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John Carpenter: Dark Star (1974)

¡Ah, John Carpenter! Máscaras de William Shatner, guardianes asiáticos del infierno y estómagos que abren sus fauces para desmembrar doctores. Pero ya habrá tiempo para descubrir su estupenda parafernalia de violencia.

“Astronauts are all supposed to be mentally stable.”

Resulta por lo menos curioso que la primera película del auteur de terror (lo cual es simplificarlo demasiado, lo acepto y lo lamento) sea una comedia. Por supuesto, no se trata de una comedia cualquiera ya que contiene astronautas barbados, bombas y naves parlantes y criogenia. Escrita por Carpenter y Dan O’Bannon (escritor también de “Alien” y “Total Recall”, director de “The Return Of The Living Dead” y uno de los muchos encargados de efectos especiales de “Star Wars”, que por cierto toma prestados un par de efectos de acá) y filmada por míseros 60,000 dólares, “Dark Star” cuenta la historia de cuatro viajeros espaciales (Doolitle, Pinback, Boiler y el solitario Talby) cuyo trabajo es rondar el universo destruyendo planetas inestables para crear galaxias habitables.

¿Sus problemas? Más de la ocasional tormenta de asteroides: Llevan 20 años rondando el cosmos (que se traducen en tan solo 3 años de vida física) y tienen una demora de 10 años en comunicación con la tierra, hay una fuga de radiación en la nave, su capitán murió en un accidente y fue congelado criogénicamente en uno de los cuartos de la nave. Un extraterrestre que tienen de mascota les hace la vida miserable cada vez que puede (extraterrestre que consiste de una bola de playa maldita que rebota de lado a lado) y una falla eléctrica hace que una bomba se active cada vez que puede.

Alien según John Carpenter en 1974.

Este tipo de detalles son los que hacen de “Dark Star” un experimento tanto fallido como valioso. Fallido porque la película no funciona totalmente ni como comedia ni como ciencia-ficción. Para empezar hay una presencia de los 70s en cada plano del filme: está la música de sintetizadores (compuesta como siempre por el mismo Carpenter), las barbas al estilo de Jerry García, las revistas eróticas de 5 centavos. Los actores no son particularmente brillantes tampoco (el mismo O’Bannon hace el papel de el molesto Pinback y se rumorea que el acento de Dre Pahich (Talby) era tan complejo que el mismo Carpenter tuvo que doblar todos sus diálogos), pero el interés del egresado de USC por el minimalismo emotivo en este campo se hace evidente desde el comienzo (minimalismo que Kurt Russell llevaría a su máximo esplendor en sus colaboraciones con el director). A esto se suma que los personajes son particularmente unidimensionales y la falta de una estructura cohesiva o una lógica narrativa (que en casos más tardíos en la carrera del director funcionaron a su favor, como en “Big Trouble In Little China”).

Sin embargo, la razón por la cual la película falla en tantos niveles es porque su creador es demasiado ambicioso (tanto que es difícil señalar que diablos es el producto final) lo cual es en cierto modo lo que le otorga el valor al filme. Carpenter y O’Bannon (también encargado de efectos especiales) usan tan bien su reducido presupuesto que es imposible no maravillarse con secuencias del filme. Las mejores escenas ocurren cuando el filme se adentra más allá de la comedia física y cuando pone en juego la sanidad de sus personajes: Doolittle, que se auto-designó el capitán de la nave tras la muerte del antiguo capitán Powell recuerda que su actividad favorita era surfear en Malibú pero no recuerda su nombre de pila. Pinback nos muestra su diario grabado y sus cambios físicos y mentales de un agresivo tripulante a un sumiso bromista. Talby está obsesionado con los asteroides Phoenix (que viajan por todo el universo y cambian de color) y se rehusa a salir de su cúpula donde puede ver en sus palabras “todo lo que ocurre”. Boiler pasa el tiempo libre jugando con una navaja y fumando tabaco. Y el mismo Powell solo tiene una incógnita al salir de su letargo: “¿Cómo van los Dodgers?”

Boiler, Doolittle y Pinback en acción.

De todo el filme una secuencia en particular nos deja ver el inconfundible estilo y sentido del timing de Carpenter (curiosamente la escena más pretenciosa): Doolitle sale de la nave para dialogar con la bomba No. 20 para hacerle cambiar de parecer (e impedir que estalle) pero acaba convenciéndole a través de racionalismo (contra el empiricismo radical de la bomba) de que es un Dios. La carrera contra-reloj nos recuerda que el cine en gran parte es una carrera contra el tiempo. ¿Tenemos el tiempo suficiente para dejar al espectador satisfecho? ¿Cuánto debería durar una película? ¿Cuánto un plano?

El cine de género entre el cual Carpenter encontraría su nicho más adelante vendría a pulir su talento y su creatividad desbordada y a responder muchas de estas incógnitas. Su opera prima, sin embargo, funciona como una predicción de su prolífica carrera por venir (su manejo de los bajos presupuestos le traerían frutos tanto en “Assault On Precinct 13” como en “Halloween”) como del futuro de los filmes de Ciencia-Ficción (O’Bannon tomaría prestado tanto del guión en “Alien” como de sus efectos en “Star Wars” y la reciente “Moon” funciona casi como una re-imaginación de la premisa original). Finalmente, por negativo que parezca este escrito (que no lo es), lo cierto es que no puedo esperar a hacer la siguiente nota, y ver la evolución de Carpenter de recursivo estudiante de cine a uno de los mejores directores de su época. Así que sin más:

“When you hit the atmosphere you’ll start to burn. What a beautiful way to die.”

Errol Morris: Gates of Heaven (1978)

He charlado muchas veces con muchas personas acerca de muchos temas; obviamente se puede charlar más cómodamente con gente conocida, y con las personas nuevas es más complejo llegar a un punto libre de tensión durante las primeras conversaciones que se logren entablar; las charlas  divertidas me hacen reír, las serias  me hacen pensar de una forma trascendental, pero en ningún momento ambos tipos de conversaciones dejan de ser agradables.  Un patrón que he notado en muchas de ellas es que usualmente comienzan de una forma divertida, sobre los temas más casuales, todos nos reímos de alguna cosa, y luego, una hora después, el ambientes es reflexivo,  la gente comienza a revelar cosas de su ser… me gusta pensar que de su ser real, y si las cosas avanzan bien,  al final de la charla sentiré algo más de confianza con este grupo de personas y posiblemente nadie quiera terminar la charla hasta que por cosas de la vida esta termina, una buena forma para romper  el hilo emocional del momento es escuchar a alguien preguntar  “¿De qué estábamos hablando al principio?”, todos lo recuerdan, todos se ríen, y la charla puede terminar en paz.

Gates of Heaven, el primer documental del director Errol Morris, se presenta con un estilo particular que nos permite creer que estamos simplemente escuchando una charla que al principio es sobre la idea de un empresario: hacer un cementerio de mascotas, ya que según él mismo nos dice; encontró una necesidad y la forma de llenarla. Entonces todos nos podemos reír dado que  podemos suponer  que esto va a ser una sátira acerca del tema más improbable (¿Un cementerio de mascotas?) que nos  mostrará la parte más superficial de la sociedad y que además…  podría continuar yéndome por todas las vertientes fáciles que este inicio me puede permitir. Pero ese es solo el comienzo; un momento después aprendemos que el empresario no es tanto un empresario, y que habla en serio, y que la necesidad que debía ser llenada no era simplemente monetaria, y que entonces este asunto no es tan superficial como podríamos creer. Vemos a sus socios, quienes invirtieron y perdieron dinero en la idea, hablan del dinero perdido de una forma tan sentida verdadera  como solo un borracho lo haría; pero la película es sobria, y quiero creer que ellos también lo están.

La sucesión de eventos es simple: Al no poder continuar con su cementerio, todos los animales que fueron enterrados ahí deben ser llevados a otro cementerio de mascotas. La verdadera esencia de este filme no está en lo que pasa, sino en lo que nos revelan sus personajes.

Así, llega un punto en que las risas que pueden provocar las personas hablando de sus queridas mascotas  tienen un sabor agridulce porque  han demostrado que su dolor puede ser real, y al ver los paralelos entre el dueño del cementerio y un ejecutivo en una planta procesadora de animales, la ironía de la situación es pesada y los temas que se tocan son profundos y dolorosos; o rutinarios, todo depende de quien esté hablando. Una de las entrevistadas habla de su querida mascota, y antes de darse cuenta, está hablando de las humillaciones que ha tenido que vivir a costa de su único hijo.

A veces la película se ve muy  rígida y perfecta, y es posible preguntarse si es realmente un documental, luego llegan esos momentos de verdad profunda que se ven solamente  en la espontaneidad de la vida real. Es injusto comentar en más detalle las situaciones que se presentan porque, primero, es el conjunto de esta película lo que la hace valiosa, y segundo, son tantos los detalles valiosos que enumerarlos sería imposible.

No hay una narración guía en cuanto a los eventos, lo que nos obliga a decidir poco a poco qué creer con respecto a lo que vemos y deja libre a la película de quedar relegada al pasado y ser considerada como anticuada hoy, más de treinta años después de su estreno(de hecho, su coherencia en la vida actual es impresionante), y mientras sus verdades se descubren frente a nuestros ojos con una simplicidad alarmante, mientras aprendemos sobre la soledad y la necesidad de amor, mientras vemos tanto a  jóvenes como a viejos frustrados y contentos, mientras leemos los epitafios en las tumbas de los animales y vemos cuanto amor sentían por ellos sus dueños, es posible que nos preguntemos ¿De qué estaban hablando al principio?