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Richard Linklater: A Scanner Darkly (2006)

Hallo una enorme dificultad en asumir este honor, inicialmente ligado (aunque tácitamente) a uno de nuestros colegas; pero de todos modos, emprenderé la tarea.

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No vale mucho recordarle a nuestros estimados lectores la ausencia de satisfacción que sienten muchos autores (cuando tienen la desdicha de seguir vivos) al ver como sus obras adaptadas al celuloide pierden su sentido a mitad de camino, enredándose en vaguedades y propuestas formuláicas que transforman el material original en un divertimento de verano, o posiblemente algo peor.

Pero este artículo, aparentemente ponzoñoso en principio y que presuntamente atacaría el cinema como entretenimiento -y bueno, es que todos estamos metidos en esta noria del capital artístico- prudentemente se desviará hacia el elogio de las adaptaciones, naturalmente las buenas adaptaciones, no especificamente aquellas que trasliteren la tinta o los carácteres escritos por situaciones en pantalla, sino las que capturan el espíritu original de la obra escrita, a mi juicio personal. Hay escritores infortunados, alguna suerte de F. Scott Fitzgerald o Gabriel García Márquez que nunca vieron una obra suya llevada satisfactoriamente al celuloide, por diversas razones, aunque hubiesen querido desde siempre lo contrario; en el otro lado de la mesa tenemos a un hombre dichoso (y clinicamente enfermo) en vida, amado por sus fans y que, hasta donde le fue posible, estuvo de acuerdo con la visión de las imágenes que alguna vez fueron sus letras. Me refiero, sin lugar a dudas, a Philip K. Dick.

Seguro que las portadas de sus primeras ediciones tuvieron influencia sobre ese éxito.

Escritor sumamente prolífico, a pesar de los tormentos psicológicos a los que estuvo adscrito desde su juventud, PKD fue un hombre entregado a la divulgación filosófica a partir de la literatura, a través de un género usualmente considerado como vulgar y vano como lo es la Ciencia Ficción, y su enfoque hacia los problemas de las relaciones humanas con las instituciones, la memoria y la alienación fue notorio y recurrente a lo largo de su obra. Como todo individuo que haya sobrevivido a los años 60’s detrás de una máquina de escribir, Philip no fue ajeno a los influjos de las drogas, y su círculo cercano de amistades estuvo envuelto en el maremágnum que significó la divulgación del LSD como un método terapéutico en psicología y un entretenimiento más allá de lo mundano. Parte de la recolección de sus errores y enmiendas puede hallarse en estas dos cartas, que evidencian su preocupación posterior por las contingencias a las que un adicto debe enfrentarse en su universo solipsista y altamente alterado.

Eventualmente escribe A Scanner Darkly, a alturas de 1977 (en una época mucho más conservadora y franca frente a los alucinógenos, algunos observarán) y él mismo considera que es la novela más brillante que haya generado hasta el momento. Tras una dedicada participación en el polvorín que renueva el interés por la ciencia ficción como vehículo cinematográfico, Blade Runner (1982), Philip K. Dick cruza el Límite de la Realidad y su sabiduría entre los mortales aparentemente queda congelada para siempre; hasta que la mencionada obra de Ridley Scott se convierte en un clásico infaltable y el interés por PKD y su obra se torna repentinamente en una romería literaria, llevando consecuentemente a la adaptación de un número mayor de obras suyas, mediante auteurs de facturas muy diversas. Los resultados de estas obras serán motivo de discusión en artículos posteriores a la publicación de este.

Me limito por ahora, no obstante, a plantear una de las dificultades que presenta la realización de películas de Ciencia Ficción, y es el de las responsabilidades del departamento del Arte, en ocasiones con especial énfasis en los efectos especiales. ¿Cómo traer a la vida esos universos posibles y, en muchas ocasiones, distantes perceptualmente a nuestra cotidianidad, logrando con ello un mínimo de verosimilitud?

¡Con Scanners, por supuesto!

En el caso que nos atañe, tenemos a un director versátil y relativamente desconocido que, a través de la magia de la rotoscopia (porque todo en la rotoscopia es magia, no nos engañemos), nos trajo una pieza que es simultáneamente una aventurada empresa en términos de animación y una delicadeza de cóctel, elemento casi que infaltable para impresionar chicas en algún bar alternativa con toda la cantidad de trivia que ofrece. Sí, me refiero a Waking Life (2001) y a su artífice, Richard Linklater. Cinco años después de trabajar con la Fox Searchlight se cubre bajo el ámparo de la Warner Independent Pictures, y ensambla -con un elegantísimo reparto- la película de la que he estado intentando hablar, hasta ahora sin mucho éxito.

A Scanner Darkly es un relato inscrito en un futuro phildickiano, que podría ser hoy mismo o dentro de un par de meses, en el cual un estado de California como cualquier otro ha perdido la guerra contra las drogas, en especial frente a la “Substancia D”, una cápsula altamente adictiva y con efectos no del todo deseables. Robert Arctor (un Keanu Reeves muy emotivo, por paradójico que pueda sonar), apenas entrado en los 30, convive en una casa de suburbio con una liga de inadaptados sociales, entre los que se cuentan James Barris, charlatán (Robert Downey Jr. rejuvenecido en extremo), Ernie Luckman, holgazán (Woody Harrelson) y ocasionalmente Donna Hawthorne, la chica (Winona Ryder, siempre bella) y Charles Freck (Rory Cochrane)… Un personaje algo difícil de describir, pero es quien en última instancia habla con más fidelidad acerca del estado de cuentas de estos sujetos. La casa es un refugio cultural para ellos, y a su vez refleja todas las impresiones de aquello que pudo ser, como el hábitat de una familia, pero que ha sido transformada gracias a la mentalidad de sus variopintos ocupantes. Ah, y las drogas.

“Drippy little things”

El inconveniente es introducido a través del mismo Bob Arctor, quien resulta ser también “Fred”, un agente encubierto al servicio de la policía y cuya misión, como es de esperarse, consiste en desmantelar lo que se sospecha que es una enorme red de narcotráfico, de los que aquellos confundidos seres probablemente hacen parte. Bob debe dividir su vida en partes más o menos iguales, dedicando tiempo a su ‘vida real’ con los compadres, así como invirtiendo esfuerzos y paciencia en descubrir más acerca de la fabulosa red de narcotráfico y la identidad real de las personas con las que se encuentra, siendo el término persona el más adecuado con creces para esta situación, empleado de manera clásica.

La transición entre identidades se nos presenta de una manera que probablemente el mismísimo Dick imaginó como tal en su visionado de la novela, y la ejecución roba el aliento: se trata del “Scramble Suit“, un McGuffin textil que permite al portador pasar desapercibido gracias a que, en la práctica, hace todo lo contrario, convirtiendo al portador en una masa de rostros y aparejos fluctuantes y dotándolo de un timbre y tono de voz neutros, con tecnología que se podría deducir como de vocoder. ¿Cómo funciona esto? Me ahorraré mil palabras más, con una imagen (un .gif, para ser más precisos).

Háganse una idea.

Y es a partir de esta división de personalidades que Bob empieza a perder la confianza en el trabajo de “Fred” y viceversa, mientras que las intenciones de los inquilinos parecen enrevesarse más y más de lo que nos ofrece el diálogo, escrito con fluidez y tino para los ritmos cambiantes del argumento. No es para menos, y excusarán la notoria aliteración, si la fuente proviene de un escritor muy bien versado en escribir diálogos, y quien adapta es un director cuyas películas más importantes han sido sobre gente que dialoga. Básico. No es un Public Service Announcement de hora y media de duración, y de hecho, la película no está dirigida a una población muy joven, dada la suma complejidad del tema tratado (aparte de las drogas). La sensación de salir y entrar constantemente en el laberinto gelatinoso e inseguro de una conspiración política y social se halla siempre presente, climatizándose a medida que la película fluye con facilidad a través de tan poco tiempo; hasta el punto en el que quisieramos ver algo más de metraje, sólo para despejar la gran cantidad de dudas que nos quedan tras el visionado de este vidrio oscuro, con una banda sonora cortesía de Thom Yorke:

“What does a scanner see? Into the head? Down into the hear? Does it see into me, into us? Clearly or darkly? I hope it sees clearly, because I can’t any longer see into myself.”

Y es este monólogo que, a final de cuentas, nos intitula informalmente como scanners, como aquellos que ven la realidad del descenso de Bob Arctor y de muchos otros anónimos caídos, apenas parpadeando ante los sucesos fantásticos que se desenvuelven frente a nuestros ojos. Por si sirve de referencia, Steven Soderbergh es productor ejecutivo.

Aunque no se le refiere a menudo como una película de Ciencia Ficción obligada, creo firmemente en que debería entrar en el canon del nuevo milenio, con preocupaciones y dilemas que, a pesar de tener sus bases en un escrito de hace 40 años, son afortunadamente el producto de un hombre muy adelantado a su tiempo, por cualquiera que sea la razón a la que se le atribuye eso. Linklater, por otro lado, conserva su imagen de cineasta independiente, seguro preparando algo de gran factura para los tiempos venideros.

“Don’t do drugs”

Como nota final, es posible ver esta película en streaming a través de HBO MAX y YouTube (Nota ed: Nov. 2022), para quienes quieran disfrutar del visionado íntegro de la obra. Quedan advertidos.

Ralph Bakshi: Fire and Ice (1983)

La prolongadísima Era de Hielo, en sí misma dividida en periodos glaciales e interglaciales, es motivo aún de fantasía, especulación y misterio en nuestra vieja tierra, a pesar de los esfuerzos conjuntos de geólogos y meteorólogos por explicarla y predecirla completamente. Nuestra fascinación por el componente (in)humano sepultado en el hielo infranqueable va desde la legendaria pieza maestra de John Carpenter, The Thing (1982) hasta obras como The Thaw (2009, con Val Kilmer), The Last Airbender (2010, el último clavo en el sarcófago de Shyamalan) y la serie japonesa de televisión/culto Neon Genesis Evangelion (1995-1996), cada cual con sus diversos gradientes de calidad en su búsqueda. Muy lejos de esa idea, nada relacionada con la ciencia y la comprensión de los fenómenos que nos rodean, se encuentra la violencia salvaje e incomprensible del arquetípico cimerio, Conan el Bárbaro, habitante de la Edad Hibórea (tan ambigua como la de hielo) y producto de la imaginación febril y entusiasta de Robert E. Howard.

Si con lo anterior he sugerido los acontecimientos de un encuentro de ambos tópicos, no crean que este artículo (como el título ya les habrá ayudado a deducir) va a hablar de Encino Man (1992), la comedia que con Sean Astin y Brendan Fraser a la cabeza nos enseñó que descongelar a un hombre primitivo (y peligrosamente hostil) sólo puede acarrear a la popularidad y el éxito en la secundaria. Hablaremos, más bien, un poco acerca de Frank Frazetta. ¿Quién es él?

Orcos sobre papel pergamino, esto es exposición.

Estamos hablando de un renombrado ilustrador de portadas de historietas y pósters de película que, desde muy temprana edad, accedió a los más privilegiados nichos de educación artística gracias a su impulso por dibujar (estoy tomando nota). Reconocido por sus múltiples manifestaciones sobre el papel de sementales musculosos, doncellas apenas cubiertas de ropa y monstruos aterradores (“or any combination of the above”), sus personajes más memorables son el ya mencionado Conan el Bárbaro, así como John Carter de Marte, el héroe de la saga ‘de Marte’ de Edgar Rice Burroughs. Si se me permite la cuña, la infame Asylum Productions engendró una adaptación fílmica de Princess of Mars (2009) con Antonio Sabato Jr. (?) emulando a Carter y Traci Lords (!), ya una veterana alejada de la industria pornográfica, con una indumentaria que recuerda al fan service ofrecido por George Lucas y sujeto al cuerpo de Carrie Fisher en Return of the Jedi (1983). Que no se hable más al respecto.

Frazetta, un confeso fan de los estudios de animación Disney, siempre quiso trabajar con éstos; mas por diversos inconvenientes de logística nunca le fue posible abandonar su morada en New York. Ahora, entrando en el terreno de la suposición, ¿Qué sucede cuando un fan y un anti-fan del emporio del tío Walt se encuentran y colisionan para trabajar juntos? ¿Física cuántica? ¿Magia? ¿Una cinta que nos recuerda lo obscuros que fueron los años 80’s?

“¡AHHHHHHH!”

De la mano de ese gran patriarca de la rotoscopia y la animación para adultos, israelí-americano de ascendencia que es Ralph Bakshi, señor de Wizards, (1977), Coonskin (1975) y la torturada Cool World (1992) entre otras… ¡Nos llega Fire and Ice! O como bien se me ha antojado llamarla, Mr. McGuffin & the Dei ex Machina. En una alianza de dos grandes hombres de lápices, que podría haber resultado sumamente exitosa, nace un producto que aunque se conoce a sí mismo (es bien simple como para lograrlo) se traiciona a menudo, y ofende constantemente al espectador con sus imprevistas tomaduras de pelo. No es que a mí me disguste la violencia ejercida por el momento cinematográfico, por lo que empezaré con esto de una buena vez.

La sinopsis es bien simple, apoyada con una descafeínada exposición: tras el cese del último periodo glaciar (sabía que volveríamos a hablar de esto) los hombres empezaron a organizarse y a poblar la tierra; una vil y cruenta hechicera, Juliana, alista sus tropas de sub-humanos neanderthaloides para asegurar el dominio de todo el plano conocido, con la ayuda de su hijo Nekron recién adiestrado en las artes de la hechicería y la mente, y emplearán todo su poder sobre una fortaleza ominosa rodeada de témpanos y cumbres nevadas, el Ice Peak (Pico de Hielo, para los no-angloparlantes). En uno de sus asaltos atraviesan el ingenuo poblado de nuestro protagonista, Larn, de cuya estirpe no se volverá a saber nada a lo largo de la cinta, masacre de la que el misterioso Darkwolf es testigo. Casi que simultáneamente, Juliana envía emisarios a Fire Keep (…) para trazar una tregua con el rey Jarol, monarca bonachón al frente del reino más poderoso de los homo sapiens; lo que no se sabe es que todo es una estratagema para secuestrar a la voluptuosa y cuasi-desnuda hija del rey, Teegra.

La sutileza de la diplomacia.

De aquí en adelante vemos cómo una serie de eventos aparentemente aislados pueden llevar a un destino forjado por las estrellas, uno en el cual cada evento empieza a sentirse un tanto más inverosímil y desplazado que el anterior, por efecto de los mencionados Dei ex Machina, algunos justificados y otros no tanto. A la aventura de Larn y Teegra se une Darkwolf, cuya agenda es (y permanece) desconocida, dejando sin resolver otro cúmulo de incógnitas en un camino ya acostumbrado a las mismas.

No se pueden verter culpas con tanta facilidad, y es que debemos empezar por mencionar que el guión fue escrito por Gerry Conway y Roy Thomas, antes de empezar una carrera prolífica en libretos de televisión para series infantiles y matinales de sábado, entre cuyos ejemplos podría contar G.I. Joe (1985-1986), Transformers (1986) The Centurions (1986) entre otras joyas similares. Los personajes corrieron a cargo de Bakshi y Frazetta, y bueno, aunque está la dosis tentadora de violencia y sensualidad que cunde las otras obras de ambos autores, el producto no parece estar hecho con el mismo amor al trabajo, y resulta más como un emprendimiento financiero (Bakshi confiesa eventualmente que sí, para él se trataba justamente de eso).

En la mezcla afortunada, no obstante, se halla la pulida animación de la mano de la sana cantidad de non-sequiturs que sitúan esta película en la sección que ustedes, estimados lectores, se hallan leyendo actualmente. La violencia insensata cubre una enorme cantidad de segmentos de la película, y la escasez de vestimentas en los gélidos parajes que dan lugar a la acción es parcialmente justificada con los fluidos movimientos de rotoscopia, una de las firmas más finas y legibles del hombre que odia a Don Bluth.

Ah, por cierto, no se olviden de Frazetta.

Los tan esperados resultados comerciales no fueron tal, desgraciadamente, y sería el último largometraje completamente animado al que se dedicaría Bakshi, al menos en lo que nos queda de actualidad. Recientemente la película ha sido rescatada como una obra de ‘culto’, tanto para los seguidores del controversial animador como para los más acérrimos fans del acerado ilustrador, muerto en el reciente 2010 a la edad de 82 años. Su influencia en ciertos círculos de la cultura popular, aunque bastante reducida, no debe negarse, aunque pertenezca principalmente al universo de la franquicia de videojuegos Warcraft, responsabilidad de Blizzard Entertainment (ellos mismos siendo geeks que toman su inspiración de muchas fuentes).

La fortuna nos sonríe, y esta película actualmente puede ser vista a través de YouTube en su totalidad, con una calidad que puede designarse como aceptable. Apta para los paladares que aprecien la baja fantasía, alguno de los mencionados autores, el Power Metal o una macabra vorágine de todo lo anterior.