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Wes Anderson: Bottle Rocket (1996)

Un joven Owen Wilson espía desde los arbustos.

Sólo basta ver la primera escena de Bottle Rocket para darse cuenta a qué género pertenece. Anthony (Luke Wilson) se escapa de un hospital mental al que ingresó de forma voluntaria. A la salida, su amigo Dignan (Owen Wilson) le pregunta si fue necesario sobornar al conserje, un hecho afirmado por Anthony. Toman un bus de regreso a casa (donde Wes Anderson hace un breve cameo) y discuten qué harán después de tan heroico escape. Dignan presenta entonces su plan de vida a 75 años, y de ahí (min. 3:46) en adelante la película se encargará de mostrarnos como no pueden cumplirlo. Anderson no va a tratar de mostrarnos los obstáculos y las durezas de la vida; a él eso poco le importa. Le interesa mostrar cómo sus personajes, que por momentos parecen excesivamente ingenuos, se ven a sí mismos durante sus vivencias, cumpliendo o no sus proyectos. Cierto, esto suena mucho mas serio de lo que realmente es y más cuando se tienen frases y situaciones que tienen el claro fin de hacer al público reír.

Grupo de maleantes.

Anthony está inmerso en el mundo de robos de casas (incluyendo la de sus padres) y de escapadas a altas velocidades, eso sí, sin nadie que lo persiga. Y todo  esto gracias a Dignan con sus delirios de robar al lado del mítico Mr. Henry (interpretado de forma magistral por James Caan). En el camino reclutan a un chofer, siendo Bob Maplethorpe (Robert Musgrave) el elegido, quien cumple el requisito único (tener un carro) con creces. Es interesante ver cómo es Bob el más razonable de los tres, lo cual marca una tendencia de ser los personajes más secundarios los únicos que se dan cuenta de la realidad de las cosas y los que tratan en vano de aterrizar a nuestros protagonistas. Tal es el caso de Grace, la hermana de Anthony, quien le hace preguntas no tan apropiadas para una niña de 10 años y más para un hombre ya de 30. También es el caso de Mr. Henry, que al final propicia un golpe a nuestros héroes digno de la cruel realidad. Sin embargo, en el modo totalmente Andersoniano los protagonistas ven estas realidades y las ignoran totalmente, viendo el vaso siempre medio lleno.

Esta es una comedia y, aunque personalmente no encuentre aquí el mejor ejemplo de humor del director, sí tiene un grupo de frases destacables. “Bottle Rocket” usa un humor que tiende a ser explícito en ejecución (véase la escena de la pelea en el bar para confirmarlo), pero por momentos tiene indicios de la característica sutileza que se verá en sus posteriores filmes. Creería que aunque el humor no es el fuerte del filme, tiene partes que por lo ridículo de las situaciones o por los talentos de los actores que utiliza terminan generando risas.

El inconfundible estilo de Anderson.

Su fuerte está en el componente visual, siendo ésta una primera muestra de lo que serán sus películas posteriores, llenas de vida y de colores. Que nunca llueva en la película sólo acentúa lo colorido (casi siempre en tonos pasteles) de sus escenarios. En “Bottle Rocket” se destaca la toma en primer plano del radio de Inez, (la mucama paraguaya de la cual se enamora Anthony durante la estadía en un motel): cubierta en cuero marrón emana música folklórica latina. Múltiples veces el director muestra sus personajes no por sus comportamientos sino por sus objetos (lo que cargan en sus bolsillos, sus zapatos). Es comos si Anderson crease a sus personajes a través de sus gustos y sus objetos, son estos elementos los que forman sus personalidades. Por supuesto, es cuestión de gustos, y aunque no lo parezca, el director es una figura que polarizadora en el cine.

Colores pasteles e Inez.

Es importante destacar a Anderson como un autentico auteur. A lo largo de sus obras veremos todas las características positivas que conlleva su denotación, especialmente en ese aspecto visual ya mencionado, pero además también en cuestiones de temática. En este caso hay que reconocer un cierto valor a hacer algo tan auténtico, siendo apenas un primer acercamiento. Y siendo una critica común, y muy justa (porque en sus siguientes películas lo vuelve a hacer), Wes Anderson muchas veces sacrifica temas de historia o desarrollo de personajes por mantener ese particular estilo ya establecido. La película, sin embargo, no sufre tanto por esa razón sino por la cuestión de ser su Opera Prima y no lograr lo que hace, digamos, Orson Welles en “Citizen Kane”, de lejos el estandarte en primeros intentos. Ahora, es cierto que resulta injusta esta comparación, pero también es cierto que en general los personajes de Anderson no son siempre los más realistas o mejor desarrollados, pero en sus películas siguientes sí existe un cierto grado de profundidad que “Bottle Rocket” no alcanza, pero intenta alcanzar.

Así, y a manera de conclusión, ésta es una película que marca el inicio de Anderson como un director que más que popular alcanzará un estatus de culto, en gran parte por esas facetas que hacen sus filmes tan característicos. Siendo objetivos, y sin querer mencionar de a mucho lo que va a venir, este es un esfuerzo menor siendo el guión y el relato casi tan ingenuo como sus personajes. Anderson probablemente nunca diría que es de sus mejores obras pero sí le daría una cierta importancia por ayudarlo a asentarse en el mundo del cine.

Hacia el final, Dignan, ya estando detenido en la cárcel, y ante la visita de sus viejos compañeros, mira al horizonte y dice la frase que probablemente el propio director pensó al terminar su rodaje: We did, though, didn’t we? La hora de visitas en la cárcel se terminan y el plano pasa a cámara lenta, un efecto que hará suyo de allí en adelante.

Más por venir.

Errol Morris: A Brief History Of Time (1991)

Los documentales de Errol Morris se caracterizan por iniciar con situaciones específicas y terminar tratando temas generales, profundos, y muchas veces abstractos. Así pues, películas como Gates Of Heaven, acerca de un cementerio de mascotas, o The Thin Blue Line, acerca de un caso de asesinato policial, terminan explorando temas como la soledad o la vejez con sabiduría y comprensión, sin dejar de referirse en ningún momento a los casos de sus protagonistas.

A Brief History Of Time, estrenada el mismo año que The Dark Wind; su primera película de ficción, llega a su obra como algo inusual. Está basada en el libro del mismo nombre de Stephen Hawking, el célebre físico y cosmólogo, pero en vez de reproducir el libro en que está basada, se encarga de hacer un recorrido por la vida del autor.  Y llega como algo inusual en su obra porque Morris nos recibe haciendo preguntas grandes, hablándonos del porqué estamos en el universo, del cómo inició todo, tratando estos temas intangibles que usualmente llegan al final de sus películas, temas intangibles que podrían cambiar gran parte de nuestras vidas si alguna vez logramos entenderlos de una manera distinta.

El paralelo que se forma entra la vida de Stephen Hawking y sus teorías sobre el universo a lo largo de la película es intrigante y dramático; poco después de preguntarnos acerca del inicio del universo, estamos ante el inicio de la vida de Stephen, narrada por su madre y otros familiares y conocidos, y a medida que una enfermedad neuronal se desarrolla en su cuerpo dejándolo inmovil casi por completo, es que este hombre desarrolla su forma de pensar, acerca del origen de la vida misma, superando los obstáculos en la suya (una traqueotomía lo dejó sin voz, haciendo más difícil su comunicación con los demás) y pensando de paso en la de todos los demás.

Los grandes temas son abordados todo el tiempo, contrastados constantemente con las situaciones de la vida real; así, tenemos a la madre preocupada por sus hijos, como cualquier otra, los hermanos que cuentan vivencias cotidianas que capturan a la persona detrás del científico, y aunque hay algunos temas que son debilmente explorados (por ejemplo, la vida sentimental de Hawking, que es muy importante para su desarrollo como persona, es tratada de manera muy superficial), la imágen construida de Hawking resulta concisamente completa.

La película es expresiva y didáctica; trata de explicar mediante fluidos ejemplos visuales algunos puntos del pensamiento de Hawking, pero estos no siempre resultan sencillos de entender, y finalmente, la obra funciona como una introducción al trabajo y a la vida del autor del libro, una entretenida introducción que, aunque puede parecer corta, es altamente satisfactoria y no cede espacio al aburrimiento.

Errol Morris: The Dark Wind (1991)

El primer largometraje de ficción dirigido por Errol Morris, el cuarto trabajo en su cuenta personal, es un ambicioso proyecto rodeado de  chismes y problemas (lamentablemente no me refiero a la historia de la película), al cual le fue negado el derecho de vivir.

Es una película de policías con un ritmo calmado y contemplativo, lo cual supone de entrada una innovación en este género cinematográfico. Basado en el best-seller de Tony Hillerman, se centra en la historia de Jim Chee, un detective aborígen que se encarga de resolver una serie de crímenes sin mucha relación aparente mientras trata de mantener su constante aprendizaje de las creencias y costumbres de su pueblo.  Así pues, la película constituye un referente en lo que a películas de nativos estadounidenses se trata; cuenta además con excelentes actuaciones, principalmente por parte de Lou Diamond Phillips como el protagonista.

La hermosura visual del trabajo destaca a pesar de haber sido gravemente perjudicada por problemas durante la producción. Fotografíada por Stefan Czapsky; ya habitual en el equipo de Morris; la película tiene una atmósfera visual propia de obras como No Country For Old Men, o Paris, Texas, en las que el entorno se convierte en un protagonista más de la historia.

Los diálogos en lenguas aborígenes y el considerable número de nativos en el elenco (Diamond Phillips incluido) dan credibilidad a la historia que sin complicarse mucho en terminos generales, logra entretener inteligentemente mientras nos descubre sus misterios poco a poco.

Contrario a los parámetros del género, aquí son los personajes, más que la trama, los que verdaderamente importan, y el director se encarga de desarrollar al principal de una forma profunda y calmada; vemos como recurre a la sabiduría ancestral para poder resolver el caso, como avanza en su investigación sin meterse en grandes problemas ni pelear con nadie (hasta que los encuentra y…bueno, es una película de policías), y al mismo tiempo lo escuchamos revelando sus deseos más profundos mientras narra la historia, en algunos momentos parece que estamos ante otro documental de Errol Morris, con alguno de sus particulares personajes diciéndonos un montón de cosas que en principio no nos interesan y que luego no podemos dejar de escuchar.

Contrario a lo que puede parecer, lo anterior fue un mar de elogios para una película que simplemente puedo haber sido horrible, o simplemente una más, como de hecho fue tratada, dado que durante algún momento de la producción, el director y el productor ejecutivo, Robert Redford, tuvieron un conflicto que resultó afectando severamente la imágen y la distribución del producto final, que dejó de ser entonces un proyecto cinematográfico y pasó a ser uno de video (al menos en los Estados Unidos) sin siquiera un apropiado cambio de formato, lo cual dañó severamente algunas escenas, en las que se pueden ver sombras del equipo de rodaje y micrófonos, factores que si bien pueden leerse de diferentes maneras según quien los vea, parecen errores, y no ayudan ni al público ni a la película, que es la más perjudicada.

John Carpenter: The Fog (1980)

John Houseman: el peor niñero del mundo.

“John Carpenter’s The Fog” comienza con John Houseman (el famoso profesor Kingsfield de “The Paper Chase”) cubierto de pelo facial blanco y una gorra azul de capitán contando historias de terror del mar a un grupo de niños que le escuchan. Entre estas figura la historia de La Niebla, que cubre a una embarcación y causa su naufragio y la muerte de todos sus tripulantes. ¿La fecha? 21 de abril, 1880. ¿El navío? El Elizabeth Dane. Por supuesto que no es un momento gratuito y la historia no es tan sencilla. Se trata después de todo, del filme de fantasmas de Carpenter y con él viene todo tipo de eventos, desgracias y alegrías. No se trata de su mejor filme (ni siquiera su mejor fracaso), pero para aquel que le tenga cariño al género o aquel que haya seguido la transición fílmica del director, se trata, en sus propias palabras, de un clásico menor del horror.

Bueno, quizás clásico no es la palabra adecuada. Ahora, no piensen mal, cuando “The Fog” funciona es efectiva, desde moderadamente efectiva hasta extremadamente efectiva. PERO, el problema radica menos en su maestría técnica y más en el hecho de que “The Fog” no tiene mucho sentido. Sí, es cierto que no tiene mucho punto juzgar el cine de terror bajo parámetros tan extremistas (“Zombi 2” de Lucio Fulci, después de todo, se esmera en ser ilegible pero es un clásico del cine B). Sin embargo, el problema no es que “The Fog” no sea creíble (no importa sí lo es) sino que no sabe muy bien que quiere ser. O que es. Y por momentos parece ser dos películas embutidas en una.

¿Que diablos hace la niebla?

All that we see or seem but a dream within a dream.

Escrita por Debra Hill y Carpenter, “The Fog” comienza con dicha frase de Edgar Allan Poe y las historias del Sr. Machen (Houseman) pero pronto evoluciona a la historia de un pueblo entero, Antonio Bay, en su centenario (que se celebra el 21 de abril de 1980. ¿Coincidencia?). Conocemos a varios personajes comenzando por el padre Malone (el habitualmente grandioso Hal Holbrook) y su ayudante (el director en un breve cameo) que descubre entre las paredes de la vieja iglesia el diario de su abuelo donde esté explica el pasado turbio del pueblo. Conocemos también a la joven madre Stevie Wayne (Adrienne Barbeau, haciendo las veces de heroína y esposa de Carpenter al mismo tiempo) dueña de la estación de radio que emite desde el faro al lado de la bahía y a su hijo Andy, que no solo está entre los espectadores de Machen sino además encuentra en la playa un viejo pedazo de madera con la palabra “Dane” sobre él (que más adelante es la fuente de la mejor secuencia del filme, apropiadamente espeluznante). Está Kathy Williams, la matriarca del pueblo, (Janet Leigh haciendo las veces de homenaje a Hitchcock) y su ayudante Sandy (Nancy Loomis, en su tercera colaboración consecutiva) ocupadas con los preparativos del centenario. Está el inversionista marino Nick Castle (Tom Atkins) y su fácil novia autoestopista Elizabeth (Jamie Lee Curtis, repitiendo y ahora con su madre), está el meteorólogo Dan O’Bannon (Charles Cyphers, por la tripleta) y el Doctor Phibes (Darwin Joston de “Assault On Precinct 13”, pero enmarcado con gafas). Todos estos personajes se ven afectados por fuertes temblores, vidrios rotos, una densa niebla y la muerte de algunos vecinos desde medianoche hasta la una. En el transcurso de una hora y media sabremos que trae consigo la niebla, quien sobrevivirá y cual es la verdadera historia del pueblo. Lo que suena todo bastante tradicional e incluso esperado, pero en el camino Carpenter nos esconde sorpresas tanto satisfactorias como desagradables.

La menos placentera viene de lo genérico que acaba siendo el resultado final. La película resulta incómodamente predecible en su mayor parte y por momentos parece ser el producto de un estudio y no de un auteur, que Carpenter sin duda alguna lo es. A pesar de los estupendos resultados cosechados por su primera colaboración, Hill y Carpenter deciden en esta ocasión entrar a la violencia gráfica con mucho más detalle. Apuñalamientos y empalamientos son puestos en escena con frecuencia con una sospechosa falta de sangre, pero con el sonido para respaldarlo. Por supuesto que no tengo nada en contra del gore, pero las razones no son la mejores para usarlo en “The Fog”. ¿De que razones hablo? Bueno, básicamente la película tuvo un recibimiento problemático por su director, que al ver un primer corte del filme lo sintió incompleto y flojo. Así que se dedicó a rehacer escenas y agregar otras (incluyendo la aparición de Houseman) y se enfocó en agregar violencia gráfica para competir con el ya violento mercado. El resultado monetario fue un éxito, aunque no de la magnitud de “Halloween”. Hecha con un presupuesto de 1 millón de dólares (que igual más que triplicaba su presupuesto anterior) recuperó la inversión y 20 millones extras, pero aquello no quita de las fallas de la obra: El guión tiene serios problemas de personajes. De hecho, la presencia de un personaje principal es nula, y solo tenemos personajes secundarios vagamente definidos (la mayoría rayan en el estereotipo). Aunque esta parece ser la intención de Carpenter y Hill y es una estrategia que ha dado frutos extraordinarios antes y después (que lo diga Robert Altman), en el caso particular la estructura no resulta particularmente cohesiva o interesante. Lo que nos lleva a otra gran falla: si los personajes no nos motivan ni emocionan, es en gran parte porque el resultado final que vemos hoy día está compuesto en un tercio por la segunda filmación emprendida por Carpenter después de ese primer corte. “The Fog” se debate entre ser una historia de fantasmas más hacia lo fantástico (capitulada por la narración de Machen) y un slasher film en su más pura forma. Es un filme dividido contra sí mismo.

Un grupo de piratas en 1980.

Lo que no nos impide disfrutar de la maestría del director, ya hecho y derecho, en acción. Incluso sus fracasos traen consigo un aura fascinante (y en este caso, secuencias escalofriantes). “The Fog” funciona por segmentos, si no como una obra en su totalidad. El trabajo de Holbrook y Houseman es estupendo, haciendo de sus escenas personales pequeñas obras maestras diseccionadas. La primera noche en que la niebla ataca es admirable, no solo por el racionamiento de presupuesto que ha caracterizado a Carpenter en su carrera, sino por su impecable sentido del suspense, que desafortunadamente acaba empapado de tripas.

Lo que les deja con dos opiniones parciales, las cuales no comparto en realidad. Una de ellas, que no me gusta este filme. Falso, solo que he venido a esperar bastante del director, y cuando no logra éxito en todos los niveles, es decepcionante (aunque igual interesante: algo que nunca será es aburrido y gracias a dios por eso). Lo que no significa que no la haya disfrutado (Que sí lo hice. Después de todo, ¿cada cuanto puedo ver historias de piratas fantasmas sin Johnny Depp?). La segunda, que estoy en contra del gore. Que no lo estoy (una referencia a Zombi 2 debería ser suficiente). Pero sí queda alguna duda de que está segunda (y falsa) opinión, basta con ver “The Thing”, que revisaré pronto. No es que no me guste la violencia gráfica llevada hacia el extremo, solo que se que Carpenter la puede usar como uno de los mejores (que, en mi opinión en esta ocasión verdadera, lo es).

Hal Holbrook nos despide.

Erich von Stroheim: Greed (1924) – I

Avaricia.

¡Avaricia!

AVARICIA.

Este momento se había tardado mucho en llevarse a cabo, momento en el cual escribiría un conjunto de 2 artículos acerca de esta película, mi primera experiencia con Erich von Stroheim y todavía sigue siendo la mejor, en muchísimos aspectos. Todavía recuerdo cuando leí sobre ella hace varios años, en uno de esos incontables libros de “otras 100 películas que debes ver antes de morir“, y la historia del ascenso y caída de un minero que migra a San Francisco y encuentra el infortunio de la mano de la riqueza, fue un gancho definitivo para obligarme a verla. Ah, claro, y el hecho de haber sido pensada para proyectarse en 9 HORAS Y MEDIA.

Estimada base de lectores de Filmigrana, aunque no creo que haga falta recordarlo, estamos hablando de 1924. Los proyectos más ambiciosos en materia de proyección hasta la fecha habían sido Intolerance (1916), del maestro Griffith, y apenas si bordeaba las 4 horas; Les vampires (1915), de Louis Feuillade, ostentaba una duración de 6 horas y media, aunque se trataba de un seriado, con una duración en cada ‘episodio’ de una hora, apenas sensato para no perder la atención de los espectadores. No obstante, ¿Cómo deben tomarse 9 horas y media en esa época?

“Jamás volveré a salir a cine contigo, ¿Queda claro?”

Eso depende un poco de lo que vayamos a ver. En el caso de la mencionada Intolerance, una historia épica dividida en 4 épocas distintas que a menudo se entrecruzan, eso es algo que el público dificilmente llegará a digerir. Greed, por otro lado, adapta y translada a pies juntillas una novela estadounidense naturalista de principios de siglo XX, McTeague (escrita por Frank Norris). En ella, como ya se dijo, se narra la historia del epónimo minero irlandés, que tras la muerte de sus padres se traslada a la pujante y movilizada San Francisco con un sueño más bien sencillo: obtener fortuna y ser libre. Cuando conozca a Trina y a Marcus su vida como dentista empírico cambiará de manera definitiva.

No es que se necesite estudiar para profesar como dentista.

Lo anterior, que funcionaría como un storyline más-o-menos limpio en una película corriente, no equivale ni al 20% de la pelíccula original. Lo que sigue a continuación es más bien difícil de narrar, y por ende, procuraré que se me escape entre dientes, para que tengan ganas de ver al menos la versión uber-recortada de hora y media (más adelante hablaré de esto).

Algo que lo que no podemos dudar ni un instante es que von Stroheim estaba seguro que pondría su vida en esta película, y esperaría lo mismo de su fiel equipo técnico y de actores, que lo acompañaron hasta las últimas circunstancias, tanto en sentido literal como figurado. El reparto es bastante meticuloso, y viene siendo algo como esto:

La asistencia de dirección y la dirección de segunda unidad, imprescindible para una producción de este talante, estaba dirigida por Louis Germonprez, cuñado de von Stroheim, con quien ya había trabajado desde el inicio de su carrera. La fotografía estaba a cargo de William Daniels y Ben Reynolds, ambas prolíficos operadores de la era del cine mudo y buena parte del sonoro. La dirección de arte y los escenarios serían obra de Cedric Gibbons, quien después trabajaría en la fastuosa primera versión de Ben-Hur (1925) y en su hoja de vida acumularía alrededor de 1000 películas como director de arte.

Los actores, en su tanto, eran ya viejos conocidos de nuestro infame austríaco, o bien, estrellas reconocidas por su propia cuenta, como Zasu Pitts (interpretando a Trina, la alemana), ya famosa por sus comedias ligeras, y Jean Hersholt (a la cabeza de Marcus), con un bagaje no menor de apariciones. Resulta difícil imaginar otra opción para el fornido McTeague que no sea Gibson Gowland, a quien ya recordamos por su pequeño pero crucial papel de Sepp Innerkofler en Blind Husbands. Los secundarios logran robarse el show con su aguda interpretación, y no me estoy refiriendo a otros dos sujetos estereotípicos que no sean Dale Fuller y Cesare Gravina, a quienes también ya vimos en Foolish Wives, haciendo de mucama trastornada y judío corrupto, respectivamente; en Greed los veremos destacando en sus papeles de… ¡Mucama trastornada y judío corrupto! Qué maravilla.

Armado con este equipo de seres consagrados al cine mudo y con muchísimas onzas de valor, von Stroheim adopta una postura inusual a la hora de filmar esta adaptación: será tan fiel que rodará en las locaciones descritas en el libro, tomándolo casi como un guión técnico. A excepción del apartamento de McTeague, todos los sitios existían y fueron empleados, tanto los exteriores como los interiores, conviertiendo esta película en la primera en ser completamente rodada en locaciones.

“¡Miren, un funeral!… Luces, rueda cámara, tres, dos…”

Es gracias a esta película que nos resulta apenas creíble pensar en la voluntad y la fuerza de trabajo de alguien como von Stroheim, a la hora de encabezar un proyecto tan ambicioso y rotundo. Aunque se tratara de un terrible problema de ego el que estaba surgiendo en él, fue precisamente el problema lo que lo llevó mucho más lejos que todos sus contemporáneos, aunque volar muy cerca al sol le quemaría las alas, sin duda. La película original fue cortada en repetidas ocasiones, por personal técnico y decretos cada cuál más aislado del original que el anterior.

A estas alturas también debe estar surgiendo una pregunta concerniente a todo ese asunto de las 9 horas y media y los cortes, ¿De qué nos estábamos perdiendo? Cualquiera que haya tenido la fortuna de leer la novela completa sabrá a qué me refiero, porque como ya se dijo, la película es una traslación idéntica, casi que parafraseada del libro (eso sí, para los que imaginaron que verían una interminable hilera de intertítulos entre escena y escena, les aguarda una deliciosa sorpresa).

Es lamentable que muchas de esas secuencias eliminadas sean, sin duda, hitos en la historia de la cinematografía. Una elaborada escena de pelea entre Marcus y McTeague: borrada. El final de una subtrama, la única que acaba feliz en la historia, coloreado completamente en el original: borrado. La lista podría continuar enormemente, pero sintámonos bien por lo poco que nos queda al alcance de las manos, una finísima versión de KINO LORBER en VHS, con fotogramas insertados a partir del plan de guión original y fotografía fija de los rodajes; o bien, la versión gratuita (en italiano) de duración aceptable, que pueden encontrar en Archive.org.

Parece que valió la pena la expulsión de von Stroheim del rodaje de Merry-Go-Round (1923), ya que el resultado de dos años de trabajo en condiciones inclementes sería entregado a principios de 1924, y veremos en qué consiste en nuestra próxima entrega de Filmigrana.

Errol Morris: The Thin Blue Line (1988)

En su tercera entrega, Errol Morris nos presenta una detallada investigación sobre el asesinato de un policía en Estados Unidos de una forma que además de estar estilísticamente al lado de cualquier thriller policíaco, también proporciona una aguda reflexión acerca de las torpezas e injusticias que tiene el sistema judicial estadounidense y por lo tanto de las torpezas que yacen en los cimientos mismos de la cultura de este país.

La reconstrucción del caso es formidable y presenta los hechos tomando como referencia los variados puntos de vista de las personas entrevistadas con un gusto por algunos detalles particulares que solamente se puede agradecer y que; como es usual en la obra de Morris; se ve más en cine de ficción que en trabajos documentales, cautivando al público de una forma similar a la del trabajo de directores como los hermanos Coen o Roman Polanski, o en general, las mejores películas de detectives.

Se nos presentan; entre otros personajes; a dos presos, uno de ellos es Randall Adams, quien  no tenía pasado criminal hasta que fue encarcelado a sus veintiocho años por el asesinato del policía en cuestión; el otro es David Harris, quien está preso por un asesinato sin relación cometido años después en otra ciudad, y ya tenía pasado como bandido la noche que el policía fue asesinado, tenía dieciséis años. Estuvieron juntos buena parte de esa noche.

Es sorprendente darse cuenta como todo parece tan obvio con respecto a quién asesinó verdaderamente al policía y aun así ver las caras de los detectives crédulos y arrogantes con respecto a lo que piensan realmente sucedió.

Además del interés por el caso, Morris se preocupa por crear un perfil de sus personajes que podamos entender; entrevista amigos de los implicados, vecinos de los testigos y personas ajenas al caso como tal pero cercanas a los protagonistas que seguramente no esperarían recordar el incidente luego de haberse dado por cerrado hace más de diez años, reconstruye épocas y hechos y desmiente o afirma testimonios con material visual basado en lo que todos dicen. Al final hay una confesión que pareció  obvia durante la película y no sorprende; pero tampoco pasa desapercibida.

Luego de haber subvertido las reglas clásicas del documental con sus dos primeras obras, Errol Morris llega a su tercera película no tanto respetándolas, sino trascendiéndolas. Es injusto decir que es su mejor película, pero sin duda alguna, es con esta que su fama se consolidó, es aquí que su estilo llega a un punto de madurez que básicamente se convertiría en un cliché para futuros documentalistas y realizadores en general (recrear los acontecimientos que se tratan, como en algunos seriados policíacos, por ejemplo) sin dejar de ser poético y personal (sus encuadres herméticos, el uso de varias imágenes usadas rítmicamente a lo largo de la película, el interés por los personajes  más que por los hechos, sin hablar de la muy apropiada música de Phillip Glass), es aquí que sus encuadres llenos de información sirven para  propósitos prácticos como, por ejemplo, tratar de revelar la verdad acerca de un caso injusto bajo cualquier parámetro, y finalmente muestran la desesperación de una vida perdida y toda la injusticia que la rodea tan conmovedora y claramente como puede ser visto.

Con la ventaja que ofrece la retrospectiva, puedo decir con tranquilidad que The Thin Blue Line trascendió el género documental en otro nivel; ya que además de haber mostrado una realidad, la transformó de verdad. Dada la publicidad que recibió el caso luego del estreno de la película, se abrió de nuevo y Randall Adams, el hombre que fue acusado por el asesinato del policía, luego de haber pasado 12 años en la cárcel y de haber estado muy cerca de la pena de muerte, fue liberado más o menos un año después, demostrando así los alcances que puede tener el género y la producción cinematográfica en general.

Este documental es un poco más cerrado temáticamente que las obras anteriores de Morris, pero no por eso menos relevante hoy. Estados Unidos no ha cambiado mucho por lo que se puede ver, y el mundo no se ha vuelto menos injusto.

John Carpenter: Halloween (1978)

Every town has something like this happen.

Hay algo distinto en “Halloween” desde los créditos iniciales, algo que nos dice que John Carpenter ha pasado la página y comenzado en una nueva. Por supuesto, puede que sea la reputación que la precede (se trata después de todo, de la madre de todos los slasher films norteamericanos de la década de los 80 en adelante, incluyendo toda la saga de “Friday The 13th” y la saga de “Halloween” en sí misma) o quizás las fallas de “Dark Star” y “Assault On Precinct 13” son más aparentes con el tiempo. Pero esta es la quinta vez que veo “Halloween” y lo único que puedo decir es que su poder sigue intacto, es cada minuto tan escalofriante como la primera vez que la vi. Resulta un poco solipsista usar mi historia como enganche, cierto, pero debo decir que a pesar de ser criado en los 90 “Halloween” (junto a “The Shining”, “Alien” y “Killer Klowns From Outer Space”) es un filme que marcó mi infancia a pesar de ser más de una década mayor que yo. ¿Y hoy en día? “The Shining” se ha transformado en un gusto más académico, “Killer Klowns From Outer Space” se ha transformado en una maravillosa curiosidad de culto y mi feudo con el descontrolado Ridley Scott ha hecho que “Alien” haya sido visto tan solo una vez más desde la primera ocasión en 1999. “Halloween”, por otro lado, sigue siendo una película de terror pura y simple. Y es allí donde yace su encanto. No necesita más defensa que la siguiente: “Halloween” asusta. Y bastante.

Ahora podría entrar en el porque el cine de terror está cada vez más predispuesto a asquear y luego desensibilizar que asustar, su propósito original, y de cómo lo más irónico del asunto es que el mismo Carpenter (como visto en el párrafo anterior) es uno de los responsables de esa evolución (o devolución, quizás), pero eso sería el tema de otro ensayo. Sin embargo, con ansias de redimir al director debo culpar a otros, menos por su escogencia de influencias y más por el modo y la razón de usarlas. La razón: Dinero rápido. Pocas películas estallaron a finales de los 70s como “Halloween” lo hizo: 320,000 dólares de presupuesto (presupuesto pequeño al que Carpenter estaba más que acostumbrado) y una idea bajo el nombre de “The Babysitter Murders” rápidamente cambió para convertirse en 60 millones de dólares y una de las películas cánones del cine de terror moderno. El modo: Muchos tomaron su premisa como una fórmula (chicas virginales siendo atacadas por un asesino) pero fallaron en ver que la película de Carpenter era exitosa por razones muy ajenas a su sencilla historia.

La emblemática casa Myers.

“Halloween” comienza el 31 de octubre de 1963 en Haddonfield, Illinois. Se trata de un plano-secuencia desde el punto de vista de un niño disfrazado de payaso. Durante 4 minutos y 10 segundos vemos todo lo que ve: Su hermana y su novio se besan en la sala, suben y apagan las luces, su preparación para lo que viene (un cuchillo y una máscara), el asesinato, su salida del cuarto y de la casa, y finalmente su encuentro con sus padres desconcertados. Es allí cuando vemos brevemente su rostro inexpresivo por primera vez: ¿Michael? De allí pasamos a Smith’s Grove, 1978. El Dr. Sam Loomis (interpretado con delicioso pesimismo por el gran Donald Pleasence) va en carro junto a una enfermera hacia la institución psiquiátrica donde Michael Myers ha sido hospedado desde el brutal evento. Al llegar a las puertas del lugar, una de las más temibles imágenes del filme aparece: Los pacientes mentales en batas blancas sueltos bajo la lluvia. El sentido es claro (y esclarecido aún más cuando un paciente toma el auto en el que vienen a la fuerza): Michael ha escapado.

Y así estamos una vez más en Haddonfield, a donde Michael ha vuelto para revivir la noche de hace 15 años. Nuestra heroína es presentada: Laurie (la pronto icónica Jamie Lee Curtis, estupenda) va camino al colegio donde va a encontrarse con sus amigas, pero antes debe hacer una parada. Su padre, un agente de bienes raíces, está vendiendo la casa Myers. De este modo, Laurie se gana un observador. En clase su profesora dice: Destiny is a very real concrete thing every person has to deal with, así prediciendo lo que va a ocurrir en la noche. Laurie mira hacia la ventana distraída y encuentra a un hombre de rostro muy blanco que le mira de lejos.

Es por supuesto el rostro que se convertiría en un símbolo del cine de terror. Pero su primera encarnación es la más aterradora de todas: The Shape (más adelante en la saga Michael Myers a secas) no es tanto un hombre como una presencia tácita. La mayor parte del tiempo solo observa. Simplemente está ahí, mirando y esperando. Aparece y desaparece. Solo existe. Pero desde que aparece en cuadro por primera vez es una presencia disruptiva. Hay algo sobre su físico que le hace aterrador, y podría ponerlo en términos propios pero el Dr. Loomis lo hace mucho mejor: I met this six year old child with this pale, blank, emotionless face and the blackest eyes. What was living behind those eyes was purely and simply evil. Su falta de expresión y su falta de un motivo aparente para atacar le hacen una presencia maléfica en el peor (y en nuestro caso mejor) sentido de la palabra. Nuestro miedo viene no de lo que vemos sino de lo que no vemos, por ende lo que solo intuimos.

Carpenter nos demuestra toda su experiencia exponiendo la maestría y talento que antes eran como diamantes en bruto (metáfora brusca para el tema). Su manejo del tiempo y la tensión nunca habían sido mejores. No existe en el filme un solo paso en falso: los movimientos de cámara son al mismo tiempo voyeuristas y suntuosos. El hecho de que el filme ocurra en una sola noche hace del manejo de su timing algo aterrador, comenzando por pequeñas muestras y encuentros bajo la luz del sol y acabando por un infierno de persecución en lo más oscuro de la noche. Todo esto auxiliado por una banda sonora estupenda (compuesta, como no, por el mismo Carpenter) que nos recuerda al uso del sonido en “Suspiria” de Dario Argento. Carpenter la usa como arma, pero no la abusa en ningún momento. Se trata de un vibrante tono que aparece y desaparece para ponernos los pelos de punta, del mismo modo en que lo hace el asesino. En cuanto a sus influencias no podrían ser mejores: el cine de Alfred Hitchcock, en especial “Psycho”, con la cual comparte más de una característica.

The Shape en acción.

Lo que nos lleva a las razones por las cuales “Halloween” es exitosa donde muchas que le siguieron fallaron. Es un filme donde el suspenso es lo más importante. Del mismo modo que en “Psycho” la violencia gráfica es escasa: la presencia de sangre y tripas (o gore que llaman) inexistente. Pero además hace que creamos en sus personajes: Laurie es una heroína real por quien sentimos. Nos importa que escape al final de la noche. Loomis encuentra en Michael la labor de su vida, la de mantenerle al margen de la sociedad, pero esto toma un peso que a veces no puede soportar. La psicología y el análisis barato de lo que hay detrás del filme han obscurecido sus motivos (hay quien dice que “Halloween” es un cuento moralista ya que sus víctimas insisten en follar y drogarse y por esto acaban bajo el filo de un cuchillo, que “Halloween” es una justificación de misoginia y una celebración del machismo y que “Halloween” es una película que hace de las mujeres héroes y por ende es feminista) y aunque puede que todos tengan un poco de razón, los motivos de la película son totalmente distintos. Es un filme totalmente sensorial. Y el cine, después de todo, es un placer sensorial, solo que olvidamos esto ocasionalmente en vista de academizar y sintetizar. Basta con devolver el filme un par de escenas en el DVD o un par de minutos en VHS y entregarse totalmente a las emociones que nos cubrirán por la próxima hora y media de entretenimiento. Lo que al mismo tiempo es contradictorio, porque “Halloween” no es solo entretenimiento, pero esa es irónicamente la mejor manera de disfrutarlo. Complejo. Suspiro.

Datos curiosos: El guión de Carpenter y su pareja de entonces Debra Hill (también productora) está lleno de pequeños trozos de sátira: el diálogo femenino escrito por Hill, está lleno de acotaciones de adolescente: I hate a guy with a car and no sense of humor. Totally. Dos personajes son nombrados en honor a Hitchcock: Tommy Doyle (el hermano de una de las víctimas) hace las veces del policía de “Rear Window” mientras Loomis es una clara referencia al personaje de “Psycho” interpretado por John Gavin. Todo esto sin mencionar que Jamie Lee Curtis es la hija de Janet Leigh. El Sheriff del pueblo y padre de una de las chicas (Charles Cyphers, actor fetiche del director) se llama Leigh Brackett, de nuevo homenajeando a la guionista de “Río Bravo”. El filme que da la televisión en noche de brujas es “The Thing” de Howard Hawks que más adelante sería re-imaginada por el mismo Carpenter (este tema será tocado más adelante, pero debo adelantar que será un gran cumplido compuesto de varios párrafos, un poco como el presente) y el disfraz del mismo Tommy es el de astronauta, haciendo referencia a su anterior “Dark Star”. ¿Cómo sabemos que aun estamos en los 70s? Pantalones bota-campana. La máscara de Michael Myers es de William Shatner, más específicamente del Capitán Kirk, así que “Star Trek” en su versión televisiva aún era famosa.

Conclusión. Todo lo dicho antes, datos, juicios y opiniones (e incluso el mismo filme) no tiene valor a menos que entiendan algo. Lo que le hace de “Halloween” algo único es la pasión que consume a Carpenter. Es una pasión que rebosa en cada plano, y ha ocurrido del mismo modo desde su primer filme solo que ahora (ahora haciendo las veces de 1978) el director sabe como invertir su energía más efectivamente. Pero nunca ha perdido de vista que el cine es una profesión de amor. Amor por lo que se cree. Suena cursi, pero más que nada es optimista.

El gran Donald Pleasence, símbolo de todo lo que está bien con el filme.

John Carpenter: Assault On Precinct 13 (1976)

Influencias, influencias. Tan sólo 2 años después de dirigir su influencial “Dark Star” Carpenter pondría sus vistas en el homenaje. Si su primera obra era una seminal pero desconocida aventura en el espacio, su segunda sería el cruce entre un western moderno (moderno siendo la ciudad de Los Angeles en los años 70) y una primera excursión en el campo del terror (en el largometraje, ya que ciencia-ficción y horror habían sido temas fundamentales de sus cortos universitarios). Por supuesto que acabaría siendo una fuerte influencia en sí misma: llamada una de las mejores películas de acción de la década (género en el cual entra y sale constantemente en el transcurso de sus 91 minutos), calidamente acogida por el público y la crítica Europea donde fue recibida como una de las mejores películas del año en el Festival de Londres (es además una de las películas favoritas de Edgar Wright y Simon Pegg que le pagan tributo ocasional en la gran “Hot Fuzz”) e incluso re-imaginada en dos ocasiones distintas por directores franceses (Florent Emilio Siri, “The Nest”, y Jean-Francois Richet bajo el mismo nombre).

Lo cual es en general bastante destacable de un film que es en sí la re-imaginación de otro film que es una gran influencia en sí mismo: “Rio Bravo” de Howard Hawks. La intención original de Carpenter, de hecho, era filmar un western, pero desafortunadamente “Dark Star” no había sido suficiente para poner su nombre entre la lista de confianza de Hollywood, lo que le dejó con un ingeniero de Filadelfia para hacer las veces de productor. ¿Su presupuesto? 100,000 dolares, 40,000 más que en su intento anterior, pero con la misma libertad de hacer lo que quisiera. ¿El resultado? Carpenter decide trasladar su premisa original (una variación sobre “Rio Bravo”) a la modernidad. En el famoso western de 1959, John T. Chance (el perenne John Wayne y el seudónimo usado por Carpenter a la hora de editar su película) arresta a el peligroso Joe Burdette y tiene que enfrentar al ejercito de su hermano Nathan con la sola ayuda de un viejo y cojo carcelero y un alcohólico en rehabilitación, a quien se añade una hermosa viajera, los encargados del hotel local y un joven pistolero. ¿La modernización? El recién ascendido teniente Ethan Bishop (un estupendo Austin Stoker) deberá defender una desolada estación policial con la ayuda del peligroso criminal Napoleon Wilson (un igualmente estupendo Darwin Joston) de una letal pandilla local que busca un hombre que se esconde en el precinto.

La noche hasta ahora comienza.

Por supuesto que la trama es más compleja en ambos casos. En el que nos concierne Carpenter comienza su película con una estructura que desarrolla tres vidas en paralelo: La primera es la del Teniente Bishop (nombre que en el remake de Richet iría aplicado al criminal y no al policía), un joven hombre de raza negra a quien en su primera noche tras su ascenso le es encargada la supervisión de una pronta a ser desalojada estación de policía en Anderson (lugar definido por el filme como A Los Angeles Guetto) donde habrá de pasar la noche junto a las secretarias Julie (Nancy Loomis de “Halloween”) y Leigh (Laurie Zimmer en el tradicional estilo actoral de “menos es más” de Carpenter) y el oficial Chaney (Henry Brandon). Segunda en la lista está la de Napoleon Wilson (Joston canalizando a Charles Bronson en “Once Upon A Time In The West”, reemplazando su harmónica con la muletilla “Got a smoke?”), que está siendo llevado al lugar de su pena de muerte por el oficial Starker (uno de los actores fetiche del director, Charles Cyphers) junto a un par de prisioneros, el pesimista Wells (Tony Burton) y el enfermo Caudell (Peter Frankland), una línea de eventos que Andrew Davis tomaría prestada para “The Fugitive”. La tercera vida, haciendo las veces de catalizador de la historia, concierne a Lawson (Martin West) y a su hija (Kim Richards) que en busca de su niñera en Anderson, acaba en tragedia que a su vez desemboca en una tragedia aún peor.

Lo que nos da pie para hablar de lo que es el comienzo de “Assault On Precinct 13”: Carpenter toma 40 de los 91 minutos de duración de su filme para establecer las reglas del juego. Sin embargo, a medida que pasa el filme (y pasa muy rápido, símbolo de lo auténticamente divertido que es) nos damos cuenta que ninguna escena sobra y cada plano que pasa aumenta la tensión y las apuestas de una manera u otra. Tomemos por ejemplo el heladero de Anderson (por qué un heladero escogería esa como su ruta corporativa escapa a mi razonamiento) que ronda el barrio en busca de clientes pero en su lugar encuentra un grupo de hombres que ronda las calles en un auto negro. Ambos autos cruzan caminos. El heladero les mira y estos le miran de vuelta. Pero su primer cruce inofensivo funciona como una predicción de lo que viene mas adelante. Cada vez que se pasan el heladero pone su mano sobre un revolver que tiene bajo el timón y los integrantes del carro negro, los miembros principales de la pandilla Street Thunder (nombre que no resulta particularmente apropiado), apuntan tras los vidrios una ametralladora automática, pero la balacera nunca ocurre de la manera en que lo esperamos. Carpenter tiene otras ideas en mente y usa la distracción de manera perfecta: todas las que nos hacemos frente a este probable enfrentamiento nunca se materializan, pero se materializa lo peor que podía pasar con los elementos presentados. El director nos da un golpe que es emocionalmente más fuerte para el espectador no solo por frialdad a la hora de atestarlo, sino porque es totalmente inesperado. Es así que Carpenter bautiza con sangre uno de los mejores comienzos del cine de género, rompiendo una de las reglas doradas del cine comercial: Matando a una niña.

Toma eso, MPAA.

Y esto nos lleva a la pandilla. La segunda gran influencia sobre la obra es la importantísima “Night Of The Living Dead” de George A. Romero de quien Carpenter toma los villanos (no físicamente, los miembros de Street Thunder no podrían estar más vivos ni más activos). Se trata de un grupo de individuos que no tienen nada que perder. Sus acciones no están justificadas por odio o emoción, simplemente son sombras chinescas armadas hasta los dientes. Pero son mucho más que eso. El concepto explicado en el film de Romero por un periodista es que “Es un grupo de asesinos que matan sin razón” no tiene nada que ver con el zombie moderno o con el individuo invencible del terror. Tiene que ver con la presencia del mal en su estado más puro. Sus acciones son terroríficas no por la violencia que traen consigo, sino por la falta de lógica que hay detrás de ellas. Julie pregunta “¿Porque alguien dispararía contra una estación de policía?” y Barbra (en la película de Romero) pregunta “¿Qué es lo que está pasando?”, y las dos se encuentran particularmente desesperadas porque fallan en ver el sentido en las acciones de los respectivos antagonistas. Nada es más temible para ellas (y en general para las personas) que aquello que no entendemos.

Hay referencias más pequeñas regadas por todos lados, sin embargo. La secretaria Leigh (que hace las veces del personaje Feathers de Angie Dickinson) es una referencia a la guionista Leigh Brackett de “Rio Bravo”, el protagonista es de raza negra del mismo modo en que lo era Duane Jones en “Night Of The Living Dead”, el got a smoke? de Wilson es una referencia a que todos fuman en la casa asediada por zombies.

Pero de todas las conclusiones que pueden salir después de ver “Assault On Precinct 13”, nombre que por cierto es errado ya que los personajes se encuentran en el precinto 9, división 13 (error atribuido a la productora que encontró el título seductor), es que Carpenter es un director que existe mucho más para ser una influencia que para pagar tributo. La influencia más grande sobre su segundo filme y el resto de su carrera, a pesar de que no lo parezca, es su primer filme y el resto de su obra. Carpenter no es lo suficientemente ególatra para hacer demasiadas referencias a sí mismo, pero su estilo y sus obsesiones son tan potentes que acaban tomando el control de cada segundo, cada cuadro de su trabajo. El diálogo del director está dotado de una rapidez y frescura que el mismo Howard Hawks le vería con buenos ojos, algo que sin duda sacó de que “Dark Star” fuese una comedia. Por ejemplo, Leigh le ofrece café a Bishop: Black? For over 30 years. Carpenter vuelve a tomar control sobre la música, esta vez con mucho más éxito ya que es el pegante que adhiere todo lo que hay en pantalla (sigue siendo remarcablemente 70s, junto a los afros, chalecos, camisetas sin mangas y el uso de patillas) y en adición nos confirma todo lo que tan solo había sido sugerido en su primer intento: el uso del tiempo (y del timing, subsecuentemente) ahora se aplica durante toda la película con Carpenter usando la hora real como termómetro de la situación.

Habrán notado que no he hablado sobre el nudo ni el desenlace. Esto es porque, aquí viene, el comienzo de Carpenter es tan bueno que el resto del filme palidece en comparación. Una vez que el juego comienza entre los que están adentro y los que están afuera la tensión baja (un presupuesto tan bajo desgraciadamente no ayuda la credibilidad de la situación) y los músculos se relajan. No es para nada insoportable, pero resulta un poco triste a la hora de pensar en las posibilidades del escenario. Hay momentos grandiosos, como el escape de Wells (cuya resolución sería repetida más tarde por el director en “They Live”) o el descubrimiento de una patrulla de un operario de teléfonos, pero algo se ha escapado en el transcurso.

En “Halloween”, tan solo 2 años luego, Carpenter encontraría el balance perfecto en su ecuación de tiempo y emoción. Pero no por eso deberíamos ignorar esta pequeña joya de género: aun con sus defectos, es el trabajo de alguien que arriesgaba todo lo que tenía por amor al cine.

“You’re pretty fancy, Wilson.” “I have moments.”

Errol Morris: Vernon, Florida (1981)

CADA ESTRELLA ES UN MUNDO

La obra de Errol Morris se siente como una gran charla en la que se tocan temas tan diversos como temas hay en el mundo, aun cuando la mayoría de su trabajo; si no es que todo; se desarrolla en Estados Unidos. Lo que separa su trabajo del de la mayoría de documentalistas tradicionales, es el alcance de sus “charlas”, pues casi siempre trascienden su tema superficial y se convierten en retratos vividos de la gente que los protagoniza y de paso de la gente en general.

Vernon, Florida; su segunda película, ejemplifica esto a la perfección al presentarnos una serie de personajes hablando acerca de cosas diversas y peculiares: uno de ellos es un cazador de pavos que disfruta de esta actividad tanto como le es posible, otro es un predicador que dedica su sermón a estudiar de las conjunciones que aparecen en la Biblia: hay un policía sin mucho que hacer en un pueblo en el que poco o nada pasa,  y de este modo, la lista de personajes sigue con un grupo de gente que no tiene mayor relación entre sí aparte de vivir en el mismo pueblo.

La película inicialmente puede parecer inconsistente, nada más que unas simples viñetas caricaturescas sobre un grupo de personas diciendo cosas raras y sin aparente importancia en algún extravagante pueblito de Estados Unidos; pero al escuchar realmente lo que esta gente dice, y al apreciarlo mediante la forma en que el autor nos lo muestra (entrelazando los distintos relatos conforme cada uno de los personajes se acerca a un tema en particular), el respeto hacia estos personajes crece y nos damos cuenta que lo que dicen nos concierne a todos y sí es importante aunque no parezca en principio. En un momento alguien habla acerca de la existencia de Dios, luego alguien nos dice que si las estrellas existen es por algo, y que tal vez cada estrella es un mundo en si misma, luego estamos ante un hombre que vive para perseguir pavos, y luego ante otro que vive para perseguir infractores, y tan calmadamente como esta gente nos habla, nosotros entendemos también que este documental no intenta presentarnos un problema social o denunciar alguna injusticia, que su propósito no es cambiar nuestras vidas mostrándonos las miserias o las bondades de los demás. Nos damos cuenta que este es simplemente un documental sobre los detalles a los que cada quien da importancia, sobre las pequeñas o grandes obsesiones que tenemos en la vida y de las que nos gusta hablar si alguien nos pregunta alguna vez, sobre la vida en un pueblo que puede ser cualquier pueblo, pero que no lo es, y entonces entendemos que su intención es más noble y su efecto más perdurable porque si bien es sobre los demás, también es sobre nosotros.

La belleza visual de este trabajo es destacable, la quietud de sus imágenes nos permiten percibir la belleza de los lugares y de la vida allí, que es simple pero a la vez particular. Hay algunas secuencias que cargan una intensidad visual propia del trabajo de directores como Werner Herzog o David Lynch, siendo al mismo tiempo contemplativas y calmadas.

El centro de este trabajo es simplemente observar sin juzgar, respetando lo que cada uno es y valorándolo por lo mismo, mostrando también que tan distintas como nuestras vidas parezcan, todos vivimos en el mismo mundo y todos somos más o menos parecidos; así cacemos pavos o “cacemos” feligreses.

Con 55 minutos de duración, un trabajo así se podría quedar corto en muchos aspectos, pero esta película dice lo que tiene que decir en el tiempo necesario sin pasar a explotar excesivamente las personalidades de sus protagonistas y al mismo tiempo sin tratar los temas levemente, dándoles el tiempo adecuado para ser tratados. En comparación con su película anterior, Gates of Heaven, Errol Morris se libera aquí de algunas características estéticas y narrativas que había presentado en su trabajo previo: la cámara se mueve más y hay un seguimiento de los personajes más detallado con respecto a las actividades diarias de cada uno, cosa que tal vez se deba a la ausencia de un punto en común que una a estas personas (a diferencia del cementerio de mascotas en su primera película) y al protagonismo del pueblo como tal. Vernon, Florida aunque corta, es grande, y representa un paso adelante en el desarrollo artístico de su realizador.

Erich von Stroheim: Foolish Wives (1922)

Apenas si han pasado 2 años desde su debut como director, y ya nos encontramos con las primeras joyitas en la relación de Erich von Stroheim y sus productores. Con lo anterior no sólo me refiero a que fue lanzada por Universal Super Jewel, una rama de la productora Universal encargada de auspiciar títulos de prestigio por los que se cobraría un precio de taquilla mayor; también hay unos brillantes con muescas que dificultarán el futuro de nuestro director…

Foolish Wives, la tercera película del “noble” austríaco, tardó 11 meses en producción, y después de toda una infinidad de problemas, el filme terminado nos entrega una nueva historia de adulterio, ingenuidad y egos disparados. Escrita por el mismo von Stroheim, narra la llegada a Monte Carlo del embajador norteamericano Andrew Hughes (interpretado por Rudolph Christians), con su esposa Helen (Miss DuPont) donde coincidencialmente dos “princesas” rusas, Olga y Vera Petschnikoff (Maude George y Mae Bush) se hallan aparentemente vacacionando con su primo, el Conde Wladislaw Sergius Karamzin, capitán de la 3ª de Husares de la Armada Imperial Rusa (interpretado por…).

“No se quejen si no se vieron El Jeque, señoritas.”

Las princesas y el embajador se encuentran y forjan muy sanas relaciones, de una manera similar a como nuestro infame conde lo hace con la mujer de aquel. Tal y como sucede en la precedente Blind Husbands (que podría intercambiar su nombre facilmente con esta película y nada malo sucedería) la forastera se aburre, y es el carismático y coqueto oficial quien se encarga de divertirla a lo largo del Monte Carlo reconstruido en el set, con todos los lujos imaginables del sitio en el que está basada la locación.

No obstante, no tardamos mucho en descubrir la verdadera intención de las princesas artificiales y su primo casanova: sonsacarle dinero a los aristócratas (y ligar de cuando en cuando, si el tiempo lo permite). Sergius, con el fin de ser lo suficientemente galante y auténtico como para recibir la atención de Helen, derrocha cantidades enormes de dinero, lo que lo empuja a solicitarle dinero a Cesare Ventucci (Cesare Gravina, que hace de Zerkow el judío de Greed), un contrabandista que emite dinero falso y que cuida de una bella joven (!) que palidece en cama. No siendo suficiente, Sergius también se remite a recibir un préstamo de su propia críada, Mariushka (Dale Fuller, ¡la críada mexicana de Greed!), quien está enamorada del conde.

Por fortuna, esto no vuelve a suceder jamás.

Todos pasan un delicioso rato en el innecesariamente costoso Casino: una fiel y ostentosa recreación de un sitio lúdico semejante en Monte Carlo. Hay trajes de seda, lujosas cofias nocturnas y tuxedos auténticos. Incluso, el dinero que circula es tan real que von Stroheim fue arrestado en plena producción por contrabando, de lo cual se salvó aduciendo a que se trataba tan solo de ‘la utilería de una película’. Así es que se crean los personajes.

Sea como fuere, Sergius le envía una pequeña y comprometedora carta a Helen, citándola en la torre de su condominio (inequivocamente nombrado “Villa Amorosa”, porque algo parecido a “Karz’ Love Shack” habría sido suficientemente disuasivo para la esposa del dignatario). Sergius se encuentra con Helen y, lamentablemente, Mariushka es testigo invisible de la tórrida conversación entre ambos. Salvando la inocencia (otra referencia a Greed…) deja que la relación entre su patrón y la mujer que lo visita arda como es debido.

Hay bomberos, ‘trackings’ de cámara, manos agitándose en el aire y no pocas referencias/homenajes a The Birth of a Nation, tras los cuales llega un Andrew confundido y sin idea alguna de lo que sucedió con su mujer. Ahora, los fieles y muy atentos lectores estarán pensando en estos momentos “¡Claro, la carta! El marido, hasta ahora totalmente ajeno a la trama, leerá la carta y descubrirá al conde justo a tiempo“, tal y como sucede en Blind Husbands; pero, ante el beneficio de la duda, podríamos decir que eso sinceramente no puede suceder porque von Stroheim ya empleó ese mecanismo narrativo hace menos de 2 años, ¿Cierto?

Eran buenos los tiempos en los que cada esquela, carta o telegrama venía con su respectiva cabeza holográfica.

Supongo que no sobra revelar que von Stroheim no tiene formación académica en teatro, literatura o cualquier medio que se le parezca. Así bien, llegamos a un final revelador, en el que se nos demuestra irónicamente que las apariencias engañan, y no hay nada mejor que el amor auténtico. Sabiamente dicho por un hombre con múltiples personalidades.

Debo confesar que lo anteriormente escrito no rinde el debido culto a la presunta “primera producción de un millón de dólares” (ya sabemos que el maestro Griffith se adelantó con Intolerance e invirtió el doble de esa suma) y que quedan muchas cosas por fuera para relatar, pero si nos ponemos a pensar que el original duraba alrededor de 9 horas y fue recortado tanto durante como después de la producción, sólo nos queda apelar a la imaginación para saber qué otras tramas se habrían desenvuelto en la película. Seguramente había alguna explicación de por qué Cesare le pasaba dinero con tanta facilidad a Sergius, o bien, tendríamos tal vez un final más profundo y extendido del que actualmente podemos ver.

No obstante, lo que sí quedó impreso en la película y hoy día podemos apreciar es la soberbia actuación, que no guarda ningún vestigio o relación con el teatro. La dirección de arte, como ya se ha dicho implícitamente, es magnífica. Qué decir de la fotografía, llena de texturas y golpes de luz que he podido apreciar incluso en la putrefacta versión que poseo. Seguramente resultaría muy difícil recuperar la inversión e incluso ganarle algo al producto final, pero lo que para muchos directores habría sido el fin de su carrera, fue apenas un foco de notoriedad para un excéntrico von Stroheim, preparándose para fabricar su cruz y obra maestra, su Apocalypse Now, su propia condena…

Ustedes no las ven, pero abajo de ese peñasco hay 2 películas.

Si su interés va más allá de la lectura, pueden descargar la película en este enlace, legalmente.