Si ya cometieron el error de ir a cine a ver las Cincuenta Sombras de Grey seguramente reconocerán ese horrible sabor seco y amargo que deja la película. Muchos oirán decir a sus acompañantes “es como Crepúsculo pero con sexo” y algunos cuantos menos oirán “es como Crepúsculo pero sin vampiros”. En cualquier caso, buscar qué es lo que tiene una u otra de mejor (o más bien de menos peor) es una discusión que solo lleva eventualmente a hablar de preferencias personales.
En mi caso, me parece un poco más interesante ver qué las hace tan similares. Y no solo estas dos sagas, sino un vasto sinnúmero de otras películas.
Si Vladimir Propp anduviese todavía por ahí, estaría asombrado de ver cómo la industria cinematográfica Hollywoodense ha logrado reducir al mínimo su espectro creativo y se contenta con repetir siempre el mismo puñado de estructuras narrativas. Cada vez más evidentes, las insulsas variaciones en detalles menores del argumento no bastan para esconder el esqueleto que subyace.
¿De qué estructura estoy hablando en esta ocasión? La respuesta está en las historias para niños. Cuando Hans Christian Andersen escribió El Patito Feo, su objetivo rondaba la idea de instruir a los infantes sobre el valor de apreciarse como individuo. De no dejarse aplacar por la sociedad homogeneizante y de desarrollar a partir de las propias singularidades una fortaleza liberadora. Tomen este viejo cuento, métanlo en una bolsita de cuero, y denle duro hasta desvirtuarlo. Obtendrán así un polvillo, ingrediente secreto para hacer taquilla.
Tomemos por ejemplo a Bella de Crepúsculo, siempre rechazada y solitaria por no ser como los demás. Es este aislamiento lo que hace que el vampiro se fije en ella. Pero, puntualmente ¿qué la hace distinguirse de las demás? Simplemente el hecho de ser torpe y terca. Tal vez no son las cualidades más excelsas pero aún así son suficientes para [c]alentar a su frígido compañero. Bella Swan (“bello cisne”, como si la autora Stephenie Meyer no pudiese ser todavía más explícita) es literalmente un patito feo. O tomemos a Anastasia Steele bajo la sombra de Grey, una universitaria virgen. Si bien la exclusión por parte de su grupo social no es explícita, todos sabemos que dentro de la concepción norteamericana, ser virgen después de la adolescencia es oprobioso. Evidentemente avergonzada, la misma Anastasia esconde su penoso secreto y se coloca en la situación del patito. Hasta ahí todo va según el cuento de Andersen.
Pero, cuando llega el momento en el que el personaje principal de estas películas debe transformarse, el momento en el que el patito por su propia cuenta cambia de plumas y orgulloso encuentra su verdadero valor, nada sucede. Por lo menos no por su propia cuenta. Tanto Bella como Anastasia se recuestan en la aprobación masculina como forma de aceptación de lo que consideran sus propias carencias. En vez de tomar sus riendas, se las entregan a alguien más. La transformación se hace al revés y la patita sigue patita, lo que cambia es el mundo que las rodea. En realidad sus falencias son la entrada a un nuevo reino en donde la plebeya se convierte en princesa.
Habría que analizar con detalle (y quién soy yo para andar generalizando sobre los gringos) pero este tipo de narrativas son un reflejo de un cambio de concepción en el “American Dream”. Si antes creían que Estados Unidos era una tierra de oportunidades en donde cualquiera, a través del esfuerzo y la determinación, podía alcanzar el éxito y el bienestar, ahora parece que obviaran todo lo demás y se quedaran en un tergiversado “cualquiera puede ser exitoso”. Y sí, al parecer en una sociedad donde el gran logro de una Paris Hilton y una Kim Kardashian proviene simplemente de Sex Tapes leakeados, cualquiera puede ser exitoso. Para colmo, videos de una calidad ínfima: ¡cualquiera puede ser exitoso sin siquiera esforzarse! Lo que resulta más triste aún es el elevado nivel de fama alcanzado: nivel que ninguna actriz porno, quienes de verdad se esfuerzan por hacer buenos videos, obtendrá jamás (ya entrados en el tema, ¿conoce ud. a Sasha Grey?). Y es que el éxito ya no se mide en bienestar, se mide en fama: en ser reconocido por los demás.
¿A qué voy con todo esto? Bueno, es muy fácil aprovechar este tipo de coyunturas ideológicas para llenarse los bolsillos. Tomen a una adolescente, háganle creer que sus inseguridades la hacen única. “Tú eres tímida, tú eres desadaptada, las demás no” a sabiendas que evidentemente todas atraviesan por el mismo proceso. Luego regálenle a un príncipe azul (o uno morado por la autoasfixia) que la admire y la reconozca precisamente por estos aspectos banales. Y finalmente hagan que el príncipe ejecute una serie de sacrificios trascendentales, como entablar una guerra entre licántropos y vampiros o arriesgar su prístina fachada de inaccesible trillonario, con el fin de demostrarle a la princesa que la de ella es una “verdadera belleza”, la misma del comercial de Dove. En todo caso, la heroína sin realmente hacer nada, cambiar nada, lograr nada, obtiene todo lo que quiere. Alguien más o algo más hace que se supere, pero no es ella. Es claramente una repetición del modelo conformista que hizo que ahora estén juntos K.K. y K. West (+ North West). Una verdadera apología al pensamiento del “Easy Money”.
Me pregunto de dónde viene la idea de que una mujer aislada socialmente deba esperar a que un caballero se sacrifique y metafóricamente atraviese un zarzo espinoso para encontrarse con ella. ¿De dónde viene la idea de que un hombre despierte (¿sexualmente?) a una mujer con sus besos? No se me ocurre dónde nace la noción de que las carencias de uno pueden desaparecer instantáneamente, como por intervención de hadas madrinas. ¿Será que todavía perduran esas concepciones anacrónicas de los 50s, década en la que Walt Disney luchó y se destacó por llenarse los bolsillos retratando princesas inconformes, capaces de superarse y solucionar sus propios problemas?
El horrible sabor seco y amargo que a muchas les deja las Cincuenta Sombras de Grey viene de haberse dejado meter los dedos en la boca por la misma falacia de siempre.