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Christian Metz y el Western

“No existe unidad mínima (o sistema específico de articulaciones) en el cine: sólo existe en cada código cinematográfico.” [1]

“Las unidades mínimas de los códigos de connotación tienen, con gran frecuencia, mayor dimensión sintagmática que las del código de denotación correspondiente: es decir, que varios códigos copresentes en el mismo texto pueden estar representados allí por unidades enteramente distintas.”[2]

Christian Metz nos introduce al ya prolongado debate entre teóricos sobre la estructura misma del cine y la búsqueda de la unidad mínima. Para el cineasta soviético Sergei Eisenstein esta unidad mínima es el corte, y su punto de vista correspondería en la lingüística al de la sintaxis y en cierto grado al de la pragmática. Eisenstein, además de decir que el significado en el cine como lenguaje se  crea a partir de la articulación y yuxtaposición de planos (combinación de constituyentes sintácticos para la formación de significado a través de una oración, sintaxis), también cada plano adquiere un significado dentro del contexto histórico revolucionario de la sociedad soviética, y aunque no se diga explícitamente en sus filmes, la intención de Eisenstein es crear esa asociación texto-contexto (la situación extralingüística influye en el significado, pragmática).

En cambio, para Rudolf Arnheim y Siegfried Kracauer la unidad mínima del cine es el encuadre. Para ellos es importante ver cómo lo mostrado, y sobre todo el ángulo en el que es mostrado, define el significado. La posición de la cámara debe ser lo más objetiva posible y aun así  representar lo mostrado de la forma más práctica y evidente para que el significado de los objetos y sujetos encuadrados se mantengan fieles a la realidad representada. Con esta búsqueda intentan hacer que los sintagmas simbolicen exactamente y solamente su significado real. Esta preocupación, entra en el campo lingüístico de la semántica en donde se estudia  la relación que se establece entre el significante y el significado de cada sintagma. El crítico y teórico francés André Bazin comparte la misma opinión con Arnheim y Kracauer en cuanto al sentido semántico que debe existir en los diferentes sintagmas pero difiere en cuanto a la definición de sintagma cinematográfico. Para él, esta unidad mínima no corresponde al encuadre sino al plano. Para Bazin, la extensión temporal de un objeto o un sujeto hace también parte de su ser, de su significado.

A pesar de estas leves discrepancias, los tres teóricos se mantienen semánticos en contraste con la posición sintáctica y pragmática de Eisenstein. Resulta evidente entonces que para la apreciación lingüística que tiene Christian Metz sobre el cine, esté hasta cierto punto infundada la búsqueda de la unidad mínima comunicativa dentro del cine como lenguaje. Esto se debe a que el cine, como lenguaje y no como medio, es desde el punto de vista semiológico la conjunción entre la  semántica, la sintaxis y la pragmática de los sintagmas: la conjunción entre encuadre, plano, corte y contexto. Así, todos los teóricos anteriormente nombrados tienen razón en cuanto a lo que describen como lo que es una unidad mínima del cine pero se equivocan al decir que es la única unidad mínima. Dejada atrás esta discusión sobre los sintagmas en el cine, Metz reencamina la búsqueda de la unidad mínima pero dentro de códigos cinematográficos específicos. A estos códigos cinematográficos les llamaremos “géneros cinematográficos”. Basándose en las teorías de Christian Metz, se  podría decir que los diferentes “géneros cinematográficos” actuales están erróneamente definidos y dependen, como bien lo dice Metz, de factores que comprenden una vastedad de posibilidades y que hacen bastante difícil el encasillamiento de un film dentro de uno u otro “género cinematográfico” en específico. Un buen ejemplo es uno de los géneros más populares dentro del cine: el western.

El western es un género que va más allá de la exploración de un contexto histórico puramente americano (la migración hacia el occidente por parte de los colonos de la costa oriental de Estados Unidos) como lo retrata la película de 1960 How The West Was Won dirigida por John Ford. Actualmente se concibe como western todos aquellos filmes en donde se retrata la conquista del hombre sobre lo salvaje en el nombre de la civilización o la disputa territorial entre los habitantes originales y los inmigrantes o invasores de una región. Los westerns generalmente retratan una sociedad organizada alrededor de códigos de honor en donde la justicia es tomada personalmente y no en función de las leyes lo cual crea ambigüedad en cuanto a la definición del personaje principal, generalmente un nómada solitario, que puede ser considerado a veces como héroe y a veces como  anti-héroe. A partir de esta descripción, pareciera que se trata de un género que está definido meramente por elementos narrativos y dramatúrgicos y que nada en su código fuera exclusivamente del cine y no de otros medios. Christian Metz dice al hablar sobre lo que es cinematográfico y lo que no,

“la especifidad: sólo se hablará de “cinematográfico” si los códigos en que se piensa son propios a un determinado medio de expresión (llamado “cine”) o si se tiene intención de demostrar que lo son” [3].

Las historias contadas en los westerns también pueden ser contadas en otros medios de expresión, como la literatura y de hecho son los escritos de mediados a finales del siglo XIX como  las “penny novels” de Buffalo Bill o Jesse James las que inspiran lo que podría considerarse el primer western fílmico: Asalto y Robo al Tren de Edwin S. Porter. Así, el hecho de que lo contado semánticamente a través de las imágenes del cine pueda también ser contado literariamente a través de la semántica de las palabras, hace del western un género que no puede ser puramente cinematográfico.

En cuanto a las unidades mínimas utilizadas en el género western, no son suficientes para crear un hermetismo en el contenido. A excepción de los primeros westerns (los de John Ford) la connotación supera a la denotación de lo narrado, haciendo del western un género híbrido. Con esto me refiero a que el aporte sintáctico y semántico del lenguaje cinematográfico dentro del western es insuficiente, es decir que las especifidades como los encuadres, los planos y los cortes no son suficientes para mantener un predominio sobre lo narrado a través de otros lenguajes  incluidos dentro del filme como medio. Desde los westerns de John Ford vemos la utilización de grandes planos generales en donde la presencia humana se ve ridiculizada frente a la inmensidad de la naturaleza y también vemos la utilización de primerísimos primeros planos de los rostros en donde los personajes demuestran su poderío. Más adelante, con la adición de los planos americanos en los spaghetti westerns de Sergio Leone se puede decir que el género consolida un  “vocabulario” conciso y recurrente en todos sus filmes: el género western parece reposar sobre la semántica de sus encuadres.

Pero como dije anteriormente, la denotación del lenguaje cinematográfico dentro del western se ve superado por las connotaciones de otros lenguajes contenidos dentro de los filmes. Esto lo vemos por ejemplo al comparar el western The Good, The Bad And The Weird, 2006, del coreano Kim Ji-Woo con los algún western de Leone como Once Upon A Time In The West de 1968. La primera, como lo muestra su título, está estrechamente inspirada y relacionada con los spaghetti western: la historia contada está basada en la historia de The Good, The Bad And The Ugly, el “vocabulario” de encuadres western es utilizado recurrentemente y se trata también de una producción no-americana de un western. Pero, existe una radical diferencia: mientras que las películas de Leone son enteramente de género dramático (hasta el punto en que se dice de Once Upon A Time In The West tiene el mismo ritmo que el último respiro de un moribundo), The Good, the Bad and the Weird es del género cómico y en ella resalta resalta un ritmo pop muy cercano a la estética del kitch. Así, los mismos recursos cinematográficos del western son utilizados con resultados completamente distintos debido a la connotación de lo narrado. Mientras que en la primera los personajes arquetípicos del mal (Fonda) y del vengador (Bronson) son utilizados para enfatizar en estos dos aspectos extremos del ser humano, en la segunda los personajes arquetípicos del bueno, el malo y el raro son utilizados de manera estereotipada y exagerada para dar un contenido humorístico y hasta satírico a la película. El género western permite entonces la fusión con otros géneros.

Al poner estos dos filmes en paralelo se revelan dos aspectos que demuestran que la definición de western, como género cinematográfico, puede ser puesta en duda. Primero, el western no tiene desde el punto de vista del lenguaje una definición pragmática específica: la película de Ji-Woo ocurre en el desierto de Manchuria, con personajes de origen oriental y la película de Leone ocurre en el oeste norteamericano con personajes de origen occidental y ambas pertenecen al género western. Segundo, La sintaxis y la semántica cinematográfica de este género todavía es insuficiente para ser considera como única e indiscutible: elementos del western pueden ser encontrados en filmes de otros géneros y a su vez elementos de otros géneros pueden ser encontrados en películas western. Como dice Metz “Se habrá observado que la noción de cinematográfico, hasta ahora, ha sido definida por dos caracteres pertinentes.[…] la codicidad (es decir, la posición cercana al código, cercana a lo que ya no es el mensaje en bruto) es, pues, uno de los caracteres definitorios de lo cinematográfico” [4] y la falta de un código completamente definido para el western hace que pierda su carácter de género cinematográfico.

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[1] Christian Metz, Lenguaje y Cine, página 228

[2] Christian Metz, Lenguaje y Cine, página 229

[3] Christian Metz, Lenguaje y Cine, página 87

[4] Christian Metz, Lenguaje y Cine, página 87

El Western en Colombia, Parte II

Nota Ed.: Como parte de un pequeño esfuerzo por publicar en su entereza una elegante investigación en torno a uno de los pocos géneros explorados en la cinematografía nacional, les ofrecemos esta conclusiva segunda parte. La primera la pueden ver aquí mismo.

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CANAGUARO (Dunav Kuzmanich, 1981)

Sinopsis: El asesinato en 1948 del líder popular Jorge Eliecer Gaitán desata la violencia en los campos colombianos. Se forman guerrillas que, tras la fachada de la lucha partidista, pelean también por el dominio de las tierras. “Canaguaro” comanda uno de estos grupos, su historia es igual a la de miles de colombianos sobrevivientes de ataques a sus familias. De su vida y la de sus amigos sabemos a través del recorrido en busca de unas armas que el partido le ha prometido y que nunca le serán entregadas. Son llamados al orden y a la reconciliación y finalmente asesinados.

El largometraje del cineasta chileno Dunav Kuzmanich de entrada toca al espectador con lo que será un filme de gran tinte político. Las secuencias con que empieza la película se tratan nada más que de material documental del Bogotazo y de la muerte de Gaitán, evento que marca el inicio de uno los conflictos internos más sangrientos en la historia contemporánea colombiana. La voz en off juega un papel clave, como se evidenciará más adelante en la película, y con esta técnica narrativa y pietaje de formato documental se introduce el elemento que será el eje central del filme, las guerrillas liberales de los llanos orientales.

Tras esta breve introducción se pasa al presente, “es el año 1953” dice en off el protagonista de la cinta, su nombre es Canaguaro y en un plano estático y prolongado, mientras se mueven los altos y secos pastales llaneros, este atraviesa el paisaje con su caballo, allí empieza a relatar su historia. Resulta que Canaguaro es el líder de un grupo guerrillero en los llanos que es encargado por los dirigentes del partido liberal a llevar a cabo una misión, recoger unas armas para fortalecer a las tropas militantes. La estructura formal del filme esta compuesta bajo una narración en pasado que relata el viaje de Canaguaro y sus hombres para cumplir dicha misión, en medio del cual se insertan flashbacks y relatos que ayudan a construir a los personajes y sus motivos para enlistarse en el conflicto armado, deja entrever que no tenían mayores opciones. Si bien pueden llegar a ser demasiado explicativos, la ausencia de estos flashbacks iría en detrimento de la película, ya que en últimas cumplen su función que es enriquecer la narración. De la misma forma se podría decir que la música de los cantores llaneros puede llegar a convertirse en redundante, pues las letras reiteran lo que las imágenes muestran; sin embargo esta implementación del folklore llanero otorga una mirada más intima de la cultura, que ayuda a refrescar la visión preconcebida que se tiene de estos grupos y, también cumple con la función de los flashbacks, que es la de fortalecer la narración.

A lo largo del viaje de Canaguaro se introducen distintos personajes que representan un papel histórico y una cara del pueblo colombiano. Los primeros que aparecen son el comandante Santos y el doctor Vargas, el primero representa la figura de mando de los grupos armados y el segundo es el vocero del partido político. En la conversación inicial se muestra cómo la toma de importantes decisiones está primero mediada por la voz del partido, por lo cual el doctor Vargas juega también un papel importante en el desarrollo de los sucesos. El siguiente personaje, y primero en hacer una regresión, es Antonio, quien mientras cabalga junto a Canaguaro le relata como su pueblo fue quemado por los chulavitas tras la visita de un culebrero, de quien inmediatamente se hace referencia como representante de la labia, la malicia, el engaño y la superstición, por lo que el leimotiv de “serpiente cascabel” suena cada vez que el ejército anda cerca. Más adelante se demuestra que este personaje es también un traidor. Un conservador que refugia a Canaguaro y a Antonio delata a los chusmeros ante los chulavitas, y el filme deja explícitamente claro como este hombre simboliza al “Sapo”.

Los siguientes personajes que trata la obra son los hermanos de Sina, estos encarnan los poderosos terratenientes llaneros, simpatizantes del partido liberal, y a lo largo del film se muestra como su inicial compromiso con la gente se ve aplastado por compromisos con el partido y, en últimas, estos se ven obnubilados por intereses personales. También está el personaje de Iván, que hace el papel del profesor o académico revolucionario que alfabetiza hombres y niños. En cuanto a estos últimos, cuando paran en el pueblo de Méndez, se muestra la figura del niño recluta; en este mismo pueblo una prostituta se une al grupo, ésta encarna a la mujer armada (más adelante la puta protagonizará un flashback que bien podría sobrar a la película). Las mujeres en general son violadas y ultrajadas por el ejército. También está la figura del párroco, cuando en una parada un cura pasa panfletos para la desmovilización, aquí Kuzmanich hace la referencia del vinculo entre la iglesia y el estado. También están los campesinos quienes, ajenos a los motivos de la guerra y sin tomar partido por ninguno de los dos bandos, se ven involucrados directamente por el conflicto, pues deben albergar y proveer de suministros a cuales sean las tropas que pasen. Por último está la figura del caballo, un elemento que  muestra al hombre y su ancestral relación con la tierra y el campo; en más de una secuencia vemos cómo el hombre refresca y acicala cuidadosamente al animal. En el caballo también se da una relación dicotómica entre la civilización y lo rural, pues cada vez que el doctor Vargas aparece, los hombres de Canaguaro comentan con ironía el poco tiempo que gasta en viajar aquel en barco o avión, comparándolo con el que les toma a ellos galopar la tierra.

Cinematográficamente la película está bien ejecutada, se evidencia el avance tecnológico de una década transcurrida desde El Taciturno, los usos de dolly, la buena calidad del registro sonoro tanto en diálogos como en wildtracks de la selva, incluso se implementa un plano secuencia, utilizando una canoa, que registra a los guerrilleros bromeando jovialmente en el rio. Las actuaciones también están muy bien ejecutadas, pareciera que los actores fueran naturales. La película da testimonio de un evidente progreso en el montaje, aunque hay una parte en que se rompe el eje lógico de la película y es en la escena cuando violan y matan a Yolima (la mujer de uno de los hermanos de Sina), donde se usan ineficazmente unos planos subjetivos del personaje cuando se esta escondiendo.

Pero estos problemas técnicos son insignificantes, y si hay algo para criticarle al realizador chileno con esta película es su mirada maniquea, y de cierta forma ingenua, del conflicto interno colombiano. Claramente su visión política parcializada es en gran parte la responsable de esto. Como ejemplo, la escena en que los guerrilleros se toman una comisaría de policía, toman prisioneros y tras el discurso del comandante guerrillero quien profesa algo como “nosotros no somos ningunos animales, no violamos a sus mujeres y tampoco privamos de la vida a los enemigos” dejan ir corriendo a los prisioneros en calzoncillos, sintetizando muy bien esa visión pobre y viciada de “el estado es malo, los que lo combaten buenos”. Al menos las dos películas de género anteriores a ésta, si bien precarias (una en aspectos técnicos y otra en narrativos), no caen en el juego de la parcialidad política, y la mirada imparcial de los héroes anteriores encaja muy bien en la visión del género, donde el lema è una questione di principio en Una Pistola per Ringo (Duccio Tesari, 1965), adoptado también por Francisco Norden en Cóndores no entierran todos los días, (1984), se ve reemplazado por uno mas pragmático y afín a la política y la guerra, “Es una cuestión de intereses”.

No obstante, Canaguaro no deja de ser una gran película que a su vez se presenta como un documento importante de un período importante para la historia colombiana, el de transición al poder del general Rojas Pinilla en el 54′. Lastimosamente, por trabas y coyunturas legales que no son del todo claras, no se puede acceder regularmente a este filme, que sin proponérselo o pretenderlo termina siendo uno de los referentes cinematográficos del género Western más sólidos en el país (si no el más).

AHORA MIS PISTOLAS HABLAN (Rómulo Delgado, 1982)

Sinopsis: Un viejo narra a unos niños la historia de un personaje perseguido por un cacique, quien primero le hace guardar un dinero robado y posteriormente lo delata para mandarlo a prisión. Cuando éste sale le quita la novia al cacique y le corta la lengua, por no decirle en dónde escondió el dinero.

  • Por motivos de copiado no fue posible la revisión.

TIEMPO DE MORIR (Jorge Alí Triana, 1985)

Sinopsis : Juan Sáyago sale de la cárcel luego de pagar una condena de dieciocho años por haber matado en duelo a Raúl Moscote. Quiere recuperar el tiempo perdido y volver a vivir. Busca a su novia, que se cansó de esperarlo, y debe enfrentar el acoso implacable de los hijos de Moscote, criados en la obsesión de venganza. Es otra vez el tiempo de morir… O de matar.

Se trata en definitiva de un western crepuscular a la colombiana, un filme que recurre a una serie de códigos del primer género que se inventó el cine, los cuales se ajustan perfectamente a ciertas condiciones de la cultura, la sociedad y la geografía del país. Porque Colombia, salvando las condiciones de tiempo y espacio, en muchos sentidos históricamente se ha parecido más al salvaje oeste que al paraíso tropical”[1]

Esta película es el último intento nacional en llevar a la pantalla grande un largometraje con contenido del género western. Dirigida por Jorge Alí Triana, con un guión escrito por el Nobel Gabriel García Márquez cuyos intentos por ganarse un lugar en el campo cinematográfico han sido poco fructíferos hasta el momento; y este, aunque sigue el resultado de las anteriores apuestas, es un buen intento.

Tiempo de Morir cuenta la historia de Juan Sáyago, un hombre que acaba de cumplir dieciocho años de condena en la cárcel por el homicidio de Raúl Moscote. A la salida Juan regresa a su pueblo natal, un pueblo que ha cambiado y que ahora de cierta forma lo encuentra como un extraño. Los pocos amigos que le quedan le aconsejan que parta de allí, la mujer de su vida ya no lo quiere ver y los hijos de Moscote claman sed de venganza. Hay situaciones que parecen sacadas de un libro, así como “personajes que definitivamente están hechos para ser leídos, lo que pueda tener de anti-cinematográfico este filme, proviene de la puesta en escena.”[2] Todo el escenario está saturado de elementos del realismo mágico de García Márquez. La película también posee grandes actores como Edgardo Román, María Eugenia Dávila y el mismo Gustavo Angarita, sin embargo la ejecución en las actuaciones resulta estridente, cuando no acartonada y la mayoría de los diálogos adquieren un tono que no favorece a lo cinematográfico al sonar literarios y recitados, siendo los casos mas evidentes de esto el personaje de Casildo (Reynaldo Miravalles) o Julián Moscote (Sebastián Ospina). Tal vez la causa de esto se encuentre en el guión, debido al gran manejo de un lenguaje literario contrastado con uno pobre cinematográfico por parte de García Márquez; o bien la justificación se ubique en la dirección de actores, pues la formación teatral de Jorge Alí Triana es aquí evidente, mas lo probable es que la causa reúna ambos motivos.

De todas formas hay elementos que se plantean en la película que son dignos de rescatar y entran en consonancia y armonía con la iconografía y simbolismos que contiene el género, como la imagen del pueblo pequeño en la mitad de la nada y la forma de vida que esto impone, generando a su vez ciertas relaciones sociales entre los habitantes. También la figura del pueblo sin ley, donde el mismo repartidor de justicia se ve impotente frente a las acciones de Moscote; el alguacil bien conoce el duelo pero nada puede hacer para evitarlo. “Como al Santiago Nazar de Crónica de una Muerte Anunciada, el Juan Sáyago de esta cinta también convive con la muerte desde el mismo titulo de la cinta, no importa que el alcalde del pueblo trate de evitar esa confrontación que está pendiente desde hace 18 años, porque él, como la mayoría de los alguaciles en el western, sólo tiene poder para hacer advertencias.”[3] En una escena el mayor de los Moscote derrumba la casa de Sáyago, en otra mata a sus animales y arrastra a su perro con el caballo por el pueblo; posteriormente persigue a Sáyago por la plaza y destruye todo el lugar, siempre valiéndose de su caballo. Y a lo largo del filme el mayor de los Moscote realiza acciones delictivas a las que, si bien todos conocen el culpable y hacedor de estas, nadie reacciona ni puede hacer nada.

La mejor escena de la película probablemente es la escena final o la de confrontación, si bien a lo largo de la película se manejan elementos del western aquí es donde se pone el sello definitivo. La película termina en una vieja y arenosa corralera donde se lleva a cabo el duelo pendiente entre los tres hombres y de una forma bastante similar al desenlace de Il Mercenario, (Sergio Corbucci, 1968). Termina en medio del sol canicular, donde los tres personajes cumplen su cita con la muerte en un escenario donde se representa ésta de manera cotidiana.

Juan Sáyago está más solo fuera que dentro de la cárcel, sin embargo éste se niega a abandonar su tierra y a los suyos. Y es en este acto, es allí donde se reafirma una vez más la característica que ha estado tan latente como presente en el western colombiano desde los días de Aquileo Venganza, pasando por El Taciturno y Canaguaro, y de la misma forma en Tiempo de Morir, en todas estas películas se presenta el rechazo contundente del hombre ante la alternativa de abandonar su tierra, la relación de propiedad que con ésta forja, se presenta como un derecho que ha de defender frente a cualquier intento de conquista o de expropiación, aún así este acto conlleve a la muerte. Juan Sáyago puede elegir marcharse, en varias ocasiones se lo proponen inclusive financiándole la retirada, pero es la determinación de este hombre a no abandonar lo que es suyo por derecho, incluso a sabiendas de él mismo y de todos en el pueblo que esto le causará la muerte. “Buena parte del género es una colección de muertes anunciadas y sus argumentos están soportados por el sino trágico de matar o morir y la impotencia de todos para evitarlo.”[4]

Conclusiones

Analizando la obra completa de las producciones western en Colombia, y si se revisa el archivo en general del Patrimonio Fílmico Colombiano, se llega a la conclusión de que las piezas de dicho género han sido escasas en número si se compara con largometrajes dedicados al terror y a la comedia.

Tomando como referencia el texto Los Géneros Cinematográficos de Rick Altman, que presupone al género como una categoría útil que pone en contacto múltiples intereses,  establece a este como “un esquema básico y formal que precede, programa y configura la producción de la industria.”[5] Y tomando el hecho que ya han pasado casi tres décadas sin la producción de una película de este tipo, sale a la vista que hay un bache en algún punto del triángulo compuesto por Artista/Producción/Público. Ahora bien, si se toma como referencia a Schatz, quien sugiere que “la película de género reafirma las creencias del público, tanto individuales como colectivas”[6] y que “es la respuesta colectiva del público la que crea los géneros”[7] el triángulo pasaría a convertirse en un círculo o bucle, donde “como dos serpientes mordiéndose las colas, la industria y el público aparecen encerrados en una simbiosis que no deja espacio para terceros.”[8] Expuesto lo anterior considero que este ciclo cinematográfico, para que una película pueda reafirmar las creencias de un publico colectivo, el primer responsable de transponer los códigos simbólicos y lograr crear una identidad de la obra o género con el publico es el artista. También considero que sólo el artista es quien puede generar esa partícula divina que catalice y ponga en marcha ese motor industrial entre la producción y el publico. De lo contrario la producción cinematográfica del western a nivel nacional seguirá siendo nula.

También se necesita de aquello necesario para la transpolación efectiva de un género a otro escenario, en palabras de Pedro Adrián Zuluaga, “La adaptación de un género a otro contexto, sobretodo si se está tan marcado como el western por las variables geográficas, requiere de una nueva estructura, un nuevo ritmo, una nueva relación de personajes que transforme por completo el genero que les sirvió de punto de partida”[9] así como lo hizo Leone, para bien o para mal padre de un género híbrido, quien marcó el inicio de una nueva etapa en la que las productoras italianas, tras el éxito de aquel, sacarían un promedio de 350 filmes al año. La mayoría de nula calidad, pero independientemente a esto fue Leone aquel capaz de transpolar y modificar la estructura del género, actitud considerada por los mismos americanos como transgresora del western clásico. Para la mirada adoctrinada del espectador adocenado, que se queda en el exterior y en la vistosidad de las películas de Leone y no es capaz de ver mas allá, este declara “yo utilizo el espectáculo en el mismo sentido que Chaplin, para utilizar el cine de una forma total. Quien tiene ojos ve, quien no tiene ojos no ve. El espectador que solamente se queda en lo espectacular me interesa un carajo.”[10] Sin embargo vale preguntarse, ¿Hasta que punto fue necesario este tipo de espectador para que la obra de Leone tuviese el éxito que tuvo?

Tomando estos puntos en general, se presume que nadie en el país ha logrado fundir todo el simbolismo del western de una forma efectiva que logre que el grueso del publico se identifique a esta, y considero que la pieza colombiana que ha estado más cerca de lograr esta simbiosis es paradójicamente obra de un realizador extranjero, quien a su vez no pretendía realizar un western (me refiero a Canaguaro de Dunav Kuzmanich). Por lo demás han sido intentos que se quedan a medias, las filas llenas en los teatros que hace mención Luzardo frente a Aquileo Venganza tal vez respondan a la curiosidad de un pueblo frente al primer intento de western a nivel nacional. Quedan por mencionar los proyectos que se han planeado y que a su vez han naufragado por distintos motivos, tales como Sangrenegra de Víctor Gaviria, o una entrega de una película para la televisión basada en una adaptación de 100 Años de Soledad por parte de Sergio Leone, de quien García Márquez declaró que el único director capaz de hacer la película era él; sin embargo, por una cifra absurda que pedían los agentes de Márquez por los derechos de la obra (alrededor de 5 millones de dólares en la época) el proyecto nunca se hizo realidad.

Habrá que esperar para ver si alguien es capaz de resucitar este género en el país, cuya historia patria fácilmente se puede prestar como tierras fértiles para desarrollar las temáticas y contenidos que ofrece el salvaje western.

¿O es que acaso de qué otra manera se puede contar la historia de Jacinto Cruz Usma (izquierda), alias “Sangrenegra”?

[1] OSORIO, Oswaldo, Tiempo de Morir en Kinetoscopio. Colombia, volumen 20. N89 Enero Marzo 2009, pág .127

[2] Ibíd. Pág. 128

[3] Ibíd. Pág. 128

[4] Ibíd. Pág. 128

[5] ALTMAN, Rick, Los Géneros Cinematográficos. Editorial Paidos, Buenos Aires, pág. 35

[6] SCHATZ, Thomas citado por ALTMAN, Rick, Los Géneros Cinematográficos. Editorial Paidos, Buenos Aires, pág. 37

[7] Ibíd.

[8] Ibíd.

[9] ZULUAGA , Pedro Adrián, Bandoleros, Chulavitas y Chusmeros en Kinetoscopio. Colombia, volumen 20. N89 Enero Marzo 2009, pág 132

[10] CAICEDO, Andrés, Entrevista con Sergio Leone en Ojo al Cine. Norma Editorial S.A, Colombia, pág. 659

El Western en Colombia, Parte I

“El western no envejece, es atractivo en todo el mundo, y aún más sorprendente que su supervivencia histórica, es la pregunta ¿Qué puede haber de posible de interés, entre árabes, hindúes, latinos, alemanes o anglosajones entre los cuales el western tuvo un éxito ininterrumpido…? Del Western deben poseer algún secreto mas grande que simplemente el secreto de la juventud, este debe ser un secreto que de alguna manera se identifica con el secreto del cine.”[1]

Andre Bazín

El western, dentro de los múltiples géneros cinematográficos, no solo es el más antiguo, el primer genero en ficción, sino que también es uno de los mas específicos que se pueden hallar en el séptimo arte.  Para poder etiquetar un filme con el sello western, este debe reunir una cantidad de requisitos, no solo ha de contar con las condiciones mas básicas del género como lo son el espacio temporal ya definido o su iconografía establecida (pistoleros, desierto, etc.), también debe cumplir con otras reglas de juego impresas en el contenido de la obra: Las temáticas de violencia, la relación de propiedad entre el hombre y la tierra, la fraternidad entre compañeros, la lealtad, la traición y la venganza son recurrentes; así como lo es el conflicto entre lo rural y lo urbano o la civilización y la barbarie, sobre todo cuando esta dicotomía se ubica en la fundación o consolidación de un estado. Sin embargo, tanto aquí como en algunos otros géneros ocurre el nocivo e inevitable fenómeno en el cual la noción general que se tiene del género, es reducida a parámetros o convenciones estéticas, por lo cual se adjudican equívocamente filmes que no pertenecen al género, como es el caso de Ingloriuous Bastards (Quentin Tarantino, 2010), cuya caracterización de remitirse a alegorías   referencias a otras cintas hacen que algunos cataloguen a la película de Spaguetti western. Por esto etiquetar la historia de dos pastores homosexuales de ovejas Brokeback Mountain (Ang Lee, 2005) como western seria tan equívoco como pensar que Un Ninja En Beverly Hills (Dennis Dugan, 1997) se trata de una cinta de samuráis.

Aludiendo a la cita inicial de Bazin que aboga por el western como fábula universal  presente de alguna forma en todos los pueblos del mundo, no es gratuito que el mismo  Sergio Leone consideraba Los Siete Samuráis (Akira Kurosawa, 1954) como un western y tiempo después la United Artists readaptaría la pieza de Kurosawa con el titulo Los Siete Magnificos (John Sturges 1960) demostrando así que la esencia de la piedra angular del western radica no en los parámetros estéticos y en la forma sino más en sus reglas éticas, paradigma que será invertido hoy en día: “El western es a la luz del nuevo milenio más una estética que una ética”[2], por esto se vuelve necesario trascender los parámetros espacio-temporales (oeste de Norteamérica, mediados y finales del siglo XIX), de lo contrario sería tan especifico y regional que lo volvería de cierto modo estéril, imposibilitando cualquier re-estructuración, re-planteamiento y, sobre todo, cualquier translocación del género, eliminando piezas claves del western contemporáneo como No Country For Old Men (Joel & Ethan Coen, 2005) y The Proposition (John Hillcoat, 2004), la primera escapando de su condición temporal y la segunda de la espacial.

No obstante, en Colombia son pocos los intentos de adaptar piezas western a un contexto local, aún cuando la historia de la nación contenga en sí elementos que ayudarían a una apropiación y re-invención exitosa del género, aplicando estos elementos a un escenario autóctono, como lo hizo Robert Rodríguez en Méjico con sus entregas del Mariachi. ¿En donde radica la explicación de esta situación? ¿Se encuentra acaso relacionada con la poca versatilidad y falta de una buena ejecución por parte de los realizadores nacionales? ¿Es más bien es la falta de interés del publico nacional por dichas cintas? ¿O acaso el problema radica en la industria y en el poco fomento que se le inyecta a estos proyectos? Cualquiera que sea la razón, la intención de este proyecto es buscar responder al por qué de estas circunstancias. A continuación una mirada cronológica a través de las obras nacionales que de alguna u otra forma han rozado las vertientes del genero.

Fotograma de Canaguaro (Dunav Kuzmanich, 1981)

Corpus Filmográfico:

AQUILEO VENGANZA (Ciro Durán, 1968)

Sinopsis: Comienzos del siglo veinte, años siguientes a la Guerra de los Mil Días que devastó los campos colombianos. Bandoleros al servicio de los grandes terratenientes atacan a los pequeños propietarios para quedarse con sus tierras. La familia Bernal es víctima de una de estas bandas, comandadas por el alcalde del pueblo. Aquileo es el único sobreviviente y jura vengarse. A ello se dedican él y la película.

Revisión: Aquileo Venganza es la segunda entrega cinematográfica del director Ciro Durán, esta co-producción entre Colombia y Venezuela de 1968 trata un tema que será recurrente en toda la obra del género a nivel nacional: La expropiación de las tierras. Al inicio de la película un inter-título informa al espectador que los acontecimientos del filme se sitúan en el año 1906 en el periodo de post-guerra, lo cual, aunque nunca se mencione explícitamente, presume que es territorio colombiano y que la guerra en cuestión es la de los Mil Días.

Las secuencias iniciales nos muestran a un grupo de forajidos avanzando lentamente en lo que presuntamente es la plaza de Villa de Leyva, de allí se hace un seguimiento de estos personajes hasta llegar a la hacienda donde se encuentran con un terrateniente (que después descubriremos es el alcalde) que les entrega una misión importante. El líder de estos hombres es Luzbel (Carlos Muñoz). La situación es la siguiente: las tierras fértiles del valle están bajo la posesión de familias campesinas, por lo que el alcalde requiere de Luzbel quien, mediante ofertas que no se puedan rechazar, deberá obtener dichas tierras, “cueste lo que cueste”.

La primera familia en cruzarse con los intereses del alcalde es la Familia Amaya, a quienes Luzbel intenta intimidar usando métodos terroristas para que estos abandonen su tierra, entre ellos un curioso detalle en el cartel usado que denota la poca educación recibida por los forajidos. “Pa que te vallas de aquí 24 horas te damos si no aces asi las tripas de baciamos”. Sin embargo, la negativa de abandonar la tierra por parte de los campesinos resalta de la película un fenómeno de carácter trascendental, y esto ocurre cuando el campesino Amaya busca protección con el alcalde; aquí se evidencia una figura paradójica y recurrente en  la realidad histórica colombiana, y es la de la victima que ingenuamente busca resguardo en su victimario, (siendo el último regularmente el estado). Por supuesto, el alcalde promete ayuda inmediata, y esa misma noche manda tropas de seguridad, que no son otros que Luzbel y sus hombres, quienes tras lograr ingresar a la casa Amaya, obligan a este a firmar las escrituras de expropiación de las tierras a cambio de perdonarles la vida. Los campesinos acceden, y al día siguiente en medio de su desplazamiento son asesinados por la espalda.

Este es el prólogo, y a continuación empiezan los créditos de la película que con su,  música, fuentes y animaciones empleadas denotan una influencia de la estética usada por las cortinillas del naciente movimiento Spaguetti western. La siguiente familia en la mira del terrateniente es la Bernal, y la escena en que se introduce al personaje de Aquileo Bernal en una gallera es posiblemente una de las mejores en toda la película, tanto sus diálogos como su ejecución están muy bien logrados. Los Bernal, ante la negativa inicial de dejar su tierra, sufren la misma suerte que los Amaya y como único sobreviviente Aquileo Bernal, quien logra refugiarse en un santuario disfrazado de monje, logra escapar a la polvorera en la cual hay un antiguo escondite de la guerra civil. Allí Aquileo se recuperará de las heridas para luego iniciar su venganza.

Luzbel (Carlos Muñoz), dirigiéndose a persuadir a los campesinos que entreguen las tierras.

Ahora, si bien concuerdo con el maestro Pedro Adrián Zuluaga en cuanto a que “Aquileo Venganza tiene un prologo muy eficaz en la presentación de personajes y lugares”[3], siento que las expectativas que crea la película se ven tristemente derrumbadas en el desarrollo de la misma. Por un lado (de menor importancia) están los problemas técnicos que bien pueden adjudicarse a los precarios dispositivos tecnológicos a los que tuvo acceso el director en el momento de rodar, especialmente a lo que se refiere la sincronía de audio, y el manejo de foco. También hay problemas de continuidad y ruptura de ejes, pero considero que estos problemas pueden llegar a ser considerados como indultables.

Sin embargo los problemas mas serios que presenta esta cinta no son de carácter técnico sino son fallas y huecos en la narración, así como una pobre dirección de actores, con excepción de Luzbel y los campesinos Amaya, el resto de los personajes se presentan entre estridentes y acartonados. Ahora, la verosimilitud en el genero no es un problema y mas si se considera al western dentro de la categoría épica, cómo lo hacía Bazin, debido al nivel súper humanos de sus héroes, y la magnitud de su hazaña legendaria de valor. Billy The Kid es tan invulnerable como Aquiles, y su revólver infalible”[4], algo respaldado por la afirmación de Sergio Leone a Andrés Caicedo: “El mejor guionista del western se llamaba Homero.”[5] Mientras las hazañas de Aquileo (casualmente su nombre guarda relación con ambas citas) no pueden objetarse, la película cae en contradicciones y episodios desconcertantes que le roban credibilidad. El más evidente de estos ocurre cuando un curandero que oculta a Aquileo le informa que en el lugar donde se esconde solo hay pólvora y un viejo uniforme de la guerra civil, y más adelante en la película Luzbel, caracterizado por su astucia y su instinto de sabueso, logra dar con el paradero de Aquileo y acampa en el lugar esperando a que este salga. Tras un tiempo Aquileo sale vistiendo un disfraz bastante obvio, ya que el uniforme de la guerra civil resulta ser un traje iconográfico de vaquero (lo que pone en duda  el espacio geográfico donde se desarrolla el filme, ni siquiera en Norteamérica los combatientes de la guerra civil vestían así), con chaparreras de vaca, sombrero de cuero y un parche en el ojo, así como una profunda marca en la cara ya cicatrizada (valga mencionar que tanto el proceder de esta marca como su cicatrización instantánea resulta bastante absurdo), y a su vez todo el presupuesto de astucia y sagacidad que tiene la figura líder de los forajidos en las cintas western se va al carajo cuando Luzbel pasa por alto el evidente disfraz de Aquileo. Aún más adelante en la película Aquileo revela su verdadera identidad, pero no por esto deja de usar el mismo disfraz, inclusive el parche del ojo que no ofrecería más que desventajas. Sumándole a esto que los personaje de María y su padre curandero desaparecen en la mitad de la película, al igual que el alcalde/terrateniente, y que en gran medida la resolución de la película es inconclusa, quizás por qué la única copia que guarda el Patrimonio Fílmico Colombiano termina abruptamente, en medio de un plano medio de Aquileo, tras dar de baja a Luzbel.

“El propio Ciro Durán reconoció que, si bien al comienzo Aquileo Venganza plantea un problema colectivo, lo resuelve convirtiéndolo en un problema individual y cayendo en el héroe cinematográfico común.”[6] La visión que guarda el realizador frente a su obra es la muestra de donde prevalece el mayor problema de la cinta, pues tras verla completa, se tiene la sensación de que el circulo narrativo no fue cerrado satisfactoriamente, tal vez porque su inicio profesa un camino que trata un problema propio y latente de la realidad colombiana, pero el desarrollo la película toma abruptamente otro y acaba por adoptar el más convencional de los dos, donde su contenido se muestra invariable y predecible. Lo que empieza como una propuesta autóctona original termina como una copia extranjera. Debo reconocer, dicho esto, que cualquier juicio de apreciación por mi parte para esta película pierde validez, pues no pude ver la obra en su totalidad.

EL TACITURNO (Jorge Gaitán Gómez, 1971)

Sinopsis: Un misterioso y andariego pistolero enfrenta la hostilidad de indios y blancos, habitantes de campos poblados cuya ubicación y época también son un misterio.

Jorge Gaitán Gómez, al observar las colas en los teatros para ver “Aquileo Venganza”, decidió aprovechar su puesto en la Televisoría Nacional para realizar otro ”western” titulado “El Taciturno”, que lo único que ha logrado es que los pobres actores como Carlos Muñoz, Consuelo Luzardo, Camilo Medina y Eduardo Osorio se escondan de vergüenza cada vez que se mencione el título de la película. Y ni hablar de la taquilla…”[7]

Tres años después del estreno de Aquileo Venganza llega a las pantallas nacionales esta pieza titulada El Taciturno, la produccion es netamente colombiana producida por la compañía Zhue Films. Primero que todo, hay que mencionar que la sinopsis de la película no guarda ninguna relación con el contenido actual de la misma (Nota Ed.: Las premisas provienen del libro del Patrimonio Fílmico Colombiano Largometrajes Colombianos En Cine y Video). El misterioso y andariego pistolero que allí se menciona es el Taciturno, cuyo significado literal viene a ser callado y silencioso, aún cuando este personaje es todo menos eso, y no es sino hasta la mitad de la película que deja de ser un personaje secundario para convertirse en el principal. Con respecto a que el personaje enfrente la hostilidad entre indios y blancos, la premisa puede hacer creer que el filme va a tratar un nivel local o al menos tocará los temas de civilización versus barbarie que explora el escritor Argentino Domingo Sarmiento en su Facundo; sin embargo, en todos los 110 minutos de metraje solo hay un indio y el primer y único enfrentamiento contra un blanco es cuando un individuo llamado José (de nuevo Carlos Muñoz) le enfrenta y da muerte. El indio, que pertenece al grupo de amigos del Taciturno, descarta de esa forma cualquier posibilidad de explorar o tratar las temáticas indigenistas, tan latentes en la historia latinoamericana. Con lo referente al espacio y la tierra desconocidos, la puesta en escena de la película (con la excepción de los planos en exterior que dan evidencia de la geografía sabanera Bogotana) trata de emular el viejo oeste norteamericano, desde el clásico Saloon hasta el alguacil y su estrella metálica de cinco puntas en el chaleco.

La trama de El Taciturno es difusa y contiene varios elementos que no contribuyen al desarrollo de la narrativo. La mayoría de progresiones son catalizadas básicamente porque pueden catalizar. La película empieza con un plano largo y muy bien logrado donde la música de los créditos se funde de forma eficiente con las imágenes de unos pistoleros desapareciendo en el horizonte, y luego seguimos a estos pistoleros que llevan el cadáver de un hombre para dejarlo en el pueblo. El cadáver del hombre resulta ser un familiar de un patrón del pueblo, Don José Del Valle, y en el funeral del muerto aparece un hombre de aspecto aristócrata llamado Jeremías a quien José echa del velorio, no sin antes causarle una afrenta a lo que el hombre jura venganza. Los hombres del alguacil junto a los de José salen a darle cacería a los asesinos, dándole muerte a todos menos a dos, entre estos el Taciturno. Ambos son liberados a la mañana siguiente por órdenes del jefe del alguacil, que resulta ser Jeremías, con la condición de eliminar a José, quien a su vez quiere matar a Jeremías. En medio de todo esto un cura descubre por un amuleto la procedencia del Taciturno, quien resulta ser un hijo perdido de José. Al final, en un muy breve plano se explican las intenciones de Jeremías, quien tras crear la discordia entre el Taciturno y su padre, matar al alguacil y a Sombra (su mano derecha) lanza un cuchillo contra un mapa de tierras y proclama que su propósito es apoderarse de toda la región. El padre revela al Taciturno su origen, y este sale a la plaza del pueblo a cumplir el duelo contra su padre quien no sabe de su verdadera identidad, por lo que en el momento de la disputa el Taciturno se niega a desenfundar y es acribillado a tiros por José que ve pasando Jeremías. El taciturno le logra disparar y dar muerte y el cura corre a donde el agonizante muchacho y quien, con sus últimos alientos, le hace prometer que no dirá nada. Aquí llega la esposa de José y madre del taciturno, Isabel (Consuelo Luzardo), y el protagonista le conoce antes de morir.

El Taciturno irrumpe en la capilla de pueblo, para descubrir el misterio de su origen.

Todos estos sucesos están desglosados para el entendimiento del lector, pues la trama está sumamente desorganizada y las pistas que deja el director para la comprensión son puestas de una forma tan arbitraria y escueta que terminan resultando como cabos sueltos que dificultan en gran medida el entendimiento de la obra. La sobria y elegante planimetría con la que empieza el filme se ve prontamente truncada con convenciones salidas de la televisión, y la música del compositor Francisco Zumaque Jr. que inicialmente consistía en tonadas de vientos al mas puro estilo de Rio Bravo (Howard Hawks, 1951) resulta gratificante, pero pronto es sacrificada en aras de experimentar con un acid-jazz disonante con el tono de la película. Avanzado en la historia, hay una escena en la que una mujer causa que José Del Valle y sus hombres se vean envueltos en una pelea de bar, y toda la ejecución de la secuencia parece sacada de una película muda de los años 30. Sin embargo, si hay algo que rescatar de la cinta son las actuaciónes de Muñoz y Luzardo, así como algunas piezas musicales de Zumaque. La escena final donde Del Valle mata al Taciturno, y su muerte en brazos de su madre, sin que nadie jamás se entere de la verdad, resulta como una paradoja del destino que también tiene su merito. Es posible que la película se veía mejor en el papel de lo que terminó siendo en el celuloide, pues se evidencia la falta de preparación y la inmediatez con la que son tratadas ciertas escenas. Puede ser que el director ignorase los distintos procedimientos en cada medio, y cuando fue a dar salto de la televisión al cine tuvo que aprender a las malas, pero por lo demás se puede decir que El Taciturno es una película bien intencionada. Sobra decirlo, pero el camino al infierno está lleno de buenas intenciones.

Aquí está la segunda parte de este fenomenal ensayo.


[1] BAZIN, André. “¿What Is Cinema?” London, England, Rialp. 1, [1958-1962]. Capitulo The Western, or the American Film par Excellence, Pag. 141.

[2] ROMERO REY, Sandro. Publicación para revista “Kinetoscopio”, Colombia, Volumen 20. N89, Enero-Marzo 2009, Las Consecuencias del Western, Pag. 107.

[3] ZULUAGA, Pedro Adrián. Publicación para revista “Kinetoscopio”, Colombia, Volumen 20. N89, Enero-Marzo 2009, Bandoleros, Chulavitas y Chusmeros, Pag. 130.

[4] BAZIN, André. The Western, or the American Film par Excellence, Pag. 147.

[5] CAICEDO, Andrés. “Ojo Al Cine”, Colombia, Norma Editorial S.A, Entrevista con Sergio Leone, Pag. 655.

[6] DE LA VEGA, Margarita. Publicación para revista “Kinetoscopio”, Colombia, Volumen 20. N89, Enero-Marzo 2009, El Cine Colombiano Se Halla En Estado Embrionario (Entrevista a Ciro Durán), Pag. 131.

[7] LUZARDO, Julio. Publicación para la revista “Ojo Al Cine” No. 3, Colombia, 1976.

John Ford: Stagecoach (1939)

This was one of those years in the Territory when Apache smoke signals spiraled up from the stony mountain summits and many a ranch cabin lay as a square of blackened ashes on the ground and the departure of a stage from Tonto was the beginning of an adventure that had no certain happy ending . . .

“Cuénteme una de vaqueros” puede surgir como una evidencia del desconocimiento de un género narrativo a través de su popularización masiva. Así se me ha antojado pensar al ver que, en muy raras circunstancias, el cine western es pregonado y elogiado en sí mismo. No vamos a mentirle a nadie, todos sabemos más o menos en qué consiste una película del viejo oeste, en la que mediante estructuras sencillas pero ingeniosas un hombre al margen de la sociedad debe elegir entre el amor y la venganza, siendo obligatorio un duelo de revólveres en medio de una calle abandonada por el choque de dos o más fuerzas en pugna. Pero, ¿A qué se debe este conocimiento esquemático de un género cuya sincera intención fue, en sus inicios, entretener con su retrato ficticio del oeste norteamericano mediante económicas lecturas en formato pulp?

El western es constantemente homenajeado como la aventura paradigmática, un arreglo cuidadoso de las teorías de Joseph Campbell, y al menos los países industrializados son enteramente conscientes de eso:

Casi que la filmografía entera de Quentin Tarantino apenas si merece más líneas de las que le estoy dando. Viajemos a Italia y nos toparemos con la obra reivindicativa del legendario Sergio Leone, así como el esmerado trabajo de Sergio Corbucci y muchos otros directores amparados por el Blasón (con B) del spaguetti western. En Japón, el más occidental de sus directores da cuenta del encuentro de dos primos lejanos que inadvertidamente pueden llegar a llevarse muy bien aunque principalmente se hablen por correspondencia, me refiero al chanbara (lucha de espadas) y los ya mencionados duelos de pistoleros, géneros que en Akira Kurosawa parecen fundirse sin mayor costura. En Alemania existe una apropiación del mito llamada Sauerkraut Western (la distinción nórdica del spaguetti) con títulos como Deadlock (1970) de Roland Klick o buena parte de la obra de Harald Reinl, expansor de la saga Mabuse, autor de Der Letze Mohikaner (1965) y de la saga Winnetou basada en las novelas de Karl May. Es más, incluso el infame DJ de trance Gigi d’Agostino parodia la dinámica del oeste en el video de su canción ‘Silence’, con resultados tan bochornosos y deleznables que me rehuso a discutir algo al respecto en este medio.

Salvo que haya licor de por medio.

He ahí un listado, bajo ninguna medida comprensivo o iniciático siquiera, acerca de las numerosas influencias que ha engendrado una de las piedras angulares del Hollywood patinado en oro y nitrato de plata, pero ¿Qué hay del western en sí, las películas que lo iniciaron todo? ¿Alguien las ve hoy en día, más allá del ámbito académico? Arrojemos un poco de cariño a la obra que catapultó el concepto a los más altos estándares de la realización cinematográfica.

Para empezar, John Ford no es un recién llegado al patio en el momento de filmar Stagecoach. No sólo tenía a sus espaldas más de 50 películas (más largometrajes que cortos) sino que también hay un buen grueso de westerns silentes entre ese número, varios de ellos fotografíados por Ben Reynolds (de quien ya he hablado en otras ocasiones) y cuyo flujo menguó debido a los valores de producción requeridos para filmar un sonoro en la intemperie a inicios de los años 30s. Rara vez mejor dicho, en 1937 decide volver al ruedo adaptando un relato corto de Ernest Haycox llamado “Stage to Lordsburg”, pero David O. Selznick se rehúsa a patrocinarlo, por lo que los derechos de la obra hallan ámparo con Walter Wanger en los estudios Universal, y nace así una película a la que, en palabras de David Cairns, “Ford se aproxima con una nueva seriedad, como el gran Mito Americano”.

“¿Fuera de foco, dicen? ¡A callar, estoy creando una LEYENDA!”

Y sí que se trata de un gran mito, coronado con un reparto de luminarias interpretando estereotipos sólidos. Stagecoach narra de manera suscinta y apasionada el cruce de una caravana de Tonto, Arizona, hasta Lordsburg, Nuevo México; otrora simple y ordinario hasta la llegada a la región de Gerónimo, acompañado por la violenta tribu de los indígenas Apache, algo de lo que nos enteramos a través de una comunicación telegráfica interrumpida de súbito.

El áuriga y responsable de la llegada a buen puerto de la caravana es Buck (Andy Devine y su increíblemente disonante voz), un hombre noble y honesto que es tratado como tonto en una tierra tan agreste como la suya, tierra de la que son despachados prontamente el Doctor Boone (Thomas Mitchell) y la joven Dallas (Claire Trevor, el mayor salario de la película), esto último a manos del comité de moralidad del pueblo representado por un grupo de señoras estiradas, que mantienen una estrecha relación con Gatewood (Berton Churchill) el intrigante banquero de Tonto. Cerca de ahí, la elegante Lucy Mallory (Louise Platt) busca a su marido, un oficial del ejército, y con prontitud percibe las atenciones especiales prestadas a ella por el misterioso Hatfield (John Carradine, el padre de David), quien es bien conocido en Tonto por su afición al juego. A lo largo de su último recorrido, Buck tiene noticia del trayecto que el fugitivo Ringo Kid tiene pensado emprender hacia Lordsburg, e ingenuamente se lo comenta al sheriff del pueblo, Curley (George Bancroft), que decide tomar cupo en la caravana, con escopeta en mano, para buscar al prófugo. Así pues, la caravana se dirige a Lordsburg con todos estos pasajeros nada relacionados entre sí… ¡Ah! Sin olvidar al señor Peacock (Donald Meek) quien de manera no-tan-accidental es nombrado por Doc como “Mr. Haycock”, en un movimiento que puede resultar tan homenajeante como ponzoñoso.

La caballería del ejército informa a los ocupantes de la caravana que, dada la amenaza activa de Gerónimo, el viaje queda bajo el riesgo de sus ocupantes. No obstante, nadie en el vehículo parece tener motivos para no querer adentrarse en el mundo de riesgo que supone el exterior, y es unánime la permanencia en el viaje. No tardan mucho en encontrarse, a lo largo del camino, con el célebre Ringo Kid (interpretado por John Wayne) y tras el obligatorio intercambio legal entre él y Curley, el vaquero renegado decide unirse a la comitiva, no sin antes hacer entrega de su característico Winchester, el cual lleva por motivos muy particulares. En la próxima parada los espera un cambio de guardia de caballería, pero el regimiento que se supone deberían hallar ahí, en el cual se halla el esposo de Lucy, no se halla presente, y el teniente (Tim Holt) se ve obligado a seguir órdenes y abandonarlos a su suerte, viendo impotente cómo se retiran al cruzar los hermosos paisajes de Monument Valley.

“Curley, es la tercera vez que pasamos por esta montaña, ¿Eso al lado no es un telón, acaso?”

El carácter de estos personajes, aunque parezca conflictivamente inmóvil durante la mayoría del trayecto, va cambiando a medida que las peligrosas circunstancias ascienden la apuesta de vida o muerte sobre los ocupantes de la caravana. Eventualmente descubrimos que Lucy está ávida de verse con su marido gracias a “Little Coyote”, un intempestivo nuevo pasajero, y Kid debe llegar a Lordsburg para vengar la muerte de su padre y su hermano a manos de Luke Plummer (Tom Tyler) y sus difícilmente competentes hermanos, mas se siente contrariado al encontrar el amor en Dallas, que le ofrece huir en lugar de seguir arriesgando su vida en lo que queda del viaje. Hasta Peacock se transforma en un hombre asertivo y decidido, aunque la actitud de los demás tripulantes de la caravana hacia él no se ve muy afectada por ese hecho. Incluso las relaciones intrínsecas que podrían darse por sentado van alterándose a lo largo del trayecto, desde la de Buck-Curley hasta Doc-Peacock.

Para tratarse de una producción de no mucho presupuesto, el trabajo final es bastante pulido y evocador. El fotógrafo Bert Glennon ya había trabajado con Cecil B. DeMille en The Ten Commandments (1923) y con Josef von Sternberg en Underworld (1927), justificando que sus planos de Monument Valley y los demás exteriores sean sencillamente exquisitos, más aún si se le comparan con los sets techados en los que se desarrolla la acción de interiores, éstos últimos responsabilidad de Alexander Toluboff, un experto en películas de época. En una nota curiosa, los editores Otho Lovering y Dorothy Spencer violan a menudo ‘reglas’ de continuidad espacial, raccord y ejes, pero aún así son nominados para los premios Oscar® en 1940, sin duda gracias a su habilidad para mantener la emoción en los espectadores.

Envolviendo este cigarro, a pesar de mostrar a los Apache como algo más que obstáculos y resortes para el argumento, hay un cierto grado de comentario social dentro de Stagecoach. Es necesario aclarar que, bajo muy pocas luces, el retrato de la sociedad norteamericana va más allá de la alegoría, y se trata de una reidealización romántica del oeste, aquella con la que hemos crecido y no renegamos en lo absoluto. Hay elementos sempiternos de la ficción ahí inscritos: el banquero corrupto, la noción (aludidamente sexista) de la mujer como una alternativa a la violencia, la civilización como un eje de indiferencia, pero a través de esas claves artesanales se narra una historia que no sólo resiste el embate del tiempo, sino que además crea un universo que, aunque explorado en más de una ocasión, sigue siendo salvaje y fantástico para muchos de nosotros. El río del western adquiere muchas tonalidades a lo largo de su cauce, pero es aquí, cerca a su nacimiento, donde lo vemos más puro y cristalino.

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Aprovecho el postscript para agradecerle a David Cairns por su ensayo publicado en la edición Criterion Collection de esta película, iluminó muchos aspectos que de otra manera habría ignorado. También gracias a Lalo, por verter el nombre de esta obra en una conversación a partir de la cual escribiría este artículo.

Sergio Corbucci: Django (1968)

Espaguetti para todos

Regocije a sus invitados con un fino detalle de coquetería para el paladar, sin que olvide aderezarlo con un toque de especulación hipster para una velada memorable (también puede recurrir al performance artístico si su alma está lo suficientemente perdida en la selva negra).

INGREDIENTES

  • 6 tomates enteros bien maduros
  • 4 cucharadas de aceite de oliva, extra virgen
  • Unos dientes de ajo (al gusto)
  • Sal y pimienta al gusto
  • Queso pecorino o parmesano rayado
  • 200 g aprox. de espaguetti

*Opcional para el artista nacional: una lata importada y sin abrir de EspaghettiO’s® , un abrelatas y unas tijeras.
Si algo aprendí en el examen de aquel selectivo proceso para entrar al validadero/circo de la pedantería y el esnobismo that is my sweet art faculty, es que la gastronomía italiana (o al menos la noción colectiva que se tiene de ésta) resulta no ser del todo italiana, sino más bien un híbrido entre productos de distintas regiones del mundo; el tomate por ejemplo (quid de la cosa nostra) resulta ser un producto autóctono del continente americano, por lo que su inclusión en la improvisada, práctica y nutritiva cocina lombarda no se ubica sino hasta después del siglo XV. Resulta de mi agrado ver cómo se repite la historia más de medio milenio después, con el género conocido como espaguetti western, gran influencia de herr Tarantino y otros hijos de la cultura  sesentera-setentera como el Profesor Rock, los Corleone, los Manson, Travolta, los chicos del Septiembre Negro ¡Y hasta el simpático Lance B. Johnson! Todos unidos por una red extensa de espaguetti.

No tengo idea de lo que quise decir con esto, pero usualmente cuando se habla del género en cuestión suele saltar a la luz el nombre del Maestro, el Poeta, el Fanático… El gran Sergio Leone, con su escasa pero genial obra, de la cual supongo que ustedes se habrán empapado alguna vez; aún si no han visto las películas es probable que de alguna u otra forma hayan tenido contacto, así fuese escuchando la banda sonora de éstas en alguna parodia de las Fantasías Animadas de Ayer y Hoy, o viendo la sección deportiva homónima a la pieza maestra de Leone.

No obstante, las siguientes líneas no son para hablar del Gran Leone, sino de otro realizador cuya obra prolífica ha dejado grandes joyas en el baúl. Apodado cruelmente por los medios de la época como “el otro Sergio”, siendo también frecuentemente omitido por historiadores y críticos hasta el punto de que su legado ha sido casi olvidado, tanto así que aún valiéndose del zeitgeist virtua-pirata, el acceso a su obra resulta difícil e infructuoso. Hablo de Sergio Corbucci, todo un esteta del espaguetti, así que sin más ni más, doy inicio a la primera entrega de la Trilogía Corbucci.

Primera Parte: Ponga a hervir el agua, eche aceite y sal al gusto y luego de que hierva, agregue los espaguetti.

DJANGO (1968)
Tras cuatro largometrajes engullidos por la vorágine del fracaso que nos amenaza a todos, Corbucci logró pegarle al perro con su pieza de culto titulada Django… Django… Django, vaya exquisitez fonética que puede generar una J después de una D, casi suena como una Y… ¡Tan exquisita como la pasta misma!

Ahora bien, digamos que el protagonista (¿Epónimo?) de la cinta tiene ciertos problemas de identidad, y no precisamente con aquel simpático guitarrista gitano. Me explico: el héroe (interpretado por Franco Nero) es un hombre misterioso, vestido de negro, que todo el tiempo arrastra consigo un ataúd por el desierto, y sus conocidos se refieren a él como Django; mas, en un punto de la película, este revela (SPOILERS!) que Django está muerto dentro del ominoso cajón, y no mucho después descubrimos que en el interior de éste se encuentra depositada, nada más y nada menos, que una ametralladora Gatling apropiada para despedazar a sus enemigos. Incluso después de este suceso, el héroe sigue respondiendo al nombre en cuestión, dando a entender que su persona y la poderosa ametralladora son una sola entidad.

La cuestión metafísica de la dualidad podría explicar la munición infinita y la violación de leyes físicas, en especial la del retroceso al disparar un arma.

Resumiendo la trama, Django va por el desierto cargando el ataúd en cuestión, mientras rescata prostitutas y masacra forajidos, pero resulta que los sádicos bandidos pertenecen a la banda del Mayor Jackson, una especie de dictador de la región que disfruta jugando tiro al blanco con los rebeldes mejicanos mientras él y sus hombres portan con glamour prendas rojas, similares a las del KKK.

Una pasarela de la muerte, con el único objetivo de asesinar al bastardo de Django.
“¡No contaban con mi astucia!”

La insolencia de Django lo convierte en un objetivo militar, lo que mueve a aquel a forjar una alianza con un viejo conocido y room-mate de prisión, el líder del bando rebelde: general Hugo Rodríguez, encarnando el arquetipo del revolucionario en una suerte de mix-n’-match entre Pancho Villa y Emiliano Zapata. Rodríguez lucha contra las tropas de Jackson por la libertad de su pueblo, pero como los fondos para la revolución escasean éste planea, con su viejo compañero de andanzas, el robo de un conveniente cargamento de oro ubicado en un fuerte, resguardado por el ejército. Django acepta ayudar a cambio de una tajada del botín. El asalto es exitoso, los ánimos del ejército mejicano están por los cielos, y cuando la celebración se convierte en bacanal, es entonces que salen a relucir los  pelos de roedor desértico en el héroe; en un increíble acto de faltonería decide escapar con todo el oro, mandando así al infierno los sueños de libertad del general y sus hombres, mientras nos dejan muy en claro como a Django le importa un rábano el bienestar y futuro del pueblo frijolero.

El general haciendo gala de su ingenuidad.

Posteriormente Django es capturado y castigado, sucediendo de una forma tan ejemplar y violenta que la escena en cuestión facilitó la censura del film en el Reino Unido hasta dos décadas después de su lanzamiento. Los eventos que suceden a continuación prefiero guardármelos, y esperar que ustedes mismos vean la resolución tan  magistral de esta joya de culto.

Como datos curiosos, en el año 2006 salió una producción japonesa bajo el nombre de Sukiyaki Western Django, fuertemente basada en la seminal Yojimbo de Akira Kurosawa y también llena de referencias a las películas del genero discutido en este artículo, predominando las de Leone y Corbucci; la película es algo surreal y contiene aquello propio de la fritera nipona, así como uno de los personajes es interpretado por el ya mencionado herr Tarantino.

“Soy un pésimo actor…”

Muchas secuelas no oficiales salieron de la película original, pero no sería sino hasta 20 años después que emergería la continuación “oficial”, protagonizada por el mismo actor de la primera, titulándose esta nueva producción Django il grande Ritorno. Corbucci no tuvo nada que ver en esta entrega, más allá de la creación del personaje. Tanto la producción como dirección es italiana, curiosamente el director Nello Rosatti adoptó el pseudónimo americano Ted Archer, vaya a saber alguien por qué. ¿La sinopsis? Django ha abandonado su pasado sangriento para internarse en un convento bajo el alias de Hermano Ignacio, siendo ahora su único propósito hacer el bien y sembrar la paz; sin embargo, un sádico y carismático militar que colecciona mariposas, “El diablo Orlowsky“ (Christopher Connelly) se encargará de traer de regreso al viejo carnicero que todos conocemos. Aunque en lo personal la película tiene algunos momentos, es en general bastante floja y carece de la pasión que registra la primera. Más notorio aún resulta el que toda la producción del film fue realizada en Colombia. Así es, compatriotas, ¡Colombia!… Aunque el marco espacial se desarrolle de nuevo en Méjico. A diferencia de muchas piezas de su género, el ambiente de esta película no es desértico, sino más bien un matorral verde y espeso lleno de indígenas con sombrero y guacharaca; incluso, en un punto de la película le vuelan la cabeza a uno, mientras transporta frutas en su chalupa por el Alto Magdalena, uno de los momentos cumbres ya mencionados.

Ya casi cerrando, a continuación ofrezco el top 3 de los personajes más garras y autóctonos de la película:

El chef de “el diablo”, reposando apaciblemente en su chinchorro.
La esclava favorita de “el diablo”, propia de alguna miniserie de pandillas.
Como Robin es a Batman, Juanito es a Django.

Las últimas líneas de la saga Django rezan:“Volveré, algún día volveré”. Ya han pasado más de 20 años desde estas palabras, tal vez  uno de estos días éste cumpla su promesa y lo haga en otro largometraje, o tal vez regrese como Alf: en forma de fichas.

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Epílogo: semanas después de escribir este ensayo, un buen amigo hizo llegar a mi conocimiento una noticia que me dejo atónito y aquí concierne a todos: se trata de la actual preproduccion de una nueva iteración de Django. Asi es, desde su aparicion en el 76 y tras mas de dos decadas de ausencia, éste cumplira su promesa de regreso. Magno y triunfal, casi sublime, casi un Julio César regresando de la Galia. El medio para dicho ritorno lo marcará un largometraje dirigido por el mismísimo Quentin Tarantino que tanto he mencionado a lo largo de estas letras.

La cinta hasta el momento se titula Django Unchained y su fecha de lanzamiento se estima sea para el 2012. El casting también promete, aunque por ahora sólo sean rumores de quienes interpretaran los papeles; figuran actores del calibre de Leonardo Di Caprio, Jamie Foxx, Christopher Waltz, Kevin Costner, Samuel L. Jackson, Bruce Willis y, cómo no, Franco Nero como tal.

No resta más que esperar cómo se desenvuelven los eventos a venir, por ahora me regocijaré en el éxtasis de la anticipacion: ¡Bendito sea el 2012, año lleno de promesas!