Nota Editorial: Este artículo fue escrito por Andrés Sandoval como parte de la sección “Cita a Ciegas”. Todo lo aquí dicho representa únicamente su opinión. Si usted quiere tener una “Cita a Ciegas” con los patanes snob, no dude en escribirnos a info@filmigrana.com
Una de esas noches o tardes grises en las cuales la piyama es tu piel y olores malévolos se apoderan de tu cuarto, cuando te saturan las fotos de sobreactuadas tristezas, cuando quieres comentar y destrozar algún post y defender tu digno derecho a morir de cáncer, cuando tu Lord Sith aflora pero sabes que tu sable láser rojo es demasiado frente a la guitarra de Un Vegano Bacano, entonces ahí es cuando el Gato Fritz puede convertirse en tu brillante salida al desquite cobijado en pereza mental.
Y así fue, una de esas tardes le di la oportunidad a este carismático gato de iluminar mi lado oscuro…
Una ciudad con una sórdida ambientación sonora a la cual los Bogotanos ya estamos acostumbrados: lamentos de un frío concreto, onomatopeyas desgarradoras de metales afilados, y órganos en flor flotando al compás de una instrumentación específica del jazz y blues. Una animación oscura, envolvente con matices psicodélicos, para amenizar el viaje a los adentros de una deprimente sociedad consumida en la decadencia de los placeres. Un safari llamado J70 dónde verás ratas disfrazadas de ratas, cerdos disfrazados de cerdos y felinos disfrazados de felinos cazando inofensivas criaturas de la urbe. Un déjà vu cotidiano que, más que causar asombro, genera un cierto placer mórbido y exalta levemente tu inconformidad y resignación. Por suerte es solo la ambientación en una ciudad lejana septentrional situada en un espacio temporal de unas décadas atrás.
Nada como para tomárselo a pecho y salir a crear debates inconclusos, adornados de insultos y argumentaciones patrocinadas por propagandas políticas pagadas… ¿O sí?
¿Saben que sí? ¡Blandiré mi láser rojo y entraré en la batalla! ¡No más racismo! ¡No más exclusiones sociales! ¡No más abuso de la autoridad! ¡No más violencia! ¡No más pobreza! ¡No más ratas ni cerdos ni felinos! ¡No más toros muertos!
Expresaré mi insatisfacción de inmediato, saciaré mi desbordante y repugnante ansia de expresarme. Empezaré por cambiar mi foto de perfil de Facebook por la del Gato Fritz como símbolo de protesta, contactaré al Vegano Bacano y le obsequiaré un sable para así con sus estridentes melodías combatir el abuso animal, saldré a votar (ya lo hice y tengo medio día libre… Aunque estoy desempleado), cumpliré mi cuota diaria de indignación y subiré el tráiler Colombia Magia Salvaje. ¡Viva Colombia! ¡Viva la paz! ¡Que vivan sus hermosos animales disfrazados de animales! Gracias, Gato Fritz… Gracias.
Memoria y auto-reconocimiento a través de la hibridación audiovisual
El concepto de anagnórisis, ya sea de manera consciente o inconsciente, está presente en los impulsos creadores de cualquier realizador audiovisual, así como los demás conceptos acuñados por Aristóteles en la Poética, por lejanos que parezcan en una línea espacio temporal, siguen guiando la creación audiovisual y conformando los modelos canónicos de contar historias: inicio, nudo, desenlace, que siguen siendo los más conocidos y aceptados.
Sin embargo, la evolución de las tecnologías y los modelos de pensamiento desde la época de Aristóteles hasta la presente, indican que a su vez, las formas de creación artística tuvieron que evolucionar en función de corresponder a las nuevas posibilidades que proporciona el entorno, de hecho, como lo menciona Lipovetsky en su libro Pantalla Global (2009), en la época actual (llamada por él: “Hypermodernidad” donde la las pantallas funcionan como interfaces inseparables de nuestro devenir cotidiano), el giro que se le da al cine como fenómeno social y cultural, nos debe llevar a dejar de concebirlo sólo como una consecuencia del contexto y a entenderlo como una causa creadora del mismo, “Ni sistema cerrado ni puro espejo social, el hyper-cine debe interpretarse de forma global, por dentro y por fuera, como efecto y como modelo imaginario.” (Lipovetsky. 2009: 27)
Deviene de esta reciprocidad entre creador y creación de la era hipermoderna, la obra analizada en este texto y el autor que la realiza: Chris Marker, quien es sin duda, difícil de encasillar bajo el marco de alguna tendencia cinematográfica, además de ser notoriamente reconocido por sus pocas apariciones en público y por el uso del alter-ego felino con el que esquiva la mirada de los medios tan poco atrayente para él. Sin embargo su obra misma pauta las tendencias y temas fundamentales que guían sus procesos como realizador y logran romper a su vez con este esquema canónico anteriormente mencionado, explorando las nuevas posibilidades y dialectos que permiten los nuevos medios (el video, el Internet, la intervención del ordenador sobre las imágenes – la transformación de las mismas).
‘Level Five’ de 1997 es una de sus últimas obras, sobre ésta, tres aspectos en este texto serán analizados teniendo como eje central la perspectiva del realizador audiovisual y las posibles búsquedas en las que éste se sumerge en el proceso creador de su obra en la época actual.
I. Memoria
La búsqueda por recuperar, capturar o revivir la memoria, constituye la pulsión más evidente en la obra de Marker, ‘Level Five’ es una clara muestra de ello, en este filme se presenta un claro intento por encontrar, por una parte la memoria perdida de un pasado que pese a su trascendencia en la historia humana parece a veces desvanecerse; la búsqueda de Laura por esclarecer, los ya de por si turbios y crudos acontecimientos de la batalla de Okinawa y de ‘Chris’ (Marker) por unir los pedazos del rompecabezas que Laura le brinda tras la muerte de su amor, refleja un presente pálido como sumido en una inestable pasividad a causa del olvido. Por otro lado, la exploración que realiza Laura para terminar la tarea encomendada por el hombre que perdió, conlleva también a una búsqueda de sí misma, su propia memoria se funde con la que intenta recuperar y recrear en el juego que está programando, el peso del pasado termina acabando con su presente.
Los intersticios de la memoria interna de los personajes, juegan pues también un papel fundamental en la obra de Marker, los flujos de pensamiento que constituyen el devenir de una persona son esenciales en el desarrollo de la obra pues parecen guiar la historia contada y de hecho conformarla. Lo íntimo, la reflexión personal, que son el background del diario vivir de cualquier ser humano, es lo que conforma el relato audiovisual en este film, de hecho lo íntimo tiene una relevancia fundamental en Marker, la voz en off que nos guía a través de los recorridos que a su vez se asemejan a las imágenes con las que se construye el pensamiento (los pequeños detalles de los lugares, lo difuso, etc.), parece que introdujeran al espectador en un viaje a través de la memoria del personaje, que se teje de los grandes sucesos que marcan la historia (como fue la batalla de Okinawa) y también de los pequeños acontecimientos de la vida, de lo cotidiano y sin embargo de algún modo trascendental. En el devenir del presente están los guiños al pasado, las mujeres del mercado de Heiwa Dori en Naha, la capital de Okinawa, son la huella misma que dejó la guerra, guardianas de tumbas dice la voz off de Chris.
A través de esta obra se devela entonces la importancia que para Marker adquiere la memoria, casi como personaje principal al cual se busca fatigosamente. La memoria propia del autor está conjugada con la de aquellos que la sustentan en el audiovisual como personajes, en este caso Laura y ésta se teje con la memoria histórica que rescatan ambos, de los lugares mismos que albergaron los sucesos y los personajes históricos que aportan su relato de vida como una muestra de la cruda realidad de la guerra.
¿Cuán relevante es la memoria para el realizador audiovisual y en sí para el ser humano? Andrei Tarkovski, gran amigo de Marker (quien realizó precisamente uno de sus últimos trabajos sobre el realizador ruso, titulado ‘Un Día en la Vida de Andrei Arsenevich’) dice lo siguiente: “un hombre que ha perdido sus recuerdos, ha perdido la memoria, está preso en una existencia ilusoria, cae fuera del tiempo y pierde así su capacidad de quedar vinculado al mundo visible. Lo que quiere decir que está condenado a la locura” (Tarkovsky, 1984: 78). La memoria forja los lazos que unen al entorno con el individuo y le permite entender a éste, su proceder; para el realizador audiovisual, es inevitable que ésta constituya la pulsión principal en sus ejes creadores.
Ahora bien, para Marker la exploración de la memoria va más allá de encontrar en ella sus temas y principales inquietudes u obsesiones, como ya se ha resaltado, ésta se convierte en personaje y en espacio audiovisual por el cual se deambula, siendo participes sus espectadores, tanto de las micro-memorias como de las macro. Una de sus obras, titulada ‘Immemory’ (1997), de hecho recrea la topografía que el autor crea o recrea para la memoria como tal, se trata de un CD-ROM en el cual se reúnen espacios provenientes de sus propios recuerdos, que se tejen por medio del hipertexto formando un recorrido laberíntico entre historia global, cinematográfica y personal. En el texto que acompaña y sustenta de alguna forma esta obra, Marker habla de la memoria como un espacio geográfico, el cual reconstruye a través de sus archivos personales; para concluir su articulo dice lo siguiente:
“But my fondest wish, is that there might be enough familiar codes here (the travel picture, the family album, the totem animal) that the reader-visitor could imperceptibly come to replace my images with his, my memories with his, and that my Immemory should serve as a springboard for his own pilgrimage in Time Regained” (Marker. 1997).
Esta conclusión da paso al siguiente tema.
II. Anagnórisis
En las ideas expresadas al inicio del texto, se habló de la vigencia que tienen los conceptos de la poética, aun en la época de la “hypermodernidad”. La narración canónica de historias, ha dejado de ser desde hace ya un buen tiempo, la única posibilidad válida para el hacer audiovisual, pero sin embargo, a pesar de que el hilo conductor único se ha roto y encausado en muchos otros hilos dados por el hipertexto, el término “anagnórisis” sigue manteniendo una validez tácita e insoslayable.
De la cita que cierra el tema anterior se puede extraer la importancia que tiene para Marker el ejercicio de la anagnórisis y el auto-reconocimiento a través de la memoria enmarcada en el audiovisual, no sólo para él como realizador, sino para el “lectorvisitante” que recorra su ‘Immemory’, el cual insta a reemplazar los símbolos específicos dados por Marker, por los propios de cada visitante. Este concepto es sin duda desde la tragedia griega una de las principales características del ejercicio de crear y de ser espectador de una representación, la anagnórisis en el personaje conlleva a la catarsis y al propio auto-descubrimiento en el espectador. Ahora bien, es interesante resaltar como ésto sigue siendo vigente, incluso en la era de la proliferación de las pantallas interfaces y nuevos medios.
¿Existe la anagnórisis en Level Five? Seguramente no de la forma clásica, como es de esperarse, pero si se quiere buscar podría decirse que Laura sí atraviesa por una transformación por una peripecia, cuando sus recorridos por el OWL, la acumulación de información acerca de la crudeza de la batalla de Okinawa y su lucha por crear este juego de estrategia que recree la historia como tal, llegan a un punto abrumador en su vida personal, “Access Denied” la batalla de Laura por la re-construcción, la lleva a hundirse en la información para poco después abandonar la creación del juego y perderse quizás en el Optimal World Link o quizás en su propia memoria abrumada por los vestigios de lo acumulado.
Quizás en este caso, el ejercicio de auto-reconocimiento para Laura terminó en la pérdida de sí misma. Es un desenlace no tan inesperado si se tiene en cuenta por ejemplo a qué conlleva la anagnórisis en la historia de Edipo. Sin embargo, para el espectador a pesar de sentirse recorriendo un camino sin salvación ni final feliz, de hecho casi sin conclusión, es importante el auto-reconocimiento como parte del mundo, parte de muchos mundos que se unen en la actualidad: el virtual, encontrado por Laura y claramente tramado por Marker y más aún, el mundo de la historia que se desvanece en el fluir del tiempo; la anagnórisis es entonces recíproca.
III. Hibridación de medios
¿Cómo se conforma ese mundo tramado por Marker, de qué formas lo crea para lograr en el espectador tanto la anagnórisis, como la sensación de recorrer estos espacios de la memoria? Se ha dicho antes que este es un autor difícil de encasillar, sus obras se soportan por medio de diferentes técnicas y son esquivas al yugo que hasta hace un tiempo y aún hoy en día imponen los dos grandes géneros cinematográficos: la ficción y el documental.
‘Level Five’ lo expone a la perfección, el video se funde con una especie de animación computarizada y el juego con la imagen y las capas que sobre ésta el ordenador interpone: los filtros, la deformación de la misma, hacen parte del desarrollo de la historia, los recorridos que la mayoría de las veces se acompañan de la voz de Chris se componen de apacibles paisajes, recorridos turísticos, imágenes de archivo, detalles de la ciudad, primeros planos de sus moradores, que de pronto dan paso a la distorsión, a la máscara, al OWL y a Laura y sus Log In. El género de esta obra, es claro, está difícil de definir, no es documental pero tampoco es enteramente ficción ¿Qué mejor manera de recrear la memoria, lo que ya pasó?
La hibridación de medios y también de géneros es más que natural en la época contemporánea, los deber ser de determinadas corrientes o géneros, limitan las posibilidades de creación y recreación en un mundo donde todo fluctúa y desaparece cada vez con mayor rapidez, el afán de capturar leves instantes del tiempo, es decir capturar la memoria, ahora se puede combinar con las diferentes técnicas y medios que en el caso de Marker resulta en una topografía muy particular de los causes de la memoria, y a su vez, en el despliegue de las posibilidades que brinda el retratar desde la propia subjetividad el gran mundo que contiene a cada individuo. La creación de otros mundos como el OWL que extrapola a la Internet llevándola a una experiencia cercana a la realidad virtual también constituye parte del aprovechamiento y al mismo tiempo la reconstrucción de la hibridación de mundos y de métodos de creación.
Así pues, teniendo en cuenta tanto la perspectiva del realizador como la del espectador, ambos por igual inmersos en la época de lo volátil y evanescente donde las pantallas son mediadoras y creadoras, podría decirse que la obra de Marker constituye un valioso documento por salvaguardar del paso del tiempo, las historias que encausan el proceder de la humanidad, y constituye un valioso nuevo mundo, una forma de aproximarse al audiovisual recorriendo desde la subjetividad que nos guía por el pensamiento y la reflexión de los alter-egos de Marker, instando al espectador a crear la topografía de sus propias memorias, y de sus propios auto-reconocimientos.
Ah, Halloween: época de brujas, disfraces, dulces, vandalismo ligero, mujeres escasamente vestidas y confusión masiva. Los shows en la televisión hacen especiales, los locales decoran pasivamente mientras se preparan para la violenta arremetida de la navidad y los mercaderes de calabazas ven su octubre (de hecho, octubre) realizado. ¿Lo mejor del asunto, en mi opinión? Cine de terror u horror, thrillers, slashers, giallo, expresionismo y porno-tortura toda reunida en una sola noche. ¿Entonces por qué mierdas decido comenzar mi parte de la semana con “Chopping Mall”, producida por Julie Corman, esposa de Roger Corman, muy probablemente la película más cochambrosa reseñada en la página hasta el momento y uno de los más dementes espectáculos de los que tengo memoria? En el papel, debo decir que la idea suena encantadora y no soy un purista de la forma, el contenido o la moral (cierto policía que conozco me dará la razón). ¿Tripas y sangre? Bienvenidas. ¿One-liners penosos y desarrollo inexistente de personajes? Keep ‘em coming. ¿Herejía? Más, por favor. Sólo imagínenlo: ¡Chopping Mall! ¡Robots! ¡Lasers! ¡Muerte y desnudez gratuita! ¡La familia Bland de “Eating Raoul”! ¡Un centro comercial suburbano de varios pisos llenode adolescentes hormonales! ¿Que podría salir mal?
¿Cómo comenzar a describir una obra tan profundamente enferma? Un claro ejemplo de sub-slasher y de la explotación Cormanesca, Chopping Mall no escatima en violencia ridícula, sexo injustificado ni actuaciones acartonadas y exacerbadas (vale la pena aclarar, si van a ver esta joya, háganlo acompañados y intoxicados con su barbitúrico o alucinógeno de preferencia), pero sí se ahorra más de unos cuantos centavos en historia, lógica y desarrollo de personajes. Es bizantino disecar con un filme hecho hace ya más de 25 años, y por obvias razones es importante no comparar este filme con los maestros del género, sea Carpenter, Cronenberg, Craven o Fulci. Pero, ¿No puede existir un solo personaje simpático que no merezca su muerte vía láser de Robot? Incluso los malditos robots merecen la muerte tecnológica vía láser de robot, una mezcla entre R2D2 y una aspiradora General Electric (que hace su cameo con un delicado product placement) son llamados de forma poco inspirada Killbots (nunca en el filme, sí en los créditos).
No obstante, aquel es el meollo del asunto. Chopping Mall trae la carne (de cañón, abajo desmenuzada) al asador. Quienes deciden entrar al centro comercial de noche están dispuestos a pagar las consecuencias: ser explotados laboral y sexualmente, hacer parte de un espectáculo hedonista y voyerista verdaderamente romano, perder sus trabajos, su dignidad y su dinero, incluso morir violentamente a manos de creaciones sin alma ni sentimientos. Lo mismo ocurre con los espectadores: “Abandon all hope all ye who enter here”. El filme y la labor de Wynorski no son sutiles en lo más mínimo, pero demonios sí que son diabólicamente entretenidos y satisfactorios. He aquí un producto B verdaderamente logrado, en gran parte por pertenecer a una tradición y una productora que sabe lo que hace (aún cuando lo hace a medias), y en parte por rebosar de espíritu e intención (aún cuando no de altos presupuestos, ideales artísticos o pretensiones de autor).
La historia es simple: un mall decide reemplazar a los tradicionales guardias de seguridad por robots (asesinos, aunque ni ellos ni las maquinas lo saben todavía) sin razón alguna. Tras una rápida introducción donde un video institucional muestra a un ladrón rompiendo la vitrina de una joyería que ni siquiera tiene un sistema de alarma o rejas (para qué seguridad tradicional donde hay androides sedientos de sangre, después de todo) y llevándose el botín para ser prontamente detenido por el taser del Protector 101 (Secure-Tronics®), pronto pasamos a una reunión de propietarios locales que plantean preguntas a un científico de bajo rango que presenta sin atisbo de risa o incredulidad a un trío de robots cómo su nuevo equipo de seguridad. ¡Ooh! ¡Aah! Entre los invitados se encuentran Paul y Mary Bland, los protagonistas del clásico de culto “Eating Raoul” (interpretados por los mismos Paul Martel, quien también dirigió el filme, y Mary Woronov), que miran con desdén y sarcasmo la estúpida presentación (a lo que surge la incógnita: ¿Por qué aceptaron ir en primera instancia?). Básicamente es una sesión de preguntas y respuestas para establecer las reglas del juego: por ejemplo, cómo pueden distinguir de los buenos y los malos (hay que presentar la tarjeta de seguridad frente a su lector), por qué diseñar aparatos tan violentos (there is plenty to protect) o por qué implementar láseres que pueden cortar a través de cualquier superficie (…). Para colmo de males, el científico hace en voz alta la siguiente afirmación: Absolutely nothing can go wrong. Corte a los créditos iniciales (escenas de la dura vida del centro comercial) y al techno de Detroit ochentero compuesto por Chuck Cirino, un especialista en música para cine B y un frecuente colaborador de Cirino, de lejos lo único en todo el filme capaz de emular una sensación parecida al frenesí (Me voy a quitar el sombrero proverbial para el enloquecido y acelerado teclado que acompaña la mayoría de las escenas).
Poco después son presentados los recortes de cartón que protagonizan el filme y el predicamento particular que les pondrá a la merced de sus verdugos tecnócratas: 3 yuppies del negocio de las sábanas (!), el geek sensible Ferdy (Tony O’Dell), el muy tradicional Greg (Nick Segal también de “Breakin’ 2: Electric Boogaloo” y esta gema perdida de la familia Corman) y el agresivo matón Mike (el siempre fantástico John Terlesky, ¡que rostro 100% americano!) planean una fiesta en su tienda de colchones a la que invitan a dos meseras de una cafetería/restaurante, Allison (Kelli Maroney, de “Fast Times at Ridgemont High”, blanda cómo un malvavisco) y Suzie, novia de Greg (Barbara Crampton, una de las favoritas del gran Stuart Gordon). Su empleador, una racista caricatura italiana, resume el espíritu de la película al ver que Allison deja caer un plato (“America: porca miseria”). También invitados a la gran fiesta está la pareja de mecánicos casados, Ray (Russell Todd de “Friday the 13th Part II”) y Linda Stanton (Karrie Emerson, figurante en “White Dog” de Samuel Fuller), y la novia de Mike, Leslie (Suzee Slater), empleada de la tienda de ropa de su padre (quien ve cómo su abusivo novio le manosea durante horas de trabajo) con altísima frecuencia de grito y enormes senos falsos.
Una tormenta eléctrica, dos científicos muertos y 20 minutos después, nos adentramos en el clímax prolongado de la sencilla narración: androides matando gente, mujeres desnudándose y atroces one-liners. ¿Suena fantástico? Lo es, salvo por algunos inconvenientes. Wynorski (quien encontraría su nicho en producciones del mismo estilo y hasta el día de hoy trabaja cuan mula) dirige a sus actores hacia un histrionismo radical, una técnica que a veces raya en lo irritante. Las muertes no son particularmente innovadoras e incluso a veces resultan un poco repetitivas (vale la pena mencionar que tiene una explosión de cabeza verdaderamente brillante, solo al sur de Scanners en calidad). Quizás lo más problemático es que la película está contada de una forma demasiado dislocada, siguiendo un estilo relajado que gira entorno a suplir la dosis de sangre y sexo de los voraces mirones. Esto causa que el resultado final sea una conexión de viñetas varias sin mucho impulso más allá del esencial, y aún en su corta duración el ritmo a veces languidece. Ahora, eso no nos impedirá un cuidadoso saboreo de la carne que hay en estos roídos huesos.
Kill List: 1. Supervisor #1, llamado Marty, su garganta es perforada por uno de los bracitos retráctiles del robot No. 1 mientras mira una revista porno durante la tormenta eléctrica.
2. Supervisor #2: Tras llegar al lugar y no encontrar a su compañero, su espalda es atravesada con un arpón que el robot No. 1 esconde tras una escotilla metálica. ¿Cómo saben tanto sobre matar estas máquinas?
3. El encargado de la limpieza (Dick Miller, con escenas borradas y pequeños papeles en “Pulp Fiction”, “The Terminator” y “Gremlins”) recibe una brutal descarga eléctrica que literalmente le frita mientras trapea. Su plegaria de respeto a los hombres trabajadores es ignorada por su asesino.
4. Mike, tras una sesión de sexo (sin oral, ya que Leslie no apoya este tipo de nociones, muy a pesar de acabar de tener sexo al lado de sus amigos), va a comprar cigarrillos para su novia y es degollado por el robot No. 2 (modus operandi favorito de los antagonistas).
5. Leslie, tras encontrar el cuerpo de su novio, es quemada por varios disparos de láser, el último de los cuales le estalla la cabeza. Sus amigos le miran desde las vitrinas. A+.
6. (Fallido) Robot No. 1, a pesar de estar al lado de un tanque de gas metano mientras este explota en un mar de balas de ametralladora, sobrevive y vuelve con sed de venganza.
7. Suzie (gracias a Dios), es alcanzada por las llamas de una bomba Molotov creada por ella misma y muere ante los ojos de sus amigos y su novio Greg, que enloquece poco después. Satisfactoria.
8. Robot No. 2, es atrapado en un ascensor trampa que a su vez es detonado por Allison de un solo tiro (My father was in the navy).
9. Greg, ya corroído por la demencia, da un grito de victoria al anunciar que no hay moros en la costa solo para ser lanzado de un tercer piso por el sarraceno de aleación que falló en ver.
10. Linda, muerte por láser perdido en el estómago. Curiosamente inmediata, y el más doloroso de los decesos.
11. Ray, tras ver la muerte de su amada esposa Linda se monta en un carrito de limpieza a base de diesel y se estrella con el Robot No. 3, quien ya está sufriendo una descarga eléctrica y está muy próximo a su deceso, e infructuosamente pierde su propia vida en la rabia que tiene con este bastardo de la ciencia.
12. Robot No 3, recibe el reflejo de un láser que escoge disparar contra un espejo, lo que le causa una espiral de voltajes y estallidos internos. Chispas por doquier. El peor de los 3 androides, no causa una sola muerte intencional en una penosa actuación.
14. (Fallido) Ferdy, interés romántico de Allison, va a rescatarla al verla acorralada por el robot No. 1, y recibe una caneca/cenicero en el pecho a toda velocidad. Ver sangre salir de su cabeza es suficiente para la máquina, que le da por muerto (una máquina que debería saber mejor a la hora de identificar señales de vida) y va en busca de su último adversario. Sale más tarde tratando su herida con un rollo de papel higiénico.
15. Robot No. 1, que por desgracia, es vencido por su último adversario: cubierto en gasolina y con pintura bajo sus orugas que le impiden escapar, Allison le lanza una bengala que acaba con su “vida” en una violenta explosión.
Nude List: 1. Mujer anónima anda topless en el vestier femenino del centro comercial, donde Allison y Suzie hablan.
2. Suzie, tras ser comparada con una carne fría, se desnuda para Greg y los espectadores.
3. Leslie (Fig. 3) muestra sus senos falsos a Mike prometiéndole una recompensa si le trae cigarrillos. Probablemente ignora que hay robots asesinos afuera.
One-Liners List: 1. Tras sobrevivir el primer ataque de las máquinas, Greg le pregunta a Ray: “How much do I owe you for the beer?” Prioridades en desorden.
2. Linda haciendo cálculos de supervivencia: According to my calculations, provided we survive, we’re going to be trapped in this place for the next 85 years. No provee explicación al por qué de su razonamiento.
3. Ferdy, poeta de lo obvio (y algo de flair de por parte de Wynorski): The moment we go out there we’re dead meat, yesterday’s news.
4. I guess I’m not used to being chased in a mall in the middle of the night by killer robots. En retrospectiva, Linda es uno de los mejores personajes (lo cual hace su muerte mucho más triste).
5. Thank you, have a nice day!, coda dado por los robots luego de cada homicidio.
6. La época de Reagan: This is not a democracy, you have no choice!
7. Greg, estratega del amor: You smell like pepperoni. I like pepperoni. Seguido del desnudo #2.
8. Ray y Ferdy, tras admirar su trabajo (mal hecho) sobre el robot No. 1: What’s that? Robot blood.
Antes de empezar… Debo confesar que frecuentemente entro con equipaje a las salas de cine. ¿A que me refiero exactamente? Bueno, cargo conmigo una maleta, y esta se encuentra llena de prejuicios. Nada raro, hay a quienes no les gusta un género, un director o un actor, así que miran con ojos más críticos los resultados finales provenientes de los mismos. ¿Mi caso personal? Mi opinión sobre esta película estaba perfilada hacia lo negativo antes de ver el primer plano, y por esto les pido disculpas con antelación.
Habiendo dicho esto… mi opinión sobre el filme antes y después de verlo fue una completamente distinta, sin necesariamente cambiar en el espectro de lo que considero honestamente destacable cinematográficamente y lo que no. Por ejemplo, mientras divisaba la película ya en su tercera semana en cartelera, un martes a las 9 de la noche en un teatro lleno, me pregunté porque venía con tal predisposición a ver este filme, y no logré responder satisfactoriamente a mi pregunta. ¿Por qué encontraba “La Cara Oculta” desabrida antes de empezar a verla? ¿Eran acaso los estatus de las redes sociales laudando el filme como una obra maestra? ¿O se trataba de la sobreexposición publicitaria a la que había sido sometido en el mes pasado? Ninguna opción propuesta resolvió mi duda con precisión. ¿Era cuestión de los involucrados? No me gusta “Satanás” (la adaptación del director de la novela de Mario Mendoza) pero no la encuentro reprochable (tengo un sentimiento similar con su cortometraje “Payaso Hijueputa”, que al menos tiene un gran título a su favor). Veo con frecuencia preocupante variopintos thrillers y en general disfruto de ellos sin importar su calidad (aunque por motivos distintos). No tengo nada en contra de Martina García a pesar de creer que es una mala actriz. Quizás era la suma de todas estas partes anteriores, quizás no. Pero el filme que creí que iba a ver, basado tan sólo en los posters y algunas reseñas miniatura, era uno bastante distinto del que acabe observando en últimas.
No al inicio, sin embargo. “La Cara Oculta” comienza con el video de una joven mujer (“Bonita pashmina”, fue lo más positivo que dijo mi pareja durante toda la función) que le está terminando a su novio, vía cámara fotográfica. El novio, Adrián (Quim Gutiérrez), es un joven y dotado director de orquesta español (poco creíble) que trabaja en el Jorge Eliecer Gaitán con la Orquesta Filarmónica de Bogotá (menos creíble; a menos que me equivoque, la sede de la filarmónica es el Leon de Greiff) cuando no está destruyendo su vida intima con métodos varios. Tras ver el video una y otra de vez de forma masoquista, se dirige a un gigantesco bar donde Fabiana (Martina García), una hermosa camarera con tintes de Manic Pixie Dreamgirl, le ve con ojos enamoradizos. A la hora de cerrar el bar, el ebrio Adrián sale tambaleándose del lugar y afuera otro cliente le rompe la nariz con facilidad tras un inofensivo cruce de palabras. La visión de este indefenso extranjero resulta demasiado seductora para Fabiana, que le recoge y le lleva a su apartamento para que pase la noche. Al día siguiente, tras un incomodo encuentro mañanero, Adrián vuelve al bar para agradecerle a la extraña sus buenos modales e invitarle a un trago pequeño, faena que desenlaza en una sesión de sexo en su mansión en las afueras de Bogotá y en el primer desnudo de Martina García (cuyos desnudos, ya que estamos en el tema, constituyen algo cerca al 30% de la película, tanto en duración como en valor).
Un par de estereotipos de policías (destacablemente entretenidos) se presentan pronto en la naciente relación, indicando que hay problemas en el camino, y estos le hacen saber al espectador que Belén, la chica del video inicial, se encuentra desaparecida y se sospecha de Adrián. Fabiana, que tan pronto como puede deja su trabajo y se muda a la mansión, empieza una investigación en una casa que parece estar embrujada (truena y relampaguea, la luz flaquea, el agua vibra y las cañerías suenan) interrumpida sólo por visitas al teatro (donde un aburrido Humberto Dorado hace las veces del jefe de Adrián) y por desnudos desde perspectivas distintas en situaciones distintas (tina, ducha y coito, las más frecuentes). Es aquí donde ocurre el gran twist del filme, que lo aleja de lo que parecen ser sus influencias iniciales (“What Lies Beneath” (2000) de Robert Zemeckis, las primeras películas de Dario Argento) y donde aparece el mejor personaje (lo que no es mucho decir), Belén, interpretada con emotiva destreza por Clara Lago.
Muy a detrimento del producto final y de la estructura narrativa del filme (que encuentro cuestionable pero no espantosa), el tráiler revela por completo que carajos está ocurriendo en la casa de “La Cara Oculta”. El filme nos envía a un innecesariamente largo flashback que nos muestra la vida de Belén y Adrián desde que vivían felizmente en tierras catalanas hasta el presente y de allí en adelante. Tras recibir la oferta de trabajo, la pareja decide mudarse a la capital colombiana, y una vez allí obtienen la casa proverbial de una mujer alemana mayor llamada Emma (Alexandra Stewart, que en su prolífica carrera ha trabajado con François Truffaut, François Ozon y Louis Malle, entre otros) quien les deja encargado también su perro, un animado pastor alemán llamado Hans (actor extraordinario, este perro). Pero el libidinoso Adrián empieza a tontear (sus propias palabras) con una de las violinistas de la orquesta, y tensiona la relación hasta el punto de llevar Belén a revisar su celular en busca de mensajes incriminadores. La solución perfecta a los problemas íntimos es propuesta por Emma, quien en una visita le revela a Belén su secreto: Su marido era un Nazi que vino a refugiarse a Bogotá pasada la guerra, y creó en el centro de la casa un búnker al cual solo se puede entrar y salir con una llave maestra (la actitud de Belén frente a la revelación es sorprendentemente pasiva). Su plan es tan sencillo cómo exagerado: Encerrarse en el lugar y ver la reacción de su novio a través de espejos blindados de doble lado al video que le dejó en la mesa de noche. Su ejecución, sin embargo, es tan torpe como es posible, ya que la apurada Belén deja la llave maestra afuera del cuarto y queda encerrada en esta prisión invisible.
Una vez su encierro comienza somos obligados a repetir escena tras escena pero vistas desde el otro lado del espejo, resolviendo así TODAS las dudas que han sido creadas en la primera mitad. El producto final de “La Cara Oculta” está separado claramente en dos mitades, ninguna de las dos totalmente exitosa, y su combinación resulta aún más desafortunada. La primera mitad se inclina más hacia el terror de saltos y sonidos (respaldado por un diseño sonoro efectivo y efectista) y la segunda de mitad funciona como un drama de supervivencia, donde la desesperada Belén debate su atención entre su vida y la vida afuera que es obligada a presenciar. Uno de los grandes problemas del filme, en mi opinión, es la necesidad de mostrar absolutamente todo lo ocurrido. Lo interesante de “La Cara Oculta”, cómo su título lo ilustra, yace en lo desconocido y lo inexplicado y al atar todos los cabos sueltos Baiz y su compañero guionista Hatem Khraiche Ruiz-Zorrilla le quitan el aire y el misterio a un filme que es sobre un misterio en principio (“La Otra Cara” habría sido un título mucho más adecuado).
Los problemas no acaban ahí, y desgraciadamente estos yacen en su mayoría en el aspecto narrativo del filme. La falta de lógica y la suspensión de credibilidad presentan curiosidades omisibles gracias al género al que pertenece la película, pero temas tan importantes cómo el diálogo y el desarrollo de personajes dejan mucho que desear. Los personajes son tan blandos como es posible encontrarlos, a pesar de las buenas intenciones actorales de los involucrados. Cada personaje no tiene una personalidad ni un peso fuera del que les da la situación particular que los atrapa: Adrián está triste porque lo deja su novia y esa es su personalidad; Belén está atrapada, y esa es su personalidad; Fabiana, la peor librada, desea ser rica y por eso su comportamiento es ¿sociopático? ¿Qué carajos pasa con esta persona? Inicialmente parece ser un personaje de comedia romántica con particularidades encantadoras, luego una fácil escaladora social, y acaba siendo una fácil, pero psicopática, escaladora social (que conserva algo de su humanidad). El limitado rango de Martina García solo complejiza esta ilógica mezcolanza. Es gracias a esta carencia de caracterización que tampoco nos identificamos con ninguno de estos personajes y sus acciones nos resultan desde ridículas hasta estúpidas. Al final, cada uno de estos individuos recibe lo que se merece, pero no por construcción del guión, sino por descarte.
Ahora, los valores de producción son bastante buenos y la película nunca resulta desagradable a la vista. Para empezar, hay que destacar el trabajo técnico del filme, empezando por su cinematografía a cargo del catalán Josep M. Civit (cuyo trabajo en “Guerreros” de Daniel Calparsoro es estupendo). Civit y Baiz logran una planimetría que sostiene y crea tensión en los momentos más dramáticos, ayudada por un sólido trabajo de montaje de Roberto Otero, un buen uso de foco y hábil movimiento de cámara. La música compuesta por Federico Jusid e interpretada por la Orquesta Filarmónica de Bogotá es bastante decente, a pesar de rayar ocasionalmente en lo operático y en el trabajo de John Williams.
Saliendo del teatro una nueva incógnita apareció en mi cabeza, y es la siguiente: ¿Me entretuve al ver “La Cara Oculta”? Sí, lo hice. Pero no me cabe duda que este es el tipo de película que se olvida a las pocas horas de haber sido vista. En ocasiones, es mejor quedarse con la memoria, así sea traumática, que con nada. ¿De que estábamos hablando, otra vez?
¡Hey, qué bien!: El trabajo de Civit. También, Hans el perro.
Emhhh: Alexandra Stewart pasa la película sin pena ni gloria.
Qué parche tan asqueroso: Los personajes son asquerosos.
Bonus Track: La perspectiva de Belén de la primera vez que Adrián y Fabiana tienen sexo tiene uno de los planos más chistosos de los últimos años.
Sí el 2012 es el año del Apocalipsis, su tiempo estaría mejor gastado en otras cosas. De lo contrario, una boleta a mitad de precio suena justa para el resultado. ¿Mencioné que Martina García sale desnuda?
Tengo la (¿desafortunada?) oportunidad de comenzar algunos artículos con una cita del filme. En el caso particular de esta pequeña trilogía del internet noventero (compuesta por la presente, You’ve Got Mail y Disclosure), la estrategia había funcionado bastante bien, ya que la primera frase dicha en ambos trabajos ilustraba de inmediato el componente tecnológico que hacía parte fundamental de sus respectivas teorías sobre la red. Ninguno de los dos resultados es estupendo, pero ambos son productos fascinantes (sí algo fallidos) que al adjuntar el multimedia a su narración complejizaban lo que de otra forma habrían sido simples curiosidades de género y época. The Net, una película espantosa desde cualquier flanco que se le vea, rompe esta sana tradición al comenzar con un hombre de cuello blanco, aparentemente importante y preocupado discutiendo vagamente algo que le concierne. No es de ninguna forma una diálogo memorable, pero sí lo es la acción que le sigue inmediatamente: El hombre se vuela los sesos (luego de hablar con su hijo por celular, tacto ante todo) frente a la famosa escultura de Washington The Awakening, donde Neptuno lucha por no ahogarse entre las praderas del East Potomac Park. El hecho de que esta enorme y magnífica escultura sea incluida en el corte final es lo más contundente de la escena: no por el encuadre plano, ni por el enjambre de pájaros que le rodean, sino porque no existe razón alguna, metafórica o literal, que justifique su presencia. Simplemente está allí porqué sí. Mejor resumen de The Net no puede existir.
Pero demos un par de pasos atrás y veamos quien diablos creyó que esta película sería una buena idea: Para empezar tenemos a su director, Irwin Winkler. Winkler, un exitoso productor de carrera con varios éxitos y triunfos a sus espaldas (incluyendo Raging Bull, Rocky y They Shoot Horses, Don’t They?) se adentró en la carrera de dirección con un par de filmes aceptables con Robert De Niro en el papel principal, siendo estos Guilty By Suspicion y Night And The City. Ambos, a pesar de no ser obras maestras, tenían un módico de ambición y originalidad (especialmente el primero, que trataba a grandes trazos el Macarthismo en el cine). Evidente desde sus primeros pasos, no obstante, era el hecho de que Winkler no era un director particularmente visionario u original, y su trabajo actoral era competente si no sutil. Pero mientras ese par de filmes tenían guiones logrados y concentrados en crear personajes realistas y narrativas complejas, el combo detrás de la maquina de escribir en este caso no parecía tener mucho interés en ese tipo de nimiedades, fueran lógica, tensión o desarrollo. John Brancato y Michael Ferris, los responsables, habían comenzado su carrera con pequeños guiones de terror y ciencia-ficción como Watchers II, The Unborn y Mindwarp, pero este fue su primer trabajo anidado en el centro de la industria hollywoodense. El resultado monetario fue chocante: 22 millones de presupuesto (invertido más que nada en salvapantallas de 8-bit en la casa del personaje principal) se convirtieron en un poco más de 110 millones de dólares a nivel mundial. Gran parte de dicho éxito debe ser atribuido a su ya algo conocida estrella, Sandra Bullock, cuyas capacidades actorales nunca alcanzaron sus atributos físicos.
Lanzada al estrellato por Speed en 1994, Bullock había tenido papeles de mediana importancia en la infame Demolition Man, el horrible remake gringo de George Sluizer de su propia The Vanishing y The Thing Called Love de Peter Bogdanovich, pero The Net confirmó la simpatía del público mundial con esta simplona pero hermosa heroína (simpatía que sigue vigente más de 15 años luego de su primer gran golpe). Bullock, a pesar de verse rodeada de adversidades como Angela Bennett, una absurda y brillante hacker con cuerpo de modelo cuya alimentación está compuesta de pizza de anchoas y vino rojo, no logra en ningún momento interesarnos por el futuro de su blando e ingenuo personaje, que no es del todo su culpa pero que su sosa actuación ayuda a cementar. Soltera, asocial y en busca del hombre perfecto (“Captain America meets Albert Shweizer”, buena suerte con eso), su trabajo consiste en aislar virus de programas recientemente creados en el boom de la computación (incluyendo Wolfenstein 3D). Bastante solitaria y confinada a los límites de las salas de chat (sans pederastas), Bennett recibe un diskette (los 90s en su apogeo) con la página web de un grupo de ¿Trash Metal? llamado Mozart’s Ghost (aparentemente diseñada por y para un niño de 5 años), que es a su vez el MacGuffin de mierda que pone a rodar la trama. ¿O lo hace?
Un colega hacker llamado Dale le guía hacia la esquina del display de dicho website donde un pequeño símbolo de pi (π) brilla, y al darle click abre la caja de pandora de un internet psicodélico, binario y lleno de pop-ups, algo preocupante y desconocido en igual manera y que lleva a planear una cita para discusión de dicho programa. Sin embargo, esta cita nunca se concreta, ya que esa misma noche Dale estrella su avión privado (¿cuanto dinero gana un puto diseñador, por cierto?) contra un par de columnas y este explota en cámara lenta en una bola de fuego rojizo gracias a un poco de sabotaje cibernético. Angela, convenientemente, toma el primer avión que puede hacia Cancún y se dedica a continuar hackeando en vestido de baño frente a una hermosa playa mexicana. ¿Y a quién conoce en dicha isla de la fantasía sino al hombre de sus sueños? Así es, en pantaloneta negra y con peludas pantorrillas mojadas, como Jack Devlon hace su primera aparición en pantalla (Jeremy Northam, a años-luz de distancia de Gosford Park).
Hablemos por un momento de Jack Devlon, hacker, asesino, y ciber-terrorista profesional. Tras haber entrado en la vida de nuestra protagonista por lo ojos (dicen los superficiales) ayudándose con un cuerpo ejercitado, un suave acento británico y un modem, Devlon logra invitarle a comer y, tras una romántica caminata por la playa con la ya alcoholizada Angela, un ladrón de poca monta le roba su cartera. El aparente príncipe azul sale corriendo detrás de él, a lo que pronto descubrimos que SE TRATA DE UN PSICOPATA ENVIADO A POR EL VIRUS, y el antes-sensual-ahora-demencial inglés procede a, 1) buscar furiosamente el diskette de Mozart’s Ghost en la cartera, 2) encontrarlo, y 3) llenar de tiros al mexicano frente a él. Un par de planos después se encuentra con la inconspicua Angela (que no puede esperar a quitarse las bragas) en el medio del mar en un lujoso yate, y tras asegurar el diskette y cambiar de cartucho (¿que clase de asesino gasta tantas balas?), se dispone a matarle y botarla en el medio del océano. ¿Por qué? Bueno, en parte porque a los guionistas y al director no podría importarles menos, pero además porque el villano es un puto loco.
Su libido, comprensible pero poco profesional, se interpone en su camino y los dos tienen sexo a la luz de la luna mecidos por la suave marea. Una vez la brisa se hace muy fuerte, Angela se pone la chaqueta de su pareja de coito y encuentra en los bolsillos internos la maldita pistola con silenciador. Al ser confrontado Devlon argumenta “It’s for shark fishing”, pero pronto su calmada fachada de Don Juan cede y descubre al maniático-con-contrato-terrorista debajo: “And if you’ll excuse me, it’s time to make the world safe for democracy”.
Ahora, todo lo anterior puede leerse como subjetivo, incluso ridículo, pero este es el tipo de eventos que rigen la película (vale la pena darle una escuchada detenida pero necesaria al estupendo podcast de los genios de We Hate Movies sobre la presente). Acciones ocurren, palabras se dicen, pero nunca avanzamos hacia ningún lado. El formato siempre es el mismo. Luego de la lenta y aburrida exposición, simplemente se sigue la misma fórmula una y otra vez (y otra vez, y otra vez): Angela está en problemas, escapa en el último minuto, pero nada en su situación ha cambiado o mejorado y el mundo sigue siendo igualmente peligroso. Este formato impide por obvias razones que el filme avance más allá de un primer acto, cíclico e impasable, y todos los personajes secundarios que intentan ayudarle (su madre psiquiátrica internada en un asilo, su sórdido y desagradable ex-novio interpretado por Dennis Miller, que también tuvo un pequeño papel en Disclosure) vayan saliendo de forma poco glamorosa y sean, a la larga, verdaderamente inconsecuentes para la trama. Con una duración de 114 minutos (60 de los cuales quizás son necesarios) The Net es un filme laborioso de presenciar, y ni siquiera por su baja calidad, sino porque nunca hay nada en juego, algo notorio en el trabajo musical de Mark Isham, cuya música es excesiva en todo sentido posible (compuesta de coros, piano, techno, violines y bajos al mismo tiempo) para compensar la ausencia de emoción real.
Pero al menos estos 114 minutos dejan ver una perspectiva, aunque una bastante discutible, sobre la presencia del Internet en la vida moderna. Es claro, por ejemplo, que ninguno de los involucrados con el proyecto tiene idea alguna de cómo diablos funciona la red, pero sí hay una vena recurrente de paranoia gubernamental que está mejor argumentada por Chris Carter en The X Files o por Harry S. Truman en la guerra fría. Para Winkler la presencia del internet es Orwelliana, pero su falta de eficacia lleva a una suerte de Orwell para niños que simplemente plantea problemas superficiales frente a las auténticas complejidades del cambio que propone este tipo de conectividad interactiva. Una de las consecuencias que ilustran esta falta de análisis viene de los temas que el filme escoge retratar: robo de identidad, conspiración por dinero, vuelos retrasados, medicamentos cambiados. Son todos hechos, concisos y simples, que no llevan a ninguna conclusión fuera de ‘El internet es peligroso si no lo tratamos con cuidado’. Mientras Videodrome de David Cronenberg, Adoration de Atom Egoyan, e incluso las dos previas partes de esta trilogía no-oficial apuntan (con variantes grados de éxito) a los dilemas de la transformación de nuestras vidas mediados por una tecnología que evoluciona demasiado rápido para ser comprendida en su totalidad, The Net apunta a crímenes menores, infracciones, multas y robos. Y lo peor de todo, ni siquiera lo hace interesante.
¿Recuerdan cuando había escrito que “Overnight Delivery” era el fondo del barril de “Where’s The Love”? ¿Qué la única razón por la cual la encontrarían en aquella sección era semántica y organizacional? Bueno, me equivoqué. El barril no tiene fondo. Y aún si tuviera, debajo de aquel honda torre de madera encontraríamos la desastrosa “The Oh In Ohio” de Billy Kent. Pero, ¿donde está el control de calidad?, se preguntarán. ¿Es que acaso este tipo no hace ninguna planeación para estos absurdas e inconexas mini-series fílmicas? No exactamente. Había visto cuatro filmes en el pasado que recordaba cómo interesantes y particulares, dignos de una revisión, unos cuantos párrafos y algunas lecturas. “The Oh in Ohio” no merece tal trato; para ser honesto, no merece más que la fría y desconcentrada atención que con que fue recibida en su estreno limitado en Norteamérica, que nada curiosamente es la misma atención que el guionista (Adam Wierzbianski) y el director le prestaron en un comienzo.
No es decir, sin embargo, que “Overnight Delivery” sea una obra maestra en comparación, pero debo decir esto en su favor: a pesar de ser la obra de un enfermo grupo de sociópatas, aquel filme mantenía nuestro interés por su duración completa. No se que escribir sobre “The Oh in Ohio”, porque en realidad no puedo decir de donde viene este filme, o de que se trata. Lo puedo hacer en un nivel superficial, es estadounidense y su historia más o menos es definida, pero el resultado es tan disperso que a la larga no es sobre nada, es simplemente un grupo de escenas con los mismos personajes (que, muy a pesar de los esfuerzos actorales, a duras penas son personajes, más como curvas dramáticas de Riemann que no van a ningún lado, salvo por, posiblemente, el mismo infierno) hilvanadas por frases sueltas y argumentos ridículos.
El filme sigue a Priscilla Chase (Parker Posey, haciendo, como siempre, su parte), una frígida publicista de Cleveland (aún con LeBron James) que no ha logrado el orgasmo nunca en sus 10 años de matrimonio con el deprimido y enfurecido Jack (Paul Rudd, haciendo una variación más adulta aunque similarmente madura del Andy de “Wet Hot American Summer”). Su disfunción sexual le lleva a probar varios extremos de recuperación, desde terapia de grupo (que acaba en una noche de sexo fallido en la camioneta oxidada de su marido) hasta visitas a una post-moderna profesora feminista de sexualidad interpretada brevemente por Liza Minelli. El éxito, sin embargo, y acá es donde la película empieza a desbaratarse rápidamente, es logrado tras una visita a un Sex Shop atendido por la siempre hermosa Heather Graham (haciendo las veces de la hermosa Heather Graham), donde obtiene un vibrador que le lleva al orgasmo frente a los ojos de su neurótica pareja, así destruyendo lo restante de su ego y su psique.
Jack se muda del hogar y se establece en un pequeño apartamento en el centro de la ciudad, donde lleva a cabo un vigorizante romance con una de sus estudiantes interpretada por Mischa “The O.C.” Barton (dicta Biología en un colegio, así en ese aspecto su vida también es horrible) que discute con lo más cercano a una presencia amigable (aunque asquerosamente arquetípica) que hay en toda la película, el Coach Popovich (Keith David, homenajeando al entrenador de los San Antonio Spurs, pero este es mucho más divertido que esta desagraciada obra). Mientras, su esposa crea una adicción algo benévola al los consoladores (algo así como un “Shame” de Steve McQueen pero en tono de farsa) pero sigue siendo incapaz de llegar al orgasmo con otra persona.
Es aquí, tras un par de incómodas salidas con su secretaria (Miranda Bailey, irritante), donde el filme logra capturar de nuevo nuestra atención, provisto que no hayan apagado su televisor, computador o proyector (y con razón), al traer el centro de atención a Wayne (Danny DeVito, emulando su actual corte de pelo en “It’s Always Sunny In Philadelphia”, pero sin su corrosiva personalidad), un vendedor de piscinas que Priscilla siempre ha apreciado a través de su único y setentero comercial (uno de los pocos toques frescos y creativos de los 88 minutos de duración). Tras un par de casuales encuentros con el exitoso dueño del monopolio acuático suburbano, una semi-cita ocurre, y tras la comida se dirigen a su hogar, dotado de la más cara y peligrosa piscina de la historia del cine (junto a la del Dr. Kananga).
Es a través de Wayne, con su pequeña, triste y humana historia, que vemos el verdadero potencial del filme. La premisa es bastante buena, pero la ejecución es pésima. La planimetría es frecuentemente errada, la cinematografía costosa pero inefectiva (a cargo de Ramsey Nickell, cuyas otras colaboraciones son mucho más exitosas, i.e. “Let’s Go To Prison”), las actuaciones apenas competentes, la música incongrua (e incluso se roba un par de temas de la partitura de Jon Brion para “Punch-Drunk Love”) y el desarrollo de personajes nulo. Priscilla es una mezcla de adjetivos y acciones, pero nunca funciona como alguien lógico o simpático, Jack tiene sus momentos (“Teachers don’t even give a shit about teachers”) pero en realidad es monótono, y el resto de los involucrados apenas son trazos vagos de personajes.
¿La peor ofensa, sin embargo? No es chistosa, y desgraciadamente se trata de una puta comedia. Hay todo tipo de intentos: Slapstick, sarcasmo, sátira, incluso shock, pero ninguno funciona, especialmente porque hay demasiado y muy poco de todos. Pero también hay drama, hay desamor, adulterio, adicción, problemas de auto-estima, nostalgia. “The Oh in Ohio” no sabe que diablos es. En algún punto del filme Priscilla es descrita como impredeciblemente predecible. No se que diablos signifique eso, pero seguro que es mejor que esto.