada a la fama por sus dotes de baile y canto, permitiéndose conocer a Frank (Donald Douglas), hombre que desarrollará sentimientosde amor y aversión hacia ella y su ex-novio ventrílocuo, respectivamente.

Gabbo, con ayuda de nadie más que Otto, cae en cuenta de lo importante que es Mary para su vida, pero resuena en sí misma lo tardía que resulta esta realización, pues ella ha decidido entablar una relación sana y libre de esquizofrenia con Frank. El desastre, contrastado con un elaboradísimo número de baile, apunta el toque especial que llegaremos a extrañar de von Stroheim, en una carrera próxima a su inevitable fin.

Espectáculos sucios y descuidados, esto no parece ser de todos los días.

¿Dónde comienzan las analogías? Como anillo que cae al dedo, la historia de un ventrílocuo que seduce a las masas a costa de su propia cordura es un ejemplo perfecto del funcionamiento del medio fílmico para esa época, y no me iría tan lejos para decir que es una fábula apropiada para la contemporaneidad. La industria, con los milagros del doblaje, puede darle verosimilitud al habla del títere, incluso cuando el artista a cargo se halla en actividades tan inapropiadas como beber o fumar. Nosotros, como espectadores, vemos consistente ese elemento sonoro en semejante universo, uno que intenta acercarse al nuestro; pero el genio detrás de la magia debe ahora responsabilizarse de su nuevo truco, impidiéndole cubrir otras áreas que eran de nuestro previo interés. Poco a poco van quedando rezagadas las sutilezas visuales, los detalles substanciales que había hallado el cine silente para capturar nuestra atención, y el artista ahora debe ser esclavo de su propio invento, perdiendo para siempre el amor de antaño, la simpleza del silencio.

A pesar de los valores de producción regulares y los muy magros 68 minutos que dura la versión restaurada, la actuación y dirección de von Stroheim son emergentes y cautivadoras: la poderosa presencia escénica de sí mismo es atenuada y complementada con la equilibrada sumisión interpretada por Compton (eso antes de que el mismísimo Gabbo sea el centro de su dicha y dolor) y siempre que se puede, hay lugar para los primeros planos y la caracterización, siendo ésta una fortaleza de obras pasadas. Hay motivos que se reiteran y cierran casi-que-satisfactoriamente la narración y los tratos de los personajes, aunque el corte final no nos permita ver mucho de todo eso, algo de cuya existencia es difícil dudar si somos atentos a lo poco que hay de material. El sonido monoaural es digno vástago del año 1928, previo a la estandarización técnica, pero esto deteriora muy pocos diálogos, y los segmentos más cruciales para entender la colcha de retazos se hallan intactos.

“*Aplaude* ¡La acústica es perfecta, es el mejor set en el que he estado en toda mi vida!”

Las apariencias engañan, y The Great Gabbo no es un musical, aunque se le pueda juzgar como tal por la preeminencia de los números de baile y canto: “Caught in the Web of Love”, apenas crucial para el argumento, dura alrededor de 15 ó 20 minutos, y tanto éste como los pocos restantes destilan una crudeza y sobriedad que acompañan el sombrío tono de la película ideada por von Stroheim, lo más parecido a un payaso que llora mientras saca pañuelos y alimañas de sus bolsillos. ¿Y acerca del final? Posiblemente no exista relación entre un material u otro, pero viene a la cabeza Der letzte Mann o “El último Hombre” (1924) de Friedrich Wilhelm Murnau, con todo el patetismo que denota ver a un hombre derrotado mientras porta aún su uniforme de trabajo.

Tras el descubrimiento del sonido, el público olvidó como reír con el silencio, y ahora sólo nos queda escuchar al muñeco, habiendo ya abandonado al hombre detrás de él. Lo que sigue es aún más desolado e inconsolable, sin desfiles militares, matrimonios opulentos o duelos entre caballeros.

Keep being fresh, Erich.

¡Ah! Por cierto hay un par de notas adicionales. La primera es que es posible descargar la película, en dominio público, haciendo click en este enlace. Suena bastante bien, ¿No?

Y la segunda es que el título en español de esta película es “Mi Otro Yo”, exactamente el mismo de otra película algo más reciente, una que involucra a un hombre destrozado y polémico tanto dentro como fuera del argumento, cuyo único medio de enmienda y redención es una marioneta. Hasta el sol de hoy no la he visto, pero así como la aparición en un episodio de The Simpsons (#83, final de la cuarta temporada) y otras menciones obscuras en la cultura popular, es posible que haya trazas de maní y galletas de un producto que pudo haber sido mejor. Eso sería honroso, cuando menos.

Erich von Stroheim: The Merry Widow (1925)

Tras haber visto, con sus propios ojos, la reducción de su obra maestra a niveles de comprensión magros, von Stroheim se armó de una indecible fuerza de voluntad para seguir trabajando en condiciones limitadas, aún con un ojo en la industria y otro en la exquisitez artística de sus largometrajes silentes. Gracias al contrato que lo ataba a la Metro Goldwyn Mayer y a la explotación de algún bug de la realidad, nuestro austríaco fue capaz de ensamblar, con toda la energía que eso hubiese requerido, una nueva pieza épica de elevado presupuesto y grandes ambiciones, con todo el toque que caracteriza al falso noble que hemos aprendido a querer a lo largo de estas Clases Magistrales.

Todavía trabajando con material de adaptación, von Stroheim fijó su mirada esta vez en la obra de uno de sus paisanos, Franz Lehár, compositor astro-húngaro y responsable de la opereta que nos concierne, Die lustige Witwe (La Viuda Alegre), de 1905. Es necesario recalcar que en esta ocasión particular la adaptación no se realizó al pie de la letra, como había sucedido un año atrás, y que la trama de La Viuda es apenas un lienzo para plasmar con energía todos los tópicos que habían venido siendo del interés del director. ¿Nobles y aristócratas? Hecho. ¿Confusiones amorosas? Hecho. ¿Personajes recalcitrantes con fetiches y manías obscuras? Hecho y hecho. ¿Que todas las locaciones conserven la sofisticación y elegancia que sólo von Stroheim puede dotar en sus romances? Denlo por sentado.

¿Ya mencioné los soberbios decorados?

En lo que a ficha técnica se refiere, ni siquiera Irving Thalberg recibió crédito por su producción, posiblemente como un gesto de cordialidad tras haber ordenado el recorte de Greed. La solidez del trabajo se presenta en muchos de los colaboradores estrechos de von Stroheim trabajando en departamentos clave, como William Daniels y Ben Reynolds en la cinematografía, Richard Day (director de arte en Greed y Merry-Go-Round) Cedric Gibbons (de fama “Ben-Hur”-esca) y el mismísimo director a cargo del arte, Louis Germonprez como el fiel asistente de dirección y, entre algunos otros, Ernest Belcher a cargo de la coreografía. Un momento, ¿Quién es este último individuo, hasta ahora no mencionado? Se amilanan las explicaciones si menciono que se trata del padre de Marge Champion, famosa bailarina y coreógrafa por su propia cuenta.

En cuanto al reparto, es apenas evidente que a von Stroheim se le restringió trabajar con sus actores de cabecera, viéndose obligado a congeniar con estrellas de la MGM de la talla de silentes como Mae Murray,  John Gilbert y George Fawcett, así como otros actores no menos respetados como Tully Marshall y el bombástico Roy D’Arcy, éste último en un papel muy apropiado para él: de antagonista. Las relaciones personales entre estos actores y el director no llegó a ser muy sana, dadas las excentricidades que hemos venido a apreciar; Norman Kerry, con estrechos lazos desde Merry-Go-Round, no obtuvo el papel protagónico que terminó en manos de Gilbert, pero la decisión de MGM da resultados agradables, y al final éste y von Stroheim ofrecen una obra que es producto de una agradable colaboración.

Nombres grandes, resultados grandes; así deberían funcionar las cosas.

Ya entrados en materia, me siento lo suficientemente cómodo como para dar un pequeño atisbo de la trama. Estamos en Monteblanco, que se nos antoja más similar a los suntuosos locales centroeuropeos de Foolish Wives (1922) y The Wedding March (1928) que a la nación balcánica en la que estaba basada la opereta original, Montenegro. Sin que lo anterior nos importe tanto, a través de una procesión militar (un momento sumamente stroheimiano) nos presentan inicialmente al príncipe heredero Mirko (D’Arcy) y a su primo, el aparentemente bienintencionado príncipe Danilo Petrovich (Gilbert). No pasan muchos minutos hasta que nos enteramos de que Mirko es un completo y miserable bastardo lleno de inquietantes tics, así como de un porte jorobado y notablemente ofensivo que no encuentra mucha resistencia a la hora de antipatizar con el espectador, aunque porte ciertos recordatorios de von Stroheim como actor, sin limitarse al monóculo y a la sonrisa amplia y socarrona; Danilo, por otro lado, es un hombre correcto en la piel de un príncipe taimado, por lo que tampoco deja de tener una cierta ambigüedad en su comportamiento, especialmente su habilidad para conquistar mujeres. Menudos protagonistas.

Como parte de un espectáculo itinerante de vaudeville, “The Manhattan Follies”, llega Sally O’Hara (Murray) acompañada de una comitiva de bailarinas poco agraciadas y un cameo (parecido al de The Wedding March) de Alec C. Snowdenn, esta vez como el músico negro de la banda. El hotel en el que deberían hospedarse se encuentra ya ocupado por la guarnición militar en la que se hallan los príncipes, pero Danilo, impulsado por la recursividad y el exotismo, se las arregla para dotar de habitaciones al grupo de foráneos. Sally, aunque es estadounidense, posee ascendencia irlandesa (¿McTeague, alguién?) dándole un ineludible aire de mujer poderosa y capaz de arreglárselas por sí sola. Rechaza, de esta manera, los avances iniciales de Danilo, pero la situación se complica a medida que el galante príncipe se torna más insistente, lo que coincide con la aparición del barón Sadoja (Marshall), un temible cruce entre el Nosferatu de Friedrich Murnau y un banquero acaudalado, adicional a un fetiche de pies. Sobra decir que este sombrío personaje cae rendido a los pies de Sally a primera vista.

¡Ah! Fetiches de pies, ya hacían falta.

Mirko, viajando a la altura de merecer numerosos epítetos derisivos, trabaja sin descanso para frustrar los esfuerzos de su primo e impedirle que conquiste a una simple bailarina de variedades. La interacción entre los dos se presenta inicialmente con sazonados elementos de comedia física y gags visuales, pero estos incuban paulatinamente el ascenso al odio visceral y sus macabras consecuencias, otra reluciente estampilla del trabajo de dirección. Danilo empieza a decantar sentimientos sinceros por Sally pero ella permanece incrédula e inflexible durante mucho tiempo, hasta que accede a las intenciones del príncipe en un cuarto contiguo a una clásica y desenfrenada orgía de opulencia.

A continuación, haciéndole un guiño a la opereta original (porque nada de lo anterior tiene mayor relación con ella) Danilo planea casarse con Sally, pero su tío, el rey Nikita I de Monteblanco se lo impide, recordándole que se trata de una cualquiera sin apellido, algo que va completamente en contra del protocolo de los matrimonios de la realeza: “Well – what’s marriage got to do with love?“.

Danilo se halla impotente y no puede discutir nada de esto con Sally, pero el barón Sadoja no descansa en sus esfuerzos, y le propone matrimonio a la bailarina, dejando de lado su aspecto físico y sus riquezas, y ofreciéndole como mejor dote la posibilidad de vengarse a su antojo de la familia real. A estas alturas ya se evidencia que al menos Danilo y Sally son personalmente realmente complejos, cuyos arcos de transformación son bastante sinuosos y, sin que sobre decirlo, extraños para la época. El matrimonio entre Sixtus Sadoja y Sally O’Hara, aunque es todo un acontecimiento nacional, no parece evocar ninguna reacción en la familia real, y todo parece irse al Tártaro cuando, en la noche de bodas, Sadoja muere de repente y nace La Viuda Alegre, adinerada pero con una enorme fuga emocional.

Licor: un paso obligatorio en el descenso a la miseria.

Desde este punto del argumento empieza más o menos la opereta, y figuran todos esos elementos que son tan familiares en esta, como la banda sonora (un arreglo de la original escrita por Lehár) y Maxim’s, el club parisino donde los antiguos amantes se reencuentran, aunque en esta ocasión Sally no tiene nada que ver con el establecimiento, ¡Ella ahora es millonaria! Y podría seguir contando la película, pero sinceramente es digna de verse completa, y la cantidad de sorpresas que se desenvuelven a partir de ahí es todo un frenesí, tanto narrativa como rítmicamente.

El producto final es de una alta calidad muy difícil de encasillar, demostrando que ha habido una notoria madurez en el trabajo del director desde su última ventura en el género con Foolish Wives. El apartado visual se halla en la cumbre, una vez más, empleando el mismo presupuesto de Greed para traer a la vida un costoso universo de militares pesadamente condecorados y bailarinas de cabaret, dos contextos en los que un vestuario convincente mantiene la carpa arriba; los riesgos tomados en la cinematografía no son para tomarse a la ligera, y von Stroheim se reserva la segunda mitad de la película para sacar los cañones y hacer alarde de complicadas maniobras de grúa y travellings ecuestres, al final todos muy bien recibidos.

Lamentablemente, esta sería la última película de von Stroheim con la MGM, y pasarían 3 años hasta que volviese al plató, esta vez de la mano de la Paramount. Resulta también triste el final, no por como cierra el argumento, sino por su realización tan pobre y apurada, algo que genera extrañeza en una historia tan limpia y tan dedicada a los detalles como lo es esta. Como cereza de la desgracia, me permito anotar que de todas las películas de este autor, The Merry Widow es una de las que más vale la pena ver y una de las más difíciles de conseguir, al menos en una copia medianamente decente. Quien quiera que tenga un ejemplar en VHS o tenga la oportunidad de verla digitalmente, puede considerarse muy afortunado. Esas dos horas le serán gratamente retribuidas.

NOTA ED.: La tecnología y la piratería han hecho posible encontrar esta subvalorada joya en YouTube. Saludos!

Joel Schumacher: Flatliners (1990)

-Inserte Coro Gregoriano-

Cuando tengo oportunidad de hacerlo, suelo traer a colación el primer libro de Edgar Morin, El Hombre y la Muerte (1951) y confiar en que las personas alrededor mío no arrojen sus cócteles hacia mí cuando hablo sobre el capítulo introductorio, “Más allá de la No Man’s Land”, dada mi reiteración en el tema. En éste, el filósofo francés aborda las complejidades del horror a la muerte y cómo el mismo horror hace parte de un proceso (o más un ciclo, por lo pronto) que invita al individuo a alcanzar la inmortalidad. Los métodos para alcanzar esa inmortalidad hasta ahora han sido apenas conceptuales, pero en toda una variedad de culturas se aprecia su efectividad e impacto. Ocultar la ineludible descomposición tras un velo de desconocimiento es el más destacado entre los mencionados métodos, abarcando desde el arcaico entierro hasta la cremación submarina. Un proceso de duelo se lleva a cabo para sentar la idea de la ausencia de esa persona entre nosotros, los vivos, después de que ha “realizado un viaje” o ha “entrado en un sueño” sin que nosotros veamos el cómo, añadiendo así un halo de esperanza al cruce de esa Tierra de Nadie donde habita la muerte.

Sin embargo, ¿Cómo asumiría la humanidad ese duelo, ese horror y esa introducción dubitativa a la defunción, si supiera qué es lo que hay más allá, de donde nadie ha regresado hasta ahora? Es aquí donde le damos a bienvenida a Peter Filardi, guionista de Flatliners y responsable, entre otras joyas, de The Craft (1996), de la que no hablaré en esta entrega por sumo respeto a todos ustedes, lectores.

El argumento de esta película, estrenada en agosto de 1990, nos introduce a una escuela de medicina dotada de una memorable promoción estudiantil, más lista y emprendedora que el promedio. Nelson (Kiefer Sutherland) se encuentra reuniendo un grupo de colegas con bastante disposición e ingenio, con el fin de llevar a cabo un experimento que considera revolucionario no sólo en el campo de la medicina, sino también en la filosofía, la teología y la ciencia en general.  Su equipo no parece del todo confirmado, debido a las implicaciones riesgosas de la osadía de Nelson, aunque inicialmente Joe Hurley (William Baldwin), un casanova con hábitos bastante pintorescos y Randy Steckle (Oliver Platt), un hombre sumamente atento a su desempeño académico, parecen tener la motivación para apoyar la órfica empresa. Eventualmente contactan a Rachel Mannus (Julia Roberts, sí, esa misma), quien parece tener un velado interés por la percepción de la muerte de otras personas, y se muestra confundida ante la idea de Nelson, como cualquier otro ser humano lo suficientemente empapado de conocimientos en fisiología para saber lo laborioso que resulta traer a alguien de entre los muertos. Accede a regañadientes, contrario a David Labraccio (Kevin Bacon), un mesiánico ateo renegado cuya impronta de rebeldía le hace oponerse al dictamen de sus superiores, que no están en la mejor posición para prescindir de su genialidad; parece implacable en su determinación de no ver morir a alguien frente a sus ojos, por lo cual ofrece una negativa inicial, presumiblemente rotunda, frente a la solicitud. Como ya lo mencioné, es un dream team genial, y hasta este punto nadie parece estar en la posibilidad de arrojar la bola al suelo, por lo que podríamos descartar ese detalle como un posible punto de giro.

“Oops… slippery little suckers.”

Nelson, con ayuda de su et. al clandestino, consigue los equipos médicos necesarios para llevar a cabo el revolucionario experimento, que consiste en dejar a una persona en línea (flatline, sin pulso) durante un minuto, para ser posteriormente traído a la vida con técnicas de resucitado, particularmente defibrilación; todo esto, con el fin de replicar y prolongar un fenómeno conocido como la experiencia cercana a la muerte (NDE, por sus siglas en inglés). Es natural que el primer voluntario sea el autor de la idea misma, y es así como Nelson es llevado al más allá, y si alguien no había notado aún que esta es una película de Joel Schumacher, es justo en este minuto de muerte en el que la verdad sale completamente a flote.

Las combinaciones de colores inusuales ya eran una carta de presentación para este director críado entre videoclips musicales, antes de que en la primera década de este siglo los realizadores abusaran del impactante (y estúpido) contraste entre el cian y el naranja, metiéndolo con calzador donde quepa. El lugar donde se realizan los convulsionados experimentas es una capilla que atraviesa un proceso de restauración, en la que se llega a respirar una atmósfera enrarecida, con toda esa luz ténue de viejo bombillo callejero que choca con los azules intensos que emite el equipo médico y la icónica “cama de neón”, que suministra la temperatura adecuada a los cuerpos temporalmente sin vida, así como a los ánimos de los expectadores cuando así es requerido.

El experimento aparentemente es un éxito, reportando un sentimiento de satisfacción y epifanía en un Nelson ya de vuelta, cuyo cuerpo sin vida es socorrido por la oportuna llegada de David a la capilla. Sin embargo el momento resulta pesadamente polémico para los colegas presentes, ignorantes del maravilloso mundo de planos-grúa y colores saturados que hay detrás de la muerte. Las opiniones de todos están divididas, aunque conservan esperanzas de vivir el fenómeno de manera personal, cada cual con su propia perspectiva. Entre los más interesantes se encuentra Joe, cuya inseparable y sucia cámara de video ofrece una visión granulada del momento, y al ser el segundo en pasar a la camilla nos ofrece pronto un poco de su inquietante subconsciente. Lo que nadie sabe es el terrible efecto secundario que viene cuando ese subconsciente es revuelto con el cucharón de las muertes-al-minuto, algo que generará desagradables momentos en el grupo y el retorno de antiguos fantasmas perdidos en algún lugar de la vida, la muerte y la memoria.

A estas alturas debo recalcar que es muy distinta la experiencia de haber visto Flatliners por primera vez en el canal Cinemax, alrededor de 1994, pasado por la noche como si se tratara de un sleeper, comparada con el visionado reciente, empleando terribles prejuicios para evaluar esta obra. Ya sé a qué se dedica Joel Schumacher, y no pude evitar sentir el visionado de algún set de Batman Forever (1995), con una iluminación ominosamente similar o alguna manifestación de la ciudad como un lugar simultáneamente vaporoso y eléctrico. Por otro lado, está la obsesión con el Halloween, evento que Schumacher emplea como firma en varias de sus películas aunque no haya sentido para ello; en el caso que nos atañe los personajes son sorprendidos por una orgiástica e insensata celebración del Día de los Muertos, justo afuera de la capilla de resurrecciones. No voy a discutir que la presentación visual de esas marcas sea deplorable, ni mucho menos; son detalles en los que pondrían mucho tesón tanto el director como el fotógrafo, Jan de Bont, a quien conoceremos indirectamente por haber creado las imágenes de películas tan icónicas como The Hunt for Red October (1990), Die Hard (1988) o Cujo (1983), entre una miriada de maravillas en su hoja de vida.

Mágicos corredores imposiblemente iluminados.

La película resulta bastante entretenida y entrega su carga prometida, tocando un de por sí un terreno peligroso en el área de la ficción, a pesar de construir uno de sus pilares sobre una premisa totalmente falsa, que es la recuperación del pulso en lína a través de la defibrilación. Haciendo una pequeña investigación sobre el tema y discutiéndolo con un amigo, he llegado a una manera pertinente de comentar (empleando sin permiso sus términos) este absurdo que no se da sólo en esta película, sino en muchos otros productos dramáticos que tienen la oportunidad de enseñar un electrocardiograma: imaginen que el músculo del corazón es un obrero que carga cajas, y su labor es llevar las numerosas cajas en sus manos sin que se caigan al suelo. Cuando el corazón está en movimiento de diástole y sístole, esa pila enorme de cajas se mueve de un lado a otro mientras el obrero las transporta, por lo cual sigue trabajando; haremos de cuenta, por otro lado, que los defibriladores son ayudantes que le agarran la carga al obrero cuando está en aprietos, pero ¿Qué pasa cuando ese corazón deja de mostrar señal eléctrica, y por ende da línea en el electrocardiograma? Cuando hay una asístole, el obrero pierde el control de las cajas y las deja caer en el suelo, ¿Para qué habrían de ayudarlo los defibriladores, si ya tiene las manos vacías?

El proceso médico es un poco más complejo (y menos mentiroso) que aquello que he acabado de contar, pero aunque esa pequeña esquirla médica atente contra la suspensión de la incredulidad en Flatliners, no puedo dejar de recomendar la película para una noche ligera de emoción y risas de ultratumba. Todo eso sin olvidar que el reparto, como casi siempre sucede con Schumacher, es de fichado bastante alto, y por ello el producto final algo grato debe tener, ¿No?

No aseguro la ausencia de fatiga después del visionado de esta frenética obra.

Under tons of (paper) pressure

A Scanner Darkly - Richard Linklater
Requeriremos de algo más que una doble personalidad como agentes encubiertos/expendedores de droga, para así ponernos al día.

Estimados lectores de Filmigrana, como ya les habremos informado en una ocasión anterior, el equipo se halla trabajando fuertemente en cortometrajes que con plácido orgullo enseñaremos al público en cuanto estén completamente realizados. La etapa de postproducción es ciertamente compleja, y darle una buena forma al material audiovisual requiere de tiempo y paciencia.

En ese sentido, la casa cuenta ya con dos producciones en su haber, Arabesco y Maldito, así como Límbico, esperando que todo surja de acuerdo a lo planeado. Eso sí, se hará lo posible por manener una cierta cuota de esos artículos de 2000 palabras que tanto nos gustan. Añadiendo a la cola de escritos prometidos, proximamente vendrá una nueva sección en la que hallaremos delicias profanas en películas que no muchas personas cuerdas guardan sus expectativas. ¿De qué se trata? Sólo diré que un joven Kiefer Sutherland, en compañía de una igualmente prístina Julia Roberts, serán los primeros en cruzar las puertas del Infierno… De placer cinematográfico, por supuesto.

En otras noticias, presentamos algunos sitios que vale la pena ojear mientras hay tiempo. Wonder Tonic es administrado (y apropiadamente suministrado en pequeñas dosis) por Mike Lacher, cuya especialidad es la remarcable y sana ironía frente a la Internet en general; aunque es posible invertir tiempo también en sus momentos cinéfilos, como este generador de títulos para ensayos de teoría cinematográfica. ¡La herramienta perfecta para Filmigrana! Sin dejar de lado aquella fiel muestra de audio de “cinéfilos” viendo “cine-arte”, debe oirse para creerse.

No obstante, si quieren seguir leyendo sobre crítica y novedades cinematográficas en lengua hispana, pueden echarle un vistazo a El Ojo Dorado, manejado por el argentino Pablo Planovsky, crítico y periodista especializado en cine que evalúa tanto clásicos como estrenos de cartelera con una verbalía amplia y un acerbo de herramientas, como lo son esos collages nunca antes vistos (aunque Filmigrana podría empezar con un sistema de calificaciones para las películas vistas). Recomendado.

Para cerrar, cabe anotar que actualmente se está celebrando el Festival de Cine de Cannes, cuyo presidente del jurado en el año vigente es Robert De Niro. Preparen sus apuestas en casa, quienes no puedan asistir, y por supuesto, manteniendose al tanto de la lista de películas participantes y proyectadas como fuera de competencia, así como de las minucias relacionadas con el comportamiento de Lars Von Trier, ya sea en el blog de IMDb o en su proveedor de noticias de preferencia.

Por lo pronto tengan un sano fin de semana cargado de cine, escritos furiosos y mucho odio hacia nuestra relente actitud.

Ryan Murphy: Eat Pray Love (2010)

La Divina Comedia de Dante tiene una pintoresca descripción del Purgatorio que justo en estos momentos se me ha venido a la cabeza: después de haber salido del Infierno, Dante y Virgilio deben escalar una montaña chata y escalonada, con 7 niveles que representan los pecados capitales y cuyas laderas son sumamente pronunciadas. En un espíritu sólo posible en Filmigrana, se me ha encomendado expiar mis pecados sorteando una montaña escalonada de corte similar, aunque la dificultad que reina en el presente artículo hace que los muros sean ya demasiado empinados, rayando en lo vertical.

El comentario inicial del Purgatorio responde a unas circunstancias particulares de la película que nos atañe en esta ocasión, siendo su tema principal el de la redención y el encuentro consigo mismo. Si existen sospechas de que esto puede estar sonando a un libro de Deepak Chopra, lamento informarles que es mucho peor, y como diría Stephen Hawking en Breve Historia del Tiempo, “De ahí para abajo sólo hay tortugas”.

Libidinosas, indecisas y glotonas tortugas

Eat Pray Love fue dirigida por Ryan Murphy, protagonizada por Julia Roberts y Javier Bardem, se estrenó en las carteleras estadounidenses a alturas de agosto del 2010 y por fortuna nadie me obligó a experimentarla en una sala de cine. Este vendría siendo el primer emprendimiento en la pantalla grande para Murphy, el creador de la popular serie musical Glee (2009) y la ligeramente-menos-popular serie de cirugias plásticas Nip Tuck (2003), de la cuales admito que no me he visto un sólo capítulo. Los motivos por los cuales tuve que atestiguar recientemente esta obscena producción me resultan todavía desconocidos, existiendo un universo filmográfico para disfrutar y gozar a anchas zancadas.

Debí mencionar anteriormente a Nip-Tuck gracias a que Murphy comparte créditos de guión con Jennifer Salt, una actriz cuya notoriedad no puedo atestiguar. El vehículo de Julia Roberts está escrito por los mismos individuos, basado en un libro autobiográfico escrito por Elizabeth Gilbert.

Ahora ¿Cuál es el problema con la adaptación al celuloide de un biopic como este? Sinceramente no puedo converger la diversidad de puntos que me hacen sentir en desacuerdo y blasfemar con aspereza cuando veo un sólo fotograma de Julia Roberts y su peculiar iluminación pseudo-von Sternbergiana, lo cual constituye un desgraciadamente aproximado 90% de la película. No obstante, intentemos ir en orden.

En principio me inquieta el racismo con el que se trata a los asiáticos, considerados como criaturas pequeñas y mágicas, casi como equivalentes acanelados de los gitanos. La psicología de los personajes es un poco cínica, mostrando a Liz Gilbert (interpretada por Roberts) y a su círculo de amigos en consonante ignorancia con lo que significa el “mundo oriental”, aunque esta mujer pase la mayoría de su tiempo viajando, en presunto plan de trabajo. Eventualmente viaja a Balí y conocé a un sabio de aspecto miserable.

“Si no fuera por estos templos de piedra viviríamos en carromatos”

Después de una diciente y literal predicción a 6 meses de plazo (como si alguien se hubiese tomado sus clases de guión cinematográfico muy a pecho) vemos a Liz 6 meses después, regresando a su aburrida y monótona vida como pequeñoburguesa acaudalada y esposa de un atolondrado “soñador”, Stephen (interpretado por Billy Crudup, el Dr. Manhattan en Watchmen (2009) y otros papeles que no gustaría de recordar). Liz sospecha que aquello que le dijo el sabio balinés se cumpliría en cualquier momento, tratándose especificamente del fin de un matrimonio (¿El corto o el largo? Nunca se lo aclararon), la pérdida de su dinero y el regreso a Balí.

Por razones sumamente reprochables se lleva a cabo un triste Efecto Pygmalión, o lo que es lo mismo, una profecia autocumplida, en la medida que Liz busca desesperadamente llevarla a cabo al ver que Stephen quiere ser un individuo competente y volver a la universidad. Hay llanto y muchos rostros anonadados, el mío incluído. El divorcio no se hace esperar, y Elizabeth va a ver una obra de teatro que ella misma escribió, después del suceso… ¿O antes? La verdad no pude adivinarlo nunca, gracias a la dislocada estructura narrativa. La obra es interpretada por David Piccolo (que a su vez es interpretado por James Franco, ¡Ajá!) y un absurdo cue visual nos indica que entre ellos media la atracción física.

Pero a mí nada de eso me importó, ya que al fondo a la derecha se encuentra Jesucristo en un bar.

David es vegetariano, hace yoga y asiste a un templo krshna, y aunque en un momento lo vemos como un hombre sensible que sabe doblar la ropa interior de Liz, en cuanto le mencionan que es un sustituto de Stephen su actitud cambia radical e incomprensiblemente, negándose a copular con su adinerada novia y olvidando todas esas tardes de cantar y tocar ukelele en los parques. Eso sucede antes o después de que Liz decida emprender un viaje a Italia para encontrarse a sí misma… ¿Y no se suponía que había perdido su fortuna en algún momento? Estúpido gurú, estúpida predicción y estúpidos agujeros del guión.

“All’s good if it’s excessive.”

Es desde este punto que empieza una comedia que no resulta ser tan divinal. El paso por cada una de las estaciones indica un país diferente, “Comer” corresponde a Italia, donde lo cosmopólita y lo campestre conviven bajo el mismo techo, hay soccer para disfrutar y pizzas margarita por doquier. “Rezar” se lleva a cabo en la India, donde Liz encontrará a un Richard Jenkins todavía muy ‘indie’ y en modo Bukowski, algo que en hechos no se traduce muy bien. Se supone que en esas dos primeras estaciones el personaje de Julia Roberts debería haber subido y bajado de peso, respectivamente, pero a la producción parece no importarle y Elizabeth es fisicamente la misma en todo lugar, aunque finge ser distinta. El último estadio, “Amar”, lleva la acción de nuevo a Balí, en la que Felipe (un altamente cuestionable Javier Bardem), un atípico padre soltero del Brasil se enamora de Liz, y Liz de él, pero…
Dios, una vez más, ¿Qué tan difícil es lograr que le tengamos aprecio a un personaje, para que así nos importe lo que está haciendo, sus metas y su transformación dentro del argumento? Es posible que el material de fuente sea terrible, debemos admitirlo, y que Elizabeth Gilbert sea, en la realidad, una mujer insufrible; pero por un mínimo de compasión con el público, ¿No valdría la pena que los hechos narrados capturaran de alguna manera al espectador, sin apoyarse en locaciones exóticas e iluminaciones sugerentes? El párrafo que precede a este contiene una hora y treinta minutos de argumento, pero el desenvolvimiento de los hechos es tan frívolo, tan alicaído y distante que no provoca la más mínima gracia contarlo, aunque emplee de 2 a 5 comentarios de cultura general por párrafo para hacerlo alentador.

Eat Pray Love no sabe si ser una tragedia o una comedia, con personajes tan poco carismáticos y una autoconsciencia que la hace parecer un show que está a punto de acabarse, pero que desde la tramoya deja caer pedazos de libreto adicional y niega la salida a los espectadores e intérpretes por igual. Es una montaña dura de escalar, y dudo que al terminar la experiencia nos lleve a algún sitio nuevo dentro del Purgatorio.