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Errol Morris: The Fog Of War (2003) / Standard Operating Procedure (2008)

Para comenzar, debo decir que no prefiero de ninguna manera el método que voy a usar a continuación para este artículo, creo que es mejor escribir sobre una película en particular y no hacer lecturas reforzadas tratando de hacer que dos o más se “relacionen” cuando posiblemente nada tuvieron que ver la una con la otra; aparte pues, como en este artículo, de haber sido dirigidas por la misma persona (en cuyo caso se debería escribir sobre toda la obra de un director y para que sea soportable la lectura) habría que resumirla como se resume la vida de las personas en sus funerales, sin atención a los detalles y resaltando solamente lo “buena” o (a diferencia de los muertos, que siempre son buenos) lo “mala” que es según quien escriba. Sin embargo, lo voy a hacer por que encuentro varios puntos comunes entre ambas y porque son seguidas cronológicamente, lo cual  se puede ver como un interés particular del director en esta inusual etapa de su carrera, tan enfocada por primera vez en asuntos generales y de interés público.

Tenemos entonces a Robert S. McNamara en The Fog Of War, ex-secretario de Defensa de los Estados Unidos, figura central durante la guerra de Vietnam, la crisis de los misiles en Cuba y quien también participó en la Segunda Guerra Mundial muy de cerca al controvertido general Curtis LeMay; además de esto, trabajó y ayudó a modernizar la compañía Ford, de la cual llegó a ser presidente por un corto tiempo antes de asumir su carrera política.

Vemos aquí a un hombre reflexionando con calma sobre su pasado, con la facilidad de quien está acostumbrado a ser filmado o a dar entrevistas, pasando de un tema a otro con orden y fluidez y con un tono amigable y caluroso que da gusto escuchar. A través de sus ojos vemos momentos críticos en la historia norteamericana y mundial del siglo XX, revisando sus errores y sus éxitos al mando de la guerra en Vietnam, la crisis y el dolor que supuso en él y en la Casa Blanca el asesinato de John F. Kennedy, visto de cerca y sin  el halo de misterio amarillista que siempre ha rodeado ese suceso, por momentos se niega a responder alguna pregunta, porque sabe (y lo dice) que en su posición, aún después de más de veinte años, cualquier cosa que diga puede ser usada en su contra.

Inquieta particularmente su frialdad acompañada de sabiduría, abundan las ideas que de entrada pueden parecer reprobables, pero que en perspectiva son realistas e inclusive optimistas: McNamara sabe que las guerras no se van a acabar en el futuro próximo, pero sabe que se pueden hacer más “vivibles” y más justas. El de esta película es material de incontables fuentes bibliográficas, pero lo que queda en esta obra es algo que a pocas de esas fuentes interesaría, el intento de comprender a este personaje sin justificarlo ni juzgarlo.

Por otro lado, Standard Operating Procedure se siente como la primera parte de The Fog Of War; la película es mucho más cercana cronológicamente al suceso que documenta, en este caso, el escándalo de la cárcel de Abu Grahib provocado por la aparición de una serie de fotografías en que prisioneros iraquíes aparecen con visibles rastros de tortura y en posiciones humillantes junto a militares estadounidenses sonrientes y calmados.

Morris aquí mantiene su actitud usual: no juzgar y escuchar. Los personajes principales son los mismos militares implicados en el escándalo, los que aparecen en las fotos, los que las tomaron, los que estuvieron allí.

La película nos ofrece la oportunidad de estudiar el asunto un poco más profundamente simplemente escuchando a estas personas decir su versión de los hechos, no hay condescendencias de ningún tipo ni intentos de justificación. Lynndie England, quien aparece en varias de las fotos, habla de su tiempo en Abu Ghraib, de su relación con Charles Graner (militar al mando en la cárcel), uno de los principales involucrados en el escándalo y cuya presencia se siente en el documental a través de los distintos testimonios que en general lo presentan como un hombre encantador y dominante que más o menos dispuso el ambiente en la cárcel para  que la toma de las fotos se volviera rutinaria y, por decirlo de algún modo, amena, llegando inclusive a pedirles a los militares a su mando que posaran en las fotos. Escuchar hablar a los entrevistados es, en momentos, conmovedor; de repente comienzan a hablar de las fotos como si fueran de una fiesta (en las que siempre se está sonriendo, cada uno recordando la historia que hay detrás de cada foto y así mismo haciéndonos comprender, que si bien la crueldad y la humillación hacia los prisioneros si existió y los “responsables” recibieron su merecido, estas fotos pueden estar escondiendo mucho más de lo que realmente están mostrando.

Morris realizó una serie para televisión llamada First Person antes de estas dos películas, y llega a este punto de su carrera con una capacidad de síntesis muy desarrollada, aprovechando varios recursos narrativos para dinamizar y hacer más envolvente la experiencia de ver una de sus obras: tenemos animaciones, recreaciones, gráficos, cámaras lentas usadas constantemente, momentos de gran velocidad, una banda sonora cargada, y ante todo, la sensación de estar viendo a los entrevistados a los ojos, hablándonos a nosotros, obligándonos a escucharlos a ellos.

Ambas películas son parecidas en su esencia, en su estilo, y, en su efecto; se podrían intercambiar sus títulos. The Fog Of War es la más elocuente, la más clara, después de todo son más de veinte años los que la separan de los hechos principales, Standard Operating Procedure es más vibrante y menos clara, el tema aun es fresco, difícil de manejar (algunos de los militares tuvieron prohibido participar en el documental por ejemplo) aun está en medio de la niebla.

Es siempre notable en la obra de Errol Morris su capacidad de convertir personajes o temas fácilmente descartables como amarillistas o morbosos en productos reflexivos y profundos; en el caso de estos dos documentales, Morris apropia temas que serían en manos de otro, productos televisivos que más allá del impacto momentáneo no tendrían mayor relevancia y hace de ellos profundas reflexiones sobre el imaginario colectivo, la imagen pública, la imagen en sí misma y nuestra capacidad (o incapacidad) de ver más allá de lo permitido por nuestros ojos.

Errol Morris: Mr. Death: The Rise and Fall of Fred A. Leuchter, Jr. (1999)

En las artes, es la mirada particular de un artista la que diferencia una obra de la otra, para bien o para mal. Lo mismo aplica con las películas, y aunque la frase puede parecer obvia no por eso debe ser pasada por alto.

Francis Ford Coppola, por ejemplo, decidió que su película “The Godfather” (1972) no sería sobre mafiosos, sino sobre una familia, y fue así, con ese enfoque particular, que nació uno de los clásicos del cine mundial. En el documental la situación es relativamente distinta, la asunción general tiende a afirmar que el género es no ficcional; y como tal, lo que vemos es verdadero. Pero no hay que adentrarse mucho en la historia del cine para descubrir que en efecto, el documental es una poderosa mentira disfrazada de verdad a través de datos exactos y entrevistas en vez de actuación, usado para llamar la atención sobre problemas sociales o para promover gobiernos totalitarios por igual, siendo catalogado a veces como cierto y revelador o como mentiroso y exagerado. El documental es injusto por naturaleza.

Y aquí llego al asunto que me concierne: The Rise and Fall of Fred a. Leuchter, Jr. la séptima película de Errol Morris, que aborda el holocausto nazi y la pena capital (dos de los temas más usados para hacer películas, para bien o para mal) de una forma extrañamente particular, en especial para un documental, de una forma extrañamente justa.

Esta es la película de Fred A. Leuchter, Jr, un experto que es contactado por cárceles de diversos estados para hacer mantenimiento o rediseñar los sistemas de ejecución de las mismas. A pesar de no ser un ingeniero certificado, tiene la experiencia, el conocimiento, y sobre todo, la disposición para trabajar en este terreno. Otros ingenieros con más estudios y certificados se niegan a desempeñarse en ese campo por miedo o por simple incomodidad, lidiar con la muerte de esta manera no es para todo mundo.

Pero Leuchter puede y lo hace con bastante tranquilidad, convencido de llevar a cabo una causa noble y humanitaria. Su fijación con el tema viene desde la infancia; su padre, guardia en una prisión, lo llevaba constantemente al trabajo, donde descubrió las fallas que presentaban los sistemas de las sillas eléctricas, que a veces dejaban tostado pero vivo al interno en medio de un charco de orina y excremento (producto de su total  pérdida de control corporales en los últimos momentos), siendo entonces necesario  efectuar de nuevo el procedimiento, con el riesgo que esto implica para los guardias (la orina es un gran conductor de electricidad) y con una crueldad innecesaria hacia el condenado. Morris revela la historia del científico espontáneamente, aprovechando distintos formatos y material de archivo para reconstruir de forma coherente el pasado de Leuchter mientras reconstruye también parte de la historia de las cárceles y deja ver su importancia en la vida estadounidense del siglo XX.

¿Qué clase de vida lleva alguien que es buscado solamente por las cárceles? Pocos pueden responder con certeza, y en momentos la película establece dramáticos paralelos entre el experto y los criminales que habitan las prisiones, ambos son rechazados por la mayoría de la gente, que no puede aceptar a alguien que quebrante la ley, o a alguien que quiere que se efectue de la mejor manera posible.

Leuchter es solitario, toma incontables tazas de café y es así que conoce a su futura esposa, una camarera que relata con prudencia y distancia su relación con el científico. Nunca le podemos ver el rostro completamente, solamente se ven sus labios en algunos momentos y cabe dudar si de hecho los labios que vemos son de ella o son simplemente de otra mujer que la está representando. Su forma de hablar es tan escueta que pareciera que simplemente conoce a Leuchter superficialmente.

De repente, aparece Ernst Zündel, un alemán que asegura que el Holocausto nunca ocurrió, crea polémica entre la gente, forma una base de seguidores, y resuelve contratar a Leuchter para envíarlo a un famoso campo de concentración y comprobar sus afirmaciones científicamente, tomando pruebas de lo que sería la cámara de gas donde han debido morir miles de judíos hace algunos años. Aparte de estar de acuerdo con la pena capital, Leuchter habla poco de sus posiciones políticas y nunca da opiniones relacionadas con el tema del holocausto nazi, ¿Por qué elegirlo a él para semejante tarea entonces? ¿Por qué no a alguien más cercano ideológicamente…? Tal vez porque, como en su profesión, no hay muchas personas dispuestas a hacerlo.

Leuchter va a Polonia con su esposa en lo que él considera como el viaje de luna de miel y ella recuerda como un aburrido viaje a Europa. El científico toma muestras y hace mediciones en el lugar acompañado de un camarógrafo y un traductor, su esposa está esperando siempre en el carro. De vuelta en casa, resultados de laboratorio muestran que en efecto las paredes del lugar no tienen restos de químicos venenosos, el científico lo escribe, y así se constituye el “Informe Leuchter”, uno de los documentos más usados por los negacionistas en el mundo.

Leuchter es bienvenido por la comunidad revisionista, que lo apoya en medio de la polémica que desatan estos resultados y que básicamente acaba con su carrera en las cárceles, su esposa lo deja (por los motivos que hayan sido) y de repente es procesado por ejercer ingeniería sin licencia (algo que al parecer la mayoría de ingenieros hacían en ese momento). Su vida cambió subitamente por una causa que siempre le fue ajena.

Es casi cómico ver su defensa de los hallazgos, histórica y científicamente incorrecta; las muestras fueron erróneamente tomadas y analizadas, y por lo tanto los resultados también son falsos, explica luego el encargado del laboratorio, que según cuenta nunca supo de qué eran esas muestras hasta que lo contactaron para testificar en el caso contra Zündel y Leuchter. Los documentos internos de los nazis afirman la existencia de las cámaras de gases y las fotos y los sobrevivientes de la tragedia no lo niegan tampoco, las pruebas abundan; y sin emabrgo Leuchter continua convencido de lo que cree es ahora su único objetivo en la vida: desmentir el holocausto nazi.

Desde el inicio la película es extraña en su posición frente al científico, básicamente escuchándolo a él solamente, dejando que se cree una especie de empatía con el personaje (algo que no es difícil dadas las características tragicómicas que Leuchter encierra: su forma de hablar, su forma de ganarse la vida o su situación sentimental), y luego la perspectiva cambia y permite que otras personas hablen de Leuchter, de su estupidez, de sus defectos. Morris estructura el contenido inteligentemente, y en ningún momento es esta película partidaria de alguno de los personajes, no condena, pero tampoco asiente. El director toma el riesgo de no ser obvio. Sin embargo, es lo suficientemente razonable como para mostrar que, en efecto, millones de judíos murieron en la segunda guerra mundial, y que las pruebas existen; dejando de lado cualquier ambigüedad histórica que pueda desviar la atención del público, y quedando entonces por contemplar a Leuchter, simplemente Leuchter, para bien o para mal. Morris nos obliga a reflexionar sobre nosotros mismos como espectadores, resuelve no categorizar a sus personajes como buenos o como malos, recordándonos de paso que los humanos somos complejos, algo tan obvio que sin embargo parece ser olvidado con mucha frecuencia por un sinfín de cineastas.

En materia técnica, el documental continua con la tendecia estilística de Morris: la fotografía y el sonido se mezclan para conseguir un efecto casi onírico mientras la exploración temática es compleja. Pero el centro aquí es Leuchter, es su historia vista como Morris la presenta lo queengrandece el resultado.