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Nora Ephron: You’ve Got Mail (1998)

“Do you know what this is? What we’re seeing here? It’s the end of western civilization as we know it.”

La frase de arriba, dicha con petulante energía por el escritor y periodista Frank Navasky (Greg Kinnear) al comienzo de You’ve Got Mail, parecería estar a gusto dentro de un monólogo enfurecido de un personaje perdido de Philip K. Dick. ¿Nora Ephron, sin embargo? ¿La arriesgada directora de… Julie & Julia? ¿Michael? ¿Bewitched? No exactamente una participante aguerrida del Dogma 95 o del kitchen-sink realism. Ligeramente malignada por su tendencia a hacer comedias románticas y por ser mujer, la muy judía y muy neoyorquina Ephron tiene bajo su cinturón un par de joyas (el guión de “When Harry Met Sally”, “Sleepless In Seattle”) que le dan una ventaja considerable sobre la reprochable Nancy Meyers, la simpatizante/militante de ancianos responsable de Something’s Gotta Give e It’s Complicated.

¿La frase de allá arriba? Desgraciadamente, no tan arriesgada como suena en un principio. El filme, estrenado en 1998, a duras penas tiene alguna influencia de Nostradamus, al proponerse predecir lo predicho (una predicción muchísimo más aterradora y acertada habría sido hecha 17 años antes por David Cronenberg en la magistral Videodrome). No sólo eso, para añadir insulto a la injuria, You’ve Got Mail fue producida por la Warner Bros, que un año después anunciaría su unión con AOL (America Online, internet noventero) que nada coincidencialmente aparece unas 100 veces distintas en el filme, “víctima” del repudiado product placement. ¡¿Víctima?! ¡El título es sacado directamente de la misma compañía! Mientras no tan blanda como la sosa Meyers, este tipo de comportamiento pasivo deja a Ephron más de un par de pasos atrás de Nicole Holofcener o Lisa Cholodenko.

Basada originalmente en la obra de teatro The Shop Around The Corner de Milos Lászlo (adaptada al cine en 1940 por el gran Ernst Lubitsch con James Stewart y Margaret Sullavan) y escrita por la directora y su hermana Delia, You’ve Got Mail sigue a sus dos personajes principales de forma paralela y en sus ocasionales encuentros. Kathleen Kelly (Meg Ryan, digna de un párrafo propio) es dueña de The Shop Around The Corner, una pequeña, cara y legendaria librería para niños que heredó de su madre. Joe Fox (Tom Hanks) hace parte de la junta directiva, junto a su padre y su abuelo, de la cadena de librerías Fox Books, una suerte de Barnes & Noble imaginario en la cual pocillos, delantales y café (¡Cappuccino!) hacen parte de la mercancía. También: descuentos. Sobra decir que en persona se detestan. Pero es a través de sus seudónimos virtuales, y no de sus negocios comunes ni odios personales, que estos dos se conocen. Shopgirl y NY152 respectivamente, una pareja ideal e imaginaria que se caracteriza por sus distintos correos electrónicos (con la regla, cuan única y conveniente, de no hablar de nada personal) sobre, bueno, mariposas en el metro y panaderías neoyorquinas. ¿Mencioné que la película toma lugar en NYC? Bueno, gran parte de su apenas notoria particularidad viene de las experiencias de las hermanas Ephron en el Upper West Side de Manhattan, y la ciudad se convierte en un fondo pintoresco, burgués y fascinante. Aún más fascinante, sin embargo, es la imagen del internet que el filme escoge retratar. ¿A que me refiero? Shopgirl lo enunciará de una manera mucha más clara.

Psicópata.

“I turn on my computer, I wait impatiently as it connects, I go online and my breath catches in my chest until I hear three little words: You’ve Got Mail!”

¿Dije Shopgirl? Me refería a Ed Gein. La frase habla de un tipo de obsesión y anticipación que para una persona de 30 y algo de años es cuando menos, psicótica. Lo verdaderamente curioso del tema es que su retrato del internet, precario y de conexión fija muy a pesar de que los dos personajes tienen portátiles, es honesto. El internet es (y usted, ávido lector/lectora de blog lo sabrá) adictivo. Puede que la declaración de la Sra. Kelly suene exagerada, pero lo cierto es que a duras penas logra retratar la profundidad de la adicción que el internet moderno, más rápido, más voraz, más letal y más variado logra ejercer sobre sus usuarios. Es cierto, esta imagen congelada del internet noventero es divertida, y el particular sonido del módem haciendo conexión traerá recuerdos adorables o terribles, dependiendo del pasado de cada quien. Pero lo que verdaderamente logra resonar del filme es la presencia de la computación sobre nuestras vidas. Joe Fox llega a su opulento pent-house, y, ¿lo primero que hace una vez abre la puerta? Abre el computador y revisa su bandeja de entrada. Kathleen Kelly se despierta y antes de desayunar o tomar una taza de café ¿qué hace? ¡E-mail! Su pareja, el ya mencionado profeta del augurio Frank Navasky, hace las veces de guerrilla anti-tecnológica con su aversión a la televisión, el VHS y su público amor frente su maquina de escribir.

(…)

Pero su odio es puramente ideológico, quizás incluso estético, basado en sus pervertidas observaciones sobre su Olympia Report Deluxe Electric. Lo único sobre el internet que Navasky no escoge atacar es su punto más controversial: sus peligros. Una vez este estalló de la manera en que todos le conocemos hoy en día, uno de los puntos más tocados por el periodismo y las amas de casa fue su uso como un vehículo de psicópatas y pederastas. Nunca nadie considera que esta relación entre Kelly y Fox puede ser potencialmente peligrosa o nociva para alguno de los dos, más allá del ocasional desengaño. Ocurre sólo una vez en el filme, cuando los azares del destino y el guión le descubren a Fox la identidad de su amante de banda ancha, que la especulación frente a la identidad de NY152 lleva a la predicción de que este no es ningún otro que el Rooftop Killer, un francotirador en serie.

Aunque haya que aceptar que la idea de Meg Ryan saliendo con el Rooftop Killer suena fascinante (*ver In The Cut, 2003), la sola idea de Meg Ryan, y de porque esta actriz es alguien tan popular en el mundo de la comedia romántica es bastante interesante. Meg Ryan, como muchas otras personalidades varias del mundo de Hollywood, no actúa, simplemente varía de formas distintas su muy específica personalidad. Y ocurre, que la suma de su personalidad más su físico, es la ecuación ideal de lo que busca Ephron, Meyers y demás mercaderes del romance cinematográfico. Empecemos por su aspecto físico: es atractivo, pero no es sexual. Es dulce, pero no sensual. Esto responde al hecho de que las comedias románticas están apuntadas a mujeres, como las películas de acción apuntadas a hombres, lo cual no es un análisis chauvinista, simplemente un negocio chauvinista. Meg Ryan es alguien con quien la mujer promedio se puede identificar porque no es poseedora de una belleza deslumbrante o voluptuosa. Es, sin embargo, y acá entra su personalidad, afable, divertida, sensible, inteligente, y, sobre todo, chistosa. Puede que Ryan no sea la mejor actriz de la historia, pero su éxito en la comedia romántica responde a su talento como comediante (especialmente en When Harry Met Sally).

¿Big 2: Electric Boogaloo?

Su actuación en You’ve Got Mail no es particularmente memorable, ni lo es la de Tom Hanks (quien en mi opinión personal es mil años mejor en comedia que en papeles serios, i.e. The ‘Burbs y Punchline). Los actores secundarios, como es común en este tipo de filmes, hacen su trabajo mucho más fácil, y este específico reparto está poblado de personalidades. Greg Kinnear retoma su yo televisivo de unos años atrás y lo caricaturiza con éxito. Dave Chappelle, antes del éxito violento de su show hace una aparición irreconocible, si no especialmente vistosa. Steve Zahn, Heather Burns y Jean Stapleton amenizan el ambiente del pequeño negocio Kelly. Especialmente estupenda, y una notoria pérdida una vez desaparece del filme, Parker Posey, veterana humorística de Christopher Guest y Hal Hartley, que aprovecha uno de sus papeles más memorables cómo la pareja hiperactiva y abrasiva de Joe Fox.

Lo que nos deja con el final. La otra gran influencia sobre al filme, además del estudio que la patrocina y la obra de Lászlo es Orgullo Y Prejuicio de Jane Austen, obra que la película no solo logra referenciar con frecuencia abrumadora sino de la cual además roba gran parte de su interacción de contraste entre sus personajes principales. Pero mientras el Sr. Darcy en realidad nunca obró mal en contra de Elizabeth Bennet, Joe Fox sí lo hace (Vale la pena anunciar que a continuación viene un Spoiler Alert!, pero debo agregar que es una comedia romántica de estudio, así que no es imposible de predecir). El punto, y el punto final es el siguiente: Joe Fox es el responsable de la bancarrota de Kathleen Kelly, y no solo eso, sino además del negocio que había fundado su madre y en muchas maneras era su última conexión con la difunta. Su defensa, y la defensa de Mario Puzo, es que no es personal, son sólo negocios. ¿Pero, dadas las circunstancias del caso, no es esto personal? No sólo eso, ¿Cómo puede funcionar esta relación? ¿Cómo se puede convivir con la persona que destruyó lo que su propia madre construyó con tanto esfuerzo? ¿Es este un final feliz?

Hey, al menos hay un perro.

Joel Schumacher: Flatliners (1990)

-Inserte Coro Gregoriano-

Cuando tengo oportunidad de hacerlo, suelo traer a colación el primer libro de Edgar Morin, El Hombre y la Muerte (1951) y confiar en que las personas alrededor mío no arrojen sus cócteles hacia mí cuando hablo sobre el capítulo introductorio, “Más allá de la No Man’s Land”, dada mi reiteración en el tema. En éste, el filósofo francés aborda las complejidades del horror a la muerte y cómo el mismo horror hace parte de un proceso (o más un ciclo, por lo pronto) que invita al individuo a alcanzar la inmortalidad. Los métodos para alcanzar esa inmortalidad hasta ahora han sido apenas conceptuales, pero en toda una variedad de culturas se aprecia su efectividad e impacto. Ocultar la ineludible descomposición tras un velo de desconocimiento es el más destacado entre los mencionados métodos, abarcando desde el arcaico entierro hasta la cremación submarina. Un proceso de duelo se lleva a cabo para sentar la idea de la ausencia de esa persona entre nosotros, los vivos, después de que ha “realizado un viaje” o ha “entrado en un sueño” sin que nosotros veamos el cómo, añadiendo así un halo de esperanza al cruce de esa Tierra de Nadie donde habita la muerte.

Sin embargo, ¿Cómo asumiría la humanidad ese duelo, ese horror y esa introducción dubitativa a la defunción, si supiera qué es lo que hay más allá, de donde nadie ha regresado hasta ahora? Es aquí donde le damos a bienvenida a Peter Filardi, guionista de Flatliners y responsable, entre otras joyas, de The Craft (1996), de la que no hablaré en esta entrega por sumo respeto a todos ustedes, lectores.

El argumento de esta película, estrenada en agosto de 1990, nos introduce a una escuela de medicina dotada de una memorable promoción estudiantil, más lista y emprendedora que el promedio. Nelson (Kiefer Sutherland) se encuentra reuniendo un grupo de colegas con bastante disposición e ingenio, con el fin de llevar a cabo un experimento que considera revolucionario no sólo en el campo de la medicina, sino también en la filosofía, la teología y la ciencia en general.  Su equipo no parece del todo confirmado, debido a las implicaciones riesgosas de la osadía de Nelson, aunque inicialmente Joe Hurley (William Baldwin), un casanova con hábitos bastante pintorescos y Randy Steckle (Oliver Platt), un hombre sumamente atento a su desempeño académico, parecen tener la motivación para apoyar la órfica empresa. Eventualmente contactan a Rachel Mannus (Julia Roberts, sí, esa misma), quien parece tener un velado interés por la percepción de la muerte de otras personas, y se muestra confundida ante la idea de Nelson, como cualquier otro ser humano lo suficientemente empapado de conocimientos en fisiología para saber lo laborioso que resulta traer a alguien de entre los muertos. Accede a regañadientes, contrario a David Labraccio (Kevin Bacon), un mesiánico ateo renegado cuya impronta de rebeldía le hace oponerse al dictamen de sus superiores, que no están en la mejor posición para prescindir de su genialidad; parece implacable en su determinación de no ver morir a alguien frente a sus ojos, por lo cual ofrece una negativa inicial, presumiblemente rotunda, frente a la solicitud. Como ya lo mencioné, es un dream team genial, y hasta este punto nadie parece estar en la posibilidad de arrojar la bola al suelo, por lo que podríamos descartar ese detalle como un posible punto de giro.

“Oops… slippery little suckers.”

Nelson, con ayuda de su et. al clandestino, consigue los equipos médicos necesarios para llevar a cabo el revolucionario experimento, que consiste en dejar a una persona en línea (flatline, sin pulso) durante un minuto, para ser posteriormente traído a la vida con técnicas de resucitado, particularmente defibrilación; todo esto, con el fin de replicar y prolongar un fenómeno conocido como la experiencia cercana a la muerte (NDE, por sus siglas en inglés). Es natural que el primer voluntario sea el autor de la idea misma, y es así como Nelson es llevado al más allá, y si alguien no había notado aún que esta es una película de Joel Schumacher, es justo en este minuto de muerte en el que la verdad sale completamente a flote.

Las combinaciones de colores inusuales ya eran una carta de presentación para este director críado entre videoclips musicales, antes de que en la primera década de este siglo los realizadores abusaran del impactante (y estúpido) contraste entre el cian y el naranja, metiéndolo con calzador donde quepa. El lugar donde se realizan los convulsionados experimentas es una capilla que atraviesa un proceso de restauración, en la que se llega a respirar una atmósfera enrarecida, con toda esa luz ténue de viejo bombillo callejero que choca con los azules intensos que emite el equipo médico y la icónica “cama de neón”, que suministra la temperatura adecuada a los cuerpos temporalmente sin vida, así como a los ánimos de los expectadores cuando así es requerido.

El experimento aparentemente es un éxito, reportando un sentimiento de satisfacción y epifanía en un Nelson ya de vuelta, cuyo cuerpo sin vida es socorrido por la oportuna llegada de David a la capilla. Sin embargo el momento resulta pesadamente polémico para los colegas presentes, ignorantes del maravilloso mundo de planos-grúa y colores saturados que hay detrás de la muerte. Las opiniones de todos están divididas, aunque conservan esperanzas de vivir el fenómeno de manera personal, cada cual con su propia perspectiva. Entre los más interesantes se encuentra Joe, cuya inseparable y sucia cámara de video ofrece una visión granulada del momento, y al ser el segundo en pasar a la camilla nos ofrece pronto un poco de su inquietante subconsciente. Lo que nadie sabe es el terrible efecto secundario que viene cuando ese subconsciente es revuelto con el cucharón de las muertes-al-minuto, algo que generará desagradables momentos en el grupo y el retorno de antiguos fantasmas perdidos en algún lugar de la vida, la muerte y la memoria.

A estas alturas debo recalcar que es muy distinta la experiencia de haber visto Flatliners por primera vez en el canal Cinemax, alrededor de 1994, pasado por la noche como si se tratara de un sleeper, comparada con el visionado reciente, empleando terribles prejuicios para evaluar esta obra. Ya sé a qué se dedica Joel Schumacher, y no pude evitar sentir el visionado de algún set de Batman Forever (1995), con una iluminación ominosamente similar o alguna manifestación de la ciudad como un lugar simultáneamente vaporoso y eléctrico. Por otro lado, está la obsesión con el Halloween, evento que Schumacher emplea como firma en varias de sus películas aunque no haya sentido para ello; en el caso que nos atañe los personajes son sorprendidos por una orgiástica e insensata celebración del Día de los Muertos, justo afuera de la capilla de resurrecciones. No voy a discutir que la presentación visual de esas marcas sea deplorable, ni mucho menos; son detalles en los que pondrían mucho tesón tanto el director como el fotógrafo, Jan de Bont, a quien conoceremos indirectamente por haber creado las imágenes de películas tan icónicas como The Hunt for Red October (1990), Die Hard (1988) o Cujo (1983), entre una miriada de maravillas en su hoja de vida.

Mágicos corredores imposiblemente iluminados.

La película resulta bastante entretenida y entrega su carga prometida, tocando un de por sí un terreno peligroso en el área de la ficción, a pesar de construir uno de sus pilares sobre una premisa totalmente falsa, que es la recuperación del pulso en lína a través de la defibrilación. Haciendo una pequeña investigación sobre el tema y discutiéndolo con un amigo, he llegado a una manera pertinente de comentar (empleando sin permiso sus términos) este absurdo que no se da sólo en esta película, sino en muchos otros productos dramáticos que tienen la oportunidad de enseñar un electrocardiograma: imaginen que el músculo del corazón es un obrero que carga cajas, y su labor es llevar las numerosas cajas en sus manos sin que se caigan al suelo. Cuando el corazón está en movimiento de diástole y sístole, esa pila enorme de cajas se mueve de un lado a otro mientras el obrero las transporta, por lo cual sigue trabajando; haremos de cuenta, por otro lado, que los defibriladores son ayudantes que le agarran la carga al obrero cuando está en aprietos, pero ¿Qué pasa cuando ese corazón deja de mostrar señal eléctrica, y por ende da línea en el electrocardiograma? Cuando hay una asístole, el obrero pierde el control de las cajas y las deja caer en el suelo, ¿Para qué habrían de ayudarlo los defibriladores, si ya tiene las manos vacías?

El proceso médico es un poco más complejo (y menos mentiroso) que aquello que he acabado de contar, pero aunque esa pequeña esquirla médica atente contra la suspensión de la incredulidad en Flatliners, no puedo dejar de recomendar la película para una noche ligera de emoción y risas de ultratumba. Todo eso sin olvidar que el reparto, como casi siempre sucede con Schumacher, es de fichado bastante alto, y por ello el producto final algo grato debe tener, ¿No?

No aseguro la ausencia de fatiga después del visionado de esta frenética obra.

Errol Morris: Mr. Death: The Rise and Fall of Fred A. Leuchter, Jr. (1999)

En las artes, es la mirada particular de un artista la que diferencia una obra de la otra, para bien o para mal. Lo mismo aplica con las películas, y aunque la frase puede parecer obvia no por eso debe ser pasada por alto.

Francis Ford Coppola, por ejemplo, decidió que su película “The Godfather” (1972) no sería sobre mafiosos, sino sobre una familia, y fue así, con ese enfoque particular, que nació uno de los clásicos del cine mundial. En el documental la situación es relativamente distinta, la asunción general tiende a afirmar que el género es no ficcional; y como tal, lo que vemos es verdadero. Pero no hay que adentrarse mucho en la historia del cine para descubrir que en efecto, el documental es una poderosa mentira disfrazada de verdad a través de datos exactos y entrevistas en vez de actuación, usado para llamar la atención sobre problemas sociales o para promover gobiernos totalitarios por igual, siendo catalogado a veces como cierto y revelador o como mentiroso y exagerado. El documental es injusto por naturaleza.

Y aquí llego al asunto que me concierne: The Rise and Fall of Fred a. Leuchter, Jr. la séptima película de Errol Morris, que aborda el holocausto nazi y la pena capital (dos de los temas más usados para hacer películas, para bien o para mal) de una forma extrañamente particular, en especial para un documental, de una forma extrañamente justa.

Esta es la película de Fred A. Leuchter, Jr, un experto que es contactado por cárceles de diversos estados para hacer mantenimiento o rediseñar los sistemas de ejecución de las mismas. A pesar de no ser un ingeniero certificado, tiene la experiencia, el conocimiento, y sobre todo, la disposición para trabajar en este terreno. Otros ingenieros con más estudios y certificados se niegan a desempeñarse en ese campo por miedo o por simple incomodidad, lidiar con la muerte de esta manera no es para todo mundo.

Pero Leuchter puede y lo hace con bastante tranquilidad, convencido de llevar a cabo una causa noble y humanitaria. Su fijación con el tema viene desde la infancia; su padre, guardia en una prisión, lo llevaba constantemente al trabajo, donde descubrió las fallas que presentaban los sistemas de las sillas eléctricas, que a veces dejaban tostado pero vivo al interno en medio de un charco de orina y excremento (producto de su total  pérdida de control corporales en los últimos momentos), siendo entonces necesario  efectuar de nuevo el procedimiento, con el riesgo que esto implica para los guardias (la orina es un gran conductor de electricidad) y con una crueldad innecesaria hacia el condenado. Morris revela la historia del científico espontáneamente, aprovechando distintos formatos y material de archivo para reconstruir de forma coherente el pasado de Leuchter mientras reconstruye también parte de la historia de las cárceles y deja ver su importancia en la vida estadounidense del siglo XX.

¿Qué clase de vida lleva alguien que es buscado solamente por las cárceles? Pocos pueden responder con certeza, y en momentos la película establece dramáticos paralelos entre el experto y los criminales que habitan las prisiones, ambos son rechazados por la mayoría de la gente, que no puede aceptar a alguien que quebrante la ley, o a alguien que quiere que se efectue de la mejor manera posible.

Leuchter es solitario, toma incontables tazas de café y es así que conoce a su futura esposa, una camarera que relata con prudencia y distancia su relación con el científico. Nunca le podemos ver el rostro completamente, solamente se ven sus labios en algunos momentos y cabe dudar si de hecho los labios que vemos son de ella o son simplemente de otra mujer que la está representando. Su forma de hablar es tan escueta que pareciera que simplemente conoce a Leuchter superficialmente.

De repente, aparece Ernst Zündel, un alemán que asegura que el Holocausto nunca ocurrió, crea polémica entre la gente, forma una base de seguidores, y resuelve contratar a Leuchter para envíarlo a un famoso campo de concentración y comprobar sus afirmaciones científicamente, tomando pruebas de lo que sería la cámara de gas donde han debido morir miles de judíos hace algunos años. Aparte de estar de acuerdo con la pena capital, Leuchter habla poco de sus posiciones políticas y nunca da opiniones relacionadas con el tema del holocausto nazi, ¿Por qué elegirlo a él para semejante tarea entonces? ¿Por qué no a alguien más cercano ideológicamente…? Tal vez porque, como en su profesión, no hay muchas personas dispuestas a hacerlo.

Leuchter va a Polonia con su esposa en lo que él considera como el viaje de luna de miel y ella recuerda como un aburrido viaje a Europa. El científico toma muestras y hace mediciones en el lugar acompañado de un camarógrafo y un traductor, su esposa está esperando siempre en el carro. De vuelta en casa, resultados de laboratorio muestran que en efecto las paredes del lugar no tienen restos de químicos venenosos, el científico lo escribe, y así se constituye el “Informe Leuchter”, uno de los documentos más usados por los negacionistas en el mundo.

Leuchter es bienvenido por la comunidad revisionista, que lo apoya en medio de la polémica que desatan estos resultados y que básicamente acaba con su carrera en las cárceles, su esposa lo deja (por los motivos que hayan sido) y de repente es procesado por ejercer ingeniería sin licencia (algo que al parecer la mayoría de ingenieros hacían en ese momento). Su vida cambió subitamente por una causa que siempre le fue ajena.

Es casi cómico ver su defensa de los hallazgos, histórica y científicamente incorrecta; las muestras fueron erróneamente tomadas y analizadas, y por lo tanto los resultados también son falsos, explica luego el encargado del laboratorio, que según cuenta nunca supo de qué eran esas muestras hasta que lo contactaron para testificar en el caso contra Zündel y Leuchter. Los documentos internos de los nazis afirman la existencia de las cámaras de gases y las fotos y los sobrevivientes de la tragedia no lo niegan tampoco, las pruebas abundan; y sin emabrgo Leuchter continua convencido de lo que cree es ahora su único objetivo en la vida: desmentir el holocausto nazi.

Desde el inicio la película es extraña en su posición frente al científico, básicamente escuchándolo a él solamente, dejando que se cree una especie de empatía con el personaje (algo que no es difícil dadas las características tragicómicas que Leuchter encierra: su forma de hablar, su forma de ganarse la vida o su situación sentimental), y luego la perspectiva cambia y permite que otras personas hablen de Leuchter, de su estupidez, de sus defectos. Morris estructura el contenido inteligentemente, y en ningún momento es esta película partidaria de alguno de los personajes, no condena, pero tampoco asiente. El director toma el riesgo de no ser obvio. Sin embargo, es lo suficientemente razonable como para mostrar que, en efecto, millones de judíos murieron en la segunda guerra mundial, y que las pruebas existen; dejando de lado cualquier ambigüedad histórica que pueda desviar la atención del público, y quedando entonces por contemplar a Leuchter, simplemente Leuchter, para bien o para mal. Morris nos obliga a reflexionar sobre nosotros mismos como espectadores, resuelve no categorizar a sus personajes como buenos o como malos, recordándonos de paso que los humanos somos complejos, algo tan obvio que sin embargo parece ser olvidado con mucha frecuencia por un sinfín de cineastas.

En materia técnica, el documental continua con la tendecia estilística de Morris: la fotografía y el sonido se mezclan para conseguir un efecto casi onírico mientras la exploración temática es compleja. Pero el centro aquí es Leuchter, es su historia vista como Morris la presenta lo queengrandece el resultado.

Wes Anderson: Rushmore (1998)

Algo ha cambiado en Wes Anderson. El telón se abre en el escenario principal de su nueva película: “Rushmore”. Si en “Bottle Rocket” Anderson nos mostraba personajes, quizás, demasiado inmaduros para su edad en “Rushmore” no se toma la molestia en ir hacia adultos y simplemente se centra en el estudiante Max Fischer. Retratado no solo como un emprendedor sino un intelectual, el fuerte estilo visual del director expone las muchas corrientes en las que Fischer ha incurrido en su colegio. Todo esto hasta que el rector lo describe como uno de los peores estudiantes que hay, haciéndole de este modo un personaje más característico del director. La temática no ha cambiado, ni tampoco sus imágenes (a pesar de no ser tan marcadas desde el principio): es aquella satisfacción a la que Dignan se refería después de haber salido de su golpe, su opera prima, y de no tener la necesidad de impresionar a nadie.

Y logra, curiosamente, todo lo contrario. Las críticas que “Rushmore” ha recibido tanto en su estreno como en retrospectiva son las mejores que Anderson ha recibido en toda su carrera, y en su mayoría justificadamente. Bill Murray hace su primera colaboración, de gran nivel, con Anderson, su personaje siendo lo mas cercano a “Bottle Rocket” que vamos a encontrar. Olivia Williams cumple a cabalidad con su papel de Mrs. Cross. Pero indudablemente el foco de la atención va hacia Jason Schwartzman quien en su debut actoral se muestra una presencia versátil, por momentos viejo y sabio y por momentos joven e inmaduro, todo bajo los parámetros de su personaje. La ambivalencia es a la larga la definición de los personajes angulares de Anderson, muy de la mano de los de J.D. Salinger, una de sus mayores influencias.

El multifacético Max.

La historia es sencilla y parte de la platónica relación entre Max y Mrs. Cross. En su búsqueda por impresionarle Max recurre a su nuevo y millonario amigo Herman Blume (Murray), quien se ve a si mismo en el joven protagonista. De este triangulo surge el filme. Las emociones van y vienen en poco tiempo, amores y amistades comienzan tan rápido como terminan y esto nos distrae de los lazos que se forman a largo plazo entre los personajes, que es una temática que se vería más de una vez en su filmografía. Max es quizás el más notorio Alter Ego del director, hiendo tan lejos hasta vestirle de manera exacta a como la hace Anderson en su cotidianidad y no es en vano que su mayor talento (además de la apicultura, la filatelia, la lucha, el lacrosse, la caligrafía, la astronomía, el debate y la esgrima) sea el de la dramaturgia. En ocasiones Max toma el hilo de la narración por medio se sus aclamadas obras de teatro.

El gran Bill Murray.

A lo largo del filme también se tocan temas que darían solos para una película completa, lo que significa que Anderson no ha perdido de vista su ambición narrativa: hay temas sociales como lo es el paso de Max de Rushmore, un colegio privado, a un colegio público y su notoria vergüenza acerca del hecho de que su padre sea un peluquero y no un cirujano como este quisiera. Hay temas sexuales como los frecuentemente mencionados hand jobs y la supuesta relación entre el estudiante y la madre de su mejor amigo Dirk. Hay temas mucho más serios como la muerte, ejemplificada en el ex-marido de Mrs. Cross (Edward Appleby) y en la madre de Max (Eloise Fischer). Pero Anderson tampoco ha perdido de vista sus intereses y solo toca estos temas superficialmente. Sus personajes casi siempre son conmovidos e impulsados por otras razones, aparentemente mucho más “simples” y “mecánicas” en la mayoría de los casos.

Sin embargo, al final vemos una toma de la audiencia que asiste a la nueva obra de Max y es remarcable descubrir como uno siente que conoce a casi todos sin haberlos visto demasiado. Anderson logra a través de una deceptiva simpleza una potente caracterización, uno de sus frecuentemente olvidados fuertes como director. En “Bottle Rocket” este tipo de descripción permite al director y al espectador llegar a este sentimiento de familiaridad. Desde los personajes principales hasta aquellos más secundarios todos parecen ser viejos conocidos de tiempo atrás. El uso de la música refuerza esta sensación: a lo largo de la historia también se convierte en un instrumento narrativo, causando así una mezcla por momentos poco convencional, pero que dan aquella calidez e incluso fuerza a escenas del filme cuando lo sentimos necesario. “Rushmore” puede ser su mejor película, pero al mismo tiempo sirve como molde para sus próximos trabajos, marcando los parámetros que seguirían, no solo sus obras a segui , sino muchas en su género.

El público presencia.

Errol Morris: Fast, Cheap And Out Of Control (1997)

Errol Morris llega a su sexta obra lleno de vigor, de curiosidad… llega genial. Esta es una película notable, que por alguna razón no es tan reconocida como otras de sus películas (Gates of Heaven o The Thin Blue Line, por ejemplo). En ese sentido, me recuerda dos excelentes obras de Martin Scorsese: The King Of Comedy (1983) y After Hours (1985), que también han quedado bajo la sombra de grandes filmes como Taxi Driver (1976) y Raging Bull (1980), pero que de estar en la filmografía de cualquier otro realizador quiero creer serían ampliamente alabadas en el mundo del cine.

Como creo que ya evidencié, considero que esta obra es excelente, resiste clasificación, es un documental, sí, pero es más, es mucho más, la construcción es poética, su efecto lírico y su estilo vanguardista, si la obra de Morris ya de por sí es particular, esta película lo consagra como un visionario del arte cinematográfico.

Dejando la adulación a un lado, el asunto es simple, cuatro tipos hablan de sus particulares profesiones, y mientras lo hacen, reflexiones importantes acerca del ser humano surgen de la forma en que todo nos es presentado; tenemos a un investigador de robótica, a un jardinero que se especializa en arte topiario, a un entrenador de leones y a un experto en una especie animal, la rata lampiña africana. Los personajes son típicamente “Morrisianos”, extraños, dignos  y fascinantes. Sin embargo, a diferencia de sus anteriores documentales en que los entrevistados están unidos por algo perfectamente descifrable, ya sea un pueblo, una situación, o una persona (y a pesar de tener estos cuatro hombres un montón de aspectos en común principalmente en su forma de ser) en el presente caso solamente están unidos o relacionados por… Errol Morris.

Imágenes cautivadoras se mezclan con sonidos insinuantes para construir un aura especial a través de estos cuatro personajes que sin embargo no son el centro de esta película, sino que hacen parte del conjunto de elementos de los que dispone el director para transmitir algo. ¿Qué? Es difícil decir determinarlo con exactitud, ya que Morris nos deja admirar y preguntarnos esto constantemente mientras desenvuelve su película frente a nosotros, y lo hace de una forma radicalmente opuesta a lo que se puede considerar y se acepta como contemplativo en el cine (por ejemplo, el trabajo de directores como Andrei Tarkovsky o Michelangelo Antonioni), es mediante la velocidad y el deslumbre que llegan aquí las ideas a la mente del espectador. Recuerdo cuando escribí acerca de Gates Of Heaven, su primera película, que decía que a veces los personajes hablaban de algún tema y terminaban discutiendo algo totalmente distinto y como el uso de esa cotidianidad dotaba de profundidad esa película. Aquí, el método es el opuesto,  aparte de alguna información sobre las vidas de algunos personajes, se habla casi exclusivamente de cuatro temas: robots, ratas lampiñas africanas, jardines y entrenamiento de leones. Aun así, el resultado es, en cierto modo, parecido al de Gates, una obra que medita acerca del hombre y su lugar en el mundo, en la que de repente este no es tan distinto a las ratas lampiñas ni a los robots que fabrica y cuya vida entera puede ser no más que una simple y efímera función de circo.

La película consiste de entrevistas a los protagonistas, imágenes de sus respectivos entornos y material de archivo, Robert Richardson había trabajado previamente con Oliver Stone (en Natural Born Killers (1994) y JFK (1991) por ejemplo) y llega como director de fotografía a este proyecto aportando parte de la exploración con los formatos cinematográficos y las texturas de la imagen que había implementado con Stone, para conseguir, según mi opinión, mejores resultados. La música es de Caleb Sampson y encaja perfectamente con el desarrollo de la película sin llamar mucho la atención sobre sí misma, la banda sonora en general es ejemplar, con sonidos de un personaje en la narración de otro, haciendo metáforas constantemente sobre lo que cada uno revela. Morris dota a cada uno de su propio mundo visual y sonoro, los encuadres y ritmos de tomas varian según el personaje que habla, y en cierto modo nos prepara para la constante yuxtaposición de ideas que surgirá a medida que combina estos aspectos de diversas maneras durante la película.

Debo confesar que mientras la veía por primera vez, aunque fascinado, tenía una sensación rara con respecto a este trabajo, pensaba que el ritmo era caótico, algo muy inusual en el estilo preciso y, si se quiere, estático de Morris, no tenía claridad con respecto a lo que veía, y justo allí, mientras por mi mente se paseaba ese pensamiento, en la pantalla uno de los protagonistas decía algo así como que la vida es caótica; y fue entonces que, mediante esa coincidencia liberadora, supe que estaba en las manos correctas, que no era mera improvisación y deslumbre de cineasta lo que veía, sino que esa era la naturaleza del trabajo; y entendí que esta película no se debe entender tanto como se debe experimentar, Morris lleva aquí el cine al límite, lo trasciende y le da una abstracción propia de otras artes como la música y la poesía, (aunque la siguiente afirmación pueda parecer blasfema para los puristas) se iguala con otros grandes artistas (Tarkovsky y Bergman, por nombrar algunos) en su constante y profunda exploración del ser humano.

Se que he hablado poco de la película en sí, pero creo que es lógico discutirla así, por los lados, y dejar a los curiosos intrigados por un trabajo que se debe experimentar más que entender, y se debe ver más que explicar.

BONUS TRACK: Considerando que esta película se situa más o menos en la mitad de la obra fílmica de Errol Morris (el cálculo puede ser inexacto, pues él dirigió un aclamado programa de televisión que incluye más de diez episodios y que sumarían mucho más a su obra, y The Dark Wind, si bien es una película, resultó siendo emitida por televisión solamente), me parece justo alentar a los lectores a revisar el trabajo del director en su otra gran faceta: realizador de comerciales. Adjunto el link de uno que le mereció el premio Emmy. Espero lo disfruten.

Wes Anderson: Bottle Rocket (1996)

Un joven Owen Wilson espía desde los arbustos.

Sólo basta ver la primera escena de Bottle Rocket para darse cuenta a qué género pertenece. Anthony (Luke Wilson) se escapa de un hospital mental al que ingresó de forma voluntaria. A la salida, su amigo Dignan (Owen Wilson) le pregunta si fue necesario sobornar al conserje, un hecho afirmado por Anthony. Toman un bus de regreso a casa (donde Wes Anderson hace un breve cameo) y discuten qué harán después de tan heroico escape. Dignan presenta entonces su plan de vida a 75 años, y de ahí (min. 3:46) en adelante la película se encargará de mostrarnos como no pueden cumplirlo. Anderson no va a tratar de mostrarnos los obstáculos y las durezas de la vida; a él eso poco le importa. Le interesa mostrar cómo sus personajes, que por momentos parecen excesivamente ingenuos, se ven a sí mismos durante sus vivencias, cumpliendo o no sus proyectos. Cierto, esto suena mucho mas serio de lo que realmente es y más cuando se tienen frases y situaciones que tienen el claro fin de hacer al público reír.

Grupo de maleantes.

Anthony está inmerso en el mundo de robos de casas (incluyendo la de sus padres) y de escapadas a altas velocidades, eso sí, sin nadie que lo persiga. Y todo  esto gracias a Dignan con sus delirios de robar al lado del mítico Mr. Henry (interpretado de forma magistral por James Caan). En el camino reclutan a un chofer, siendo Bob Maplethorpe (Robert Musgrave) el elegido, quien cumple el requisito único (tener un carro) con creces. Es interesante ver cómo es Bob el más razonable de los tres, lo cual marca una tendencia de ser los personajes más secundarios los únicos que se dan cuenta de la realidad de las cosas y los que tratan en vano de aterrizar a nuestros protagonistas. Tal es el caso de Grace, la hermana de Anthony, quien le hace preguntas no tan apropiadas para una niña de 10 años y más para un hombre ya de 30. También es el caso de Mr. Henry, que al final propicia un golpe a nuestros héroes digno de la cruel realidad. Sin embargo, en el modo totalmente Andersoniano los protagonistas ven estas realidades y las ignoran totalmente, viendo el vaso siempre medio lleno.

Esta es una comedia y, aunque personalmente no encuentre aquí el mejor ejemplo de humor del director, sí tiene un grupo de frases destacables. “Bottle Rocket” usa un humor que tiende a ser explícito en ejecución (véase la escena de la pelea en el bar para confirmarlo), pero por momentos tiene indicios de la característica sutileza que se verá en sus posteriores filmes. Creería que aunque el humor no es el fuerte del filme, tiene partes que por lo ridículo de las situaciones o por los talentos de los actores que utiliza terminan generando risas.

El inconfundible estilo de Anderson.

Su fuerte está en el componente visual, siendo ésta una primera muestra de lo que serán sus películas posteriores, llenas de vida y de colores. Que nunca llueva en la película sólo acentúa lo colorido (casi siempre en tonos pasteles) de sus escenarios. En “Bottle Rocket” se destaca la toma en primer plano del radio de Inez, (la mucama paraguaya de la cual se enamora Anthony durante la estadía en un motel): cubierta en cuero marrón emana música folklórica latina. Múltiples veces el director muestra sus personajes no por sus comportamientos sino por sus objetos (lo que cargan en sus bolsillos, sus zapatos). Es comos si Anderson crease a sus personajes a través de sus gustos y sus objetos, son estos elementos los que forman sus personalidades. Por supuesto, es cuestión de gustos, y aunque no lo parezca, el director es una figura que polarizadora en el cine.

Colores pasteles e Inez.

Es importante destacar a Anderson como un autentico auteur. A lo largo de sus obras veremos todas las características positivas que conlleva su denotación, especialmente en ese aspecto visual ya mencionado, pero además también en cuestiones de temática. En este caso hay que reconocer un cierto valor a hacer algo tan auténtico, siendo apenas un primer acercamiento. Y siendo una critica común, y muy justa (porque en sus siguientes películas lo vuelve a hacer), Wes Anderson muchas veces sacrifica temas de historia o desarrollo de personajes por mantener ese particular estilo ya establecido. La película, sin embargo, no sufre tanto por esa razón sino por la cuestión de ser su Opera Prima y no lograr lo que hace, digamos, Orson Welles en “Citizen Kane”, de lejos el estandarte en primeros intentos. Ahora, es cierto que resulta injusta esta comparación, pero también es cierto que en general los personajes de Anderson no son siempre los más realistas o mejor desarrollados, pero en sus películas siguientes sí existe un cierto grado de profundidad que “Bottle Rocket” no alcanza, pero intenta alcanzar.

Así, y a manera de conclusión, ésta es una película que marca el inicio de Anderson como un director que más que popular alcanzará un estatus de culto, en gran parte por esas facetas que hacen sus filmes tan característicos. Siendo objetivos, y sin querer mencionar de a mucho lo que va a venir, este es un esfuerzo menor siendo el guión y el relato casi tan ingenuo como sus personajes. Anderson probablemente nunca diría que es de sus mejores obras pero sí le daría una cierta importancia por ayudarlo a asentarse en el mundo del cine.

Hacia el final, Dignan, ya estando detenido en la cárcel, y ante la visita de sus viejos compañeros, mira al horizonte y dice la frase que probablemente el propio director pensó al terminar su rodaje: We did, though, didn’t we? La hora de visitas en la cárcel se terminan y el plano pasa a cámara lenta, un efecto que hará suyo de allí en adelante.

Más por venir.

Errol Morris: A Brief History Of Time (1991)

Los documentales de Errol Morris se caracterizan por iniciar con situaciones específicas y terminar tratando temas generales, profundos, y muchas veces abstractos. Así pues, películas como Gates Of Heaven, acerca de un cementerio de mascotas, o The Thin Blue Line, acerca de un caso de asesinato policial, terminan explorando temas como la soledad o la vejez con sabiduría y comprensión, sin dejar de referirse en ningún momento a los casos de sus protagonistas.

A Brief History Of Time, estrenada el mismo año que The Dark Wind; su primera película de ficción, llega a su obra como algo inusual. Está basada en el libro del mismo nombre de Stephen Hawking, el célebre físico y cosmólogo, pero en vez de reproducir el libro en que está basada, se encarga de hacer un recorrido por la vida del autor.  Y llega como algo inusual en su obra porque Morris nos recibe haciendo preguntas grandes, hablándonos del porqué estamos en el universo, del cómo inició todo, tratando estos temas intangibles que usualmente llegan al final de sus películas, temas intangibles que podrían cambiar gran parte de nuestras vidas si alguna vez logramos entenderlos de una manera distinta.

El paralelo que se forma entra la vida de Stephen Hawking y sus teorías sobre el universo a lo largo de la película es intrigante y dramático; poco después de preguntarnos acerca del inicio del universo, estamos ante el inicio de la vida de Stephen, narrada por su madre y otros familiares y conocidos, y a medida que una enfermedad neuronal se desarrolla en su cuerpo dejándolo inmovil casi por completo, es que este hombre desarrolla su forma de pensar, acerca del origen de la vida misma, superando los obstáculos en la suya (una traqueotomía lo dejó sin voz, haciendo más difícil su comunicación con los demás) y pensando de paso en la de todos los demás.

Los grandes temas son abordados todo el tiempo, contrastados constantemente con las situaciones de la vida real; así, tenemos a la madre preocupada por sus hijos, como cualquier otra, los hermanos que cuentan vivencias cotidianas que capturan a la persona detrás del científico, y aunque hay algunos temas que son debilmente explorados (por ejemplo, la vida sentimental de Hawking, que es muy importante para su desarrollo como persona, es tratada de manera muy superficial), la imágen construida de Hawking resulta concisamente completa.

La película es expresiva y didáctica; trata de explicar mediante fluidos ejemplos visuales algunos puntos del pensamiento de Hawking, pero estos no siempre resultan sencillos de entender, y finalmente, la obra funciona como una introducción al trabajo y a la vida del autor del libro, una entretenida introducción que, aunque puede parecer corta, es altamente satisfactoria y no cede espacio al aburrimiento.

Errol Morris: The Dark Wind (1991)

El primer largometraje de ficción dirigido por Errol Morris, el cuarto trabajo en su cuenta personal, es un ambicioso proyecto rodeado de  chismes y problemas (lamentablemente no me refiero a la historia de la película), al cual le fue negado el derecho de vivir.

Es una película de policías con un ritmo calmado y contemplativo, lo cual supone de entrada una innovación en este género cinematográfico. Basado en el best-seller de Tony Hillerman, se centra en la historia de Jim Chee, un detective aborígen que se encarga de resolver una serie de crímenes sin mucha relación aparente mientras trata de mantener su constante aprendizaje de las creencias y costumbres de su pueblo.  Así pues, la película constituye un referente en lo que a películas de nativos estadounidenses se trata; cuenta además con excelentes actuaciones, principalmente por parte de Lou Diamond Phillips como el protagonista.

La hermosura visual del trabajo destaca a pesar de haber sido gravemente perjudicada por problemas durante la producción. Fotografíada por Stefan Czapsky; ya habitual en el equipo de Morris; la película tiene una atmósfera visual propia de obras como No Country For Old Men, o Paris, Texas, en las que el entorno se convierte en un protagonista más de la historia.

Los diálogos en lenguas aborígenes y el considerable número de nativos en el elenco (Diamond Phillips incluido) dan credibilidad a la historia que sin complicarse mucho en terminos generales, logra entretener inteligentemente mientras nos descubre sus misterios poco a poco.

Contrario a los parámetros del género, aquí son los personajes, más que la trama, los que verdaderamente importan, y el director se encarga de desarrollar al principal de una forma profunda y calmada; vemos como recurre a la sabiduría ancestral para poder resolver el caso, como avanza en su investigación sin meterse en grandes problemas ni pelear con nadie (hasta que los encuentra y…bueno, es una película de policías), y al mismo tiempo lo escuchamos revelando sus deseos más profundos mientras narra la historia, en algunos momentos parece que estamos ante otro documental de Errol Morris, con alguno de sus particulares personajes diciéndonos un montón de cosas que en principio no nos interesan y que luego no podemos dejar de escuchar.

Contrario a lo que puede parecer, lo anterior fue un mar de elogios para una película que simplemente puedo haber sido horrible, o simplemente una más, como de hecho fue tratada, dado que durante algún momento de la producción, el director y el productor ejecutivo, Robert Redford, tuvieron un conflicto que resultó afectando severamente la imágen y la distribución del producto final, que dejó de ser entonces un proyecto cinematográfico y pasó a ser uno de video (al menos en los Estados Unidos) sin siquiera un apropiado cambio de formato, lo cual dañó severamente algunas escenas, en las que se pueden ver sombras del equipo de rodaje y micrófonos, factores que si bien pueden leerse de diferentes maneras según quien los vea, parecen errores, y no ayudan ni al público ni a la película, que es la más perjudicada.