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They Came

Algo que notarán nuestros lectores de antaño es que el titular uno de nuestros impopulares artículos de relleno que, de cuando en cuando, aparecen en períodos de paternal ausencia es una labor tan imaginativa como el esfuerzo gastronómico que hace Kentucky Fried Chicken, aquel que aboga por darle la misma textura y sabor ‘broaster’ a todo tipo de comidas, incluso las que no deberían tener pollo para empezar.

¿Qué se puede inferir del título de este pequeño artículo, y cómo se puede interpretar en lo que viene del mes de mayo? ¿Es acaso la elegancia amateurística -y muy entusiasta- ofrecida por David Cronenberg en Shivers (1975), también conocida como They Came From Within, aquella que nos movió de nuestro notorio letargo de 2 meses? ¿Se refiere acaso a un infortunado double-entendre sobre eyaculación? ¿Es tan sólo una mención, fabricada en un inglés semánticamente pobre, acerca de nuestro regreso al blog? Todas son conjeturas posibles, algunas menos válidas que otras, pero debo confesar que la inspiración central del presente título, y el impulso final que cierra una cadena de impulsos vitales para regresar a nuestra horrible labor, se la debo a este videojuego de 1991. Si estamos en la misma sintonía de morbosa curiosidad, seguro querrán seguir el enlace.

¿Qué tiene que ver un clón hediondo y descartable de Galaga con Filmigrana y su esfuerzo en difundir la buena palabra de la patanería, la insensatez y el descaro en cuanto a crítica cinematográfica se refiere? No mucho, más allá de tratarse de un juego dañado en el que hemos decidido participar, con todos los bugs, glitches, errores y demenciales despropósitos de diseño y presentación, y en el que seguiremos con todo el aliento que le podamos prestar. No siendo indiferentes a las objeciones de varios lectores hacia nuestra opinión, la iremos puliendo no para endulzar los ojos de aquellos (y los oídos de quienes se enfrentan a los podcasts, prontos a regresar con nueva presentación) sino para mostrarla más fresca, propia y mejor documentada, confiando en que se lleve a buen término nuestra ‘misión’ de invitar a ver más cine desconocido y sin celebrar, ojalá con la constante de “los de ese blog son unos putos idiotas” en sus cabezas.

Pero no quiero que la eulogía se extienda de manera innecesaria, y para hablar mejor de nuestra redoblada intención, tenemos a continuación:

Lo que vimos (y vendrá) para mayo

¿Deberíamos empezar con buenas noticias? ¿O nos vamos de una con las malas? En medio de nuestros velados juicios de verdad, no les resultará ajena nuestra complicada relación hacia el industrioso guionista y productor nacional Dago García. Nuestro colaborador (y demonio local) Demuto ha fraguado una sana retrospectiva, amigablemente académica, del mencionado autor de numerosos guiones y libretos (alrededor de 35 hasta la fecha), muchos de los cuales son infames por su declarada comedia blanca y costumbrista de la indescriptible clase media colombiana. La publicaremos en cuanto terminemos con una pequeña limpieza editorial. Ahora sabemos que este hombre vuelve a la silla plegable tras 6 años de haber dirigido Las Cartas del Gordo (2006), en una nueva aventura del cine colombiano de la que sin duda alguna leerán nuestra opinión. ¿De qué se trata? Aquí pueden ver el tráiler de La Captura. Vean el montaje de esas secuencias, por Dios, qué exquisitez de flick de acción, rompiendo todos los esquemas decembrinos. Actualmente se puede ver en carteleras de Cinemark, y curiosamente no es posibler hallarla en las salas de Cine Colombia, ¿Por qué será?

Pero no todo es balas, caseríos a temporales y desnudos de Andrea Guzmán; también viene Waking Life con Álvaro Bayona, un muy pintoresco trabajo de rotoscopia (del cual una entrañable conocida es la supervisora de color) que posiblemente tenga más suerte en taquilla que lo último que vimos en animación nacional, la ya olvidada Pequeñas Voces. En materia de personajes perdedores parece ser una versión mucho más honesta y centrada de la nefasta Mamá Tómate la Sopa, y aunque la animación para adultos es una apuesta bastante arriesgada, hay algo muy loable en querer promover la animación como un vehículo narrativo con potencial y seriedad, hay que ver con qué sale este experimento. Gordo, Calvo y Bajito se estrena el 18 de mayo.

Los estrenos internacionales no se ven mucho más prometedores, al menos para este mes en concreto (cuando hablemos de Junio la historia será muy distinta). La horrible y sintética Battleship, moldeada a semejanza de la franquicia Transformers, se da a conocer como un muy blando y reprochable espectáculo de chroma key, algunos nombres notorios en la plantilla (como no era para menos) y esa nueva costumbre en los trailers de las películas de acción en los que se pegan fragmenticos de sonidos, como si de un bombástico compilado de lo peor de la Ninja Tune Records se tratara. Ahora, ¿Apollo 18? El found footage nació y murió con The Blair Witch Project (1999), y su cadáver embalsamado ha sido empleado en producciones del calado de REC (2007), Cloverfield (2008) y la muy estúpida e incoherente The Devil Inside (2012), por lo que con ello sobra decir que no vale la pena seguir cosechando los gusanos putrefactos de esta tendencia. No querrán ir a las salas a ver esto tan terrible. Para estas alturas ya habrán visto The Avengers de Joss Whedon, de la cual tenemos muy buenas opiniones tanto Dustnation como yo; diversión sin bridas de principio a fin.

Pero habrán quienes no quieran invertir su valioso tiempo sólo en cine, y gustarán también de una agradable lectura. Nuestros estimados lectores ya reconocerán la admiración que le profesamos a The Pink Smoke, por lo que no será extraño que promovamos uno de sus más recientes artículos: la crónica de una proyección especial de 24 horas seguidas de películas, en conmemoración de los 10 años del Jacob Burns Film Center, donde Christopher Funderburg (uno de los fundadores del sitio web) es curador. La iniciativa no suena menos que deliciosa, y la belleza de la experiencia es evocada con la  gracia que caracteriza a los redactores de esa página.

Nuestra sección de enlaces será actualizada dentro de poco, pero en todo caso no cesamos de recordarles la ruta de acceso a Trailer Addict, donde podrán ponerse al tanto de los más recientes avances en la industria del cine.

¿Y qué esperar en materia de artículos? Admito que es lo que menos nos gusta anunciar; pero ya que estamos en el tema, además de empezar un ciclo muy gratificante de Luchino Visconti, aristócrata extraordinarie, seguimos con la obra de John Carpenter; posiblemente JNMGLVDL nos traiga algo en torno a lo último de Nicolas Winding Refn, Drive (2011); y como ya lo insinuamos, seguiremos trabajando en nuestra serie de cine colombiano, confiando en que podamos analizar y destrozar con nuestro ampuloso escrutinio muchas más cinematografías desconocidas.

Que desde mañana podamos ver nuevos contenidos en este agradable sitio. Por supuesto, esperamos que nuestros esnobs más especiales sigan con nosotros y nos compartan sus impresiones, ya se trate del incontenible veneno que anida en el corazón de Rubliov o el aliento de Profano, es todo bienvenido. Resalto, con muy poco panache y orgullo, que nuestra cuenta de Twitter, @Filmigrana, es otro espacio en el que nos preciamos de comunicar novedades o estupideces de último minuto, por lo que pueden seguirnos si así lo gustan.

Así que, como en el ya mencionado videojuego de lamentable factura, esperamos no tener fin concreto, y que cada segundo de experiencia con nosotros sea más incomprensible, aterrador y lleno de adrenalina que el anterior.

Alejandro Landes: Porfirio (2011)

Estimados lectores de Filmigrana, lo que estoy a punto de decir es de Perogrullo, pero nunca es una buena señal escuchar comentarios similares a “esta película es una basura” de la mano de personas que acaban de salir de la función anterior a lo que uno está a punto de ver. Si empiezo este artículo con esa pequeña advertencia, se puede considerar una insolencia tanto como una amistosa prevención.

Fui al Cinecolombia de la Calle 100, con una cartelera escasa y unas salas más bien modestas, pero con unos precios bastante amables, añadiendo que es de las pocas taquillas que no tienen ese molesto e impersonal vidrio blindado que recuerda a un Visiting Room de prisión. Algo me decía que la experiencia de visionado de la película iba a ser mermada de alguna manera, e intenté culpar en primer lugar al proyeccionista que no parecía muy hábil en su trabajo, pero para sorpresa mía, el mismo filme se encargó de estropearse a sí mismo.

Entre otras cosas, la magia de los lentes gran-angulares.

¿De qué padece Porfirio, la película, la cual es enferma y realmente problemática si se le compara con el personaje en la que está basada? Antes de extenderme en fallas técnicas y creativas, debo advertir que fue un movimiento potencialmente grato que alguien se haya tomado la molestia de sacar de la obscuridad a un individuo tan complejo y con una historia tan enrevesada como es la de Porfirio Ramírez, el protagonista natural de este relato. Como tal, al tratarse de un adulto con discapacidad en una pugna constante (e invisible) con el gobierno tras haber recibido un disparo en la columna de parte de un policía, puede considerarse como un material sumamente rico para trabajar; pero Landes patea la lonchera con muchísima fuerza, enviándola a la mierda y dejando todas sus ideas desperdigadas, sin mayor orden ni concierto.

La película empieza sin concesiones y a un ritmo que, en principio, se puede considerar favorable. Porfirio, en un encuadre completamente centrado y ligeramente desafiante, se halla comiendo lo que parece ser una ‘changua’* en un plano bastante largo y “contemplativo”, se se me permite decirlo de manera algo viciada e inexacta. Enseguida la acción se mueve a su patio, donde su hijo Lissin (Jarlinsson Ramírez) lo asea de manera meticulosa. En este plano, más prolongado que el anterior, Porfirio defeca en cuadro, lo que nos lleva a pensar (si es que hasta ahora no hemos hecho esa resolución) que estamos ante un personaje real. Es bien sabido que, dentro de las fórmulas de la ficción cinematográfica, no se contempla el que un personaje tenga un momento para alimentarse o para la deposición, salvo que se trate de una acción fundamental para el avance del argumento, porque ‘hay que cuidar esos minutos de metraje’, dicen por ahí.

Al enfrentarnos a esto, Landes cimenta de manera apropiada lo tangible que hay del personaje principal y su manera de relacionarse con sus semejantes. Mas sólo se contenta con situar esas planchas de concreto y unas cuantas vigas, el resto de su labor “sincera” se pierde a continuación, en una mezcla de mala actuación, pésimos diálogos y una fotografía que entorpece más de lo que ayuda. Claro, que hay elementos conceptuales que refuerzan la idea del impairment de Porfirio, como lo es la altura de la cámara a un metro (cortando subsecuentemente las cabezas de casi todo el reparto en los planos compartidos con el protagonista), los encuadres inusuales que refuerzan su estado de soledad e incomprensión, y las secuencias dispuestas para aprovechar la recursividad motriz de este hombre calvo, gordo y bigotón. Pero esto es escaso y mal hallado frente a todo lo erróneo que ya mencioné, y que en instantes intentaré apuntalar.

“La cagada, hermano.”

Uno de los más grandes problemas es el trabajo de dirección, y a pesar de que ya mencioné que se trataba de un reto loable el asumido por Landes con sus actores naturales, el hecho de que falle se ve aún más estrepitoso que si se tratara de regulares de la televisión, el cine o el teatro. No son muchos los figurantes que interactúan con Porfirio, pero a menudo aparecen soltando unas líneas que en sus vidas jamás habrían dicho, no sólo utilizando un lenguaje libre de modismos, sino que es plano y horriblemente explicativo. A lo largo de la película la mayoría de los puntos de inflexión de la trama se plantean con diálogos que los esquematizan, como el asunto de las granadas. ¿Por qué y para qué las compra? No abogo por dar todo digerido al espectador, pero si no hay pistas discernibles que permitan comprender ese tipo de comportamientos para alguien que no viva en nuestro país y situación (como si eso aclarara las cosas), entonces no es mucho más condimento el que se le puede añadir a ese sancocho de sub-tramas e hilos perdidos. Las mismas líneas de Porfirio, su esposa Jasbleidy (Yor Jasbleidy Santos) y Lissin adolecen de esto.

Por querer salir de la tradición, Landes hace unas aturdidoras omisiones e incluye uno que otro plano que no ofrecen la atmósfera y la información que se esperaría de ellos. Por ejemplo, pareciera que lo que hace Lissin en su día a día está deliberadamente envuelto en el misterio, ya que desde el principio lo vemos durmiendo hasta tarde y con una apatía general para involucrarse con las actividades de su padre, principalmente una que le permita ganar un salario. En un punto lo vemos salir, sin mayores explicaciones, con un grupo de hombres en motocicleta, ¿Para dónde va, por qué aparecen sólo hasta ahora y qué hace que nunca los volvamos a ver? Ergo, ¿Era necesario mostrar que existían, o es una suerte de sugerencia para que el público lo medite durante un largo rato? Situaciones como esta hay más de una, en las que al final nos figura conformarnos con lo poco que nos ofrece este largometraje de 101 minutos.

No todo es oprobio y desgaste en este malhadado biopic, quepa decirlo. Como ya lo mencioné, los planos que hacen provecho de la condición particular de Porfirio resultan dicientes, y entre ellos hay unos en especial que marcan con mayor fuerza su relación con el entorno: me refiero a la secuencia en la que lo vemos por fuera de casa por primera vez, y tras un buen número de cámaras estáticas, somos testigos de unos cuantos trackings técnicamente muy bien hechos, que se desplazan con suavidad mientras conservan en el encuadre al hombre de la silla de ruedas. Éste, en compañía de su confiable perro Luigi, llega a la oficina de Demandas al Gobierno, la cual se halla al final de un rango de escaleras que resultan infranqueables desde la perspectiva de Porfirio, por lo que se ve forzado a lanzarle piedras a las ventanas del sitio. Son unos 8 ó 9 planos en total dentro de esa secuencia, pero su duración es adecuada y la cantidad de información que factualmente aportan es mucho mayor que la de otras secuencias, más largas y cargadas con un nivel de simbolismo más o menos similar.

De la fotografía también podría hablar un largo rato, tomando en cuenta que uno de los mayores amparos de la película es su empleo de luz natural, el claroscuro y las ya mencionadas composiciones. Mención especial para los trackings que no se desarrollan en ningún lugar aparentemente diegético, 2 en total, que parecen hacer las veces de ‘separadores de hoja’ del relato, uno de ellos con sus místicos murciélagos y una corta travesía a la oscuridad que precede lo que asumo que es la tercera y última parte de la película. Uno de nuestros lectores mencionó que “[h]ay mucho cabo suelto por ahí mal atado con dos conchitos de fotografía. Pero por ser “diferente” vale la pena […]”** y encuentro su opinión coherente y válida, si vemos como esos trackings están ahí dispuestos más como una opinión artística en sí misma del director, que como un apoyo necesario a la narrativa. Positivos son, sin embargo, los desnudos y las bienvenidas escenas de sexo, una vez más presentando a los personajes como seres reales con necesidades, en lugar de hacerlos ver como una vitrina que satisfaga personalmente al espectador, algo que podría venir siendo un tema de discusión a futuro***

El particular ritmo de montaje hace difícil discernir el acto o el momento dramático en el que se encuentra la película, pero antes de lo imaginado ella se precipita al final, intentando amarrar con un nudo de tamal muchas de las cosas que dejó sobre el tazón, pero que al final se ve como un intento desesperado de darle un buen término al material iniciado en algún punto de Florencia, Caquetá. Tras un vuelo turbulento, esta película en últimas es aeropirateada por su desconfianza en sí misma (qué analogía tan horrible e inapropiada) y recurre a una versión extrema de narración en off, en partes iguales flashback, pobreza narrativa y mal gusto.

Un viaje en picada, en toda una variedad de sentidos.

¿Existirán más películas como Porfirio en el futuro? Puede que sí, dada la creación de Franja Nomo, la productora nacida del esfuerzo entre Alejandro Landes y Francisco Aljure, el productor. No sobra decir que la cantidad de galardones que obtuvo Porfirio la convierte en una suerte de modelo a seguir por los realizadores independientes que entre sus miras se halle el ‘arte por encima del negocio’, y siempre y cuando no tengan esa cantidad de agujeros en sus guiones o se excedan en pretensiones de carácter simbólico, me parece que todo eso es bienvenido. La experimentación, después de todo, debería poderse conseguir tras una sana producción en masa.

¡Hey, qué bien!: Porfirio, al menos físicamente hablando, está lejos de los artificios. Además, el sitio oficial de la película es bien simpático e informativo.

Emhhh: No quisiera poner a Víctor Gaviria como baremo, pero los actores naturales dejan muchísimo que desear.

Qué parche tan asqueroso: El final es tan terrible como hilarante.

Vayan, sí y solo si tienen estómago para los tropes y convenciones del cine independiente.

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*Caldo a base de leche y huevos.
**vía Twitter.
***Para ver una instancia de la sexualidad como un mecanismo de servicio audiovisual al cliente, un término que alegremente me acabo de inventar, no hace falta más sino echarle un vistazo a El Escritor de Telenovelas (2011) de Felipe Dothée, cuyo artículo acabé de enlazar.

Roberto Rossellini: Francesco, giullare di Dio (1950)

Techando una casa para que otros puedan vivir en ella. A partir de esa imagen me voy a tornar un poquitín ladrilludo, espero que me perdonen nuestros estimados lectores.

Desde el alba del cine, este ha tomado materiales de diversas fuentes con los cuales ha podido construir los cimientos de su lenguaje propio; joven, respondón e inmaduro todavía, si nos ponemos en la engorrosa tarea de comparar ésta con otras artes más desarrolladas y afincadas en la conciencia colectiva. Bajo esa línea, la literatura y el teatro han sido las elecciones más afines para hacer el grueso de semejante tarea, medios de los que las imágenes en movimiento tomó prestados muchos recursos narrativos, para luego sintetizarlos y dar pie a los suyos propios.

Los vitrales y miniaturas de monjes bailando bajo la lluvia escasean.

Y no un arte en el sentido amplio de la palabra, pero sí un fenómeno cultural, la religión también ha prestado muchos de sus motivos y figuras para finalidades más seculares, en una sala oscura donde la adoración se encauza por unas veras distintas a lo sacro y paradigmático. Aunque se conoce más de esto por bombásticas producciones que sitúan a Ben-Hur (1959), The Ten Commandments (1923-1956) o The Greatest Story Ever Told (1965) sobre un común denominador, también están las películas con una agenda establecida. Left Behind (2001), The Passion of the Christ (2004) o The Burning Hell (1974) e incluso buena parte de la filmografía de Kenneth Anger (orientado por sus ademanes ocultistas), por poner algunos ejemplos al azar, tienen un discurso que sobrepasa el entretenimiento e intentan transportar un mensaje muy concreto acerca de sus creencias.

Pero ¿Qué pasa, Valtam? Sólo he hablado hasta ahora de argumentos con tintes judeocristianos, y de dos tipos concretos de películas que, si bien todo el mundo conoce y sabe de qué o a dónde van, no abarcan la nociones de espiritualidad y fe que pueden estar inscritas en el lenguaje cinematográfico. En esa Campana de Gauss/sancocho es donde va todo lo demás, aquello que emplea las imágenes e iconografía religiosas para comunicar un mensaje ulterior, que puede ir de la mano o (muy a menudo) más allá de lo que se entiende con sólo ver dichas imágenes e iconografía en solitario. Haría falta realizar una investigación más a fondo acerca de estas expresiones en otros grupos religiosos, en las que seguramente debe haber un lenguaje más o menos codificado para comunicar ciertos axiomas o debacles con su público específico.

No es precisamente un brochure, pero funciona.

Ahora bien, la carencia de esa agenda concreta permite que los valores de producción no estén estrictamente enmarcados dentro de esas creencias; con eso intento decir que los realizadores y las productoras no intentan meter con calzador información que sea relevante únicamente a los fieles de una religión o culto determinado, y la idea va más de la mano del ‘artista’ (por llamarlo de algún modo familiar) y los responsables de la obra en cuestión, con la espera de que la película sea disfrutada por todos, y tal vez aprehendida por unos pocos.

Con esto dicho, entra al campo de juego el neorrealismo italiano, me paro y hago una ola en la tribuna (ridícula al ser vista, pero indudablemente emotiva), para luego volverme a sentar y continuar con mi idea, en caso de que haya una. Epicentro de numerosos eventos concernientes al catolicismo apostólico romano, así como anfitriones de su respectiva Santa Sede a excepción de su estadía altamente sesgada en Avignon, Italia tiene una historia atravesada por esta religión y su desarrollo se ha visto fuertemente implicado por la presencia de la Iglesia. Es algo que me permito apuntar con familiaridad en Otto e Mezzo (1963), al ver cómo Guido Anselmi enfrenta la dicotomía de una vida liberal y de lujos con un corte muy romano, y la abyección que siente al haberle faltado a las figuras de autoridad religiosas desde su infancia. Tampoco me estoy inventado un vínculo impromptu con Federico Fellini porque él, como en muchos otros proyectos de Rossellini, fungió como formidable guionista.

Inverso a los apéndices que fueron vejigas natatorias, los intertítulos hallan su nicho después de ser obsoletos.

¿Qué tenemos entonces en Francesco, giullare di Dio? Para empezar, un Rossellini ya curtido en experiencia y recién salido de una racha ganadora con su Trilogía de la Guerra, habiendo aprovechado todos los recursos fílmicos disponibles durante la vigencia del fascismo italiano (y su vínculo con Vittorio Mussolini, hijo de Il Duce) para engrosar su de por sí monumental manejo del lenguaje cinematográfico. Poniéndose retos que colindaran con las generalidades del movimiento recién germinado unos 7 años atrás con la maravillosa Ossessione (1943) del maestro Luchino Visconti, Rossellini se da la tarea de adaptar dos libros, Fioretti di San Francesco (Las Flores de San Francisco) del siglo XIV, y La Vita di Frate Ginepro (La Vida del Hermano Ginepro), ambos conocidos por ser el reporte de la existencia de San Francisco de Asís y sus andanzas por la bota itálica.

Como lo venía comentando hace un momento, y tal como sucedería en el caso de Pier Paolo Pasolini y su Il vangelo secondo Matteo (1964) o con Andrei Tarkovski* y la exquisita Andrei Rublev (1966), no se trata de una afiliación directa a la institución religiosa lo que les confiere el halo de sinceridad y profundo conocimiento de la materia, sino su propia inspiración y motivación a comunicar un mensaje que, bajo otras vías, se leería de una manera paradójicamente más impura y cargada de intereses adicionales.

Fe en acción.

Tratándose de una película neorrealista, el único misticismo del que vemos que están provistas las cosas es el de la pátina de la vida misma, con la cotidianidad y la simpleza que les es característica. Narrativamente hablando también hay un pequeño engaño, porque se podría decir que el personaje principal no es Francesco, nuestro monje feral favorito, sino los excéntricos frailes que le rodean, en especial el nobilísimo Ginepro, a quien se le dedica buena parte del crux de la película. La estructura de la misma se halla prefijada por la de la del libro de Fioretti, por capítulos o viñetas que se configuran como parábolas de fuerte semblanza bíblica, y como tal cada una se resuelve por sí sola, mientras forman un todo más o menos convencional.

Es necesario anotar que, también dentro de la ética y estética neorrealista, hay sólo un actor profesional involucrado en la película, y es Aldo Fabrizi, que posiblemente recordarán como cierto sacerdote bonachón en cierta película sobre nazis y ciudades ocupadas. Por supuesto, es irónico verlo ahora condenando a muerte al pobre Ginepro, aunque su interpretación es más cercana a su línea como comediante, y por lo tanto su secuencia es la más superreal de toda la película. El resto del reparto son monjes franciscanos de oficio, y bajo la batuta del legendario Rossellini dan unas interpretaciones sumamente memorables, en especial la de Francesco, con una extraña mezcla de rebeldía juvenil y abnegación solícita. Infortunadamente, el ya conocido poder de seducción de Rossellini estaba trabajando poderosamente, y para el tiempo de este rodaje él estaba atravesando una relación ligeramente adúltera con Ingrid Bergman, lo cual no le daría mucha credibilidad frente a sus actores.

Ginepro’s Winter Olympics

Todo lo demás está impreso con un naturalismo sorprendente. Me atrevo incluso a suponer que, si fuera un proyecto tomado en una época o lugar, la adaptación del florilegio contendría más habla con las aves y adquisiciones de estigmas. No obstante, en esta película provista de muy pocos primeros planos, casi como para no ‘perder la idea general’, se hace énfasis en lo humano y terrenal de la obra del hombre de Asís a lo largo de su estadía en Umbría, donde incluso dudará de su liderazgo y su labor con los hombres de manera afín a como un hombre corriente lamenta su incapacidad de transformar su realidad a voluntad. Predica la búsqueda de la felicidad no en la anexión de fieles a la religión o en victorias ideológicas, sino en el mismo proceso de disfrutar la carga con la cual se han impuesto voluntariamente todos ellos. En ocasiones el mismo Francesco es exultante y paradójicamente soberbio en su condición de humildad, lo que pone en entredicho la literalidad del credo cristiano.

Y es con este formato que sus colegas, entre ellos el ya mencionado Pasolini y Franco Zefirelli, así como muchas generaciones por venir, verían ejemplos de la santidad y la fe hechos hombre, tal como una Juana de Dreyer o un Jesús de Scorsese, carentes de todo halo que no sea el de sus mismas contradicciones y el celo de sus búsquedas. Bajo la lluvia, qué bueno es encontrar una celda ya techada.

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*No nos íbamos a escapar sin nuestro momento Wikihipster. Gracias.

Yoshiyuki Tomino: Space Runaway Ideon – Be Invoked (1982)

Nota del editor: admitimos que el redactor de esta entrada se encuentra poco cuerdo, pero aseguramos que la ha escrito con el corazón en la mano. Eso no justifica su calidad, pero sinceramente es lo que hay.

“I could die at any time, why am I bothering to eat?”

Sé que puedo recontextualizar esta interrogante, enunciada por uno de los protagonistas más jóvenes de esta película, y plantearla de esta suscinta manera: ¿Por qué escribo este artículo? Han pasado literalmente 4 meses desde que me puse en la tarea de juntar mis apuntes sobre una vaga y ampliamente desconocida serie de anime de los años 80’s para crear una pequeña reseña cuya inclusión en Filmigrana es todavía dudosa por una miríada de motivos. Sí, aquí está el dichoso artículo, cuya lectura recomiendo sobremanera si desean proseguir con lo que viene a continuación.

¿Qué vale la pena decir sobre Space Runaway Ideon: Be Invoked? ¿Acaso esta película concluye los preconceptos públicos que se puedan tener acerca de una serie televisiva en la que unos camiones, ‘piloteados’ por preadolescentes, se unen para formar un robot gigante de color rojo? ¿Se trata de otro vehículo de un sistema de valores shonen* en los que prima la amistad, el trabajo en equipo y entrenar para ser el mejor? De manera ligeramente rancia me veo impelido a decir que subvierte todo lo anteriormente dicho, y ofrece bastante suelo para la animación de contenido adulto.

Pista: ella muere en los primeros minutos de metraje.

¿Cuál es la razón de ser de esta película? Como lo mencioné en el artículo ya enlazado, Space Runaway Ideon es una serie de animación de 1980 dirigida por Yoshiyuki Tomino, quien un año atrás ya había granjeado su fama con la popular serie de mecha Mobile Suit Gundam, a menudo llamada “el Star Trek japonés” por varias razones, entre ellas su culto creciente, su contribución a la ciencia ficción, la manera en la que el universo narrativo se ha expandido y los problemas de cancelación de episodios que tuvo en un inicio. Space Runaway Ideon también padeció estos inconvenientes, pero por su tono operático y sombrío, así como por la ausencia de piezas destacables que pudiesen ser comercializadas** no tuvo el seguimiento de Gundam. Aún con eso pudieron consolidar una base de fans a partir de un desarrollo de personajes bastante emotivo, una historia inquietante y una máquina que, lejos de ser una fortaleza heroíca que extrapola las motivaciones de los protagonistas, parece tener su propia agenda cargada de intenciones encontradas. La base de fans fue suficiente para crear dos películas, una a manera de compilación (A Contact) y la presente materia a discutir, con tan sólo 15 minutos de metraje reutilizado. Todo esto ya lo sabrán ustedes, estimados lectores, si han leído (una vez más) el artículo mencionado, porque de aquí en adelante asumiré que así se hizo, pudiendo dar comienzo sin más rodeos a lo que nos embarga.

A Contact termina con nuestros héroes, Cosmo Yuki et al., emigrando lejos del planeta Tierra, ya que son considerados una amenaza interplanetaria y se les niega la bienvenida. Como bien recordaremos, los colonos del planeta Solo escaparon de este luego de haber encontrado una portentosa nave capital dentro de unas ruinas, y cerca a ellas, un trío de camiones que, como nadie iría a imaginarlo, se unirían para construir un inclemente robot carmesí. Sin embargo todo esto fue catalizado por la llegada de la raza Buff Clan a Logo Dau, que en otras palabras es el mismo planeta Solo, y gracias a diferencias irreconciliables acentuadas por la xenofobia, experimentada en similares proporciones en ambas razas, una pequeña misión de reconocimiento dio paso a la guerra total que vemos en Be Invoked desde el principio.

“Estoy harto de esos alienígenas. Partamos un planeta por la mitad.”

Pero decir que A Contact es sucedida inmediatamente por Be Invoked resulta siendo un estrecho de nuestro pensamiento, ya que el inicio de ésta no nos puede dejar más desubicados. Estamos en el planeta Kyaral donde los colonos de Solo, representados por el capitán Bes, intentan negociar (infructuosamente) la obtención de provisiones y armamento, mientras Cosmo Yuki discute su situación como exiliado de la tierra con Kitty, una chica delgada y de cabello corto que no apareció en ningún momento en la película anterior. Eventualmente nos enteramos de que hay una suerte de relación entre ellos dos, y justo cuando se reconocilian somos testigos de un bombardeo a la superficie del planeta. Cosmo intenta escapar con Kitty, pero ella no mantiene el mismo ritmo de marcha y se rezaga, lo que resulta en Cosmo observándola impotente desde la relativa seguridad de los pies del Ideon, mientras ella es decapitada por una explosión (!). Corte a créditos iniciales, Space Runaway Ideon: Be Invoked nos da la bienvenida.

Hay muchas más sorpresas a lo largo de esta película, si la comparamos con la infortunada compilación que es A Contact. Aquí tenemos la oportunidad de conocer finalmente al responsable de toda la carnicería vista hasta ahora, Doba Ajiba o, como he decidido llamarlo arbitrariamente, “Agamemnón del Espacio”. Doba es el supremo comandante de las fuerzas armadas de Buff Clan, es padre de Harulu y Karala y de lejos es uno de los mejores personajes de la serie, así como es toda una estrella en esta película. No es sólo que sus decisiones muevan el argumento con fuerza, sino que los motivos que hay detrás de estas son tan complejos como diversos, por lo que difícilmente podríamos llamarlo ‘villano’.

“I will fling your body out into space if your words are rubbish!”

Habiendo seguido con cautela cada movimiento del los colonos y el Ideon, arrastrando éste la estela de su poder absurdo e inmenso, Doba se prepara para buscar al mítico Dios Gigante en persona y a la vanguardia de sus tropas, resguardado de la fría violencia espacial en una inmensa nave-fortaleza, Bairal Jin. A su lado se encuentra el truculento Gindoro, líder de la Fundación Ome (en español no suena tan chévere), quien asiste al supremo comandante con mechas de tecnología avanzada y un arma ultrasecreta conocida como Ganda Rowa, artilugio que el mismo supremo comandante considera ‘innecesario’ y carente de tacto si se le compara con estrategias militares convencionales. No es una novedad que cuando Chejov saca su pistola, resulta indispensable dispararle a alguien, por lo que más adelante nos toparemos con ese detalle del arma secreta.

No obstante, los designios del Ide como entidad omnisciente son difíciles de desentrañar, y tras un destello luminoso en el puente de la nave Solo, la alienígena Karala y el científico Jolliver (relegado a figurante en A Contact) son teletransportados inmediatamente a Bairal Jin, para luego descubrir que el motivo de esto es una entrevista entre ambos bandos, arreglada por el mismo Ide. El diálogo de paz entre ambas razas no parece tener efecto, viajando todo al carajo cuando se revela un detalle crucial, y es que Karala tiene en su vientre un hijo de Bes, algo que le es revelado al abuelo Doba sin el más mínimo tacto, por lo que resulta apenas congruente que este trágico patriarca no se lo tome de la mejor manera.

“Comandante, descargué esta foto de TMZ. Parece ser su hija, emanando luz de su vientre.”

“My despair of why Harulu was not born a man! The Pain of Karala sleeping with an alien man! Such pain, as a father! Who could ever understand it!?”

Para un buen fan de la ciencia ficción, tras una de las protocolarias peleas con espadas de luz (tomadas en préstamo de Gundam, y estas a su vez de Star Wars) y una hilarante situación que involucra un bisturí del futuro, la acción sigue en el pico cuando Jolliver y Karala logran escapar de la furia del padre, y toman una nave de escape con la que esperan volver con sus amigos de Solo. Simultáneamente, Bes encuentra la posición exacta de su mujer y se lanza al rescate, mandando la nave capital como un ariete hacia Bairal Jin, mientras el Ideon se lanza al abordaje como si de la batalla de Lepanto se tratara. La alienígena embarazada parece encontrar su final en una explosión, pero el debris espacial se toma su tiempo para disiparse y ¡Sorpresa! Un conveniente campo de fuerza la rodea a ella y a Jolliver, permitiéndoles sobrevivir para el esperado reencuentro. Al llegar, Karala anuncia que está preñada y cae como una noticia asombrosa para la tripulación de la nave. Con el fin de ponerle un nombre, ella hace una suerte de encuesta pública y decide, sin más ni más, llamar a su nonato “Messiah”, como si ponerle a un hijo el nombre de una figura religiosa desconocida no fuera nada. La nave se dirige al espacio profundo para descansar, hay un pequeño break para nuestros héroes y para nosotros, y todos en la nave se disponen a comer, en lo que parecerá ser su última cena. La magia de los 80’s no cesará durante los próximos 100 minutos de metraje.

Gracias a la estructura de esta película he podido percibir que la regla en el establecimiento de la acción no corresponde en concreto a un triángulo, o lo que usualmente se conoce como ‘inicio-nudo-desenlace’. Naturalmente, todo relato debe tener principio, mitad y fin, es literalmente imposible escribir algo sin estos componentes, pero lo que sí se debería enseñar en los talleres de guión es que la acción, y más cuando se le añade la escarapela del género, no tiene por qué ser una campana ni mucho menos; unos picos y valles harán el trabajo, manteniendo la expectativa del público ante el más mínimo cambio, permitiéndole respirar para que una vez más se embarque en un frenesí de destrucción y revelaciones.

Picos narrativos que involucran balazos, en la cara.

Dicha esta digresión por parte de su servidor, considero (con un juicio muy pobre) que he hecho una síntesis de la estructura de la película, mas no de sus conflictos y su mensaje. En la precaria discusión que planteo sobre estos elementos es que sale a relucir lo influencial y novedoso del estilo de Tomino, su corte depresivo y lo radicales que son sus narrativas a la hora de jugar con estereotipos y tropes ya fijados. Ya lo había mencionado al principio de este artículo, que no es una película que aborde temáticas familiares al género, que el Ideon no es un súper-robot convencional y muy a pesar de que hayan niños en una tripulación de sobrevivientes intergalácticos, la serie no va dirigida concretamente a ellos como público.

“A planet has dissapeared.”

“Exactly.”

A lo largo de la serie, y en especial en esta película, resulta impactante ver la magnitud con la que los hechos traen consecuencias. Esto va a sonar como algo que diría que un fan resentido y que va en contra del volverse mainstream o una estupidez similar, pero ciertamente ‘mi viejo robot ya no es lo que era‘, con ánimo de adaptar ligeramente unas palabras ya dichas por alguien. A menudo se piensa que para vender unos cuantos juguetes y aproximarse a ciertos públicos, lo mejor es poner al frente de la cabina la mentada imagen del preadolescente con problemas de interacción social y una máquina abrumadoramente poderosa en sus manos, para que con ella desahogue sus frustraciones. Válgame, es que ya con el éxito de Neon Genesis Evangelion (1995) se considera que es una fórmula probada y validada, y el género se estanca por esa clase de convenciones, ganándose una reputación de hermano inmaduro entre las otras ramas de la animación japonesa. ¿Quién, más allá del coleccionista de figuras de resina, puede otorgarle un modicum de confianza a algo tan vano y poco representativo como un robot de poder infinito? El concepto sobre la mesa suena absurdo, pero Space Runaway Ideon lo maneja tan bien que da mucho gusto el que no exista ninguna secuela de este universo.

A pesar de lo difícil que esto sea de creer.

El asunto de los niños a bordo se maneja con la justificación de la pureza de alma y mente que estos tienen, algo que el Ide en su rol de deidad elevada considera necesario para crear una nueva generación de vida humana. Por supuesto, resulta implausible que alguien como Deck***, cuya edad nunca es mencionada pero no debe ascender de los 12 años, sea un experto matemático y pueda calcular, empleando la enrevesada interfaz del Ideon, un disparo que impacte a una nave que se mueve a velocidades vertiginosas en el espacio profundo. Lo logra, y es emocionante porque a las alturas en las que sucede eso ya se han hecho muchos otros sacrificios entre los colonos que han suspendido la incredulidad.

El mismo Ideon, a pesar de parecer un Optimus Prime de saldo, lleva el concepto de invencibilidad a un nivel completamente nuevo y aterrador. Seguro, está dotado de un armamento completamente absurdo, siendo ejemplos de esto una espada que grita mientras destruye vidas (siempre he tenido inconvenientes con el tema del sonido en el vacío) y un cañón que genera ciclones en el espacio sideral, que si bien no es ciencia ficción dura, apela a los lados más sensibles del gusto por lo asquerosamente poderoso; pero lo bueno de todo esto es que, en manos de sus pilotos, son armas que causan más problemas de los que resuelven, en varias ocasiones instando a los propios protagonistas a prescindir de ellas porque podrían acabar injustificadamente con planetas y personas inocentes. Sólo hasta el final de la película deciden emplearlas indiscriminadamente, porque en realidad ya no queda nada más por qué luchar.

Sí, la ausencia de amor invita a mandar otras cosas al carajo.

La muerte, el tópico por el cual es más recordada esta obscura obra nipona, está dotada de un peso que rara vez se ve en el anime. Es muy tangible y afecta, en última instancia, a todos los personajes del reparto, pero a su vez está desprovista del bombo y el “¡Nooo!” de la música incidental con la que se suele tratar este suceso en la ficción dirigida a niños y jóvenes. No se trata de que la muerte sea un tema frívolo o que no requiera tacto, admitiendo que en ocasiones Be Invoked es un poco cruda en cuanto al tacto, pero en la vida real nadie toca trombones o deja volar palomas cuando alguien muere de repente, y esta película es muy diciente para comunicar eso, tanto en sentido literal como figurado. Si he de hablar de un personaje que sea un ejemplo dignificante de esta postura, elevaría al estrado a Bes, quien increíblemente no tuerce el cuello ante la cantidad de responsabilidades que asume y las desdichas de las que es testigo.

“Cosmo, you’re getting too hot!”

Aunque no de una manera tan compleja y elaborada, Be Invoked cuestiona el valor de una humanidad en constante conflicto, trayendo a colación la xenofobia, unas cuantas cuestiones de género (la no-feminidad de Harulu, entre otras) y la esperanza de renacer a partir de las cenizas, admitiendo nuestras faltas y reconociendo los valores del ‘enemigo’. No es, una vez más, Neon Genesis Evangelion, pero Hideaki Anno seguro que tomó más de una inspiración de Tomino y su depresivo ‘final feliz’ a la hora de crear el anime por el que es reconocido a nivel mundial. Tampoco es que recomiende esta película para todo público y toda edad, como una suerte de revelación, pero sí se siente un mínimo de interés o curiosidad por el asunto, no es nada difícil de encontrar en YouTube.

“Impossible! I never had a chance to do anything.” Punzante, para ser una línea dicha por un don nadie.

Una vez más, gracias a Counter-X por otorgar información que yo no podría haber adivinado a simple vista (Link fallecido, acá reproducido en archive.org).

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*Esto es, anime y manga dirigido a los jóvenes varones.
**El género mecha, a pesar de su popularidad, necesitaba ser financiado a la par que era producido y emitido, por lo que no era extraño ver que en las reuniones con los creativos se sentaran algunos representates de la compañía de juguetes con la que se había hecho el convenio de distribución de merchandising, para que estos opinaran y tomaran decisiones en torno a la apariencia de los personajes, la paleta de color, la recurrencia a ciertos temas, etc.
***El responsable de la cita inicial, un niño de escasa edad con completa noción sobre su propia mortalidad.

Felipe Dotheé: El Escritor de Telenovelas (2011)

El regreso de la actividad de Filmigrana para el 2012, aunque airoso, tiene la particularidad de iniciar de la mano de esta película. Ya hace un buen tiempo que la ví (diría que una semana o más), y aunque mi reacción ante ella se ha enfríado por diversas circunstancias, puedo decir en estos momentos, con completa tranquilidad, que El Escritor de Telenovelas es realmente la entrada triunfal del cine colombiano a una época dorada de grandes tramas, ostentosos presupuestos e historias conmovedoras que dejarán en el olvido todo lo que hemos visto hasta el momento en la pantalla grande. Sí señores, El Escritor de Telenovelas es tanto una gran revolución como un homenaje, comparable en profundidad y análisis de la sociedad a una película de la talla de El Ángel Exterminador (1962) de Luis Buñuel, aporte de Dago García y su original guión dentro del cual un hombre se vé atrapado en las convulsionadas entrañas de las fantasías más representativas de la sociedad contemporánea. Gracias, Felipe Dotheé, puedo acabar ya mismo este artículo con una gran sonrisa y el corazón en mis manos.

Mmmh… O puede que no sea así, es posible que esté mintiendo, apenas un poco. Salida el 25 de diciembre, al mismo tiempo que Mamá Tómate la Sopa, esta producción del Canal Caracol nos recuerda una vez más los travesaños malditos con los que algunas personas consideran que está techado el cine colombiano, y a pesar de ser unos pocos ejemplares de esta ralea, ciertamente dejan mucho que desear acerca de las personas que tienen las herramientas y posibilidades de realización a su alcance. Es interesante imaginar con qué rostro estas personas han decidido abordar uno de los temas que mejor manejan y le han dado la cantidad suficiente de giros para que los colombianos consideren válido pagar una boleta por algo que podrían ver en casa, por un precio ya pago dentro de la factura de telecomunicaciones. Esos giros, valga decirlo, no es que sean buenos, pero es necesario abordarlos.

Tratándose de una sana costumbre de este espacio, me permitiré hablar primero del director de esta película. Como podrán leerlo a través de su página de perfil en el portal de Proimagenes Colombia, Dotheé ha estudiado y trabajado en áreas pertinentes al diseño y la publicidad dentro del cine, y descontando su trabajo en videoclips o similares esta vendría siendo su primera incursión a la ficción en la pantalla grande. Es una enorme responsabilidad, tal vez no equiparable a su trabajo como sanador bioenergético pero viene siendo un gran peso y, con la ayuda de unos prominentes valores de producción, cruza los portones para abrirse campo en la cinematografía nacional, que espera ser poblada.

Tiene una cierta validez que establezcamos un paralelo entre las películas competidoras de este pasado 2011 y la trayectoria de sus directores, que aunque esta no decida directamente la calidad de un producto ni la excuse (como muy acertadamente apuntó Profano, un fiel lector) sí que puede encauzar las características del trabajo que un director realice, y por eso lo llaman “experiencia” a secas. Gracioso es que Mario Ribero, alguien con un trajín bien conocido en seriados y telenovelas de relativo éxito, haya dirigido la “comedia urbana y rebelde” de la que he hablado con anterioridad, mientras que este sujeto de mediana edad y ascendencia extranjera iniciara su carrera como director a partir del más derivativo y formulaico de los guiones, estando de sobra añadir el escenario de la acción, las mentadas telenovelas.

Por eso, en la adolescente industria audiovisual colombiana donde todo el mundo debe hacer de todo, El Escritor de Telenovelas posee una fuerte semblanza de telenovela aunque en cubierta lo niegue, mostrándose a sí misma como una película que nada tiene que ver con el tema en cuestión y que al final evidencia el engranaje desdentado de este tipo de producciones sin corazón, en las que algunos piñones corren por cuenta propia y se abstienen de mover a los otros. No necesito (y francamente no quiero) ver los ‘Detrás de Cámaras’ para saber que esto es principalmente culpa de Dotheé, a la final él es el director, pero ya en un momento apuntaré puntualmente el por qué.

El argumento es bastante simple y efectivo: Gerardo Olarte (Mijail Mulkay) es libretista de una telenovela para un canal de nombre Corín TV (sí, con lengua en la mejilla) y su más reciente trabajo, que se encuentra actualmente en el aire, es vapuleado en materia de ratings y opinión. Su jefe (Álvaro Bayona) lo tiene al vilo de la cancelación del culebrón y nadie parece creer en él, ni siquiera su propia ama de llaves o su ex-novia (Paula Barreto), que en ocasiones lo engaña con su jefe. De esto último no volvemos a saber nada jamás. La única excepción es una actriz de la misma telenovela con un papel bastante secundario en ella, María (Jo Blanco) que alienta a Gerardo y le recuerda sus éxitos pasados, una lista de nombres sensiblemente patéticos. Tras uno que otro diálogo cuya única función es mover la acción y una petición negada de incluir un personaje nuevo en el programa, Gerardo despierta un día dentro del set de su telenovela, encarnando a ese personaje recién llegado y se empiezan a desenvolver las relaciones entre los personajes escritos y su autor.

Sobre el papel suena como una premisa interesante, independientemente del contexto de las telenovelas, pero ya podemos imaginar que la ejecución deja muchísimo que desear. El elenco de fantasía lo conforman diversos estereotipos más fáciles de hallar en una producción de Televisa de los 90’s que en una telenovela de otra época o latitud, aunque el trabajo de los actores es, cuando menos, bastante rescatable en su credibilidad impersonando personajes de telenovela en tono de farsa. No era para menos. Norma Nivia Giraldo y Juan Pablo Posada en especial logran formar esa empatía necesaria con el espectador para que nos interese lo que está sucediendo dentro de la acción. En ese sentido El Escritor de Telenovelas sabe lo que hace y lo hace mucho mejor que su competencia, aunque no crean que volveré de nuevo a los elogios en broma, esto sólo sucede durante los primeros 40 minutos; la segunda mitad de la película es una guachafita, un desorden vulgar y regionalista carente de proporciones.

Mmh, Norma Nivia la ‘femme fatale’. No le veo problema a eso…

¿Cómo es que esta barcaza de aguas dulces naufraga con tanta rapidez? Ya había mencionado atrás que buena parte de esto sucede debido al trabajo de dirección. No me tomen a mal, pero esta película ha sido construída en su totalidad con la sensibilidad de un diseñador gráfico. Hace poco hablaba con un estudiante de esa carrera de la UJTL que mencionaba lo problemático que era para ellos el adaptarse a las necesidades laborales de su campo, después de haber visto un buen manojo de teorías y conceptos con pesados transfondos, cuando el diseñador sólo necesita fabricar y vender en la vida real. Los historiadores del área ni siquiera se ponen de acuerdo si el diseño nació con la Revolución de Octubre, en la Bauhaus o con las litografías de Tolouse-Lautrec, pero debemos ser francos en que a nadie le importa, en un medio tan competido y ajetreado como es ese.

Tras esta pequeña digresión, sería más estúpido que ofensivo decir que Dotheé no es un buen diseñador. Es más, podemos revisitar su página de perfil y ver que los premios que ha ganado han sido por eso, pero gracias a esa pericia ha llegado donde está, y parado sobre la roca de su primer largometraje lo ha embadurnado todo de barniz, betún y natrón, convirtiéndolo en una momia brillante presta a desmoronarse. Este hombre conoce sus juguetes, dollies y steadycams acompañadas de planos de establecimiento a bordo de un helicóptero, pero ¿Todo eso qué? ¿Acaso le dan alguna utilidad narrativa o siquiera estética al producto? ¿O tan sólo ha envuelto un hueso en metros y metros de listones de papel satín, hasta quedar con la consistencia de una almohada dura y usada?

Muy pocas cosas tienen el extraño privilegio de traerme a la memoria Sky High (2005), tal vez el hecho de que la bellísima Mary Elizabeth Winstead y Kurt Russell tienen papeles casi protagónicos en ella; pero involuntariamente una película sobre telenovelas, el medio narrativo con las posiciones de cámara más estáticas y prediseñadas en el que puedo pensar actualmente, atina en poseer esos encuadres inclinados y los movimientos salvajes que sólo una comedia bufa sobre súperheroes puede tener. Todas las conversaciones son un plano-contraplano, y aún así, en El Escritor de Telenovelas todo tiene que girar cuando dos personas hablan, incluso tratándose de los temas más triviales e inofensivos para el argumento. No ayudan mucho el claróscuro y los flashbacks ralentizados, confiriéndole un tono y un ritmo a la película que no subvierten en nada el género, sólo mezclan cosas muy distintas y dejan un encolado seco y chambón al fondo del recipiente. ¿En cuanto al apartado sonoro? Todo, absolutamente todo tiene música incidental de stock, ya sea por un homenaje o exageración del medio en el que se basa esta farsa, o bien porque todavía quedaba mucho formol para embalsamar esta película.

Todo lo anterior sería medianamente aceptable si, reiterando, esto no fuera un clásico decembrino. Si algo nos ha enseñado Dago García a lo largo de su obra es que, entre las tres o cuatro plantillas que ha empleado para escribirla, hay una que favorece entre las demás y le confiere atención especial. Me refiero al ensamble disparatado, o como lo querré llamar desde ahora, “El combo se despapaya“. ¿A qué me refiero con esos términos? Como ya lo saben, Gerardo Olarte empieza a hacer parte de un meta-universo del que es responsable, no en un sentido de ciencia ficción sino más en un sentido absurdo, y de ahí parte la cruz de la película.

Dado el interés que le guardo al tema de los universos paralelos y contenidos, le puse atención a lo que sucedía en pantalla e intentaba ver hacia dónde iba el argumento, hasta que sucedió lo inevitable: el personaje que interpreta Juan Pablo Posada enloquece y chantajea a su creador, en calidad del estereotipo antagonista matón, por lo que técnicamente termina “secuestrándolo” y libera del yugo opresivo a sus compañeros de ficción. Eso es lo que dicen que sucede en la historia, pero en realidad vemos escenas perdidas de In Fraganti (2009) en las que los personajes se desinhiben hasta el punto de perder todo compás moral y de coherencia consigo mismos, haciendo apuntes y comentarios dirigidos a la media de la población colombiana, vista a través de los ojos del responsable del guión. Sobra decir que todo se va al carajo desde ahí, y la opereta vuelve a sus hilos tradicionales.

“Bueno, ¿Quién de ustedes quiere empezar a tratar con vaguedad los lugares comunes de nuestros espectadores”?

Hasta ahora todo suena como si le hubiese tenido expectativas a esta película, aún conociendo su transfondo y sabiendo qué personas estuvieron implicadas en ella. He querido ser un poco más decente en esta ocasión, aunque no niego que entre y salí de esa sala sin nada en mis manos, con el alma esperando por fuera de la sala. El dichoso meta-universo de las telenovelas opera a través de un absurdo muy mal construído que se altera cuando se le da la gana, y claro, no pido reglas de la física tradicional pero que al menos se pueda jugar con esa oportunidad. Aunque no patea la lonchera con tanta prontitud y ahínco como si lo hace la película de Mario Ribero, la experimentación va en el campo de lo estético (de lo que aquella adolesce enormemente) pero el desastre no puede ser detenido. En ambos casos, gracias a subtextos tan irresponsables e hilarantes como “las telenovelas son escritas por y para empleadas de servicio” se ahonda de nuevo en los valores cuestionables que se intentan subvertir o bromear.

Y si hubiese la necesidad de parar hombro a hombro a las dos contendientes decembrinas para medir su valor y grosor, podría decir que esta al menos cumple con el objetivo de entretenimiento masivo y no genera dolores de cabeza, siempre y cuando no se le ponga atención a esas inexplicables cámaras giratorias. Pero eso no dice nada nuevo, tal como esta película no es nada nuevo. Caemos en cuenta de que tenemos el capital técnico y humano para producir largometrajes de calidad, mas esas posibilidades están en manos de muy pocos, y la manera como hacen uso de ellas es con estos productos masivos, sencillos y que hay que desechar inmediatamente después de usar. Al menos el final no es tan asqueroso, y se atañe a unas reglas preestablecidas que llevan mucho tiempo funcionando bien, y para ser alteradas se necesita a alguien que sepa muy bien lo que está haciendo. Por lo pronto sólo nos queda esperar.

¡Hey, qué bien!: Álvaro Bayona se goza su excéntrico papel, en medio de todo es sano ver esa disposición para trabajar.

Emhhh: se supone que es una telenovela, y por decreto hay una escena de sexo soft-core. Es tan blanda como se la pueden imaginar.

Qué parche tan asqueroso: la transformación de los personajes de ficción es sólo una excusa para meter chistes altamente flojos con calzador. “El combo se despapaya” es algo a lo que le deben tener mucha precaución.

No hay de qué temer, seguro ya ni está en cartelera.

Noah Baumbach: Greenberg (2010)

Llega un momento en la vida de la mayoría de los seres humanos que podemos considerar como un ‘hiato’, una parada en el camino durante la cual, frente a una encrucijada particular,  nos detenemos un momento y empezamos a hacer nada mientras tomamos las decisiones (o damos los rodeos) pertinentes antes tomar un camino que consideremos correcto. Hay personas a las que les sucede un par de ocasiones y jamás vuelven a mencionar el asunto, hay otras personas a las que nos dura un buen tiempo ese hiato, y hay quienes viven inmersos en un cruce de caminos permanentes, inhabilitados de avanzar y sin ninguna intención de involucrarse en los asuntos de la vida misma. ¿Cómo Roger Greenberg? No es tan sencillo ponerlo en sumario, como nos daremos cuenta.

Salí de viaje cuando volví a ver Greenberg, y vaya que me sintió bien. No sólo fue una vacuna definitiva frente al malestar reciente que experimenté tras ver cierta película colombiana de la que no sé si debería hablar en estos momentos, sino que además este largometraje de 107 minutos me tocó en varios niveles, y sigue siendo la hora en la que no logro descifrar cuáles son con total certeza.

“Oh hey”

Protagonizada por Ben Stiller y rodeado de un reparto compuesto por familiares o allegados a personalidades notorias del cine (Zosia Mamet, Dave Franco, Max Hoffman, ¿Alguien?), Greenberg nos cuenta la historia de su personaje epónimo, el mencionado Roger, y su regreso a Los Angeles tras un largo período de ausencia. Su hermano, Phillip (Chris Messina) sale de viaje a Vietnam con su esposa Carol (Susan Traylor) y sus pequeños hijos, dejando al entrañable pastor alemán Mahler y la casa a cargo de Roger. Aunque poco sabe él acerca de la persona con quien compartirá esta labor, una atolondrada y entrañable ama de llaves de nombre Florence Mar (Greta Gerwig), ella tampoco sabe mucho más acerca del hermano de su jefe, salvo que estará haciendo unos trabajos de carpintería y vivirá en la casa Greenberg durante las semanas de viaje… ¡Ah! Y que acaba de salir de un hospital psiquiátrico. Es una configuración de comedia romántica cuyas situaciones podrían predecirse, pero con detalles como el del hospital (asunto que nunca nos es revelado del todo) la película hace bien en trastornar nuestras expectativas.

Florence es joven, tiene alrededor de 26 años y como tal tiene un estilo de vida sin mayores complicaciones; sale a festejar de cuando en cuando, tiene un grupo de amigos jóvenes y además de su trabajo como ama de llaves tiene una incipiente carrera como cantante, nada muy ambicioso o con muchas miras a futuro.  Roger, por el contrario,  está ad portas de cumplir 41 años, se halla pesadamente medicado y es un individuo bastante complejo, lo cual resulta bastante apropiado si la película gira en torno a él; aunque tiene destrezas con la madera y se le ha encargado construirle una casa a Mahler, en realidad vemos que esa no es su profesión y su pasado en Los Angeles lo ha anclado con mucha profundidad, como es posible descubrirlo a través de la opinión que otras personas tienen de él y el progreso de la casa en sí.

No todas las chicas alternativas se derriten por la música pasada de época.

El primer encuentro entre nuestros protagonistas empieza algo rugoso, tomando en cuenta las notorias diferencias entre la voz dispuesta a emitir juicios de Roger y el trato amable de Phillip, o incluso la condescendencia de Carol, la primera persona en manifestar expresa y abiertamente su desconfianza hacia Roger. Pero sin necesidad de juguetitos de lata u otras secuencias absurdas (perdonen la comparación, por favor) un plano de Roger mirando a través de la ventana refleja con mucho tino su comportamiento abstraído y la manera en la cual experimenta el mundo: como un observador distante.

Phillip le ha dejado a Florence un cheque de adelanto con su hermano, y ella va a recogerlo cuando recibe una llamada del recién llegado, pero una canción de Albert Hammond y comentarios acerca de “cuando sonaba en la radio” marca la primera frontera generacional y de pensamiento entre muchas en torno a estos dos. Acusar el presente de ser “kitsch” tampoco parece ser un buen gancho de conversación, y después de pedirle a Florence una botella de Whiskey y unos sándwiches de helado, nos es iluminada otra veta en el tormentoso interior del pobre Greenberg. A pesar de lo nefasto y en ocasiones abyecto que pueda resultar Roger, conocerlo de esta manera nos permite simpatizar con él e incluso sentir lastima por los absurdos que llega a cometer a lo largo de la película.

Una buena manera de invertir el tiempo.

Una primera impresión algo negativa, seguida por una de las costumbres más notorias de Roger: escribir cartas quejándose sobre los servicios que le prestan diversas entidades, cartas que nunca enviará. Busca en su vieja agenda de contactos a Ivan Schrank (Rhys Ifan), un viejo amigo suyo inglés que a pesar de tener un hijo de 8 años y estar enfrentando un divorcio, cuenta con un porte de abandono juvenil propio; tampoco parece ser una relación muy cómoda la que hay entre ambos, el tiempo y los hechos resuenan en como se hablan y comportan, aunque desconozcamos por lo pronto los motivos de la tensión.

Ivan invita a Roger a una barbacoa festiva de un amigo en común, y aunque es motivo para que un elemento importante de la trama se presente, tampoco se escatima tiempo para seguirnos presentando la realidad de Roger: es un pobre hombre congelado en el tiempo. Sus amigos ya tienen familias y vidas organizadas, algo de lo que él evidentemente carece, y se siente en el aire la postura defensiva que ha adoptado Roger frente a esa realidad, polarizándola a través de múltiples capas de sorna y crítica que rayan en el quinismo. En esa misma fiesta encuentra a Beth, su ex-novia de la juventud, también con hijos y un matrimonio conflictivo, algo que él ve como una oportunidad de regresar al pasado, pero ella no parece hallarse en la misma sintonía. Todo lo anterior es mostrado a través de un montaje en paralelo en el que Roger se ve incapacitado para encajar con los seres humanos que están a su alrededor, obteniendo reacciones poco favorables a medida que interactúa con ellos.

“¿Que si estoy maquillada?…”

Roger empieza a tener encuentros con Florence pero, a pesar de la atracción que aparentemente media entre los dos, las cosas no resultan muy bien en casi ningún nivel. Sexualmente son incómodos y temerosos, él por el afán y el desprendimiento que tiene hacia todo y ella por los conocimientos que ha adquirido acerca del amor en tiempos recientes, contando con que suele mencionar su ‘reciente rompimiento’. Por ende, la sexualidad en ambos es deliberadamente desglamorizada, acorde a la visión de la vida de cada cual. Por si eso fuera poco, Roger tiene la tendencia de hacer implotar su temperamento y comportarse como un cretino cuando se siente emocionalmente comprometido con algo o alguien; lo vemos en la secuencia de su cumpleaños, en la que Ivan lo sorprende con una celebración modesta pero sorpresiva en el restaurante que frecuentan, así como cuando Florence le regala uno de sus títeres de varas y le cuenta una historia sobre su juventud, confiando en entablar una relación de semejanza en torno a su displicencia frente a las expectativas sociales. Aunque es gracioso ver la manera como Roger envía por la borda esta clase de eventos, en el fondo resulta sumamente patético, en el mejor sentido de la palabra.

Como es de esperarse, Florence promete ante sí misma y su cansina mejor amiga Gina (Merritt Wever) que jamás volverá a tener algo con Roger, pero no puede evitar sentirse atraída ante su fracturada personalidad y, siendo un sentimiento del que mayoritariamente adolescen las mujeres, pretende sacar a la luz lo mejor de él y lo que nadie comprende de su naturaleza. Incluso después de que la única responsabilidad que los unía a ambos sale a relucir, refiriéndome a la salud e integridad de Mahler, no es motivo suficiente para que puedan reconciliar sus complicadas diferencias.

El velo de una hermosa velada psicótica.

Vale la pena tomar en cuenta que la mayoría de películas de Noah Baumbach tienen como eje los problemas que los protagonistas cargan consigo mismos, ellos impiden activamente cumplir sus propias metas. Por un largo rato puede dar la impresión de que Roger Greenberg no crece en lo absoluto y está condenado a no lograrlo, pero el zumo de este producto reside en las emociones que esa falta de crecimiento puede llegar a generar en el espectador, y de cómo al final, con sutileza, sí hay posibilidad de cambio. Muchas personas se sentirán expelidas de ver esta comedia si imaginan que se trata de algo más bien ‘estándar’ protagonizado por Ben Stiller, pero si nos fijamos en el enorme rango que despliega él como actor en esta película, estaremos aptos para disfrutar de la totalidad del producto en cuanto nos topemos con su estuche de DVD*.

La fotografía tal vez pueda resultar un poco ‘tradicional’ para una película de corte indie, consistiendo en colores desaturados balanceados al verde, pero si tenemos en cuenta el estado de ánimo de Roger y Florence, así como el guardarropa del elenco, podemos entenderlo como una solución viable y sensata. Hay un bello provecho de la profundidad de campo, permitiéndonos percibir todo lo que hay dentro del cuadro y, como a Roger, ningún detalle se nos escapará como espectadores, aunque sea para criticarlo mordazmente.

Hay muchos ‘asides’ dentro de Greenberg, tanto el constante recordatorio de la filosofía ‘verde’ con la que fue filmada (y que el nombre sea lo primero que lo evidencia) así como la mirada hacia Los Angeles y la forma como se vive ahí en la actualidad, algo de lo que podría hablar mejor JNMGLVDL. Añadiendo que James Murphy a la cabeza de LCD Soundsystem sea el responsable de la banda sonora, y que Baumbach co-escribió 2 de las películas de Wes Anderson, eso me hace pensar que no debí haber escrito sobre esto en lo absoluto. Pero qué demonios, me gustó la película y considero que me dio una oportunidad, tal vez no para decidir si quiero acabar con mis barreras personales**, pero sí para escribir un grato artículo en torno a ella. Aborto, divorcio, negación, juventud, hay muchos otros temas de los cuales también podría escribir, pero cada quien puede hallar su propia pequeña lección dentro de esta tajada de vida en pantalla.

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*Infortunadamente nunca llegó a cartelera en este país, pero ahí ya pueden ver qué clase de timos consideran humorísticos y rentables cuando de “películas de cuarentones” se trata.
**De hecho ya iba en el proceso, pero esta película dio un buen empujón, eso sin querer regar la melaza en el suelo; escribiendo es que puedo hallar otras maneras de dar las gracias.

Mario Ribero: Mamá Tómate la Sopa (2011)

Son las 10:45 PM y acabé de llegar de una sala de cine, mis estimados lectores de Filmigrana, con una llama en el corazón que me resulta difícil de ocultar. Es un fuego vivaz y no muy luminoso, tal vez similar al que generan las estufas de gas, mas este gas es pútrido y envilecido, de coloración pálida y enfermiza porque sí, como lo pueden leer en el título, estuve en una sala de cine viendo el último engendro del Canal RCN. Nadie me obligó con un revólver a ir y ver esa película, mucho menos a escribir estas líneas, y si algo sabemos bien en este sitio es que la gran mayoría de las películas tienen algo adentro, fragmentos valuables y reflexiones sobre una época, un lugar o una sociedad en particular, a pesar de las claras distinciones que se puedan establecer entre la idea o intención original y el producto terminado. Proseguiré la marcha con ese fuego iluminando mi tristeza, con la confianza de que apenas acabe este escrito se haya disipado en un mínimo el abuso al que me sometí.

Ejemplo de tales remanentes, de intención y mensaje, es mi análisis anterior sobre Silencio en el Paraíso, algo obnubilado y carente de bases sólidas debido a mi largo hiato de inasistencia a las salas oscuras, aunque igual se habla de una película que evidencia un deseo de comunicar y dar a conocer a partir de la narrativa de ficción. Esta vez no hablaré sobre el Brasil, los neorrealistas o esos asuntos tan bellos y sensibles. El presente caso, dirigido por un veterano de telenovelas y culebrones de la franja Triple-A, es sumamente especial e insólito en varios sentidos. Para un hombre que lleva muy poco de haber empezado su recorrido de apreciación y admiración cinematográfica, no guardaba en mi memoria una película que no tuviese conexión con absolutamente nada, y que fuera el negro reflejo de un abismo creativo muy pródigo en torturar las nociones de tiempo y espacio, sin mencionar la de una simple narrativa en sí. Esto tiene méritos. De antemano sabía que este 25 de diciembre sería memorable, pero ¿Son estas las lamentables proporciones?

Es un hito en la historia del cine de nuestro país porque, de acuerdo a las más innobles tradiciones, todos los 25 de diciembre desde hace doce años se estrena una comedia blanda y ligera de la mano de alguno de los reconocidos empresarios que viven de ellas, nombres conocidos en el medio como Harold Trompetero y Dago García, por citar a los más prominentes; lo particular de esta ocasión se halló definido en la posibilidad de elegir una de dos películas para ver el día festivo, cada una producida por uno de los dos canales privados con los que actualmente contamos, léase Caracol Televisión y RCN. Ambas películas son dirigidas, producidas, escritas e interpretadas por personas demasiado habituadas a las telenovelas, un notorio producto de exportación nacional, y esos resultados se resienten en pantalla, llevándonos a imaginar que veremos una telenovela de dos horas.

“Un hijueputa que nadie tiene motivos para querer y aprender de él, ese es nuestro protagonista, carajo” Mario Ribero, a lo largo de 5 años de trabajo en este proyecto

No he empezado a hablar acerca del argumento, debido a que en mi estilo de redacción suelo ponerle subtítulos imaginarios a los párrafos, antes de escribirlos. “¿De qué trata esta película?”, originalmente debería ir acá, pero fue una interrogante inceremonialmente reemplazada por la siguiente pregunta retórica: “¿Trata sobre algo esta película?”, porque muy a pesar de las sinopsis impresas y digitales, el trailer escueto y lo que les pueda decir como testigo de la inanición espiritual del Sheol, no hay algo que pueda responder con fidelidad.

Compré una boleta convencido en que vería la historia de Vicente Vaca (Ricardo Leguizamo), un “cuarentón” mantenido por su madre (Consuelo Luzardo pagando deudas) y buen vividor de un barrio tradicional de Bogotá, ya que ese es el único espacio diegético que existe en estas películas y la deducción llegó gratis. Vicente conoce a Cristina Melo (Paola Turbay, en su regreso a la memoria colectiva de nuestra nación), quien acaba de montar una peluquería en el barrio y juntos se complementan, debido al infinito e imposible amor del colombiano promedio al que va dirigido este sainete de 93 minutos, poco tiempo como para que el oleaje de la mediocridad me pueda afectar. Lo que obtuve por mi dinero no sólo fue algo distinto, sino que era muchísimo peor de lo que esperaba.

A cambio del storyline anterior me dieron una carne magra y dura, muy similar a la que los sobrevivientes de la famosa novela de Piers Paul Reed, “They Live!”, prueban al comerse entre sí. Es la historia apresurada de Ricardo Leguizamo, pagado para recitar unas líneas y responder temporalmente al nombre de “Vicente Vaca”, quien aparece en una cama antes de ser generosamente consentido por Doña Berta (Consuelo Luzardo pagando deudas) y nos muestra un poco de lo que sería la vida de eterna e injustificada manutención de Vicente, o al menos eso nos vemos presionados a imaginar si fuese escrito por alguien que conviviera con seres humanos. Claudia Liliana García, infortunadamente, no es una de esas personas.

Le sigue un puñado de viñetas, diría que muchas para lo tediosas que son pero muy pocas para explicar quién demonios es el protagonista. Ricardo/Vicente se masturba en la ducha, posiblemente en una sola toma, y a través de un diálogo descaradamente expositorio de telenovela conocemos, de inmediato, el arribo de “La nueva peluquera del barrio”. Las palabras intercambiadas sólo sirven para explicar menudamente lo que sucederá a continuación, sin dar un mínimo atisbo acerca de las personas que las enuncian. Aquel que deberíamos conocer como Vicente llega a la peluquería, instalada en un apartamento perteneciente a un barrio tradicional de Bogotá (¿?), lo cual sobra decir que es sumamente inverosímil, y ahí se encuentra con Paola Turbay, a quien de buena suerte llaman Cristina, y tras un breve y absurdo diálogo que una vez más se esfuerza (muy poco) en impulsar la secuencia de imágenes, aparentemente ambos quedan con una muy buena impresión del otro; él porque es un cerdo inmoral tetas culo bogotano tetas, y ella porque Claudita tenía que salir temprano a hacer diligencias y, “bueno gente, empezamos a rodar mañana”.

De sopetón descubrimos que Paola tiene un emplasto para la calvicie como parte de su negocio ‘todero’ y Ricardo se suma tímidamente como voluntario del tratamiento. Tiene una erección durante el masaje capilar, suena una bossa nova de saldo y mi cerebro empieza a trabajar con fuerza, porque sabe que todo esto lo llevará a algo terrible.

“Claro que la película tiene continuidad, cuando se acaba una lata de cinta la siguiente empieza de un saltito” Un tipo que andaba por ahí, y lo nombraron Editor.

Como si nadie tuviera prisa, la película logra dilatar los 96 minutos originales y convertirlos en un tapiz interminable de efectos comédicos inmediatos, música engorrosamente inapropiada y muchos bostezos, producto ya sea del deterioro mental que llegué a sufrir o bien, porque las secuencias apenas si están empalmadas entre sí. Es una comedia, pero no por eso tiene la licencia para sacar situaciones de la manga, con el único fin de hacer uno u otro comentario sobre sus personajes (sic), lo que al final lleva a que el guión se muerda la propia cola y viole las reglas construídas dentro del universo diegético, por lo que se asume que ninguna acción tiene una consecuencia tangible o un efecto, ya sea dramático o comédico. Se espera que haya incluso una identificación con esa planta de insufribles, pero ni siquiera hay un esfuerzo por realizar una mínima investigación, posiblemente debido a que estos guiones se empiezan y terminan en una conversación que emula una peluquería, muy lejos de una de verdad.

Por algún motivo hay secuencias que son innecesariamente largas, como cuando Ricky (olvidé el nombre del actor, pero sé que es un tipo miserable), el hijo McGuffin de Paola Turbay, toma el carro que está a nombre de Vicente y conduce a su novia a una fiesta surreal en alguna esquina genérica de la ciudad. Es algo que no dice absolutamente nada, aunque en la maligna intención de sus realizadores puede venir siendo algo análogo a “Como para que los chinos de las familias señalen y se rían, qué chimba hermano 😀 La hicimos“. En otro momento hay una especie de fiesta electrónica que da bastante grima, a pesar (o tal vez a causa) de la grúa de cámara montada en locación.

“¿Foquista? Jajaja, compré un petaco de pola con esa plata” El director de fotografía

Y con todo, siguen siendo secuencias rodadas con el más premuroso de los afanes. De todo el equipo de producción sólo el nombre de Javier Hernández se me queda grabado en la memoria, particularmente por su trabajo como foquista y porque no me quedo corto al enunciar que jamás fue a trabajar. No hay composición fotográfica, cortando arbitrariamente pedazos de actores y ensalzándose en planos que mantienen con fidelidad el voto de mutismo lúgubre. Si se habló de los diálogos ennervantes, hizo falta mencionar la lenta cadencia del doblaje y la calidad genérica de este. El apartado sonoro en compañía de la música gratinada y de stock que pertenece a Monsieur Periné*, una banda que confieso no hallarle ni un poco de gusto, turbó mis oídos en los momentos más incómodos de esta presentación de diapositivas.

Como ya lo mencioné este largometraje tiene el mérito especial de ser completamente atemporal en el peor sentido de la palabra, sin ningún tipo de reflexión creativa o estética sobre nada en particular, pero aunque Ribero se haya esforzado bastante en desprenderle todo subtexto o substrato imaginable (entiendo lo mucho que cuesta, Mario), queda informe y etéreo el falocentrismo cavernario y los comentarios nada sutiles sobre la sexualidad. Y al final, cuando Paola logra promover su dudoso producto para la calvicie, vemos lo único que se parece a un mensaje en toda la película: un comercial de telemercadeo en el que se pone dicho producto a la altura de todas las cremas de excremento y bálsamos similares, un producto que al final resulta siendo una delusión, un nefasto timo. De manera muy autoconsciente, la película nos sugiere que si seguimos como estamos, seguiremos viendo esta clase de producciones para los años venideros.

A lo largo de la proyección, y en especial al final, me sentí sumamente solo y miserable, no porque me identificara de alguna manera con el protagonista de este absurdo y prolongado cortometraje universitario; el efecto se debió a que, a pesar de la chabacanería y los chistes pueriles sobre penes, nalgas y sopas de lenteja, nadie se reía en la sala. La concentración de estrés y enfado llegó hasta mí sin ninguna clase de traba, cuando supe que tenía que vivir este penoso calvario hasta el final que no se veía venir. A pesar de los inconvenientes, sigue siendo una manera textual de ver cómo no se hace una película, como arruinar el material fotosensible desde el primer momento y hacer sentir a sus espectadores como tarados, víctimas de abusos y maltratos, para al final dejarlo todo como estaba al principio. Darle sopa a mamá, una manera pasiva-agresiva de mantenernos fieles a la tradición cinematográfica nacional.

¡Hey, qué bien!: El Mercedez-Benz que el argumento menciona como “Modelo 64” se halla en decente estado.

Emhhh: los double-entendres sexuales relacionados con los masajes, al principio son una herramienta aparentemente propia del universo diegético, pero no tardan mucho en tornarse cansinos, como casi todo lo relacionado con este producto.

Qué parche tan asqueroso: no están inscritas en la película per se, pero estas citas acerca de su realización no distan mucho de las frases en comillas y negrilla que he situado a lo largo de este artículo. Extraídas de esta nota del diario El Espectador me precio de ofrecer un par:

Mario Ribero: “Quise hacer una película para mi país. Yo nací aquí y no puedo hablar de otra cosa”

Claudia Liliana García, la guionista: “Era necesario ir al hogar, pero no con chistes sino con un humor inteligente”

Qué ratas. No vayan, por favor.

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*Averiguando un poco más en el citado artículo, hasta donde el enfado me lo permite, me entero que Monsieur Periné en realidad toca al ritmo del jazz manouche, algo relacionado en algún nivel con Django Reindhardt, y elementos de ritmos latinoamericanos. Al final suena como una bossa nova muy simple, y el hecho de musicalizar esta película tampoco la lleva muy lejos. Lo lamento por los fans de la banda, pero así percibo el panorama.

Hiroyuki Okiura: Jin-Roh (1999)

Me siento sumamente apenado con Dustnation, porque en el espíritu de las Citas a Ciegas esta maravilla de oriente habría encajado a la perfección, de no ser por una consideración errónea que tuve mientras visioné este fantástico y subvalorado filme de animación japonesa, aunque los motivos de esto último son relativamente fáciles de explicar, ya llegaremos allá. La primera vez que supe algo de Jin-Roh (literalmente “Hombre Lobo”) fue a alturas del año 2001, gracias a una vieja revista española llamada Otaku, en la que mencionaban la película y hablaban de ella confusamente como una alegoría a Caperucita Roja, algo que no logré entender muy bien o posiblemente no quise averiguar, dado que estaba embelesado con el ominoso y sólido diseño de los trajes de combate que portaban los personajes de la película, algo que difícilmente se escapa de la memoria. No la conseguiría sino hasta mucho tiempo después, ayudado en parte por las facilidades de la vida digital.

Sin embargo, me hallo algo líado para hablar de una franquicia que nació en formato de radio drama (un formato de ficción muy popular entre los años 70’s y 80’s, tanto acá como en Japón) pasando por varias iteraciones en cine “live-action”, manga y curiosamente, una única entrega en animación, que es lo que nos atañe.

Sorprendentemente, lo que se ve en pantalla no se parece nada a lo que se entiende por “anime” hoy en día. Un triunfo.

Como punto de partida debo decir que Mamoru Oshii es un japonés completamente desquiciado* que, además de haber dirigido varias películas y series exitosas de anime (entre ellas Urusei Yatsura (1981-1984), subversora de un género antes de que este existiera), es un amante de los perros, por lo que resulta esclarecedor que le haya puesto el nombre “Kerberos”, como el can guardián del Infierno, a su saga de policías con pesadas armaduras de combate y conductas lupinas. Tras haber dirigido la genial y de culto Ghost in the Shell (1995) Oshii solicitó apoyo a la productora Bandai Visual para financiar Jin-Roh, un guión que cierra la trilogía fílmica de Kerberos, el cual tenía planeado filmar desde hace mucho tiempo con actores de carne y hueso; no obstante, la productora revisó las dos películas precedentes de la mencionada trilogía y le dieron luz verde, con una pequeña condición.

De facto, la condición fue la de NO dirigir la película en lo absoluto, viendo los desastrozos resultados en taquilla de The Red Spectacles (1987) y Stray Dogs (1991), sin mencionar que el carácter sleeper semi-surreal y el humor negro reinante podrían ser factores para tales fracasos. Se le encomendó la labor de dirección a Hiroyuki Okiura, animador profesional y mano derecha de Oshii, y aunque este escribió el guión de Jin-Roh no se le permitió añadir o alterar algo apenas empezara la producción. A continuación, un pequeño recuento de por qué deberían ver esta subvalorada obra de animación.

A pocos instantes del inicio la historia nos es revelada: en una línea de tiempo paralela, en la cual Alemania ocupa Japón en lugar de los EEUU después de la Segunda Guerra Mundial, el país del sol naciente empieza a reconstruir lentamente su economía tras la devastación del conflicto. No obstante, a alturas de 1950 el acelerado desarrollo y crecimiento de las ciudades crea condiciones de miseria excepcionales, lo que genera descontento en la población y estalla en numerosas revueltas urbanas que terminan sofocando el alcance de la policía para mantener el control. El ejército está vetado de inmiscuirse en asuntos de orden público, por lo que el gobierno japonés opta por crear una unidad paramilitar que funcione como el brazo inclemente de la ley. Estos son la Unidad Especial, los Panzer Cops, unos magníficos bastardos.

“Todo bien”

Casi que al mismo tiempo del nacimiento de la Unidad Especial se crea un movimiento revolucionario de lucha armada, SECT, con una agenda política bastante fuerte y una metodología muy poco ortodoxa. Los enfrentamientos entre estas dos facciones transforman el paisaje citadino en un inquietante campo de batalla, algo que enfurece aún más a la opinión pública, obligándola a tomar una vía alternativa. Un montaje en paralelo nos explica esta relación de fuerzas, en la que durante una fatídica noche unos manifestantes han ocupado una calle y no parecen muy dispuestos a ceder a las unidades antimotines de la policía regular, mientras que en algún otro lugar de la ciudad una adolescente en una parka roja sale de su casa, precavida, encontrándose con unos hombres en una alcantarilla. “Mira, esto es para tu abuelita”, le dice uno de ellos, mientras le entrega un maletín con un listón blanco; con mucho tacto nos acaban de presentar a un grupo de militantes de SECT y a una ‘Caperucita Roja’, encargada de hacer recados entre los diversos frentes del grupo. ¿Qué llevas en tu canasta? Una puta carga explosiva.

Un pequeño diálogo nos orienta que los dos grupos de policía -la Unidad Especial y la Metropolitana- no se “pisan las mangueras” y permanecen fuera de sus respectivas jurisdicciones, aunque esto evidentemente es fuente de tensión, especialmente al ver que los que tienen que recibir los cócteles Molotov son los miembros de la Metropolitana, miserables sin armaduras indestructibles. Nanami Agawa, la pequeña Caperucita Roja llega a su destino y le entrega el maletín a su contacto, quien tiene algo de prisa para darle una probada. La carga es empleada como se esperaba, hiriendo a un buen número de policías en el proceso, y mientras estos empiezan a repartir gases y macanazos, a la Unidad Especial se le designa interceptar envíos adicionales de bombas y cócteles. A sabiendas que la red de alcantarillado es un lugar perfecto para hacer esta clase de diligencias, miembros de SECT se desplazan a través de éstas con un enorme cargamento, y todo parece ir bien hasta que se encuentran, en una encrucijada de caminos, con los Panzer Cops de la Unidad Especial, que los han venido husmeando como canes hambrientos (le agarré el juego a Oshii). Adivinen cómo termina el encuentro.

“COME HERE!”

Nanami ha escapado por poco de lo anterior, pero la unidad de Panzer Cops llega a ella con prontitud, y es acorralada con una carga explosiva en sus manos. Uno de ellos le apunta con su ametralladora MG42 y, en lugar de disparar, le plantea un interrogatorio expreso. La estrategia no funciona muy bien, y en su lugar la joven Caperucita Roja detona la carga y estalla en mil pedazos, volando con ella un transformador de electricidad. Vaya, al parecer no era la protagonista.

Con este agitado inicio se da la excusa perfecta para conocer a quien parece ser el verdadero protagonista de esta historia, Kazuki Fuse (cuya voz la otorga Yoshikazu Fujiki, quien ya había trabajado en varias ocasiones con Oshii), un cabo de la Unidad Especial y el hombre que estaba justo al frente de Nanami antes de que explotara. Salvo por una contusión no sufre daños graves, aunque es penalizado por haber permitido que explotara la bomba, cuyo consecuente apagón permite que los manifestantes escaparan de una pequeña dosis de brutalidad policial. A pesar de que no se sabe nada de su vida personal, Fuse da la clara impresión de ser un hombre entregado a su trabajo como Panzer Cop, aunque le inquieta haber titubeado instantes antes de la explosión, y la memoria de la joven difunta lo persigue. Mientras intenta despejar su conciencia en una caminata conoce a la joven Kei, quien guarda una impactante resemblanza con Nanami, y aquella le aclara las dudas a Fuse diciéndole que es hermana de esta, pero no guarda ningún resentimiento contra él, incluso sabiendo que es un Panzer Cop. Lastimosamente esto no disminuye las visiones del cabo reprendido, y de hecho las torna más violentas y fuera de lugar.

“Maldita sea, ¿Podrías dejar de aparecer mientras entreno?”

El argumento, con suma elegancia, presenta una maraña de sospechas y personalidades ocultas con un toque bastante noir, dando lugar a persecuciones automovilísticas, tiroteos en un museo en medio de la noche y, acaparando la atención, el ominoso conflicto entre los altos directivos de la policía que quieren acabar con la Unidad Especial, e intentarán atajar a Fuse… O al menos eso es lo que podemos percibir, si es que las apariencias no engañan. Afortunadamente Jin-Roh, la película, tiene un disfraz excelente y amilana las más básicas expectativas que podamos tener con respecto a ella, construyendo un ritmo que vertiginosamente asciende hasta un clímax que perfora por completo.

El apartado musical es bueno, pero no resulta imprescindible y cede su debido espacio a la animación, lo suficientemente fluída y limpia para no perder la atención durante los momentos más “lentos”, y haciendo más vibrantes las secuencias de acción. Dadas las raíces de la saga, la atención al detalle y la caracterización son algo que se alejan de obras de animación dirigidas a públicos más jóvenes, los personajes parecen japoneses y son bastante variados, y el diseño de las armaduras es un deleite, sin importar las condiciones de poca luz en las que suelen figurar. A pesar de pertenecer a un universo tan vasto, el argumento no atosiga al espectador de información (aunque hay referencias que completan el contexto, un deleite por aquí).

Cuando se es un brutal ultra-policía nunca es buen momento para ponerse sentimentales.

En cuanto a tratarse de una alegoría, o incluso un recuento, de Caperucita Roja, a lo largo de la película hay varios elementos que dan fe de esto, algunos de ellos ya los he comentado acá mismo y otros son una delicia de descubrir por cuenta propia. La versión del cuento que se menciona diegéticamente es Rotkäppchen, la de los Hermanos Grimm, aunque tiene numerosos elementos de la versión propia de Charles Perrault y otros que figuran en fuentes mucho más antiguas, como el detalle de la armadura que se desgasta (lléveselo a casa, Mrs. Catherine Hardwicke). La relación queda muy clara al final, aunque como venían siendo los cuentos de hadas de antaño, la moral tenía una prevalencia mucho mayor al final feliz.

Resulta penoso al final saber que las otras iteraciones de la trilogía podrían haber sido igual de geniales, de no haber sido por el cinismo incontrolable de Mamoru Oshii, siendo este hombre el mismo que hizo de Ghost in the Shell algo de lo que se pudiera hablar fuera de los círculos de aficionados al anime que pasa desapercibido en América. Aunque nunca vayan a ver las películas que le preceden, lean los mangas o siquiera aprendan japonés para escuchar los radio dramas, esta película encapsula la ética de la franquicia entera y, con todas las referencias históricas al Japón de postguerra que arroja, además de la viciada historia de amor y el suspenso a través del cual mueve a sus protagonistas, puedo decir con certeza que es una película que más de un público podría disfrutar. Igual, se la voy a pasar a Dustnation, seguro que la disfrutará aunque no tenga la oportunidad de escribir sobre ella.

JR_6

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* En pro de este punto, sería agradable que viesen el trailer de Tachiguishi-Retsuden (2004), también conocido como Tachigui: The Amazing Lives of the Fast Food Grifters. Es una maldita chifladura. Por otro lado, Oshii es el responsable de la serie corta de ciencia ficción Dallos (1983), considerada como el primer OVA u Original Video Animation de la historia, todo un hito.

Colbert García: Silencio en el Paraíso (2011)

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Una corta y ladrilluda introducción a esta sección sin nombre fijo

Con todo el autoimpuesto descaro que nos caracteriza hay algo que debemos aceptar como mal hecho a lo largo de nuestra corta existencia como sitio de observación cinematográfica, y es que hemos dejado casi que a un lado la producción de nuestro terruño, ya sea porque somos pocos y no tenemos tiempo para cubrir tantas áreas de interés, o bien porque al final de cada año nos invade una ponzoña que inhibe nuestras capacidades de apreciación (tiene nombre propio, que lo sepan todos). No se trata de que, por cuestiones de esnobismo, sintamos una predilección por lo extranjero; factualmente admitimos que nos gustan muchas películas colombianas, no sólo realizadas durante el resurgir de los 70’s-80’s y tampoco limitadas a la escena de Cali (la de mayor experiencia en el campo, quepa anotar), ya que desde el trabajo de Felipe Aljure, pasando por Víctor Gaviria y tocando Garras de Oro (1927) nuestro espectro de estima se mueve, no sin pocas gripes en su trayecto.

Diría, en lo personal, que lo más difícil de ver y hacer cine en este país es lidiar con la inmadurez técnica y conceptual, producto de décadas de desarrollar (un puñado de) filmes con el mismo contenido y nivel de complejidad de un pasquín turístico. No hay nada de problemático en eso, países tan disímiles histórica y contextualmente como Italia y Brasil, por citar dos ejemplos semi-arbitrarios que luego volveré a traer, pasaron por un período de realización inane y blanda, acotados apenas como un pie de página en los más incisivos textos de historia del cine: la Comedia de Teléfono Blanco y las producciones de los estudios Atlântida respectivamente, usualmente son pequeñas referencias y estadios de transición. Gracias al empeño y a las circunstancias en las que se vieron nacer, con casi una década de diferencia entre sí, desde los años 40’s y 50’s el Neorrealismo Italiano y el Cinema Nuovo se transforman en referentes obligatorios de las vanguardias de posguerra, y son el sol de horizonte que indica la transformación del panorama cinematográfico mundial, hasta entonces controlado por el sistema de estudio.

Aunque la transformación parece afectar buena parte del globo, en Colombia quedamos como los hermanos menores, queriendo imitar las andanzas de nuestros semejantes más ‘grandes’ (si me siguen la metáfora) sin mayor éxito, y aunque La Cueva de Barranquilla se toma el atrevimiento de realizar un cortometraje como La Langosta Azul (1954), son pasos que alguien como Dziga Vertov ya cruzó con mayor agilidad 30 años atrás.

Bueno, ya, ya, hablemos de la película por favor

Click acá para ver el trailer en YouTube

Considero necesario lo anteriormente dicho para entrar con algo más de propiedad a hablar de la obra que nos atañe, y decir que la fortuna nos sonríe mientras estamos cruzando la pubertad de nuestro cine nacional (¿Sigue la metáfora en pie?). No tengo nada en contra del documental, pero concuerdo con un noble académico en que Silencio en el Paraíso lleva mejor su mensaje en forma de ficción argumental. La película aborda el tema de los Falsos Positivos, un aterrador choque que se llevó el país cuando a alturas del 2008 se supo de la desaparición forzada de jóvenes en localidades y municipios deprimidos, los cuales fueron sumariamente ejecutados y presentados luego como bajas enemigas.

Silencio, tras una escena de sólo audio y a pantalla negra, sitúa el tono del argumento y nos presenta a Ronald (Francisco Bolívar, con un garbo de adolescente improbable), un joven que hace perifoneo a lomos de un enorme y característico triciclo en el barrio El Paraíso, cuyas generosas panorámicas recuerdan, más por elección estética que por similitud espacial, a los memorables grandes planos generales de Rodrigo D: No Futuro (1990) de Víctor Gaviria. Ronald, con arrollador entusiasmo, se da mañas para ganarse la vida y sostener a una apática familia, y dedica su tiempo libre a ganarse el corazón de Leidy (Linda Baldritch, con una hoja de vida curiosamente similar a la de su coprotagonista) quien no le corresponde mucho, debido a que su cuota de problemas la mantiene a raya de emitir siquiera una sonrisa. La cotidianidad del barrio se ve interrumpida cuando una misteriosa mujer (interpretada por Esmeralda Pinzón) llega al barrio ofreciendo unas no-menos misteriosas ofertas de trabajo, y Ronald pasa buena parte de su tiempo intentando conseguir una vacante, con resultados más bien esperados. Un matón del sector (Alejandro Aguilar), encargado de cobrar vacuna a sus vecinos en compañía de sus amigos de poca monta, se harta de la situación en la que vive y también se ve involucrado en las trágicas ofertas de trabajo.

Como ya lo mencioné atrás, la elección de ficción argumental como vehículo para narrar la historia es muy acertada y llevada a buen puerto. El montaje final hace un buen trabajo de profundizar en los personajes que más valen la pena y, salvo por una que otra secuencia y esos mal llamados “tiempos muertos”, aprovecha los 93 minutos para cerrar todo lo que debe cerrarse y dejarle preguntas al espectador de diversa índole. Algo que no resulta tan verosímil (al menos para el espectador local que pueda apreciar las diferencias) son los diálogos, y en lo que parece ser un esfuerzo deliberado para obtener el equivalente de la calificación PG-13 en las salas nacionales, se han escrito con una pulcritud y sintáxis que no se relaciona mucho con el parlache o slang del contexto en el que está inspirada la historia. Eso sí, lo anterior se puede poner en tela de juicio gracias a las escenas de sexo, unas cuantas desperdigadas a lo largo de la trama.

Hay numerosos planos acertados, que más allá de funcionar como homenajes a películas de la talla de Roma, Ciudad Abierta (1945) tienen su propia carga simbólica y dramática, lo que compensa en cierto modo las innecesarias y redundantes líneas de algunos personajes principales en situaciones muy puntuales, que al intentar hacer una suerte de meta-reflexión (disculpen el término obtuso) terminan rompiendo la sutileza y suspensión de la incredulidad que la película venía construyendo con tanto esmero. Los actores de reparto, que no dudo que sean naturales, hacen un muy buen esfuerzo para apersonarse de su papel, aunque las ya mencionadas limitaciones del guión hacen de su habla algo pausado y en ocasiones risible.

La mezcla de audio es sorprendentemente limpia, y aunque el sonido diegético sea una de las mejores tarjetas de la película, la música incidental tiene un efecto que me resulta difícil describir; la pista de los coros cumple su cometido (la persona con quien ví la película la encontraba ligeramente difícil de soportar) pero se abusa un poco de ella y, como con los diálogos solemnes, figura como fuera del lugar en algunas escenas.

Colbert García puso una muy completa investigación al servicio de una idea lúcida, y la ejecutó con notable destreza, tratándose de una ópera prima. Con una sana expectativa aguardaremos saber más de él. Por lo pronto, no permitan que el tiempo pase y denle una oportunidad aún estando en cartelera.

¡Hey, qué bien!: Ronald, un personaje eficazmente construído, sinceramente importa qué es lo que le sucede a lo largo del argumento.

Emmh: los diálogos apologéticos y las reflexiones de los personajes, eso se le puede dejar al espectador en una bolsa para llevar.

Qué parche tan asqueroso: la actuación de Pedro Palacio en su papel de militar subyugado/confundido con poder, pone el chiste y la gracia donde no son bienvenidos.

“En esta cadena de hijueputas… No se sabe quién es el más hijueputa”

Recomendada.

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Un agradecimiento especial a las personas que me invitaron a ver esta película, en solitario jamás habría tenido la iniciativa para empezar a disfrutar en su debido momento el estado actual del cine colombiano. Les debo este y los artículos por venir.

Desmond Davis: Clash of the Titans (1981)

¡La original!

En un acto que mi buen colega Dustnation consideraría impuro en naturaleza, estoy observando arriesgadamente hacia el pasado, ese tiempo dorado donde se forman nuestros mitos e ilusiones infantiles, sin dudar que soy actualmente una máquina intrusiva para dicho espacio. De regreso en los aposentos del ayer veo espejismos de nostalgia, cargados de muy buenas intenciones, pero eso es apenas lo que se ve desde lejos; en una inspección más cercana, y armándome de toda la paciencia que pueda hallar, encuentro una de las joyas que marcaron mis primeras experiencias en el cine de fantasía, y no ha cambiado en los últimos 30 años, es la misma película que disfruté innumerables veces en diversos canales de televisión pública, desde las señales peruanas hasta las vespertinas de domingo. Si cabe plantear una pregunta en este pequeño viaje, se trataría de la siguiente: ¿Soy la misma persona que disfrutó esa película?

Está claro, acabo de formular una pregunta retórica, pero la considero relevante para el punto que voy a plantear a continuación, y es que ya resulta difícil ver las películas de antaño. Como mencionaba anteriormente, con Dustnation he discutido acerca de la evaluación de ciertas películas que representan nuestra infancia, como Top Gun (1986), TMNT (1990) o Ri¢hie Ri¢h (1994) citando unos cuantos ejemplos, por lo que además de su advertido valor cinematográfico de mediados de los 80’s hasta principios de los 90’s, poseen una carga sentimental añadida; y a pesar de que nuestra aventura por las circunvoluciones de la cinematografía nos demanda revisitar ciertas joyas del pasado, llega el momento en el que debemos lidiar con lo que nuestra vejada memoria recuerda de ellas. Este es uno de esos momentos en que hablo de aquellas obras, tras semejante preámbulo, y la presente es recordada como un clásico muy a pesar de su errática factura.

“¿Cancerbero? Se pueden ir al diablo, no voy a animar una tercera cabeza”

Clash of the Titans, a simple vista, podría verse como una nefasta explotación del fenómeno aventurero recreado por la paradigmática y campbelliana Star Wars (1977), que a su vez está profundamente inspirada en el cine evocador y entusiasta del viejo Akira Kurosawa*, pero ninguna otra aseveración nos podría alejar más de la realidad. La película es la última en una larga generación de obras medianamente similares entre sí, todas producidas por Ray Harryhausen, uno de esos nombres de casa que vale la pena conocer debido a que sus laboriosas manos trajeron no sólo de vuelta a la épica fantástica, sino que además le dieron un panache de serie B que desmitificó a Cinecittá como espacio en el cual blandir espadas de utilería.

Relatar de qué va esta película podría ser un poco agraviante, ya que puedo asegurar que un buen número de la población con acceso a un televisor la ha visto, aunque no le hayan puesto mucha atención, esto último perdonable ya que es decididamente lenta para ser una obra de acción. El rey Acrisio de Argos (Donald Houston) condena a su mujer, la bien parecida Danae (Vida Taylor, tiene unos cuantos minutos en pantalla, la mitad de estos se halla desnuda) y a su potencial heredero, el pequeño Perseo, a un sepulcro submarino por motivo de presunta infidelidad y la existencia de un hijo que no es suyo. En la hermosa miniatura que representa el Olimpo, Zeus (¡Lawrence Olivier!) se consterna al saber que uno de sus numerosos hijos, el bebé encofrado en ese ataúd flotante, podría morir, así que encomienda a los demás dioses que le protejan; claro está, dada la reconocida poligamia del patriarca las diosas cuentan con opiniones encontradas acerca de qué hacer con el joven, por lo que serán su salvación y martirio dependiendo de la presencia o ausencia de Zeus, siendo la más irritante de todas Tetis (Maggie Smith). El joven Perseo (interpretado por Harry Hamlin, posiblemente su único protagónico) es llevado a la isla de Joppa y ahí se encuentra con el viejo sacerdote-y-futuro-entrenador Ammon (Burgess Meredith, haciéndole guiño a su célebre papel de Mickey Goldmill en la pentalogía Rocky), quien lo acompañará a lo largo de su viaje para reclamar el trono de Argos, parcialmente destruída por los dioses poco después de la infame condena impuesta por Acrisio. Para suavizar su viaje obtiene 3 items creados por los dioses, una espada, un yelmo de invisibilidad y un escudo altamente reflectante.

Para Ammon, un generoso número de cálidas togas estampadas.

Poco antes de empezar su viaje a Argos, Perseo entra en Joppa y conoce a la hermosa Andrómeda (Judi Bowker, Santa Clara en “Brother Son, Sister Moon” (1972), obra de época de Franco Zefirelli), pero no toma con precaución que esta se halla prometida a Calibos (Neil McArthy), el hijo de Tetis** odiado biliosamente por Zeus por comportarse como un colosal conchudo. A partir de aquí se desenvuelve la memorable aventura, con personajes tan agraciados como el Kraken (criatura que no existe en la mitología griega) y Bubo, el búho mecánico que a su vez es un llamado a RD-D2, entre varios otros.

A pesar de una narrativa algo dislocada y un buen número de agujeros argumentales, reivindico el carácter festivo y rimbombante de esta producción, que podría haberse beneficiado de un poco más de pacing. El repertorio de luminarias empleadas para interpretar a los dioses es abrumador (al menos tratándose de una producción de Harryhausen, usualmente modesta en cuanto a reparto) e incluyen la Afrodita encarnada por Ursula Andress, una de las más memorables Chicas Bond tras aparecer en Dr. No (1967), o bien la mismísima Maggie Smith, quien para ese entonces ya había ganado dos premios Oscar®, uno de mejor actriz principal y otro de mejor actriz de reparto. El caso de Lawrence Olivier es bastante particular, debido a que no se hallaba en el mismo estado de su paisano Richard Burton cuando este participó en 1984, pero resulta extraño verlo involucrado en una producción de este talante, eso sí, ofreciendo una portentosa interpretación del rey de los cielos.

¿Con qué sabor en la boca podría irme tras haber visto esto? Difícilmente dormiré con tranquilidad en los días que vendrán, pero si hay algo que es cierto es que, incluso con los datados efectos especiales de stop motion y animatronics, esta película conserva gran parte de su sazón original y puede ser vista en una tarde de entretenimiento sencillo, de preferencia con amigos y algunas bebidas. Es cierto, sin embargo, que mientras estos varios metros de cinta fueron memorables en mi niñez (aún recuerdo cuando los ominosos esqueletos y la misma Medusa me aterrorizaban en varios niveles), hoy día la experiencia me resulta un poco extraña y desencantada por varios motivos distintos, que en mi estado de confusión actual no logro enumerar con éxito. Pero siempre será mejor eso a las ampollas de rabia y desencanto que el remake del 2010 me invitan a sentir, cometiendo todos los desfalcos de la original pero sin un corazón apelando por ellos.

“Trae tu propia arcilla y jugamos una partidita de Warhammer.”

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*The Hidden Fortress (1958) es la responsable de que hayamos conocido los sucesos de Una Galaxia Muy, Muy Lejana.

**Una rápida lectura a la literatura homérica nos indicará que, en realidad, Tetis es la madre de nadie más y nadie menos que Aquiles, el invencible héroe e indirecto responsable de buena parte de los sucesos trágicos de la Guerra de Troya, dada su costumbre de enfadarse dentro de una tienda de campaña y negarse a luchar. En Jason and the Argonauts (1968) Harryhausen le da vida a Talos, un constructo mecánico híbridamente inspirado en el Coloso de Rodas y la única debilidad del mencionado héroe de Argos.