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Joel Schumacher: Flatliners (1990)

-Inserte Coro Gregoriano-

Cuando tengo oportunidad de hacerlo, suelo traer a colación el primer libro de Edgar Morin, El Hombre y la Muerte (1951) y confiar en que las personas alrededor mío no arrojen sus cócteles hacia mí cuando hablo sobre el capítulo introductorio, “Más allá de la No Man’s Land”, dada mi reiteración en el tema. En éste, el filósofo francés aborda las complejidades del horror a la muerte y cómo el mismo horror hace parte de un proceso (o más un ciclo, por lo pronto) que invita al individuo a alcanzar la inmortalidad. Los métodos para alcanzar esa inmortalidad hasta ahora han sido apenas conceptuales, pero en toda una variedad de culturas se aprecia su efectividad e impacto. Ocultar la ineludible descomposición tras un velo de desconocimiento es el más destacado entre los mencionados métodos, abarcando desde el arcaico entierro hasta la cremación submarina. Un proceso de duelo se lleva a cabo para sentar la idea de la ausencia de esa persona entre nosotros, los vivos, después de que ha “realizado un viaje” o ha “entrado en un sueño” sin que nosotros veamos el cómo, añadiendo así un halo de esperanza al cruce de esa Tierra de Nadie donde habita la muerte.

Sin embargo, ¿Cómo asumiría la humanidad ese duelo, ese horror y esa introducción dubitativa a la defunción, si supiera qué es lo que hay más allá, de donde nadie ha regresado hasta ahora? Es aquí donde le damos a bienvenida a Peter Filardi, guionista de Flatliners y responsable, entre otras joyas, de The Craft (1996), de la que no hablaré en esta entrega por sumo respeto a todos ustedes, lectores.

El argumento de esta película, estrenada en agosto de 1990, nos introduce a una escuela de medicina dotada de una memorable promoción estudiantil, más lista y emprendedora que el promedio. Nelson (Kiefer Sutherland) se encuentra reuniendo un grupo de colegas con bastante disposición e ingenio, con el fin de llevar a cabo un experimento que considera revolucionario no sólo en el campo de la medicina, sino también en la filosofía, la teología y la ciencia en general.  Su equipo no parece del todo confirmado, debido a las implicaciones riesgosas de la osadía de Nelson, aunque inicialmente Joe Hurley (William Baldwin), un casanova con hábitos bastante pintorescos y Randy Steckle (Oliver Platt), un hombre sumamente atento a su desempeño académico, parecen tener la motivación para apoyar la órfica empresa. Eventualmente contactan a Rachel Mannus (Julia Roberts, sí, esa misma), quien parece tener un velado interés por la percepción de la muerte de otras personas, y se muestra confundida ante la idea de Nelson, como cualquier otro ser humano lo suficientemente empapado de conocimientos en fisiología para saber lo laborioso que resulta traer a alguien de entre los muertos. Accede a regañadientes, contrario a David Labraccio (Kevin Bacon), un mesiánico ateo renegado cuya impronta de rebeldía le hace oponerse al dictamen de sus superiores, que no están en la mejor posición para prescindir de su genialidad; parece implacable en su determinación de no ver morir a alguien frente a sus ojos, por lo cual ofrece una negativa inicial, presumiblemente rotunda, frente a la solicitud. Como ya lo mencioné, es un dream team genial, y hasta este punto nadie parece estar en la posibilidad de arrojar la bola al suelo, por lo que podríamos descartar ese detalle como un posible punto de giro.

“Oops… slippery little suckers.”

Nelson, con ayuda de su et. al clandestino, consigue los equipos médicos necesarios para llevar a cabo el revolucionario experimento, que consiste en dejar a una persona en línea (flatline, sin pulso) durante un minuto, para ser posteriormente traído a la vida con técnicas de resucitado, particularmente defibrilación; todo esto, con el fin de replicar y prolongar un fenómeno conocido como la experiencia cercana a la muerte (NDE, por sus siglas en inglés). Es natural que el primer voluntario sea el autor de la idea misma, y es así como Nelson es llevado al más allá, y si alguien no había notado aún que esta es una película de Joel Schumacher, es justo en este minuto de muerte en el que la verdad sale completamente a flote.

Las combinaciones de colores inusuales ya eran una carta de presentación para este director críado entre videoclips musicales, antes de que en la primera década de este siglo los realizadores abusaran del impactante (y estúpido) contraste entre el cian y el naranja, metiéndolo con calzador donde quepa. El lugar donde se realizan los convulsionados experimentas es una capilla que atraviesa un proceso de restauración, en la que se llega a respirar una atmósfera enrarecida, con toda esa luz ténue de viejo bombillo callejero que choca con los azules intensos que emite el equipo médico y la icónica “cama de neón”, que suministra la temperatura adecuada a los cuerpos temporalmente sin vida, así como a los ánimos de los expectadores cuando así es requerido.

El experimento aparentemente es un éxito, reportando un sentimiento de satisfacción y epifanía en un Nelson ya de vuelta, cuyo cuerpo sin vida es socorrido por la oportuna llegada de David a la capilla. Sin embargo el momento resulta pesadamente polémico para los colegas presentes, ignorantes del maravilloso mundo de planos-grúa y colores saturados que hay detrás de la muerte. Las opiniones de todos están divididas, aunque conservan esperanzas de vivir el fenómeno de manera personal, cada cual con su propia perspectiva. Entre los más interesantes se encuentra Joe, cuya inseparable y sucia cámara de video ofrece una visión granulada del momento, y al ser el segundo en pasar a la camilla nos ofrece pronto un poco de su inquietante subconsciente. Lo que nadie sabe es el terrible efecto secundario que viene cuando ese subconsciente es revuelto con el cucharón de las muertes-al-minuto, algo que generará desagradables momentos en el grupo y el retorno de antiguos fantasmas perdidos en algún lugar de la vida, la muerte y la memoria.

A estas alturas debo recalcar que es muy distinta la experiencia de haber visto Flatliners por primera vez en el canal Cinemax, alrededor de 1994, pasado por la noche como si se tratara de un sleeper, comparada con el visionado reciente, empleando terribles prejuicios para evaluar esta obra. Ya sé a qué se dedica Joel Schumacher, y no pude evitar sentir el visionado de algún set de Batman Forever (1995), con una iluminación ominosamente similar o alguna manifestación de la ciudad como un lugar simultáneamente vaporoso y eléctrico. Por otro lado, está la obsesión con el Halloween, evento que Schumacher emplea como firma en varias de sus películas aunque no haya sentido para ello; en el caso que nos atañe los personajes son sorprendidos por una orgiástica e insensata celebración del Día de los Muertos, justo afuera de la capilla de resurrecciones. No voy a discutir que la presentación visual de esas marcas sea deplorable, ni mucho menos; son detalles en los que pondrían mucho tesón tanto el director como el fotógrafo, Jan de Bont, a quien conoceremos indirectamente por haber creado las imágenes de películas tan icónicas como The Hunt for Red October (1990), Die Hard (1988) o Cujo (1983), entre una miriada de maravillas en su hoja de vida.

Mágicos corredores imposiblemente iluminados.

La película resulta bastante entretenida y entrega su carga prometida, tocando un de por sí un terreno peligroso en el área de la ficción, a pesar de construir uno de sus pilares sobre una premisa totalmente falsa, que es la recuperación del pulso en lína a través de la defibrilación. Haciendo una pequeña investigación sobre el tema y discutiéndolo con un amigo, he llegado a una manera pertinente de comentar (empleando sin permiso sus términos) este absurdo que no se da sólo en esta película, sino en muchos otros productos dramáticos que tienen la oportunidad de enseñar un electrocardiograma: imaginen que el músculo del corazón es un obrero que carga cajas, y su labor es llevar las numerosas cajas en sus manos sin que se caigan al suelo. Cuando el corazón está en movimiento de diástole y sístole, esa pila enorme de cajas se mueve de un lado a otro mientras el obrero las transporta, por lo cual sigue trabajando; haremos de cuenta, por otro lado, que los defibriladores son ayudantes que le agarran la carga al obrero cuando está en aprietos, pero ¿Qué pasa cuando ese corazón deja de mostrar señal eléctrica, y por ende da línea en el electrocardiograma? Cuando hay una asístole, el obrero pierde el control de las cajas y las deja caer en el suelo, ¿Para qué habrían de ayudarlo los defibriladores, si ya tiene las manos vacías?

El proceso médico es un poco más complejo (y menos mentiroso) que aquello que he acabado de contar, pero aunque esa pequeña esquirla médica atente contra la suspensión de la incredulidad en Flatliners, no puedo dejar de recomendar la película para una noche ligera de emoción y risas de ultratumba. Todo eso sin olvidar que el reparto, como casi siempre sucede con Schumacher, es de fichado bastante alto, y por ello el producto final algo grato debe tener, ¿No?

No aseguro la ausencia de fatiga después del visionado de esta frenética obra.

John Carpenter: Escape From New York (1981)

Comenzaré por aceptar mi falta de juicio después de un prolongado e inmerecido descanso. Lo lamento. Lo que no lamento es haber tenido la oportunidad de repetir un par de veces más la siguiente película en la filmografía carpenteriana. Por alguna razón creí que se trataría de “The Thing” pero mucho me temo MacReady y los perros siberianos deberán esperar para dar paso a una pequeña joya del cine de ciencia ficción de los 80’s: “Escape From New York”. Snake Plissken, legendario fugitivo y condecorado ex-militar (a pesar de siempre usar un parche en el ojo izquierdo), ha sido recientemente capturado y está listo para ser enviado al Manhattan Island Prison. Sería la primera colaboración fílmica entre John Carpenter y Kurt Russell (la segunda en total después del filme para televisión “Elvis” sobre, bueno, Elvis), y en el actor Carpenter encontraría no solo su alter ego sino además un exponente perfecto para su tipo de dirección. En cuanto a sociedades en cine de género moderno van, tan solo Sam Raimi y Bruce Campbell lograron algo similar a la química de Carpenter y Russell, y la segunda pareja resultó mucho más versátil (sin ofensa alguna a Raimi y Campbell, que se perfilan como posibles víctimas de una próxima edición de Clases Magistrales). Pero más sobre todo esto más adelante.

A grandes trazos, ¿Cuál es la arrebatada historia detrás de “Escape From New York”? Escrita por Carpenter tras el escándalo de Watergate, el guión se sentó en su oficina por largo tiempo ya que las productoras consideraban la inversión demasiado arriesgada. Sin embargo, después del éxito de “Halloween” Carpenter firma un contrato por dos filmes con Avco-Embassy junto a su productora Debra Hill. Sin embargo, tras una segunda lectura encuentra el guión demasiado corriente por lo que trae a su amigo de la universidad Nick Castle (quien había hecho el papel de Michael Myers en “Halloween”) para que le de vida nueva al filme. El resultado es estupendo: Canibalismo, Minas y Big Band Jazz entran y salen del filme al igual que un gran número de personajes, acciones y objetos. Es todo un gran caos organizado al mejor estilo de “After Hours” de Martin Scorsese, pero ubicada en el futuro y con tendencias distópicas. Con un presupuesto de 6 millones de dólares (que, para el que haya seguido la trayectoria, era 5 millones más alto que su anterior) Carpenter se pone a la tarea de recrear Nueva York en un pequeño pueblo en Illinois y el resultado es de nuevo positivo en taquilla para el director: 25 millones en E.U., 50 en el mundo entero.

I Love NY.

Por otro lado, ¿Cuál es la arrebatada historia de “Escape From New York”? El futuro comienza en 1988 cuando el crimen se dispara 400% en los Estados Unidos, y en la antes gran manzana se funda la prisión más grande del mundo: Manhattan Island Prison, donde la ley de la selva reemplaza la supervisión estatal que tan solo está presente para evitar que los reos escapen del infierno en el que habitan. Pero ahora es 1997, y hay problemas. El avión presidencial, bajo el nombre clave de David 14, ha sido secuestrado por el Frente Nacional de Liberación de América por motivos de fanatismo político y está siendo conducido hacia la destruida ciudad de Nueva York para ser destruido (¿ecos del 11 de Septiembre 20 años antes, quizás?), con la pequeña variación de que El Presidente (Donald Pleasance, haciendo mucho con poco) ha sido expulsado antes del choque y ha caído en la prisión con un maletín esposado a sus manos. Entra Bob Hawk (el habitualmente fenomenal Lee Van Cleef) que tras un fallido intento de rescate (que acaba con uno de los habitantes de Manhattan entregando a las autoridades el dedo cercenado del mandatario) llama a Plissken antes de que este entre a cumplir su condena para proponerle un trato. Su trabajo: Sacar al presidente de la prisión ileso con los contenidos del maletín en menos de 24 horas. Sus armas: Estrellas Ninja, una ametralladora con silenciador, un rastreador del presidente, un walkie-talkie, y un reloj que le dice cuanto le queda de vida y le permite mandar señales al exterior. Su recompensa: Libertad inmediata. Su castigo en caso de ineficiencia: La muerte. Hawk instala dos pequeñas cápsulas de explosivos (about the size of a pinhead) en las arterias del cuello de Snake que serán detonadas en el tiempo límite del rescate, así asegurando que no escape (de Nueva York) y emprenda camino hacia Canadá. Ah, y su opinión: When I get back I’m gonna kill you.

El señor presidente.

Snake Plissken es en muchas formas el personaje más definido que Carpenter llegó a crear en toda su carrera (o lo que va de su carrera, por lo menos). Ahora, mientras es válido decir que uno de los fuertes del director NO es crear personajes tridimensionales y realistas, SI es uno de sus fuertes la creación de personajes vívidos y memorables (como lo hace con lugares y ambientes). La mayoría de sus personajes están al borde del arquetipo (cuando no son, en efecto, el arquetipo en sí) pero funcionan por varias razones. La primera viene del talento de Carpenter para encontrar actores que logran llevar su material a un nivel más pragmático. Russell (y todo el reparto de “Escape From New York”) es un estupendo ejemplo de esto. Mientras la productora estaba intentando empujar a Charles Bronson y a Tommy Lee Jones por el papel, Carpenter, basado en su experiencia con Russell en “Elvis”, inmediatamente decidió a favor del último, quien estaba deseoso de romper con su imagen inmaculada (por años de trabajo en Disney) y probarse a si mismo como una presencia impactante y temible. Sin su actuación y sus matices, el filme falla. Los que nos lleva a la importancia de la presencia para Carpenter. Ya en “Halloween” había discutido como este factor es decisivo para la efectividad de Myers. Lo cierto es que aquel tácito impacto físico, aquella innombrable característica que simplemente presenciar nos trae, es la base, incluso el combustible, con el que avanzan las películas del director: Desde “Dark Star” hasta “Escape…” todos los héroes masculinos de Carpenter tienen esta cualidad: Plissken, el Dr. Loomis, Napoleon Wilson e incluso Talby son personajes que son complejos de imaginar sin sus contrapartes físicas. Para Carpenter, sus personajes no son más ni menos importantes que las acciones que cometen o que los mundos que les rodean. Y del mismo modo en que aquellos mundos no podrían funcionar sin los personajes que les habitan, los personajes no funcionarían sin aquellos mundos que les definen. Es un gran ecosistema del cine de género. Lo que deja que Carpenter traiga consigo características para personajes del cine de género. Sus héroes son anti-héroes. Estoicos, imperturbables, solitarios, maquiavélicos y fríos, son exponentes de hombres que han visto lo peor de la humanidad y a pesar de no querer redimirla, no tienen en sus planes salir de ella. La entienden, pero no la aceptan. Saben que tienen una labor que cumplir y la cumplen a cabalidad. La influencia del Western sobre Carpenter siempre ha sido clara, pero nunca tanto como en sus personajes.

Snake Plissken, vaquero futurista.

En el caso particular de Snake Plissken hay además un resentimiento, un rechazo a la sociedad. Su respuesta inicial ante el trato de Hawk viene con desprecio a la nación que le había proclamado un héroe: I don’t give a fuck about your war or your president, dice Plissken con toda la calma del mundo. Para él, estar dentro o afuera del Manhattan Island Prison es lo mismo. Hawk es igual de corrupto y tramposo que cualquiera de los miles de reos en la prisión, solo que tiene poder. Una vez se resigna y acepta su trabajo, actúa veloz y sigilosamente. Nunca corre. Camina de lado a lado observando y actuando cuando no tiene más opciones (una de las escenas más potentes del filme ocurre cuando Snake está en uno de los lugares más oscuros de la ciudad y una grupo de punks está preparándose para violar una chica inconciente. Snake simplemente sigue avanzando, su compás moral tan inteligible como siempre). No hay que olvidar que “Escape…” es una carrera contra el tiempo y contra la noche, que son temas que han obsesionado a Carpenter desde el comienzo de su carrera. Así que la imagen de Snake caminando parsimoniosamente mientras fuma al avión que le va a llevar a su posible muerte es más que una imagen fascinante: Es una perfecta descripción del estado de mente del personaje.

Así, Plissken se infiltra en la ciudad destruida, aterrizando su avión sobre el techo del World Trade Center, y baja para encontrar en Nueva York su misión más compleja. Por supuesto que no voy a revelar lo que ocurre, ya que allí yace el alma del filme. Claro está, Plissken conocerá aliados, (Ernest Borgnine, brillante, hace las veces de Cabbie y Harry Dean Stanton hace las veces Brain, un viejo conocido) se enfrentará a enemigos (uno particularmente desquiciado en The Duke, el gran Isaac Hayes en uno de sus pocos papeles fuera de Chef en “South Park”) y buscará la manera de salirse con la suya. Lo cual, a la larga, tanto él como Carpenter lograrán.

– You’re gonna kill me now, Snake?

– I’m too tired. Maybe later.

John Carpenter: Dark Star (1974)

¡Ah, John Carpenter! Máscaras de William Shatner, guardianes asiáticos del infierno y estómagos que abren sus fauces para desmembrar doctores. Pero ya habrá tiempo para descubrir su estupenda parafernalia de violencia.

“Astronauts are all supposed to be mentally stable.”

Resulta por lo menos curioso que la primera película del auteur de terror (lo cual es simplificarlo demasiado, lo acepto y lo lamento) sea una comedia. Por supuesto, no se trata de una comedia cualquiera ya que contiene astronautas barbados, bombas y naves parlantes y criogenia. Escrita por Carpenter y Dan O’Bannon (escritor también de “Alien” y “Total Recall”, director de “The Return Of The Living Dead” y uno de los muchos encargados de efectos especiales de “Star Wars”, que por cierto toma prestados un par de efectos de acá) y filmada por míseros 60,000 dólares, “Dark Star” cuenta la historia de cuatro viajeros espaciales (Doolitle, Pinback, Boiler y el solitario Talby) cuyo trabajo es rondar el universo destruyendo planetas inestables para crear galaxias habitables.

¿Sus problemas? Más de la ocasional tormenta de asteroides: Llevan 20 años rondando el cosmos (que se traducen en tan solo 3 años de vida física) y tienen una demora de 10 años en comunicación con la tierra, hay una fuga de radiación en la nave, su capitán murió en un accidente y fue congelado criogénicamente en uno de los cuartos de la nave. Un extraterrestre que tienen de mascota les hace la vida miserable cada vez que puede (extraterrestre que consiste de una bola de playa maldita que rebota de lado a lado) y una falla eléctrica hace que una bomba se active cada vez que puede.

Alien según John Carpenter en 1974.

Este tipo de detalles son los que hacen de “Dark Star” un experimento tanto fallido como valioso. Fallido porque la película no funciona totalmente ni como comedia ni como ciencia-ficción. Para empezar hay una presencia de los 70s en cada plano del filme: está la música de sintetizadores (compuesta como siempre por el mismo Carpenter), las barbas al estilo de Jerry García, las revistas eróticas de 5 centavos. Los actores no son particularmente brillantes tampoco (el mismo O’Bannon hace el papel de el molesto Pinback y se rumorea que el acento de Dre Pahich (Talby) era tan complejo que el mismo Carpenter tuvo que doblar todos sus diálogos), pero el interés del egresado de USC por el minimalismo emotivo en este campo se hace evidente desde el comienzo (minimalismo que Kurt Russell llevaría a su máximo esplendor en sus colaboraciones con el director). A esto se suma que los personajes son particularmente unidimensionales y la falta de una estructura cohesiva o una lógica narrativa (que en casos más tardíos en la carrera del director funcionaron a su favor, como en “Big Trouble In Little China”).

Sin embargo, la razón por la cual la película falla en tantos niveles es porque su creador es demasiado ambicioso (tanto que es difícil señalar que diablos es el producto final) lo cual es en cierto modo lo que le otorga el valor al filme. Carpenter y O’Bannon (también encargado de efectos especiales) usan tan bien su reducido presupuesto que es imposible no maravillarse con secuencias del filme. Las mejores escenas ocurren cuando el filme se adentra más allá de la comedia física y cuando pone en juego la sanidad de sus personajes: Doolittle, que se auto-designó el capitán de la nave tras la muerte del antiguo capitán Powell recuerda que su actividad favorita era surfear en Malibú pero no recuerda su nombre de pila. Pinback nos muestra su diario grabado y sus cambios físicos y mentales de un agresivo tripulante a un sumiso bromista. Talby está obsesionado con los asteroides Phoenix (que viajan por todo el universo y cambian de color) y se rehusa a salir de su cúpula donde puede ver en sus palabras “todo lo que ocurre”. Boiler pasa el tiempo libre jugando con una navaja y fumando tabaco. Y el mismo Powell solo tiene una incógnita al salir de su letargo: “¿Cómo van los Dodgers?”

Boiler, Doolittle y Pinback en acción.

De todo el filme una secuencia en particular nos deja ver el inconfundible estilo y sentido del timing de Carpenter (curiosamente la escena más pretenciosa): Doolitle sale de la nave para dialogar con la bomba No. 20 para hacerle cambiar de parecer (e impedir que estalle) pero acaba convenciéndole a través de racionalismo (contra el empiricismo radical de la bomba) de que es un Dios. La carrera contra-reloj nos recuerda que el cine en gran parte es una carrera contra el tiempo. ¿Tenemos el tiempo suficiente para dejar al espectador satisfecho? ¿Cuánto debería durar una película? ¿Cuánto un plano?

El cine de género entre el cual Carpenter encontraría su nicho más adelante vendría a pulir su talento y su creatividad desbordada y a responder muchas de estas incógnitas. Su opera prima, sin embargo, funciona como una predicción de su prolífica carrera por venir (su manejo de los bajos presupuestos le traerían frutos tanto en “Assault On Precinct 13” como en “Halloween”) como del futuro de los filmes de Ciencia-Ficción (O’Bannon tomaría prestado tanto del guión en “Alien” como de sus efectos en “Star Wars” y la reciente “Moon” funciona casi como una re-imaginación de la premisa original). Finalmente, por negativo que parezca este escrito (que no lo es), lo cierto es que no puedo esperar a hacer la siguiente nota, y ver la evolución de Carpenter de recursivo estudiante de cine a uno de los mejores directores de su época. Así que sin más:

“When you hit the atmosphere you’ll start to burn. What a beautiful way to die.”