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Almas perdidas rescatadas.

Richard Linklater: A Scanner Darkly (2006)

Hallo una enorme dificultad en asumir este honor, inicialmente ligado (aunque tácitamente) a uno de nuestros colegas; pero de todos modos, emprenderé la tarea.

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No vale mucho recordarle a nuestros estimados lectores la ausencia de satisfacción que sienten muchos autores (cuando tienen la desdicha de seguir vivos) al ver como sus obras adaptadas al celuloide pierden su sentido a mitad de camino, enredándose en vaguedades y propuestas formuláicas que transforman el material original en un divertimento de verano, o posiblemente algo peor.

Pero este artículo, aparentemente ponzoñoso en principio y que presuntamente atacaría el cinema como entretenimiento -y bueno, es que todos estamos metidos en esta noria del capital artístico- prudentemente se desviará hacia el elogio de las adaptaciones, naturalmente las buenas adaptaciones, no especificamente aquellas que trasliteren la tinta o los carácteres escritos por situaciones en pantalla, sino las que capturan el espíritu original de la obra escrita, a mi juicio personal. Hay escritores infortunados, alguna suerte de F. Scott Fitzgerald o Gabriel García Márquez que nunca vieron una obra suya llevada satisfactoriamente al celuloide, por diversas razones, aunque hubiesen querido desde siempre lo contrario; en el otro lado de la mesa tenemos a un hombre dichoso (y clinicamente enfermo) en vida, amado por sus fans y que, hasta donde le fue posible, estuvo de acuerdo con la visión de las imágenes que alguna vez fueron sus letras. Me refiero, sin lugar a dudas, a Philip K. Dick.

Seguro que las portadas de sus primeras ediciones tuvieron influencia sobre ese éxito.

Escritor sumamente prolífico, a pesar de los tormentos psicológicos a los que estuvo adscrito desde su juventud, PKD fue un hombre entregado a la divulgación filosófica a partir de la literatura, a través de un género usualmente considerado como vulgar y vano como lo es la Ciencia Ficción, y su enfoque hacia los problemas de las relaciones humanas con las instituciones, la memoria y la alienación fue notorio y recurrente a lo largo de su obra. Como todo individuo que haya sobrevivido a los años 60’s detrás de una máquina de escribir, Philip no fue ajeno a los influjos de las drogas, y su círculo cercano de amistades estuvo envuelto en el maremágnum que significó la divulgación del LSD como un método terapéutico en psicología y un entretenimiento más allá de lo mundano. Parte de la recolección de sus errores y enmiendas puede hallarse en estas dos cartas, que evidencian su preocupación posterior por las contingencias a las que un adicto debe enfrentarse en su universo solipsista y altamente alterado.

Eventualmente escribe A Scanner Darkly, a alturas de 1977 (en una época mucho más conservadora y franca frente a los alucinógenos, algunos observarán) y él mismo considera que es la novela más brillante que haya generado hasta el momento. Tras una dedicada participación en el polvorín que renueva el interés por la ciencia ficción como vehículo cinematográfico, Blade Runner (1982), Philip K. Dick cruza el Límite de la Realidad y su sabiduría entre los mortales aparentemente queda congelada para siempre; hasta que la mencionada obra de Ridley Scott se convierte en un clásico infaltable y el interés por PKD y su obra se torna repentinamente en una romería literaria, llevando consecuentemente a la adaptación de un número mayor de obras suyas, mediante auteurs de facturas muy diversas. Los resultados de estas obras serán motivo de discusión en artículos posteriores a la publicación de este.

Me limito por ahora, no obstante, a plantear una de las dificultades que presenta la realización de películas de Ciencia Ficción, y es el de las responsabilidades del departamento del Arte, en ocasiones con especial énfasis en los efectos especiales. ¿Cómo traer a la vida esos universos posibles y, en muchas ocasiones, distantes perceptualmente a nuestra cotidianidad, logrando con ello un mínimo de verosimilitud?

¡Con Scanners, por supuesto!

En el caso que nos atañe, tenemos a un director versátil y relativamente desconocido que, a través de la magia de la rotoscopia (porque todo en la rotoscopia es magia, no nos engañemos), nos trajo una pieza que es simultáneamente una aventurada empresa en términos de animación y una delicadeza de cóctel, elemento casi que infaltable para impresionar chicas en algún bar alternativa con toda la cantidad de trivia que ofrece. Sí, me refiero a Waking Life (2001) y a su artífice, Richard Linklater. Cinco años después de trabajar con la Fox Searchlight se cubre bajo el ámparo de la Warner Independent Pictures, y ensambla -con un elegantísimo reparto- la película de la que he estado intentando hablar, hasta ahora sin mucho éxito.

A Scanner Darkly es un relato inscrito en un futuro phildickiano, que podría ser hoy mismo o dentro de un par de meses, en el cual un estado de California como cualquier otro ha perdido la guerra contra las drogas, en especial frente a la “Substancia D”, una cápsula altamente adictiva y con efectos no del todo deseables. Robert Arctor (un Keanu Reeves muy emotivo, por paradójico que pueda sonar), apenas entrado en los 30, convive en una casa de suburbio con una liga de inadaptados sociales, entre los que se cuentan James Barris, charlatán (Robert Downey Jr. rejuvenecido en extremo), Ernie Luckman, holgazán (Woody Harrelson) y ocasionalmente Donna Hawthorne, la chica (Winona Ryder, siempre bella) y Charles Freck (Rory Cochrane)… Un personaje algo difícil de describir, pero es quien en última instancia habla con más fidelidad acerca del estado de cuentas de estos sujetos. La casa es un refugio cultural para ellos, y a su vez refleja todas las impresiones de aquello que pudo ser, como el hábitat de una familia, pero que ha sido transformada gracias a la mentalidad de sus variopintos ocupantes. Ah, y las drogas.

“Drippy little things”

El inconveniente es introducido a través del mismo Bob Arctor, quien resulta ser también “Fred”, un agente encubierto al servicio de la policía y cuya misión, como es de esperarse, consiste en desmantelar lo que se sospecha que es una enorme red de narcotráfico, de los que aquellos confundidos seres probablemente hacen parte. Bob debe dividir su vida en partes más o menos iguales, dedicando tiempo a su ‘vida real’ con los compadres, así como invirtiendo esfuerzos y paciencia en descubrir más acerca de la fabulosa red de narcotráfico y la identidad real de las personas con las que se encuentra, siendo el término persona el más adecuado con creces para esta situación, empleado de manera clásica.

La transición entre identidades se nos presenta de una manera que probablemente el mismísimo Dick imaginó como tal en su visionado de la novela, y la ejecución roba el aliento: se trata del “Scramble Suit“, un McGuffin textil que permite al portador pasar desapercibido gracias a que, en la práctica, hace todo lo contrario, convirtiendo al portador en una masa de rostros y aparejos fluctuantes y dotándolo de un timbre y tono de voz neutros, con tecnología que se podría deducir como de vocoder. ¿Cómo funciona esto? Me ahorraré mil palabras más, con una imagen (un .gif, para ser más precisos).

Háganse una idea.

Y es a partir de esta división de personalidades que Bob empieza a perder la confianza en el trabajo de “Fred” y viceversa, mientras que las intenciones de los inquilinos parecen enrevesarse más y más de lo que nos ofrece el diálogo, escrito con fluidez y tino para los ritmos cambiantes del argumento. No es para menos, y excusarán la notoria aliteración, si la fuente proviene de un escritor muy bien versado en escribir diálogos, y quien adapta es un director cuyas películas más importantes han sido sobre gente que dialoga. Básico. No es un Public Service Announcement de hora y media de duración, y de hecho, la película no está dirigida a una población muy joven, dada la suma complejidad del tema tratado (aparte de las drogas). La sensación de salir y entrar constantemente en el laberinto gelatinoso e inseguro de una conspiración política y social se halla siempre presente, climatizándose a medida que la película fluye con facilidad a través de tan poco tiempo; hasta el punto en el que quisieramos ver algo más de metraje, sólo para despejar la gran cantidad de dudas que nos quedan tras el visionado de este vidrio oscuro, con una banda sonora cortesía de Thom Yorke:

“What does a scanner see? Into the head? Down into the hear? Does it see into me, into us? Clearly or darkly? I hope it sees clearly, because I can’t any longer see into myself.”

Y es este monólogo que, a final de cuentas, nos intitula informalmente como scanners, como aquellos que ven la realidad del descenso de Bob Arctor y de muchos otros anónimos caídos, apenas parpadeando ante los sucesos fantásticos que se desenvuelven frente a nuestros ojos. Por si sirve de referencia, Steven Soderbergh es productor ejecutivo.

Aunque no se le refiere a menudo como una película de Ciencia Ficción obligada, creo firmemente en que debería entrar en el canon del nuevo milenio, con preocupaciones y dilemas que, a pesar de tener sus bases en un escrito de hace 40 años, son afortunadamente el producto de un hombre muy adelantado a su tiempo, por cualquiera que sea la razón a la que se le atribuye eso. Linklater, por otro lado, conserva su imagen de cineasta independiente, seguro preparando algo de gran factura para los tiempos venideros.

“Don’t do drugs”

Como nota final, es posible ver esta película en streaming a través de HBO MAX y YouTube (Nota ed: Nov. 2022), para quienes quieran disfrutar del visionado íntegro de la obra. Quedan advertidos.

Sergio Corbucci: Django (1968)

Espaguetti para todos

Regocije a sus invitados con un fino detalle de coquetería para el paladar, sin que olvide aderezarlo con un toque de especulación hipster para una velada memorable (también puede recurrir al performance artístico si su alma está lo suficientemente perdida en la selva negra).

INGREDIENTES

  • 6 tomates enteros bien maduros
  • 4 cucharadas de aceite de oliva, extra virgen
  • Unos dientes de ajo (al gusto)
  • Sal y pimienta al gusto
  • Queso pecorino o parmesano rayado
  • 200 g aprox. de espaguetti

*Opcional para el artista nacional: una lata importada y sin abrir de EspaghettiO’s® , un abrelatas y unas tijeras.
Si algo aprendí en el examen de aquel selectivo proceso para entrar al validadero/circo de la pedantería y el esnobismo that is my sweet art faculty, es que la gastronomía italiana (o al menos la noción colectiva que se tiene de ésta) resulta no ser del todo italiana, sino más bien un híbrido entre productos de distintas regiones del mundo; el tomate por ejemplo (quid de la cosa nostra) resulta ser un producto autóctono del continente americano, por lo que su inclusión en la improvisada, práctica y nutritiva cocina lombarda no se ubica sino hasta después del siglo XV. Resulta de mi agrado ver cómo se repite la historia más de medio milenio después, con el género conocido como espaguetti western, gran influencia de herr Tarantino y otros hijos de la cultura  sesentera-setentera como el Profesor Rock, los Corleone, los Manson, Travolta, los chicos del Septiembre Negro ¡Y hasta el simpático Lance B. Johnson! Todos unidos por una red extensa de espaguetti.

No tengo idea de lo que quise decir con esto, pero usualmente cuando se habla del género en cuestión suele saltar a la luz el nombre del Maestro, el Poeta, el Fanático… El gran Sergio Leone, con su escasa pero genial obra, de la cual supongo que ustedes se habrán empapado alguna vez; aún si no han visto las películas es probable que de alguna u otra forma hayan tenido contacto, así fuese escuchando la banda sonora de éstas en alguna parodia de las Fantasías Animadas de Ayer y Hoy, o viendo la sección deportiva homónima a la pieza maestra de Leone.

No obstante, las siguientes líneas no son para hablar del Gran Leone, sino de otro realizador cuya obra prolífica ha dejado grandes joyas en el baúl. Apodado cruelmente por los medios de la época como “el otro Sergio”, siendo también frecuentemente omitido por historiadores y críticos hasta el punto de que su legado ha sido casi olvidado, tanto así que aún valiéndose del zeitgeist virtua-pirata, el acceso a su obra resulta difícil e infructuoso. Hablo de Sergio Corbucci, todo un esteta del espaguetti, así que sin más ni más, doy inicio a la primera entrega de la Trilogía Corbucci.

Primera Parte: Ponga a hervir el agua, eche aceite y sal al gusto y luego de que hierva, agregue los espaguetti.

DJANGO (1968)
Tras cuatro largometrajes engullidos por la vorágine del fracaso que nos amenaza a todos, Corbucci logró pegarle al perro con su pieza de culto titulada Django… Django… Django, vaya exquisitez fonética que puede generar una J después de una D, casi suena como una Y… ¡Tan exquisita como la pasta misma!

Ahora bien, digamos que el protagonista (¿Epónimo?) de la cinta tiene ciertos problemas de identidad, y no precisamente con aquel simpático guitarrista gitano. Me explico: el héroe (interpretado por Franco Nero) es un hombre misterioso, vestido de negro, que todo el tiempo arrastra consigo un ataúd por el desierto, y sus conocidos se refieren a él como Django; mas, en un punto de la película, este revela (SPOILERS!) que Django está muerto dentro del ominoso cajón, y no mucho después descubrimos que en el interior de éste se encuentra depositada, nada más y nada menos, que una ametralladora Gatling apropiada para despedazar a sus enemigos. Incluso después de este suceso, el héroe sigue respondiendo al nombre en cuestión, dando a entender que su persona y la poderosa ametralladora son una sola entidad.

La cuestión metafísica de la dualidad podría explicar la munición infinita y la violación de leyes físicas, en especial la del retroceso al disparar un arma.

Resumiendo la trama, Django va por el desierto cargando el ataúd en cuestión, mientras rescata prostitutas y masacra forajidos, pero resulta que los sádicos bandidos pertenecen a la banda del Mayor Jackson, una especie de dictador de la región que disfruta jugando tiro al blanco con los rebeldes mejicanos mientras él y sus hombres portan con glamour prendas rojas, similares a las del KKK.

Una pasarela de la muerte, con el único objetivo de asesinar al bastardo de Django.
“¡No contaban con mi astucia!”

La insolencia de Django lo convierte en un objetivo militar, lo que mueve a aquel a forjar una alianza con un viejo conocido y room-mate de prisión, el líder del bando rebelde: general Hugo Rodríguez, encarnando el arquetipo del revolucionario en una suerte de mix-n’-match entre Pancho Villa y Emiliano Zapata. Rodríguez lucha contra las tropas de Jackson por la libertad de su pueblo, pero como los fondos para la revolución escasean éste planea, con su viejo compañero de andanzas, el robo de un conveniente cargamento de oro ubicado en un fuerte, resguardado por el ejército. Django acepta ayudar a cambio de una tajada del botín. El asalto es exitoso, los ánimos del ejército mejicano están por los cielos, y cuando la celebración se convierte en bacanal, es entonces que salen a relucir los  pelos de roedor desértico en el héroe; en un increíble acto de faltonería decide escapar con todo el oro, mandando así al infierno los sueños de libertad del general y sus hombres, mientras nos dejan muy en claro como a Django le importa un rábano el bienestar y futuro del pueblo frijolero.

El general haciendo gala de su ingenuidad.

Posteriormente Django es capturado y castigado, sucediendo de una forma tan ejemplar y violenta que la escena en cuestión facilitó la censura del film en el Reino Unido hasta dos décadas después de su lanzamiento. Los eventos que suceden a continuación prefiero guardármelos, y esperar que ustedes mismos vean la resolución tan  magistral de esta joya de culto.

Como datos curiosos, en el año 2006 salió una producción japonesa bajo el nombre de Sukiyaki Western Django, fuertemente basada en la seminal Yojimbo de Akira Kurosawa y también llena de referencias a las películas del genero discutido en este artículo, predominando las de Leone y Corbucci; la película es algo surreal y contiene aquello propio de la fritera nipona, así como uno de los personajes es interpretado por el ya mencionado herr Tarantino.

“Soy un pésimo actor…”

Muchas secuelas no oficiales salieron de la película original, pero no sería sino hasta 20 años después que emergería la continuación “oficial”, protagonizada por el mismo actor de la primera, titulándose esta nueva producción Django il grande Ritorno. Corbucci no tuvo nada que ver en esta entrega, más allá de la creación del personaje. Tanto la producción como dirección es italiana, curiosamente el director Nello Rosatti adoptó el pseudónimo americano Ted Archer, vaya a saber alguien por qué. ¿La sinopsis? Django ha abandonado su pasado sangriento para internarse en un convento bajo el alias de Hermano Ignacio, siendo ahora su único propósito hacer el bien y sembrar la paz; sin embargo, un sádico y carismático militar que colecciona mariposas, “El diablo Orlowsky“ (Christopher Connelly) se encargará de traer de regreso al viejo carnicero que todos conocemos. Aunque en lo personal la película tiene algunos momentos, es en general bastante floja y carece de la pasión que registra la primera. Más notorio aún resulta el que toda la producción del film fue realizada en Colombia. Así es, compatriotas, ¡Colombia!… Aunque el marco espacial se desarrolle de nuevo en Méjico. A diferencia de muchas piezas de su género, el ambiente de esta película no es desértico, sino más bien un matorral verde y espeso lleno de indígenas con sombrero y guacharaca; incluso, en un punto de la película le vuelan la cabeza a uno, mientras transporta frutas en su chalupa por el Alto Magdalena, uno de los momentos cumbres ya mencionados.

Ya casi cerrando, a continuación ofrezco el top 3 de los personajes más garras y autóctonos de la película:

El chef de “el diablo”, reposando apaciblemente en su chinchorro.
La esclava favorita de “el diablo”, propia de alguna miniserie de pandillas.
Como Robin es a Batman, Juanito es a Django.

Las últimas líneas de la saga Django rezan:“Volveré, algún día volveré”. Ya han pasado más de 20 años desde estas palabras, tal vez  uno de estos días éste cumpla su promesa y lo haga en otro largometraje, o tal vez regrese como Alf: en forma de fichas.

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Epílogo: semanas después de escribir este ensayo, un buen amigo hizo llegar a mi conocimiento una noticia que me dejo atónito y aquí concierne a todos: se trata de la actual preproduccion de una nueva iteración de Django. Asi es, desde su aparicion en el 76 y tras mas de dos decadas de ausencia, éste cumplira su promesa de regreso. Magno y triunfal, casi sublime, casi un Julio César regresando de la Galia. El medio para dicho ritorno lo marcará un largometraje dirigido por el mismísimo Quentin Tarantino que tanto he mencionado a lo largo de estas letras.

La cinta hasta el momento se titula Django Unchained y su fecha de lanzamiento se estima sea para el 2012. El casting también promete, aunque por ahora sólo sean rumores de quienes interpretaran los papeles; figuran actores del calibre de Leonardo Di Caprio, Jamie Foxx, Christopher Waltz, Kevin Costner, Samuel L. Jackson, Bruce Willis y, cómo no, Franco Nero como tal.

No resta más que esperar cómo se desenvuelven los eventos a venir, por ahora me regocijaré en el éxtasis de la anticipacion: ¡Bendito sea el 2012, año lleno de promesas!

Carl Franklin: Out Of Time (2003)

¿Cuál es el propósito del cine? La mayoría de la teoría y de la historia se ha dedicado a responder la pregunta de cuál es el específico cinematográfico, la esencia del cine. ¿El punto, sin embargo? Concierne, en un nivel más general, al arte. ¿Cuál es el propósito del arte, entonces? Ah, pero ahora nos adentramos en aguas pantanosas: no todo el arte es cine, y no todo el cine es arte. ¿Pero debería serlo? Idealmente, sí. Empíricamente la idea no funciona, ya que es trascendida por otra idea, incluso regla, mucho más importante para su funcionamiento: Todo el cine debe entretener.

Parece curioso comenzar un artículo sobre “Out Of Time”, el thriller tropical de Carl Franklin, con una descripción tan seria y pretenciosa como la de arriba, pero en muchas formas este pequeño debate responde a porque he escogido este filme en particular como el primer ejemplar de “Where’s the Love?”. Miren, es muy posible que nadie en la faz de la tierra vaya a defender esta película como una obra maestra. De hecho, es muy posible que ni siquiera sea el mejor trabajo del director (un más fuerte argumento podría hacerse sobre “Devil In A Blue Dress”, también con Denzel Washington en el papel protagónico). Pero con todos sus giros y maquinaciones, “Out Of Time” cumple a cabalidad la regla dorada sobre la que escribía anteriormente: no pierde nuestra atención por un solo minuto.

Claro está, la muerte trae atención.

¿Pero de que diablos trata “Out Of Time? ¿Y porqué diablos estoy escribiendo un artículo sobre ella? Paso por paso. El filme sigue al jefe de policía del pequeño pueblo de Banyan Key, Mattias Whitlock, interpretado sin mucha pesadez emocional por un dispuesto Denzel Washington (más sobre él adelante). Es un lugar calmado, donde el mismo jefe de policía es quien atiende las llamadas nocturnas, y nada coincidencialmente responde al llamado nervioso de Anne-Merai Harrison (Sanaa Lathan), una candente habitante del pueblo que afirma haber sido atacada por un hombre desconocido mientras estaba en su casa. Cuando Whitlock le pregunta cómo era el individuo, Anne le responde que era muy similar a él. He looked like me? So he was good-looking. Anne le lleva al dormitorio y le explica con lujo de detalles la intrusión, y estos son re-actuados con velocidad y pasión por Whitlock que le toma del cuello y le besa agresivamente. La llamada de auxilio se descubre cómo un juego erótico entre los dos personajes, y a medida que esta se dispone a desabrocharle los pantalones el walkie-talkie del jefe suena e irrumpe la química entre los dos con las siguientes palabras: Chief, we got a situation here, it’s about to blow. We need you to come, quick.

Esta es, en pocas palabras, la secuencia inicial de “Out Of Time” y funciona perfectamente como un microcosmos de lo que es el filme en sí mismo: en tan sólo unos cuantos minutos tenemos un par de giros, un diálogo impecable y el uso de la decepción como seducción. Funciona como un encanto, no sólo para Whitlock, sino para el mismo espectador. La imagen de la hermosa Lathan se filtra en los créditos, que se aprovechan al máximo de su escénica y hermosa locación, con clichés tales como palmeras y la costa, pero con auténticos toques personales cómo el uso de la particular fuente naranja, que se derrite en el calor intenso y vibra con el sonido de la trompeta. Esta es otra de las razones por las cuales el filme es particularmente efectivo: Su juego con lo esperado, con la expectativa es fundamental, ocasionalmente haciendo exactamente lo que el espectador quiere, sabe y conoce y ocasionalmente haciendo exactamente lo opuesto.

¿He visto esto antes?

Este juego es quizás una de las cosas más arriesgadas con las que trata Franklin en el filme. Nadie puede debatir que “Out Of Time” es, en esencia, un trabajo de estudio, pero uno que tiene un alma particularmente difícil de capturar en pocas palabras. Para empezar, tiene un alma, una distinción particular que le eleva sobre demás thrillers de estudio. Pero profundizando, es un filme que parece mucho más arriesgado de lo que su resultado parece. Es tradicional, cierto, pero al mismo tiempo es subversivo. Está construido sobre clichés pero logra trascenderlos, no a partir de un estilo realista o naturalista, sino a través de la misma subversión del cliché dentro del cliché. Todo esto huele sospechosamente a sobre-análisis, cierto, pero mantengan la calma.

Una vez acabados los créditos iniciales nos trasladamos a un restaurante al lado de la orilla donde el Chief Whitlock está desayunando mientras lee el periódico local, su foto en la página principal tras haber capturado a un narcotraficante y haber confiscado una porción generosa de su dinero (The Scarcetti Money, sí les suena a artificio de la trama están en el camino correcto), cuando entra una vez más Anne, esta vez con su marido Chris, un ex-jugador de fútbol americano con tendencias abusivas (un estupendo Dean Cain), con quien Whitlock entra en una hostil pero juguetona pelea de palabras que acaba con una recomendación de cangrejo. La manera en que presenta los hechos no es forzada, pero sí es construida.

Un encantador abusador de mujeres.

Lo que no significa que el guión de David Collard no sea extremadamente agudo. Tomando prestado tanto del cine negro de Howard Hawks (y su diálogo rat-a-tat) cómo del dudoso género del thriller tropical (“Palmetto” y “Wild Things” parecen haber sido todas influencias de las escenas de sexo y la fotografía), lo verdaderamente genial de su trabajo no viene de su diálogo (estupendo, sin duda alguna) sino de su narración. Tomemos la siguiente escena, en la estación de policía, por ejemplo. Allí conocemos a dos de los personajes principales más importantes: Alex (Eva Mendes), la previa esposa de Whitlock recientemente ascendida al departamento de homicidios de Miami y Chae (el actor de carácter John Billingsley, mejor que nunca y que todos quienes le rodean), el mejor amigo de Whitlock, un forense ligeramente alcohólico con una propensión a la navegación. Al ver la tensión que existe entre Alex y Whitlock, se excusa del cuarto: I’m gonna go into the other room and pretend to make a phone call. En principio parece una escena bastante ligera, pero es una fundamental y necesaria. En “Out Of Time” es imposible encontrar una escena (un plano quizás) que no sea absolutamente necesaria.

Una explosión siempre es necesaria.

Esta falta de lo impredecible fílmico (más no narrativo) hace que el espectador siempre se sienta seguro mientras visualiza el filme, a pesar de una moral dudosa de la mayoría de los personajes y la presión constante del tiempo sobre el personaje principal. El tiempo, como su título lo anuncia, es la constante que define el filme y lo vitaliza. Es una carrera contra el mismo, similar al cine de John Carpenter y H. G. Clouzot, pero con una ambición mucho más moderada. Es moderada, en parte, por la elección de Washington en el papel principal, que le da un caché en términos monetarios pero sacrifica algo de lo arriesgado que podría tener de tener solo actores desconocidos. Pero ese no es el punto, ya que el filme de Franklin no apunta a la innovación (a pesar de que sí lo hace). Washington es el equivocado para el papel, pero al mismo tiempo es perfecto: el personaje puede ser 100% opuesto al actor, que siempre actúa de una manera muy similar (salvo por “Training Day”) pero igual logra hacer sus personajes memorables. No se exactamente como funciona, pero ese es el estilo sintetizado de Denzel Washington. Y ese, de hecho, es el estilo sintetizado del filme: Al salir de lo predecible (en la que no se encuentra, en realidad), perdería su encanto, pero es por eso que sus metas no van tan lejos como el ojo adiestrado espera. Excepto que sí el ojo adeistrado espera más de un filme así, está viéndolo de la manera equivocada. Es una gran sopa de contradicciones, pero de algún modo funcionan en el mundo de “Out Of Time.”

Es imposible también discutir la trama sin dañar gran parte de los placeres que este artículo busca rescatar. ¿Para que escribir un artículo en esta absurda, arrogante y bonita sección sí este va a arruinar el filme que busca salvar? He tomado cerca de 3 hojas de notas de resumen de trama, citas y análisis ridículo de un filme que no pide mucho más que una audiencia que le disfrute. Y no lo duden por un solo momento, es complejo encontrar 105 minutos más entretenidos y tensionantes que los provistos por Carl Franklin y su equipo en esta pequeña joya.

John Billingsley, una gran joya.