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Martin Rosen: Watership Down (1978)

Este es uno de esos temas de conversación contenciosos que con el paso del tiempo he defendido más y más: los niños deben ser expuestos a la muerte cuanto antes.

No me malentiendan, por favor. Aunque no es necesario someter a alguien de escasos 6 años a una experiencia que comprometa su vida, o en su defecto obligarlo a decapitar una gallina para luego cocinarla en un sancocho, son situaciones de la vida que el tiempo, la vida urbana y la corrección política se han encargado de quitarnos; a cambio de estas, el discurso sobre la mortalidad se hace mucho más difuso y soterrado.

Tampoco insinúo que estemos en una era de regresión ante la comprensión de la muerte, gracias a los avances tecnológicos que nos han alejado a toda máquina del cabalgar de la Parca y su afilada guadaña, pero es necesario anotar que nuestra capacidad alarmante para extender y esconder los rasgos de la vejez y la descomposición absuelven algunas de las inquietudes de una vida finita.

Me considero alguien que creció en los años 90 y, aunque no viví a consciencia los hechos de violenta incertidumbre que marcaron a esa generación, tuve una idea más o menos clara sobre la muerte desde muy temprana edad. Esto marcaría una eventual fijación en mis trabajos e investigaciones posteriores. Los videojuegos (casi por defecto), la animación japonesa y el cine presentaban en su tiempo una puerta de reflexión ante la inevitabilidad de fallecer, y la casa Disney se pudo entecar del carácter sombrío de los cuentos de hadas que adaptó con éxito desde inicios de la década de los 40 hasta bien entrados los años 90. El final de la madre de Bambi y el deceso de Mufasa en El Rey León no sólo juegan con el tropo de la orfandad y le dan un clímax dramático a sus respectivas secuencias, sino que presentan una pequeña luz de lo innegable que tiende a escapar de la secuencia de créditos: todos los personajes, ganadores o vencidos, van a morir.

Así llegamos a esta magistral animación, lejos de los cánones de fluidez de movimiento y personajes de ojos grandes y empáticos. Para pertenecer a una película de animación occidental, los conejos protagonistas de Watership Down no son caricaturas sociales con rasgos animales en su físico humanoide, y de ahí parte la fidelidad a su material de inspiración, la novela del mismo nombre de Richard Adams y publicada 1972; a cambio, estos conejos son cuadrúpedos veloces y tímidos, que olisquean con cautela antes de aventurarse a un claro de bosque, durmiendo juntos para mitigar el frío y luchando con vehemencia por hierba fresca y un refugio en el cual vivir, la raíz del conflicto que mueve la película.

Watership Down (o “la colina Watership”) narra la epopeya de Hazel (John Hurt) y su hermano, el pequeño Fiver (Richard Briers), quien parece siempre al borde de un colapso nervioso y posee una suerte de clarividencia que guía a estos dos conejos, y un grupo de dispares y nutridos integrantes, a la búsqueda de una nueva madriguera. Las señales de esta destrucción están presentes desde antes (un aviso de finca raíz, una colilla de cigarrillo) pero no pueden ser interpretadas por la comunidad, que se atiene a la estabilidad y el statu quo. Entre los conejos que deciden unirse a este grupo están Bigwig (Michael Graham Cox), el macizo y valiente luchador del grupo, y Blackberry (Simon Cadell), capaz de razonamientos abstractos que distan mucho de la habilidad de los demás conejos, lo cual define la salvación del grupo en más de una ocasión. Acoto a estos personajes en particular porque son los que más permiten entrever este pequeño universo de los conejos, sus creencias y en últimas lo que más nos acerca a nosotros, que es la incomprensión de los fenómenos que se escapan de su control.

Los carros, los perros, los zorros, los tejones y los humanos tienen nombres que los caracterizan en la lengua lepina inventada por Richard Adams, y son todos ellos amenazas violentas para los conejos, pero no son antagonistas tradicionales o enemigos contra quienes luchar, y les guardan la reverencia que nosotros le tenemos a los temblores, los incendios y los huracanes, entre otros desastres de la naturaleza que se pueden predecir pero con los cuales resulta imposible razonar. Sus herramientas para sortearlos son la velocidad y la astucia intrínseca a su especie, y con esto lograr la pequeña pero significativa victoria de asegurar un hogar en Watership, lejos de la “épica” salvación de un reino o la destrucción de un gran mal.

Estas pequeñas diferencias resaltan uno de los muchos valores de esta película, una narración cíclica y (sin arruinar el final) que permite la continuación de la misma historia en otro momento o lugar. Este tono lo provee la secuencia inicial, animada por John Hubley[1], que encanta en su disposición mitológica y creacional, y que nos deja entender por qué los conejos huyen de todos los demás animales y poseen las habilidades de las que hacen uso a lo largo de la película. El Príncipe de los Conejos, El-Ahrairah[2], es el patrón de las huidas expeditivas y de vivir para contarlo al día siguiente (un tipo distinto de valentía), y su influencia es controlada por el Conejo Negro de Inlé, la Parca que mencionaba al principio de este artículo y una figura a cuya voluntad se someten todos y cada uno de los conejos sin excepción. Apreciar su existencia genera humildad, incluso en corazones tan parcos y endurecidos como el del gran Bigwig.

Ambos son venerados, en ocasiones de manera desproporcionada, pero es la simplicidad de  este entendimiento de la muerte en una película para niños lo que le da tanta fuerza a Watership Down. Existe el estímulo de supervivencia, pero también está la noción de que todo llegará a un fin eventualmente, y que es necesario llegar a ella absueltos y sin temor, en particular perteneciendo a una especie tan frágil y depredada. No es algo que se enseñe desde la niñez, pero resulta necesario, en especial ante los tiempos más difíciles que enfrentamos como especie. Los seres humanos, a pesar de estar en el ápice de los depredadores, somos igualmente frágiles y propensos a la mortalidad, y esa humildad permite apreciar los días pequeños y meniales como una gran aventura en las verdes colinas de Hampshire, Inglaterra. Tras estos esfuerzos, las generaciones venideras continuarán nuestra labor, mientras Frith despliegue su calor sobre la tierra.


[1] Gran cabeza detrás de la UFA y de personajes tan memorables como Mr. Magoo, entre otros íconos de la animación de mediados del siglo XX.

[2] Si se nos antoja, una suerte de Adán o figura brahamánica compuesta de algodón.

Cinco

Cinco

Cinco años[1]. Hemos llegado a ese momento en el que los pequeños vástagos están en edad de irse al colegio, estar solos durante las mañanas y conocer las realidades de una vida gris y abrasiva. Habiéndolo visto crecer, hemos (mal) criado a una entidad sin mucha atención, pero con los mejores recursos que hemos tenido a la mano dentro de lo que nos permite el tiempo y la experiencia.

El pequeño ha pasado por hambre y actitudes negligentes, y aun así sigue con vida. Dejar que una criatura recién nacida se las arregle por sí solo le permite adquirir carácter y reconocer sus falencias a través de procesos reflexivos, algo que hemos aprendido a través de joyas atemporales de la historia del cine como Baby Geniuses y Son of the Mask, entre otras.

Y es así, en medio del encierro y el olvido, que decidimos volver con la actitud correspondiente a un ciclo mucho más regular. ¿Es eso lo que el tiempo libre nos permitirá hacer con una actividad que no es reconocida con dinero o y solo con insultos prolongados[2]? Experiencias pasadas nos han dicho que no es tan fácil, y que requiere una módica suma de empeño y paciencia para que un sitio como este engendre resultados.

¿Qué esperamos de una iniciativa como esta página? No parece ser algo encaminado al amasamiento de una fortuna en un mundo como el actual, y menos desde la humilde nación en la que redactamos el 90% de nuestros contenidos, y sabemos que esa no es la vía. Así mismo, sabemos que como todo hijo indefenso, requiere dinero para ropa diminuta hecha de código fuente y muchas toallas para limpiar todos los desastres que causa. De lo que sí estamos seguros es del orgullo que nos causan los balbuceos que este pequeñín emite cuando habla, y de que un continuo acompañamiento durante su desarrollo podría llevarlo a una vida lejos del crimen y los peligros del free press.

Por lo pronto, hemos crecido lo suficiente por otros costados (invisibles aún) que vamos a necesitar una nueva muda de prendas y uniformes que se acoplen al estilo de vida que llevará en el futuro.

Que sea este el primero de muchos lustros por venir para esta página joven, inmadura y con ganas de seguir existiendo.

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[1] Sabemos que el personaje protagonista de Baby Geniuses no tiene más de año y medio, pero hay pocas cosas que podrían haber impedido que empleara este .gif introductorio. Sabrán perdonar.

[2] Solíamos coleccionar nuestros comentarios más vitriólicos y desarrollar relaciones estrechas con nuestros agresores, pero incluso estos hallaron un límite en el desperdicio de su vida al entrar a esta página y dejaron de visitarnos.

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Jaime Escallón Buraglia: El Cartel de la Papa (2015)

Así que aquí estamos otra vez, presenciando eso que llaman la “revolución del cine colombiano” y que se desglosa hoy día con infinita sensibilidad en todo su despliegue paisajístico, contemplativo y poético. Porque ¿Hay acaso algo más hermoso y sublime que un atardecer sobre la Plaza de las Siete Maravillas del Mundo en el parque Jaime Duque, para abrir una comedia sobre paperos narcotraficantes? ¿Cuánta belleza y síntesis hay en los primeros planos del escote de una actriz? Qué época para estar vivo y ver cine en Colombia.

Permítanme elaborar sobre este pasaje.

Algunas cosas han cambiado en esto que erróneamente podríamos llamar el primero de los dos cines que hay actualmente en este país, la comedia frente al drama, las dos máscaras del ágora neogranadina. Enfatizo en el error, porque cabe la posibilidad (y para algunos el derecho) de ser reduccionista a la hora de decir “esto es digno de Dago García y eso otro no”, como si los últimos 65 años de cine no nos hubiesen enseñado nada y se pensara en la historia y la diversidad cinematográfica como algo que se escribe recientemente. Es evidente que sí estamos ante un despliegue numeroso de producciones y un hallazgo de identidad cinematográfica que no está ligado a uno u otro género o temática, al menos no más de lo que sí está ligado al hábito y la creación de corrientes; no obstante, debemos ver de dónde parte cada cosa y por qué terminamos con ciertos productos en las salas de cine.

Es en este florecimiento industrial que individuos formados en el exterior, como Fernando Ayllón (de quien ya hemos hablado anteriormente) y el presente Jaime Escallón Buraglia, regresan a esta patria para hacer parte del mercado con un rango visiblemente reducido de opciones (muy a pesar de la diversidad ya mencionada), un escenario semejante económica y cinematográficamente al de otros países en vía de desarrollo. En el caso que nos concierne tenemos esta película, producida por Laberinto Cine y Televisión[1], el buque insignia de Alessandro Angulo y los responsables de Bluff (2007), La Sociedad del Semáforo (2010) y Sanandresito (2012, que eventualmente serán reseñadas en este sitio). No obstante, cuentan con el amparo de Caracol Televisión, y en la sobriedad de los créditos iniciales[2] leemos la participación de Dago García, de cuya obra ya hemos elaborado en el pasado. ¿Es eso motivo suficiente para rechazar esta obra de facto, o acaso sumirla en consideraciones casi tan estereotípicas como las películas asociadas a este nombre? Recordemos también que fue Escallón Buraglia quien dirigió la infortunada El Jefe (2011) producida por Babilla Ciné[3] en asociación a RCN Cine y la agencia de marketing E-NNOVVA, una película que a pesar de ser también una comedia, se mueve en una ola de humor muy distinta.

Con esta información puesta sobre la mesa, podemos notar que sí hay una cierta influencia del célebre productor y guionista sobre esta película, o al menos se pueden destacar ciertas similitudes en factura y procedimientos. La película aborda los días del actor de teatro Felipe Zipacón (Santiago Reyes) tras la muerte[4] de su padre, Álvaro Zipacón, y el reencuentro con su madre (Carmenza Cossio), su tío paterno (Luis Eduardo Arango) y el hijo de éste, el primo Carlos (Carlos Hurtado). En el funeral se encuentra con Laura Patricia Sánchez (la hermosa Natalia Durán), reina municipal de la Habichuela, con quien tiene un rugoso inicio de relación, pero es quien eventualmente desencadena buena parte del argumento. Felipe sólo quiere tener un poco de dinero extra para continuar ejerciendo la actuación en New York, pero a cambio hereda el imperio papicultor de su padre y, con éste, su legado de narcotráfico. Es a través de su vocación actoral, sus colegas y los sentimientos encontrados de una teniente Antinarcóticos (Marcela Benjumea) que Felipe triunfa sobre sus adversarios y se rinde ante los brazos del romance.

Fin.

De forma breve y concisa, sin mayores enredos, se desenvuelve esta comedia ligera que parece blanco fácil para ser comparada con otras mal llamadas “comedias costumbristas”, con lo confuso que debe resultar que yo no reproche el humor o el escenario de violencia. Pero es justamente su reducido enfoque en esos aspectos tan triviales lo que la hace ser más decente y adecuada, y la película prefiere remitir sus aspectos más complejos y cuestionables en otros departamentos. Podemos verla mucho más cercana a El Escritor de Telenovelas (2011) de Felipe Dotheé que a cualquier otra cosa. Sólo que con un concepto mucho menos elevado en medio de sus aspiraciones reflexivas: personajes batiéndose a duelo en lugar del creador que debate con su universo. En el mundo de El Cartel de la Papa, la actuación toma una posición de relevancia, no sólo siendo la profesión del protagonista, su mejor amigo y “comic relief” y del troupé amistoso, sino también tratándose de un eje temático, en el que actores y no actores deben asumir distintos papeles para continuar el argumento sin separaciones episódicas o viñetas crueles.

Un elemento ligeramente inusual dentro del universo es mostrar los ejercicios actorales de calentamiento, que en sí mismos parecen humorísticos pero resultan útiles para identificar a los personajes principales en sus profesiones. Infortunadamente, la actuación tiende a ser también una motivación nebulosa en los personajes, especialmente en Felipe Zipacón, para quien parece ser un asunto de conveniencia del guión.[5] Hay momentos en los que el pésimo desempeño de la actuación de los personajes opaca la posibilidad de que sean los actores (reales) quienes están entregando una muy pobre interpretación de sus líneas. En esto están especialmente afectados los personajes secundarios, el troupé, los cuales representan (oscuros) estereotipos de actores, y es un chiste recurrente el hacer hincapié en sus lamentables habilidades histriónicas. Uno de ellos toma citas de películas al azar, tan distantes como 300 (2006) y Taxi Driver (1976), y la actriz de la agrupación busca situaciones inverosímiles para desnudarse, lo que parece ser otra pistola de Chejov fallida.[6]

Esta comedia se aleja de sus contemporáneas en las manidas rutinas de stand-up comedy donde se arrojan fragmentos de bromas y comentarios de color que más bien poco tienen que ver con los personajes, y más con el hecho de que se requiere contar algo que haga reír al común denominador de las salas o tenga cabida en el tráiler. Sucede un ejemplo muy flagrante, como la viñeta de las selfies de Laura Patricia, que poco aporta al personaje (¿Tal vez un ejemplo de chabacanería?) y no tiene ninguna incidencia en el argumento, esas fotografías no ayudan al caso policial ni vuelven a aparecer en ningún lado. No digo que el resto del humor sea fino y esté dividido en numerosas capas, pero al menos no está primordialmente basado en una rutina de stand-up; e incluso cuando se da, al menos la película se intenta disculpar al reconocer el despropósito del chiste, como en la secuencia del coaching de acento y todo el asunto de los paisas. Esto no la hace mejor, pero al menos es consciente de lo terrible y fácil que puede resultar este humor regional.

Entre otras elecciones cuestionables también está el arte, o al menos parte de éste. Hay piezas de utilería, vestuario y escenografía que son reminiscentes y referenciales en algunos aspectos (las gaseosas que sólo aparecen en la secuencia inicial, el vestuario que hereda Felipe), pero más que nada es lo apenas suficiente y necesario para que la película funcione en algún nivel narrativo básico, algo semejante a la música[7].

En el fondo del asunto, lo más problemático de una película que lleva un buen tiempo construyendo un momentum es la hora de desenvolverlo, y aquí sucede con una prisa anticlimática que nos dice que el asunto ya termina y tenemos que irnos a la casa pronto. No sabemos qué sucede después de la gesta de estos personajes/actores que han dedicado varios días a salir de un anillo de narcotráfico, sin mencionar a la agente Antinarcóticos a la cabeza de esa operación. Como una ventaja irónica, muchos de estos personajes no nos importan en lo más mínimo dada su escasa construcción, y a cambio obtenemos una secuencia de créditos tenuemente política, cortesía de los antagonistas.

Bajo la apariencia de hallarme totalmente sumido en un síndrome de Estocolmo, debo aclarar que todo esto no es algo que yo celebre, no es mi estilo personal de comedia, pero confío en que se pueda considerar como el puente entre una aproximación más personal a esa industria de comedia y melodrama que Caracol ha venido trabajando por su lado desde hace un buen tiempo. Que Laberinto ofrezca esta película al lado de un drama sobre un hecho que todavía no cicatriza en la memoria colectiva del país es posiblemente una señal de otro tipo de apertura, tal vez el inicio de una industria por donde menos lo imaginábamos.

¡Hey, qué bien!: no hay secuencias de baile impromptu.

Emhhh: las fotografías de Miss Habichuela y la correspondiente foto del celular son simplemente fotos del book de Natalia Durán, la actriz. ¿No podían esforzarse un poco para darle un poco de profundidad a su pintoresco personaje? Incluso si se trata de una fachada.

Qué parche tan asqueroso: ¿Corrección de color, alguien?

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[1] Quienes estrenan simultáneamente en salas Antes del Fuego (2015), un drama sobre la toma del Palacio de Justicia en Noviembre de 1985.

[2] Es proporcional, y consiste apenas en encuadres pintorescos y representativos del parque Jaime Duque. Recordemos mis alegatos ante el exceso de motion graphics en Carta al Niño Dios (2014) y Uno al Año no Hace Daño (2014).

[3] Sujetos terribles a la hora de diseñar y distribuir DVDs y objeto de ira en una apreciación sobre una colección Studio Ghibli muy particular.

[4] En una de las elecciones más pobres de esta película, un plano medio en el que figuran Felipe y el finado Álvaro deja ver a éste último respirando agitadamente bajo las gruesas capas de maquillaje que le dan su aspecto mortecino. Un primer plano u otro tipo de encuadre habrían resuelto esta situación sin lesionar la suspensión de la incredulidad.

[5] Para la muestra, favor detallar el curso de su relación con el personaje de Natalia Durán.

[6] Siendo una película para toda la familia, evidentemente no hay desnudos. Sí hay disparos, no obstante, al menos de dos de las tres armas prominentemente mostradas a lo largo de la película.

[7] Con la notable excepción del corrido prohibido, que parece ser una composición original y tiene conexión con el argumento. No es muy reveladora en su lírica, y podría haberse aprovechado.

Fernando Ayllón: Se nos Armó la Gorda (2015)

Me cité a mí mismo un domingo por la tarde, en una sala de cine cercana, para ver una función de 7:00 pm de la película que voy a abordar, semana y media después de haber sido estrenada. En un recinto pequeño, pero copado a juzgar por la boletería disponible y el asiento que me tocó, fui recibido por familias enteras y grupos de secretarias en programa dominical; en realidad yo era el único, junto con una dupla padre-hijo, que no tenía comida. Tras un inicio frío y una cruda secuencia de créditos, llegué de nuevo a mis propios prejuicios, a la conclusión que siempre fue: televisión en la pantalla grande, un sketch de Sábados Felices de 90 minutos o una película que filmaría mi tío, si tuviese un tío inculto, mediocre, homofóbico y ramplón.

Problemática e insignificante al mismo tiempo, Se nos Armó la Gorda es otra de esas ejemplares contradicciones del cine nacional. Problemática, a la luz del estilo de comedia que depende (todavía) con mucha fuerza del regionalismo, el estereotipo hecho cliché y la ausencia de niveles de lectura y reflexiones posteriores. Por razones semejantes, y diría incluso que compartidas, es que la defino como una película insignificante, porque está dirigida a un público amplio pero muy concreto, “la familia que sólo consume televisión nacional privada”, y no está diseñada para ser exhibida o funcionar fuera del país, muy a pesar de la línea acompañante “una comedia de talla internacional”, y por si fuera poco, nuevamente es algo que no nos representa, o al menos no más que la franja de humor nocturno de la cual salió este engendro.

La historia de la película en sí es simple e imaginativa, si bien un poco traída de los cabellos. Nelson Polanía y Fabiola Posada interpretan a Nelson Polanía y Fabiola Posada respectivamente, o más bien, a sus personas humorísticas, Polilla y la Gorda, representando su matrimonio actual mientras cae en un tedio indeterminado. Entre tanto, el príncipe (?) Jari Jabe, soberano de Farganistán, ve a Fabiola en una presentación televisiva carente de contexto (queda a la imaginación si es un extracto de algo que tuvo lugar en Estados Unidos) y solicita que la secuestren. Para tal fin, contrata a Pachuco (Francisco Bolívar[1]), quien elabora una rápida excusa para capturar a la Gorda y hacerse con un cuantioso botín de 3 millones de dólares. Esto es seguido por la búsqueda que emprende Polilla para rescatar a su mujer en una fábula altamente segmentada.

Ahora, podríamos detenernos aquí, pero a) no parecería un artículo digno de Filmigrana con sólo 340 palabras hasta aquí, y b) We have such sights to show you. Nociones realmente cuestionables durante toda la película, y ligeros dolores de cabeza.

Hay un problema inherente en el humor colombiano, teniendo en cuenta que, al igual que la historia del cine local, ha tenido un desarrollo truncado y cargado de desvíos, a menudo con más Nieto Roas que Aljures[2]. Recordemos por un momento la secuencia de Alma Provinciana (1925) en la que el cándido Perejiles, tras haber caído al agua, manda a planchar su pantalón para luego hallarlo quemado por un descuido amoroso, viéndose obligado a usar ropaje ancho e incómodo que recuerda al eterno indigente Charlot. Félix Joaquín Rodríguez no era ajeno al slapstick perfeccionado por maestros como Buster Keaton, Harold Lloyd y el célebre Chaplin, por lo que este humor se siente foráneo y distinto al que manejan otras producciones contemporáneas, al menos las que lograron sobrevivir hasta nuestros días. Así pues, hemos preservado y actualizado muchas convenciones comédicas del extranjero, especialmente en el cine; pero el desarrollo de nuestra etiqueta de comedia nacional ha caído sobre los hombros de la televisión y, más recientemente, en el stand-up, que a menudo equivale a la escuela formada por Andrés López[3], es decir, chistes que se revuelven en el señalamiento de las manías de la clase media de principios de los años 90. Existen otras corrientes, como la de Los Comediantes de la Noche, pero en general el humor es deprecativo de otras personas y clases sociales que resultan fáciles de señalar. El disfraz y la comedia de props tienen una permanencia notable en el escenario nacional.

En ese marco, Se nos Armó la Gorda toma ejemplo de lo peor de dos mundos, condensando esta relación entre tablas y enlatado en una serie de escenarios y situaciones vagamente conectados entre sí. Polanía y Posada, perteneciendo a un nicho muy específico de la televisión colombiana, llevan sus papeles a través del gag rápido y exagerado, sin que haya lugar a la ironía o el reflejo de una sobreactuación aparente (algo apropiado para el show en el que desarrollaron sus carreras). Esto es reforzado con acentos ‘graciosos’, al parecer el plato fuerte de esta oferta, ya que todos los participantes de esta producción, desde Ricardo Quevedo, la estampa stand-up, hasta el insufrible Alejandro Gutiérrez, a quien le dedican un segmento completo de entonaciones y variaciones del español; Francisco Bolívar merece una mención aparte, dado su esfuerzo con el acento mexicano, pésimamente escrito y caído en credibilidad al final de la película. Que eventualmente los actores olviden qué es lo que están impersonando recae más sobre el director y la elegante estructura del guión[4] que en cualquier otra cosa.

Y es en este guión donde encuentro otro cargamento de problemas, porque es en este recorrido facilista y simplón en el que se pierden numerosas oportunidades para crear identidad y personajes, y a su vez se cae en el ‘chistecito’, ese momento en el que los asalariados llegan al día siguiente a su trabajo a contar tal vez una o dos cosas que vieron en cine, todo carente de contexto y digno de ser olvidado otro par de días después.

Hay algo muy particular que colabora con esta sensación de olvido y desidia frente a la película, siendo que los personajes son altamente olvidables e irrelevantes. Más que todo son disfraces que usan los comediantes para entregar sus líneas o, mejor dicho, sus chistes. Lo más parecido a un personaje es Pachuco, un pandillero asmático con aspiraciones de ser bailarín de tap. Infortunadamente, la credibilidad se cae con la pobreza del arte y los escenarios. A pesar de que los exteriores son en San Francisco, el resto de la película (por motivos de presupuesto, comprensiblemente) se sitúa en simulacros de espacio, algo que parece una bodega pero no lo es, o un potrero que bien podría estar al lado de una interestatal de California o en la vía La Caro – Chía. Esto nos lleva a sentir que estamos frente a un sainete muy barato. El príncipe Jari Jabe, una extraña caricatura del medio oriente, no tiene absolutamente nada que lo redima o que haga de su búsqueda algo significativo, y su insignia personal apesta.

Frente a todas estas quejas, nos queda preguntarnos ¿Cuál es el papel de Ayllón? Se sabe que esta producción fue amparada por el Fondo de Desarrollo Cinematográfico, y el guión es tan específico que no sería sorpresivo pensar que fue escrito en conjunto. Se nos Armó la Gorda es la cuarta obra de Ayllón, después de inaugurarse con Por Qué Dejaron a Nacho? (2012) y continuar con Secretos (2013) y Nos Vamos Pal Mundial (2014). Queda un extraño sabor de boca al pensar que este producto muy redituable y de escasa factura sea el siguiente paso de una filmografía continua y ocasionalmente de género.

En este apartado de la escritura está uno de los momentos más divisivos y chocantes de toda la película: Nelson Polanía y el personaje de Ricardo Quevedo (cuyo nombre no podría importarme menos) llegan a la recreación de un callejón mientras se hacen pasar por médicos de raza negra. La frialdad del blackface que portan ambos comediantes, fuera de contexto en el tráiler de la película, enfría el espinazo e insulta la integridad del espectador. Es cierto que esta práctica de maquillaje ya no tiene las mismas connotaciones racistas de mediados del siglo XX, pero su uso se puede percibir como insensible ante una audiencia norteamericana, especialmente afrodescendiente. No obstante, tenemos que recordar que la película está dirigida a un colombiano promedio, y cabe la posibilidad de que sea más bien una alusión al Carnaval de Negros y Blancos de Pasto, a juzgar por la imitación de acento pastuso que hace Quevedo en este segmento. En un intercambio con un pandillero originario de Buenaventura, queda la leve impresión de que hay una intención de añadir capas o niveles de lectura a una película otrora carente de contenido.

Infortunadamente, todo lo anterior se cae al suelo al culminar la secuencia de “la pandilla negra”, en un lamentable y escatológico gag de orina. Situaciones semejantes se repiten en otros segmentos, como la ridiculización de la homosexualidad, que se trae a colación como un chiste rápido y no como una faceta del “personaje” de Ricardo Quevedo. Me parece lamentable, porque con Secretos, Fernando Ayllón parecía que iba a tomar un camino tortuoso pero necesario con el cine de género. ¿Es este el inicio de la carrera de un journeyman colombiano? ¿O se verá tentado este director/guionista a tomar el atajo de este humor simplón, televisivo e irresponsable del que tanto nos quejamos, pero seguimos pagando con nuestros bolsillos y genera una ilusión de industria?

Está bien: voy a hacer de cuenta que Por Qué Dejaron a Nacho, Si era tan Bueno el Muchacho nunca existió.

¡Hey, qué bien!: A menos de que sea un drama intimista británico, hay pocas ocasiones en las que podemos ver personajes comiendo. El blooper reel ofrece una ventana a la producción.

Emhhh: La mayor parte de la película.

Qué parche tan asqueroso: Señores Manuel Monsalve (Montaje) y Juan Carlos Enciso (Fotografía), siéntense un momento a reflexionar sobre lo que hicieron el año pasado, y piensen si es correcto con el cargo que estaban ejerciendo. Gracias.

Estimados lectores, no pierdan su dinero con esto, van a olvidar esta película a los dos días. Con la intención de preservar ciertas tradiciones, traigo a colación nuevamente un drinking game[5] para cuando pirateen la película y quieran vivir un agradable rato de amnesia. Elija una de las siguientes opciones y tómese un trago cuando:

  • Presenten a un personaje en cuadro congelado y motion graphics.
  • Haya un chiste de flatulencia de la Gorda Fabiola.
  • Alguien imite un acento (no recomendado para hígados débiles)
  • Alguien proyecte 3 o más sombras en una pared.
  • Haya un jump-cut.
  • Corten a un plano del Golden Gate.

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[1] Go-to guy de la juventud, como lo recordaremos en Silencio en el Paraíso (2011), y colaborador reciente de Ayllón en Secretos (2014)

[2] En este momento notificamos cuán memorable es La Gente de la Universal (1991).

[3] Comediante cuyo prontuario cinematográfico merece sus propios artículos, sin mencionar el talk show nocturno que transmiten por televisión paga.

[4] Es necesario apuntar que hay al menos una secuencia que fue filmada exclusivamente para material promocional, y no pertenece a la película en sí, rompiendo cierta “regla invisible” de usar siempre pietaje existente con el fin de vender el producto. La secuencia adicional explica el por qué de lo que vamos a ver, en adición a que los diálogos existentes en el producto final lo reiteran sin cesar.

[5] Esta notable práctica surgió con la muy mediocre Crimen con Vista al Mar (2013) y no con cierta película de Juan Camilo Pinzón que no quiero mencionar en este artículo, como muchos podrán pensar.

Juan Camilo Pinzón: Uno al Año no Hace Daño (2014)

Uno al año no hace daño. Dos películas escritas por Dago García al año son perjudiciales para la salud.

O eso he venido a creer, luego de ver este nuevo lanzamiento de 25 de diciembre, transcurrido apenas un mes de Carta al Niño Dios, la última ventura en la dupla creativa Pinzón-García. No dudo que la producción de ambas películas, económica y eficiente como se puede esperar de estos empresarios, se hubiese dado con muchísimos meses de antelación y diferencia entre sí, lanzadas en estas épocas por motivos de simple y llana mercadotecnia, pero el poco tiempo de recuperación entre una y otra me tiene algo chocado. Incluso siento que se me ha endurecido el corazón, y ni siquiera soy capaz de enunciar expletivos e improperios horribles. Eso me preocupa.

Debo educarme en lo respectivo a otros países con industrias cinematográficas nacientes (como la nuestra), pero no es descabellado asumir que el privilegio de lanzar dos películas temáticamente similares en cuestión de semanas es algo digno de valorar, y más cuando esas películas parecen retornar generosamente sus escasos costos de producción (la segunda más que la primera). Confío en que este fenómeno no se siga dando, y podamos contemplar un paisaje cinematográfico mucho más amplio y variado que lo que tenemos actualmente.

A menos, claro, que se quiera seguir dando pie al escritor y productor Dago García para que lleve su nueva vena latinoamericana de ensambles e historias entretejidas a un nivel superior, como parece que apunta a lo largo de esta corta pero tediosa serie de viñetas.

La premisa es bastante simple: un documentalista, que no es de aquí ni es de allá (a juzgar por su tula con banderas de países como Suiza, Bolivia, Canadá, Jamaica y otras disparidades semejantes) se dispone a grabar una especie de documental interactivo[1], en el que se pregunta por qué a los colombianos les gusta beber licor, asumiéndolo de entrada. Las sinopsis y notas relacionadas con el estreno de la película[2] mencionan a este documentalista como un estudiante de periodismo, y acotan que esta producción documental cambia su vida. ¿Cuál vida? Apenas si conocemos a este sujeto, que aparece de cuando en cuando a lo largo de la película. Lo del periodismo nunca lo mencionan en pantalla, y es un trozo faltante como muchas otras secuencias que aparecen en el tráiler pero no en la producción final. Esto tampoco es importante, y funciona como una excusa cualquiera para darle una suerte de hilación a las situaciones en la que los personajes se involucran.

Waldo Urrego es Álvaro Rodríguez, el patriarca de una familia que vive en un barrio popular ficticio llamado Las Delicias, construido a partir de fragmentos de barrios del centro y suroccidente de Bogotá[3], y además de preciarse de ser el fundador del mismo, es un reconocido beodo local, como la mayoría de sus vecinos. Su esposa, doña Pilar (interpretada por Aida Morales) es otro estereotipo recurrente en la baraja de García, la mujer de casa envuelta en histeria y reproches, aparentemente con los pies en la tierra y haciendo las veces de polo a tierra de su marido. El matrimonio cuenta con dos hijos, el primogénito varón de madurez cuestionable y la hija separada de sus padres por una amplia brecha generacional,  ambos protagonistas de sus propios segmentos que contextualizan la embriaguez como una actividad social.

Los otros vecinos son una colección de ideas y conceptos pintorescos, algunos de ellos representantes de las características más visibles y superficiales de ciertas regiones del país. No los llamaría personajes a causa de su escasa profundidad e impacto en el desarrollo dramático, y es algo entendible dada la duración de la película, el formato segmentado de la misma y el estilo particular de escritura de Dago García, aunque hay que reconocer las características algo salidas de tono de ciertos ‘personajes’, que no encajan en algún lugar común reconocible. Nada de esto es nuevo para los espectadores veterados de este tipo de películas, al menos quienes las ven con una mirada crítica y no bajo el lente falaz y frágil de “menos mal no tiene putas/narcos/violencia/burlas a otra gente ESTO ES LO QUE NECESITA EL CINE COLOMBIANO!!!!”.

También es comprensible que estos personajes sean así de sencillos dadas las metas admitidas de sus autores. Las numerosas entrevistas que Dago García ha concedido, en particular la dada en la revista Kinetoscopio del año 2007, revelan su postura preferencial hacia a una comedia ligera, esquemática y digerible para el común denominador; por otro lado, Juan Camilo Pinzón enuncia frente a esta realización: “el cine en general debe ser un espacio muy democrático, siempre me ha parecido que el cine debe tener esos espacios que son más pensando en el público que en el intelectual (…) creo que con películas como las comedias que he realizado con Dago se atrae a muchos espectadores y eso es importante en términos industriales.[4]

Incluso con intereses industriales como estandarte de producción, no es sensato dejar pasar estas películas como ‘entretenimiento puro y sin consecuencias’. Aún en este nivel la película adolece, contando con ese desarrollo fragmentado y disperso que pareciera casi epidémico en las producciones nacionales recientes. Como ya se mencionó, los personajes son escasamente importantes, a pesar de la cantidad de helio que le insufla la banda sonora, sobrecargada y portentosa en su estilo melodramático. En momentos pareciera incluso que la música y la acción se tomaran de la mano de forma cínica y vejada, con la cantidad de ralentizaciones y montajes que parecieran dar una intención de emotividad, cuando en el mejor de los casos deja en las secuencias una sensación de viscosidad. Una de las críticas más recurrentes al cine de Dago García es su mirada condescendiente a la pluralidad que compone la clase popular; así pues, su retaliación más común es traer a colación su crecimiento en el barrio Villa Javier, al suroriente de Bogotá.

Como conjetura esto resulta problemático, debido a que muchas de estas escenas, los contextos de embriaguez social que ya comenté, cargan el peso de varias instituciones del catolicismo tradicional[5]. En su desarrollo, el bautismo, la primera comunión y el matrimonio son ceremonias tratadas con la misma reverencia que una fiesta apastelada de 15 años o una graduación de 5° de primaria, como epítomes de regocijo personal y comunal. Las representaciones parecen fieles y contienen elementos con los que el espectador se puede identificar, como las dos señoras que se rieron durante toda la película, que estaban detrás de mí en la sala de cine; pero nadie en el reparto le puede dar un peso que vaya más allá de un simpático video institucional mezclado con la peor cámara documental de la historia. Nada tiene consecuencias claras, todos se salen con la suya y al final de la película no se siente que haya sucedido algo diferente en los personajes. El presunto cambio revelatorio sucede en el documentalista/periodista, y simplemente consiste en que se une a los festines de licor de Las Delicias, ya no como un voyeurista sino como un participante activo. Eso es todo. Qué bonito.

Hablando de bonito, llega a asombrar la ubicuidad de las grúas, dollies, el uso de cámaras de cine digital y ópticas de gran gama[6]. La chabacanería superflua y surreal de algunas situaciones, como la infame danza en bikini de Katherine Porto (o su reprise a cargo de Aida Morales), contrasta con unas ciertas preocupaciones técnicas que sobrepasan en algunos casos lo desarrollado en Carta al Niño Dios. Se siente el intento de dotar de una moderada intencionalidad los numerosos movimientos de cámara, aunque sigan respondiendo más a convenciones del video institucional que a un lenguaje cinematográfico complejo y estructurado. Es importante aclarar que esto no transforma la película en un mejor producto cultural, pero sí la pone arriba de las producciones rivales de RCN[7], caracterizadas por su desdén al apartado técnico.

Pasados 70 minutos de película, la carencia de un argumento más sólido que una idea vaga, así como la cantidad de gags y personajes presentados hasta el momento, le dan una sensación de fuga a todo lo que sucede, coronados por un estallido coreográfico de salsa que parece un guiño a la demencial Ciudad Delirio (2013), y que nos deja con algo que es casi nada, intangible e imperceptible tras unas horas, y a lo cual le dediqué más de 1.500 palabras. A alturas de la publicación de este artículo, sólo hay una nota crítica sobre la película que nada en solitario frente a la multitud de notas publicitarias, y pertenece a Séptimo Arte[8]. El largometraje recaudó una cantidad insólita de dinero durante el estreno, al que asistieron 109 mil personas[9], y yo estuve a punto de pagar $11.000 en una sala de Cinecolombia para ver una película que será apenas un pequeño pie de página en la historia de este cine que tambalea en construirse.

¡Hey, qué bien!: Admito que reí durante el intercambio de miradas entre Waldo Urrego y Ernesto Benjumea, posiblemente por ser uno de los pocos momentos sin diálogos interminables. Hay un evidente fetiche con los tacones stiletto durante toda la película, y personalmente no me opongo.

Emhhh: la gran mayoría de la película se pasa en este estado, sobre todo cuando llega la dichosa música. No entendí finalmente si el personaje de Jaques Toukhmanian es homosexual, o si el pequeño hacker/rapero padece de retraso moderado, y supongo que debí basar el artículo en torno a estos inconvenientes. ¿Importa a estas alturas?

Qué parche tan asqueroso: el afiche de la película lo hicieron en 30 minutos, a lo sumo.

Durante esta temporada decembrina hay estrenos mucho mejores, o al menos distintos a esto. Si pagan una boleta, ya saben a qué se atienen.

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[1] Documental que se debate entre el orgullo de Jean Rouch y el tironeo a las crónicas de Guillermo Prieto “Pirry”.

[2] Como ejemplo, el siguiente enlace (RIP), publicado en la página de Noticias Caracol.

[3] Las locaciones más reconocibles son el barrio San Francisco, La Candelaria (Centro) y unas escaleras que parecen pertenecer a La Perseverancia. Puedo estar equivocado.

[4] Tomado de su perfil en el sitio de Proimágenes. Es mucho mejor que leer su página de IMDb, en muchos órdenes de magnitud.

[5] Resulta llamativo ver cómo estas narrativas evolucionan a medida que este país abandona su fidelidad al Divino Niño y se asienta en el cristianismo evangélico y otros cultos semejantes.

[6] Ópticas de esas que cualquier tarado con media barba y mucho dinero puede comprar para hacerse llamar ‘fotógrafo’ entre sus amigotes.

[7] Recordemos el mano-a-mano que viví durante el 2011, cuando se estrenaron al mismo tiempo Mamá Tómate la Sopa y El Escritor de Telenovelas. Eran otros tiempos, perdonarán la biliosa verborrea que dejé ahí inscrita.

[8] Este es el enlace. Accedido el 29 de diciembre de 2014 (fallecido desde entonces).

[9] Noticias Caracol, en evidente regocijo, ofrece los detalles. Accedido el 29 de diciembre de 2014 (fallecido desde entonces).

Juan Camilo Pinzón: Carta al Niño Dios (2014)

Introduzco: esto no es una película para un 25 de Diciembre.

Bueno, admito que podría serlo, debido a la impresión, en apariencia sólida y vehemente, de que se trata de un producto navideño, más acorde al desenlace de una notable Nochebuena que a la atmósfera lluviosa y pesimista de un noviembre como el que nos atañe. La decisión por la cual esta película fue lanzada en esta temporada, en términos mercadotécnicos, me es ajena y arcana en todo nivel. Que su estreno haya sido este pasado jueves 13 tal vez sea un guiño incierto a Jingle All The Way (1996), mejor conocida en Latinoamérica como El Regalo Prometido, estrenada el 16 de noviembre de su respectivo año (un sábado, para completar la trivia).

Los avatares y desavenencias de Howard Langston, el enorme y neurótico vendedor de colchones, nos son familiares a muchos de los que crecimos con la programación festiva de los únicos dos canales privados (y completamente públicos) que existen en el país, y adelantándome al muchacho relleno que viene a continuación, tienen varias características en común: el padre que desatiende a su hijo, la carrera contrarreloj para obtener un regalo especial con el que sea posible comprar el aprecio, abuso y chantaje emocional…

Pero las similitudes terminan muy pronto, tratándose de la productora y el país concernientes a Carta al Niño Dios. Porque después de meditarlo con mucha calma y procesar la hora y treinta minutos de lo visto recientemente, descubrí que tuve frente a mí no una, sino dos películas totalmente distintas, y lo veo como algo que no fue deliberado, aunque la sola posibilidad me deja con la boca abierta. ¿Dago, sorprendiéndome con sus trucos narrativos y su fórmula comercial? Esta podría ser la primera vez que lo hace, debido a que no soy ajeno a su arsenal. Algunos de ustedes podrán recordar esa ocasión hace tres años en la que me regué en expletivos y términos inapropiados después de ver El Escritor de Telenovelas (2011) y luego, a mediados del 2012, aporté un comentario algo más sensato y aterrizado para Mi Gente Linda, Mi Gente Bella (2012); en caso de no ser suficiente lo anterior, hay en nuestro sitio un ensayo dividido en tres partes distintas en torno a la obra escrita y dirigida por el Sr. García, desde sus tiempos de La Esquina y La Mujer del Piso Alto hasta las vísperas del segundo Paseo, la primera franquicia cinematográfica colombiana. Ahora sujétense, porque esto va a estar más complejo de lo que esperan.

1 – La información aburrida

A pesar de que no existe una estadística o documento fiable que nos lo demuestre, se espera de estas películas que sean vilipendiadas y desmenuzadas por la crítica especializada, y en la mayoría de los casos se pasa de largo de comentar acerca de las mismas, debido a que sus discusiones generan cantidades sorprendentes de mal humor y síntomas afines a la migraña, cuando no lo hacen las películas en sí. Es un fenómeno que se da principalmente en lo que llamamos La Sociedad de Opinión, todo aquel con acceso a recursos bibliográficos, internet y cultura internacional, donde críticos de cine, periodistas y otros realizadores audiovisuales a menudo se asientan. Para esta ocasión no quiero extenderme en los aspectos técnicos, fuente de hartazgo como pocas, y diré lo que tiene que decirse al respecto de entrada:

Caracol cuenta con equipos de cine digital, pero no con personal que les saque el jugo; sí, hay grúas, dollies y encuadres que parecen pensados de antemano, y existen en una proporción 50/50 con planos vibrantes de cámaras en mano innecesarias y otras desavenencias fotográficas. La música es simple, presente en casi todo momento y el sonido es asincrónico, a pesar de que las voces son perfectamente audibles, y más les vale que sea así; por último, el diseño del póster y de los créditos finales no corresponde siquiera al nivel de un estudiante de artes visuales de 4° semestre, todo un despliegue de sosa medianía.

Y dicho lo anterior, quiero entrar en materia en aquello que sí quiero discutir, que es la dualidad que tal vez sólo existe en mi cabeza con respecto a dos películas existentes dentro de una sola, una de ellas deliberada y diseñada con una serie de ideas en la cabeza; y otra, que podría ser incluso la película verdadera, velada por el carácter evidente y obvio de su compañera, en una medida que va mucho más lejos de la sátira social oculta tras la ya mencionada Jingle All The Way: no, la película que nos concierne esta vez, Carta al Niño Dios, es uno de los retratos más nihilistas y lúgubres de la cinematografía Colombiana. Vamos a ver por qué.

Nota: se advierte que a continuación se revelan puntos esenciales del argumento. Si usted honestamente tiene la intención de ver la película sin conocer sus detalles y quiere que la magia de la Navidad colombiana tome su corazón por sorpresa, le recomiendo que abandone la página y pague los $10.000 o lo que cueste la boleta.

2 – La película predecible que todos conocemos.

Y el descriptor no es para menos. Desde el tráiler mismo tenemos a Rubén Darío Escamilla (Antonio Sanint) como un coach o capacitador en la ruina financiera, que desde un principio tiene una fe inquebrantable en su retórica y discurso aprendido. En su ayuda está el padre Raúl (Fabio Rubiano), un sacerdote contemporáneo, dual, profano y beodo hasta que se da cuenta que debe apelar al sentido contrario. Raúl ofrece apoyo logístico y financiero a su amigo, aunque no queda muy claro si Rubén vive en la parroquia, algo que se insinúa en un momento.

Rubén tiene un hijo, Rubencito (Damián Maldonado), quien es atendido por su neurótica madre, Mireya (Diana Ángel) y el novio de esta, Renzo (Omar Murillo), la única persona en toda la película que es referida con un gentilicio, en este caso “rolo”. Rubencito juega al fútbol, pero Rubén parece estar ausente en la mayoría de sus presentaciones deportivas, aunque no es algo de extrañar siendo que se trata de actividades curriculares[1] , y esta falta de presencia familiar, así como las dificultades económicas que vive actualmente el capacitador, es lo que tiene el matrimonio entre él y Mireya en términos tan irregulares.

El eje de la película y el nombre de la misma residen en una carta que Rubencito escribe al Niño Dios, una práctica que se tiene (o tenía) por usual en las vísperas navideñas, con matices cambiantes dependiendo del país o región en la que se dé; Papá Noel en los países anglosajones, Reyes Magos en España, por citar un par de ejemplos. La carta consta de los siguientes tres puntos, leídos en voz alta en la cocina de la familia Escamilla, estando Rubén, Mireya y Renzo presentes:

  • Que haya paz en Colombia.[2]
  • Que papá y mamá se vuelvan a querer.
  • Que me traiga la bicicleta de la que se ganó una medalla de oro en los Olímpicos.[3]

A grandes rasgos esas son las peticiones, salvo por alguna que otra palabra o artículo que no haya sido usado en el diálogo original (no pude tomar nota en la oscuridad de la sala de cine). Se discute la imposibilidad del primer punto y la plausibilidad del segundo, aunque es el tercero el que toma la atención de Rubén y sus esfuerzos. Esto se verá truncado por la fuerza antagónica de la película, un criminal de baja monta conocido como Don Gustavo[4] con una singular semblanza hacia el infame Walter White en cuanto a las elecciones de barbería, usualmente acompañado de sus sicarios genéricos[5]. Este choque de fuerzas será constante a lo largo de la película, que cuenta con varias situaciones y enredos que acentúan la comicidad e incongruencia que se quiere perseguir a lo largo del argumento.

Tras el pago de una deuda pendiente y la pérdida de su capital, Rubén encuentra una nueva oportunidad en una licitación de coaching y cambia para “bien”, empieza a invertir en su futuro, pensando a largo plazo a partir de la búsqueda material de la bicicleta; luego vuelve a ser el mismo, retomando el motif de su corbatín y sus charlas motivacionales a grupos heterogéneos. Como última alternativa forma una alianza con Renzo y sus colegas de trabajo, strippers y mujeres que visten como prostitutas pero pueden no serlo, con la cual busca robar la caja fuerte de Don Gustavo. Una implausible serie de eventos lleva a la resolución del robo, hay un choque automovilístico y Rubén muere.

O eso parece. De acuerdo a la película, tiene un encuentro con Dios (la voz de Jaime Barbini), quien le pide a Rubén hacer una charla de coaching orientada a la administración del Paraíso. Dios queda impresionado y devuelve a Rubén a la vida, además de otorgarle cualquier cosa que desee; Rubén opta por la bicicleta, que es entregada la noche de Navidad en un lamentable despliegue de After Effects. Todos quedan felices y confundidos ante el milagro navideño, ocasión en la que el personaje de Antonio Sanint nos ofrece la siguiente línea:

Aquí solo hay una explicación lógica y racional: la bicicleta la trajo el Niño Dios.

La película cierra con una nueva charla motivacional que Rubén ofrece a Don Gustavo y sus sicarios, en la cual se pregona la creencia en el Niño Dios para mejorar la productividad laboral. Dios, a través de su voz, nos da a entender que esas charlas lo inspiran y se apresta a hacer cambios en su administración

FIN…?

3 – Sí, claro, pero también está la otra película

Esa que yo defiendo, y la que vi en mi cabeza, razón por la cual ustedes están leyendo esto.

Me obsesionan los detalles, y las cosas que no están dichas, porque a menudo el texto y la voz en off funcionan como muleta para la mediocridad. Estos detalles insinúan los matices y las irregularidades que da gusto encontrar en las historias, que en este caso fueron horribles, partiendo de pequeñas elecciones y del gran número de omisiones que se hacen en un producto de bajo presupuesto como este.

La flaqueza e inconsistencia de los personajes deja ver características terribles a través de sus agujeros, como lo es el abuso y chantaje emocional que mencioné con anterioridad, practicados a ultranza por Rubencito. En una película que pretende pregonar los valores de la magia y el espíritu navideño, resulta cuestionable ver la conformidad materialista y vana de un niño, que mide el aprecio de sus padres en objetos más que en atención. La búsqueda incesante del dinero para la bicicleta y su resolución no sólo deja un amargo comentario sobre el estado de la sociedad de consumo, sino que además no se justifica dentro del mismo relato, teniendo en cuenta que el niño ni siquiera practica BMX o manifiesta algún tipo de interés en hacerlo, más allá del que pregona hacia el fútbol.

Tal desinterés por las emociones ajenas posiblemente parte de su mismo padre, el señor R. D. Escamilla, que se muestra obstinado a continuar siendo capacitador tras haber incursionado en labores honradas y de resultados visibles, recurriendo al crimen cuando este plan evidentemente falla. Esto nos lleva al final potencial de la película, en el que el carro del padre Raúl es efectivamente embestido por un camión y Rubén muere, siendo los minutos restantes de metraje el producto de su cerebro moribundo y carente de oxígeno[6].

En ese orden de ideas, el encuentro con Dios sucede en un teatro que el ya conoce, y que asocia con su fracaso de la licitación de coaching, y la bicicleta, son todos productos de una mente que intenta redimirse de la existencia miserable que llevaba, jugando con la obsesión que lo lleva a creer que sus charlas de capacitación le son útiles o benéficas en alguna medida, a él o a su sociedad. Que una figura omnipresente y omnipotente requiera de ellas es sólo uno de los muchos socavones que habitan en su delirio.

Y todo esto funcionaría mejor como un alegato a unas prácticas comerciales que intentan extenderse cada vez por más tiempo, bajo el razonamiento de “alargar el espíritu navideño”, y una muestra muy reflexiva y autoconsciente de ello podría ser el haber estrenado esta película de nochebuena a alturas de un 13 de noviembre. Lo repito, porque es necesario recalcarlo. Rubén podría llegar a ser un personaje realmente trágico, cruzado por su propio destino y envuelto en una discusión mucho más cautivadora y entretenida.

4 – Y a pesar de todo lo anterior

Ni siquiera esta segunda teoría funciona bien, técnicamente debido a la escena de entrega de la caja fuerte en un patio vehicular, que no alcanzaría a abarcar la tesis de “revivir y mezclar experiencias pasadas”, y por otra miríada de razones que este producto no amerita revolver.

En ninguna de las dos instancias funciona Carta al Niño Dios, ni como una propaganda navideña porque en el fondo es una celebración miserable y pequeña de las festividades, carente de los valores emocionales y estéticos que la han institucionalizado y elevado como ritual cultural durante todos estos años; tampoco funciona como el mórbido relato de la caída de un hombre pequeño en un sistema implacable, como tal una propuesta menos reaccionaria y mucho más sugerente, pero a la que le sobran elementos y cuyas piezas no concuerdan, sin decir que esa no vendría siendo (ni de lejos) la propuesta que un equipo como el de Juan Camilo Pinzón[7] y Dago García intentaba alcanzar, una propuesta que invita al razonamiento y a leer en capas. Intuyo que ni siquiera como comedia sirve, a juzgar por la ausencia de risas y comentarios en una sala de Cine Colombia a medio llenar.

No nos queda mucho más sino una película olvidable, vana, con ideas prestadas y resultados dislocados. Me sigue gustando la idea de que Rubén permanezca muerto, aunque todavía nos quedamos con un 60% de duración que no nos lleva a nada.

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[1] Difícilmente equiparable en nuestra cultura a las prácticas de karate del pequeño Jamie. Favor ver Jingle All The Way (1996), gracias.

[2] Esto es especialmente complicado y puntual, dado que a alturas del 17 de noviembre de 2014, hubo una suspensión de las negociaciones de paz en torno a la guerra civil que lleva más de medio siglo en el país.

[3] Esta persona, para el lector extranjero o para el colombiano que haya vivido debajo de una roca desde el 2008, es Mariana Pajón.

[4] El nombre del actor se me escapa, lo lamento.

[5] Siendo el más prominente una alusión a Bernardo Gildardo alias “Carro Loco”, el personaje de la serie Pandillas Guerra y Paz (1997) protagonizado por Adrián Jiménez.

[6] El Near Death Experience, a pesar de su carácter sobrehumano y usualmente místico, se ha intentado estudiar de manera científica y controlada. Se ha descubierto que luego de la muerte cardiaca, hay una ventana de 26 a 30 segundos en la que el cerebro tiene un pico de ondas gamma, usualmente asociadas a la lucidez, mientras recibe y emplea su último suministro de sangre. Se desconocen los efectos en la percepción y la memoria que podría causar esto en los seres humanos, pero hay sugerencias de todo tipo, algunas de ellas deliciosamente exploradas en Flatliners (1990), sin que por eso deba tomarse como referente científico; para esto último hay otras fuentes.

[7] Sugiero ver, como premio de consolación, su página de IMDb.

Lucio Fulci: Demonia (1990)

Si la arqueología involucra tanto licor y vísceras, me temo que elegí la carrera equivocada.

Tengo una pasajera familiaridad con los retratos equívocos de esta profesión, a menudo romantizada por tipos duros de buen corazón y escasa paciencia para la academia, como el mismísimo “Dr.” Indiana Jones, o los buscadores de tesoros de medio tiempo ejemplificados por el tirador Allan Quatermain o el prospector de oro John Carter, sujetos entre el asombro de un mundo desconocido y las prácticas supresivas de saqueo y pillaje de sus congéneres. También tengo una pasajera familiaridad con la filmografía de Lucio Fulci [1], y es por esto que hallo enorme sorpresa y material de discusión en la presente película.

Demonia[2] es muchas cosas, y algunas de estas se enlodan visiblemente en compañía de las otras. Demonia es una película de 1990, pero en un raro (y desde mi forma de ver, celebrado) hito de estilo por parte de Fulci, tiene la apariencia y el porte de algo que haya sido rodado diez años atrás, desde el uso de  filtros de difracción en la fotografía hasta la magia de los efectos prácticos, en una época en la que incluso el cine independiente de horror en Estados Unidos cede cada vez más y más a la postproducción para generar imágenes ultraterrenas[3]. Los colores deslucidos le dan una visión diferente a la isla de Sicilia, donde se desarrolla la mayor parte de la acción, y la abstraen del imaginario mediterráneo para ofrecérnoslas como un sitio neblinoso y curtido, regido por la sangre, la superstición y los tediosos procesos burocráticos.

Y es en el retrato de sus protagonistas donde se puede ver la mayor profundidad de la película[4]: Liza (Meg Register, en el único protagónico de su carrera de 12 créditos) es una arqueóloga canadiense que se debate entre su pasión académica por el medioevo y las sesiones de espiritismo a las que asiste, de las cuales sólo atestiguamos una en la que ella presencia, sin el mayor asombro de sus compañeros de séance, la condena y ejecución de 5 monjas malditas, inicialmente acusadas de proliferar el pecado en su pueblo. Eventualmente es llevada a casa por su esposo/novio/prometido[5] Paul Evans (Brett Halsey), quien además es profesor de arqueología y entusiasta de la cultura helénica, y que luego descubrimos que fue acusado de plagio en una de sus investigaciones. Esta pareja forma la punta de lanza de una festiva expedición a Sicilia, inicialmente amparada en los intereses clásicos de Paul, pero que se verá atraída al horrible suceso de las monjas, muy a pesar de todos los involucrados.

El resto de la expedición está apenas encarnada por varios actores de reparto, y su participación en el argumento se sustenta en las fascinantes (aunque muy tardías) muertes que padecen. Antagónico a la banda de jolgoriosos exploradores están los supersticiosos sicilianos, algunos de ellos aparentemente poseedores de cierto control sobre el pueblo, y otros, como el librero y el alcalde, apenas cumplen su rol en una escena y jamás vuelven a aparecer. Hay otros personajes que van surgiendo de repente y de acuerdo a las necesidades argumentales con más de una iteración, como los investigadores, pero su relación con el pueblo o el embrollo de las monjas es apenas sugerida, posiblemente como parte de una trama que nunca llega a desarrollarse. De todos estos, el mejor de todos es la vidente (Carla Cassola), y la secuencia de los gatos es inolvidable por motivos que sugiero experimentar en persona.

No estoy en contra de una película que no deje todas las migas de pan regadas a lo largo del camino, pero Demonia es especialmente arcana en la resolución de sus objetivos, por etéreos que sean, y la distancia entre asesinatos violentos (uno de los principales motivos por el cual estamos viendo a Fulci) es muy grande para ser atenuada por los otros factores, muy irregulares en su presentación. La manera en la que está estructurada la mayor parte de la película, como un procedimiento policíaco sobrenatural, no alcanza a tomar alas para cuando es abortada abruptamente, y a pesar de que la secuencia que le sucede es la mayor concentración de violencia de los 78 minutos de metraje, queda aquel sinsabor ya descrito, una cierta estela de desinterés por parte de Fulci a la hora de cerrar la película. El motivo de excomunión y ejecución de las monjas es expuesto a Liza por la vidente, con lujo de detalles, pero visualmente las presuntas orgías y sacrificios son simples y cortos en contraste a sus descripciones, algo que naturalmente podría atribuírsele a problemas de presupuesto. Destaca la presencia de Paola Cozzo[6], como una de las monjas malditas, y está ligada a una lúgubre imagen de un bebé dentro de una caneca en llamas, algo que será difícil de superar. Las locaciones, catacumbas naturales, son un escenario aprovechado al máximo posible por alguien tan mórbidamente curioso como Fulci.

Teniendo en cuenta las desventuras que Fulci corrió en su nativa Italia a causa de sus primeras películas políticamente cargadas, en especial sus comentarios sobre la Iglesia Católica, se puede esperar de Demonia un regreso a estas insinuaciones, si bien es un avance a tientas y medias tanto en ese aspecto como en el constante asiento de su reputación como Gran Señor del Gore. Aunque a sus 73 años, es más bien poco lo que tenía que hacer para sustentar su humorística visión de la muerte. No es la entrega más memorable de su filmografía tardía, pero hay obras contemporáneas que merecen más atención, incluso para el más advenedizo de sus espectadores[7]. Eso sí, se recomienda siempre que tengan un estómago fuerte.

Ojalá uno muy fuerte.

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[1] Prueba de ello es esta fina pieza de pedantería y rimbombancia que escribí hace ya 2 años, con motivo de la poco célebre pero muy querida City of the Living Dead (1980) la cual no he editado desde entonces para tenerla como testimonio de mi horrible persona. También escribí sobre New Gladiators (1984), pero nunca lo publiqué. Tal vez sea hora de rectificar esa falta.

[2] También conocida como “Hermanas demoníacas” en portugués, “Nuevos demonios” en japonés y “Liza” cómo título alterno en italiano.

[3] Para la muestra, tenemos las primeras dos entregas de la franquicia Hellraiser y sus discutibles efectos.

[4] Es importante constatar que Fulci no es considerado, ni en esta o cualquier otra de sus etapas, como un director “clásico” a la hora de construir argumentos o personajes, atado de alguna forma a los cánones aristotélicos, por lo que recomiendo que este tipo de declaraciones sean tomadas con un enorme grano de sal marina.

[5] Nunca se deja del todo claro, y en realidad no tiene mayor importancia, en el universo fantasmagórico y sombrío de Fulci.

[6] Colaboradora más-o-menos-frecuente de Fulci, quien me acaba de ofrecer la siguiente parada en la ruta de viaje amarilla, Un gatto nel cervello (1990) una propuesta cuando menos original en la etapa final el director romano.

[7] La monumental obra de Fulci merece una revisión mucho más metódica y juiciosa que este pequeño apartado de curiosidades populares, y queda como tarea para mí mismo, o para investigadores de verdad, el ofrecerle una perspectiva merecida. Evidentemente, esta película tampoco funcionará como un Gateway drug, por lo cual recomendaría empezar por Zombi 2 (1979) o The Beyond (1981).

John Cherry III: Ernest Scared Stupid (1991)

Hey Vern, it’s a truly stupid movie!

Esa (pésima) referencia no va a llegar ningún lado, porque nadie se acuerda de Ernest, ni mucho menos de Vern, al menos no en la mejor de las luces. Para tal fin nos tenemos que preguntar brevemente quiénes son Ernest P. Worrell y sus múltiples personalidades, quién es Jim Varney (1949-2000) y por qué uno de los antepasados de Ernest está ligado a una horrible maldición de  centro de los Estados Unidos, la cual involucra trolls lactofóbicos y los tiempos difíciles del final de la carrera de Eartha Kitt.

De manera escueta, se puede afirmar que Ernest hizo muchas cosas en vida, y su personaje, inicialmente creado por Jim Varney (quien lo interpreta) y John Cherry III, CEO de la empresa de publicidad Carden & Cherry, estaba pensado inicialmente para ser un portavoz de productos lácteos. La capacidad sobrehumana de Jim Varney para memorizar diálogos, así como su no menos inquietante plasticidad facial, le abrieron camino inicialmente a una sólida carrera  con una serie de una única temporada, y muchas películas temáticas enlazadas tan sólo en la idea de Ernest P. Worrell como un hombre no muy brillante, bastante recursivo, resistente al daño físico y posiblemente demente. Algunas de sus escapadas más célebres, en un sentido muy relativo de la palabra, fueron Dr. Otto and the Riddle of the Gloom Beam (1986), Ernest Goes to Camp (1987), Ernest Saves Christmas (1988) y la no-muy-controversial Ernest Goes to Jail (1990). Así pues, un personaje con una continuidad tan vaga y unos inicios tan comerciales requiere apenas un poco de tiempo e ingenio para estelarizar su propia aventura de Halloween.

Y aquí estamos, con Ernest Scared Stupid, la última película producida por Touchstone Pictures (filial de Disney) y un peldaño largo a la puerta que lleva a productos directo-a-video de calidad mucho más irregular. Nos recibe una secuencia inicial compuesta de metraje de películas de horror de libre dominio[1], y a lo largo de ésta se intercalan pequeños planos en los que figura nuestro protagonista, Ernest, ofreciéndonos sus características expresiones retorcidas y su maxilar desencajado, en un set que fácilmente podría pertenecer a una fantasía filmada por Joel Schumacher.[2]

Más pronto que tarde, la película inicia en un punto indeterminado de la historia de Briarville, Missouri[3]., a finales del siglo XIX, en la que una pequeña niña (que no puede parar de reír a pesar de tener que demostrar lo contrario) huye de un monstruo que todavía no conocemos, el cual la persigue rápidamente y a cuyo punto de vista estamos ligados. El monstruo está a punto de alcanzarla cuando una red le es arrojada encima, y las voces de una turba iracunda se funden mientras la noche llega, desplazando el escenario al foso donde será enterrado el monstruo en cautiverio, debajo de un árbol próximo a plantarse. Esta ceremonia la preside Phineas Worrell, un hombre de fe con excesivo rigor en el rostro y sus actos, quién será maldecido por Trantor, el monstruo, con la admonición de que sus hijos serán “cada vez serán más y más tontos”.

Es un chiste que se tomará un tiempo en coccionar, en la medida que este momento histórico es parte de un reporte de clase que la pequeña Elizabeth (Shay Astar) ofrece a sus compañeros de primaria. El reporte es celebrado por su profesora, así como por Kenny (Austin Nagler) su siempre entusiasta amigo y en ocasiones patético, en la medida que a un niño preadolescente se le permite ser; tal reconocimiento no es compartido por los hijos del alcalde de Briarville, Matt y Mike Murdock (Richard Woolf y Nick Victory, sus únicos papeles), quienes también son los matones de la clase[4]. La profesora es brevemente interrumpida por el camión de aseo pilotado por Ernest P. Worrell del presente, quien a continuación es comprimido en un cubo de basura. Y es aquí donde reconocen el efecto de la maldición quienes no tienen un seguimiento del personaje más recurrente en la filmografía de John Cherry. Bienvenidos.

“Ignoramus Ad Infinitum”

Son Kenny y Elizabeth quienes liberan a Ernest del cubo de basura, y reciben como recompensa el dar un paseo en el camión de basura de un adulto malajustado[5]. Poco después conocemos al alcalde Murdock (Larry Black), igual o peor que sus hijos, y el padre de Kenny, el sheriff local, quien impele a Ernest a limpiar la propiedad de la vieja Hackmore (Eartha Kitt, en una interpretación relativamente sutil). Hackmore conoce la profecía de Trantor y su relación con los descendientes del viejo Phineas, y a pesar de sus advertencias, Ernest cumple al pie de la letra todos los pasos necesarios para traer de vuelta al némesis familiar, con el agravio añadido de construir una casa del árbol para Kenny y Elizabeth sobre el sepulcro de Trantor.

De ahí en adelante se devana una comedia de acción, en la que Ernest intenta convencer al pueblo de la existencia del horror que recién despertó, mientras que Trantor cobra víctimas a diestra y siniestra, usando a los niños como catalizadores para poder engendrar a sus hijos. A pesar de sus buenas intenciones tras liberar el pandemónium sobre Briarville, Ernest es incapaz de combatir en solitario contra la horda de trolls, y su mayor fuente de ayuda, además de Kenny y Elizabeth, viene siendo Rimshot, su fiel y sensible perro, que no siempre puede estar presente.

Si fuera la Biblia, esto sería un verdadero problema.

Hay material para extraer de esta inusual y profesamente estúpida película, dejando ver cierto carisma en la deconstrucción de ciertos tropos para poderlos adaptar a una audiencia familiar. La progenie de Trantor tiene un fuerte vínculo emocional con su madre, y esto adquiere relevante dentro del argumento. Elizabeth, por otro lado, es uno de esos personajes que haría las delicias de los y las estudiantes de género, dados sus rasgos prestados de Punky Brewster y Pippy Longstocking. Con esto no quiero decir que la mayoría de personajes de reparto no sean estereotipos muy básicos, porque realmente lo son, pero los pocos que destacan por estar construidos (aunque sea de cartón, como una pésima casa embrujada) son bastante notables.

Seguramente una película con tan bajo presupuesto se vería tan cochambrosa y mediocre como la infame Troll 2, con la que Ernest Scared Stupid guarda ciertas similitudes, teniendo apenas un año de diferencia. Pero lo cierto es que el sórdido encanto de este largometraje se debe a la participación de los hermanos Chiodo en el departamento de efectos especiales, un vínculo que no será difícil de descubrir para los seguidores de su obra[6]. Y es buena parte de la credibilidad en estos efectos lo que salva una serie de non-sequiturs y situaciones que exigen una elevada suspensión de la incredulidad.

La mayoría de gags, cuando no tienen que ver con la múltiple personalidad del protagonista, son situaciones en la que su particular intelecto se pone en juego, o bien porque sufre de maneras que un ser humano encontraría irritantes. La música, por otro lado, es acorde a la época pero con una sensación que delata las cicatrices dejadas por los 80’s, y enfatiza al público infantil al que quiere alcanzar el afable Ernest. En cuanto a la fotografía y el montaje, el asunto es también bastante experimental, con una considerable cantidad de “planos holandeses” y elecciones de montaje bastante cuestionables.

Si bien esto no es un detrimento para el alcance de audiencias más maduras en la actualidad, unas que no deberían estar buscando esos estándares de calidad en una película de Ernest, debe tenerse en cuenta que puede ser un poco condescendiente, incluso para tratarse de una comedia de principios de los noventa, época confusa y difícil si alguna vez hubo una. Sin duda lo mejor es verla sin expectativa o prejuicio alguno, con una pizza en la mano y una alta tolerancia a la lactosa.

KnowhutImean?

Hey Vern… Vern?

[1] Podemos citar las siguientes: Nosferatu (1922), White Zombie (1932), Phantom from Space (1953), The Brain from Planet Arous (1957), The Screaming Skull (1958), Missile to the Moon (1958), The Hideous Sun Demon (1959), The Giant Gila Monster (1959), The Killer Shrews (1959), Battle Beyond the Sun (1959), y The Little Shop of Horrors (1960).

[2] Los ojos agudos podrán notar la presencia de un hombre extraño que ¿Es electrocutado? ¿Recibe una descarga? Y no vuelve a figurar en toda la película. Es el director de casting, en un pequeño y entrañable cameo.

[3] Ambientado en Nashville, Tennessee.

[4] Estos bullies están parcialmente en lo cierto, ya que presentar una fábula local como información histórica de facto es una falta de respeto a los demás compañeros que hicieron su investigación. A favor de Elizabeth, no sólo jamás conocemos los reportes de sus compañeros, que podrían ser peores, sino que la infortunada historia de Trantor resulta ser un componente histórico de Briarville.

[5] Esta oración no levantaría cejas en 1991. Terribles tiempos en los que vivimos ahora.

[6] Stephen, Charles y Edward Chiodo son los titiriteros principales de Team America: World Police (2004) y directos responsables del clásico de culto Killer Klowns from Outer Space (1988), la cual guarda un especial nicho en nuestros corazones.

Píldoras de Higiene Mental #4: Animación pura

“El cuadrado es la señal de una nueva humanidad. Es algo semejante a la cruz de los primeros Cristianos.”

Theo van Doesburg

Con la idea de animación en la cabeza, es muy posible que muchos tengamos ciertas nociones preconcebidas acerca de lo que es y lo que se debería ver en ellas. Para algunos (en especial en un país como Colombia) la animación es algo que debería usarse simplemente como un medio para apaciguar niños, y por lo general las producciones van dirigidas a ellos. Actualmente en los Estados Unidos se permite un poco más de campo para que la animación pueda ser vista también por adultos, y su calidad es canónica y reconocida a lo largo de la historia, pero a pesar de eso se produce industrialmente con miras a atraer un público infantil. Francia, Hungría, Canadá y Japón tienen otra historia que contar al respecto, y han apreciado mucho más la diversidad de públicos y miradas de lo que podría ser un producto animado.

Pero, si hablara en estos momentos acerca de animación pura, ¿Qué es lo que viene a la cabeza? ¿Algo salido de los géneros y convenciones establecidas en estos países con historia en animación? ¿”Hayao Miyazaki”, tal vez, en la mente de los niponófilos más advenedizos? Durante el auge de las vanguardias artísticas, alrededor del primer cuarto del Siglo XX, convergen en Europa occidental algunos personajes que exploran con minucia y entusiasmo las posibilidades plásticas que ofrece el cine, a menudo trabajando desde otras áreas de experticia y con tesis prestadas (como el constructivismo), algo que realmente no generaría escuela pero sí dejaría sentado un precedente, y que en un futuro muy lejano, ya casi en nuestros días, es algo que se identifica como el génesis del motion graphic y el diseño gráfico en movimiento. A continuación, tres ejemplos selectos de esta pequeña corriente.

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Diagonal Symphony

Dirección: Viking Eggeling

Año: 1924

Aunque la versión definitiva no saldría sino hasta después de las obras de sus colegas, y un año antes de su muerte, a Viking Eggeling (1880-1925) se le atribuye el haber sido primero en experimentar con las formas geométricas básicas, su ritmo y sus diferentes combinaciones en el cuadro en movimiento. Hans Richter (1888-1976), a quien conocería en 1918 a través de la casualidad y de una amistad mutua con Tristan Tzara, describe el transfondo de Eggeling como el de alguien que viene de la pintura, altamente influenciado por el cubismo pero ya lejos de su alcance, inmerso en su propio grado de experticia.

Eggeling busca una dinámica del contrapunto, la cual llamaría Generalbass der Malerei (pintura base general), en la que las formas asumen todo tipo de relación entre ellas, en especial si funcionan como opuestas entre sí mismas; la idea era controlar el flujo y la diversidad de estas relaciones a través de “analogías” o similitudes entre las formas  opuestas. Es a partir de este marco teórico que se elaboran los trabajos a continuación. Richter termina Rythmus 21 (1921), pero funciona apenas como un ensayo de lo que se despliega aquí, y a estas alturas cabe decir que su trabajo audiovisual se vería más enriquecido posteriormente, durante su estadía en los Estados Unidos.

Si bien este es el único trabajo audiovisual que nos legó Eggeling, se trata de una exploración rica y novedosa para la época, y un claro desvío de lo que los hermanos Fleischer, Winsor McCay y un incipiente empresario de apellido Disney estarían trabajando en la época. Lo que parecen ser unas simples líneas y una suerte de cepillos al principio evoluciona pronto en una multitud curvas que se detienen sobre superficies rectas, arcos y marcos deslizantes sobre configuraciones que difícilmente se podrían considerar patrones. Seguro será mucho más apetitoso para un arquitecto que para un diletante de la animación contemporánea.

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Opus I 

Dirección: Walter Ruttman

Año: 1921

Definido por Richter también como “un pintor abstracto, pero libre de las investigaciones estéticas” en las que estaba inmerso Eggeling, Walter Ruttmann crea, entre 1920 y 1924, una serie de cortometrajes mucho menos preocupados en las formas y sus relaciones, y a cambio centrados en la fluidez y el ritmo del movimiento, con resultados (a mi juicio) mucho más exitosos que los de Rythmus 21. También novedosa es su aplicación del color, y de cómo esta le añade un nuevo de relaciones a lo que vemos, bellamente gradado y difuso en lo que parecen ser pinceladas que saltan como conejos contentos. Gracias a esta serie de cortometrajes, se le dio al cine las llaves del edificio de la Vanguardia y el reconocimiento de artistas y teóricos afines, que podían ver en este medio, durante la época incierta y apesumbrada de entreguerras, algo más que una variedad de feria o un registro de la cotidianidad. Los más agudos notarán que la serie Opus está filmada en una proporción 1:1, sumamente inusual hoy en día, pero que funciona como un espacio muy cómodo para las búsquedas de Ruttmann.

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Permutations

Dirección: John Whitney

Año: 1966

Tal como mencioné al principio, el trabajo de Richter, Eggeling y Ruttmann no generó una escuela o una sucesión de trabajos similares a lo largo del tiempo, en particular por su postura tan poco comercial y su asociación con una serie de vanguardias artísticas que cambiaron enormemente en el curso de 30 años. Fernand Léger trabajó brevemente en este tipo de animación y adoptó varias nociones similares de ritmo y movimiento para realizar su Ballet Mécanique (1924), así como Marcel Duchamp colaboró de cuando en cuando en estos proyectos, a pesar de haberse retirado casi que oficialmente de ese ambiente a principios de los años 20, para dedicarse exclusivamente al ajedrez. Tendrían que pasar al menos dos décadas para que llegara el trabajo de los hermanos Whitney, James A. y John, quienes fungirían como una suerte de sucesores esprituales, dejando a su paso una obra enorme.

Permutations es apenas un ejemplo arbitrario entre muchos, en el que las formas de expresión dejan de ser las figuras geométricas o las pinceladas, y el punto cobra protagonismo como una entidad con movimiento propio. En cierto sentido fiel a las teorías de Eggeling, son las relaciones y contrastes entre los movimientos y colores de estos puntos los que permiten distinguir un todo distinto, ahora con el añadido de la música como un componente activo e intencional de la animación.

Lecturas recomendadas:

Richter, Hans. “Easel, Scroll, Film” en Magazine of Art. Febrero de 1952.

El cuarto año – Un paisaje que revienta

Ayer, 18 de Agosto, se cumplieron 4 años de la existencia de Filmigrana, la página, y resulta difícil hacer un sumario de lo transcurrido desde la última publicación semejante a esta. Intentaré ser conciso.

Hace un año, yo regresaba de un largo viaje para encontrarme con que algo había cambiado en el panorama cinematográfico nacional. No había nada concreto para ese entonces, pero se sentía un cierto entusiasmo en el aire, había mucha gente con ganas de hacer cosas, de producir contenidos; todo esto muy fácil de decir con la gracia que me otorga la retrospectiva (que es 20/20, recordémoslo bien), pero entre esos proyectos nacientes, uno llamó mi atención de forma particular, y lo mencionaré brevemente. Para alturas de Agosto-Septiembre del año pasado, nacía una productora muy afín a los intereses de Filmigrana.

Los redactores de este sitio tuvimos la oportunidad de ver las primeras ecografías, asistiendo a algunos de los trabajos realizados por esta nueva y misteriosa asociación de personas, que si bien no cuenta con un enorme equipo de trabajo o una infraestructura que haga sonreír a Simón Brand, tienen candor e ingenio, y sobre todo, deseos de trabajar en equipo, algo que rara vez se ve en la comunidad de realizadores a la que tengo que atenerme casi que a diario: un excelso festival de puñaladas en la espalda.

Así pues, notando que éramos una relación creada en el paraíso, esa misteriosa productora y esta (rara vez) humilde página unimos nuestros esfuerzos para crear una nueva y más poderosa Filmigrana. Nos adoptamos mutuamente.

Filmigrana, el sitio de críticas, se beneficiaría enormemente con la creación constante de audiovisual local, teniendo referentes inmediatos a los que nos podamos remitir, así como también generando experiencia práctica, la cual ayuda en la labor crítica y ofrece nuevas dimensiones para analizar el trabajo de un realizador. La productora, a su vez, podría servirse de nuestra mirada crítica, dirigida tanto hacia su trabajo como a la reflexión de obras externas, producidas dentro y fuera de este país, para apoyar a la diversidad de su trabajo futuro. Es un beneficio mutuo y sus frutos se verán a lo largo del tiempo.

¡Y a buena hora sucedió todo esto! Gracias al inicio de esa relación cooperativa, fue posible re-diseñar la página, obtener un logotipo nuevo y algunas campanas y pitos que verán por ahí, en la medida que quieran extraviarse nuestros estimados lectores. Eso sí, ha sido un proceso arduo, en la medida que es menester extraer tiempo libre (cada día más escaso) para adelantar el renacimiento de este sitio, e inicialmente no se obtiene mucho a cambio, siquiera retroalimentación.

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Mientras escribo esto, hay otro fenómeno teniendo lugar, cada vez con mayor intensidad: se están produciendo muchas más revistas de cine a nivel nacional. No voy a mencionar concretamente cuáles, porque iría en detrimento de nosotros mismos; algunas de ellas tienen abogados, editores contratados, esos falibles y cada vez más necesarios community managers, ¡E incluso salarios! Por lo que producen contenido con una presentación y un ritmo mayor. A pesar de que posiblemente no podamos ‘competir’ en términos semejantes, eso no nos quita la posibilidad de seguir haciendo lo que más nos gusta, y el motivo por el cual este proyecto sigue en pie. En esencia también es una buena noticia, o cuando menos, un indicador de la salud que se vive en la (llamémosla) escena cultural local. Todo esto va acompañado de mayores y mejores posibilidades para la producción de contenido audiovisual, con cada vez más gente aventurándose a escribir y realizar largometrajes por su cuenta, la creciente oferta de cámaras de formato 2.5k y superiores y un ávido deseo por participar y darse a conocer en festivales; caso puntual: Leidi, de Simón Mesa Soto, ganadora a mejor cortometraje en Cannes en su edición del 2014. Nos reservamos por lo pronto la opinión acerca de este trabajo, pero debe decirse que toda esta explosión de contenidos ayudaría a la creación de nuevos discursos y perspectivas.

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Así, el nuevo año que se acerca trae consigo toda una serie de desafíos que deben ser superados de alguna u otra forma. Semejante a una relación sentimental entre dos seres humanos, la existencia de esta productora con la que nos hemos aliado implica que ya no podemos pasar las noches en vela, acostados en la sala en ropa interior y comiendo cereal a las 3:00 am mientras se descarga algún tipo de pornografía de Europa del Este. Ahora hay citas, compromisos y ropa presentable para salir a comer y bailar. Eso siempre ha existido, pero los motivos actualmente son mucho más fuertes, y sólo el tiempo nos dirá si esta página puede cumplir las expectativas de esa unión.

No quisiera adelantar mucho más de lo que se viene, porque por lo general no se termina haciendo (el ‘jinx’, que llaman) y sería mejor que nuestros escasos pero habituales lectores se dieran cuenta por sí mismos. Algunas cosas son autoevidentes, el gato y el cuervo, siempre observantes a desbaratar y maldecir todo lo que se les cruzara al frente, han recibido nuevos miembros en su comunidad, a quienes conocerán en su debido momento. Más allá de eso, preferimos permanecer en el relativo misterio del trabajo.

Así pues, esta nueva y enorme familia que se crea de repente será, posiblemente, la puerta para un futuro brillante y distinto en este sitio. Gracias a todos (contados con los dedos de las manos y los pies), los que nos han acompañado hasta ahora, y que ojalá sigan haciéndolo en los años que vendrán.