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Gerardo Herrero: Crimen con Vista al Mar (2013)

Lo intenté de muy buena fe, después de todo quise ver una película colombiana sin ningún prejuicio construido. No funcionó. Y eso es lo que pasa cuando uno no tiene una idea sobre lo que puede esperar de ciertos equipos de trabajadores audiovisuales, en especial si Jorge Enrique Abello es parte del reparto, porque de ahí para abajo las cosas se pueden poner bien lodosas.

Hay que dejar ciertas cosas en claro, porque al ponerme esta corbata que me confiere la abogacía del Diablo -y otros estudios invisibles de la jurisprudencia de los insultos- debo admitir las certezas al inicio. Como lo dije, no tenía idea de qué trataba esta película o quiénes eran sus responsables, más allá de que en ella sucedería un “crimen con vista al mar”, algo muy simple y concreto, tal vez una muerte o un robo en una playa, la generalidad es permisiva y amable como una abuela excéntrica que morirá antes de que seamos lo suficientemente viejos como para rechazar deliberadamente sus platos. Lo otro que me dice el título y el póster, con esa fuente toda en mayúsculas, es que NO voy a ver una comedia donde se explota la chabacanería de los estereotipos locales y se apela a una identificación facilista que supla el trabajo de una construcción de personajes; no señores, se trataría de un trabajo de género, y eso es algo a lo que le apostamos acá. Hora de proseguir.

A solo una semana de estreno las salas ya están vacías y es posible conjeturar que la promoción del voz a voz no ha surtido mucho efecto. El lugar que ocupamos los que anoche vimos el Crimen en Cinemark podía haber sido cualquiera en la sala, y de los 10 presentes estoy seguro que sólo yo tenía la completa voluntad de entrar ahí, sin pensar en que las otras funciones ya hubiesen empezado o se hallaran llenas. Y puedo (intentar) entender la confusión que le vendría a esas personas, porque la idea de ir a cine es ser entretenido tras pagar una boleta, sin importar su precio, y que esas expectativas sean maleadas hasta que al final uno se pueda considerar satisfecho, y es algo que no logra en ningún momento Gerardo Herrero, ni siquiera desde la concepción del guión a cargo de Nicolás Saad. La película no es mediocre, es realmente odiosa y frustrante, lastima por la cantidad de nudos que crea en la garganta y las extremidades, se amarra ella sola también (no dejando a nadie presente libre para que desenmarañe el asunto) y al final… Dios, el final. Hablemos primero del principio, y permítanse el enredo que viene a continuación porque desenmadejar esto va a ser bien complicado. Suena como un juicio crudo, pero quiero que seamos honestos, no planeo robar a nadie para quedarme durante días con el peso del crimen.

En un aspecto puramente técnico, el flashforward inicial es un recurso muy volátil con gran peso en el  drama, permite engancharse a ciertos personajes y empezar a preguntarse por qué sucederán ciertos eventos en el curso de la historia. Funciona en Breaking Bad, ¿Cómo no puede darle el pasabordo al público? No me iría de cabeza criticando la cantidad de información que se ofrece en las primeras escenas, posiblemente porque mi retentiva no es tan buena como la de otros espectadores, pero fue abrumador el llegar a pensar que alguien esperaba que recordara todo lo que había sucedido y de lo que hablaron en esas escenas clave, en la que se evidencia una entropía nada intencional. La primera secuencia vuelve a suceder después, a mitad de película, y ofrece exactamente la misma cantidad de información, ni más, ni menos, con el único beneficio de que ya conocemos en un mínimo a los personajes involucrados.

¿Quiénes son? Dos puntos y respire profundo. Enrique Zabaleta (El mencionado Jorge Enrique Abello) es un amanerado e inexpresivo administrador/dueño de hotel de Cartagena en el que trabajan sujetos oriundos de partes indeterminadas de Colombia, entre los que se destacan el botones costeño/cachaco Juan (Juan Pablo Barragán), el Recepcionista Tartamudo boyacense (Carlos Camacho) y la Mucama caleña (María del Mar Quintero). A su hotel llega de repente José Cabrales (Carmelo Gómez), un lunático émulo español de Hercules Poirot que debe resolver un caso concerniente a la desaparición de Maité (Silma Gómez), coterránea suya en plan indeterminado de turismo sexual quien venía en compañía de su prima (Úrsula Corberó), siendo la desaparición un suceso desencadenado por haber conocido a Román Pedraza (Luis Fernando Hoyos), un ex-convicto semi-valluno que llega al hotel para resolver una deuda/tensión de pareja con Enrique. Todo esto lo sabe Mercedes Miranda (Katherine Vélez), una mujer que posiblemente está escribiendo una sátira insufrible a partir de lo que acontece en el hotel.

¿Tuvieron problemas para leer ese último párrafo? Así son los primeros 20 minutos de Crimen, dilatados en el tiempo pero en condiciones semejantes de constricción. He excluido la aparición de Diego Giraldo (Carlos Torres) como una suerte de fisicoculturista bogotano y su novia madura y botulínica, Celia (Ana Bolena Meza) que por alguna razón inexplicable admira a Mercedes y le plantea conversación sin mayor éxito, destacable también por su increíble acento neutro. Mucho más tarde nos presentan a conveniencia al Barman (Julián Díaz, a quien recordarán de El Arriero), quien juega un papel casi relevante durante parte de la investigación de Cabrales y después no se vuelve a saber de él. En este arrume de personajes las buenas intenciones del guión empiezan a caerse por sí solas, y el suspenso desfallece en su encanto debido a que estos móviles son tan abundantes y maníacos que no llegan a atraer. Ni siquiera estando desnudos.

“A nosotras, que nos gusta la lectura…”

Ana Bolena Meza, en una entrevista que toca tangencialmente la película, tiene para ofrecernos lo siguiente, que infortunadamente no llega a cumplirse en todos sus términos.

(…) es una película de suspenso con tintes de conflicto y algo de humor. Es sutil, muy inteligente. Se aleja de la temática de la guerrilla y el paramilitarismo. No es de grandes efectos como las películas gringas, ni es la comedia típica colombiana. Como público hay que estar muy atento a los detalles desde el inicio.

Con el problema que esa sutileza y atención a los detalles es simulada, no menos incómoda que la confabulación de los amigos del colegio que juegan fútbol deliberadamente mal para hacerlo quedar a uno como una estrella*. Bravo, felitaciones por ser una comedia, se puede triunfar en otros medios y eso es loable y sano para la naciente industria, pero, dentro de las reglas de la película, no es posible tener esa atención al detalle porque muchas de las cosas importantes suceden fuera de cuadro, quedando relegadas al conocimiento exclusivo de los personajes, y éstos las dan a conocer más tarde en aburridos bloques de exposición. No hay ninguna apuesta de peligro o satisfacción al saber la resolución del crimen, más allá de que cierren el hotel y le den fin a ese asunto (y de paso a la película), pero la verdad se torna más incómoda y prolongada.

Siento que debo insistir en la importancia de los personajes, que estos valgan de algo y tengan sistemas de valores creíbles. No culpo a Enrique, es un ojete completo y su misión puede ser esa de principio a fin, pero todos los demás pertenecen a un universo amoral y cínico que no es negativo en sí mismo, pero está manejado con un entusiasmo tan bajo que su agencia no parece algo que vaya más allá de seguir las necesidades del guión. Guión que Cabrera (el personaje, quede claro) conoce a la perfección y emplea este conocimiento para elaborar conjeturas muy puntuales a partir de una investigación muy vaga; y todo con este mismo guión omnisciente que al final se descalabra y cierra la acción de una manera inverosímil, con el McGuffin de Cabrera hundiéndose en las profundidades del absurdo. Honestamente Dustnation, una amiga y yo esperábamos que al final todo fuera parte de una ficción irresoluble escrita por Mercedes, y que ella se viera obligada a preguntarle a sus personajes (o mejor aún, a la audiencia, al más puro estilo Spice World) cómo llevarla a término.

Escuchar los diálogos es otro trozo de la experiencia fallida. Escuchar, en un sentido sensible que apuesto a que las personas de otras nacionalidades podrían identificar sus fallos, viendo cómo los personajes cambian su acento sin anuncio previo y se dirigen entre ellos con una distancia permanente de recién conocidos, siendo demasiado bruscas las pinceladas que los definen como individuos. Que todos pasen la mayoría de la película hablando no arregla el asunto, y más cuando están esas cosas que uno tiene que escuchar para saber a dónde va todo. Es una película mala, pero le abono la sinceridad y lo bienintencionada, y que no sea mala y además pretenciosa. Eso sí es hundirse en lo profundo.

¡Hey, qué bien!: La música es decente y cumple con su cometido.

Emhhh: El sexo es gratuito y demasiado largo, hasta el punto de bloquear erecciones futuras.

Qué parche tan asqueroso: Muchos, destaco lo anticlimático y eficaz en las muertes. ¿Es acaso un comentario acerca de lo fútil y pasajera que es la vida?

Esa mierda no me la esperaba: Carmelo Gómez cruzando una piscina como un completo psicópata, ese fue un momento genuinamente divertido.

No es una película para ver en cines. Esperen a que salga en DVD, la compran y hacen drinking games con sus amigos, para reemplazar el treeman y demás porquerías. Elija una de las siguientes opciones y tómese un trago cuando:

– Cabrera le pida a alguien sus huellas en el iPad.

– Juan hable como costeño.

– Mercedes aparezca escribiendo algo.

– Enrique se comporte como un imbécil sin provocación.

– Haya tensión sexual entre Enrique y Román.

– Enrique aparezca contando billetes.

– Hayan transcurrido 10 segundos de personas teniendo sexo desentendido.

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*Me pasó una vez, porque yo era muy tronco y ya hasta la defensa había anotado tantos. También es el motivo de un comercial colombiano de alguna golosina, pero no recuerdo bien cuál era. En fin, no importa.

The Third Year – Por qué escribir

vanDijk_Imove

Con todo lo que podría escribir acerca de un número que me agrada tanto como el tres (gusto derivado de alguna razón esotérica que aún no comprendo bien) mucho me temo que no tengo muchas guirnaldas para adornar la presente hoja. Es menos inusual que tras una larga pausa el siguiente escrito tenga como motivo alguna divagación, siquiera un nebuloso hilado de ideas que puede que disfruten leyendo, como puede que no.

Si quisiera darle un poco de orden a lo que quiero decir a continuación, lo mejor será iniciar con una anécdota trivial y de poca monta. Hace poco volví a usar Facebook con una cierta frecuencia, actividad que llevaba un par de meses en el entierro; y si bien sigue siendo la misma plataforma que muchos hemos aprendido a odiar, le puse atención a un fenómeno que anteriormente no había considerado en su totalidad, apenas si le guardaba opinión alguna: las listas de películas en Internet.

Hubo un par de desencadenadores, una amiga y alguien que no conozco (pero sin embargo tengo como contacto, porque estamos hablando de Facebook) colgaron en sus muros un par de listas. Listas inocuas, ni siquiera parecidas entre sí. Diría que estas enumeraciones no son malas o perniciosas en sí mismas, un inventario o una serie de referentes conectados permiten organizar y agrupar elementos en común a nuestros intereses, siendo altamente valoradas la puntualidad y la parsimonia. El problema nace cuando estas listas son redundantes o no tienen una estructura común, cuando intentan abarcar horizontes tan fatuos que se desparraman en mierdas inimaginablemente confusas. Algunos de ustedes ya las conocerán, y en caso de que no es muy fácil adivinar a dónde van.

Me llevó algo de tiempo construir con solidez lo que desprecio de estas listas particulares, su escaso e intrascendente aporte y, con mayor relevancia, el por qué siento que escribir es algo que debemos retomar. Se puede asumir de entrada que me siento en una posición de superioridad intelectual al separarme de esos divertimentos populares, y bueno, si no han leído el aviso de bienvenida que tiene esta página mucho me temo que no van a hallar mayor entretenimiento con unos sujetos dotados de la honestidad que confiere unas condiciones de eterna adolescencia e inmadurez. Pero antes de volver a los látigos que tanto nos gustan, me gustaría que leyeran lo siguiente:

Las 15 mejores películas latinoamericanas de todos los tiempos (Tomado de esta fuente), entre las cuales, arbitrariamente, se encuentra una película de Luis Buñuel, un director que, si mal no recuerdo, es español. Eso, o el hecho de calificar El Topo (1970) como “la única película latinoamericana con estatus de culto”. Estoy lejos de calificar a Latin Times como una institución creada ad hoc para cumplir con la fecha límite de una publicación y dotarla de cierta verosimilitud. No son sólo esas las cosas que me hacen sonrojar, sino que el mismo título del artículo deja ver que es un gancho fácil a la hora de atraer lecturas desprevenidas. No espero que la gente lea en la parada de bus un artículo de 1500 palabras sobre la evolución del cine silente alrededor de 1927-28, o de las particularidades de la música pop como un vehículo narrativo de la independencia emocional, ni mucho menos una exhortación a leer a Bill Nichols en su tiempo libre (aunque sería muy sensual si lo hicieran) pero al menos confío en que la curaduría de esa suerte de listas sea competente en un mínimo posible.

Pero ¿Con qué cara uno podría catalogar un puñado de películas como las mejores de todos los tiempos de todo un continente? Viendo más allá, me sorprende la osadía con la que fue construida esa quincena, cuando normalmente no es sino más de lo mismo. ¿Cuántos sitios y conversaciones más usted debería visitar, estimado lector, para saber que algún día de su vida tiene que verse The Godfather, Citizen Kane, Metropolis, Jaws, 2001: A Space Oddyssey o Battleship Potemkin,? Lo más divertido del asunto es que podría no hacerlo, porque estas películas (a menudo valoradas como ‘las mejores de la historia’) pertenecen a una parte del espectro, de modo análogo a como la luz visible pertenece al espectro de las ondas electromagnéticas. Haría falta más de una vida para poder ver todo lo que “vale la pena” ver, y con semejante mención también me estaría metiendo en las mismas aguas mugrientas que llevo varios párrafos vilipendiando.

Confío en que lo anterior me lleve al punto que quería abordar, tal vez en secreto o con escasa claridad, acerca de lo que nos mueve a a escribir. En últimas es el motivo por el cual nace Filmigrana y el blasón que nos enviste cuando queremos poner el alma en estos artículos dispersos, y asumo que mis compañeros me llegarán a perdonar si hablo por ellos en términos que no emplearían o considerando ideas que jamás se les pasaría por la cabeza. Nosotros no vivimos de esto, pero sí entregamos nuestros demonios y más perniciosos prejuicios como prenda de nuestra honestidad, temiendo que la oración completa pueda sonar bastante paradójica.

Hablamos de “otro” cine que no ha sido explorado y del que hace falta indagar, y no separo “este” y “otro” como un maniqueísmo, sino que ambos pueden estar muy cerca y ser muy diversos a la par, con lazos inadvertidos. No estoy haciendo una distinción de cine “comercial” y “arte”, distinción no sólo barata en demasía sino además indistinguible e inútil a la hora de separar lo uno de lo otro. Para nosotros Hellraiser V: Inferno (2000) merece tanta atención como Holy Motors (2012), y dado el perfil de esta última no cabe duda que ya se habrá escrito lo suficiente sobre ella, por lo que nos pesa más la urgencia (en un sentido muy vago de la palabra) para acudir a la primera. También hay otra manera de ver las mismas películas de los listados infinitos. Las infografías de John LaRue o el excelente Five from the Fire de The Pink Smoke son un par de ideas que se me vienen a la cabeza, pero hay todo un horizonte por explorar (y más aún por trabajar). Si las listas han de servir de algo que sea para llenar los vacíos contextuales, pero en lo posible preferiré algo que me haga preguntas o me lleve a indagar, a cambio de los lugares comunes y el silencio que propone lo obvio.

No queda sino adicionar a lo anterior la subjetividad de una vida diletante y cómoda como la que he tenido, dentro de un país en el que se viven procesos y rupturas que dejan ver un legado de poder y violencia que sobrepasa los dos siglos de independencia nacional*. Eso, y el alcance de una pequeña audiencia que emplea toda una diversidad de recursos para florecer el debate en Filmigrana, aunque sea entre las mismas 10 personas (y estoy siendo muy optimista con las cifras). No es algo que se llegue a hacer por nombre o reconocimiento, pero sentimos que la crítica es especialmente necesaria en una industria apenas naciente. Nos vamos a enfrentar a muchos insultos e improperios en los años venideros, si tenemos suerte de ser leídos, y los recibiremos con la misma entereza que hemos asumido las correcciones y las apreciaciones hasta ahora. Si les nace acompañarnos, serán muchos muros de texto e imágenes más para todos.

Let the show continue.

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*Sin querer apelar (por ahora) a las definiciones contemporáneas o pertinentes que se pueda tener sobre esa idea. Esto ya es lo suficientemente largo.

Lucio Fulci: City of the Living Dead (1980)

Tengo un pequeño problema con las categorías, en medio de mi inhabilidad para expresarme como un ser humano correcto en cualquier circunstancia, y es que hay ocasiones en las que no empleo un adjetivo general y familiar para evaluar algo que destaque dentro de sus propias características, sino que empleo ese algo como un mismo baremo de calificación. Ejemplo en mano, no voy a hablar de McDonald’s como un proveedor de comida sintética, a pesar de que sea tan fácil hablar mal de la ya muy vilipendiada franquicia (con todo eso de sus pollos subdesarrollados, terneras en “hamacas” y sus desayunos vagamente estériles), mas, muy al contrario, la sinteticidad en la comida es McDonald’s, viene siendo parte intrínseca de su razón social y su linea de producción y servicios. Es por eso que no puedo empezar esta pequeña y melindrosa reseñuela diciendo que el cine de Lucio Fulci es ultraviolento y de bajo coste, porque lo ultraviolento y de bajo coste es intentar llegar a Lucio Fulci.

Varios de ustedes recordarán, estimados lectores de Filmigrana, que hace pocos días estuvimos echándole un vistazo a un clásico del terror de los años 60’s, imprescindible en la videoteca (o cuando menos, en la memoria) de cualquiera que se precie de ser un fan discernible del temor a lo sobrenatural. Gracias a una ingenua mezcla de talento, proficiencia técnica y desvergüenza que ha representado al pueblo italiano durante los últimos siglos, fue allá donde se reconstruyeron y subvirtieron varios de los géneros cinematográficos traídos de las naciones angloparlantes, dándoles un nuevo aire que luego sería agradecido en luminarias posteriores¹.

La película a la que me refiero es The Mask of the Devil de Mario Bava, aunque ésta, como ya se dijo en su respectivo artículo, se halla mucho más cerca del romanticismo de la costa oeste estadounidense en los años 40’s, que de las futuras iteraciones del horror italiano, tomando en cuenta el soberbio trabajo de fotografía y la estructura ‘más-o-menos’ tradicional en el desarrollo del argumento. Del estilo más recatado de Bava y de Riccardo Freda (si en una escala relativa lo podemos llamar así, de nuevo con mis problemas de categorización) se derivan trabajos más inventivos y elaborados de la mano de los no-menos conocidos Dario Argento y quien nos embarga en esta ocasión, Fulci.

Los directores anteriormente mencionados empezaron su carrera en los años previos y posteriores a la Segunda Guerra Mundial, mas no tomaron la vía del neorrealismo como muchos de sus compatriotas (incluso Freda, que era marxista, no optó por este camino) y decidieron seguir fabricando magia en Cinecittá, lo que los llevaría a una fijación por la espectacularidad visual que da pie al giallo y al spaghetti western, entre otros subgéneros propios de la región. Fulci, inspirado por Jaques Torneur (director de clásicos del lado B como I Walked With a Zombie de 1943 y Night of the Demon de 1957) trajo de vuelta el mundo de los no-muertos, entre muchas otras obras y conceptos destacables de los que no hablaré en esta precisa oportunidad.

Siento que esto ya lo he visto antes.

Varios de ustedes seguramente conocen la celebrada Zombi 2 (1979), que curiosamente es secuela sólo en título de “Zombi”, el nombre con el que se promovió en Italia la aún más famosa Dawn of the Dead (1978) de George A. Romero, y aunque se pueda acusar a Fulci de malapropiarse de varias propiedades intelectuales e ideas ya trabajadas en otro continente, la verdad es que la reimaginación de este cínico italiano le dio un valor propio al préstamo, y tomó como suya las sanguinarias ocurrencias de estos muertos que caminan. Aunque la secuela directa sólo surgiría unos diecieocho años después, espiritualmente continuó su obra en lo que después se conocería como La Trilogía del Terror, de la que City of the Living Dead es la primera entrega.

A pesar de haber sido rodada enteramente en los Estados Unidos, e incluso tomando las referencias que en diálogo y escena figuran con el fin de ‘localizar’ la acción, se puede decir que los sucesos no se dan lugar en ningún lugar del universo conocido. Por favor, no piensen que lo digo con un bastón de argumento que se reduzca a “los zombies no existen, y por ende eso nada de lo visto puede suceder, hur hur hur”, o algún despropósito semejante; tampoco tomo como punto de partida la implausibilidad aparente de Dunwich (evidentemente basado en la mitología de H. P. Lovecraft), un pueblo construído en las ruinas de Salem, donde se efectuaron los infames juicios de brujas, que de otro modo se llamaría Danvers, como factualmente se le conoce a ese lugar tanto en 1980 como en la actualidad. No, mi argumento va a que el modo de hablar, la forma de proceder y la interacción tanto de los lugareños de Dunwich como del reportero Peter Bell (Christopher George, un veterano del western) y la psíquica neoyorquina Mary Woodhouse (Catriona MacColl, quien volvería a los protagónicos en el resto de la trilogía) es realmente desquiciada y fuera de este mundo. Ya saben que cuando empiezo a hablar de actores, es porque daré un pequeño adelanto del argumento, y esta vez no es diferente, el cansancio me impide trabajar en una estratagema más ornada con la que pueda presentar esta maravilla.

Tener variedad en la perspectiva es más difícil de lo que creen.

El argumento es un poco lodoso, dado que nos empieza a ofrecer pie con unas visiones del cementerio de Dunwich, punto focal de la acción, y un sacerdote (Fabrizio Jovine) que se ahorca en el sitio, sin mayores motivos o explicaciones aparentes; simultáneo a esto, en Nueva York una junta impromptu de mediums/traficantes de drogas percibe a distancia el suicidio, y logran ver cómo este hecho es pivotal para una serie de sucesos que “podrían acabar con la humanidad”. Mary no logra resistir la fuerza de los hechos y cae al suelo, sin signos vitales. Más pronto que tarde la policía llega a investigar, y el detective Clay (Martin Sorrentino) no se inmuta al ver una bola de fuego que asciende y regresa al suelo con cierta reiteración, tal vez debido a que él mismo es una caricatura delicadamente racista. Lo paranormal llama también la atención de Peter, que intenta acceder al apartamento pero no logra negociar su entrada con la policía, frustrando su aparición en el momento.

Mary es sepultada con la menor disposición posible de pompa fúnebre, contando apenas con la presencia de los enterradores y el detective, quien llega a probar su suerte en el sector. De facto, suerte es lo que él tiene, porque Mary se reincorpora de su catalepsia e intenta salir de su ataúd, llamando la atención de Peter en una secuencia tan ennervante como especial en su ejecución. Posteriormente vuelven al escondite de los psíquicos, donde toman la decisión de buscar el pueblo de Dunwich, hasta ahora siquiera existente en meras visiones, y de paso desfogar un poco la líbido que surge después de haber vuelto de las entrañas de la tierra.

Tengan muy presente que no todos los coitos son felices.

Dunwich también ofrece varios sucesos en intercalado, dando a conocer al psicoterapeuta Gerry (Carlo de Mejo) y su paciente Sandra (Janet Agren), cuya relación es la más sutil de toda la película y funcionan como la segunda pareja protagonista, algo ligeramente inusual, y más tomando en cuenta lo que les sucede posteriormente. También tenemos la oportunidad de conocer un bar, cuyos únicos 2 clientes y su dueño son bastante lenientes frente a las manifestaciones infernales que se dan lugar en la comunidad. Entre todos los curiosos locales se halla alguien en especial, Bob (Giovanni Lombardo Radice, aunque el papel iba para el crítico y director Michele Soavi en principio) con quien no es difícil simpatizar, más que nada por su infortunado arribo a los peores sitios del pueblo en los instantes más inadecuados.

Intentando encauzar la idea de los hechos únicamente plausibles en el mundo Fulci, debo resaltar un poco lo azarosas que resultan ciertas situaciones, algo que no va en detrimento de la película (si es que lo tengo que volver a repetir) sino que crea un espacio totalmente distinto para la misma. Actualmente podemos declamar cuán veterados nos encontramos de la cantidad de zombies que han aparecido en diversos medios, y parece que no hubiesen maneras de modificarlos lo suficiente como para darles un nuevo hálito de frescura, pero ¡Qué bien se siente ver a las criaturas de Fulci en acción! Con 30 años y todo por delante, es bastante fresco encontrar zombies que no dependen de los tumultos alarmantes para lograr su cometido, incluso siendo lentos y con una insana predilección por los cerebros tal como las costumbres y el conocimiento popular lo ha prescrito; no obstante, ¿Se han visto acaso muertos vivientes con poderes telequinéticos y el don de la ubicuidad, entre otras sádicas bendiciones? Claro, el costo de tener semejantes habilidades resulta bastante alto, y lo pagan con una abrumadora debilidad fatal a heridas que un ser humano normal podría aguantar durante horas.

¡Confetti! Invocado a voluntad.

Lo más importante, en realidad, no es el argumento o como se le pueda presentar de una manera más lógica y coherente, como me he empeñado en sugerir durante mis últimos dos artículos. Clara es la senda de las maravillas visuales finamente fabricadas por Fulci, en la que cuentan más nuestros sentimientos que las ideas que puedan engendrar, ultimando como moderadamente hipócrita la totalidad de este texto. Cuenta como un ejercicio de comprensión el asumir los inusuales movimientos y encuadres de cámara, los jump-cuts que pueden ser tan hilarantes como aterradores, de acuerdo a la condición cardiaca de cada espectador, y observando cómo los temas musicales son hasta ahora una pequeña cereza en el carnoso pastel, algo que Fulci llegaría a perfeccionar en sus obras futuras.

Es, nuevamente, algo que debe ser visto para poder ser comprendido, y las posibilidades que tenemos actualmente son numerosas, si se les compara con el Reino Unido de los Video Nasties y otro tipo de censuras que han impedido la proyección regulada de este tipo de filmografías, pero que no por eso niega el hambre (metafórica o no, cada quién verá) de cerebros, sangre y visceras… Numerosas y repetidamente regurgitadas visceras.

No muchos se atreven, pero quienes buscan lo suficiente pueden encontrar cómo verla…

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¹Bajo una luz tan educada como atrevida, podríamos decir que la corriente del colombiano Jairo Pinilla no dista mucho de este tipo de explotación en particular, y es posible hallar varios paralelos, en la medida que mi buen amigo Dustnation lo considere prudente y necesario.

Mario Bava: La Maschera del Demonio (1960)

Temo un poco, sólo un poco, por las generaciones futuras en la medida que observo los procesos culturales que forjan aquello a lo que le tienen miedo. Es muy tarde y muy lejos para agarrar a patadas esa carcasa equina escrita por Stephanie Meyer, Twilight (a sabiendas que la sola e innecesaria inclusión de estas 3 palabras en el artículo nos valdrán un ascenso en tráfico y vistas) y no es mentira para nadie el pregón de antivalores que provee aquella obra de vampiros diurnos e improntas Timbergenianas, sin que por ello nos consideremos un pilar de la rectitud y la buena ciudadanía; mas si de algo nos podemos agarrar con fuerza en el palideciente estado de la fantasía (no pun intended) es de la relación muy vigente entre el horror y la sexualidad.

Sí, incluso aunque se trate de velar las delicadezas de la abstinencia y lo beneficioso que resulta ser sobreprotegida por un hombre contradictoriamente virtuoso y decadente, vemos que tanto en los romances de fantasía urbana más recientes como en las películas más veteradas (y mejor pensadas), el horror es un gran portal en el que se pueden tallar relieves de diversas inquietudes que se tienen con respecto al modo en el que los seres humanos se relacionan, enfáticamente en la sexualidad y sensualidad, los placeres y temores de la carne.

Es una puntilla muy bien clavada por maestros del género como David Cronenberg y Clive Barker, quienes no pierden oportunidad para mostrar la Carne en mayúscula, (por motivos apropiados) y su universo sensorial, lejos de los fantasmas de puro ectoplasma y las criaturas envueltas en una irracional búsqueda de la destrucción por sí misma. Incluso me atrevo a decir que por eso tenemos una simpatía mucho mayor por las mujeres como protagonistas ante el peligro desconocido, porque el enfrentamiento ante la apropiación involuntaria de su cuerpo está mucho más documentado y engranado en la consciencia colectiva. Tal vez estoy hablando de más, pero es algo que no se puede evitar con facilidad en Filmigrana, mis estimados (y posiblemente muy ofendidos) lectores.

La dimensión del cuerpo y la sensualidad no está puramente limitada a la exposición de torsos desnudos y núbiles, contorsionados y llenos de movimiento al vérselas con el peligro, si seguimos discutiendo la linea de la sensualidad en el horror; en la misma definición de la palabra está el uso de los sentidos y la capacidad de interactuar con el espacio y hacerlo cognoscible, en la medida que el espectador de cine conoce la relación entre este espacio y el cuerpo. Así pues, Mario Bava nos ofrece en su calidad de pintor y gran narrador una hermosa y entretenida interacción de 87 minutos entre seres que palpan un espacio construído con gran pericia para ellos, una pauta para la oleada de cine de terror gótico italiano que vendría tras el tendido de la alfombra en 1960. Veamos de qué viene.

“Here goes nothing!”

“The Hour When Dracula Comes”, “House of Fright”, “Revenge of the Vampire”, “A Maldição do Demônio” y otra miríada de nombres similares a este son los que definen una misma película, vehículo que catapultó a la fama a Barbara Steele (Gloria Morin en 8 ½ de Federico Fellini) y, como ya se dijo, sentó un precedente en la estética del cine italiano en lo que respecta a lo terrorífico y misterioso, decantándose luego en lo que se conocería como giallo, un laberinto formal del que hablaremos en otra ocasión. La película fue el primer proyecto de ficción completamente dirigido por Bava, parte de una antigua deuda que la legendaria productora Galatea tenía con el nativo de la costa de San Remo.

El filme en sí es una vaga adaptación de “Viy”, cuento corto de horror escrito por el gran Nikolai Gogol, y en lugar de presentar 3 jóvenes que van caminando por la campiña que luego son alojados por una joven y peligrosa mujer, mueve la acción a Moldavia donde la princesa Asa Vadja (Barbara Steele) y su sirviente o “hermano de obras” Javuto (Arturo Dominici) son condenados y ejecutados por realizar fechorías bajo la guisa del vampirismo, rendirle pleitesía a Satán y tener una tórrida y no menos satánica relación amorosa, una Cassata de crímenes apenas expurgable por obra de la Máscara del Demonio, el McGuffin que nos embarga en esta película, y de cuyo castigo parcialmente los salva la intervención del mismísimo Príncipe de las Tinieblas, en forma de lluvia arruina-eventos. El Inquisidor Griabby (quien me atrevo a pensar que es interpretado por Antonio Pierfederici, no tiene créditos), hermano de la princesa y a su vez sacerdote, es maldecido por Asa y obligado a llevar en su descendencia parte de sí misma, lo suficiente para asegurar su eventual regreso.

STEP IT UP!

Hacemos una elipsis 200 años más adelante, en el que un médico fantoche conocido como Andre Gorobec (John Richardson, el compañero de Rachel Welch en One Million Years B.C. de 1966) viaja en un Stagecoach¹ junto a su mentor, el dr. Thomas Kruvajan (Andrea Checchi, pintor destacado y con un buen número de papeles de reparto bajo su brazo), en dirección al castillo de la familia Vajda. En el camino atraviesan un bosque con numerosas anomalías off-screen en el que infortunadamente se averían, y los dos galenos deciden descender de la carroza mientras el conductor arregla el desperfecto. Encuentran una cripta abandonada a la que ingresan, y la prudencia científica del dr. Kruvajan lo lleva a determinar que lo mejor sería profanar las tumbas, sin escuchar consejo alguno acerca de las numerosas supersticiones en torno a cadáveres perfectamente conservados a lo largo de los años. Ambos logran retirarse del lugar antes de seguir haciendo destrozos irreparables en la arqueología del sitio y la sanidad de sus almas, aunque dejan un pequeño rastro de sí mismos que resulta suficiente para que la maligna princesa empiece a maquinar su regreso al mundo de los mortales, al menos tras bambalinas.

De vuelta en el sendero conocen a Katia Vajda, la descendiente directa del Inquisidor Griabby, quien guarda un sorprendente parentezco con la ya olvidada Asa (pista: son la misma actriz) y, tras unos segundos de conversación, entabla una lasciva relación de miradas silenciosas con el joven y agudo Andre, llevando a la confusión inicial hasta que la trama se va desenvolviendo en torno a ella, la relación con su padre (Ivo Garrani) que es totalmente consciente de la maldición y del regreso de la vampiresa satánica, así como los accidentes fatales cometidos por el torpe dr. Kruvajan, que de hecho son solventados por la tendencia que tiene Andre de pensar con su falo.

Médico homeopático de Europa Oriental, masajista.

El argumento no es nada malo, incluso a pesar de la extraña (pero a mis ojos justificada) relación entre Andre y Katia, establecida más como una lujuriosa comunicación de contacto físico y visual que como un diálogo común y corriente entre dos personas que aspiran a conocerse. Su interacción no es la única inclinada a la lujuria, la misma Asa tiene una manera muy peculiar de hacer posesión de sus víctimas, lo cual mezcla un poco el sexo no-consensual que recordamos como parte del patronazgo del viejo Drácula, aunque en algunos casos añade la fuerza de la seducción (que no deja de ser algo involuntaria, al final), todos estos elementos visibles en una actuación que no es nada leñosa, como se podría esperar de una película de serie B de la época en otro costado del globo terráqueo, o incluso en la actualidad, donde no solo la actuación sino las ya denunciadas “constantes culturales” implantan otras formas de ver el contacto sensual. Hay varios giros inesperados, teniendo en cuenta que la estoy viendo 52 años después de haber sido rodada, y es completamente tangible el marco sobre el cual se edifican numerosas películas similares, sin que por ello diga que La Maschera es la primera en su estilo y género; en sí misma pueden evidenciarse numerosos guiños artísticos y características de su tiempo, como la sensibilidad ante las masas que se despliega en otras cinematografías de la Italia de los 60’s.

Quedan algunos agujeros en la trama y se sienten forzadas ciertas situaciones, aunque no por ello debe desprestigiársele, siendo que -como ya se dijo- parte de estas incongruencias narrativas canjeadas por virtuosismo técnico son el caldo de cultivo del giallo. La cantidad de sangre en pantalla es bastante generosa, sin verse como uno de los elementos ya etiquetados dentro de lo forzoso, que en realidad es muy poco². Incluso a pesar de lo acaramelada que puede resultar para algunos la relación amorosa de los protagonistas, ese no es el foco del relato. La bruja Asa se lo lleva todo en espectacularidad, astucia, mala sangre y satanismo desenfrenado, una mezcla que cae tan bien hoy en víspera de Halloween como ayer, hace 52 años. La pueden ver acá, completa, cortesía de YouTube.

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¹La mención de esta película de John Ford no es del todo gratuita, en contraste a la mayoría de cosas que se dicen acá en Filmigrana, y la actitud de Nikita el cafre no dista mucho de la cobarde entrega al deber que manifestaba Curley en el clásico de 1939.
²¿En serio, doctor? ¿Tenía que pincharse el dedo, destruir un vidrio protector, robar un relicario, remover una máscara y matar un murciélago vampiro, todo en menos de 3 minutos?

Nobuhiko Obayashi: Hausu (1977)

Dándole un inicio adecuado a esta segunda Semana de Horror en nuestra entrañable plataforma, me arrojé en un oleaje de osadía y decidí tomar una película que de puertas para afuera es un clásico del género, mas oculta tras sus numerosas capas un cuantioso substrato de material cinematográfico que exige un análisis mucho más puntilloso que lo que podría permitir un par de magros visionados. Fue una postura de atrevimiento irrespetuoso, algo muy común en Filmigrana, pero sus refrescantes y torrenciales aguas no pueden ser despreciadas.

¿Con qué rostro o conjunto de ideas se puede asumir algo tan vasto y sobrecogedor como Hausu, que con la calidez de un hogar en sí es la romanización de la palabra House? No es fácil para nostros como tampoco lo fue para ellos, los espectadores de finales de los 70’s, para quienes el horror italiano de la época, bien conocido por su carácter altamente formalista, no era un bien accesible con el cual pudiesen habituarse a este tour de force. Y avergonzado me siento, en una proporción muy generosa, al describir tantas facetas sin orden ni progreso pero, en su lugar, no hablar nada de la película en sí, dejando en su lugar un enorme signo de interrogación para los recién llegados. Hausu es una fábula juvenil, es una sórdida película de horror, es un pavorrealés despliegue de celuloide; Hausu, en una manera snob y poco imaginativa a la hora de los epítetos y descriptivos, puede ser para algunos “Vera Chytilová meets Norman McLaren en un templo/parque de atracciones asiático”, mas para otros está Nobuhiko Obayashi (1938), quien ya llevaba un buen tiempo experimentando con la cámara de Súper 8mm, y que desde 1964 había fundado una suerte de colectivo de realización, junto con Donald Richie (director de Five Filosophical Fables de 1970, cortesía del Tubo) y Takahiko Iimura (autor de cortos de la calaña de Kuzu de 1962, ejercicios deconstructivos de elevada complejidad), y “Film Indépendant” era el nombre de dicho colectivo, algo a lo que se le puede oler el tufillo de Nouvelle vague e ínfulas artísticas a una distancia considerable.

Splitscreen, uno de varios.

Aunque el más ortodoxamente apegado a Jean Luc Godard en cuanto a experimentación y ensayo audiovisual es Iimura, Obayashi genera una sensibilidad mucho mayor y construye una experimentación que va de la mano con una noción de narrativa. Afortunadamente, también le ayudó el hecho de ser prolífico y versátil en contraste a sus compañeros, y halló suficientes nichos en los comerciales de su televisión nacional para así desarrollar una pericia visual que vive en la frontera de lo genial y lo puramente excéntrico.

A Hausu, en medio de mis descripciones anteriores, la anoté como una suerte de fábula o cuento de hadas destinado a las jóvenes adolescentes, cual si se tratara de un relato de los hermanos Grimm. Es una historia de una bella señorita, conocida como Gorgeous, y sus 6 amigas, todas estudiantes de secundaria, quienes se preparan para sus vacaciones de verano. Gorgeous se prepara para salir de viaje con su padre, pero éste le hace cambiar de parecer cuando le informa que su novia, la hermosa y siempre tranquila Ryouko, también irá. El viaje de las 6 amigas también se cancela por motivos ajenas a ellas, pero Gorgeous decide visitar a su tía que vive en un chalet campestre, y aprovechando la coyuntura, invita a sus amigas. A lo largo del viaje conocemos a cada una de las chicas, teniendo todas una característica que las demarca y distingue de las demás, al más puro estilo de los 7 Enanitos de Blancanieves (espero noten la coincidencia); así, Kung Fu es sumamente atlética y dotada de muy buenos reflejos; Fantasy es soñadora y amante de las fotografías (incluso teniendo una relación vigente con uno de sus profesores); Prof es objetiva y concreta, una dama del conocimiento; Sweet es tímida y le agrada hacer aseo; Mac (una contracción de stomach) es la glotona del grupo, y Melody es una intérprete musical de alto nivel. Gorgeus, por su lado, solo tiene a su favor que es bastante bella y le encanta maquillarse y estar bien vestida, e incluso se podría argüir que tiene la capacidad de cambiar de vestimenta a voluntad, pero ya hablaremos un poco más de eso al señalar algunas elecciones de estilo en la película.

Que sean artimañas del cine mudo no quiere decir que sean inútiles. Por otro lado, “Haaausu”.

La carne del asunto empieza cuando ellas llegan al chalet de la tía, y aunque son recibidas por ésta en una posición de fragilidad, pronto se enterarán que ella, el gato de la casa y otros fenómenos locales son mucho más misteriosos, aterradores y aleatorios de lo que ellas podrían creer. ¿Qué distingue una trama como esta a algo semejante a, por poner un ejemplo, House of Wax (1953) de André de Toth, tratándose de una criatura malévola con métodos especiales de deshacerse de sus víctimas? Además de la creatividad e inventiva que se despliega en cada escena, es la formalidad de los sucesos lo que llama más la atención de esta película, relegando incluso a un segundo plano el argumento.

Hay un amplísimo tabló de situaciones a través de las cuales las pobres colegialas van conociendo su funesto destino, en un esquema que puede traer a la memoria la clásica Willy Wonka and the Chocolate Factory (1971) de Mel Stuart, siendo que cada una de ellas va sucumbiendo frente a situaciones que se relacionan con sus rasgos característicos, posibilidad que no se sienta tan descabellada si recordamos que Obayashi no solo es un hombre atento al cine internacional, sino que además ha trabajado ya con numerosas estrellas de la costa oeste estadounidense. Curiosamente, cuando tenemos la expectativa de que todas encuentren la fatalidad de manera más o menos ‘formulaica’, Hausu nos sorprende con un paquete de novedades alarmantes, en la guisa de ejemplos como una lámpara devoradora, o una sepultura/violación ejercida por colchones y edredones malignos. Me temo que nada de lo que he escrito tiene mucho sentido, pero ¿Cómo habría de enmarcar la lógica de esta película, si no es descrita con mucha mayor propiedad a un nivel visual? Hago lo que puedo con las letras, mas mucho me temo que existen mejores maneras de explicar un largometraje como el que nos embarga en esta ocasión.

“Like some cat from…” (me aguarda una paliza)

Muchas secuencias quedan para la memoria, como la clásica afrenta del piano que lidia con su intérprete (lo lamento, Melody) o la discusión entre el umbroso vendedor de sandías y el profesor Togo, como recordaremos, el novio de Fantasy. Tomando en cuenta esto último, aspectos como la efebofilia y la desnudez de los cuerpos núbiles de estas muchachas son jugados con una maestría que no termina de encajar con nuestros sets de moral. Las jóvenes, siendo todas ellas vírgenes (y por esto mismo víctimas de las triquiñuelas de la casa y potenciales meriendas de la tía no-muerta) demuestran que sus rasgos son el paso previo a la adquisición de la sexualidad, y solo Fantasy tiene un atisbo de ser más ‘aventajada’ y a su vez consciente del peligro que las demás, posiblemente por algún detalle que involucra al profesor Togo. Pero no hay mucha cabida para análisis directos y serios, porque hay mucha bufonería y desenfado sucediendo mientras intentamos teorizar las relaciones de estas mujercitas. Personalmente, mi favorita es Kung Fu, la más decidida y firme del cadre, quien incluso en sus últimos momentos manifiesta un control de la situación, su leitmotiv de combate es realmente encantador¹.

Tanto musical como visualmente la película es un collage que marca precedente, empleando diversos trucos y artificios para lograr añadir un efecto que distinga cada escena de las demás, y con ello volvemos a tomar en cuenta la influencia de Film Indépendant y sus escasos pero valuables miembros. Hay tantas imágenes que referencian el estado de la cultura popular en el Japón como los hay de eventos externos y detalles que Obayashi emplea para imprimirle mucho más Technicolor a este estrafalario cuento, por lo que es necesario conocer la trayectoria o (cuando menos el impacto) de un actor como Tomozaku Miura en la cinematografía japonesa de posguerra para comprender la secuencia de la partida del prometido de la malvada tía, en sí misma filmada a la manera de un drama nipón de los 40’s.

Hay elementos de toda nacionalidad, época y función. Primeros planos, siempre son bendecidos.

Habiendo arado el terreno con una pieza de semejante envergadura, Nobuhiko Obayashi realmente no pudo aumentar la calidad de su juego tras el éxito finamente orquestado de Hausu, pero siguió trabajando con un tren de ideas similar, en lo que algunas personas con una cierta vaguedad de términos llamarían “surrealismo”, pero en mi humilde opinión lo considero como una muy buena inversión de la creatividad y los medios al alcance para subvertir los esquemas existentes, de la misma manera que alguien como Hyeronimus Bosch no tuvo que recurrir a alguna suerte de teoría freudiana inexistente en su época para recombinar y moldear las maravillas que alguna vez pintó. Con esta visión de la muerte colorida, metida con calzador (porque no menos se espera de Valtam, su humilde servidor) me despido, para seguir restregando mi cabeza con esa agua entintada de sangre que tan gratas imágenes me permite alucinar bajo su superficie.

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¹ Dejé, de manera más-o-menos deliberada, un hipervínculo que ligaba a un contenido en demasía obtuso e irracional (en una lectura muy distinta de estos términos a la que podría llevar la presente película) y que no tenía absolutamente nada que ver con el artículo que me precio de escribir, mas de todas las lecturas recibidas en las últimas 18 horas solo hubo un click a dicho enlace, y al parecer no le resultó fuera de lugar la dichosa inserción. Es este un pequeño comentario que quería hacer, sin que volara al territorio del reclamo, concerniente a la posibilidad abierta de opinar en este espacio. No siempre tiene que ser algo complaciente y acorde a la visión del autor, saben todos que con mucho gusto respondemos la grosería impertinente, pero una discusión de cuando en cuando a nadie le sienta mal, sobre todo si se trata de un montaje parodiando la experticia ganada en los videojuegos, el enlace del que hablaba (NOTA ED.: dicho enlace murió en algún punto desde la publicación del artículo).

Hayao Miyazaki: Mononoke Hime (1997)

“To see with eyes unclouded by hate”

Previo a la Cumbre de la Tierra de Río de Janeiro en 1992 era más bien poco lo que se hablaba en torno al cambio climático y nuestra situación de responsabilidad como amos y señores de la cadena alimenticia. Existía una noción de las transformaciones por las cuales estábamos llevando a nuestro entorno, y por supuesto, estaba la IUCN desde finales de los años 40’s, incluso aunque sus actividades no habían sido atendidas de manera comedida y apropiada; pero aún faltaba mucho tiempo para que el discurso medioambiental ganara impacto y se empezara a pensar no sólo en los pequeños cambios dentro de niveles locales, sino además en las consecuencias a futuro en escala global.

Pero, ¿Por qué estaría escribiendo esto yo, si se asume que la propiedad de este sitio no ha cambiado a manos de algún colectivo verde de poca monta? Pues bien, con el habitual fin de sentar un pequeño contexto histórico a los finales de los años 90’s, abrí con estas tímidas y cortas lineas el comentario hacia esta épica de acción animada con agenda de fábula ecológica. La constante lectura que se puede hacer de las películas de Hayao Miyazaki, más allá de una fascinación con el vuelo y el encanto de la imaginación infantil (que no están presentes en esta película en particular) es el de la preservación de la naturaleza, hecho patente en varias de sus producciones más exitosas: Kaze no tani no Naushika -Nausicaä of the Valley of the Wind- (1984) nos presenta el Fukai, un bosque corrompido por la acción de los hombres y su afán de violencia, así como las monstruosas creaturas que ahora viven ahí; Tenkû no shiro Rapyuta -Castle in the Sky Laputa- (1986) tiene su epónima construcción haciendo las veces de santuario de flora y fauna, cuidado por golems tan poderosos como enigmáticos; incluso Tonari no Totoro -My Neighbor Totoro- (1988) comparte la imagen del bosque, hábitat del mismísimo Totoro, en el que se desenvuelve la fantasía que se opone a lo regular. Mononoke Hime alude a esta temática recurrente, el bosque encantado que ha roto lazos con la humanidad (y ésta con aquel, en reciprocidad) sin que por ello sea algo cansino o gastado el producto final.

Varios consideran que la obra cumbre de Miyazaki es Spirited Away (2001, ya estuvo bueno de poner los nombres en japonés, igual nadie los va a recordar o siquiera leer), y bueno, ¿Por qué habríamos de exigir otra cosa, si incluso ganó un Premio de la Academia y fue un éxito absoluto en taquilla? Y sostener que Mononoke Hime es, en cambio, la síntesis y culminación de todo el eje temático desarrollado por el maestro nipón sería bastante reduccionista de mi parte. Personalmente considero que la conocida odisea de Chihiro está ligeramente sobrevalorada, pero esa es mi aberrada e inquietante opinión, que expondré en otro artículo, y aunque Mononoke Hime no es el culmen de Studio Ghibli o de Miyazaki como su mayor exponente, si presenta un punto muy alto en su propia categoría. Mejor vayamos por partes, y diseccionemos esto al calor de un ameno recuento.

Miyazaki es versátil, y tiene tanta pericia en la creación de mundos fantásticos y absorbentes tanto como sabe de historia de la humanidad, con un cierto énfasis en la modernidad (me inclinaría a pensar que una cosa lleva a la otra). Así como Nausicaä y Laputa se plantean en mundos ‘atemporales’, una suerte de mezcolanza entre algún pasado valiente y el sazón que añaden los tanques, rifles de asalto y los dirigibles, hay otros ambientes recreados con una puntual riqueza y atención al detalle, como en el caso de la ciudad que vemos en Kiki’s Delivery Service (1989) inspirada en centros urbanos suecos por los que no ha transcurrido la Segunda Guerra Mundial*, y ya nos sentimos más cómodos estableciendo un marco temporal en un espacio semejante, algo alrededor de los años 40’s o 5o’s, a lo sumo.

Mononoke Hime tiene una cualidad histórica semejante, lo que permite asimilar el vuelco fantástico con mayor entereza, aunque más adelante me explicaré en el carácter restringido de esta asimilación (pista: tiene que ver con otakus, hombres blancos que creen ser samurai y/o conocedores de la cultura e historia nipona).

El desmembramiento, no obstante, sigue siendo un lenguaje universal.

No siempre fue un drama de época, o al menos no en lo que concierne al argumento original; Miyazaki tenía inicialmente planeado adaptar un manga suyo de 1983, The Journey of Shuna, y esos volúmenes tan bellamente coloreados nos relatan la travesía que un príncipe hace para salvar a su pueblo de la hambruna**, encontrando en el camino a una joven, Tea, y su pequeña hermana, quienes lo acompañarán (hasta cierto punto) en la búsqueda de una tierra de gigantes, donde se cultivan plantas maravillosas que podrían ser la solución al problema de la aldea de Shuna.

A lo largo de varios años y trás muchos storyboards esta perspectiva se transforma, llevando a los cambios que podemos reconocer y los parentescos entre el manga y la película. Se entremezclan, con destreza y facilidad, el período Muromachi (que va del siglo XIV hasta finales del XVI) dentro del cual fungió la conocida Sengoku Jidai de la que se ha romantizado gran parte de la iconografía samurai, con un transfondo mítico en el que criaturas enormes coexisten con el hombre de manera no-pacífica. Los Emishi, un pueblo histórico de la isla que se opuso al mandato del Emperador, son barridos y llevados al decrecimiento de su casta y población, otrora formidables guerreros de los que sólo queda un heredero notable, Ashitaka, tan príncipe como Shuna. En ambos universos la montura por excelencia de los pueblos en declive es el Yakkul, una especie de antílope rojo resistente y apto para la cabalgadura, y el diseño de la criatura no cambia a lo largo de 25 años.

Un enorme jabalí transformado en demonio o Tatarigami, conocido como Nago, maldice a Ashitaka durante una amigable visita al pueblo de los Eboshi, con toda la gritería y flechazos que eso conlleva, y lo lleva a buscar las respuestas de su infortunio en el oeste, sin que nadie de su tribu le pueda ayudar. La peculiar maldición del príncipe se representa en una marca negra ó purpúrea que se extiende a lo largo de su brazo derecho y que, a pesar de su carácter trágico, le permite hacer demostraciones preternaturales de fuerza y puntería. En el curso de su exilio no puede evitar hacer justicia frente a los actos de pillaje y crimen que presencia, siendo apoyado por su mortífera maldición, y en un pueblo próximo se encuentra con el monje Jiko-bō, mejor descrito como “un espía, un ninja, un hombre de fe ambicioso y/o un buen tipo”. Éste impulsa a Ashitaka a buscar al Shishigami, el Espíritu de los Bosques, quien reside en un peligroso claro que nuevamente recuerda al Fukai de Nausicaä o, sin irnos más lejos, a la torre de los gigantes en el viaje de Shuna. Ahora, que el amigable Jiko-bō haya sido efectivamente rescatado de una posible muerte o que sea un plan de éste para llevarlo al infortunado bosque, se trata de una conjetura que espero desarrollar mejor en un futuro.

Los disparos son un regalo, en realidad.

El encuentro con el administrador de la flora y fauna agigantada se ve interrumpido por un combate entre una caravana de bueyes y unos lobos gigantes, éstos a su vez acompañados de una chica enmascarada. Ashitaka presencia tan solo una parte de las consecuencias de este encuentro, y es ahí donde ve por primera vez a la chica, limpiando las heridas del más descomunal de los lobos, Moro, la madre de la jauría. Se trata de San, la “Princesa de los Lobos”, esta última dejando absorto con su belleza feral al joven exiliado. Ashitaka no tarda mucho en conocer todas las demás partes del conflicto, y su pureza de espíritu y ausencia de odio personal lo llevará a ser observado por el mismísimo Espíritu de los Bosques, evento que es sucedido por un encuentro con la principal responsable de la demonización que consumió el alma de Nago, la impetuosa y vivaz Eboshi.

A medida que transcurre el argumento se empieza a notar mucho más la maestría de Miyazaki a la hora de construir sus personajes, especialmente sus villanos; Eboshi no está objetablemente sedienta de poder y riquezas como sí se podía inferir de Muska en Laputa, y comparte mayores semejanzas con la Princesa Kushana de Nausicaä, en cuanto a que son mujeres fuertes con grandes cicatrices de su pasado (en el caso de Kushana, son literales estas marcas); Jiko-bō, como ya se dijo, no es completamente bueno ni es un miserable mezquino, teniendo una agenda que permanece en misterio a lo largo de toda la película; Moro, a su vez, se muestra apática con los sentimientos crecientes de Ashitaka por su hija adoptiva, pero llega a resolver ese conflicto con el paso del tiempo a pesar de lo matizada que permanece su actitud. Curiosamente los únicos que salen ‘mal parados’ son los idealizados samurai, mostrados con mayor tino como una casta de canallas beligerantes.

La obstinación suicida y el ‘bushido’, amigos sin siquiera conocerse.

Es posible hallar los paralelos de ‘ficción’ y ‘realidad’ en ciertos hechos históricos retratados en la película, gracias a lo ya discutido del contexto y el transfondo, y dichos paralelos pueden ser observados transversalmente a lo largo de otras cinematografías y visiones. En todo el aspecto de la desmitificación del samurai, se da lugar también a otra revolución del pensamiento de la época, y es el advenimiento de las armas de fuego, relevantes en el argumento como los propulsores de la modernización y la apropiación de la tierra. El disparo que lleva a Nago a la locura, siendo el primero de estos hechos, y el aparente fin único de Tatara como centro de producción de armamento (cierto, el hierro lo comercian, pero en su mayoría es empleado para crear armas de pólvora). Los monjes-mercenarios emplean la pólvora como un game changer en su enfrentamiento contra los jabalíes del bosque que buscan venganza, y éstos a su vez son el último baluarte del combate cuerpo a cuerpo, “orgullosos” son llamados por algunos, “estúpidos” por la familia de Moro.

Como es de esperarse que en toda película que deba estar sujeta a un proceso de traducción y localización a un mercado distinto al local, Mononoke Hime sufre varios inconvenientes y tropiezos en esta área, aunque mucho menores de los que tuvo con Nausicaä (otorguense el placer de ver el tráiler enlazado). Para empezar con lo básico, el nombre por el que se conoce la película es “La Princesa de los Lobos”, cuando la palabra Mononoke no tiene nada que ver concretamente con lobos, siendo simplemente un término que engloba diversas criaturas o espíritus, y por ende, el acompañante ‘Hime’ no implica del todo un título nobiliario de princesa o hija de un rey, como se entiende en estas regiones. Muchos otros términos son más o menos intraducibles, teniendo que recurrir a imágenes más comunes para dar cuenta de lo que expresan: ‘Jibashiri’, como son conocidos los cazadores de Jiko-bō, no son cazadores como tal, estando más cerca de ser mercenarios que cualquier otra cosa; si nos vamos más lejos, encontraremos que la película en su idioma original está cundida de referencias de difícil entendimiento para el americano o europeo promedio.

¿En serio, prostitutas?

Eso sí, es necesario hacer una pequeña venia frente al trabajo de localización encabezado por Neil Gaiman, quien reescribió los diálogos para facilitar su comprensión, y el reparto de luminarias que prestan sus voces para esta traducción no es menos ejemplar, contando con Billy Crudup como Ashitaka, Billy Bob Thornton impersonando a Jiko-bō, Claire Danes hablando por San y Jillian Anderson otorgando la voz de Moro. La música, en cualquier idioma, permanece intacta, y consolida más de dos décadas de trabajo entre el compositor Joe Hisaishi y Hayao Miyazaki. Es más bien poco lo que debería hablar de ese último apartado, por lo que apenas añadiré esto.

Me he visto esta película un buen número de veces, aunque no tantas como yo quisiera***, y descubro elementos que le añaden profundidad, proporcionan preguntas o responden algunas que en un momento tuve. Siempre hubo una cierta inconformidad con la relación entre Ashitaka y San, de lo fría y desentendida que es para tratarse de un aventura dramática, pero he llegado a conciliar ese aspecto dentro del visionado, y comprender que puede tratarse de un pequeño telón de fondo, necesario para la firme sujeción de los cimientos que soportan esta maravillosa y atemporal historia de reconciliación del hombre con la naturaleza. Con certeza, tras un buen número adicional de visionados, haré una nueva entrega sobre esta misma película, intentando ahondar de manera más respetuosa en ella.

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*Estocolmo y Visby, si los señores de The Pink Smoke son de fiar.
**Por alguna razón el pueblo me recuerda a la inhóspita región en la que viven los protagonistas de Marili Svanets (1930), documental de Mikhail Kalatozov en el que se dan a conocer las vías por las cuales el Gobierno Comunista apoya a las poblaciones aisladas, con el fin de tecnificarlas y anexionarlas a su plan de progreso. Hagan caso omiso de esta referencia.
***Corta a plano medio de hombre con lentes, cruzado de piernas en el set de un programa de entrevistas, riendo y gesticulando mientras relata que aunque se dedicaba a la ingeniería, el Cine llegó a su vida como una musa inspiradora.

La Difícil, Desafiante y Deliciosa Realidad

Celebrando su aplicación como fórmula de redacción, resultona y difundida en su empleo, me preciaré de iniciar esta sentida nota con una anéctoda personal tangencialmente relacionada con el tema a tratar, rellenando de paso unos cuantos párrafos iniciales.

Mi habitación, desconocida por muchos de mis conocidos y precariamente amoblada, tiene un viejo escritorio de madera sobre el cual reposa mi fiel computador de escritorio (cómo me gustan las cacofonías), y frente a éste, con una devoción diaria y cercana a lo más pío, me siento todos los días para perder mi tiempo y contemplar algunos reflejos de mi vida con la ayuda de una pantalla LED de tamaño modesto. Mi trono es también humilde, aunque no deja de ser pintoresco en su propia categoría, consistiendo en una antiergonómica silla de madera con lona, que las clásicas giratorias de oficina me caen más bien mal y se dañan rápido con mis hábitos de uso. Hallándome tenso o inquieto suelo aprovechar las cuatro patas de esta misma silla para reclinarme, vulnerando el agarre que los tornillos tienen en la madera (aquellos tienden a roerla con mis movimientos) y produciendo un suave y cómodo rechinar que me hipnotiza, disuadiéndome de formularme preguntas acerca de la actividad que esté llevando a cabo frente a la luminosa pantalla en esos momentos de sónica efervescencia.

Hoy me senté en ceremoniosa quietud, evitando la tentación de reclinarme, y me quedé un rato mirando el calendario, con los ojos de un padre leniente y especial que reconoce sus arranques de crueldad y abandono. No pude resistir mucho tiempo en esa posición y, sorteando de nuevo con todas mis fuerzas el llamado de la madera que se pulveriza con sosegada lentitud (casi como dándome su aprobación para que la destruya a través de un uso que no fue el pensado para la silla que compone) me puse de pie, me miré en el espejo del baño y reconocí que había cambiado.

Por si la advertencia inicial fue eludida, lo anterior no fue el inicio de una noveleta urbana con ínfulas pseudo-intelectuales, aunque haya quienes consideran nuestras vidas como algo semejante. Dustnation y yo creemos en nosotros mismos, después de dos años de haber iniciado esta empresa que ha sacado lo mejor que tenemos como seres humanos y observadores de lo ajeno, en lo que se revela tras las pátinas de aparente esnobismo como la humildad y el deseo de aprender de aquellos que nos precedieron y cuyos relatos merecen ser rescatados, en un país que incrementa su atención y celo por la realización cinematográfica y la generación de cultura en general. La mayoría de nuestros lectores lo sabe, pero quien haya llegado un poco tarde a este abode podrá enterarse que el 18 de agosto de 2010 se ideó y creo este espacio de la misma manera que se construye una improvisada chabola en la ribera de un río o la ladera de una empinada montaña.

Somos jóvenes, se puede leer fácilmente a través de nuestras apreciaciones carentes de la experiencia que curte a los profesionales de la crítica (un oficio vilipendiado pero necesario en las parvularias de un arte), pero sin las vejaciones anímicas que caracterizan a quienes creen que lo han visto todo o que simplemente desquiciaron en su vejez, con casos que no vale la pena siquiera citar. Somos aventureros, también, y por nuestra mirada particular hemos planteado tan buenas discusiones como virulentos animismos, ninguno de los cuales es desaprovechado en función de aprender algo acerca de la mirada de nuestros lectores, algunos de los cuales podrían ser (sin que lo sepamos) nuestros más acérrimos opositores, sin que eso los haga detrimentales para el fomento de mayores y mejores discusiones. Infortunadamente también somos inconstantes, otro rasgo característico de la juventud, y en nuestro afán de ser diletantes y experimentar la vida en un amplio espectro, ocasionalmente hemos dejado de lado aquello que hemos llegado a considerar como esencial por la misma fuerza vital que impone y los espacios de reflexión que otorga. Con palabras no muy apropiadas y tal vez bastante edulcoradas me estoy refiriendo al Cine.

Fuera del misterio espiritual que se vive dentro de una sala de cine a oscuras, y en la comodidad de nuestras casas con un DVD proyectando una pieza inmemorial (o sencillamente absurdo y trivial en extremo) este es uno de los únicos espacios en los que hemos podido detenernos a respirar para pensar en lo que nuestras vocaciones implican, y observar como está entretejida la sociedad en la que hemos tenido la fortuna/desgracia de ser cultivados, sin olvidar los esfuerzos que hicieron centenas de individuos trabajando para una industria que a su vez es un arte, e intentando plasmar todo este espectáculo de destellos e ideas en un espacio medianamente coherente y abierto a la discusión. Seguro Dustnation hallaría una manera menos dulzona y divagante para decir todo lo anterior, pero nuestra empresa ha sido una marcada por el entusiasmo y el deseo de conocer, y hemos contado con la fortuna de encontrar almas afines que, bien en su rol de lectores dedicados o como colaboradores, han permitido la pulimenta de nuestras ideas y nos han dado una probada de la experiencia de escribir en y para cine, un evento en caliente muy difícil de emular en condiciones seguras.

Mas, con todo lo anterior no quisiera implicar que la hostilidad con la que algunas personas han expuesto sus puntos nos ha amedrentado hasta el punto de hacernos ceder nuestros butacos. Seguro, hay quienes se sentirán incómodos con las metodologías empleadas para describir ciertas obras del cine colombiano reciente, pero no renegamos de las vías como algunos expresan sus ideas, nosotros tenemos las nuestras e intentamos compartirlas para formar otras. Como lo iba apuntalando hace unos párrafos, es el espíritu de esta suerte de mocedad intelectual la que nos mantiene tan despiertos como desconcentrados, evitando que trabajemos con mayor ahínco en lo que consideramos como algo que vale la pena mantener.

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Y es aquí donde está, tomando prestadas y mutadas palabras ejemplares, ‘la Vieja en el Cruce de Caminos’, momento en el que observamos cómo deberíamos proceder ante este retoño con tanta salud y promisorias aptitudes. Para la mayoría de mortales, son las primeras décadas de vida en las que nos disponemos a crear un sinnúmero de proyectos y abrimos un número bastante amplio de vías y trochas, muchas de las cuales desaparecen bajo la hiedra del desuso y la falta de interés; han sido estos dos años, con sus pequeñas ausencias incluídas, suficiente tiempo para notar que esto no es ‘otro más’ de esos proyectos, guardando la fuerte esperanza de que con entusiasmo seguiremos atrayendo la atención de pocos (pero leales) lectores y redactores, impulsados también por nuestro evidente placer a la hora de escribir sobre cine. Tal vez sean patanes insufribles como nosotros, pero eso realmente será lo de menos.

Queda mucho por experimentar en cuanto a lo que escribimos y cómo lo hacemos, y en realidad se trata de un asunto de dedicación abnegada si queremos ver un atisbo de lo que nos espera al otro lado de las numerosas colinas por atravesar. Si hace falta establecerlo, nuestra búsqueda cada vez está menos inclinada hacia la fama y la popularización del sitio, pueden no contarle a sus amigos que vieron esto y saber, en su interior, que han estado leyendo los escritos de un par de maniáticos y su malsano troupé de amigos, pero nos importa más generar opiniones propias en quienes nos lean, motivándose a su vez a crear otros espacios de disertación en torno al cine y las artes con diálogos polivalentes y de orígenes diversos.

Mientras ustedes abren nuevas fronteras y hacen populares sitios web, nosotros seguiremos en nuestra pequeña tarea de redescubrir y reordenar nuestras experiencias, registradas aquí como una bitácora de exploración de más de un siglo de imágenes en movimiento. Costará trabajo, mucho trabajo, y habrá días en los que no llegaremos a casa a procrastinar, como es nuestra predilección, y en lugar de eso nos sentaremos, sin reclinar la silla o recostar la cabeza en una mullida almohada, y empezaremos a escribir y escribir, promoviendo el crecimiento de este espacio hasta que nos sintamos listos para emprender una nueva ruta, redimiendo por supuesto todo el trabajo hecho hasta ahora en artículos de 3000 palabras. Será difícil y nos privaremos de muchos ocios actuales, pero será fantástico, y en el fondo afrontaremos una pequeña pero crucial etapa de nuestras vidas, en la que sabemos que estamos comprometidos con una causa y conocemos bien esa causa, moviéndola como una alta prioridad.

Estoy alentado, tal vez demasiado emotivo y proclive a ser editado en la mayoría de lo escrito, mas no puedo evitar pensar cuánto he crecido, qué tanto se ha destrozado mi silla de madera y cuáles son mis nuevas voluntades para Filmigrana, queriéndolas aplicar ahora que tengo menos tiempo y energía para ello. Seguiría extendiéndome en lo que pienso como individuo, aquello que he aprendido y los temores de los que me he desprendido, así como aquello que he adquirido a lo largo de este corto pero sustancioso viaje; sin embargo, no habría mejor manera de comunicarlo que con un artículo de verdad, de aquellos a través de los cuales somos conocidos (e igualmente un par de desconocidos, aullando en el anonimato). Cerrando el artículo de manera pseudo-proverbial con una pequeña pasada de mi mano por mi inexistente barba, así funciona la difícil, desafiante y deliciosa realidad.

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… No, sin ese final tan deplorable que recién escribí, tengan ustedes la buena fe de seguir leyendo a estos patanes snobs, con toda la intención que tienen estos de continuar ofreciendo esa mirada agreste y no menos sincera sobre el cine que han visto, están viviendo y habrán de observar en un futuro, quién sabe qué tan lejano. Hasta una próxima y cercana ocasión, estimados lectores de Filmigrana.

Harold Trompetero: Mi Gente Linda Mi Gente Bella (2012)

No creo estar engañándome al afirmar que la expectativa por comentar acerca de esta película era bastante alta. Vérmela, en sí misma, prometía ser una aventura sin parangón, posiblemente un arranque de malestares y somatizaciones muy similar en experiencias pasadas, como lo fue el visionado (casi que espalda-con-espalda) de cierta película de Mario Ribero del 2011, o su ‘competencia’, producida por los mismos responsables del largometraje que actualmente nos incumbe.

Pues, ¿Qué tan sorprendente resultaría si dijese que, tras unas horas de habérmela visto, he olvidado casi la totalidad de Mi Gente Linda Mi Gente Bella? Supongo que eso hablaría más de mí, el petulante y egocéntricamente estúpido Valtam, que del comercial de Bancolombia de hora y media que unos pocos espectadores y yo presenciamos, con algunas risas diseminadas a lo largo de la peculiar estructura de la película. Con ‘pocos espectadores’ no quiero dar a entender un comentario insolente (y además falso) referido a sus ganancias en taquilla. Confiando en varias fuentes, MGLMGB tuvo una muy buena acogida a lo largo del verano desde su estreno, compitiendo con películas de alto tallaje y diseñadas en el vecino país del norte para absorber expectadores, ya sea con sus espectaculares efectos especiales, con repartos de gran renombre o porque son sucias y descoloridas franquicias que queman el poco hierro que les queda para hacer arrabio, con el que después forjarán películas más ambiciosas.

Al menos esta vez el 70% de la película no transcurre en una serie de habitaciones.

Y es que, tras una prolongada retrospectiva en torno al trabajo de escritura y producción del peculiar cine de Dago García, ya más o menos sabíamos a qué atenernos con esta película. Lectores con mejor memoria que la mía recordarán que hace no mucho escribí un rant sin pies ni cabeza en el que discutía ciertos aspectos de ese esquema de producción, y me planteaba ciertas preguntas en torno a la visión cultural y formal de toda una obra cinematográfica que ha ido evolucionando hacia lo que conocemos actualmente. Queriendo mantener esa misma estela de ideas que había esbozado en aquella publicación, no seré febril en materia de improperios, e intentaré (tal como lo había mencionado) “deshuesar la experiencia fílmica y ver lo que hay detrás”.

Mi Gente Linda Mi Gente Bella es un pequeño teatro episódico e inconexo, y detrás de la cortina de satín no hay muchas cosas, pero varias de ellas son abrumadoramente extrañas y difíciles de digerir, cuando menos.

Hay dos salas en las que podemos hablar de esta película, una en la que se discuta lo técnico y formal, y la otra en la que nos deleitemos hablando un poco del reporte (y aporte) social que se hace sobre la sociedad colombiana en general, una mira a la que se quiso apuntar sin dejar de lado el marco referencial capitalino en el cual se desarrolla la historia, y al cual esta nación está atado en materia de medios de comunicación.

¿De qué trata Mi Gente Linda Mi Gente Bella? Su argumento es más bien sencillo: Vigo Larson, sueco (Connor McShannon), nos cuenta en off la forma en la que, después de una vida cotidianamente saludable en Suecia, decide emprender rumbo a Colombia tras conocer a Norma Paniagua, ¿Bogotana? (Sara Corrales), y quedar prendado con las coloridas y ardientes tradiciones neogranadinas, entre las cuales podemos hallar el joropo y, por qué no, el turismo sexual. El viaje a su nuevo destino no está exento de peligros y aventuras porque, además de ser flagrantemente robado por el aeropuerto y ser convidado de licor de anís por un paisa, su arribo a Bogotá resulta ser inesperado y producto de un cómodo malentendido: la empresa del padre de Norma, bumangués (interpretado por César Mora), casualmente está en busca de un extranjero, de apellido Johnson, para hacerle mantenimiento a unos camiones de acarreo; Vigo es llevado por Roro, opita (Julián Orrego, también conocido por una relativamente célebre linea en el marco del Mundial de Fútbol Sudáfrica 2010), bajo esta premisa y gracias al la cual conoce a Silvia, costeña (Brenda Hanst) con quien tendrá un áspero inicio de relaciones. Poco después de un incidente violento con un taxista caleño, Vigo es encontrado en persona por don Napoleón, el ya mencionado padre de Norma, y es llevado al clan Paniagua bajo las razones correctas, teniendo la oportunidad de conocer a Leonor, terruño desconocido (Aida Morales), la argumentalmente prescindible esposa de Napo, oportunidad que se cruza con la de poder arrodillarse frente al Divino Niño del 20 de Julio [1].

En una serie de episodios (alrededor de 7 u 8 en total), narrados y titulados por el mismo Vigo, se cuentan las hazañas y los diferentes puntos de vista de los colombianos como un todo, relatando así su visión sobre el deporte (en este caso, sólo el fútbol), las celebridades, la televisión, las fiestas, el trabajo, la planeación urbana y, casi que por dándose por sentado, el amor.

Nunca hablan de tejo, y quién sabe por qué habrán recortado esta escena, ¿Es que ya nadie lo juega?

Y dicha decisión de dividir el argumento en episodios es lo que hace de esta película algo tan olvidable como un todo. Uno de los mayores problemas de MGLMGB radica en su dificultad para hilar cohesivamente los figments de Vigo (y, por extensión, de los autores de esta película), algo que habría resultado impensable de no haber recurrido a la voz en off, recurso económico tanto en su obtención como en los resultados que aporta. Mi desconfianza hacia la narración nació desde el encuentro de Norma y el protagonista en el pub irlandés-sueco, donde él la describe como “Caleña”, a pesar de que no guarda ni un atisbo de relación con las expresiones ni con la genealogía del Valle del Cauca (Sara Corrales es paisa de Antioquia, valga la aclaración. Tuve que investigarlo). No quiero que piensen, estimados lectores, que estoy exigiéndole a la voz en off los valores narrativos de Laura (1944) de Otto Preminger, pero es un poco confuso saber lo que Vigo no está viendo ni tiene posibilidad de escuchar, algo que se nos revela solo para la construcción de ciertos chistes; eso sí, debo resaltar que a lo largo de la mayoría del metraje el punto de vista corresponde apropiadamente al suyo, aunque no se sepa bien si lo que está contando es a manera de remembranza o es parte de su experiencia presente.

La fragmentación por episodios impide así mismo la concreción de ciertos personajes, que a pesar de haber sido escritos de manera conscienzuda (o al menos eso espero), se desbaratan y rearman a medida que el guión lo requiere; comprobar lo contrario es bastante difícil, una vez más por la ausencia de una continuidad que permita ver su desarrollo. Caso a abordar: Jota, pastuso (Luis Fernando Velasco), que es una suerte de bumbling buddy de Vigo y, precedido por el personaje de Cesar Mora, es quien lleva sobre su espalda la mayor cantidad de gags visuales y sonoros de la película. Su aparición tardía en el argumento se balancea por el tiempo en pantalla que cobra junto a nuestro héroe sueco, y entre los dos llegan a estrechar lazos de confianza que les permiten resistir los más duros embates emocionales. Es también posible que haya un cierto sobretono de homosexualidad en su interacción, algo que nos revela (sorprendentemente) un par de escenas en las que las acciones tienen más peso sobre el diálogo; mas, como era de esperarse, es un aspecto que nunca se desarrolla adecuadamente.

Igual, por qué molestarse, el resto de mujeres en el reparto o bien, son modelos o son extras sin relevancia.

Si me pidieran rescatar algo de este naufragio sería, sin duda alguna, la actuación de McShannon. Es visible el esfuerzo de Trompetero por hacer que Vigo se viera como alguien ingenua y auténticamente desconocedor de lo que sucede a su alrededor, y aunque sus diálogos no son fascinantes los entrega con lo que veo como un mínimo denominador de credibilidad. César Mora también destaca en su papel, porque lleva un buen tiempo en la trasega de la actuación, y… Eso es todo. Jota es un intelectual forzoso, con parlamentos que claramente no son los suyos, y Norma no se sabe realmente qué es, posiblemente pertenezca a una ciudad diegética que se llama “Bogotá”, cuyas costumbres están vagamente trazadas con tiza, y su parlare puede que (como puede que no) haya sido empleados hasta finales de los años 90’s.

Los demás apartados, como la fotografía, el arte y el sonido, son más bien regulares y posiblemente no los aprecié “como es debido”, todo gracias al pésimo estado de la copia que se proyectó en la sala a la que asistí. Demuto, a lo largo de sus detallados análisis, nos reveló el particular impacto que tiene la música incidental en los guiones de Dago García, y para este caso no hay nada que se pueda considerar excepción a esa regla, empleando tonadas fácilmente reconocibles para cada tipo de situación, y habiendo incluso un buen número de chistes que son kickstarted por la súbita aparición de la música.

Ahora bien, si como película cumple a las magras con el propósito de entretener, si acaso tiene otro en su agenda, es mucho más destacable su labor como reflejo de la sociedad, en la posibilidad de ser cualquier sociedad que no sea factualmente la nuestra (posibilidad en la que confío más de lo que imaginan). Como ya se había venido estableciendo, la película constituye la apologética recopilación para acabar todas las recopilaciones del ‘imaginario popular colombiano’, con comillas simples porque el término que usan más a menudo seguro que es distinto. La decisión de ensamblar un reparto con papeles representativos de un puñado de regiones del país, que si bien no es una decisión de emplear personas originarias de esas regiones, la equipara más a una película de desastres que a un retrato generoso de la innegable diversidad de la nación, algo que en realidad nadie le pidio a la película que fuera.

La narración de Vigo deja entrever su apatía ante la monarquía constitucional de su país, y no tiene miramientos frente a las inequidades socioeconómicas que encuentra en Colombia. Es un desertor del socialismo, dejándose abrazar por la novedad que constituye el vivir en un alto grado de entropía. Conoce los efectos y el alcance de la ley en al menos dos ocasiones, pero parece ser que ninguna de las dos reporta daños en su conciencia, incluso cuando una de estas ‘ocurrencias’ implica fuertemente la amenaza de abuso sexual: cuando es llevado a prisión por presentar una hoja de vida falsa y firmar documentos que lo sitúan como titular de un desfalco empresarial, todo sugerencia de Jota a través de lo que llaman ‘Malicia Indígena’. Adicionalmente, en este tipo de situaciones ¿No debería ser notificado a las autoridades de su país dado su carácter de inmigrante? ¿Normalmente no debería ser deportado a Suecia de inmediato? Lamento mucho no saber de legislación en estos momentos, pero estoy seguro que se trata de otro enorme agujero cultural.

“How’s that ass feelin’?”

Los personajes bromean con ciertas titulaciones que a lo largo de los años se le han atribuído a Colombia, usualmente de manera extraoficial; Silvia le cuenta a Vigo como nuestros edificios, competencias y estados de ánimo son los terceros a nivel local o continental (en sí mismas categorías que abarcan menos de lo que se podría considerar de ‘primer orden’), y él llega a completar parte de los comentarios al haber comprendido la relación de posiciones. El episodio del reinado de belleza, fuertemente expuesto en el trailer oficial de la película, ostenta con fuerza esas caracterizaciones y tiene muy pocos propósitos aparte de impulsar con un puntapié el tercer acto, ya que no va más allá de hacer un comentario histórico rencoroso chiste especialmente largo y tedioso. Hay un buen número de episodios similares, relacionados con la embajada de los Estados Unidos, el aeropuerto de Miami[2] y otros que tienen lugar en una serenata de mariachis, pero creo que ya no vale la pena darle más puños al caballo muerto.

El desenlace de telenovela nos recuerda una vez más el tipo de producto que estamos mirando, y nos invita a pensar nuevamente si lo que hay frente a nosotros es una mirada al vacío de nuestra sociedad, o más bien si se trata de un vacío construído para que nuestros corazones quepan ahí, comiendo pituitoria y peleándonos entre nosotros cada vez que contrarian nuestro ‘equipo del alma’, o bien, que una película tan infame hace su entrada a las salas.

Sí, así acaba el argumento, y seguramente la historia.

¡Hey, qué bien!: Hay una mención, aunque de muy poco peso, a Monterrey, Casanare.

Emhhh: La gran mayoría de la película, así como la omnipresencia de un fondo musical.

Qué parche tan asqueroso: los encargados del diseño de intertítulos, así como los de promoción, deberían llegar a sus casas, mirarse en el espejo y preguntarse por qué clase de porquerías han estado recibiendo dinero en los últimos meses.

¿Consideran que, tras 2300 palabras, recomendaría ver esto?

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1- A lo largo del rant original mencioné algo relacionado con “El Divino Niño plotteado en una buseta”, pero nuevamente obtuve más de lo que alguna vez pedí.
2- Que es una espina nada bien intencionada contra un país de Centroamérica, puedo apostar que se trata de Nicaragua.

La Diosa de la Fertilidad

David Fincher - Alien 3 (1992)

Juno.

El mes número 6 del año, usualmente afincado en lo que vendría siendo la parte tardía del summer cinematográfico estadounidense. En estos lindes se le conoce como ‘temporada alta’, momento para disfrutar de las vacaciones académicas, viajar, ver alguno que otro producto crispetero y perder el ritmo que se había construído a lo largo de los últimos 5 meses. También es el nombre de una película dirigida por Jason Reitman en el 2007, a la que realmente no le voy a dedicar muchas más letras que las de esta referencia nada incisiva, al menos en este artículo.

Todo parece indicar que hay una asociación entre la deidad romana y nuestro estado de ánimo actual, en cuanto a producir material se refiere. ¿Qué es lo que nos pone a hablar, intrigar, confabular y ruminar en torno a este mes?

En Filmigrana

Llevamos un buen tiempo (¿Meses? ¿Ya casi dos años?) reiterando nuestra disposición a hacer arreglos en la página, escribir más y poner a su disposición, estimados lectores, un enorme arraigo de platillos en los que puedan degustar el malestar que sentimos hacia la sociedad, y como el cine nos desvía del camino del mal, et cétera et cétera. Pero si bien en tiempos anteriores parecíamos no haber dado la cuota, este es el momento de refregarse los ojos y ver como, casi en una cadencia de día de por medio, verán un artículo nuevo, ya sea en Filmigrana o en el repudiado e infame Monk’s, donde ya sabrán que algunos de nosotros hacemos nuestro medio tiempo llenando nuestra planilla de pacientes de frenopático.

Muchos de ustedes ya habrán notado mi más reciente ‘rant’ sobre el cine de Dago García, en el que vaticino mi asistencia a una proyección de su más reciente guión. Ese artículo estará dispuesto a finales de esta semana, pero ¿Cómo aguantar hasta su llegada? Habiéndolo prometido hace ya mucho tiempo, la publicación de la antología de ese mismo director/productor/guionista colombiano, escrita por Demuto, se hará lo antes posible, con el fin de contextualizar y acentuar el disfrute de la apología del “Colombiano Tradicional”, detalle en el que me extenderé en su debido momento.

Los demás redactores también tienen sus sorpresas, colaborando con la coyuntura que estamos viviendo. JNMGLVDL, quien hace poco escribió para la revista REC de la Universidad de los Andes, ha estado merodeando las aguas de Paul Thomas Anderson; Samuelmorel, por otro lado, recientemente nos sorprendió con un insight de Hunger (2008) muy personal; y confiamos en que los podamos tener tanto a ellos como a otros invitados especiales en nuestro próximo Podcast, con la intención de convertir esas atrocidades aurales en una periodicidad de este sitio.

Hay muchos otros planes y sorpresas que se irán despejando a medida que pase el mes, pero preferiría no arruinar su llegada con mis comentarios, y esperar a que se aproximen los eventos de la manera más adecuada y oportuna. Entre tanto, veamos que nos espera…

A nivel local

Y con esto me refiero a la cartelera de este pintoresco país, sin depender de la nacionalidad de las producciones que estén proyectando.

Prometheus encabeza la lista de entusiasmo, tratándose del debido regreso de Ridley Scott al género en el que volcó su genialidad visual. Ya se ha hablado mucho de cómo esta película no será una precuela directa de la franquicia Alien, pero que en sí misma será una tierra de abono para la vasta mitología que han engendrado los infames xenomorfos. ¿Vivirá a la altura de la original de 1979? ¿O será recordada como un nonato extraído abruptamente del útero, hecho con mayor amor que Resurrection pero funcionando como un similar eslabón de visceras y compromiso pobremente recompensado hacia la especie?

Cosmopolis, protagonizada por Robert Pattinson, recién fue estrenada en el vil Festival de Cannes, ganando más objeciones que vitoreos; y no tendría por qué ser obligatoriamente al contrario, si estamos hablando del genial y veterado David Cronenberg. Es una película que posiblemente no veamos sino hasta finales del 2013 en nuestras salas, mas hay algo que sí podemos aprovechar ante la inminencia de los cataclismos de la biblia Emmerichiana, y es A Dangerous Method, un singular drama de época estrenado en el Festival de Venecia del 2011 (ese fue un gran festival, quepa decirlo). A partir del 22 de junio podrán echarle un recomendado vistazo tanto en las salas de Cinecolombia como en las de Cinemark.

También está la sala de cine de Av. Chile, el clásico baluarte de los dramas a los que no es nada recomendable ir en solitario. Desde el primero de este mes se estrenó A Separation, y dependiendo de la perspectiva que tengan del cine iraní en general les podríamos “aconsejar” una pasadita, de la misma manera que los compañeros de la adolescencia nos aconsejaban cruzar corriendo las calzadas de la Autopista Norte. Bueno, en realidad Dustnation considera sano que la vean, y desde mi punto de vista también sería provechoso que lo hicieran, no hay nada malo en un Oso de Oro del Berlinale; pero nuestra opinión es basura esnob, por lo que queda enteramente a jurisdicción de ustedes.

A un par de meses de diferencia de Mirror Mirror, la mirada del bombástico y colorido Tarsem Singh frente al célebre cuento de la manzana envenenada de los Enanos Grimm, llega Snow White and the Huntsman, su contrapartida oscura y decididamente gritty. En ella tenemos a la generalmente vilipendiada Kristen Stewart, a Chris Hemsworth y a Meredith Vickers Charlize Theron, interpretando esta última a la fría y gélida antagonista del conocido cuento de hadas… ¿O será el mismo que creemos conocer? Hay ejércitos de alta fantasía medieval, estandartes ondeando sobre campos de batalla grisáceos y una Blanca Nieves con cota de placas. Aunque lo lamente en el fondo de mi obtuso corazón, esto tengo que verlo.

Y en últimas, tras un mes de haber visto el tráiler, nos seguimos preguntando ¿Por qué demonios Madagascar 3 se sigue llamando Madagascar? Claro, es retórico, se trata de una franquicia; sin embargo ya ni siquiera la isla tiene una relación directa con el argumento. Y es posible que no desmienta eso último por el simple hecho de no vérmela, gracias a que ostentan un hit de LMFAO en su banda sonora. Lo lamento, tengo cosas más importantes en las cuales quisiera perder mi dinero, y paradójicamente una readaptación de Blancanieves es una de ellas.

Por fuera de todo esto

Saben bien que nos gusta recomendar otros blogs y sitios de crítica y análisis cinematográfico, con el fin de que encuentren lo más afín a sus intereses y contemplen otras visiones del vastísimo y complejo mundo del cine (qué educativo sonó eso último).

Nuestra elección favorita, como de costumbre, se dirige hacia The Pink Smoke y su vastísimo compendio de conocimientos con respecto al eterno Ray Bradbury y su intervención en el celuloide. Hay muchas otras curiosidades que ustedes, gente de bien sin déficit de atención, querrán leer ya encontrándose por esas latitudes.

Y como sitio ‘nuevo’ recomendado del mes está Static Mass Emporium. En lo personal, no me atrevería a ponerlo en el mismo absurdo e innecesario pedestal en el que situamos a ‘Smoke, a Shadowplay o a Wonders in the Dark, de los que hemos hablado con mayor o menor extensión; sin embargo, resulta alentador ver la frescura y la diversidad de los artículos, reflejada también en lo variopintos que son sus redactores -¡Hay una reseña escrita por un niño de 9 años!-, y en medio de todo consideramos que cualquier sitio que intente rescatar el cine ‘impopular’ (a falta de un mejor término) es un sitio que merece ser observado a futuro.

Ahora, si quieren leer cortas reseñas sobre Battleship Potemkin, The Godfather o lo genial que es y siempre será 2001: A Space Oddissey, sin temor a salirse de la franja del vox populi, pues ya saben a dónde NO ir… Y cabría recordar que por acá tampoco verán algo similar.

Así que, zarpamos una vez más. Como diría cierto colaborador italoparlante de Monk’s,

“Nos veremos nuevamente en el mundo donde nuestras conciencias nos sumergirán”

“Menos da una piedra”, observando el panorama actual

Simultánea a la directiva de añadir nuevos artículos, tanto nuestros como de los colaboradores que a través de inescrupulosos engaños desinteresadamente nos aportan su material, se encuentra la aparición de este artículo, una pequeña pieza de meditación que, si no fuera por los caprichos de la administración de este espacio, valdría más situarlo en Monk’s que en cualquier otro lugar; y mucho menos en Filmigrana, aquel reputado espacio de elegancia y panache donde abundan las discusiones sensatas. Por supuesto que no.

Sin embargo aquí estoy, con toda la intención de plantear una pequeña reflexión de último minuto. Por cuestiones de tiempo, y también por nuestra ondulante voluntad, no se publicaron muchas cosas que se tenían planeadas para el mes de mayo. Varias de ellas no vieron la luz en ningún momento, y otras se quedaron en borradores perpetuos y versiones de evaluación, como muchos de nuestros proyectos. Dejando constancia de eso último, me abstendré de convertir esto en una sección de avances, aunque no por eso dejaré de hablar de situaciones actuales en materia de cine, que es lo que nos importa acá.

Es el mes de junio, y se viene una cantidad generosa de películas, muchas de las cuales recomendamos personalmente. Ya lo mencioné, no vamos a hablar de esas películas en concreto, pero si se me permite, voy a hacer unos apuntes sobre lo que pienso del ‘verano’ en las salas de cine colombianas. Todos ustedes, estimados lectores, sabrán acerca de la película nacional que se estrenó en carteleras este pasado viernes, y conocen (o intuyen) nuestra relación con similares películas producidas y/o escritas por Dago García. Mi Gente Linda, Mi Gente Bella puede llegar, con espacio a la discusión, a ser el epítome de todo lo dicho y escrito sobre la obra de este pintoresco autor, en cuanto a su retrato de la cultura y su concepto de nacionalidad. Y con aquel inciso de ‘espacio a la discusión’ no estoy siendo eufemístico, ya que el sólo hecho de haber empleado el término “autor”, incluso coqueteándole a la manida idea de auteur, sé que muchos se van a calentar sin remedio, y a lanzar acusaciones obscenamente detalladas acerca de cómo soy un hablamierda y un barato mercader de las palabras. Pero eso no es tan importante (o al menos no en este artículo), y preferiría seguir por el hilo que estoy intentando construir a estas alturas.

La sola sinopsis de la película se lee como una esquela conmemorativa de la ya difunta campaña Colombia es Pasión, donde reina el imaginario de la verraquera, el sudor y, entre otros punzantes términos, la malicia indígena con la que están dotados varios de los habitantes de este gorro frigio bañado en dos mares. También está en pie de discusión la naturaleza potencialmente negativa de ese sistema de valores que hemos asumido a través de una permeada cultura popular, y de cómo ese sistema permite que pasemos de largo muchos desagravios que, en otras latitudes, se considerarían altamente profanos e insolentes, porque está en nuestra naturaleza pasar por las malas y las peores, así como ser rumberos y tropicales nos pone de buen genio, y en linea de conga un gran et cétera. Pero eso último también quedará por fuera de este artículo, dándole pie nuevamente al asunto al que intento e intento llegar.

Porque, volviendo al carrete, no nos podemos mentir en lo fácil que resulta atacar un cine que fabrica estereotipos sociales a partir de la nada (podría estar empleando el término equivocado, espero alguien me corrija) y los establece como un estándar, y de las nutridas ganancias que generan esas mismas películas en fechas tan infames para el entretenimiento como lo son todos y cada uno de los 25 de diciembre de los últimos 12 años. Resulta siendo una diana gordísima la que hemos colgado a hombros de los responsables de este tipo de películas, pero ¿No resulta sospechoso lo fácil que sean esas denuncias ante los atajos que se toman esas narrativas? Incluso cuando el mismo Dago García admite que lo suyo es la comedia blanca y el entretenimiento, ¿No se está siendo muy extremo al negar el valor intrínseco de la realización de esas películas, dentro de lo que se espera que sea una sana industria cinematográfica?

Wow.

Me puedo estar metiendo en una camisa de once varas con esa última interrogante, porque ni siquiera en nuestro vecino país del norte (eje de exportación cultural como ningún otro se conoce en estas latitudes) se puede hablar de una sana industria cinematográfica: los estudios, bajo la jurisdiscción de los grandes conglomerados de la información, son bastante reticentes a producir propiedades originales o arriesgadas, y se aboga a las secuelas, reboots o adaptaciones de propiedades populares. E incluso eso mismo puede empezar a suceder desde este momento, siendo que estamos a punto de presenciar lo que, de acuerdo a mi memoria que suele fallar, parece ser la primera secuela directa de una película colombiana. Aquí también me refiero a una producción de Dago García, esta vez bajo el yelmo de Harold Trompetero (responsable de la primera), El Paseo y El Paseo 2 parecen subrayar esa idiosincrasia que, sin saberlo, hemos adquirido a partir de cultura popular, cultura que no hemos construído sino que más bien nos ha venido construyendo con el paso de los años, dotándonos de una imagen muy difícil de remover.

Tanto cultural como cinematográficamente estas películas suelen ser vilipendiadas por círculos a los que no soy ajeno, y queriendo volver a las interrogantes que planteé, ¿Por qué es tan fácil despreciarlas? ¿Qué hay en ellas que sacudan los ánimos de los cinefilines más diletantes? ¿Se trata acaso del abaratamiento de costes que implica el diseño de publicidad, espantoso cuando menos? ¿O es que el acceso a los equipos de avanzada de Canal Caracol hace aún más irrisoria la calidad con la que suelen estar rodadas?

Queriendo finiquitar primero unos compromisos pendientes, tengo sólidamente planeado verme Mi Gente Linda, Mi Gente Bella esta semana, sin falta. No quiero proferir catilinarias sobre esta película, tomando en cuenta que no sólo queremos continuar de manera placentera nuestras Impresiones de Cine Colombiano sino que además ya está mandado a recoger el reaccionario proceder del rechazo inmediato a una película; es algo estúpido, y sólo deja ver una actitud de molesta pedantería y falso conocimiento que eventualmente será devuelta a los autores, cuando estos quieran dar a conocer sus creaciones (Filmigrana siendo una de ellas, en nuestro caso).

Además, hablar basura de esta película es inútil, porque su productora seguirá ganando dinero con ella, y cuando se hagan secuelas, reboots y franquicias girando en torno a las colombianadas amparadas por las carimañolas con suero y el Divino Niño Salvador plotteado en una buseta, nuestros adjetivos y derisivos habrán caído en una profunda vatea, junto con los de otros miles que se quejan en vano mientras la cartelera continúa impasible. Intentaremos, más bien, deshuesar la experiencia fílmica y ver qué es lo que hay detrás, más allá de lo bueno o malo que pueda representar para nuestra incipiente industria. Que no sea un lomo para banderillas, aunque tengan por seguro que tampoco nos iremos a las caridades y elogios.

No neguemos que esta clase de películas hacen parte de nuestro país, por algo la gente se ríe (para bien o para mal) mientras las ve y ganan cantidades obscenas de dinero en el proceso; pero pensemos por un momento, ¿Qué podemos hacer todos para dar una visión más apropiada? Y ese todos es realmente incluyente, porque no hay actualmente cámara compacta de baja gama, artículo tan ubicuo como los televisores o (en menor medida) los celulares inteligentes, que no pueda grabar video en una definición decente. Y tampoco hay que decir que el cine se limita al celuloide 35mm.

Quienes estén hartos o con ganas de ver algo distinto, escriban sobre ese otro cine (un perezoso ejemplar aquí presente) o mejor aún, hagan su propio cine, actualmente ya está sucediendo y gente es lo que todavía cabe. Sean bienvenidos.

Trivia: ¿Cuándo fue la última vez que alguien vio a Sara Corrales fuera de una revista SoHo? ¿En la telenovela Vecinos, supongo?
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Ps: al cine de animación todavía le hace falta mucho trecho. Es una lástima que Gordo, Calvo y Bajito haya tenido una cobertura tan estrecha, pero no se puede esperar mucho de una película en la que (de acuerdo a reportes de una fuente muy confiable) la gente desertaba apenas veía que era de ‘dibujitos’. Realmente una lástima.