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Chantal Akerman: Jeanne Dielman, 23, quai du Commerce, 1080 Bruxelles (1975)

En el que el centro no resiste

The darkness drops again; but now I know
That twenty centuries of stony sleep
Were vexed to nightmare by a rocking cradle

Los versos citados pertenecen a “The Second Coming”, uno de los poemas más conocidos en lengua inglesa. Sus palabras, escritas en 1919 por el irlandés William Butler Yeats, entrelazan la expectativa redentora del Segundo Advenimiento de Cristo con el nacimiento de una abominación que usurpará la cuna beatífica; ante eso, la voz poética se pregunta cuál será la bestia que inevitablemente tomará las riendas de este quebrantado mundo. Los desoladores símbolos no sólo son el eje del poemario Michael Robartes and the Dancer, son una muestra de las imágenes más recurrentes de la modernidad: la incertidumbre por saber en qué momento el mal abandonará las vestiduras del bien y se manifestará como tal.

El lenguaje del poema de Yeats –aunque breve– incomoda a sus lectores y les hace preguntarse por todo aquello que es incontrolable y que, a falta de una ubicación temporal concreta, se enmarca en la noción de futuro. El afán por manipular lo inasible es, en gran medida, un despropósito, pero eso no evita que sacuda a quienes prevén que lo peor está por llegar y les dificulte la expresión de sus premoniciones. La experiencia cinematográfica, entre muchos otros, es un claro ejemplo: el celuloide ya está revelado y el espectador es sometido al ritmo de la narración, así esté de acuerdo con lo que se proyecte o no, así se identifique con los triunfos y derrotas de los protagonistas o no. Los filmes de suspenso y los thrillers son los que más despabilan la atmósfera maligna: ¿sobrevivirá el personaje?, ¿capturarán al criminal? Hay otros que, por el contrario, son más sutiles para avivar su propio apocalipsis. Jeanne Dielman, 23, quai du Commerce, 1080 Bruxelles es uno de los mejores exponentes del gradual despertar de un punto sin retorno.

La obra más reconocida de la directora belga Chantal Akerman recorre tres días de la vida de Jeanne Dielman (Delphine Seyrig), una mujer que se reparte entre su rol de cabeza de hogar y su trabajo como prostituta. Las 48 horas que componen el filme son enmarcadas por las visitas de un primer y un tercer cliente, los cuales acuden al lecho a pocos metros del comedor-cuarto habitado por su hijo adolescente Sylvain (Jan Decorte) justo antes de que éste llegue de sus estudios y entrenamientos. El filme, entonces, se caracteriza por recrear situaciones en tiempo real en las que se expone la cotidianidad de Jeanne: la limpieza de una vajilla, la desinfección de un baño, la preparación de un almuerzo, la compra de lana para un suéter. Todas estas labores son realizadas con la mayor economía lingüística posible: Jeanne a duras penas cruza palabras con Sylvain, mucho menos con su vecina, sus tenderos y sus usuarios. Además, la historia transcurre principalmente en el apartamento de los Dielman y sus diferentes ambientes que en las noches son golpeados por la interminable titilación de las luces de neón del Quai du Commerce: la cocina, la recámara principal, el baño, la sala-habitación y el pasillo principal.

A medida que los eventos avanzan, el milimétrico espectro rutinario de Jeanne es interrumpido por situaciones adversas: la pérdida de un botón, la sobrecocción de unas papas, la ocupación de su mesa favorita en un café. Estos detalles a primera vista no inquietan ni al espectador ni a la protagonista, a fin de cuentas son ocurrencias que podrían pasar en un día común. No obstante, Jeanne los recibe como golpes a su identidad y la transformación de su parsimonia es discretamente perceptible. La acumulación de tropiezos conducirá a Jeanne a tomar una impulsiva (¿o premeditada?) decisión que ineludiblemente alterará la monotonía a la que ha estado acostumbrada.

Se dice que cuando Akerman buscó financiamiento para el filme, promocionó su libreto como la narración de “un régimen riguroso construido alrededor de comida y sexo rutinario comercializado en la tarde”. En efecto, Jeanne Dielman… toma una gran parte de su narración para exponer el antes, el durante y el después de una cena, incluso con la copulación transaccional de por medio. Allí es donde el filme cobra sus matices más familiares: el espectador se identifica con la excepcional simpleza de Jeanne para satisfacer al menos el estómago de su hijo. Akerman afirmó en múltiples ocasiones que se inspiró en la cándida relación con su madre Natalia -una sobreviviente de Auschwitz que siempre apoyó incondicionalmente las inclinaciones artísticas de su hija- para crear a la serena protagonista de su filme. En esa vía, Jeanne representa a todas las madres, las que tenemos, las que tuvimos o las que somos: devotas a nuestra familia, entregadas en cuerpo y alma a alimentar a sus descendientes por las vías que sean necesarias. La preparación de unos vegetales al vapor o una milanesa son una fundamental muestra del amor de Jeanne hacia Sylvain; así tome todo el día organizarla, es la simbólica recompensa con la que la madre premia la dedicación académica de su hijo y le pide disculpas por sus limitaciones económicas. Cabe mencionar que si Sylvain se aleja de la cocina, es mejor para ambos: ni Jeanne ni ninguna madre quiere que sus allegados padezcan su maternidad; además, implicaría cohibirla de su espacio de mayor libertad.

Por más convencional que sea el lazo entre Jeanne y Sylvain y por más significativos (y ordinarios) que sean sus rituales alimenticios, hay fantasmas que perturban su orden y golpean ciertos umbrales. El principal es el espectro masculino: el esposo y padre falleció seis años atrás y los allegados de Jeanne conspiran para que ella busque un reemplazo antes de que sea muy tarde. Una carta de Fernande, aquella hermana lejana que encontró su ideal de familia en Canadá, despierta la inquietud en Sylvain: ¿hasta cuándo durará el duelo de su madre? Por otra parte, una vecina sin rostro le encomienda diariamente a su recién nacido mientras hace compras; esos minutos sirven para que Jeanne reviva su afección y desinterés por la posibilidad de un nuevo hijo. Tal vez uno de los momentos más intrigantes del filme ocurre cuando Dielman agarra al bebé en una ráfaga de afecto y éste gime sin ser posible identificar con claridad si lo hace por agrado o terror. En todo caso, Jeanne no titubea en sus andanzas y ahuyenta la figura conyugal que no necesita. Tal como ella afirma, acostarse con alguien independientemente de su físico (así haya sido su marido) es tan sólo un detalle; además, para qué desgastarse acostumbrándose a alguien de nuevo si ya tiene su vida establecida. Para bien y para mal, perfecta o no, es su vida y con eso se conforma. Lo que jamás tolerará será un error causado por cuenta propia.

Jeanne Dielman, 23, quai du Commerce, 1080 Bruxelles ha sido discutida en múltiples oportunidades por críticos de todas las inclinaciones posibles. No es para menos la fascinación que genera, pues es un filme que desafía las convenciones tradicionales del lenguaje cinematográfico técnico y narrativo. Mientras que en la década de los setenta una toma duraba en promedio 6 segundos, el filme de Akerman distribuye sus 193 minutos (o 198 o 201, dependiendo de la versión) en 223 cortes para un promedio de 52 segundos por cada uno. Igual, no se necesita una calculadora para percatarse de la mesura de la filmación y su pausado seguimiento de las ocupaciones de Jeanne. En ningún momento la cámara se desprende de su trípode para moverse a la par de la protagonista; ésta prorroga la cinta hasta que sea necesario un cambio de ángulo, así pasen cuatro o cinco minutos. Vincent Canby, uno de los críticos más emblemáticos del New York Times, planteó una acertada analogía al respecto: el lente se comporta como un perro, leal a su dueño, siempre dispuesto a atender cualquier llamado y, sobre todo, domesticado para bajar la mirada cuando una imagen lo molesta.

Aunque hay momentos en los que la paciencia de Jeanne es desbordada, ella jamás pierde la elegancia de sus pasos. Aunque no soy un experto en la filmografía de Delphine Seyrig (sólo la he visto en Le charme discret de la bourgeoisie de Luis Buñuel y sé que tiene un rol menor en L’année dernière à Marienbad de Alain Resnais), cuesta creer que hubiera una actriz más idónea para el rol. La longitud del filme puede llegar a incomodar al espectador; sin embargo, en un momento inexplicable éste se entregará a la expresividad que oculta el laconismo de Jeanne. Además, a medida que el cronómetro corra, se preguntará por su siguiente andanza y si será aquélla la oportunidad en la que rebosará su estoicismo. Esta incomodidad mantendrá su interés al máximo y es innegable la percepción de que algo no anda bien, que entre tanta discreción debe gestarse una furia titánica.

El filme tomó cinco semanas en ser filmado y fue realizado en orden cronológico para no perder la naturalidad de la armonía dislocada. Además, fue tal vez la primera película en ser filmada por un equipo de sólo mujeres. En conjunto Jeanne Dielman… ha recibido elogios tanto en su estreno (14 de mayo de 1975, durante la programación de la Noche de Directores del Festival de Cannes) como en la actualidad. Sin embargo, su impacto se ha intensificado con el pasar de los años. De hecho, gracias al movimiento #MeToo ha sido acogida como uno de los pilares cinematográficos de los círculos feministas y ha recibido atención mediática reciente por un par de listados digitales (uno de la BBC, otro de Indiewire) en la que es proclamada “la mejor película (extranjera) dirigida por una mujer”. Incluso se promociona como “la primera obra maestra de lo femenino en la historia del cine”[1]. Sea ésta la manera apropiada de ingresar al filme o no, es un reconocimiento adicional a la majestuosidad de la obra y a la lección de ritmo a la que subyuga a sus espectadores.

Se puede abrir el debate sobre si Jeanne es una heroína o una villana, cualquiera de las posturas es demostrable. Considero más adecuado conectarse de forma empática con su día a día y sentirla, no psicologizarla. A diferencia de un filme contemporáneo en el que se alaban los vínculos laborales y afectivos de una indígena mexica y los hijos de su patrona (Roma), Jeanne Dielman… no necesita de besos, abrazos y situaciones de riesgo con finales felices para que uno se conmueva. Basta con que a Jeanne se le caiga una cuchara para preguntarse qué estará haciendo nuestra madre en este momento o qué hubiera hecho ante ese percance. Si un filme genera que uno inmediatamente indague por sus seres queridos de forma genuina, es una proeza más que virtuosa. Chantal Akerman es una maestra para decir tanto con poco y los espectadores son vestigios de su hipnótica influencia.

En una de las interacciones, Jeanne le toma la lección a Sylvain: la memorización de “L’ennemi”, el décimo poema de Les fleurs du mal de Charles Baudelaire. Éste inicia con los versos “Ma jeunesse ne fut qu’un ténébreux orage,/Traversé çà et là par de brillants soleils” (“Mi juventud no fue sino un temporal oscuro,/Atravesado aquí y allá por soles brillantes”). El hijo, sin embargo, no ha practicado el lúgubre cierre del soneto: “— Ô douleur! ô douleur! Le Temps mange la vie,/Et l’obscur Ennemi qui nous ronge le coeur/Du sang que nous perdons croît et se fortifie!” (“-¡Oh, dolor! ¡oh, dolor! ¡El Tiempo devora la vida/Y el oscuro Enemigo que nos roñe el corazón/De la sangre que perdemos crece y se fortalece!”). Así como ocurre con las líneas de Yeats, estas palabras y el filme en conjunto anuncian el advenimiento de Jeanne. Una visita a un banco cerrado o la compra de una bolsa de papas repentinamente pasan a ser acciones crepitantes; “Things fall apart; the centre cannot hold”. Además, el predominante silencio se hace insoportable para que el volumen de los escasos diálogos se incremente gradualmente[2]. No se garantiza si la sed por la akrasia de Jeanne se satisface una vez finaliza la proyección. La única certeza es que permeará una mezcolanza de sensaciones. Pero a Jeanne poco le importará eso siempre y cuando estemos atrás de las fronteras de su cocina.

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[1] Esta afirmación ha sido adjudicada a la primerísima reseña del New York Times que, hasta donde internet lo permite, corresponde al escrito de Canby. Sin embargo, en ninguna parte aparecen dichas palabras. Además, en caso de ser cierto y que se haga referencia a otro texto (lo cual lo dudo), Jeanne Dielman… fue estrenada en Estados Unidos en 1983, ocho años después de su lanzamiento original. Por lo tanto, es bastante factible que en ese lapso de tiempo ya se hubiera regado la voz de su monumentalidad en el continente americano. En conclusión y a menos de que se demuestre lo contrario: un editor de Wikipedia ha esparcido un bonito pero falso señalamiento #fakenews

[2] A riesgo de hacer un planteamiento erróneo, me dio la sensación de que el francés con pronunciación flamenca de Jeanne y Sylvain es casi inaudible al inicio del filme pero hacia el final es sustancialmente más nítido. A lo mejor es un efecto conductista producto de la longitud del filme, sin embargo valdría la pena hacer una revisión de los volúmenes en la mezcla de sonido.

Voyerismo, moral y género: De Palma y Hitchcock, Parte I

Oda a De Palma

Enaguas de seda que caen al suelo

Piernas rosáceas y pálidas

Mirones violentos y pérfidos

Sangre que corre río abajo

 

Ojos de ojos cerrados

Ojos de ojos abiertos

El rasguño feral de las medias veladas

El impacto sordo del golpe de mazo

Sangre que corre río abajo

Esta pequeña y asquerosamente mala oda abre el mes de Brian De Palma, una iniciativa de Filmigrana (denominada Clases Magistrales Express) que buscará prejuiciosamente traer al foco de luz la obra –incompleta– de variopintos realizadores a lo largo del año, desde las perspectivas y miradas oscilantes de distintos colaboradores de esta página web.

El siguiente ensayo fue escrito hace algún tiempo con la intención de desenmarañar las especificidades del director de Nueva Jersey (y su relación sumamente estrecha con los filmes de Alfred Hitchcock). He aquí la primera de dos partes de para el disfrute de ustedes, estimados lectores.

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“Analizar el placer, o la belleza, lo destruye.”[1]

Laura Mulvey

Loves of the Gods, Jacopo Caraglio, Grabado sobre Papel, 1520 – 1539

Existe en la imagen cinematográfica un inimitable placer atado a la observación incógnita: vemos activamente ventanas hacia vidas privadas, momentos íntimos, actos de orden violento o sexual, todo esto sin ser descubiertos. El placer de estas imágenes es gradual y subjetivo, y deriva de causas varias como competencia técnica, inmersión narrativa, curiosidad mórbida. Pero nuestro mayor aliado, no obstante, es una idea antigua y cínica, implantada por previos observadores y confirmada por la experiencia sensitiva: las imágenes que vemos proyectadas, por cercanas o empáticas que nos parezcan, son falsas, construidas.

Sabemos que lo que se nos presenta no es real (aún cuando lo es), es una creación previamente pensada, seleccionada y manufacturada por un grupo de individuos para activar ciertas respuestas emocionales e intelectuales en quienes escogen mirarla. Esto es confirmado por rituales de exhibición como la oscuridad del teatro y especificidades tecnológicas como la unidimensionalidad de la pantalla.

Sabemos que en cuanto las imágenes cesen de ser placenteras o interesantes podemos distanciarnos de ellas activando un interruptor, o cerrando los ojos o acercándonos a tal punto que dejan de ser reconocibles y discernibles, transformándose en un conjunto abstracto de luces, sombras y movimientos imposibles de palpar o sentir. Allí donde antes encontrábamos una narración y un lenguaje ahora solo existe una pared común y corriente, fría al tacto, llena de imperfecciones. Sin embargo, es cuando esas imágenes nos resultan inexplicablemente atractivas y fascinantes que las cosas se ponen mejores. Deseamos que duren para siempre, sumidos bajo su hechizo, anónimos, perturbados y excitados por su poder transgresivo y destructivo.

Cuando aquella mirada se torna sexual, tenemos un caso de voyerismo activo. A primera instancia el cine parecería el medio ideal la escopofilia, claramente presentando los dos sujetos necesarios para su compleción satisfactoria: aquel quien disfruta observando y aquel quien está siendo observado[2]. En un intercambio no muy distante de los Peep Shows, frecuentemente nos adentramos en filmes de los que no sabemos nada previamente simplemente porque existen y están disponibles: la identidad de los participantes no es importante, solo lo es su intención. No obstante, algunas dificultades pronto aparecen en la dinámica voyerista, cuyo placer parcialmente deriva de que el objeto del deseo a) desconozca la mirada y b) la resienta al descubrirla: “Lo que se ve de la pantalla es expuesto de manera manifiesta.”[3] Tanto en su naturaleza expositiva como en su incapacidad de proveer una respuesta a las perversiones el cine niega parcialmente al voyerista, pero al mismo tiempo le propone algo mucho más íntimo y subjetivo. La posibilidad de reconocerse plenamente en el otro, de facto lejana en la pornografía y en la realidad, se hace latente aquí: “En el cine altamente desarrollado de Hollywood es solo a través de ciertos códigos que el sujeto alienado (…) estuvo cerca de encontrar un vistazo de satisfacción: a través de su belleza visual y jugando con sus propias formaciones obsesivas.”[4]

Aquella identificación, entonces, no existe solo gracias a esas “formaciones obsesivas” colindantes entre la obra y el espectador, sino que es aumentada por el tratamiento personal que el director (la “belleza visual”) decide imponerle al filme: con frecuencia, su fetichismo inherente se apodera de las imágenes y sobrecoge las ideas intelectuales que le habitan para satisfacer su propio voyerismo. Esto no hace que el filme sea más claro ni más diciente, pero sí lo hace muchísimo más vívido y asfixiante. Es problemático, conflictivo. En lugar de enfrentarnos a una postura intelectual respaldada por imágenes, nos enfrentamos con un grupo de imágenes sin un discurso detrás, forzados a verlas sin entender su origen ni su lógica (en esencia, exhibicionismo): “Los exhibicionistas (…) enseñan sus genitales para que la otra parte les muestre los suyos como contraprestación.”[5] En su dinámica de exhibición y observación, un vínculo supremamente íntimo aparece entre el director y el espectador, causado por el entendimiento y aceptación de fetiches sobrepuestos.

Esta identificación (luego imitación, luego empatía[6]), abiertamente aberrante, frecuentemente se desarrolla de forma mucho más volátil y permeable en los hombres por ser la mujer quien frecuentemente es retratada como el objeto del deseo sexual: “En un mundo ordenado por el desbalance sexual, el placer de mirar se ha separado entre activo/macho y pasivo/hembra. La mirada masculina determinante proyecta su fantasía sobre la figura femenina, estilizada. En su tradicional rol exhibicionista las mujeres son simultáneamente observadas y expuestas, con su apariencia codificada para fuerte impacto visual y erótico (…). Las mujeres expuestas como objeto sexual es el leitmotiv del espectáculo erótico: de las pin-ups al striptease (…), ella sostiene la mirada, jugando con y significando el deseo masculino.”[7]

El espectáculo erótico hace largo tiempo forma parte del espectáculo fílmico. Los arquetipos femeninos en la narración clásica de Hollywood contienen siempre un elemento de sexualidad o sensualidad: la femme fatale, la doncella en peligro, la chica final, etc. Estos personajes nos resultan sumamente atrayentes, no solo por una buena escritura o interpretación, sino por ser idealizaciones de lo femenino creadas por otros individuos. Estas mujeres son imposibles de poseer y dominar (dado que no existen), por lo que lo más cercano a ello es verlas en situaciones de alto peligro las cuales, en muchas ocasiones, desembocan en una muerte violenta.

En Body Double (1984) de Brian De Palma, una acaudalada y hermosa mujer hace las veces de aquel objeto del deseo. En el filme, el claustrofóbico actor Jake Scully (Craig Wasson) acepta cuidar el apartamento de un extraño basado en el hecho de que su vecina de enfrente se desnuda frente a sus ojos (prolongados por un telescopio) todas las tardes. Pronto su voyerismo degenera en obsesión y Scully le sigue a todos lados a donde esta va: le observa mientras compra ropa interior, le observa mientras va a la playa, y le observa mientras otro hombre, un lascivo nativo americano, le observa con intenciones turbias que eventualmente le ponen en peligro. Scully, aunque lo intenta, no logra socorrerla y en su lugar es obligado a presenciar su salvaje asesinato, vía taladro. Concebido por De Palma como una venganza a la reacción negativa que uno de sus filmes anteriores, la magistral Dressed To Kill (1980), había causado, el filme funciona como una secuela espiritual abiertamente amoral y corrupta: “Si quieren una X, les daré una X real. Quieren ver suspenso, quieren ver terror, quieren ver SEXO–yo soy la persona para el trabajo.”[8]

Aquella frase puede parecer desconsiderada e inmadura en primera instancia, pero al observar el contexto que la causó resulta más consecuente: La respuesta critica y moral frente a Dressed to Killen 1980 estuvo fuertemente polarizada, por decir lo menos: De Palma fue acusado por varios grupos feministas (principalmente WAP, Women Against Pornography, y WAVPM, Women Against Violence in Pornography and Media) de misoginia y sadismo por su tendencia a mezclar constantemente sexo y violencia en sus filmes y fue un actor recurrente del popular debate sobre la influencia de los medios violentos en la sociedad; la longitud y carnicería de la escena central (en la cual una mujer es brutal y explícitamente asesinada en un ascensor con una navaja de afeitar) causaron varios cortes en la versión final cuando el MPAA estuvo a punto de otorgarle la temida X, básicamente la muerte monetaria[9]; los célebres críticos Andrew-Sarris y Richard Corliss le acusaron de “necrofilia, [por] tomar la gramática visual de la cual Alfred Hitchcock fue pionero, además de sus ideas y música.”[10]

Ahora, si la violencia de Dressed To Kill parecía injusta y moralista, la de Body Double es auténticamente cruel y repugnante. Sin embargo, ambos filmes apuntan hacia reflexiones distintas: mientras el primero desea poner en manifiesto la fina línea que separa el sexo y la violencia, y cómo ambos impulsos parten de lugares muy similares, el segundo se concentra de lleno en el poder intrusivo de la mirada: Scully desea actuar sobre lo que ve, pero no lo logra. Sin embargo, la muerte del taladro, sumamente fálica, es una realización mórbida e irónica de su fantasía: aquella de acostarse con esa mujer. Hay, sin embargo, coincidencias dicientes en los dos filmes: sus víctimas son mujeres maduras y opulentas, acostumbradas a un despiadado estilo de vida de consumo y agresión capitalista donde su riqueza es incapaz de salvarles de su brutal destino: “Sí la gente se preocupa sobre la agresión, entonces no deberíamos vivir en una sociedad capitalista. El capitalismo está basado en la agresión, y la violencia contra las mujeres tiene que ver con esa agresión.”[11]

El filme puede ser visto también como una revisión moderna (aunque ahora clásica) de la obra canónica de Alfred Hitchcock. De Palma está claramente influenciado por el director británico tanto en sus narrativas colindantes como en su gramática visual: Body Double es reminiscente de Vertigo (1958), inicialmente en la parálisis claustrofóbica de Scully impidiéndole hacer su trabajo a cabalidad (como lo hace el vértigo con Scotty (James Stewart) en la persecución de los tejados), más adelante en su fascinación y acechanza de Gloria (Deborah Shelton) a través de la calles de Los Ángeles (como lo hizo Scotty con Madeleine (Kim Novak) en las calles de San Francisco) y finalmente en el descubrimiento de que la mujer de sus fantasías es un constructo planeado por su empleador (Gregg Henry/Tom Helmore) en complicidad con una mujer físicamente impactante (Melanie Griffith/Kim Novak, nuevamente). El filme también nos recuerda a Rear Window (1954) por imitar su disposición arquitectónica exhibicionista, donde solo mirar por la ventana ya repercute en espiar la vida de nuestros vecinos.

Visualmente, De Palma adopta de Hitchcock lo que llama herramientas puramente cinematográficas, en particular el uso del plano de un personaje observando seguido del primer plano subjetivo de aquello que está siendo observado, proveyendo a la audiencia y al personaje exactamente la misma información.[12] El uso común de esta sintaxis fílmica en ambos autores expone un interés compartido por el voyerismo como parte inescrutable del cine mismo: “En las películas me siento cercano a Hitchcock porque me guía la mirada, como a él.”[13] El director estadounidense, no obstante, es más beligerante en su aproximación a las temáticas que le importan, en parte por pertenecer a una época de menor censura política e ideológica, y en parte por su recurrente sátira y crítica de la moral Hollywoodense.

En Body Double, la acción de mirar sin actuar de Scully (a su vez, una revisión de la mirada inactiva de Jeff (James Stewart) en Rear Window) es una compulsión peligrosa condenada por la policía tras la muerte de Gloria (“Hasta donde me concierne, usted es el verdadero responsable de la muerte de Gloria Revelle”), pero la audiencia es igualmente culpable por disfrutar de las imágenes. El voyerismo del filme es auto-reflexivo sobre el proceso de hacer películas, especialmente en Los Ángeles: “Body Doublees sobre Los Ángeles, sobre el estilo de vida erotizado, parcialmente creado por una cultura mediática en la cual exhibicionista y voyerista están unidos por una necesidad en común. La gente vive en casas con enormes ventanales (…); la privacidad no vale nada.”[14]

Pueden encontrar la segunda parte de este ensayo en este link.

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[1] Mulvey en Visual Pleasure And Narrative Cinema (1973) en Visual and Other Pleasures, Palgrave Macmillan, NY, 2009, P. 16

[2] Sigmund Freud en Tres Ensayos de Teoría Sexual en Obras Completas, Vol. VII, Amorrortu Ediciones, Buenos Aires, 1992, P. 174

[3] Mulvey en Visual Pleasure And Narrative Cinema, P. 17

[4] Mulvey en Visual Pleasure And Narrative Cinema, P. 16

[5] Freud en Tres Ensayos de Teoría Sexual, P. 142-43

[6] Freud en Psicología de las Masas y Análisis del Yoen Obras Completas, Vol. XVIII, Amorrortu Ediciones, Buenos Aires, 1992, P. 104

[7] Mulvey en Visual Pleasure And Narrative Cinema, P. 19

[8] De Palma en Brian De Palma: Interviews, P. 91.

[9] La X, normalmente asociada con la industria pornográfíca, significaba que los menores de 18 años no serían admitidos bajo ninguna circunstancia, ni siquiera acompañamiento de adulto responsable, razón por la cual muchos teatros se negaban a proyectarlas.

[10] De Palma en Brian De Palma: Interviews, University Press Of Mississippi, Jackson, 2003, P. 69

[11] De Palma en Brian De Palma: Interviews, P. 104

[12] De Palma en The Erotic Thriller In Contemporary Cinema, Edinburgh University Press, Edinburgh, 2005, P. 145

[13] De Palma en The Erotic Thriller In Contemporary Cinema, P. 146

[14] David Denby en The Erotic Thriller In Contemporary Cinema, P. 87

Yoshitaro Nomura: Castle Of Sand (1974)

En la juventud, aún cuando conservadora y tímida, frecuentemente nos encontramos con procesos y experiencias que no logramos digerir por completo. Tomemos por ejemplo una salida cuyo punto sea comer una hamburguesa. El contexto local y temporal no son importantes: el punto de dicho evento es en parte hedonista (la acción de consumir un producto que no es particularmente saludable por el simple hecho de disfrutar su sabor, textura, olor) y en parte utilitarista (la ingestión de dicho plato es intrínsecamente valioso para mí por ser un sustento agradable que me permite continuar con mi vida). Aquello, por supuesto, depende de la calidad misma de la hamburguesa: cuando ésta no es particularmente destacable, su precio es inflado, la compañía es ingrata, el espacio incómodo, la iluminación inquisitiva, y etcétera, etcétera ocurre que la experiencia deja de tener una razón puntual. ¿Por qué me encuentro en este lugar en este momento?, la incomodidad de la situación nos lleva a preguntarnos. ¿Pero para qué? ¿Vale la pena en realidad buscar respuestas que nunca podremos encontrar? ¿No es estar en ese lugar y en ese momento más que suficiente? ¿No es aquel el propósito de la vida?

Todo esto apesta a privilegio social. Sólo cierta parte de la población puede malgastar su tiempo en problemas tan inanes e imaginarios como esos. No son el tipo de problemas que enfrentan los personajes del procesal policiaco japonés Castle Of Sand. Pero las preguntas que terminan por hacerse son muy similares, si no las mismas, a las arriba propuestas. Iniciando con la enorme ilustración del Monte Fuji que acompañó por varias décadas a la casa productora Shochiku, el filme de Yoshitaro Nomura evoca desde sus primeros arpegios (compuestos por Yasushi Akutagawa) el cine épico hollywoodense de los 50s: Un niño está esculpiendo cuidadosamente torres de arena en el atardecer rojizo, mientras la operática músicalización truena en el fondo. La historia pronto pasa a una pareja de detectives de la policía de Tokio, el veterano Imanishi (Tetsuro Tanba) y el joven Yoshimura (Kensaku Morita), cuyo más reciente caso concierne a un cadáver destrozado sobre los rieles de un tren, su cráneo aplastado con una roca embadurnada de sangre. Tras una breve interrogación a los bares vecinos, dos pistas surgen: un pueblo cercano llamado Kameda, y el dialecto de la región de Tohoku.

“Our work requires waste of time and labour.”

Los dos hombres visitan el pueblo con poco éxito. Hay reportes de un hombre extraño que pasó algún tiempo en un hostal local, y cuya actividad principal consistió en quedarse quieto en las bancas del río, observando el paso del tiempo: Su inactividad fue sospechosa por que todos a su alrededor se encontraban trabajando. Los detectives visitan la playa, sudando profusamente sus camisas blancas en el inclemente verano, y miran hacia el mar brillante. Trabajan el caso con sumo profesionalismo y paciencia. La información se nos presenta gradualmente, datos puntuales de lugares, fechas y acciones en el Japón de los setentas revelados frecuentemente a través de subtítulos[1], y la mezcla de este recurso con un lenguaje fílmico documental nos provee una ventana periodística a un sector laboral cuyo trabajo parece nunca acabar ni avanzar. Los eventos ocurren con una calma y desapego que les hace parecer carentes de importancia. Pero al no subrayarlos Nomura hace explícito el hecho de que estas pistas son todas iguales[2]: ninguna es especial hasta ser investigada, y dicha investigación es la vida misma de los detectives. El joven Yoshimura se ve frustrado ante estos constantes callejones sin salida, pero Imanishi continúa con su labor, imperturbable: sabe que su trabajo es, en gran medida, su vida. Viaja a través del país en trenes y buses, persiguiendo huellas falsas y borrosas que desaparecen en cuanto les alcanza. Nada parece afectarle; el frío rigor de su investigación contrasta con el hirviente calor que sofoca a Japón en esta particular estación.

Pronto llega el primer gran descubrimiento de la investigación: El cadáver es identificado. Un hombre viaja desde la prefectura de Shimane anunciando que el fallecido era su padre adoptivo, un ex–policía llamado Kenichi Miki (Ken Ogata, en uno de sus primeros papeles). A medida que el pasado de la víctima es esclarecido el retrato de un hombre bondadoso, justo y valiente aparece, y a pesar de nunca haber visto a Miki en vida el peso de sus acciones es evidente para los detectives. Reconstruyen su vida de forma retrospectiva, iniciando con su cuerpo malogrado e inerte, continuando con el relato oral de sus adeptos y admiradores, presentes en todo lugar donde éste pasó alguna vez este, y finalizando con una infancia lejana e imprecisa. Su legado es poderoso y conmovedor, envidiable. Miki era un modelo de excelencia humana. En el segmento más logrado y ambiguo de la película, Imanishi escucha estos testimonios sumergido en medio de un Japón más rural y selvático, donde el verde devora todo aquello que le rodea, intentando resolver los motivos de este brutal asesinato. ¿Por qué alguien usaría violencia tan barbárica en contra de este hombre? “Who would raise his hand against a saint?”

Las respuestas a estas preguntas son, por desgracia, el fin de un filme y el inicio de otro, considerablemente menos logrado aunque igualmente ambicioso. Nomura pasa el foco de atención a un famoso director de orquesta famoso llamado Eyrio Waga (Go Kato) con obvias conexiones con el caso y el filme lentamente se torna melodramático y manipulador. El estilo cinematográfico cambia, atrás quedan los enormes zooms que proveían una especie de punto de vista divino a la narrativa fílmica, haciendo parecer a los personajes hormigas en un mar lleno de estas, y atrás queda la cámara en hombro, móvil y vívida, para dar lugar a un lenguaje mucho más mesurado y adormilado (aunque todavía con secuencias de auténtica belleza y virtuosismo, como el viaje en taxi de los detectives hacia el conservatorio, el alucinatorio sólo de piano de Waga y la historia de la familia Motoura, la sección más estética y paisajista de toda la película). Aquello no es particularmente problemático, como sí lo es el extraño y lloroso tono que impregna la narrativa, mudando su piel analítica y sombría para dejar descubierto un núcleo problemático e injustificado.

El tercio final, que toma más o menos una hora de duración de la película, es especialmente insultante con el espectador tanto en su explicación condescendiente (los detectives explican absolutamente todo el caso de inicio a fin para un comité policial) como en su manipulación enfermiza y sentimentalista (aunque genuinamente trágico en algunos momentos). Propulsado por la composición principal de la banda sonora, una larga y sentida sinfonía llamada de forma redundante Destiny por el egocéntrico Waga, la dramatización histórica de cómo el crimen llegó a ser desde la infancia de su victimario parece más un capítulo borrado de la telenovela coreana Coffee Prince[3] y menos la continuación de un exhaustivo film noir.

Aquella resolución prosaica es uno de los varios momentos en que Nomura revela una dirección irregular: Las actuaciones fluctúan no solo por el talento de los actores, sino también por el dramatismo exagerado que el director ocasionalmente escoge imprimirles. Su estilo poco sutil (que no es para nada negativo en sí mismo) funciona cuando la historia está anclada en lo sórdido, pero le traiciona en los momentos emotivos haciéndole parecer sensiblero. La influencia del cine norteamericano es notoria en su labor en ambos ejemplos, no solo del antes mencionado cine épico, sino también del cine negro clásico y de los melodramas de Douglas Sirk, los últimos especialmente notorios en la locura intensa que domina la pantalla cuando Imanishi decide humillar y reprender a un viejo y moribundo leproso hasta llevarlo a la histeria y las lágrimas.

Por desgracia, aquellos placeres culposos no pueden distraer del enorme potencial desperdiciado en Castle Of Sand. Es admirable que Nomura nunca deje de intentar ser ambicioso, pero el resultado final no funciona de forma cohesiva. Las preguntas existenciales que el filme sugiere en su primera mitad vuelven a atormentarle cuando se ha transformado en un animal completamente distinto, una épica histórica sobre la bondad y el sufrimiento. Aquella segunda mitad no es particularmente contundente, pero sí es concordante con la visión del mundo y la humanidad de Nomura y Matsumoto, constantemente en conflicto, entre el fatalismo y la esperanza. Su sentimiento es fraseado literalmente por Waga, cuando su novia le pregunta el significado del destino: “To be here, and to exist.” El legado del filme hace eco al de este personaje, simultáneamente percudido y cimentado.

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[1] Los textos son tomados literalmente de la novela original en la que el filme está basado: Inspector Imanishi Investigates de Seicho Matsumoto. La adaptación fue escrita por Nomura, el frecuente colaborador de Akira Kurosawa, Shinobu Hashimoto, y Yoji Yamada, el creador del célebre Tora-san, un amable vagabundo interpretado por Kiyoshi Atsumo quien protagonizó 48 de estos filmes entre 1969 y 1995.

[2] Un ejemplo similar de investigación juiciosa y compleja, aunque vista desde varios puntos de vista adicionales al policial, puede ser vista en Zodiac (2007) de David Fincher.

[3] Al menos Coffee Prince juega constantemente con su noción retrógrada y demente de género, aunque su blanda y estéril fotografía de balada de K-Pop juega en su contra.

Jim Sharman: The Rocky Horror Picture Show (1975)

En el que removemos la causa mas no el síntoma.

El buen novelista e imbatible cronista Javier Cercas plantea una interesante afirmación discursiva en El impostor, su última obra, la cual data de noviembre de 2014 y recomiendo abiertamente. En la segunda parte de esta obra Cercas introduce lo que dará a conocer como el chantaje del testigo. Este sencillo y práctico concepto señala que hay individuos que se creen poseedores de la verdad de un acontecimiento por haberlo vivido. El investigador cacereño sostiene que esto, si bien puede ser fuente de credibilidad, suele obligar a estos “testigos” a tomar posturas irreconciliables porque asumen que de dicho evento específico sólo pueden hablar sus participantes bajo el pretexto de que todos los demás están viciados por fuentes de segunda mano. Esta polémica atemporal, aunque inasible, recuerda uno de los problemas más graves de nuestra sociedad: la inquietud humana por poseer experiencias.

Ahora, ¿qué tiene que ver lo anterior con la Semana del horror de Filmigrana, espacio para la diversión visceral (en cuanto a vísceras)? Simplemente es mi excusa para expresar mi entusiasmo por mi leve pero satisfactoria presencia en uno de los rituales cinematográficos más populares de los últimos cuarenta años. Con más años encima que Star Wars, The Rocky Horror Picture Show (TRHPS) impuso un nuevo hito en el cine de culto que indiscutiblemente es un punto cardinal de referencia para el cine B. Su subrepticio impacto cultural se comprueba, como señalaré a continuación, en el catártico éxtasis que padecen la gran mayoría de sus espectadores-súbditos.

Por cuestiones obtusas de la vida me encuentro en un remoto pueblo norteamericano que, al igual que toda la región, vive por estos días la fiebre octubrina de consumir desaforadamente productos derivados de calabazas y decorar sus casas de negro y naranja. Como es tradición, en esta temporada algunos individuos aprovechan el pretexto del disfraz para manifestar públicamente facetas de su personalidad que en otros momentos del año son inapropiadas[1]. Las fiestas de disfraces son frecuentes y en varias oportunidades esto confluye con proyecciones fílmicas. Tal fue el caso del teatro local de mi pueblo, el cual convocó a los fanáticos de TRHPS para celebrar el tetragésimo aniversario del filme con una proyección nocturna en su lata y formato original de 35 milímetros y subastar un afiche conmemorativo firmado por Jim Sharman, su director. Decidí asistir no sólo porque es un musical que me encanta en stricto sensu sino porque he leído lo suficiente sobre dicho espectáculo para no pasarlo por alto. Las recompensas son dignas de relatar pero antes es menester recordar la premisa narrativa de este distinto juego de mandíbulas[2].

TRHPS es el resultado de los delirios libertinos del británico Richard “Riff Raff” O’Brien, dramaturgo y actor educado bajo la influencia del teatro reaccionario de los sesenta derivado de la cultura hippie, tal vez la subcultura más explotada de dicha década. En dicha época la dramática inglesa buscaba hermanarse con los hallazgos de su contraparte norteamericana: por un lado Hair contaminó al globo terráqueo de la era de Acuario e impactó decisivamente a O’Brien (quien participó en su montaje inglés como un actor de reparto); por otro, Andrew Lloyd Weber, Tim Rice y el mismo Sharman masificaron dichos ideales con sus Jesus Christ Superstar y Joseph and the Amazing Technicolor Dreamcoat para desacralizar los musicales europeos de una vez por todas. Esta emancipación permitió que O’Brien trabajara junto con sus ídolos y en 1973, sin tapujo alguno, les presentó su primer libreto: The Rocky Horror Show. Este pastiche de historietas cómicas, transexuales y gore fue un deleitoso riesgo tomado y premiado con un inesperado éxito en taquilla. Tan sólo un año después O’Brien y Sharman filmaron su versión cinematográfica para difundir el nuevo testamento del terror a mayor escala. Esta fue estrenada en 1975 y, aunque algunas restricciones emplomaron su propagación, el daño ya estaba hecho.

El argumento de la obra es tan ridículo como el de las obras que la influenciaron: un criminólogo relata el curioso caso de Brad (ASSHOLE!) y Janet (SLUT!), una joven pareja próxima a casarse que debe pasar la noche en un misterioso castillo después de un aprieto automovilístico. Esta premisa, tan típica en las películas de terror, es tergiversada por los residentes e invitados al castillo: seres transexuales y/o promiscuos que celebran la venida de Rocky, la creación más perfecta del doctor Frank N. Furter (un extraterrestre transexual del planeta Transylvania) en cuanto a placeres eróticos se refiere. Brad y Janet son testigos del nacimiento de Rocky, de la masacre de Eddie (un rebelde cautivo) y, sobre todo, de la tensión sexual de los transilvanos. La película rápidamente se degenera en una pertinente recuperación de varios filmes clásicos de terror (en especial King Kong) y, entre canción y canción, el palacio de Furter es capturado por otros extraterrestres y la pareja pierde toda promesa de castidad.

Argumentar por qué TRHPS es una película de terror es una tarea difícil pero posible. Hay escenas de este filme que son grotescas a su manera: el asesinato y banquete de Eddie, la toma alienígena y las imágenes esclavizantes de Riff Raff, Magenta y Columbia (los secuaces de Furter) son muestra de ello pero no lo suficiente para perdurar en el tiempo. Además, para el público de los setenta la propuesta del filme debió condenarse; en dicha época no era aceptado que los hombres vistieran como mujeres y viceversa y no muchos filmes explotaban la sexualidad de sus protagonistas tan agresivamente[3]. En esa línea son graciosas y espeluznantes las estrategias que Furter utiliza para seducir a Janet y a Brad y así despojarlos de sus ropas y de su pureza; sumado a eso, la inconfundible “Touch-a, Touch-a, Touch-a, Touch Me” de Janet hacia Rocky no deja nada a la imaginación. Por último, los multitudinarios números musicales (muy atrayentes, por cierto) empañan el horripilante contenido de los planes de Furter (¿crear Übermenschen que hagan a los hombres más hombres?[4]) y el caos libertino con el que finalizará la película.

Es más propicio deliberar por qué TRHPS es tan vigente en la actualidad a partir de su monumental contribución al cine B: su sugestión del escándalo. Este filme permitió, permite y permitirá que una horda de individuos expresen con ligereza sus más oscuras fantasías. TRHPS es el equilibrio perfecto entre lo perverso, lo horripilante y lo endulzante. Sin recurrir a la pornografía (como lo hizo Pink Flamingos tres años atrás) y sin recurrir a cuerpos inalcanzables como los de Catherine Deneuve o Jane Fonda, O’Brien y Sharman demostraron el encanto de lo grotesco al endulzarlo lo suficiente para gustar a todo tipo de público. En unos sencillos pasos (y una degeneración temporal) el reparto actoral hace que Rocky, un perfecto semental a-la-Playboy, sea relegado para que Furter (interpretado por el brillante Tim Curry) sea la estrella. La sugestiva y onírica orgía acuática al son de “Don’t Dream It, Be It” encapsula este sentimiento: sé quien quieras ser, incluso si esto requiere escarcha y labial. No hay mejor efecto de una película de terror (de hecho, de cualquier tipo de película) que desatar una reacción en cadena que haga temblar los cimientos de la sociedad. TRHPS lo sigue haciendo incluso cuarenta años después.

De regreso a un pasado más cercano, entré al teatro desprevenidamente. Al entrar, la primera gran sorpresa corrió por cuenta del número de asistentes; cien individuos es un número considerable de espectadores para un reproyección, en especial si se trata de de la proyección de un filme tan antiguo en un pueblo, de nuevo, tan apartado. La segunda sorpresa es que absolutamente todos llevaban props (abordaré esto en contadas líneas) y un 75% del público estaba disfrazado de algunos de los personajes. Aunque algunos eran sencillos (la gran mayoría eran Magentas, es decir, empleadas), por el teatro rondaban transilvanos y bailarinas de tap. Al escuchar a los asistentes, algunos afirmaron que compraron hasta cuatro tiquetes sólo por la alegría de apoyar tan conmemorativa visita (es decir, el préstamo de la cinta de 35 mm). Después de una ronda de advertencias (el dueño del teatro previó la catástrofe) y de aplausos, el filme comenzó y simultáneamente estos espectadores procedieron a destapar sus kits de supervivencia.

Los props, en argot de cine de culto, son utensilios que el público utiliza para interactuar con diferentes momentos de un filme. TRHPS cuenta con una distinguida lista de props y, por fortuna, pude verlos todos en acción. Para retomar el chantaje del testigo, reconozco que es emocionante ver de primera mano cómo el público simpatiza con el filme con tanta devoción, admiración y, sobre todo, (i)respeto. Nunca antes he visto a espectadores tan eufóricos como los que vi aquel día; en cada escena demarcada arrojaron arroz, cartas o confeti, dispararon agua o silbaron como si murieran en el acto. Prácticamente todo el filme, además, fue comentado en voz alta por el público en un acto colectivo de one-liners relacionados con las emociones despertadas. Las escenas de baile, en particular la disparatada “The Time Warp”, fueron coreografiadas sincrónicamente. Para resumir mi experiencia, el teatro fue un fiel reflejo de lo que yo solía entender por los Dos minutos de odio en 1984.

Termino mi artículo con una imagen del teatro posterior a la proyección. Hoy fui al mismo teatro a ver Plan 9 from Outer Space, tres días después, y muchas de los residuos aún no han desaparecido. Como diría el Criminólogo que narra el filme, las emociones son maestros poderosos e irracionales. Qué bueno que esto provenga de un filme.

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[1] Evidentemente no todos lo hacen y es estúpido psicologizar estas conductas; a la gran mayoría sólo nos gusta hacer el ridículo masivamente.

[2] Uno de los taglines originales del filme es “A different set of jaws”; cabe mencionar que el estreno de TRHPS coincidió con el éxito en taquilla de (tambores resonantes) Jaws.

[3] Si bien lo recordarán por otros artículos de esta página, la virginidad es uno de los tropos más alegorizados en este tipo de filmes de terror.

[4] Otro tagline pertinente: “Another kind of Rocky” en alusión a un críptico boxeador con dificultades verbales.

Martin Rosen: Watership Down (1978)

Este es uno de esos temas de conversación contenciosos que con el paso del tiempo he defendido más y más: los niños deben ser expuestos a la muerte cuanto antes.

No me malentiendan, por favor. Aunque no es necesario someter a alguien de escasos 6 años a una experiencia que comprometa su vida, o en su defecto obligarlo a decapitar una gallina para luego cocinarla en un sancocho, son situaciones de la vida que el tiempo, la vida urbana y la corrección política se han encargado de quitarnos; a cambio de estas, el discurso sobre la mortalidad se hace mucho más difuso y soterrado.

Tampoco insinúo que estemos en una era de regresión ante la comprensión de la muerte, gracias a los avances tecnológicos que nos han alejado a toda máquina del cabalgar de la Parca y su afilada guadaña, pero es necesario anotar que nuestra capacidad alarmante para extender y esconder los rasgos de la vejez y la descomposición absuelven algunas de las inquietudes de una vida finita.

Me considero alguien que creció en los años 90 y, aunque no viví a consciencia los hechos de violenta incertidumbre que marcaron a esa generación, tuve una idea más o menos clara sobre la muerte desde muy temprana edad. Esto marcaría una eventual fijación en mis trabajos e investigaciones posteriores. Los videojuegos (casi por defecto), la animación japonesa y el cine presentaban en su tiempo una puerta de reflexión ante la inevitabilidad de fallecer, y la casa Disney se pudo entecar del carácter sombrío de los cuentos de hadas que adaptó con éxito desde inicios de la década de los 40 hasta bien entrados los años 90. El final de la madre de Bambi y el deceso de Mufasa en El Rey León no sólo juegan con el tropo de la orfandad y le dan un clímax dramático a sus respectivas secuencias, sino que presentan una pequeña luz de lo innegable que tiende a escapar de la secuencia de créditos: todos los personajes, ganadores o vencidos, van a morir.

Así llegamos a esta magistral animación, lejos de los cánones de fluidez de movimiento y personajes de ojos grandes y empáticos. Para pertenecer a una película de animación occidental, los conejos protagonistas de Watership Down no son caricaturas sociales con rasgos animales en su físico humanoide, y de ahí parte la fidelidad a su material de inspiración, la novela del mismo nombre de Richard Adams y publicada 1972; a cambio, estos conejos son cuadrúpedos veloces y tímidos, que olisquean con cautela antes de aventurarse a un claro de bosque, durmiendo juntos para mitigar el frío y luchando con vehemencia por hierba fresca y un refugio en el cual vivir, la raíz del conflicto que mueve la película.

Watership Down (o “la colina Watership”) narra la epopeya de Hazel (John Hurt) y su hermano, el pequeño Fiver (Richard Briers), quien parece siempre al borde de un colapso nervioso y posee una suerte de clarividencia que guía a estos dos conejos, y un grupo de dispares y nutridos integrantes, a la búsqueda de una nueva madriguera. Las señales de esta destrucción están presentes desde antes (un aviso de finca raíz, una colilla de cigarrillo) pero no pueden ser interpretadas por la comunidad, que se atiene a la estabilidad y el statu quo. Entre los conejos que deciden unirse a este grupo están Bigwig (Michael Graham Cox), el macizo y valiente luchador del grupo, y Blackberry (Simon Cadell), capaz de razonamientos abstractos que distan mucho de la habilidad de los demás conejos, lo cual define la salvación del grupo en más de una ocasión. Acoto a estos personajes en particular porque son los que más permiten entrever este pequeño universo de los conejos, sus creencias y en últimas lo que más nos acerca a nosotros, que es la incomprensión de los fenómenos que se escapan de su control.

Los carros, los perros, los zorros, los tejones y los humanos tienen nombres que los caracterizan en la lengua lepina inventada por Richard Adams, y son todos ellos amenazas violentas para los conejos, pero no son antagonistas tradicionales o enemigos contra quienes luchar, y les guardan la reverencia que nosotros le tenemos a los temblores, los incendios y los huracanes, entre otros desastres de la naturaleza que se pueden predecir pero con los cuales resulta imposible razonar. Sus herramientas para sortearlos son la velocidad y la astucia intrínseca a su especie, y con esto lograr la pequeña pero significativa victoria de asegurar un hogar en Watership, lejos de la “épica” salvación de un reino o la destrucción de un gran mal.

Estas pequeñas diferencias resaltan uno de los muchos valores de esta película, una narración cíclica y (sin arruinar el final) que permite la continuación de la misma historia en otro momento o lugar. Este tono lo provee la secuencia inicial, animada por John Hubley[1], que encanta en su disposición mitológica y creacional, y que nos deja entender por qué los conejos huyen de todos los demás animales y poseen las habilidades de las que hacen uso a lo largo de la película. El Príncipe de los Conejos, El-Ahrairah[2], es el patrón de las huidas expeditivas y de vivir para contarlo al día siguiente (un tipo distinto de valentía), y su influencia es controlada por el Conejo Negro de Inlé, la Parca que mencionaba al principio de este artículo y una figura a cuya voluntad se someten todos y cada uno de los conejos sin excepción. Apreciar su existencia genera humildad, incluso en corazones tan parcos y endurecidos como el del gran Bigwig.

Ambos son venerados, en ocasiones de manera desproporcionada, pero es la simplicidad de  este entendimiento de la muerte en una película para niños lo que le da tanta fuerza a Watership Down. Existe el estímulo de supervivencia, pero también está la noción de que todo llegará a un fin eventualmente, y que es necesario llegar a ella absueltos y sin temor, en particular perteneciendo a una especie tan frágil y depredada. No es algo que se enseñe desde la niñez, pero resulta necesario, en especial ante los tiempos más difíciles que enfrentamos como especie. Los seres humanos, a pesar de estar en el ápice de los depredadores, somos igualmente frágiles y propensos a la mortalidad, y esa humildad permite apreciar los días pequeños y meniales como una gran aventura en las verdes colinas de Hampshire, Inglaterra. Tras estos esfuerzos, las generaciones venideras continuarán nuestra labor, mientras Frith despliegue su calor sobre la tierra.


[1] Gran cabeza detrás de la UFA y de personajes tan memorables como Mr. Magoo, entre otros íconos de la animación de mediados del siglo XX.

[2] Si se nos antoja, una suerte de Adán o figura brahamánica compuesta de algodón.

¿Sueñan en Colombia con ovejas eléctricas? // La Ciencia Ficción en el cine Colombiano

Cuando escucho, leo, o veo algo relacionado con la ciencia ficción, es inevitable que mi atención se dirija allí. Considero a la fantasía un mundo maravilloso, tanto así que no me presenta retos ni soportes empíricos para ponerlo en tela de juicio, y a la realidad un mundo demasiado estructurado y rígido, que si bien es tan amplio como la fantasía requiere de anclas muy pesadas que evitan cualquier escape de las reglas que allí ejercen.La frontera, o la delgada linea entre éstos dos mundos, es lo que algunos críticos llaman CIENCIA FICCIÓN (CF).

“Así, mientras algunos estudiosos, como Darko Suvin, intentan separarla por completo de las literaturas ‘fantásticas’, otros como Clute y Nicholls o David Pringle, asumen de inicio que forma parte de la ‘fantasía’. Todorov la sitúa en el reino de lo ‘maravilloso científico’, y Christine Brooke-Rose la define como ‘una forma mixta de lo maravilloso y el realismo’.” (Noemí Novell Monroy, 2008: 132)

“…a genre is always defined in relation to the genres adjacent to it.” (Todorov, 1970: 27)

Esta ponencia se encargará de realizar un análisis sobre el género cinematográfico de la CF en la producción colombiana, y si es posible crear un corpus de películas destinadas a compartir aquella habitación cinematográfica.

El texto expondrá en primer lugar sobre la necesidad de éste tema y su contexto, en segunda medida postulará solo largometrajes colombianos que considero contienen componentes de CF pero que no llegan a ser representantes del género, y por último hablaré sobre los extraños y únicos especímenes que logran entrar en el universo de lo ‘maravilloso científico’.

1. ¿Por qué?

Colombia, en su trabajosa y pausada marcha por la historia cinematográfica, no ha logrado establecer una industria, lo que ha retrasado e inhibido el desarrollo de un lenguaje cinematográfico propio y fluido. Concretamente, pareciera que el desarrollo cinematográfico se ha dado por experimentaciones interrumpidas, sin nociones fuertes de memoria sobre los conocimientos alcanzados y para empeorar el panorama, “al cine colombiano, todos se la montan” como afirma el crítico de cine colombiano Oswaldo Osorio en su portal web.

Así, el desarrollo de los géneros cinematográficos (tal vez exceptuando la comedia y el drama) no se ha podido llevar acabo aquí, en este lote de tierra. Además, para que un género se configure y establezca, debería llegar a cumplir con las varias veces citadas y tradicionales “utilizaciones genéricas” de Altman, que detienen o estorban aún más la conformación de éste lenguaje autóctono.

  • El género como esquema básico o fórmula que precede, programa y configura la producción de la industria.
  • El género como estructura o entramado formal sobre el que se construyen las Películas.
  • El género como etiqueta o nombre de una categoría fundamental para las decisiones y comunicados de distribuidores y exhibidores.
  • El género como contrato o posición espectatorial que toda película de género exige a su público (Altman, 1999: 35).

Así analizando una por una las anteriores “utilizaciones genéricas” dentro del contexto colombiano, podemos darnos cuenta de la imposibilidad de llegar a cumplir la mayoría.

  • No se puede configurar un género sin una producción constante, llena de descubrimientos tanto en el campo estilístico, como en el campo narrativo.
  • No se puede considerar una película perteneciente a un género para su distribución y exhibición, si no se ha estudiado y categorizado primero en la forma y el contenido.
  • El género puede tomar forma en manos de los espectadores con unas condiciones precisas: el paso del tiempo luego de su estreno y el fanatismo alrededor del mismo.

Otro argumento para la realización de éste ensayo es lo que la CF puede llegar a representar en el desarrollo de una nación.

Es innegable que la CF en el cine es un género que desde hace ya varios años se ha convertido en un referente para la innovación tecnológica, científica, y para las discusiones filosóficas. La CF abarca un espacio muy importante en la sociedad moderna, debido a que plantea dudas sobre realidades posibles, bajo ciertos marcos: “el hombre como dios creador” (robots, clones, zombies, etc.), “futuro: Apocalipsis o utopia” y “la interpretación y/o posición para con los otros” (“otros” como posible o real amenaza, por ejemplo: aliens o mutantes).

El concepto de realidad diferente, sea alterna, futura o pasada, da la sensación de insatisfacción con el aquí y el ahora, por lo que se plantea un mundo aparte, que es una consecuencia del mundo real o plantea una relación diferente con el mismo.

Es por lo anterior que me pregunto la razón por la cual en Colombia el género de la CF no se ha desarrollado, profundizado, ni popularizado. Pareciera que éste país tiene todas las condiciones sociales para la insatisfacción con el aquí y el ahora, y además, no es ajeno al desarrollo tecnológico que permitiría la creación de contextos paralelos. Sin embargo, tengo la hipótesis, dudosa pero posible, que puede explicar las dificultades de la CF: en Colombia no se ha democratizado la tecnología, ni se ha logrado establecer masas amplias y constantes de personal en el sector de la industria. Esto, basándome en las experiencias de los países industrializados encabezados por EEUU, Rusia, Brasil, países de Europa oriental, Argentina, y Japón principalmente, me indica que entre más contacto directo de la tecnología y la población, la producción ciencia-ficcional surge inevitablemente. También el hecho de que los anteriores países han estado en guerra o bajo una dictadura militar.

Por último, agradezco las observaciones realizadas por nuestro crítico de cabecera Valtam, a quién cito textualmente: “…la ausencia de narrativas de ciencia ficción también podría ir amparada por la ausencia de literatura en este sentido, que durante la primera mitad del Siglo XX, cuando en Estados Unidos o en Rusia se estaban creando pulp fictions por montones, aquí sólo hubo 3 novelas del género, y no resurgió sino hasta los 90. Eso, combinado con el oscurantismo del cine colombiano, de 1928 a 1947, en el que prácticamente desapareció la ficción por una década, y luego regresó en forma de cine bambuquero, tomando prestadas narrativas del melodrama mexicano de hacienda gracias al esfuerzo de Ducrane Films y sus tres largometrajes más conocidos. Durante ese tiempo se dio el boom de los noticiarios y documentales de los hermanos Acevedo, que a duras penas pudieron empezar a trabajar con audio 10 años después de la aparición de la tecnología en el mundo. Esta combinación de mirada bucólica a la vida de campo y de constante actualidad a través de noticiarios, la violencia que reinó varias décadas y el advenimiento del Nuevo Cine Latinoamericano, que tiene más preocupaciones en lo social y actual, puede que haya disipado la atención hacia las preocupaciones sobre lo posible y fantástico.”

Así, las dificultades de la cinematografía nacional, el poco interés en el tema, el atraso tecnológico, unido con la incapacidad de la mayoría de la población para expresarse, sea por ignorancia o por conformismo, es la razón para que un género tan crítico y profundo no tenga éxito en éste territorio.

Mi contribución a que el panorama cambie es éste trabajo.

2. Corpus

El Corpus de películas que presentaré en éste capítulo será bastante amplio, no obstante, lo iré depurando para llegar al reducido grupo que representará al género de la CF en Colombia. Al principio de éste trabajo me hice la pregunta si era posible crear un corpus del género. Ahora mismo lo sabremos.

Tendré que recordarles que las siguientes películas son largometrajes realizados en material de celuloide, no en digital.

Colombia Connection: Contacto en Colombia (1979) de Gustavo Nieto Roa es un gran ejemplo de mestizaje genérico que no sólo se origina en Colombia sino en el mundo. Esta comedia típica de Gustavo Nieto Roa está enmarcada en un contexto ciencia-ficcional bastante discreto en el que gran parte del inicio de la película parecemos estar viendo una comedia de detectives a lo Rush Hour. Sin embargo, todo cambia cuando el super-detective gringo, Franky Linero, le enseña sus avanzadísimas armas a nuestro humilde detective colombiano, interpretado por Carlos Benjumea.

Esta película es una clara muestra de las películas que contienen algo del género de CF pero acaba sublevado por otro género cinematográfico.

Sobre la combinación de los géneros es importante citar a Noemí Novell, quien justifica su teoría apoyada en la de Gerald Prince: “Las relaciones de pertenencia a un género son mucho más sutiles y menos definidas o claras. De algún modo, el género, en mi perspectiva, funciona y se define a partir de un centro rector alrededor del cual giran el resto de características atribuibles a él. La dificultad, desde luego, radica en la definición de dicho centro rector. Al respecto, puede ser ilustrativo lo señalado por Prince: “…[a] narrative class [is] the set of all and only those possible narratives exhibiting one or more specified features…”, que pueden ser obligatorias u opcionales, una combinación de éstas e incluso incluir algunos rasgos prohibidos. Estos rasgos pueden ser modales, estructurales y de contenido o temáticos, y muchas veces se tomarán en cuenta con base en criterios contradictorios.”

Amenaza Nuclear (1981) de Jacques Osorio, también hace parte del anterior grupo de películas. La comedia vuelve a ser el centro rector de esta parodia del estilo 007. Otra película de ésta índole es El Triángulo de Oro: La Isla Fantasma (1984) de Jairo Pinilla, donde la magia y la aventura son las protagonistas.

Un grupo de películas que vale la pena mencionar, y cuyo género puede ser mestizo o no, pero que se diferencian del resto debido a su procedencia es el de las películas creadas en co-producción con Colombia: películas cuyos creadores, creativos, e inversionistas son extranjeros y que vieron en Colombia (generalmente) una magnífica locación pero nada más; así, los cargos y el nivel de participación que ocupó Colombia es muy reducido, y se limita al equipo técnico o a algunos productores asociados o ejecutivos, más no hicieron parte del equipo creativo.

Contaminación: Peligro MortalAlien Contamination, o Contaminación: Alien invade la Tierra fueron algunos de los distintos nombres que recibió el filme de Luigi Cozzi (1980). En él participaron EEUU, Italia, Alemania y Colombia, éste último aportando un paisaje tropical un poco salvaje y abandonado. El filme tiene excelentes efectos especiales, aunque parece ser una copia de la formula del icónico Alien de Ridley Scott pero realizada en el planeta tierra.

También están los casos de Karla contra los Jaguares (1974) y Los Jaguares contra el Invasor Misterioso (1975), ambos dirigidos por Juan Manuel Herrera y ambas películas comerciales evidentemente mexicanas que utilizaron los paisajes y los bajos costos de Colombia para beneficiarse. Como dije antes, ningún colombiano hizo participó en el equipo creativo participó de éstas producciones.

Un tercer grupo de películas, que a mi parecer es el más importante respecto al tema de ésta ponencia, es el grupo de películas que se podrían llamar CF (puedo estar equivocado en alguna, claro está). Aunque estas películas también manejan y son influenciadas por otros géneros, su tronco o género nodal es la CF.

3. Las Langostas Azules

El título de éste capítulo es un pequeñísimo homenaje al metraje del grupo de Barranquilla La Langosta Azul, la cual es la primer historia de CF contada en el telón. La película, un mediometraje de 1954 dirigido por Álvaro Cepeda Samudio, Enrique Grau Araújo, Luis Vicens y Gabriel García Márquez, visualiza un contexto en el que todo pareciera seguir un ritmo de vida común y corriente hasta ser interrumpido por la intrusión de langostas azules radioactivas y un agente de inteligencia llamado El Gringo. Este primer acercamiento, un poco tímido y sin sucesores, se encuentra en el alba de este género en el país. Cabe decir que éste ensayo no incluirá lo que podría llamarse proto-CF Colombiana, ya que ese es el tema de otra investigación.

Las Langostas Azules son a mi juicio las muy escasas películas Colombianas de CF,  que aunque opacadas por la producción extranjera, están deseosas de volar. Esta afirmación no indica, sin embargo, que las películas aquí reseñadas sean obras maestras ni películas que haya que ver antes de morir, pero sí representan un género que hasta el momento es dominado por la industria extranjera a pesar del potencial y los recursos para florecer presentes en el país.

Hablaré de éstas películas en orden cronológico e intentaré evitar cualquier conjetura sobre mis preferencias.

27 Horas con la Muerte (1981) de Jairo Pinilla

El primer autor al que hay que referirse es Jairo Pinilla, afamado director de culto que explora constantemente el campo de la fantasía. Es posible argumentar que su filme pertenezca más al género del suspenso y el terror que al de la CF, pero vale mencionar que aunque claramente mestiza, su narrativa se basa en acciones científicas que constantemente impulsan el argumento de la película. Hablando en términos estadísticos, más de dos terceras partes del filme no pertenecen al terror o al suspenso. Aunque en ningún momento se usa en exceso lenguaje técnico, médico ni científico, las conversaciones tienen un fuerte impulso por el conocimiento de las pastillas que ‘causan algo más que catalepsia’.

Bogotá 2016 (2001) de Alejandro Basile, Ricardo Guerra, Pablo Mora y Jaime Sánchez

Ésta es una película de ciencia ficción del subgénero cyberpunk[1], popularizado en la década de los 80s, y cuyas características más representativas con las distopías post-industriales y la fusión entre la tecnología cibernética y los bajos niveles de vida. El filme reúne tres cortometrajes independientes que comparten una misma visión: ¿Quién paga el Pato?, La Venus Virtual, y Zapping.

Esta obra busca impactar con su contenido, abordando problemáticas que para el nuevo milenio se creían podían ser los jinetes del Apocalipsis, entre ellos el virus del SIDA, la estratificación social, la migración ilegal, la televisión absurda, la inseguridad informática, la inmediatez de la información, la brutalidad policial y la degeneración social.

Sin embargo, en su búsqueda por tocar todos aquellos temas termina hablando de ellos tan brevemente que en últimas parecen más un adorno que una parte integral de la narración. Esto no impide que el filme logre crear un ambiente paranoico, sucio, descarado, tecnológico (para los estándares tecnológicos locales del momento), criminal, y no muy lejano de nuestro presente. Claramente la película tiene muchas deficiencias, en las cuales prefiero no ahondar, pero también tiene varios aciertos (especialmente en 2 de las 3 historias contadas), entre ellos una bien lograda concepción del programa de televisión de concurso, una acertada crítica social, y una muy pertinente escogencia de locaciones acompañadas de un gran diseño de sets.

A pesar de tener más falencias que logros, esta película es un buen avance en el género de la CF, y pone en la mesa algunos de los grandes temas que Colombia tiene por abordar, específicamente los urbanos.

Yo Soy Otro (2008) de Óscar Campo

Este filme, por otra parte, propone el tratamiento de problemáticas un poco más pertinentes al territorio colombiano, alejándose del territorio urbano. Estas problemáticas, aunque enmarcadas dentro de un contexto citadino, demuestran una preocupación algo esquizofrénica sobre el alcance del conflicto armado en nuestra sociedad, también tocando el tema del desplazamiento y la violencia generacional que tanto daño le ha hecho al desarrollo próspero de la nación.

Otra temática que llama la atención es una también tocada en Bogotá 2016: las enfermedades de transmisión sexual como un tema tabú e inconcluso, que revuelve las entrañas de los realizadores. Sabiendo que las dos películas tienen una diferencia de 7 años, casi una década, sería importante investigar la razón para que éste tema sea el único recurrente en la CF colombiana. Esto quizás se debe a que las enfermedades venéreas en Colombia obedecen a dinámicas de incomprensión e ignorancia en el público, reacciones que los autores desean explotar para crear en mayor desequilibrio e impacto en los espectadores.

Hay que reconocer en la película el uso favorable, como en la mayor parte del cine del género, del espectáculo y/o los efectos especiales, incluyendo el maquillaje, la reproducción de los clones, la pirotecnia, y las escenas de acción.

4. Conclusiones:

  1. El desarrollo de éste género especulativo en nuestro país es muy probable por las siguientes razones:
    • El ingreso de tecnologías avanzadas para uso militar y público, siguiendo los movimientos del mercado tecnológico enviado por China y las políticas de las locomotoras de desarrollo, entre ellas la del desarrollo tecnológico, manifestadas por las grandes sumas de dinero invertidas en Colciencias y demás instituciones financiadoras.
    • Las temáticas que han florecido en Colombia alrededor de la guerra, de la inconformidad social y de la manipulación mediática, especialmente en el internet.
    • Un influjo de nuevos realizadores que se encuentran re-explorando los géneros cinematográficos influenciados por las industrias extranjeras. Es de esta forma que el gore, el cyberpunk y la acción pueden volver a tener protagonismo en el panorama nacional.
  1. Las películas de las que hablé en los anteriores párrafos, no han sido revolucionarias en ningún sentido, más que en el de pertenecer al género de la CF, lo que significa que han iniciado un proceso de estructuración y conformación del campo cinematográfico aún no muy explorado en Colombia.
  1. El recibimiento de las anteriores películas tanto por los espectadores como por los críticos no ha sido ideal debido a la inexperiencia y las debilidades narrativas. Sin embargo, una creciente población de seguidores han convertido estas películas en obras de culto, permitiendo su posterior discusión y valoración.

La discusión sobre la CF apenas comienza, y se requiere de mucha más información e investigación para poder lanzar juicios de valor más acertados. El anterior ensayo fue simplemente un breve repaso del género, y de sus películas más emblemáticas en la escena local.

Bibliografía:

Literatura y Cine de Ciencia Ficción, Noemí Novell Monroy (Tesis Doctoral en Universitat Autónoma de Barcelona, 2008)

Tomando el Cine en Serie, Luis Ospina (El Malpensante)

Elementos para una teoría de los géneros cinematográficos colombianos, Jaime Correa (Ponencia)

Largometrajes Colombianos en Cine y Video, 1915 -2006 (Fundación Patrimonio Fílmico Colombiano)

Los Géneros Cinematográficos, Rick Altman (Paidos, 1999)

The Fantastic, a Structural Approach to a Literary Genre, Tzvetan Todorov (Cornell University Press, 1975)

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[1] “Los personajes del cyberpunk clásico son seres marginados, alejados, solitarios, que viven al margen de la sociedad, generalmente en futuros distópicos donde la vida diaria es impactada por el rápido cambio tecnológico, una atmósfera de información computarizada ubicua y la modificación invasiva del cuerpo humano.” Lawrence Person

“Cualquier cosa que se le pueda hacer a una rata se le puede hacer a un humano. Y podemos hacer casi cualquier cosa a las ratas. Es duro pensar en esto, pero es la verdad. Esto no cambiará con cubrirnos los ojos. Esto es cyberpunk.” Bruce Sterling

Nobuhiko Obayashi: Hausu (1977)

Dándole un inicio adecuado a esta segunda Semana de Horror en nuestra entrañable plataforma, me arrojé en un oleaje de osadía y decidí tomar una película que de puertas para afuera es un clásico del género, mas oculta tras sus numerosas capas un cuantioso substrato de material cinematográfico que exige un análisis mucho más puntilloso que lo que podría permitir un par de magros visionados. Fue una postura de atrevimiento irrespetuoso, algo muy común en Filmigrana, pero sus refrescantes y torrenciales aguas no pueden ser despreciadas.

¿Con qué rostro o conjunto de ideas se puede asumir algo tan vasto y sobrecogedor como Hausu, que con la calidez de un hogar en sí es la romanización de la palabra House? No es fácil para nostros como tampoco lo fue para ellos, los espectadores de finales de los 70’s, para quienes el horror italiano de la época, bien conocido por su carácter altamente formalista, no era un bien accesible con el cual pudiesen habituarse a este tour de force. Y avergonzado me siento, en una proporción muy generosa, al describir tantas facetas sin orden ni progreso pero, en su lugar, no hablar nada de la película en sí, dejando en su lugar un enorme signo de interrogación para los recién llegados. Hausu es una fábula juvenil, es una sórdida película de horror, es un pavorrealés despliegue de celuloide; Hausu, en una manera snob y poco imaginativa a la hora de los epítetos y descriptivos, puede ser para algunos “Vera Chytilová meets Norman McLaren en un templo/parque de atracciones asiático”, mas para otros está Nobuhiko Obayashi (1938), quien ya llevaba un buen tiempo experimentando con la cámara de Súper 8mm, y que desde 1964 había fundado una suerte de colectivo de realización, junto con Donald Richie (director de Five Filosophical Fables de 1970, cortesía del Tubo) y Takahiko Iimura (autor de cortos de la calaña de Kuzu de 1962, ejercicios deconstructivos de elevada complejidad), y “Film Indépendant” era el nombre de dicho colectivo, algo a lo que se le puede oler el tufillo de Nouvelle vague e ínfulas artísticas a una distancia considerable.

Splitscreen, uno de varios.

Aunque el más ortodoxamente apegado a Jean Luc Godard en cuanto a experimentación y ensayo audiovisual es Iimura, Obayashi genera una sensibilidad mucho mayor y construye una experimentación que va de la mano con una noción de narrativa. Afortunadamente, también le ayudó el hecho de ser prolífico y versátil en contraste a sus compañeros, y halló suficientes nichos en los comerciales de su televisión nacional para así desarrollar una pericia visual que vive en la frontera de lo genial y lo puramente excéntrico.

A Hausu, en medio de mis descripciones anteriores, la anoté como una suerte de fábula o cuento de hadas destinado a las jóvenes adolescentes, cual si se tratara de un relato de los hermanos Grimm. Es una historia de una bella señorita, conocida como Gorgeous, y sus 6 amigas, todas estudiantes de secundaria, quienes se preparan para sus vacaciones de verano. Gorgeous se prepara para salir de viaje con su padre, pero éste le hace cambiar de parecer cuando le informa que su novia, la hermosa y siempre tranquila Ryouko, también irá. El viaje de las 6 amigas también se cancela por motivos ajenas a ellas, pero Gorgeous decide visitar a su tía que vive en un chalet campestre, y aprovechando la coyuntura, invita a sus amigas. A lo largo del viaje conocemos a cada una de las chicas, teniendo todas una característica que las demarca y distingue de las demás, al más puro estilo de los 7 Enanitos de Blancanieves (espero noten la coincidencia); así, Kung Fu es sumamente atlética y dotada de muy buenos reflejos; Fantasy es soñadora y amante de las fotografías (incluso teniendo una relación vigente con uno de sus profesores); Prof es objetiva y concreta, una dama del conocimiento; Sweet es tímida y le agrada hacer aseo; Mac (una contracción de stomach) es la glotona del grupo, y Melody es una intérprete musical de alto nivel. Gorgeus, por su lado, solo tiene a su favor que es bastante bella y le encanta maquillarse y estar bien vestida, e incluso se podría argüir que tiene la capacidad de cambiar de vestimenta a voluntad, pero ya hablaremos un poco más de eso al señalar algunas elecciones de estilo en la película.

Que sean artimañas del cine mudo no quiere decir que sean inútiles. Por otro lado, “Haaausu”.

La carne del asunto empieza cuando ellas llegan al chalet de la tía, y aunque son recibidas por ésta en una posición de fragilidad, pronto se enterarán que ella, el gato de la casa y otros fenómenos locales son mucho más misteriosos, aterradores y aleatorios de lo que ellas podrían creer. ¿Qué distingue una trama como esta a algo semejante a, por poner un ejemplo, House of Wax (1953) de André de Toth, tratándose de una criatura malévola con métodos especiales de deshacerse de sus víctimas? Además de la creatividad e inventiva que se despliega en cada escena, es la formalidad de los sucesos lo que llama más la atención de esta película, relegando incluso a un segundo plano el argumento.

Hay un amplísimo tabló de situaciones a través de las cuales las pobres colegialas van conociendo su funesto destino, en un esquema que puede traer a la memoria la clásica Willy Wonka and the Chocolate Factory (1971) de Mel Stuart, siendo que cada una de ellas va sucumbiendo frente a situaciones que se relacionan con sus rasgos característicos, posibilidad que no se sienta tan descabellada si recordamos que Obayashi no solo es un hombre atento al cine internacional, sino que además ha trabajado ya con numerosas estrellas de la costa oeste estadounidense. Curiosamente, cuando tenemos la expectativa de que todas encuentren la fatalidad de manera más o menos ‘formulaica’, Hausu nos sorprende con un paquete de novedades alarmantes, en la guisa de ejemplos como una lámpara devoradora, o una sepultura/violación ejercida por colchones y edredones malignos. Me temo que nada de lo que he escrito tiene mucho sentido, pero ¿Cómo habría de enmarcar la lógica de esta película, si no es descrita con mucha mayor propiedad a un nivel visual? Hago lo que puedo con las letras, mas mucho me temo que existen mejores maneras de explicar un largometraje como el que nos embarga en esta ocasión.

“Like some cat from…” (me aguarda una paliza)

Muchas secuencias quedan para la memoria, como la clásica afrenta del piano que lidia con su intérprete (lo lamento, Melody) o la discusión entre el umbroso vendedor de sandías y el profesor Togo, como recordaremos, el novio de Fantasy. Tomando en cuenta esto último, aspectos como la efebofilia y la desnudez de los cuerpos núbiles de estas muchachas son jugados con una maestría que no termina de encajar con nuestros sets de moral. Las jóvenes, siendo todas ellas vírgenes (y por esto mismo víctimas de las triquiñuelas de la casa y potenciales meriendas de la tía no-muerta) demuestran que sus rasgos son el paso previo a la adquisición de la sexualidad, y solo Fantasy tiene un atisbo de ser más ‘aventajada’ y a su vez consciente del peligro que las demás, posiblemente por algún detalle que involucra al profesor Togo. Pero no hay mucha cabida para análisis directos y serios, porque hay mucha bufonería y desenfado sucediendo mientras intentamos teorizar las relaciones de estas mujercitas. Personalmente, mi favorita es Kung Fu, la más decidida y firme del cadre, quien incluso en sus últimos momentos manifiesta un control de la situación, su leitmotiv de combate es realmente encantador¹.

Tanto musical como visualmente la película es un collage que marca precedente, empleando diversos trucos y artificios para lograr añadir un efecto que distinga cada escena de las demás, y con ello volvemos a tomar en cuenta la influencia de Film Indépendant y sus escasos pero valuables miembros. Hay tantas imágenes que referencian el estado de la cultura popular en el Japón como los hay de eventos externos y detalles que Obayashi emplea para imprimirle mucho más Technicolor a este estrafalario cuento, por lo que es necesario conocer la trayectoria o (cuando menos el impacto) de un actor como Tomozaku Miura en la cinematografía japonesa de posguerra para comprender la secuencia de la partida del prometido de la malvada tía, en sí misma filmada a la manera de un drama nipón de los 40’s.

Hay elementos de toda nacionalidad, época y función. Primeros planos, siempre son bendecidos.

Habiendo arado el terreno con una pieza de semejante envergadura, Nobuhiko Obayashi realmente no pudo aumentar la calidad de su juego tras el éxito finamente orquestado de Hausu, pero siguió trabajando con un tren de ideas similar, en lo que algunas personas con una cierta vaguedad de términos llamarían “surrealismo”, pero en mi humilde opinión lo considero como una muy buena inversión de la creatividad y los medios al alcance para subvertir los esquemas existentes, de la misma manera que alguien como Hyeronimus Bosch no tuvo que recurrir a alguna suerte de teoría freudiana inexistente en su época para recombinar y moldear las maravillas que alguna vez pintó. Con esta visión de la muerte colorida, metida con calzador (porque no menos se espera de Valtam, su humilde servidor) me despido, para seguir restregando mi cabeza con esa agua entintada de sangre que tan gratas imágenes me permite alucinar bajo su superficie.

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¹ Dejé, de manera más-o-menos deliberada, un hipervínculo que ligaba a un contenido en demasía obtuso e irracional (en una lectura muy distinta de estos términos a la que podría llevar la presente película) y que no tenía absolutamente nada que ver con el artículo que me precio de escribir, mas de todas las lecturas recibidas en las últimas 18 horas solo hubo un click a dicho enlace, y al parecer no le resultó fuera de lugar la dichosa inserción. Es este un pequeño comentario que quería hacer, sin que volara al territorio del reclamo, concerniente a la posibilidad abierta de opinar en este espacio. No siempre tiene que ser algo complaciente y acorde a la visión del autor, saben todos que con mucho gusto respondemos la grosería impertinente, pero una discusión de cuando en cuando a nadie le sienta mal, sobre todo si se trata de un montaje parodiando la experticia ganada en los videojuegos, el enlace del que hablaba (NOTA ED.: dicho enlace murió en algún punto desde la publicación del artículo).

Peter Weir: Picnic at Hanging Rock (1975)

Una vez más, estimados lectores de Filmigrana, he sido invitado a una muy especial Cita a Ciegas. Como en los homónimos encuentros prefijados entre dos individuos que no se conocen en persona, usualmente tenemos una expectativa estándar con respecto a la belleza de la persona con la que estamos a punto de vernos, confíamos en que sea física, espiritual y anímicamente agraciada, y por supuesto que el encuentro se pueda desenvolver favorablemente, facilitando así que se programen nuevas citas entre quienes vendrían siendo ya conocidos. No obstante, rara vez nos preguntamos si somos capaces de manejar esa misma belleza o contenerla de alguna manera, más allá de apenas poderla observar sin palabras y ver cómo se escapa esa esencia, como un busto clásico que se convierte en azufre y se escurre entre nuestros dedos.

Tengo algunos pequeños problemas para hablar de la obra que nos concierne en esta ocasión. Mi buen amigo y colaborador Dustnation me ha otorgado el acceso a una nueva ventana a lo desconocido, y aunque esta instancia también sugiere desde el principio que habrá muerte, desapariciones y actos involuntarios rodeados por el vapor victoriano del misterio, la acción se desarrolla en un local distinto del Océano Pacífico. Lo único que sé de la película, antes de verla, es lo que está escrito en el título (operando nuevamente bajo las reglas de la Cita a Ciegas) y aunque el nombre de Peter Weir me suena bastante, la verdad no tengo certeza alguna de su filmografía, por lo que permaneceré en silencio hasta donde me sea posible. Eso sí, aunque no es una información extremadamente reveladora, el hecho de que los créditos iniciales estén precedidos por el logo de Criterion me da muy buena espina de lo que voy a ver. Me preparo algo de comer y me aprovisiono de bebidas, porque esto va a durar un buen rato.

“¡Ahhh! El dulce aroma de lo desconocido e innombrable…”

Lo primero que sabemos de la película es que, en el año 1900 a alturas del 14 de febrero (o Día de San Valentín), un grupo de colegialas del Instituto Appleyard salieron de picnic a Hanging Rock, cerca al monte Macedon en el estado de Victoria, y esa misma tarde algunos miembros de esa comitiva desaparecen sin dejar rastro alguno. Antes de proseguir, vale la pena comentar que, a pesar de mis escasos conocimientos en Historia de la Humanidad, sé bien que el inicio del siglo XX fue el ocaso dorado del Imperio Británico, teniendo todavía el control de Australia (que se independizaría unos cuantos años después), la India y buena parte de África ganada a lo largo del plan “Del Cabo al Cairo” de Cecil Rhodes, ferviente adepto del colonialismo. Así pues, los hechos de esta película están enmarcados dentro de ese período de dominación, en los que no es difícil sentir la diferencia entre la comodidad y la opulencia inglesa en contraste a la mirada de los habitantes con un dialecto propio, el terriblemente difícil de entender inglés australiano.

Tras ver en pantalla el ominoso promontorio conocido como Hanging Rock, somos expuestos a la dulce voz de la joven Miranda, quien nos invita a cuestionar la realidad, y el cómo esta puede llegar a sentirse como un sueño… Dentro de otro sueño. Son apreciaciones de una persona que empieza su día lavándose el rostro con agua de jazmín y rosas mientras escucha poesía romántica escrita por su adorable compañera de habitación y mejor amiga, Sara. El alba despunta y las jóvenes colegialas se aprestan en cuidar sus largas y brillantes cabelleras, antes de ayudarse entre todas a fijar sus corsés. En este montaje conocemos al grupo de amigas de Miranda, entre ellas Irma, a simple vista despectiva y arrogante pero con un alto grado de sensibilidad y aprecio por sus compañeras; Marion, la introvertida coleccionista que, a pesar de parecer la más inteligente del grupo, no parece pensar dos veces lo que hace (el personaje menos desarrollado de todo el filme, si lo hay); y Edith, la gordita bienintencionada que, debido a su falta de voluntad, es arrastrada a situaciones de las que termina arrepintiéndose.

Todo muy arcadio.

La fecha especial viene cargada de sorpresas, ya que la directora Appleyard prepara una salida de campo a Hanging Rock para las damitas, y todas suben con sumo entusiasmo a la carroza a excepción de Sara y la insufrible profesora Lumley, por orden expresa de la mujer al mando. Durante el abordaje, la señora Appleyard les advierte que la formación rocosa es bien conocida por sus serpientes y hormigas venenosas. Miranda, mientras se aleja a bordo del coche junto a sus emocionadas compañeras, observa a Sara con afecto apenas contenido en el rostro, y la despedida que intercambian había sido vagamente advertida por ambas durante el mencionado amanecer. El trayecto, un contraste delicioso, es oportuno para ver qué tan recatadas son las señoritas (sí, lo son) y adicionalmente, la profesora McCraw lo aprovecha para recalcar acerca de la naturaleza volcánica de Hanging Rock y de las serpientes y hormigas venenosas, por segunda ocasión.

Ya en Hanging Rock se rozan, por cuestión de metros, a los Fitzhubert, una familia de aristócratas locales, que van acompañados del mozo de cuadras Albert. Irma, con el apoyo de Marion y Miranda, pide consentimiento para ausentarse durante unas horas y salir a explorar los lindes de tan peculiar accidente geológico. Edith, a regañadientes, les sigue la pista, mientras las demás siguen en sus labores, ignorando por completo lo que sucede a su alrededor; la señora McCraw apunta por tercera y manida vez la existencia de serpientes y hormigas venenosas.

Es aquí donde empieza a suceder lo desventurado porque me permito confesar que, en este punto del argumento, imaginé que el joven Michael Fitzhubert (en compañía del galán aventurero de Albert) se toparía con Miranda de manera comédica mientras que su ‘copiloto’ saldría con Irma, o algo por el estilo, mientras alguien leía en off las cartas de San Valentín y una aventura juvenil surgiría tras una picadura de serpiente u hormiga venenosa; sin embargo, había olvidado la secuencia introductoria, y fuí muy afortunado de haber estado terriblemente equivocado, porque los acontecimientos que suceden al picnic son mucho más ilegibles e impactantes.

En más de una ocasión, un conocido aseveró que en la historia del cine no existía escena más sensual que la quitada de medias en El Graduado. Aquí, sobre la piedra de Filmigrana, afirmo que ese hombre es un completo ignorante.

Impulsadas por la vista imponente de la montaña, las 4 jóvenes ascienden lo más que pueden y, tras cruzar numerosos vericuetos, llegan a una pequeña meseta en la que empiezan a desinhibirse lentamente del agarre de la sociedad, haciendo comentarios e insights dignos de personas que ven la humanidad a través de un periscopio, al más puro estilo de War of the Worlds de H. G. Wells. Repentinamente, esta desinhibición lleva a lo que mis compañeros de redacción y yo hemos llamado “El Momento Apocalypse Now”, en el que una mezcla de danza, música de sintetizador y fundidos encadenados convierten la experiencia en un videoclip de The Doors. Y es, a partir de este momento, que la obra deja el velo de inocente idilio de época para transformarse en una suerte de thriller que critica el colonialismo y las relaciones de clase; no lo llamo de esa manera porque no cumpla su labor, sino es más porque aún hoy en día la película me parece que no se acomoda en las casillas de género con precisión, y esa es una muy buena señal.

No es un personaje ‘per se’, pero el Hombre del Tricornio es una adición formidable a una producción que ya lo es con creces.

Picnic at Hanging Rock parece hecha 10 años después de su fecha original, y muestra de ello es la audacia con la que la fotografía y el montaje se dejan ver. El manejo del color es más bien clásico, invitándome a pensar que así se habría visto “Black Narcissus” de Michael Powell y Emerich Pressburger, en caso de que la hubiesen filmado en exteriores; no obstante el rodaje en locación emplea con sumo tino la luz disponible, empleando los lentes y filtros adecuados para resaltar la belleza de las jóvenes y el crudo aspecto de la peligrosa montaña en la que se desarrolla buena parte de la acción. Se evidencia la importancia de la imagen y la composición cuando vemos planos en los que la cámara se ubica en posiciones peligrosamente implausibles, sin ayuda de trípodes o bases de piso, con el único fin de capturar la aparición de las protagonistas a través de una gruta.

Los fundidos encadenados y constantes paneos, por otro lado, tienen esa asociación onírica que sólo se puede describir si se trae como ejemplo a realizadores del corte de Kenneth Anger, con sus atrevidos cortometrajes producidos décadas antes del advenimiento de MTV. En la montaña, la cámara rara vez se encuentra estática, y por lo general sigue a los personajes o pareciera que los estuviera ‘guiando’ a través de los misteriosos y agotadores senderos. Dentro de todo se podría decir que incluso el eje se rompe en algunas ocasiones, con la cantidad de vueltas que dan todos los lugareños al meterse a Hanging Rock, pero no dudaría que se trata de la intención de Peter Weir para hacernos saber que las damitas efectivamente están extraviadas.

Qué planos, ¿Por qué nadie habla del cine australiano pre-George Miller?

Si hay algo que pudiera objetar en medio de esta hermosa artesanía es el guión, y la forma como presenta ciertos diálogos. No, no me estoy quejando estrictamente del inglés australiano, aunque sea muy difícil de entender, pero diría que son muy impersonales y abstraídas las lineas ofrecidas por las jóvenes y la mademoiselle de Portiers, un personaje del que no he hablado porque no es muy interesante ni se trata de una subversión de un estereotipo, como sí lo son los demás. En este último caso, cuando la profesora de origen francés se halla leyendo un libro de historia del arte y señala que ‘Miranda es un ángel de Boticelli’, funciona igual o peor que un pleonasmo, ya que el fotógrafo, el director de arte y el sonidista se han encargado de dejarlo muy claro hasta ahora. Michael y Albert tienen diálogos más sútiles y sus intenciones son más obscuras de descifrar, lo que le añade más sabor al asunto. Eso sí, también debo reconocer lo mucho que se puede aprender de geología, biología, botánica, música y literatura, dado el contexto académico en el que se desarrolla la historia, así como la exquisitamente limitada banda sonora que cumple muy bien su trabajo. En el caso de las serpientes y hormigas venenosas, se trata de un ‘arma de Chejov’ que nunca descargó su salva, otro de los puntos de giro que conviven en este argumento de notable factura.

Sara, al igual que nosotros, repara en el destino de Miranda hasta muy avanzada la trama, y sus decisiones cierran su película de manera no menos inesperada que el resto del argumento, pero que nos deja muchas preguntas para devanar de camino a casa. Por lo pronto, sólo me queda preguntarme cuál será el destino de mujeres similares a Miranda y co., agarrándole la idea a Guido Anselmi en “Otto e Mezzo” (1963) son ‘de una belleza nueva y antigua’ como su diva ideal Claudia, almas helénicas ya hartas de las excesivas codificaciones que les hemos impuesto en nuestro tiempo, y con esfuerzo buscan un amor que sea sinónimo de libertad.

John Carpenter: Halloween (1978)

Every town has something like this happen.

Hay algo distinto en “Halloween” desde los créditos iniciales, algo que nos dice que John Carpenter ha pasado la página y comenzado en una nueva. Por supuesto, puede que sea la reputación que la precede (se trata después de todo, de la madre de todos los slasher films norteamericanos de la década de los 80 en adelante, incluyendo toda la saga de “Friday The 13th” y la saga de “Halloween” en sí misma) o quizás las fallas de “Dark Star” y “Assault On Precinct 13” son más aparentes con el tiempo. Pero esta es la quinta vez que veo “Halloween” y lo único que puedo decir es que su poder sigue intacto, es cada minuto tan escalofriante como la primera vez que la vi. Resulta un poco solipsista usar mi historia como enganche, cierto, pero debo decir que a pesar de ser criado en los 90 “Halloween” (junto a “The Shining”, “Alien” y “Killer Klowns From Outer Space”) es un filme que marcó mi infancia a pesar de ser más de una década mayor que yo. ¿Y hoy en día? “The Shining” se ha transformado en un gusto más académico, “Killer Klowns From Outer Space” se ha transformado en una maravillosa curiosidad de culto y mi feudo con el descontrolado Ridley Scott ha hecho que “Alien” haya sido visto tan solo una vez más desde la primera ocasión en 1999. “Halloween”, por otro lado, sigue siendo una película de terror pura y simple. Y es allí donde yace su encanto. No necesita más defensa que la siguiente: “Halloween” asusta. Y bastante.

Ahora podría entrar en el porque el cine de terror está cada vez más predispuesto a asquear y luego desensibilizar que asustar, su propósito original, y de cómo lo más irónico del asunto es que el mismo Carpenter (como visto en el párrafo anterior) es uno de los responsables de esa evolución (o devolución, quizás), pero eso sería el tema de otro ensayo. Sin embargo, con ansias de redimir al director debo culpar a otros, menos por su escogencia de influencias y más por el modo y la razón de usarlas. La razón: Dinero rápido. Pocas películas estallaron a finales de los 70s como “Halloween” lo hizo: 320,000 dólares de presupuesto (presupuesto pequeño al que Carpenter estaba más que acostumbrado) y una idea bajo el nombre de “The Babysitter Murders” rápidamente cambió para convertirse en 60 millones de dólares y una de las películas cánones del cine de terror moderno. El modo: Muchos tomaron su premisa como una fórmula (chicas virginales siendo atacadas por un asesino) pero fallaron en ver que la película de Carpenter era exitosa por razones muy ajenas a su sencilla historia.

La emblemática casa Myers.

“Halloween” comienza el 31 de octubre de 1963 en Haddonfield, Illinois. Se trata de un plano-secuencia desde el punto de vista de un niño disfrazado de payaso. Durante 4 minutos y 10 segundos vemos todo lo que ve: Su hermana y su novio se besan en la sala, suben y apagan las luces, su preparación para lo que viene (un cuchillo y una máscara), el asesinato, su salida del cuarto y de la casa, y finalmente su encuentro con sus padres desconcertados. Es allí cuando vemos brevemente su rostro inexpresivo por primera vez: ¿Michael? De allí pasamos a Smith’s Grove, 1978. El Dr. Sam Loomis (interpretado con delicioso pesimismo por el gran Donald Pleasence) va en carro junto a una enfermera hacia la institución psiquiátrica donde Michael Myers ha sido hospedado desde el brutal evento. Al llegar a las puertas del lugar, una de las más temibles imágenes del filme aparece: Los pacientes mentales en batas blancas sueltos bajo la lluvia. El sentido es claro (y esclarecido aún más cuando un paciente toma el auto en el que vienen a la fuerza): Michael ha escapado.

Y así estamos una vez más en Haddonfield, a donde Michael ha vuelto para revivir la noche de hace 15 años. Nuestra heroína es presentada: Laurie (la pronto icónica Jamie Lee Curtis, estupenda) va camino al colegio donde va a encontrarse con sus amigas, pero antes debe hacer una parada. Su padre, un agente de bienes raíces, está vendiendo la casa Myers. De este modo, Laurie se gana un observador. En clase su profesora dice: Destiny is a very real concrete thing every person has to deal with, así prediciendo lo que va a ocurrir en la noche. Laurie mira hacia la ventana distraída y encuentra a un hombre de rostro muy blanco que le mira de lejos.

Es por supuesto el rostro que se convertiría en un símbolo del cine de terror. Pero su primera encarnación es la más aterradora de todas: The Shape (más adelante en la saga Michael Myers a secas) no es tanto un hombre como una presencia tácita. La mayor parte del tiempo solo observa. Simplemente está ahí, mirando y esperando. Aparece y desaparece. Solo existe. Pero desde que aparece en cuadro por primera vez es una presencia disruptiva. Hay algo sobre su físico que le hace aterrador, y podría ponerlo en términos propios pero el Dr. Loomis lo hace mucho mejor: I met this six year old child with this pale, blank, emotionless face and the blackest eyes. What was living behind those eyes was purely and simply evil. Su falta de expresión y su falta de un motivo aparente para atacar le hacen una presencia maléfica en el peor (y en nuestro caso mejor) sentido de la palabra. Nuestro miedo viene no de lo que vemos sino de lo que no vemos, por ende lo que solo intuimos.

Carpenter nos demuestra toda su experiencia exponiendo la maestría y talento que antes eran como diamantes en bruto (metáfora brusca para el tema). Su manejo del tiempo y la tensión nunca habían sido mejores. No existe en el filme un solo paso en falso: los movimientos de cámara son al mismo tiempo voyeuristas y suntuosos. El hecho de que el filme ocurra en una sola noche hace del manejo de su timing algo aterrador, comenzando por pequeñas muestras y encuentros bajo la luz del sol y acabando por un infierno de persecución en lo más oscuro de la noche. Todo esto auxiliado por una banda sonora estupenda (compuesta, como no, por el mismo Carpenter) que nos recuerda al uso del sonido en “Suspiria” de Dario Argento. Carpenter la usa como arma, pero no la abusa en ningún momento. Se trata de un vibrante tono que aparece y desaparece para ponernos los pelos de punta, del mismo modo en que lo hace el asesino. En cuanto a sus influencias no podrían ser mejores: el cine de Alfred Hitchcock, en especial “Psycho”, con la cual comparte más de una característica.

The Shape en acción.

Lo que nos lleva a las razones por las cuales “Halloween” es exitosa donde muchas que le siguieron fallaron. Es un filme donde el suspenso es lo más importante. Del mismo modo que en “Psycho” la violencia gráfica es escasa: la presencia de sangre y tripas (o gore que llaman) inexistente. Pero además hace que creamos en sus personajes: Laurie es una heroína real por quien sentimos. Nos importa que escape al final de la noche. Loomis encuentra en Michael la labor de su vida, la de mantenerle al margen de la sociedad, pero esto toma un peso que a veces no puede soportar. La psicología y el análisis barato de lo que hay detrás del filme han obscurecido sus motivos (hay quien dice que “Halloween” es un cuento moralista ya que sus víctimas insisten en follar y drogarse y por esto acaban bajo el filo de un cuchillo, que “Halloween” es una justificación de misoginia y una celebración del machismo y que “Halloween” es una película que hace de las mujeres héroes y por ende es feminista) y aunque puede que todos tengan un poco de razón, los motivos de la película son totalmente distintos. Es un filme totalmente sensorial. Y el cine, después de todo, es un placer sensorial, solo que olvidamos esto ocasionalmente en vista de academizar y sintetizar. Basta con devolver el filme un par de escenas en el DVD o un par de minutos en VHS y entregarse totalmente a las emociones que nos cubrirán por la próxima hora y media de entretenimiento. Lo que al mismo tiempo es contradictorio, porque “Halloween” no es solo entretenimiento, pero esa es irónicamente la mejor manera de disfrutarlo. Complejo. Suspiro.

Datos curiosos: El guión de Carpenter y su pareja de entonces Debra Hill (también productora) está lleno de pequeños trozos de sátira: el diálogo femenino escrito por Hill, está lleno de acotaciones de adolescente: I hate a guy with a car and no sense of humor. Totally. Dos personajes son nombrados en honor a Hitchcock: Tommy Doyle (el hermano de una de las víctimas) hace las veces del policía de “Rear Window” mientras Loomis es una clara referencia al personaje de “Psycho” interpretado por John Gavin. Todo esto sin mencionar que Jamie Lee Curtis es la hija de Janet Leigh. El Sheriff del pueblo y padre de una de las chicas (Charles Cyphers, actor fetiche del director) se llama Leigh Brackett, de nuevo homenajeando a la guionista de “Río Bravo”. El filme que da la televisión en noche de brujas es “The Thing” de Howard Hawks que más adelante sería re-imaginada por el mismo Carpenter (este tema será tocado más adelante, pero debo adelantar que será un gran cumplido compuesto de varios párrafos, un poco como el presente) y el disfraz del mismo Tommy es el de astronauta, haciendo referencia a su anterior “Dark Star”. ¿Cómo sabemos que aun estamos en los 70s? Pantalones bota-campana. La máscara de Michael Myers es de William Shatner, más específicamente del Capitán Kirk, así que “Star Trek” en su versión televisiva aún era famosa.

Conclusión. Todo lo dicho antes, datos, juicios y opiniones (e incluso el mismo filme) no tiene valor a menos que entiendan algo. Lo que le hace de “Halloween” algo único es la pasión que consume a Carpenter. Es una pasión que rebosa en cada plano, y ha ocurrido del mismo modo desde su primer filme solo que ahora (ahora haciendo las veces de 1978) el director sabe como invertir su energía más efectivamente. Pero nunca ha perdido de vista que el cine es una profesión de amor. Amor por lo que se cree. Suena cursi, pero más que nada es optimista.

El gran Donald Pleasence, símbolo de todo lo que está bien con el filme.

John Carpenter: Assault On Precinct 13 (1976)

Influencias, influencias. Tan sólo 2 años después de dirigir su influencial “Dark Star” Carpenter pondría sus vistas en el homenaje. Si su primera obra era una seminal pero desconocida aventura en el espacio, su segunda sería el cruce entre un western moderno (moderno siendo la ciudad de Los Angeles en los años 70) y una primera excursión en el campo del terror (en el largometraje, ya que ciencia-ficción y horror habían sido temas fundamentales de sus cortos universitarios). Por supuesto que acabaría siendo una fuerte influencia en sí misma: llamada una de las mejores películas de acción de la década (género en el cual entra y sale constantemente en el transcurso de sus 91 minutos), calidamente acogida por el público y la crítica Europea donde fue recibida como una de las mejores películas del año en el Festival de Londres (es además una de las películas favoritas de Edgar Wright y Simon Pegg que le pagan tributo ocasional en la gran “Hot Fuzz”) e incluso re-imaginada en dos ocasiones distintas por directores franceses (Florent Emilio Siri, “The Nest”, y Jean-Francois Richet bajo el mismo nombre).

Lo cual es en general bastante destacable de un film que es en sí la re-imaginación de otro film que es una gran influencia en sí mismo: “Rio Bravo” de Howard Hawks. La intención original de Carpenter, de hecho, era filmar un western, pero desafortunadamente “Dark Star” no había sido suficiente para poner su nombre entre la lista de confianza de Hollywood, lo que le dejó con un ingeniero de Filadelfia para hacer las veces de productor. ¿Su presupuesto? 100,000 dolares, 40,000 más que en su intento anterior, pero con la misma libertad de hacer lo que quisiera. ¿El resultado? Carpenter decide trasladar su premisa original (una variación sobre “Rio Bravo”) a la modernidad. En el famoso western de 1959, John T. Chance (el perenne John Wayne y el seudónimo usado por Carpenter a la hora de editar su película) arresta a el peligroso Joe Burdette y tiene que enfrentar al ejercito de su hermano Nathan con la sola ayuda de un viejo y cojo carcelero y un alcohólico en rehabilitación, a quien se añade una hermosa viajera, los encargados del hotel local y un joven pistolero. ¿La modernización? El recién ascendido teniente Ethan Bishop (un estupendo Austin Stoker) deberá defender una desolada estación policial con la ayuda del peligroso criminal Napoleon Wilson (un igualmente estupendo Darwin Joston) de una letal pandilla local que busca un hombre que se esconde en el precinto.

La noche hasta ahora comienza.

Por supuesto que la trama es más compleja en ambos casos. En el que nos concierne Carpenter comienza su película con una estructura que desarrolla tres vidas en paralelo: La primera es la del Teniente Bishop (nombre que en el remake de Richet iría aplicado al criminal y no al policía), un joven hombre de raza negra a quien en su primera noche tras su ascenso le es encargada la supervisión de una pronta a ser desalojada estación de policía en Anderson (lugar definido por el filme como A Los Angeles Guetto) donde habrá de pasar la noche junto a las secretarias Julie (Nancy Loomis de “Halloween”) y Leigh (Laurie Zimmer en el tradicional estilo actoral de “menos es más” de Carpenter) y el oficial Chaney (Henry Brandon). Segunda en la lista está la de Napoleon Wilson (Joston canalizando a Charles Bronson en “Once Upon A Time In The West”, reemplazando su harmónica con la muletilla “Got a smoke?”), que está siendo llevado al lugar de su pena de muerte por el oficial Starker (uno de los actores fetiche del director, Charles Cyphers) junto a un par de prisioneros, el pesimista Wells (Tony Burton) y el enfermo Caudell (Peter Frankland), una línea de eventos que Andrew Davis tomaría prestada para “The Fugitive”. La tercera vida, haciendo las veces de catalizador de la historia, concierne a Lawson (Martin West) y a su hija (Kim Richards) que en busca de su niñera en Anderson, acaba en tragedia que a su vez desemboca en una tragedia aún peor.

Lo que nos da pie para hablar de lo que es el comienzo de “Assault On Precinct 13”: Carpenter toma 40 de los 91 minutos de duración de su filme para establecer las reglas del juego. Sin embargo, a medida que pasa el filme (y pasa muy rápido, símbolo de lo auténticamente divertido que es) nos damos cuenta que ninguna escena sobra y cada plano que pasa aumenta la tensión y las apuestas de una manera u otra. Tomemos por ejemplo el heladero de Anderson (por qué un heladero escogería esa como su ruta corporativa escapa a mi razonamiento) que ronda el barrio en busca de clientes pero en su lugar encuentra un grupo de hombres que ronda las calles en un auto negro. Ambos autos cruzan caminos. El heladero les mira y estos le miran de vuelta. Pero su primer cruce inofensivo funciona como una predicción de lo que viene mas adelante. Cada vez que se pasan el heladero pone su mano sobre un revolver que tiene bajo el timón y los integrantes del carro negro, los miembros principales de la pandilla Street Thunder (nombre que no resulta particularmente apropiado), apuntan tras los vidrios una ametralladora automática, pero la balacera nunca ocurre de la manera en que lo esperamos. Carpenter tiene otras ideas en mente y usa la distracción de manera perfecta: todas las que nos hacemos frente a este probable enfrentamiento nunca se materializan, pero se materializa lo peor que podía pasar con los elementos presentados. El director nos da un golpe que es emocionalmente más fuerte para el espectador no solo por frialdad a la hora de atestarlo, sino porque es totalmente inesperado. Es así que Carpenter bautiza con sangre uno de los mejores comienzos del cine de género, rompiendo una de las reglas doradas del cine comercial: Matando a una niña.

Toma eso, MPAA.

Y esto nos lleva a la pandilla. La segunda gran influencia sobre la obra es la importantísima “Night Of The Living Dead” de George A. Romero de quien Carpenter toma los villanos (no físicamente, los miembros de Street Thunder no podrían estar más vivos ni más activos). Se trata de un grupo de individuos que no tienen nada que perder. Sus acciones no están justificadas por odio o emoción, simplemente son sombras chinescas armadas hasta los dientes. Pero son mucho más que eso. El concepto explicado en el film de Romero por un periodista es que “Es un grupo de asesinos que matan sin razón” no tiene nada que ver con el zombie moderno o con el individuo invencible del terror. Tiene que ver con la presencia del mal en su estado más puro. Sus acciones son terroríficas no por la violencia que traen consigo, sino por la falta de lógica que hay detrás de ellas. Julie pregunta “¿Porque alguien dispararía contra una estación de policía?” y Barbra (en la película de Romero) pregunta “¿Qué es lo que está pasando?”, y las dos se encuentran particularmente desesperadas porque fallan en ver el sentido en las acciones de los respectivos antagonistas. Nada es más temible para ellas (y en general para las personas) que aquello que no entendemos.

Hay referencias más pequeñas regadas por todos lados, sin embargo. La secretaria Leigh (que hace las veces del personaje Feathers de Angie Dickinson) es una referencia a la guionista Leigh Brackett de “Rio Bravo”, el protagonista es de raza negra del mismo modo en que lo era Duane Jones en “Night Of The Living Dead”, el got a smoke? de Wilson es una referencia a que todos fuman en la casa asediada por zombies.

Pero de todas las conclusiones que pueden salir después de ver “Assault On Precinct 13”, nombre que por cierto es errado ya que los personajes se encuentran en el precinto 9, división 13 (error atribuido a la productora que encontró el título seductor), es que Carpenter es un director que existe mucho más para ser una influencia que para pagar tributo. La influencia más grande sobre su segundo filme y el resto de su carrera, a pesar de que no lo parezca, es su primer filme y el resto de su obra. Carpenter no es lo suficientemente ególatra para hacer demasiadas referencias a sí mismo, pero su estilo y sus obsesiones son tan potentes que acaban tomando el control de cada segundo, cada cuadro de su trabajo. El diálogo del director está dotado de una rapidez y frescura que el mismo Howard Hawks le vería con buenos ojos, algo que sin duda sacó de que “Dark Star” fuese una comedia. Por ejemplo, Leigh le ofrece café a Bishop: Black? For over 30 years. Carpenter vuelve a tomar control sobre la música, esta vez con mucho más éxito ya que es el pegante que adhiere todo lo que hay en pantalla (sigue siendo remarcablemente 70s, junto a los afros, chalecos, camisetas sin mangas y el uso de patillas) y en adición nos confirma todo lo que tan solo había sido sugerido en su primer intento: el uso del tiempo (y del timing, subsecuentemente) ahora se aplica durante toda la película con Carpenter usando la hora real como termómetro de la situación.

Habrán notado que no he hablado sobre el nudo ni el desenlace. Esto es porque, aquí viene, el comienzo de Carpenter es tan bueno que el resto del filme palidece en comparación. Una vez que el juego comienza entre los que están adentro y los que están afuera la tensión baja (un presupuesto tan bajo desgraciadamente no ayuda la credibilidad de la situación) y los músculos se relajan. No es para nada insoportable, pero resulta un poco triste a la hora de pensar en las posibilidades del escenario. Hay momentos grandiosos, como el escape de Wells (cuya resolución sería repetida más tarde por el director en “They Live”) o el descubrimiento de una patrulla de un operario de teléfonos, pero algo se ha escapado en el transcurso.

En “Halloween”, tan solo 2 años luego, Carpenter encontraría el balance perfecto en su ecuación de tiempo y emoción. Pero no por eso deberíamos ignorar esta pequeña joya de género: aun con sus defectos, es el trabajo de alguien que arriesgaba todo lo que tenía por amor al cine.

“You’re pretty fancy, Wilson.” “I have moments.”