El regreso de la actividad de Filmigrana para el 2012, aunque airoso, tiene la particularidad de iniciar de la mano de esta película. Ya hace un buen tiempo que la ví (diría que una semana o más), y aunque mi reacción ante ella se ha enfríado por diversas circunstancias, puedo decir en estos momentos, con completa tranquilidad, que El Escritor de Telenovelas es realmente la entrada triunfal del cine colombiano a una época dorada de grandes tramas, ostentosos presupuestos e historias conmovedoras que dejarán en el olvido todo lo que hemos visto hasta el momento en la pantalla grande. Sí señores, El Escritor de Telenovelas es tanto una gran revolución como un homenaje, comparable en profundidad y análisis de la sociedad a una película de la talla de El Ángel Exterminador (1962) de Luis Buñuel, aporte de Dago García y su original guión dentro del cual un hombre se vé atrapado en las convulsionadas entrañas de las fantasías más representativas de la sociedad contemporánea. Gracias, Felipe Dotheé, puedo acabar ya mismo este artículo con una gran sonrisa y el corazón en mis manos.
Mmmh… O puede que no sea así, es posible que esté mintiendo, apenas un poco. Salida el 25 de diciembre, al mismo tiempo que Mamá Tómate la Sopa, esta producción del Canal Caracol nos recuerda una vez más los travesaños malditos con los que algunas personas consideran que está techado el cine colombiano, y a pesar de ser unos pocos ejemplares de esta ralea, ciertamente dejan mucho que desear acerca de las personas que tienen las herramientas y posibilidades de realización a su alcance. Es interesante imaginar con qué rostro estas personas han decidido abordar uno de los temas que mejor manejan y le han dado la cantidad suficiente de giros para que los colombianos consideren válido pagar una boleta por algo que podrían ver en casa, por un precio ya pago dentro de la factura de telecomunicaciones. Esos giros, valga decirlo, no es que sean buenos, pero es necesario abordarlos.
Tratándose de una sana costumbre de este espacio, me permitiré hablar primero del director de esta película. Como podrán leerlo a través de su página de perfil en el portal de Proimagenes Colombia, Dotheé ha estudiado y trabajado en áreas pertinentes al diseño y la publicidad dentro del cine, y descontando su trabajo en videoclips o similares esta vendría siendo su primera incursión a la ficción en la pantalla grande. Es una enorme responsabilidad, tal vez no equiparable a su trabajo como sanador bioenergético pero viene siendo un gran peso y, con la ayuda de unos prominentes valores de producción, cruza los portones para abrirse campo en la cinematografía nacional, que espera ser poblada.
Tiene una cierta validez que establezcamos un paralelo entre las películas competidoras de este pasado 2011 y la trayectoria de sus directores, que aunque esta no decida directamente la calidad de un producto ni la excuse (como muy acertadamente apuntó Profano, un fiel lector) sí que puede encauzar las características del trabajo que un director realice, y por eso lo llaman “experiencia” a secas. Gracioso es que Mario Ribero, alguien con un trajín bien conocido en seriados y telenovelas de relativo éxito, haya dirigido la “comedia urbana y rebelde” de la que he hablado con anterioridad, mientras que este sujeto de mediana edad y ascendencia extranjera iniciara su carrera como director a partir del más derivativo y formulaico de los guiones, estando de sobra añadir el escenario de la acción, las mentadas telenovelas.
Por eso, en la adolescente industria audiovisual colombiana donde todo el mundo debe hacer de todo, El Escritor de Telenovelas posee una fuerte semblanza de telenovela aunque en cubierta lo niegue, mostrándose a sí misma como una película que nada tiene que ver con el tema en cuestión y que al final evidencia el engranaje desdentado de este tipo de producciones sin corazón, en las que algunos piñones corren por cuenta propia y se abstienen de mover a los otros. No necesito (y francamente no quiero) ver los ‘Detrás de Cámaras’ para saber que esto es principalmente culpa de Dotheé, a la final él es el director, pero ya en un momento apuntaré puntualmente el por qué.
El argumento es bastante simple y efectivo: Gerardo Olarte (Mijail Mulkay) es libretista de una telenovela para un canal de nombre Corín TV (sí, con lengua en la mejilla) y su más reciente trabajo, que se encuentra actualmente en el aire, es vapuleado en materia de ratings y opinión. Su jefe (Álvaro Bayona) lo tiene al vilo de la cancelación del culebrón y nadie parece creer en él, ni siquiera su propia ama de llaves o su ex-novia (Paula Barreto), que en ocasiones lo engaña con su jefe. De esto último no volvemos a saber nada jamás. La única excepción es una actriz de la misma telenovela con un papel bastante secundario en ella, María (Jo Blanco) que alienta a Gerardo y le recuerda sus éxitos pasados, una lista de nombres sensiblemente patéticos. Tras uno que otro diálogo cuya única función es mover la acción y una petición negada de incluir un personaje nuevo en el programa, Gerardo despierta un día dentro del set de su telenovela, encarnando a ese personaje recién llegado y se empiezan a desenvolver las relaciones entre los personajes escritos y su autor.
Sobre el papel suena como una premisa interesante, independientemente del contexto de las telenovelas, pero ya podemos imaginar que la ejecución deja muchísimo que desear. El elenco de fantasía lo conforman diversos estereotipos más fáciles de hallar en una producción de Televisa de los 90’s que en una telenovela de otra época o latitud, aunque el trabajo de los actores es, cuando menos, bastante rescatable en su credibilidad impersonando personajes de telenovela en tono de farsa. No era para menos. Norma Nivia Giraldo y Juan Pablo Posada en especial logran formar esa empatía necesaria con el espectador para que nos interese lo que está sucediendo dentro de la acción. En ese sentido El Escritor de Telenovelas sabe lo que hace y lo hace mucho mejor que su competencia, aunque no crean que volveré de nuevo a los elogios en broma, esto sólo sucede durante los primeros 40 minutos; la segunda mitad de la película es una guachafita, un desorden vulgar y regionalista carente de proporciones.
¿Cómo es que esta barcaza de aguas dulces naufraga con tanta rapidez? Ya había mencionado atrás que buena parte de esto sucede debido al trabajo de dirección. No me tomen a mal, pero esta película ha sido construída en su totalidad con la sensibilidad de un diseñador gráfico. Hace poco hablaba con un estudiante de esa carrera de la UJTL que mencionaba lo problemático que era para ellos el adaptarse a las necesidades laborales de su campo, después de haber visto un buen manojo de teorías y conceptos con pesados transfondos, cuando el diseñador sólo necesita fabricar y vender en la vida real. Los historiadores del área ni siquiera se ponen de acuerdo si el diseño nació con la Revolución de Octubre, en la Bauhaus o con las litografías de Tolouse-Lautrec, pero debemos ser francos en que a nadie le importa, en un medio tan competido y ajetreado como es ese.
Tras esta pequeña digresión, sería más estúpido que ofensivo decir que Dotheé no es un buen diseñador. Es más, podemos revisitar su página de perfil y ver que los premios que ha ganado han sido por eso, pero gracias a esa pericia ha llegado donde está, y parado sobre la roca de su primer largometraje lo ha embadurnado todo de barniz, betún y natrón, convirtiéndolo en una momia brillante presta a desmoronarse. Este hombre conoce sus juguetes, dollies y steadycams acompañadas de planos de establecimiento a bordo de un helicóptero, pero ¿Todo eso qué? ¿Acaso le dan alguna utilidad narrativa o siquiera estética al producto? ¿O tan sólo ha envuelto un hueso en metros y metros de listones de papel satín, hasta quedar con la consistencia de una almohada dura y usada?
Muy pocas cosas tienen el extraño privilegio de traerme a la memoria Sky High (2005), tal vez el hecho de que la bellísima Mary Elizabeth Winstead y Kurt Russell tienen papeles casi protagónicos en ella; pero involuntariamente una película sobre telenovelas, el medio narrativo con las posiciones de cámara más estáticas y prediseñadas en el que puedo pensar actualmente, atina en poseer esos encuadres inclinados y los movimientos salvajes que sólo una comedia bufa sobre súperheroes puede tener. Todas las conversaciones son un plano-contraplano, y aún así, en El Escritor de Telenovelas todo tiene que girar cuando dos personas hablan, incluso tratándose de los temas más triviales e inofensivos para el argumento. No ayudan mucho el claróscuro y los flashbacks ralentizados, confiriéndole un tono y un ritmo a la película que no subvierten en nada el género, sólo mezclan cosas muy distintas y dejan un encolado seco y chambón al fondo del recipiente. ¿En cuanto al apartado sonoro? Todo, absolutamente todo tiene música incidental de stock, ya sea por un homenaje o exageración del medio en el que se basa esta farsa, o bien porque todavía quedaba mucho formol para embalsamar esta película.
Todo lo anterior sería medianamente aceptable si, reiterando, esto no fuera un clásico decembrino. Si algo nos ha enseñado Dago García a lo largo de su obra es que, entre las tres o cuatro plantillas que ha empleado para escribirla, hay una que favorece entre las demás y le confiere atención especial. Me refiero al ensamble disparatado, o como lo querré llamar desde ahora, “El combo se despapaya“. ¿A qué me refiero con esos términos? Como ya lo saben, Gerardo Olarte empieza a hacer parte de un meta-universo del que es responsable, no en un sentido de ciencia ficción sino más en un sentido absurdo, y de ahí parte la cruz de la película.
Dado el interés que le guardo al tema de los universos paralelos y contenidos, le puse atención a lo que sucedía en pantalla e intentaba ver hacia dónde iba el argumento, hasta que sucedió lo inevitable: el personaje que interpreta Juan Pablo Posada enloquece y chantajea a su creador, en calidad del estereotipo antagonista matón, por lo que técnicamente termina “secuestrándolo” y libera del yugo opresivo a sus compañeros de ficción. Eso es lo que dicen que sucede en la historia, pero en realidad vemos escenas perdidas de In Fraganti (2009) en las que los personajes se desinhiben hasta el punto de perder todo compás moral y de coherencia consigo mismos, haciendo apuntes y comentarios dirigidos a la media de la población colombiana, vista a través de los ojos del responsable del guión. Sobra decir que todo se va al carajo desde ahí, y la opereta vuelve a sus hilos tradicionales.
Hasta ahora todo suena como si le hubiese tenido expectativas a esta película, aún conociendo su transfondo y sabiendo qué personas estuvieron implicadas en ella. He querido ser un poco más decente en esta ocasión, aunque no niego que entre y salí de esa sala sin nada en mis manos, con el alma esperando por fuera de la sala. El dichoso meta-universo de las telenovelas opera a través de un absurdo muy mal construído que se altera cuando se le da la gana, y claro, no pido reglas de la física tradicional pero que al menos se pueda jugar con esa oportunidad. Aunque no patea la lonchera con tanta prontitud y ahínco como si lo hace la película de Mario Ribero, la experimentación va en el campo de lo estético (de lo que aquella adolesce enormemente) pero el desastre no puede ser detenido. En ambos casos, gracias a subtextos tan irresponsables e hilarantes como “las telenovelas son escritas por y para empleadas de servicio” se ahonda de nuevo en los valores cuestionables que se intentan subvertir o bromear.
Y si hubiese la necesidad de parar hombro a hombro a las dos contendientes decembrinas para medir su valor y grosor, podría decir que esta al menos cumple con el objetivo de entretenimiento masivo y no genera dolores de cabeza, siempre y cuando no se le ponga atención a esas inexplicables cámaras giratorias. Pero eso no dice nada nuevo, tal como esta película no es nada nuevo. Caemos en cuenta de que tenemos el capital técnico y humano para producir largometrajes de calidad, mas esas posibilidades están en manos de muy pocos, y la manera como hacen uso de ellas es con estos productos masivos, sencillos y que hay que desechar inmediatamente después de usar. Al menos el final no es tan asqueroso, y se atañe a unas reglas preestablecidas que llevan mucho tiempo funcionando bien, y para ser alteradas se necesita a alguien que sepa muy bien lo que está haciendo. Por lo pronto sólo nos queda esperar.
¡Hey, qué bien!: Álvaro Bayona se goza su excéntrico papel, en medio de todo es sano ver esa disposición para trabajar.
Emhhh: se supone que es una telenovela, y por decreto hay una escena de sexo soft-core. Es tan blanda como se la pueden imaginar.
Qué parche tan asqueroso: la transformación de los personajes de ficción es sólo una excusa para meter chistes altamente flojos con calzador. “El combo se despapaya” es algo a lo que le deben tener mucha precaución.
No hay de qué temer, seguro ya ni está en cartelera.