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Erich von Stroheim: The Wedding March (1928)

En principio resulta difícil considerar la posibilidad de superar su obra cumbre, Greed (1924) con trabajo posterior, e incluso, encontrar plaza con algún productor que pueda todavía confiar en este excéntrico y osado individuo, en lo que parece ser una nueva enorme épica de romance y dolor. Con ese bagaje de dudas y prejuicios el principio de esta película avanza lenta y dolorosamente, abriéndose paso en la credibilidad y asombro de los espectadores que hayan observado sus obras anteriores. Pero, tal como “El Hombre de Hierro” que figura en The Wedding March como un antagonista abstracto, esta película logra su cometido de manera implacable y ominosa, dejándonos con un extraño sabor de boca al final.

Von Stroheim, con su propio dinero y bajo el amparo de la Paramount y Jesse Lasky, junta y dirige de nuevo a gran parte de su equipo tradicional de producción, entre esos su confiable cuñado Louis, así como el reparto que ya conocemos de películas anteriores. Zasu Pitts, Dale Fuller, Cesare Gravina y Hughie Mack viniendo directamente de Greed; Maude George, por otro lado, con una trayectoria más amplia, habiendo participado en Foolish Wives, The Devil’s Passkey y Merry-Go-Round; y, “recién salido” de The Merry Widow está el prolífico George Nichols, ya un curtido actor de cortometrajes desde 1908. Naturalmente, no sería una película original de von Stroheim si él mismo no fuera el protagonista, acompañado por la hermosísima Fay Wray, conocida por ser una intrépida cow-girl y arquetípica dama en apuros, en manos de un primate gigante. Tal como dice aquella frase detestada por uno de mis colegas, “¿Qué puede salir mal?“.

… Yo diría que nada puede salir mal. Tan sólo mirenla, ¿No es maravillosa?

El relato, escrito por nuestro austríaco de cabecera, nos traslada una vez más a una Europa opulenta, decadente y romántica en similares proporciones. Estamos en Viena (iluminada por miles de vatios de luz, si la copia de la película no nos engaña), en el año 1914, y la guerra no parece que fuera a estallar jamás, mientras los miembros de la nobleza continúan regodeándose en su aparentemente infinito libertinaje. En algún momento de la mañana del Corpus Christi, no tardamos mucho en conocer a los principes von Wildeliebe-Rauffenburg, Maria (Maude George) y Ottokar (George Fawcett), una pareja condenada al oprobio mutuo y a la constante deprecación personal, debido a que, aparentemente, no se aman con sinceridad. Aún con eso, el vástago de esta relación es el miembro más pintoresco de esta familia, y podría decirse que de toda Viena, incluso si dejamos a un lado su nombre: (léase de corrido) Nicholas Ehrhart Hans Karl Maria, Príncipe von Wildeliebe-Rauffenburg, Chambelán de Su Majestad y Primer Teniente de la Imperial and Royal Life Guard – A caballo.

Nicky, en una cáscara de nuez.

Efectivamente, lo conoceremos de aquí en adelante como Nicky, y lo que acabamos de ver todos es, sin duda, su statu quo: un estado de permanente corrupción espiritual, alcahueteado por la servidumbre y sus títulos de príncipe y oficial militar. El juego y la prostitución han mermado lentamente sus recursos, por lo que visita a sus padres de manera forzosa para solicitarles más dinero. Ottokar, en un tono distante, le da a Nicky dos singulares posibilidades para salir de su actual falta de dinero: “Blow your brains out… Or marry money!“. En lo que parecen ser dos metáforas, en realidad le sugiere que se suicide o se case por interés. Desde aquí se empieza a desarrollar un curioso comentario por parte del director, que establece el ocaso de la realeza autocrática y atribuida de poderes, en la medida que tiene que depender de la burguesía industrializada para subsistir financieramente. Sin embargo, semejantes pensamientos de panfleto se disipan pronto de nuestras cabezas al observar la relación entre el joven príncipe y su madre, cargada de lascividad y edípica confianza. En lo que podríamos interpretar como un desafío (o actualmente lo es, como nos lo informan los numerosos intertítulos) Nicky solicita a Maria que encuentre a una mujer lo más pronto posible para casarlo con él, que con gusto hará toda una Marcha Nupcial.

La festividad del Corpus Christi es el marco idóneo para que miembros de diferentes clases sociales se conozcan y, tras los primeros 10 ó 15 minutos de exposición, empiece a andar la película a toda marcha. Es ahí donde, frente a la catedral, aparecen los Schramell, una familia que puede o no estar compuesta por músicos, entre los que figuran la bella Mitzerl (Fay Wray), el silencioso Martin (Cesare Gravina) y su mujer Katerina (Dale Fuller), una dama truhán e instigadora de problemas. Curiosamente, aunque son pareja, sus personajes son bastante distanciados si se les compara con los alíados María y Zerkow de Greed. Katerina parece tener, no obstante, una muy buena relación con el señor Eberle, también presente, y su hijo, Schani Eberle el carnicero, un personaje que de primer impacto nos resulta aborrecible, carente de encanto e insensible, lo que facilitará un poco las cosas para nuestro anti-héroe. Un momento, ¿De qué cosas es que estoy hablando? Ah, por supuesto, en esa misma festividad se comenta la posibilidad de casar a Mitzi y a Schani, en lo que también parece ser un acuerdo familiar, porque la joven no se ve muy interesada en el compromiso.

Está claro, quien está a color se roba toda la atención.

Mitzi, al ver al apuesto y brillantemente vestido Primer Teniente, queda embelesada sin mayor explicación. Nicky, teniendo ya un ojo entrenado en percibir diversos tipos de mujeres, nota inmediatamente la atención recibida por parte de ella y le devuelve el gesto, todo gracias a los hilarantes tics y gesticulaciones con las que cuenta el joven príncipe. La secuencia remueve necesariamente los intertítulos, y se transforma en un lienzo para mostrar la sutileza con la que von Stroheim puede abordar un encuentro, algo de lo cual tenemos que estar agradecidos. Además de esto:

No los vemos, pero abajo hay ladrillos amarillos

Sí, la secuencia de la procesión del Corpus Christi fue rodada en Technicolor a dos cintas, verde y roja, que pueden sumar entre ellas el tono amarillo. Preocupado como siempre lo ha sido por el apartado visual, von Stroheim quería ofrecer algo totalmente nuevo e impactante para la audiencia, incluyendo en la colorida pasarela al archiduque Leopoldo de Austria en persona y, no nos digamos mentiras, cumple su objetivo. Aunque no empleó la costosa técnica para otros segmentos de la película, vemos que nunca rebaja el interés por el vestuario, cuidado y esmero en cada detalle. Infortunadamente, sólo hay una persona que se ha perdido de este espectáculo, y es la mismísima Mitzi, debido a un accidente que involucra al caballo de Nicky. En medio del tumulto ella es llevada al hospital, y Schani es sumariamente arrestado, por gritón.

A partir de este punto empieza el desarrollo de la relación entre el millonario-en-picada y la humilde intérprete de arpa, ahora cojeando tras el accidente, encontrándose a menudo en el jardín del hostal donde residen sus padres y es propiedad del señor Eberle. El citado jardín es una reconstrucción en estudio exquisita, cargada de manzanos de pálidas hojas que se desprenden con el viento, como si fuesen flores de cerezo en una clásica postal japonesa. Esto, una vez más, es obra de Richard Day y el mismo von Stroheim, que ya habían trabajado juntos en Greed en el apartado de dirección de arte. Y ya que estamos hablando de hermosos sets y vestuarios evocadores…

Una mágica y elaborada orgía.

Es el momento de recordar que, a pesar de la influencia de Mitzi, Nicky sigue asistiendo al mismo sitio en el que seguramente estuvo antes del inicio del argumento. Un burdel sin nombre y de alto perfil, donde notables oficiales y ricos empresarios van a libarse en torno a prostitutas que, sin duda, son importadas de Ceilán, y un hombre y mujer con pieles de ébano son los que sirven licores y portan ropa interior de acéro. Emocionante, cuando menos. Nicky disfruta del festejo, pero sabe que tiene un encuentro vespertino con “una verdadera flor de manzano”, y decide besar a las rameras antes de partir. Instantes después, Ottokar (ebrio) entabla conversación con Fortunat (George Nichols, también ebrio), un burgués que le propone sellar matrimonio entre Nicky y su hija, la renga Cecelia (Zasu Pitts, pálida y conmovedora) que es heredera de una gran fortuna. Como esto puede sacar a los Wildeliebe Rauffenburg de apuros económicos al instante, Ottokar acepta y la boda se planea llevar a cabo el primero de junio de ese año.

You ain’t heard nothin’, Alec.

Abro un pequeño paréntesis, ¿Ya hablé de los negros del burdel, un hombre y una mujer respectivamente? Pues bien, son Carolynne Snowden y su hermano Alec Snowden; ella, una muy célebre bailarina del Cotton Club y actriz realmente de color en The Jazz Singer y otras películas contemporáneas. En cuanto a él, si su perfil de IMDb no miente, un productor de cortometrajes y películas de crimen y ciencia ficción en los años 50. Nada mal. Cierro el paréntesis.

La situación se torna más problemática en cuanto Schani sale de prisión, y en lugar de obtener ‘street cred‘ en la carnicería, lo consideran un blando por estar en prisión. Enfurecido por esto, se suma la falta de correspondencia que le expresa Mitzi, y llevado rapidamente por la furia promete matar a Nicky. ¿Cuándo? En el matrimonio ya fechado y conocido por toda Viena. Mitzi, por supuesto, se siente engañada, pero después de haber sido expuesta a la irresistible galantería del oficial austríaco decide no abandonar esperanzas aún. El clima imperante parece salido de un “martes ni te cases ni te mates”, pero ese lunes llega finalmente y la boda a regañadientes se lleva a cabo. Gratamente compuesta en materia de música y puesta en escena, lo que vemos a continuación, nuevamente sin muchos intertítulos, son lágrimas, frustración, recuerdos destrozados y una victoria amarga. Schani escupe nuevamente hacia el suelo, riendo sin control y viendo como su situación era casi de ganar o ganar. Un carruaje se dirige a lo lejos, y Nicky decide aceptar su destino.

¡Ja já! Tomen esto, mortales.

Hasta donde todo el mundo tenía entendido, von Stroheim solía escribir guiones en los que el antagonista recibía su merecido, el hombre justo obtenía una victoria, silenciosa o no, y había un atisbo de esperanza y resguardo moral al final. Pero el final de The Wedding March es bastante desconcertante… Si se ignora que es la primera película de una trilogía planeada (y abruptamente cancelada). La acción sigue en The Honeymoon (1928), pero de esta película hablaré con lágrimas secas y mi puño apretado algo de detalle en otro artículo. En cuanto a la tercera película de la trilogía, nunca vio la luz verde en producción, lo cual es una verdadera lástima.

Un punto adicional para las Fuerzas de la Destrucción.

Esta viene siendo la última película completa de Erich von Stroheim en su meteórica carrera como director, y me encuentro a gusto con los resultados. Hacia el final es una pendiente incierta, y refleja en cierto sentido la relación del autor con el mundo del entretenimiento, en particular con Hollywood. Había un amor sincero y cristalino en el trabajo de realización de sus películas, a pesar de sus excesos, pero al final tuvo que casarse con la actuación para sobrevivir, y esa misma actuación le recordaría eventualmente aquello que sentía por su amor verdadero, el que conoció estando en su mayor crisis. Sus películas de romances frustrados, aunque han ganado algo de frivolidad con el tiempo, representan la búsqueda del mito dentro de von Stroheim, el eterno oficial austríaco que pierde todo por encarrilarse en la vía antigua, y si había algo muy profundo en ellas, era la dedicación que este hombre le puso a toda su obra, hasta el más mínimo e imperceptible detalle.

Cómo olvidarlo: la posibilidad de ver esta joya, aunque carezca de sonido por completo.

Erich von Stroheim: Foolish Wives (1922)

Apenas si han pasado 2 años desde su debut como director, y ya nos encontramos con las primeras joyitas en la relación de Erich von Stroheim y sus productores. Con lo anterior no sólo me refiero a que fue lanzada por Universal Super Jewel, una rama de la productora Universal encargada de auspiciar títulos de prestigio por los que se cobraría un precio de taquilla mayor; también hay unos brillantes con muescas que dificultarán el futuro de nuestro director…

Foolish Wives, la tercera película del “noble” austríaco, tardó 11 meses en producción, y después de toda una infinidad de problemas, el filme terminado nos entrega una nueva historia de adulterio, ingenuidad y egos disparados. Escrita por el mismo von Stroheim, narra la llegada a Monte Carlo del embajador norteamericano Andrew Hughes (interpretado por Rudolph Christians), con su esposa Helen (Miss DuPont) donde coincidencialmente dos “princesas” rusas, Olga y Vera Petschnikoff (Maude George y Mae Bush) se hallan aparentemente vacacionando con su primo, el Conde Wladislaw Sergius Karamzin, capitán de la 3ª de Husares de la Armada Imperial Rusa (interpretado por…).

“No se quejen si no se vieron El Jeque, señoritas.”

Las princesas y el embajador se encuentran y forjan muy sanas relaciones, de una manera similar a como nuestro infame conde lo hace con la mujer de aquel. Tal y como sucede en la precedente Blind Husbands (que podría intercambiar su nombre facilmente con esta película y nada malo sucedería) la forastera se aburre, y es el carismático y coqueto oficial quien se encarga de divertirla a lo largo del Monte Carlo reconstruido en el set, con todos los lujos imaginables del sitio en el que está basada la locación.

No obstante, no tardamos mucho en descubrir la verdadera intención de las princesas artificiales y su primo casanova: sonsacarle dinero a los aristócratas (y ligar de cuando en cuando, si el tiempo lo permite). Sergius, con el fin de ser lo suficientemente galante y auténtico como para recibir la atención de Helen, derrocha cantidades enormes de dinero, lo que lo empuja a solicitarle dinero a Cesare Ventucci (Cesare Gravina, que hace de Zerkow el judío de Greed), un contrabandista que emite dinero falso y que cuida de una bella joven (!) que palidece en cama. No siendo suficiente, Sergius también se remite a recibir un préstamo de su propia críada, Mariushka (Dale Fuller, ¡la críada mexicana de Greed!), quien está enamorada del conde.

Por fortuna, esto no vuelve a suceder jamás.

Todos pasan un delicioso rato en el innecesariamente costoso Casino: una fiel y ostentosa recreación de un sitio lúdico semejante en Monte Carlo. Hay trajes de seda, lujosas cofias nocturnas y tuxedos auténticos. Incluso, el dinero que circula es tan real que von Stroheim fue arrestado en plena producción por contrabando, de lo cual se salvó aduciendo a que se trataba tan solo de ‘la utilería de una película’. Así es que se crean los personajes.

Sea como fuere, Sergius le envía una pequeña y comprometedora carta a Helen, citándola en la torre de su condominio (inequivocamente nombrado “Villa Amorosa”, porque algo parecido a “Karz’ Love Shack” habría sido suficientemente disuasivo para la esposa del dignatario). Sergius se encuentra con Helen y, lamentablemente, Mariushka es testigo invisible de la tórrida conversación entre ambos. Salvando la inocencia (otra referencia a Greed…) deja que la relación entre su patrón y la mujer que lo visita arda como es debido.

Hay bomberos, ‘trackings’ de cámara, manos agitándose en el aire y no pocas referencias/homenajes a The Birth of a Nation, tras los cuales llega un Andrew confundido y sin idea alguna de lo que sucedió con su mujer. Ahora, los fieles y muy atentos lectores estarán pensando en estos momentos “¡Claro, la carta! El marido, hasta ahora totalmente ajeno a la trama, leerá la carta y descubrirá al conde justo a tiempo“, tal y como sucede en Blind Husbands; pero, ante el beneficio de la duda, podríamos decir que eso sinceramente no puede suceder porque von Stroheim ya empleó ese mecanismo narrativo hace menos de 2 años, ¿Cierto?

Eran buenos los tiempos en los que cada esquela, carta o telegrama venía con su respectiva cabeza holográfica.

Supongo que no sobra revelar que von Stroheim no tiene formación académica en teatro, literatura o cualquier medio que se le parezca. Así bien, llegamos a un final revelador, en el que se nos demuestra irónicamente que las apariencias engañan, y no hay nada mejor que el amor auténtico. Sabiamente dicho por un hombre con múltiples personalidades.

Debo confesar que lo anteriormente escrito no rinde el debido culto a la presunta “primera producción de un millón de dólares” (ya sabemos que el maestro Griffith se adelantó con Intolerance e invirtió el doble de esa suma) y que quedan muchas cosas por fuera para relatar, pero si nos ponemos a pensar que el original duraba alrededor de 9 horas y fue recortado tanto durante como después de la producción, sólo nos queda apelar a la imaginación para saber qué otras tramas se habrían desenvuelto en la película. Seguramente había alguna explicación de por qué Cesare le pasaba dinero con tanta facilidad a Sergius, o bien, tendríamos tal vez un final más profundo y extendido del que actualmente podemos ver.

No obstante, lo que sí quedó impreso en la película y hoy día podemos apreciar es la soberbia actuación, que no guarda ningún vestigio o relación con el teatro. La dirección de arte, como ya se ha dicho implícitamente, es magnífica. Qué decir de la fotografía, llena de texturas y golpes de luz que he podido apreciar incluso en la putrefacta versión que poseo. Seguramente resultaría muy difícil recuperar la inversión e incluso ganarle algo al producto final, pero lo que para muchos directores habría sido el fin de su carrera, fue apenas un foco de notoriedad para un excéntrico von Stroheim, preparándose para fabricar su cruz y obra maestra, su Apocalypse Now, su propia condena…

Ustedes no las ven, pero abajo de ese peñasco hay 2 películas.

Si su interés va más allá de la lectura, pueden descargar la película en este enlace, legalmente.

Erich Von Stroheim: Blind Husbands (1919)

La opera prima de uno de los grandes directores de principios del siglo XX, es también un drama con un argumento muy concreto e incluso con giros y situaciones divertidas que mantienen al espectador en su asiento. Drama, 1919, blanco y negro, silente… ¿Cómo puede ser esto posible?

“¿No fue eso lo que dijiste, Ramón?”

Erich von Stroheim (1885-1957) no pasó desapercibido en la historia cinematográfica de los Estados Unidos, dado su extraño carisma, su exótico porte y su innegable entusiasmo a la hora de dirigir el curso de una película (ya fuera detrás como al frente de la cámara). Habiendo granjeado una mínima reputación como actor en cortos del obscuro guionista John Emerson e incluso habiendo participado en la magna Intolerance (1916) de D. W. Griffith, entre otros roles, el austríaco de origen humilde aunó dinero suficiente para adaptar al celuloide uno de sus escritos, “The Pinnacle”.

Presentada por Carl Laemmle, esta sencilla historia de un triángulo amoroso toma lugar en los alpes austríacos, presumiblemente cerca al Monte Cristallo (donde se rodó en locación la primera película de Leni Riefenstahl) lugar en el que una pareja de acomodados ciudadanos norteamericanos, Margaret y el dr. Robert Armstrong (interpretados por Francelia Billington y Sam de Grasse) van a pasar sus vacaciones, coincidencialmente acompañados por el teniente Erich von Steuben (impersonado por el mismo von Stroheim), quien desde un principio nos es advertido como “oficial de caballería, con una gran apreciación de tres cosas: Vino, MUJERES, Música.”

Por lo menos, mujeres encontrará.

También nos presentan, en otras circunstancias, al Silente Sepp (interpretado por el enorme Gibson Gowland, con quien me extenderé en una reseña futura), personaje basado en un guía de montaña real, Sepp Innerkofler. Sepp parece tener una relación de amistad con el Dr. Armstrong, como nos lo indica una secuencia con telegrama al inicio de la película, y por este y otros motivos aparentemente sociales, entablará amargos lazos con von Steuben.

Von Steuben, en principio, se mostrará como todo un caballero, tanto con Margaret como con las otras damas del complejo turístico. La esposa del dr. Armstrong cede a estos peculiares devaneos gracias a la falta de atención que éste le profesa a ella, aunque Sepp, siempre atento (y eminentemente mudo) sospecha en todo momento de la sensual conducta del teniente. Incluso, von Steuben es encomendado constantemente por Robert para que cuide y escolte a su abandonada esposa, lo que demuestra muy poca intuición de parte del doctor (y desconfianza hacia Sepp, el hombre que aparentemente le salvó la vida en una ocasión).

Las cosas se complican para nuestro galán austríaco en cuanto este conquista a más mujeres y efectúa más encuentros clandestinos con Margaret. El barbudo Sepp aparece en uno de estos encuentros, pero no se revela a sí mismo hasta que las manos de von Steuben han llegado un poco lejos. Gracias a los constantes flirteos y a su falta de empatía con los locales, resulta muy difícil guardarle cariño a este alter-ego temprano de Erich von Stroheim, sin contar que le resta dimensiones al personaje.

“Manoseándose en el Golgotha, ¿Eh, muchachos?”

Sólo hasta regresar de una desafortunada expedición a las montañas, el dr. Armstrong empieza a atar cabos acerca de los últimos movimientos entre su mujer y el vecino del cuarto contiguo; primero hallando un costoso regalo con una reveladora carta adentro, y luego al leer una valla/profecía convenientemente escrita en inglés. Lo anterior motiva la siguiente media hora de acción pura en las montañas, lo que nos recuerda nuevamente a esa directora infaustamente relacionada con el partido Nazi. Un desenlace que vale la pena ver sin interrupción, aunque el tufillo moralista llegue a incomodarnos un poco en ciertos momentos.

Para tratarse de una película de 1919 el resultado es bastante conciso y escueto, tanto para la época y el director/escritor/actor que nos atañe. La actuación es contenida y gestual, con especial énfasis en el personaje del dr. Armstrong, el más justificado de toda la película. Así mismo, la acción y los planos podemos deberselos en parte a Ben Reynolds que, antes de convertirse en el cinematógrafo de cabecera de von Stroheim, trabajó en numerosos cortometrajes seminales del western con nadie más que John Ford. La iluminación de los sets, aunque en ocasiones artificiosa, al menos pretende crear una atmósfera o una hora del día discernible.

Eso sí, pocos podrían haber adivinado que el hombre detrás de esta obra se transformaría en la enorme criatura que en las semanas venideras intentaré diseccionar. Para quienes quieran verla en su totalidad, la pueden encontrar facilmente en Google Videos como una obra de dominio público. ¿Que da pereza buscar? Bien, aquí está el enlace. [1]

[1] Este enlace fue revisado el día 18 de agosto del 2022, y se reemplazó por un equivalente de mejor calidad en YouTube. Con el ánimo de conservar la integridad del artículo, no se cambió el texto ni las imágenes acompañantes del mismo.