El primer largometraje de ficción dirigido por Errol Morris, el cuarto trabajo en su cuenta personal, es un ambicioso proyecto rodeado de chismes y problemas (lamentablemente no me refiero a la historia de la película), al cual le fue negado el derecho de vivir.
Es una película de policías con un ritmo calmado y contemplativo, lo cual supone de entrada una innovación en este género cinematográfico. Basado en el best-seller de Tony Hillerman, se centra en la historia de Jim Chee, un detective aborígen que se encarga de resolver una serie de crímenes sin mucha relación aparente mientras trata de mantener su constante aprendizaje de las creencias y costumbres de su pueblo. Así pues, la película constituye un referente en lo que a películas de nativos estadounidenses se trata; cuenta además con excelentes actuaciones, principalmente por parte de Lou Diamond Phillips como el protagonista.
La hermosura visual del trabajo destaca a pesar de haber sido gravemente perjudicada por problemas durante la producción. Fotografíada por Stefan Czapsky; ya habitual en el equipo de Morris; la película tiene una atmósfera visual propia de obras como No Country For Old Men, o Paris, Texas, en las que el entorno se convierte en un protagonista más de la historia.
Los diálogos en lenguas aborígenes y el considerable número de nativos en el elenco (Diamond Phillips incluido) dan credibilidad a la historia que sin complicarse mucho en terminos generales, logra entretener inteligentemente mientras nos descubre sus misterios poco a poco.
Contrario a los parámetros del género, aquí son los personajes, más que la trama, los que verdaderamente importan, y el director se encarga de desarrollar al principal de una forma profunda y calmada; vemos como recurre a la sabiduría ancestral para poder resolver el caso, como avanza en su investigación sin meterse en grandes problemas ni pelear con nadie (hasta que los encuentra y…bueno, es una película de policías), y al mismo tiempo lo escuchamos revelando sus deseos más profundos mientras narra la historia, en algunos momentos parece que estamos ante otro documental de Errol Morris, con alguno de sus particulares personajes diciéndonos un montón de cosas que en principio no nos interesan y que luego no podemos dejar de escuchar.
Contrario a lo que puede parecer, lo anterior fue un mar de elogios para una película que simplemente puedo haber sido horrible, o simplemente una más, como de hecho fue tratada, dado que durante algún momento de la producción, el director y el productor ejecutivo, Robert Redford, tuvieron un conflicto que resultó afectando severamente la imágen y la distribución del producto final, que dejó de ser entonces un proyecto cinematográfico y pasó a ser uno de video (al menos en los Estados Unidos) sin siquiera un apropiado cambio de formato, lo cual dañó severamente algunas escenas, en las que se pueden ver sombras del equipo de rodaje y micrófonos, factores que si bien pueden leerse de diferentes maneras según quien los vea, parecen errores, y no ayudan ni al público ni a la película, que es la más perjudicada.