Ocurre temprano en la vida de las personas, poco después del desarrollo del habla y la razón, que empezamos a sentir afinidad por ciertas cosas, ciertas actividades y ciertas personalidades. Ciertas sensaciones. Ciertos objetos. Estos objetos en particular los cuidamos con fervorosa y, a veces, enfermiza dedicación. “Fetish properties,” dice Rob Gordon en la extraordinaria High Fidelity (2000), “are not unlike porn.” Producto de esta relación (culposa, afectuosa e indescriptiblemente íntima) pequeñas arrugas se forman en nuestro intelecto, y una vez éste ha pasado de ser una esfera perfecta a una masa deforme y única, hemos llegado a ser específicos, distintos e inentendibles. Ahora, se trata de un evidente juicio superficial, aquel de definir a los individuos por sus simples gustos y preferencias, y mientras la acusación es válida (incluso irrefutable, me dijo alguna mujer) es a partir de estos vicios y escogencias que relaciones se forman, se estrechan, se rompen o se dañan irreparablemente. Hay mucho más en una persona que el simple hecho de que le guste Joy Division, o Dashiell Hammett o Sam Peckinpah, es cierto. Muchas veces, sin embargo, es haber presenciado la creación artística de otras personas el evento específico que queda marcado de manera más exacta en la memoria. Nos vemos reflejados en ellas, un espejo perfecto y elocuente de acciones, situaciones, palabras y pensamientos. El objeto físico en sí puede recibir daño físico. No importa: La experiencia siempre estará allí para recordarlo.
“La Alacena” puede sonar como un curioso nombre para este espacio, pero responde a la familiaridad y privacidad que sentimos con dichos filmes, no por ser conocedores o colaboradores de los mismos, sino por la importancia que han tenido en nuestras vidas. Son obras que han cimentado perspectivas y generaciones, y lo han hecho con muchas más personas que estos simplones y arrogantes snobs. Pero este espacio, por eso mismo, tratará de ir más allá de “esta película es del putas” o “que obra maestra” e intentará, de forma honesta, emocional y con mucho esfuerzo, explicar por qué carajos este grupo de filmes son tan substanciales en nuestras otrora insignificantes existencias. Lo son. Y por eso, alzamos nuestra copa a ustedes.
Hayao Miyazaki: Mononoke Hime (1997)