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Almas perdidas rescatadas.

Nicolas Roeg: The Man Who Fell to Earth (1976)

En el que se homenajea a David Bowie y no a Elvis Presley en un fractal ejercicio

“I’d been offered a couple of scripts but I chose this one because it was the only one where I didn’t have to sing or look like David Bowie. Now I think that David Bowie looks like Newton”.

                                                                                                                David Bowie

Conmemorando el sexagésimo quinto aniversario del inagotable David Bowie, Filmigrana expresa su encantado apasionamiento por la obra de este Übermensch a través de una que otra curiosidad en once breves piezas que giran en torno a The Man Who Fell to Earth, su debut actoral cinematográfico. Para esta descendiente labor les sugerimos (explícitamente) que no desamparen a este modesto pero sentimental tributo acompañándolo de Low, el impecable álbum que publicaría durante este ápex artístico y que en unos días cumplirá treinta y cinco años de su lanzamiento.

1) Speed of Life: Mayo de 1975. Una impecable carrera consolidada por el éxito intercontinental del soul plástico de Young Americans. Un asilo temporal en una mansión hollywoodense regido por una estricta dieta de cocaína, leche y cigarrillos Gitanes. Múltiples ataques de paranoia y de psicosis, sumados a la dudosa existencia de una colección de orina y semen en su nevera, acobijados por las enseñanzas del místico Aleister Crowley[1] y a los consejos de un hechicero y dos brujas que aparecían esporádicamente en su habitación.  Un matrimonio desecho no por libertinaje o distancia, sino por negligencia. Unas caóticas sesiones de grabación junto a Iggy Pop en las que surgirían los primeros esbozos de su enfermizo Station to Station. En otras palabras, todos los privilegios con los que puede contar una estrella de rock que no ha sucumbido a seis años de las mieles del éxito.

2) Breaking Glass: Mayo de 1975. El emergente director británico Nicolas Roeg, quien había cosechado cierta reputación tanto por su innovador thriller “Don’t Look Now” como por introducir a Mick Jagger en la actuación (en el doble-debut “Performance”), cordinaba junto a Paul Mayersberg una adaptación de la novela homónima de 1963 escrita por Walter Tevis. Su fantástica historia, en la que el extraterrestre Thomas Jerome Newton se aventura a la autodestructiva misión de buscar recursos en nuestra saludable Tierra, necesitaba de un recipiente lo suficientemente desubicado para emprender esta degenerativa humanización. Bowie, quien acaparó la atención de Roeg en el documental Cracked Actor, accedió encarnar a ese alienígena, probablemente en un deplorable estado sicoactivo. Sería el inicio de una ardua catarsis en la que debería salir de su refugio, específicamente rumbo a Nuevo México, y excavar en la profundidad de sus vicios para encontrarse consigo mismo.

“There’s a starman waiting in the sky/He’d like to come and meet us/But he thinks he’d blow our minds”

3) What in the World: Bowie jamás se acercaría al guión, y no es claro si para entonces había hojeado la novela, a pesar de todas las coincidencias que puedan arrojar un contraste biográfico. Bowie seguía ciegamente las recomendaciones de Roeg, quien insistía en que debía tomar a Newton como una metáfora de sí mismo. Bowie experimentó durante toda la filmación la sensación de estar trabajando exclusivamente en una historia de amor. Bowie superó todas las expectativas; Bowie, sin ser plenamente consciente de ello, estaba reconociendo a su doppelgänger. El rodaje solamente tomaría seis semanas entre julio y agosto de 1975.

4) Sound and Vision: A cuatro meses del lanzamiento programado del filme, Bowie no tenía certeza sobre qué decisión se había tomado con respecto a su banda sonora. Ese diciembre inició la grabación de algunos demos de “Subterraneans” y “A New Career in a New Town”, estrellándose con las dificultades de componer por primera vez piezas instrumentales. Algunas semanas más tarde Bowie sería relegado de dicha tarea y, a pesar de todos los mitos que abundan, hay un hecho factual: el prodigio musical de los setenta y su primer esquema de Low fueron remplazados por la orquestación de John Phillips y Stomu Yamashta y por algunos refritos de Fats Domino y canciones populares austriacas.

“I’m just a little bit afraid of you/’cause love won’t make you cry”.

5) Always Crashing in the Same Car: Bowie correría el riesgo de consumirse en el desarraigo para 1) hacerse inasible (por más tautológico que suene), 2) extasiarse en las sobredosis y así completar su ciclo de drogadicción, y 3) perderse en fugas que alimenten sus intereses artísticos. Mientras continuaba el proceso de posproducción del filme, retomaría esos retazos de principios de año y grabaría Station to Station entre octubre y noviembre de ese año, uno de sus trabajos más aclamados y abstractos y del cual no conserva ningún recuerdo. El efecto de la filmación en el álbum fueron más que evidentes: su portada, sus problemas identitarios abrazados en su heterónimo The Thin White Duke, sus muros sonoros (ej: la extensa introducción a “Station to Station”), por mencionar algunos. Los siguientes versos, los mejores de este trabajo, sintetizan excepcionalmente su esencia: “Well, it’s not the side effects of the cocaine/I’m thinking that it must be love”.

6) Be My Wife: The Man Who Fell to Earth es, en efecto, una sencilla historia de amor recubierta de la tecnofobia y desprecio hacia las maquinarias republicanas que abundaban en los sesentas y setentas. Newton se dirige a nuestra Tierra por devoción a su esposa e hijos, buscando el soporte que los auxilie antes de su inminente aniquilación. Su distracción pasional durante esta residencia terrenal sería su repulsivo affaire con la ninfómana ascensorista de hotel Mary-Lou (o Betty Jo, en el caso de la novela), sin olvidar que alguien guarda mesura por su ausencia. Mientras se desvanecen sus posibilidades de retornar a casa, canalizaría su frustración y culpa en el ficticio álbum The Visitor, con la esperanza de que paradójicamente su esposa esté aun con vida para escuchar su obituario. Newton le propondría matrimonio a Mary-Lou con la misma argolla que traería de su planeta, reconociendo que no siente nada hacia ella fuera de los juegos sexuales que practican; es la manera menos moralizante y más humana de encubrir cualquier sentimiento de nostalgia y desolación. Juegos miméticos, a fin de cuentas.

Lamento la opacidad de esta captura, pero es probable que WordPress prohíba la alienofilia en sus cláusulas de divulgación de contenido. (Nota Ed: No sé si esto sea cierto, pero debería serlo)

7) A New Career in a New Town: Una vez Bowie regresa a Europa en abril de 1976, sus excesos se apaciguarían. El exitoso estreno de su película (el dieciocho de marzo) le haría recuperar su entusiasmo por aquella rechazada banda sonora y, después de reunir a un excelente equipo de trabajo que incluiría a los experimentados productores Brian Eno y Tony Visconti, retorna al estudio de grabación con las palabras “New Music: Night and Day” en su cabeza. Los ensayos de esta obra maestra arrancarían el primero de septiembre en el exclusivo Château d’Hérouville francés y finalizarían en el Hansabrücke berlinés el dieciséis de noviembre. En esta ciudad hallaría el ambiente ideal para dar el siguiente paso hacia su desontixación, El álbum cambiaría de nombre, se llamaría Low (“the sound of depression”) y se lanzaría en enero de 1977.

8) Warzsawa: El propósito primordial de la odisea de Newton es amasar una fortuna que le permita generar un dispositivo lo suficientemente hábil para trasladar agua y energía hacia Anthea, su planeta natal, y así contrarrestar su aridez. Pocos días después de desembarcar, colecta el capital necesario para armarse, junto a sus patentes fuera de este mundo[2], con los únicos profesionales que le asegurarían la progresiva consolidación del emporio de las telecomunicaciones que lo enriquecería: un abogado (Farnsworth) y un incomprendido profesor de física con preferencias peligrosamente cercanas a la pedofilia (Bryce). Su invisible mano sería la responsable de la veloz prosperidad de World Enterprises, compañía que acapararía la atención de todo tipo de suplemento gubernamental y que adjudicaría todo tipo de recelo. El mejor truco para desprenderlo de sus ideales consistiría en aislarlo en un gigante penthouse donde la ilusión de la extensión debilitaría su voluntad de poder. Esta impotencia se escudaría en alcohol y sedantes. Para este momento Newton ya es humano, mirándose al espejo entre delirios y exámenes médicos.

Cita de la novela: “1990: Icarus Drowning”

9) Art Decade: Reconstrucción de la genealogía del Thomas Jerome Newton representado

A – Hunky Dory: Un nihilista transexual que elogia a Nietzsche, se burla de Churchill y se contagia de la esquizofrenia de su hermano (Hunky Dory – 1971)

B – Ziggy Stardust: El mesías que en un plazo de cinco años desciende a la tierra, alivia a sus seguidores con las promesas del porvenir, es absorbido por su propia creación y debe suicidarse para dar comienzo a una nueva era (The Rise and Fall of Ziggy Stardust and the Spiders from Mars – 1972).

C – Aladdin Sane: El heredero directo de Ziggy, visitaría Norteamérica, se obsesionaría por el solipsismo, Broadway, sus actores y el cabaret. Moriría durante los setenta en el anonimato. (Aladdin Sane – 1973)

D – Halloween Jack: Un Winston Smith anacrónico que, intimidado por Big Brother, se echa a la perdición. Un justo funeral al glam antes de volverlo, desafortunadamente, obsoleto (Diamond Dogs – 1974).

E – (Espacio en blanco): Un amigo de Sly Stone que se engolosinaría con el american dream. No demoraría mucho en hallarse con su fatídica falsedad (Young Americans – 1975).

F – The Thin White Duke: Thomas Jerome Newton en cocaína (Station to Station – 1976).

10) Weeping Wall: ¿Es una película surreal? Falso: es la categoría más vulgarizada para generalizar cualquier objeto que presente una imagen inesperada. ¿Es una película para ver en familia? No a menos de que estén de acuerdo en respetar la ausencia intencional de conectores lógicos. ¿Se desalentará por la baja estima en la que tiene el género de ciencia ficción? Tal vez, pero sería una excelente oportunidad para reivindicar a este alegórico género. ¿Cuál será probablemente su reacción inmediata después de verla? “¡Mierda, con que había calentamiento global en los setenta!”. ¿Y después? “Es una obra maestra” o “Pff, Star Wars salió dos años después y mire…”; no hay puntos medios. ¿Lloraré al verla? Definitivamente no, pero con toda seguridad le producirá un malestar llamado existencialismo, si no se duerme en el intento.

Horror vacui.

11) Subterraneans: El inminente revuelto tanto de la película como del disco harían de Bowie un mito viviente. Entre las reseñas otorgadas a ambas piezas se señalaría que “su paralizadora belleza se apreciará si no se toma como un insulto personal”. El Orfeo en forma de musa descendió por los nueve círculos del Infierno hasta rescatar el hálito de David Bowie: su vida misma. Hoy en día ambos son los registros más angustiantes de esta expulsión ritual y piezas cumbres del arte. Su siguiente agnagnórisis se diluiría hasta el beso que se darían Visconti y la cantante auxiliar Antonia Maaß frente al muro de Berlín: “I walk through a desert song/when the heroin(e) dies”. Para 1978 estaría totalmente limpio de sus alienantes adicciones y a la espera de componer otras cinco obras maestras.


[1] Este hereje no sólo influenció la obra de escritores tan diversos como William Butler Yeats, William Somerset Maughan y L. Ron Hubbard y músicos como George Harrison, Jimmy Page y Ozzy Osbourne, sino que fue reconocido con el codiciado galardón al septuagésimo tercer británico más popular de todos los tiempos.

[2] El autor de este artículo presenta disculpas por dicha expresión pero asegura que es el único contexto en el que se pueda utilizar.

Noah Baumbach: Greenberg (2010)

Llega un momento en la vida de la mayoría de los seres humanos que podemos considerar como un ‘hiato’, una parada en el camino durante la cual, frente a una encrucijada particular,  nos detenemos un momento y empezamos a hacer nada mientras tomamos las decisiones (o damos los rodeos) pertinentes antes tomar un camino que consideremos correcto. Hay personas a las que les sucede un par de ocasiones y jamás vuelven a mencionar el asunto, hay otras personas a las que nos dura un buen tiempo ese hiato, y hay quienes viven inmersos en un cruce de caminos permanentes, inhabilitados de avanzar y sin ninguna intención de involucrarse en los asuntos de la vida misma. ¿Cómo Roger Greenberg? No es tan sencillo ponerlo en sumario, como nos daremos cuenta.

Salí de viaje cuando volví a ver Greenberg, y vaya que me sintió bien. No sólo fue una vacuna definitiva frente al malestar reciente que experimenté tras ver cierta película colombiana de la que no sé si debería hablar en estos momentos, sino que además este largometraje de 107 minutos me tocó en varios niveles, y sigue siendo la hora en la que no logro descifrar cuáles son con total certeza.

“Oh hey”

Protagonizada por Ben Stiller y rodeado de un reparto compuesto por familiares o allegados a personalidades notorias del cine (Zosia Mamet, Dave Franco, Max Hoffman, ¿Alguien?), Greenberg nos cuenta la historia de su personaje epónimo, el mencionado Roger, y su regreso a Los Angeles tras un largo período de ausencia. Su hermano, Phillip (Chris Messina) sale de viaje a Vietnam con su esposa Carol (Susan Traylor) y sus pequeños hijos, dejando al entrañable pastor alemán Mahler y la casa a cargo de Roger. Aunque poco sabe él acerca de la persona con quien compartirá esta labor, una atolondrada y entrañable ama de llaves de nombre Florence Mar (Greta Gerwig), ella tampoco sabe mucho más acerca del hermano de su jefe, salvo que estará haciendo unos trabajos de carpintería y vivirá en la casa Greenberg durante las semanas de viaje… ¡Ah! Y que acaba de salir de un hospital psiquiátrico. Es una configuración de comedia romántica cuyas situaciones podrían predecirse, pero con detalles como el del hospital (asunto que nunca nos es revelado del todo) la película hace bien en trastornar nuestras expectativas.

Florence es joven, tiene alrededor de 26 años y como tal tiene un estilo de vida sin mayores complicaciones; sale a festejar de cuando en cuando, tiene un grupo de amigos jóvenes y además de su trabajo como ama de llaves tiene una incipiente carrera como cantante, nada muy ambicioso o con muchas miras a futuro.  Roger, por el contrario,  está ad portas de cumplir 41 años, se halla pesadamente medicado y es un individuo bastante complejo, lo cual resulta bastante apropiado si la película gira en torno a él; aunque tiene destrezas con la madera y se le ha encargado construirle una casa a Mahler, en realidad vemos que esa no es su profesión y su pasado en Los Angeles lo ha anclado con mucha profundidad, como es posible descubrirlo a través de la opinión que otras personas tienen de él y el progreso de la casa en sí.

No todas las chicas alternativas se derriten por la música pasada de época.

El primer encuentro entre nuestros protagonistas empieza algo rugoso, tomando en cuenta las notorias diferencias entre la voz dispuesta a emitir juicios de Roger y el trato amable de Phillip, o incluso la condescendencia de Carol, la primera persona en manifestar expresa y abiertamente su desconfianza hacia Roger. Pero sin necesidad de juguetitos de lata u otras secuencias absurdas (perdonen la comparación, por favor) un plano de Roger mirando a través de la ventana refleja con mucho tino su comportamiento abstraído y la manera en la cual experimenta el mundo: como un observador distante.

Phillip le ha dejado a Florence un cheque de adelanto con su hermano, y ella va a recogerlo cuando recibe una llamada del recién llegado, pero una canción de Albert Hammond y comentarios acerca de “cuando sonaba en la radio” marca la primera frontera generacional y de pensamiento entre muchas en torno a estos dos. Acusar el presente de ser “kitsch” tampoco parece ser un buen gancho de conversación, y después de pedirle a Florence una botella de Whiskey y unos sándwiches de helado, nos es iluminada otra veta en el tormentoso interior del pobre Greenberg. A pesar de lo nefasto y en ocasiones abyecto que pueda resultar Roger, conocerlo de esta manera nos permite simpatizar con él e incluso sentir lastima por los absurdos que llega a cometer a lo largo de la película.

Una buena manera de invertir el tiempo.

Una primera impresión algo negativa, seguida por una de las costumbres más notorias de Roger: escribir cartas quejándose sobre los servicios que le prestan diversas entidades, cartas que nunca enviará. Busca en su vieja agenda de contactos a Ivan Schrank (Rhys Ifan), un viejo amigo suyo inglés que a pesar de tener un hijo de 8 años y estar enfrentando un divorcio, cuenta con un porte de abandono juvenil propio; tampoco parece ser una relación muy cómoda la que hay entre ambos, el tiempo y los hechos resuenan en como se hablan y comportan, aunque desconozcamos por lo pronto los motivos de la tensión.

Ivan invita a Roger a una barbacoa festiva de un amigo en común, y aunque es motivo para que un elemento importante de la trama se presente, tampoco se escatima tiempo para seguirnos presentando la realidad de Roger: es un pobre hombre congelado en el tiempo. Sus amigos ya tienen familias y vidas organizadas, algo de lo que él evidentemente carece, y se siente en el aire la postura defensiva que ha adoptado Roger frente a esa realidad, polarizándola a través de múltiples capas de sorna y crítica que rayan en el quinismo. En esa misma fiesta encuentra a Beth, su ex-novia de la juventud, también con hijos y un matrimonio conflictivo, algo que él ve como una oportunidad de regresar al pasado, pero ella no parece hallarse en la misma sintonía. Todo lo anterior es mostrado a través de un montaje en paralelo en el que Roger se ve incapacitado para encajar con los seres humanos que están a su alrededor, obteniendo reacciones poco favorables a medida que interactúa con ellos.

“¿Que si estoy maquillada?…”

Roger empieza a tener encuentros con Florence pero, a pesar de la atracción que aparentemente media entre los dos, las cosas no resultan muy bien en casi ningún nivel. Sexualmente son incómodos y temerosos, él por el afán y el desprendimiento que tiene hacia todo y ella por los conocimientos que ha adquirido acerca del amor en tiempos recientes, contando con que suele mencionar su ‘reciente rompimiento’. Por ende, la sexualidad en ambos es deliberadamente desglamorizada, acorde a la visión de la vida de cada cual. Por si eso fuera poco, Roger tiene la tendencia de hacer implotar su temperamento y comportarse como un cretino cuando se siente emocionalmente comprometido con algo o alguien; lo vemos en la secuencia de su cumpleaños, en la que Ivan lo sorprende con una celebración modesta pero sorpresiva en el restaurante que frecuentan, así como cuando Florence le regala uno de sus títeres de varas y le cuenta una historia sobre su juventud, confiando en entablar una relación de semejanza en torno a su displicencia frente a las expectativas sociales. Aunque es gracioso ver la manera como Roger envía por la borda esta clase de eventos, en el fondo resulta sumamente patético, en el mejor sentido de la palabra.

Como es de esperarse, Florence promete ante sí misma y su cansina mejor amiga Gina (Merritt Wever) que jamás volverá a tener algo con Roger, pero no puede evitar sentirse atraída ante su fracturada personalidad y, siendo un sentimiento del que mayoritariamente adolescen las mujeres, pretende sacar a la luz lo mejor de él y lo que nadie comprende de su naturaleza. Incluso después de que la única responsabilidad que los unía a ambos sale a relucir, refiriéndome a la salud e integridad de Mahler, no es motivo suficiente para que puedan reconciliar sus complicadas diferencias.

El velo de una hermosa velada psicótica.

Vale la pena tomar en cuenta que la mayoría de películas de Noah Baumbach tienen como eje los problemas que los protagonistas cargan consigo mismos, ellos impiden activamente cumplir sus propias metas. Por un largo rato puede dar la impresión de que Roger Greenberg no crece en lo absoluto y está condenado a no lograrlo, pero el zumo de este producto reside en las emociones que esa falta de crecimiento puede llegar a generar en el espectador, y de cómo al final, con sutileza, sí hay posibilidad de cambio. Muchas personas se sentirán expelidas de ver esta comedia si imaginan que se trata de algo más bien ‘estándar’ protagonizado por Ben Stiller, pero si nos fijamos en el enorme rango que despliega él como actor en esta película, estaremos aptos para disfrutar de la totalidad del producto en cuanto nos topemos con su estuche de DVD*.

La fotografía tal vez pueda resultar un poco ‘tradicional’ para una película de corte indie, consistiendo en colores desaturados balanceados al verde, pero si tenemos en cuenta el estado de ánimo de Roger y Florence, así como el guardarropa del elenco, podemos entenderlo como una solución viable y sensata. Hay un bello provecho de la profundidad de campo, permitiéndonos percibir todo lo que hay dentro del cuadro y, como a Roger, ningún detalle se nos escapará como espectadores, aunque sea para criticarlo mordazmente.

Hay muchos ‘asides’ dentro de Greenberg, tanto el constante recordatorio de la filosofía ‘verde’ con la que fue filmada (y que el nombre sea lo primero que lo evidencia) así como la mirada hacia Los Angeles y la forma como se vive ahí en la actualidad, algo de lo que podría hablar mejor JNMGLVDL. Añadiendo que James Murphy a la cabeza de LCD Soundsystem sea el responsable de la banda sonora, y que Baumbach co-escribió 2 de las películas de Wes Anderson, eso me hace pensar que no debí haber escrito sobre esto en lo absoluto. Pero qué demonios, me gustó la película y considero que me dio una oportunidad, tal vez no para decidir si quiero acabar con mis barreras personales**, pero sí para escribir un grato artículo en torno a ella. Aborto, divorcio, negación, juventud, hay muchos otros temas de los cuales también podría escribir, pero cada quien puede hallar su propia pequeña lección dentro de esta tajada de vida en pantalla.

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*Infortunadamente nunca llegó a cartelera en este país, pero ahí ya pueden ver qué clase de timos consideran humorísticos y rentables cuando de “películas de cuarentones” se trata.
**De hecho ya iba en el proceso, pero esta película dio un buen empujón, eso sin querer regar la melaza en el suelo; escribiendo es que puedo hallar otras maneras de dar las gracias.

Hiroyuki Okiura: Jin-Roh (1999)

Me siento sumamente apenado con Dustnation, porque en el espíritu de las Citas a Ciegas esta maravilla de oriente habría encajado a la perfección, de no ser por una consideración errónea que tuve mientras visioné este fantástico y subvalorado filme de animación japonesa, aunque los motivos de esto último son relativamente fáciles de explicar, ya llegaremos allá. La primera vez que supe algo de Jin-Roh (literalmente “Hombre Lobo”) fue a alturas del año 2001, gracias a una vieja revista española llamada Otaku, en la que mencionaban la película y hablaban de ella confusamente como una alegoría a Caperucita Roja, algo que no logré entender muy bien o posiblemente no quise averiguar, dado que estaba embelesado con el ominoso y sólido diseño de los trajes de combate que portaban los personajes de la película, algo que difícilmente se escapa de la memoria. No la conseguiría sino hasta mucho tiempo después, ayudado en parte por las facilidades de la vida digital.

Sin embargo, me hallo algo líado para hablar de una franquicia que nació en formato de radio drama (un formato de ficción muy popular entre los años 70’s y 80’s, tanto acá como en Japón) pasando por varias iteraciones en cine “live-action”, manga y curiosamente, una única entrega en animación, que es lo que nos atañe.

Sorprendentemente, lo que se ve en pantalla no se parece nada a lo que se entiende por “anime” hoy en día. Un triunfo.

Como punto de partida debo decir que Mamoru Oshii es un japonés completamente desquiciado* que, además de haber dirigido varias películas y series exitosas de anime (entre ellas Urusei Yatsura (1981-1984), subversora de un género antes de que este existiera), es un amante de los perros, por lo que resulta esclarecedor que le haya puesto el nombre “Kerberos”, como el can guardián del Infierno, a su saga de policías con pesadas armaduras de combate y conductas lupinas. Tras haber dirigido la genial y de culto Ghost in the Shell (1995) Oshii solicitó apoyo a la productora Bandai Visual para financiar Jin-Roh, un guión que cierra la trilogía fílmica de Kerberos, el cual tenía planeado filmar desde hace mucho tiempo con actores de carne y hueso; no obstante, la productora revisó las dos películas precedentes de la mencionada trilogía y le dieron luz verde, con una pequeña condición.

De facto, la condición fue la de NO dirigir la película en lo absoluto, viendo los desastrozos resultados en taquilla de The Red Spectacles (1987) y Stray Dogs (1991), sin mencionar que el carácter sleeper semi-surreal y el humor negro reinante podrían ser factores para tales fracasos. Se le encomendó la labor de dirección a Hiroyuki Okiura, animador profesional y mano derecha de Oshii, y aunque este escribió el guión de Jin-Roh no se le permitió añadir o alterar algo apenas empezara la producción. A continuación, un pequeño recuento de por qué deberían ver esta subvalorada obra de animación.

A pocos instantes del inicio la historia nos es revelada: en una línea de tiempo paralela, en la cual Alemania ocupa Japón en lugar de los EEUU después de la Segunda Guerra Mundial, el país del sol naciente empieza a reconstruir lentamente su economía tras la devastación del conflicto. No obstante, a alturas de 1950 el acelerado desarrollo y crecimiento de las ciudades crea condiciones de miseria excepcionales, lo que genera descontento en la población y estalla en numerosas revueltas urbanas que terminan sofocando el alcance de la policía para mantener el control. El ejército está vetado de inmiscuirse en asuntos de orden público, por lo que el gobierno japonés opta por crear una unidad paramilitar que funcione como el brazo inclemente de la ley. Estos son la Unidad Especial, los Panzer Cops, unos magníficos bastardos.

“Todo bien”

Casi que al mismo tiempo del nacimiento de la Unidad Especial se crea un movimiento revolucionario de lucha armada, SECT, con una agenda política bastante fuerte y una metodología muy poco ortodoxa. Los enfrentamientos entre estas dos facciones transforman el paisaje citadino en un inquietante campo de batalla, algo que enfurece aún más a la opinión pública, obligándola a tomar una vía alternativa. Un montaje en paralelo nos explica esta relación de fuerzas, en la que durante una fatídica noche unos manifestantes han ocupado una calle y no parecen muy dispuestos a ceder a las unidades antimotines de la policía regular, mientras que en algún otro lugar de la ciudad una adolescente en una parka roja sale de su casa, precavida, encontrándose con unos hombres en una alcantarilla. “Mira, esto es para tu abuelita”, le dice uno de ellos, mientras le entrega un maletín con un listón blanco; con mucho tacto nos acaban de presentar a un grupo de militantes de SECT y a una ‘Caperucita Roja’, encargada de hacer recados entre los diversos frentes del grupo. ¿Qué llevas en tu canasta? Una puta carga explosiva.

Un pequeño diálogo nos orienta que los dos grupos de policía -la Unidad Especial y la Metropolitana- no se “pisan las mangueras” y permanecen fuera de sus respectivas jurisdicciones, aunque esto evidentemente es fuente de tensión, especialmente al ver que los que tienen que recibir los cócteles Molotov son los miembros de la Metropolitana, miserables sin armaduras indestructibles. Nanami Agawa, la pequeña Caperucita Roja llega a su destino y le entrega el maletín a su contacto, quien tiene algo de prisa para darle una probada. La carga es empleada como se esperaba, hiriendo a un buen número de policías en el proceso, y mientras estos empiezan a repartir gases y macanazos, a la Unidad Especial se le designa interceptar envíos adicionales de bombas y cócteles. A sabiendas que la red de alcantarillado es un lugar perfecto para hacer esta clase de diligencias, miembros de SECT se desplazan a través de éstas con un enorme cargamento, y todo parece ir bien hasta que se encuentran, en una encrucijada de caminos, con los Panzer Cops de la Unidad Especial, que los han venido husmeando como canes hambrientos (le agarré el juego a Oshii). Adivinen cómo termina el encuentro.

“COME HERE!”

Nanami ha escapado por poco de lo anterior, pero la unidad de Panzer Cops llega a ella con prontitud, y es acorralada con una carga explosiva en sus manos. Uno de ellos le apunta con su ametralladora MG42 y, en lugar de disparar, le plantea un interrogatorio expreso. La estrategia no funciona muy bien, y en su lugar la joven Caperucita Roja detona la carga y estalla en mil pedazos, volando con ella un transformador de electricidad. Vaya, al parecer no era la protagonista.

Con este agitado inicio se da la excusa perfecta para conocer a quien parece ser el verdadero protagonista de esta historia, Kazuki Fuse (cuya voz la otorga Yoshikazu Fujiki, quien ya había trabajado en varias ocasiones con Oshii), un cabo de la Unidad Especial y el hombre que estaba justo al frente de Nanami antes de que explotara. Salvo por una contusión no sufre daños graves, aunque es penalizado por haber permitido que explotara la bomba, cuyo consecuente apagón permite que los manifestantes escaparan de una pequeña dosis de brutalidad policial. A pesar de que no se sabe nada de su vida personal, Fuse da la clara impresión de ser un hombre entregado a su trabajo como Panzer Cop, aunque le inquieta haber titubeado instantes antes de la explosión, y la memoria de la joven difunta lo persigue. Mientras intenta despejar su conciencia en una caminata conoce a la joven Kei, quien guarda una impactante resemblanza con Nanami, y aquella le aclara las dudas a Fuse diciéndole que es hermana de esta, pero no guarda ningún resentimiento contra él, incluso sabiendo que es un Panzer Cop. Lastimosamente esto no disminuye las visiones del cabo reprendido, y de hecho las torna más violentas y fuera de lugar.

“Maldita sea, ¿Podrías dejar de aparecer mientras entreno?”

El argumento, con suma elegancia, presenta una maraña de sospechas y personalidades ocultas con un toque bastante noir, dando lugar a persecuciones automovilísticas, tiroteos en un museo en medio de la noche y, acaparando la atención, el ominoso conflicto entre los altos directivos de la policía que quieren acabar con la Unidad Especial, e intentarán atajar a Fuse… O al menos eso es lo que podemos percibir, si es que las apariencias no engañan. Afortunadamente Jin-Roh, la película, tiene un disfraz excelente y amilana las más básicas expectativas que podamos tener con respecto a ella, construyendo un ritmo que vertiginosamente asciende hasta un clímax que perfora por completo.

El apartado musical es bueno, pero no resulta imprescindible y cede su debido espacio a la animación, lo suficientemente fluída y limpia para no perder la atención durante los momentos más “lentos”, y haciendo más vibrantes las secuencias de acción. Dadas las raíces de la saga, la atención al detalle y la caracterización son algo que se alejan de obras de animación dirigidas a públicos más jóvenes, los personajes parecen japoneses y son bastante variados, y el diseño de las armaduras es un deleite, sin importar las condiciones de poca luz en las que suelen figurar. A pesar de pertenecer a un universo tan vasto, el argumento no atosiga al espectador de información (aunque hay referencias que completan el contexto, un deleite por aquí).

Cuando se es un brutal ultra-policía nunca es buen momento para ponerse sentimentales.

En cuanto a tratarse de una alegoría, o incluso un recuento, de Caperucita Roja, a lo largo de la película hay varios elementos que dan fe de esto, algunos de ellos ya los he comentado acá mismo y otros son una delicia de descubrir por cuenta propia. La versión del cuento que se menciona diegéticamente es Rotkäppchen, la de los Hermanos Grimm, aunque tiene numerosos elementos de la versión propia de Charles Perrault y otros que figuran en fuentes mucho más antiguas, como el detalle de la armadura que se desgasta (lléveselo a casa, Mrs. Catherine Hardwicke). La relación queda muy clara al final, aunque como venían siendo los cuentos de hadas de antaño, la moral tenía una prevalencia mucho mayor al final feliz.

Resulta penoso al final saber que las otras iteraciones de la trilogía podrían haber sido igual de geniales, de no haber sido por el cinismo incontrolable de Mamoru Oshii, siendo este hombre el mismo que hizo de Ghost in the Shell algo de lo que se pudiera hablar fuera de los círculos de aficionados al anime que pasa desapercibido en América. Aunque nunca vayan a ver las películas que le preceden, lean los mangas o siquiera aprendan japonés para escuchar los radio dramas, esta película encapsula la ética de la franquicia entera y, con todas las referencias históricas al Japón de postguerra que arroja, además de la viciada historia de amor y el suspenso a través del cual mueve a sus protagonistas, puedo decir con certeza que es una película que más de un público podría disfrutar. Igual, se la voy a pasar a Dustnation, seguro que la disfrutará aunque no tenga la oportunidad de escribir sobre ella.

JR_6

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* En pro de este punto, sería agradable que viesen el trailer de Tachiguishi-Retsuden (2004), también conocido como Tachigui: The Amazing Lives of the Fast Food Grifters. Es una maldita chifladura. Por otro lado, Oshii es el responsable de la serie corta de ciencia ficción Dallos (1983), considerada como el primer OVA u Original Video Animation de la historia, todo un hito.

Neil LaBute: The Shape Of Things (2003)

“You stepped up over the line.”

Los rápidos y agresivos tambores de guerra de “Lover’s Walk” de Elvis Costello inician “The Shape Of Things”, el quinto filme del director, dramaturgo y provocador profesional Neil LaBute, justo antes de su giro violento hacia territorios cinematográficos desconocidos (cuyos resultados han variado de mixtos a traumáticos). La efectividad musical de Costello hace parecer la canción una simple entrada, un gancho incluso, para atrapar nuestra atención desde el comienzo, acompañada de una pantalla negra y créditos simples en cursiva, pero lo cierto es que no podría haber obra musical más apropiada para los siguientes 95 minutos: Es un presagio de las desgracias por venir, y al mismo tiempo una advertencia.

La advertencia siguiente, por supuesto, viene en la forma de la primera línea de la película, tímidamente pronunciada por Adam (un regordete Paul Rudd, apto y caricaturesco), un estudiante de literatura que trabaja medio tiempo en el museo de su universidad y que encuentra tras los linderos prohibidos de una estatua renacentista a Evelyn (Rachel Weisz, estupenda), una estudiante de arte lista a graduarse y a vandalizar la presente obra de arte. ¿Sus motivos? Es una afirmación en contra de la censura, que en los tiempos remotos de Formicelli había sido obligado a cubrir su pene de mármol por motivos religiosos y morales. Es la forma de las cosas, dice Evelyn, la que siempre ha irritado a los mojigatos. Pronto la disruptiva Evelyn se ha hospedado muy adentro del interés de Adam, y este le pide su teléfono de inmediato. Evelyn accede, y con pintura de graffiti deja su número en el forro de la chaqueta de cazador ruso de Adam.

The thing.

Esta escena, con exactamente los mismos actores y el mismo espacio pero un director distinto (Rob Reiner, Joel Zwick, Nora Ephron), ha sido la catalizadora de enésimos filmes románticos o melodramáticos con tórridos romances, relaciones idealistas y alocados y peculiares personajes secundarios. En las manos de LaBute es un estudio frío y calculado del orden del mundo. Es sencillo, y la mayoría de sus trabajos auténticos traen luz a su pesimista perspectiva: hay personas fuertes y hay personas débiles, y las fuertes se aprovechan a como de lugar de las débiles.

En la relación que nos concierne Evelyn es evidentemente la dominante. Pronto Adam está cambiando de vestuario, bajando de peso, recurriendo a cirugía estética menor y sus inseguridades parecen sanar lentamente gracias a la confianza revitalizadora que le inyecta su contraparte de forma sexual, mental y verbal (“Why would you like me?”, pregunta Adam, “Fucking insecurities”, responde Evelyn). Adam le presenta a sus sorprendidos amigos conservadores, los prometidos Jenny (Gretchen Mol) y Phil (Frederick Weller), la primera puritana y el segundo un puto imbécil, en ocasiones demasiado exagerado cómo para parecer un personaje real. Para ser justos, los personajes son por momentos arquetípicos, lo que curiosamente no va en detrimento de la narración. LaBute no pinta su oleo con pinceles delgados sino con brocha gruesa, pero el impacto de su obra sigue siendo igual, sí un poco menos agradable.

Sexo Oral Filmado = Brochazo.

Los temas que LaBute escoge tocar en esta ocasión son especialmente jugosos: relaciones y arte. Mientras su perspectiva pesimista vela el primero (¿Son la opresión y la sumisión necesarias para el amor?), las discusiones que propone para el segundo son estupendas, especialmente contrastando las reacciones de dos personalidades tan distintas cómo la de Evelyn y las de Adam, Jenny y Phil. Al traer a colación el tema del vandalismo, ¿Cuál es la diferencia entre vandalismo y afirmación? ¿Es que acaso hay una diferencia? O el performance: Evelyn regaña a Adam por no entender la presentación de una amiga suya que pinta retratos de su padre con sangre de menstruación. ¿Es en realidad cuestión de entendimiento, o la experiencia sensorial y visual es suficiente? ¿Puede ser esto vanguardia? ¿Debe ser algo privado solamente privado? ¿Qué sí escogemos mostrarlo, sigue siendo en ese caso privado? La mayoría de estas discusiones son demasiado subjetivas para ser algo más que bizantinas, pero hacernos las preguntas es lo más importante. Son estas opiniones, aparentemente banales y superficiales, las que definen nuestro pensamiento al ser respondidas de forma honesta, y este a su vez nos forja como individuos.

Las consecuencias de la relación entre Evelyn (Evelyn Ann Thompson, EAT) y Adam son la más interesantes de todas las reflexiones propuestas por LaBute: La velocidad y seriedad con que se construye la relación llevan a que Adam pierda lentamente lo que le hace único, pero su transición hacia la normalidad es tanto trágica cómo celebrada. “I made you interesting”, dice Evelyn luego del brutal clímax, hecho confirmado por Jenny que no puede esperar a dejar a su futuro marido por el mucho más atractivo Adam (que al final parece el Paul Rudd al que nos hemos venido acostumbrando). Pero este cambio físico y de espíritu responde también a las responsabilidades del arte, algo que Evelyn (“There is only art” ) considera superior a todas las cosas vivientes que le rodean. ¿Qué tan lejos es muy lejos? ¿Cuál es la línea, y porque está trazada allí?

En palabras de Phil: “This is fucked.”

Comenzando su trayectoria fílmica en 1997 con “In The Company Of Men”, un agresivo tratado sobre las políticas sexuales de oficina que lanzó merecidamente a Aaron Eckhart al ojo público, la obra de LaBute está dotada de una evidente vena de misantropía (en ocasiones, sólo misoginia) que recorre y nutre su trabajo. Su siguiente trabajo “Your Friends & Neighbors” (1998) expandió y complejizó los temas que trató en su opera prima hacia un reparto más grande (capitalizado por un sociopático Jason Patric), mientras su tercera película “Nurse Betty” (2000) adoptó algunas de sus preocupaciones teatrales (siempre fiel a sus orígenes, sus obras de teatro siguen siendo tanto punzantes como prolíficas) y las tamizó para un producto más comercial (al igual que con la aburridísima “Possession” del 2002), pero su filo característico se ha ido perdiendo progresivamente en la translación.

“The Shape Of Things” es especialmente valiosa al ser el último vestigio fílmico de la crudeza que hace de LaBute uno de los mejores dramaturgos modernos. No obstante, es entendible que su acidez y agresión escrita no se traduzca del todo a 35 milímetros, sin importar que tan fuerte llegue a ser en las tablas (no juega a su favor su escueta estética y su plana fotografía). Este filme asimila dicha crítica y propone un contraste interesante y muy diciente sobre la naturaleza de su estilo, contraste entre dos polos opuestos en forma más no en contenido: Elvis Costello explora las relaciones a través de líricas fascinantes y ritmos pegadizos y LaBute explora las relaciones con un puño en la cara y encuadres frontales. Ninguno de los dos tiene razón. Ambos tienen razón. Todo es, diría Evelyn, subjetivo.

“Only indifference is suspect. Only to indifference I say Fuck You.”

Billy Kent: The Oh In Ohio (2006)

¿Recuerdan cuando había escrito que “Overnight Delivery” era el fondo del barril de “Where’s The Love”? ¿Qué la única razón por la cual la encontrarían en aquella sección era semántica y organizacional? Bueno, me equivoqué. El barril no tiene fondo. Y aún si tuviera, debajo de aquel honda torre de madera encontraríamos la desastrosa “The Oh In Ohio” de Billy Kent. Pero, ¿donde está el control de calidad?, se preguntarán. ¿Es que acaso este tipo no hace ninguna planeación para estos absurdas e inconexas mini-series fílmicas? No exactamente. Había visto cuatro filmes en el pasado que recordaba cómo interesantes y particulares, dignos de una revisión, unos cuantos párrafos y algunas lecturas. “The Oh in Ohio” no merece tal trato; para ser honesto, no merece más que la fría y desconcentrada atención que con que fue recibida en su estreno limitado en Norteamérica, que nada curiosamente es la misma atención que el guionista (Adam Wierzbianski) y el director le prestaron en un comienzo.

No es decir, sin embargo, que “Overnight Delivery” sea una obra maestra en comparación, pero debo decir esto en su favor: a pesar de ser la obra de un enfermo grupo de sociópatas, aquel filme mantenía nuestro interés por su duración completa. No se que escribir sobre “The Oh in Ohio”, porque en realidad no puedo decir de donde viene este filme, o de que se trata. Lo puedo hacer en un nivel superficial, es estadounidense y su historia más o menos es definida, pero el resultado es tan disperso que a la larga no es sobre nada, es simplemente un grupo de escenas con los mismos personajes (que, muy a pesar de los esfuerzos actorales, a duras penas son personajes, más como curvas dramáticas de Riemann que no van a ningún lado, salvo por, posiblemente, el mismo infierno) hilvanadas por frases sueltas y argumentos ridículos.

Paul Rudd sabe a que me refiero.

El filme sigue a Priscilla Chase (Parker Posey, haciendo, como siempre, su parte), una frígida publicista de Cleveland (aún con LeBron James) que no ha logrado el orgasmo nunca en sus 10 años de matrimonio con el deprimido y enfurecido Jack (Paul Rudd, haciendo una variación más adulta aunque similarmente madura del Andy de “Wet Hot American Summer”). Su disfunción sexual le lleva a probar varios extremos de recuperación, desde terapia de grupo (que acaba en una noche de sexo fallido en la camioneta oxidada de su marido) hasta visitas a una post-moderna profesora feminista de sexualidad interpretada brevemente por Liza Minelli. El éxito, sin embargo, y acá es donde la película empieza a desbaratarse rápidamente, es logrado tras una visita a un Sex Shop atendido por la siempre hermosa Heather Graham (haciendo las veces de la hermosa Heather Graham), donde obtiene un vibrador que le lleva al orgasmo frente a los ojos de su neurótica pareja, así destruyendo lo restante de su ego y su psique.

Jack se muda del hogar y se establece en un pequeño apartamento en el centro de la ciudad, donde lleva a cabo un vigorizante romance con una de sus estudiantes interpretada por Mischa “The O.C.” Barton (dicta Biología en un colegio, así en ese aspecto su vida también es horrible) que discute con lo más cercano a una presencia amigable (aunque asquerosamente arquetípica) que hay en toda la película, el Coach Popovich (Keith David, homenajeando al entrenador de los San Antonio Spurs, pero este es mucho más divertido que esta desagraciada obra). Mientras, su esposa crea una adicción algo benévola al los consoladores (algo así como un “Shame” de Steve McQueen pero en tono de farsa) pero sigue siendo incapaz de llegar al orgasmo con otra persona.

¿Será el versátil Michael Fassbender alguno de estos dildos?

Es aquí, tras un par de incómodas salidas con su secretaria (Miranda Bailey, irritante), donde el filme logra capturar de nuevo nuestra atención, provisto que no hayan apagado su televisor, computador o proyector (y con razón), al traer el centro de atención a Wayne (Danny DeVito, emulando su actual corte de pelo en “It’s Always Sunny In Philadelphia”, pero sin su corrosiva personalidad), un vendedor de piscinas que Priscilla siempre ha apreciado a través de su único y setentero comercial (uno de los pocos toques frescos y creativos de los 88 minutos de duración). Tras un par de casuales encuentros con el exitoso dueño del monopolio acuático suburbano, una semi-cita ocurre, y tras la comida se dirigen a su hogar, dotado de la más cara y peligrosa piscina de la historia del cine (junto a la del Dr. Kananga).

Es a través de Wayne, con su pequeña, triste y humana historia, que vemos el verdadero potencial del filme. La premisa es bastante buena, pero la ejecución es pésima. La planimetría es frecuentemente errada, la cinematografía costosa pero inefectiva (a cargo de Ramsey Nickell, cuyas otras colaboraciones son mucho más exitosas, i.e. “Let’s Go To Prison”), las actuaciones apenas competentes, la música incongrua (e incluso se roba un par de temas de la partitura de Jon Brion para “Punch-Drunk Love”) y el desarrollo de personajes nulo. Priscilla es una mezcla de adjetivos y acciones, pero nunca funciona como alguien lógico o simpático, Jack tiene sus momentos (“Teachers don’t even give a shit about teachers”) pero en realidad es monótono, y el resto de los involucrados apenas son trazos vagos de personajes.

“A vibrator is not a dick replacement, you fucking Neanderthal!”

¿La peor ofensa, sin embargo? No es chistosa, y desgraciadamente se trata de una puta comedia. Hay todo tipo de intentos: Slapstick, sarcasmo, sátira, incluso shock, pero ninguno funciona, especialmente porque hay demasiado y muy poco de todos. Pero también hay drama, hay desamor, adulterio, adicción, problemas de auto-estima, nostalgia. “The Oh in Ohio” no sabe que diablos es. En algún punto del filme Priscilla es descrita como impredeciblemente predecible. No se que diablos signifique eso, pero seguro que es mejor que esto.

Gracias a Dios por DeVito.

Stanley Kubrick: Paths of Glory (1957)

Podría estar parándome en una posición riesgosa al mencionar que la guerra es uno de los momentos más hermosos y terribles que puede recrear la humanidad a voluntad, pero aquí estoy no sólo afirmando esa postura, sino además aparejándola de alguna u otra manera con la presente película. Nuestra naturaleza es dual, por no decir contradictoria, y en el enfrentamiento a muerte entre dos o más bandos se pueden exaltar los más puros valores y el amor por algo que trasciende a la vida misma, así como se puede dar el escenario para los crímenes más grotescos e innombrables, cubiertos en una pátina de grima e indiferencia nacida de la monotonía. No se trata de una apología a la guerra, sino a la humanidad, sin la cual esta no existiría en principio; a continuación me explico.

Estas condiciones primales son un caldo de cultivo sumamente nutritivo para un director que sepa comunicar la violencia y el odio inmanentes en los hombres a la usanza de un caballero, y en mi escaso conocimiento de la materia puedo afirmar que Stanley Kubrick es completamente apropiado para tal fin. Se hallaba aún en un estado muy temprano de su carrera como director, y aunque no había probado todavía su difícilmente discutible versatilidad, sus tres anteriores películas pueden verse como una carta de presentación muy apropiada: dos de tinte noir, The Killer’s Kiss (1955) y The Killing (1956), así como un drama de guerra autofinanciado cuya proyección es más bien restrictiva, Fear and Desire (1953).

Entre el Centro y el Tercio Izquierdo: Kirk Douglas, siendo descaradamente genial sin esforzarse mucho.

Esta fascinante adaptación de la novela homónima de Humphrey Cobb rodada enteramente en Alemania nos sitúa en el año 1916, durante la Primera Guerra Mundial en un punto del frente que va a lo largo de la frontera francogermana, notoriamente atrincherada y estática. En una suntuosa mansión se encuentran el General George Broulard (Adolphe Menjou) y el General Paul Mireau (George Macready), con el fin de concretar la cuestionable toma de “Ant Hill”, una mcguffinesca locación, con las exhaustas tropas a cargo de Mireau. Éste se rehúsa en principio, alegando que mandar a sus hombres a ejecutar semejante tarea sería completamente fútil, pero la mención de una promoción suena como una campanilla a sus oídos, y su posición da un giro de 180º. Esto nos prepara para el triste tono de esta película.

El Gen. Mireau no pierde tiempo en pasar revista a sus subordinados, aleccionando a las tropas de ánimo grisáceo con su presencia. Y es aquí cuando conocemos al Coronel Dax (Kirk Douglas en una inolvidable interpretación), hombre y soldado ejemplar como nunca ha habido otro, quien recibe las órdenes de tomar Ant Hill primero con un enorme grano de sal, mas confía en la capacidad de sus hombres para que, apenas despunte el alba, puedan dar la talla en las Termópilas que les aguardan. Durante la víspera del ataque, el Teniente Roget (Wayne Morris) cita al Soldado raso Lejeune (Kem Dibbs) y al Cabo Paris (Ralph Meeker) para llevar a cabo una expedición nocturna, en la que uno de los 3 no volverá al campamento. Esto, más allá de incidir en el argumento, es un punto más sobre la codicia y la injusticia en los seres humanos, así que ahí vamos.

“Montaña de mierda, ni siquiera está decorada.”

El ataque a Ant Hill, para el que tanto el regimiento como la audiencia se ha venido preparando, no es menos sensacional de lo que uno podría esperar. Con una duración de 3 minutos, desde que Dax suena el pito de partida hasta que toma la decisión de regresar a la trinchera, es una de las secuencias de acción más vibrantes que he visto hasta la fecha, extendiéndose casi por el triple del tiempo mencionado gracias al asombroso trabajo de montaje de Eva Kroll (su única colaboración con Kubrick, en calidad de local) y la disposición de los planos, algo de lo que hablaré posteriormente. El Gen. Mireau se ofende al ver que la mayoría de las tropas no avanzaron de la trinchera, y ordena que sean bombardeadas con fuego de artillería, una orden que obviamente no da ningún fruto. Envuelto en furia, acusa al batallón entero de cobardía, y arremete en poner a desfilar a 100 de sus hombres al paredón; eventualmente bajan a 12, y entrando un poco más en razón, terminan siendo 3 los acusados.

No tardamos mucho para entrar en razón acerca de los múltiples motivos por los cuales esa improvisada corte marcial es incorrecta. ¿”Cobardía”? El ataque en sí mismo era absurdo en proporciones, como la mayor parte de la Primera Guerra Mundial, y aunque no nos ofrecen información puntualmente detallada acerca del estado de las tropas francesas o de las alemanas (las cuales no vemos en toda la película), no es difícil intuir que el ataque se ha llevado a cabo más por coerción política que por autonomía o determinación.

“J’accuse!”

La película da un gran giro (no es el primero ni el último que veremos) y somos expuestos a un juicio que nos recuerda a La Pasión de Juana de Arco (1928) de Carl Theodor Dreyer, al menos sans desubicación espacial. Arrojado en el candor que produce ver tan espectacular juicio incluso me atrevería a fijar similitudes con 12 Angry Men de Sidney Lumet, pero no sólo temo la ira de Dustnation (Nota Editor: No habría ira) ante semejante comparación, sino que además ésta precede a Paths of Glory por apenas 6 meses, las posibilidades de que existan relaciones entre ellas son algo abisales. En sí, podría establecer al aire muchas otras relaciones, pero creo que es una actividad ociosa en la que espero el perdón de nuestros estimados lectores*. Infortunadamente para Dax que procedió como abogado defensor, hay una declaración de culpabilidad de cobardía para los 3 acusados quienes ya han figurado con anterioridad, si nos hemos fijado en las secuencias que no tienen nada que ver con el ataque a Ant Hill.

De manera muy sucinta se desenvuelve este largometraje que en apenas 78 minutos contiene todos los elementos para hacer de una épica de guerra algo memorable. Hay unos costos que Kubrick decide tomar, por el bien de la producción y su longitud, y entre esos el que más resalta es el desarrollo de personajes. Dax no es tanto un personaje como si es un ideal, y bajo la carne del imponente Kirk Douglas se podría hablar de él como una figura mitológica, con su constante defensa de lo humano sin que se trazen mayores motivos para que se comporte así; es un claro contraste a los dos generales, corruptos y cínicos sin que la desvergüenza opaque sus medallas. Tenemos acceso a los demás soldados en la medida que se posibilita el preocuparnos por ellos y su destino, en concreto los 3 acusados, y muy a pesar de la loable dirección de Kubrick, son aguas que apenas se vadean. De los diálogos no hay mucho que decir, más allá de que son genialmente incisivos y altamente citables, lo que compensa el inconveniente de los personajes.

Pecaré por decir que la imaginería llega a ser icónica.

Con una preocupación mayor se trabaja el departamento de fotografía, al que se le apuesta gran parte de Paths of Glory. Como ya lo había mencionado, las secuencias de acción quitan el aliento, y la cámara rara vez está quietecita en su lugar; todo lo que conocemos en la trinchera y en los alrededores de la mansión/club de oficiales nos es presentado con constantes paneos y travellings, guiando nuestra atención a los no-menos escasos movimientos de los actores a través del set. El cuidado del encuadre y los delicados contrastes son recordatorio permanente de que Kubrick, antes de ser cineasta, fue un consumado fotógrafo.

Y es en un escenario como este, tan cuidadosamente registrado, en el que atestiguamos los horrores de la avaricia y el egoísmo**. La elegancia de los uniformes (incluso cuando están cubiertos de lodo y sangre), el lujo de las instalaciones militares y la fraternidad comprensiva entre hombres que comparten un destino son apenas unos pocos aspectos que chocan ante las demás atrocidades que suceden dentro y fuera del cuadro, y sin embargo vemos que algo persiste, algo que la guerra no puede arrebatarle a los hombres a pesar del tiempo y las vidas que consume. Ese algo es realmente hermoso, una flor que muy a su pesar parece que sólo creciera en el desierto marcial; gracias a Kubrick podemos verla en un cuarto obscuro, lejos de la tierra que normalmente la ve nacer.

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* Mencioné que no haría comparaciones arrebatadas, mas no puedo evitar hallar otro tipo de semejanzas con Ivanovo Detstvo (La Infancia de Iván) de 1962, dirigida por Andrei Tarkovski y basada en un cuento corto ambientado en la Segunda Guerra Mundial. Es apenas natural que los relatos bélicos, sin importar mucho su época, tengan numerosas relaciones entre sí, pero el tratamiento visual y temático de la patrulla nocturna en ambas películas es abrumadoramente similar. Espero que alguno de nuestros lectores alce la mano para corregir mi impresión.

** Para ver otro trozo de la Gran Guerra, a través de los ojos de un director completamente distinto, recomendaría nada más y nada menos que Merry-Go-Round (1923) de Erich von Stroheim.

Jason Bloom: Overnight Delivery (1998)

Gran parte del baúl interminable de memorias, alternadamente eufóricas y traumáticas, que tengo de mi infancia viene de las películas que veía en VHS’s varios que mi hermana grababa. Existían un par de categorías para estos videocassettes, los primeros llenos de rutinas de patinaje sobre hielo (Michelle Kwan, la extremadamente irritante Tara Lipinski) y gimnasia olímpica (Kim Zmezkal, Shannon Miller y el bigote de Béla Károlyi), los segundos compuestos de combinaciones inconexas y absurdas de tres o cuatro filmes (i.e., “The Sound Of Music/Batman Returns/Liar Liar/The Truth About Cats & Dogs” o “Los Amantes Del Círculo Polar/Coyote Ugly/Todos Los Hombres Sin Iguales”). Varios de estos dejaron una huella indeleble en mi subconsciente fílmico y ayudaron a formar un criterio más o menos adecuado para separar complejas obras artísticas de la basura video-parlante que cundaba los 90’s. Pero algunos casos, casos anómalos y olvidados, son materia prima de los sueños de un acaparador de desechos, fracasos y (de cuando en cuando) reliquias.

“Overnight Delivery” no es una reliquia, pero sí es uno de esos casos. Vista por primera vez en 1999 ante risas varias y aplauso moderado, lo que más recordaba del filme era su secuencia inicial donde había una broma sobre felación, pero en ese entonces no alcancé ni siquiera a rasguñar la fachada de este caudaloso pantano de enfermedad e insensibilidad imaginado por un psicópata. ¿El psicópata original? Kevin Smith (“Clerks”, Zack & Miri Make A Porno”), cuyo enamoramiento por sí mismo y por su obra, ocasionalmente brillante, apenas empezaba a brotar a la superficie. Su guión, sin embargo, fue re-escrito por Mark Sedaka y Steve Bloom (probable hermano del director) y la dirección del proyecto fue tomada por Jason Bloom, que un par de años atrás había dirigido la mundialmente aborrecida “Bio-Dome”, con Pauly Shore en el papel principal.

Pero entremos en materia: ¿Qué carajos ocurre en esta horrible película? Seguimos a Wyatt Trips (Paul Rudd, en un esfuerzo memorable), un estudiante (¿de literatura?) que se encuentra separado de su novia de largo plazo, Kimberly (Christine Taylor, luego esposa de Ben Stiller), por varios miles de millas de distancia. Pero se aproxima el día de San Valentín en el frío estado de Minnesota, y Trips se siente un poco solo, no sólo por la larga abstinencia sexual acordada con su novia que se rehúsa a soltárselo en ocasión alguna, sino además por las delgadas paredes de las fraternidades gringas que se encargan de restregarle en la cara a su promiscua vecina (¿fraternidad mixta? ¿Qué es esto, Holanda?). Para empeorar su situación, una llamada a la compañera de cuarto de Kim le revela que esta ha estado saliendo con un individuo apodado “The Ricker”, y que éste le ha llevado al mismo tipo de orgasmo escandaloso que se reproduce simultáneamente en el cuarto de al lado. Destrozado, Trips paga una entrada a un club de desnudistas aparentemente decorado por James Rosenquist y allí se encuentra con los trozos de mierda que se hacen llamar sus amigos, quienes se debaten entre reírse en su cara y abusar psicológicamente de la estrella del local, Ivy Von Trapp (Reese Witherspoon, efectiva y algo corta en el departamento glandular para ser una stripper).

¿S&M College Bar?

Pronto el abuso se torna físico y el guardia echa, no sin antes propinarles una buena paliza, a los hormonales veinteañeros. ¿O lo hace? ¡No! El guardia echa a Ivy y a Trips, quien intentaba defenderle (“Show some respect, she might be someone’s girlfriend”), a patadas del local y estos acaban conociéndose en una noche de pancakes. Emocional, Trips le cuenta su historia de desengaño a Ivy, y esta le convence de mandarle una agresiva carta y una sugestiva foto (acompañada de un condón con un escupitajo adentro) donde le termina inmediatamente. El paquete completo es sellado y alistado para una entrega al día siguiente (i.e. “Overnight Delivery”) en un seudo-FedEx llamado Global Express, y Trips & Ivy vuelven a su rutina de estudio (debería aclarar que ninguno de los dos hace el más remoto esfuerzo o trabajo académico por la duración completa del filme). ¿Saben hacia dónde se dirige esto? Bueno, resulta que “The Ricker” es un perro, dato aclarado por Kim via un mensaje en la contestadora. Pronto, la película se convierte en una mezcla entre carrera contra el tiempo y contra la oficina privada de correos, y un Road Trip espolvoreado de desgracias, humillaciones y el surgimiento romántico de dos personajes opuestos. ¡Billy Wilder, revuélcate en tu tumba!

Varios de estos acontecimientos son al menos entretenidos, especialmente la presencia de Tobin Bell (Saw en “Saw”) que propone un posible origen para la popular saga moderna de porno-tortura al hacer las veces del asesino en serie “Killer Beez” (o John Dwayne Beezly, sólido nombre para un asesino), cuya particularidad consiste en descuartizar jovencitas y explotar sus cabezas. ¡Buen chiste, comedia de adolescentes! ¿Acaso mencioné que el rating del filme es PG-13? Pero tanto Kevin Smith como los revisores de su desastroso guión no tienen suficiente con hacer bromas sobre homicidios, también le apuntan a la inequidad social (“We’re talking about guys who make ten bucks an hour”) y a los problemas raciales (“Oh, yo no comprendo! Well, comprendo this!”), todo sin preocuparse por desarrollar personajes remotamente agradables. Completando el reparto están Larry Drake como el repartidor de correo (un puto loco, peor y más peligroso que Killer Beez si me lo preguntan) y Sarah Silverman como una compañera de estudio de Trips que argumenta que Herman Melville robó a Steven Spielberg.

¿Por qué diablos, se preguntarán, se encuentra esta película en la sección de “Where’s The Love”, entonces? Hay un trío de razones: a) ubicarla en otro lado (probablemente “A Quemarropa” o en el mejor de los casos en “What’s Your Pleasure, Mr. Cotton”) estropearía la organización del mes de Paul Rudd, así que por puro Desorden Obsesivo-Compulsivo el filme se salva, b) las actuaciones de Rudd y Witherspoon son rescatables en este océano de misantropía, y c) la dirección de Bloom es bastante arriesgada, aunque en direcciones tanto curiosas como esquizofrénicas. Tanto la parte visual como sonora parece tomar una gran hoja del libro de David Lynch, con movimientos alternadamente suntuosos y acelerados con tintes de pesadilla. No ayuda la música, declaración notoria de que estamos en la década de los 90s, un techno de mala muerte que taladra en lugar de enfatizar. Pero (ya he dicho esto antes) al menos hay un beso al final.

Pesadilla romántica Lynchiana.

David Wain: Wet Hot American Summer (2001)

Antes, unas pocas palabras sobre Paul Rudd. Paul Rudd, actor de Nueva Jersey de 42 años, no será reconocido como el mejor actor de su generación. Su popularidad hoy día se debe en gran parte a sus múltiples colaboraciones laborales con la productora Apatow Productions, al mando de Judd Apatow, de quien hemos hablado anteriormente. Pero lejos de estos exitosos proyectos, Rudd tiene a sus espaldas una carrera fascinante, compuesta por filmes tan variados como secuelas de sagas antes-exitosas-ahora-perdidas de terror (“Halloween: The Curse Of Michael Myers”), adaptaciones australianas y modernistas de Shakespeare (“Romeo + Juliet”), premiados melodramas de Lasse Hallström (“The Cider House Rules”) o seminales comedias románticas para adolescentes con fuerte contenido incestuoso (“Clueless”). Paul Rudd no será reconocido como el mejor actor de su generación, en parte porque no lo es. Sí es, sin embargo, una presencia cómica y actoral única, por lo que aquí en Filmigrana se le hará un pequeño homenaje este mes con cuatro artículos sobre muy distintos filmes en los que ha participado, filmes que van desde aceptables tirando a flojos hasta pequeñas joyas por descubrir. Eso sí, todas enlistadas bajo la columna de “Where’s the Love?”

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Este es el poster promocional (elocuente, excelente) de “Wet Hot American Summer” del director David Wain, cuyos orígenes, al igual que los de la mayoría de los integrantes del reparto, comienzan en aquella cuna de güidos y promiscuos llamada MTV, antes un canal preocupado por la creación de nuevas voces: el caso de Wain, Michael Showalter, Ken Marino, Michael Ian Black y Joe Lo Truglio pertenece a el grupo de comedia de sketch noventero llamado “The State”. ¿Y el caso del filme? Aún con este talentoso pedigrí fue un desastre financiero. Hecho por un poco menos de dos millones de dólares y estrenado en el festival de Sundance (cuatro funciones vendidas por completo), el filme paso un tiempo largo sin encontrar distribuidor, y una vez encontrado, fue prácticamente regalado a USA Films por 100,000 dólares (100,000 dólares que no pararon ni cerca de los bolsillos de los realizadores). Su estreno limitado en unas cuantas ciudades de Norteamérica recaudó poco menos de 300,000 dólares, y la crítica (incluyendo una particularmente virulenta a manos de Roger Ebert sans cáncer) no ayudó la venta de boletas. Pero el fácil acceso al DVD (al igual que en varios casos de la década incluyendo a “Donnie Darko”) y la cualidad y particularidad de la obra últimamente salvaron al filme de la desaparición absoluta y crearon a su paso un fuerte y creciente culto respaldado por los fanáticos de “The State” y más adelante “Reno 9/11” y “The Ten”, el segundo igualmente irregular e inspirado filme del director.

Por que si hay un par de adjetivos que definen de forma apropiada “Wet Hot American Summer” son irregular e inspirado. Establecida por completo en un campo judío en los años 80, el filme es un obvio y preciso homenaje a este específico sub-género de la comedia estadounidense, género cuyo pico indiscutible vino en 1979, cortesía de Ivan Reitman y Bill Murray, con “Meatballs”. Pero la película de Wain no busca capturar la esencia de estos filmes (cómo sí lo intenta, digamos, “The House Of The Devil” de Ti West con el sub-género setentero de “satanic panic”), en su mayoría inofensivos, lineales y algo ingenuos: a pesar de poner mucha atención al detalle, al arte, el vestuario y el lenguaje, el resultado no podría apuntar hacia algo más diferente que aquellos filmes ya veinteañeros. Su producto, básicamente una narración compuesta de muchas pequeñas narraciones durante un solo día de campo (el día final antes de volver al hogar, al colegio y a la civilización), está obsesionada con hacernos reír a cómo de lugar, sin importar que tan enloquecido esté su compás moral o centro emocional. Esta disposición a eliminar toda conexión entre el espectador y los personajes propulsa al filme a funcionar tanto cómo sátira como comedia.

Lo Truglio y Marino, en una de las viñetas más logradas.

Pero que absurdo y complejo resulta referirse en estos términos a la obra presente, cuando ella misma no se atribuye esa seriedad. “Wet Hot American Summer” es ante todo, hora y media en buena y relajada compañía, aún cuando no todos sus estratagemas funcionan, la mayoría logra su cometido sin problema alguno. Claro está, nada más subjetivo en el mundo cinematográfico que la comedia, ya que la opinión frente a lo que vemos y lo que nos resulta genuinamente divertido o humorístico está ceñida a la mentalidad y la personalidad del autor. El éxito, o la falta del mismo en el filme de Wain, elabora sobre un punto muy diciente del tipo de comedia que estamos presenciando. Al revisar la película una y otra vez, dos cosas saltan a la vista inmediatamente: a) que es obvio desde el principio que el filme iba a fracasar monetariamente por el específico de su demografía y b) que, aún con este elefante en el cuarto, alguien hubiese dado luz verde a este proyecto, en muchas formas un callejón sin salida de sueño frustrado (algo similar ocurre con “Observe and Report” de Jody Hill, un artículo más aún por escribir). Estos dos eventos, algo trágicos, dan lugar a un tercero mucho más esperanzador, el estatus de culto del filme en sí. Lo cual, una vez más, es consecuente desde un punto de vista fenomenológico, donde la producción y realización de una obra de arte dirigida hacia un público extremadamente específico no crea un gran número de seguidores, pero sí un séquito acérrimo y frecuentemente fanático.

Pero una vez más me he desviado del camino que la inteligente y muy graciosa película deja a su paso. A pesar de ser un filme preocupado por un periodo y una tipología muy exactos, su comedia es lo suficientemente abierta como para seducir a espectadores que la desconozcan y la encuentren casualmente en su video-tienda de elección, en el inmenso e insondable internet o en la programación de medianoche de algún televisor accesible. Escrito por Wain y Showalter, el filme logra una balanceada combinación entre improvisación actoral (con la presencia de los jóvenes y en aquel entonces semi-desconocidos Bradley Cooper, Amy Poehler, Elizabeth Banks y el homenajeado Rudd) y diálogo absurdo. Esta ganadora combinación de director y actores, nada demasiado formal (como este desconsiderado y maltrecho artículo lo hace parecer), crea personajes sobre arquetipos y los hace verdaderamente memorables (y citables, otro punto a favor del cultismo que hoy día rodea a la película). En palabras de Beth, la directora del campo (Janeane Garofalo, siempre estupenda salvo en política): I’d like to take this opportunity to thank you all for making the last eight weeks without rival, THE BEST SUMMER OF MY ENTIRE LIFE!

Whoo!

Beth, una ex-hippie de jeans y blusa gruesa con vistas liberales sobre la educación vacacional (Well, we made it through the end of the summer in one piece, except for the lepers), es quien maneja el lugar ayudada por varios jóvenes de 16 (claramente interpretados por actores de 25 en adelante, a propósito), pero tiene su interés romántico en el profesor de física que vino a descansar en una enorme cabaña de madera al lado del campo (David Hyde Pierce, brillante, lo cual es un adjetivo común a la hora de describir los involucrados en este rodaje, por lo que dejaré de usarlo), Henry Newman, cuyas teorías conspiracionistas y además acertadas apuntan a un pedazo de laboratorio espacial (Skylab) que va a caer en todo el centro del lugar. Otros adultos incluyen a Gene (Christopher Meloni), el cocinero/veterano del Vietnam con tendencias sexuales inapropiadas, Nancy, la enfermera, y Gail, la profesora de arte obsesionada con el marido que la dejó recientemente (Molly Shannon en la único historieta que falla por completo en el filme, y no por falta de esfuerzo o tiempo).

Los adolescentes están conformados principalmente por el cuarteto amoroso de Coop (Showalter), joven judío sin éxito amoroso, Katie (Marguerite Moreau), su amor platónico, Andy (Rudd, cuya escena en el comedor podría ser descrita aptamente como mítica), su abusivo novio (Fuck you, dyke!) y Lindsay (Elizabeth Banks), el objeto del deseo y adulterio de Andy. Paralelo a este grupo, JJ (Zak Orth) y Gary (A.D. Miles) intentan lograr que McKinley (Black) se acueste con alguien, pero McKinley está un poco ocupado acostándose con Ben (Cooper), que a su vez es el productor/coreógrafo del número musical más esperado del show de talentos de esa noche, dirigido por Susie (Poehler). Para cerrar el círculo, Victor (Marino), un mitómano virgen cuya oportunidad sexual se presenta en la fácil Abbie (You snooze, you lose, dude.), debe llevar a un grupo de exploradores a una excursión en el río junto a su amigo Neil (Lo Truglio). El conjunto funciona como una especie de Robert Altman del infierno, pero un Robert Altman igualmente.

A pesar de la prosopopeya y la pretensión, el presente funciona cómo una recomendación eufórica de WHAS, en mi opinión nada menos que una de las mejores comedias de los últimos años, y prueba viviente de que ciertos conceptos absurdos llevados al extremo funcionan, así sea en el plano más errático y viciado de la realidad, muchas veces el mejor plano para habitar.

Mierda, se me olvidó hablar de la música de Craig Wedren y Theodore Shapiro. Bueno, que mejor forma de despedirlos.

Neil Burger: Limitless (2011)

¿Significa el 28 de junio del 2007 una fecha importante para alguien? Quizás para los padres, amantes o dolientes de algún desconocido, pero para efectos de esta nota digamos que la fecha en sí tiene un valor notorio: Es el comienzo de una nueva (y quizás mesiánica) era deportiva para la desgraciada ciudad de Portland, Oregon. ¿O lo es? El equipo de baloncesto profesional de la ciudad de las rosas, los Trailblazers, escogen con la primera opción del sorteo de los mejores jugadores universitarios a Greg Oden, un joven de 19 años de edad y 2.13 metros de estatura, para suplir sus necesidades de pívot y su hambre de victoria. En papel se trata de una unión de ensueño; Oden, una auténtica fuerza ofensiva y defensiva en su etapa universitaria con Ohio State, está a punto de ser el centro de atención de varios periodistas, publicistas, estadistas, entrenadores y el estado entero de Oregon. Pero la madera encerada y las luces reflejadas y focalizadas no impedirían que su enorme complexión física sumada al desgaste del juego y la mala suerte le llevaran a una operación por micro-fractura en su rodilla derecha. 4 temporadas luego, y Oden ha jugado en agregado 82 partidos en la NBA, el equivalente de una sola temporada regular, promediando en este lapso de tiempo 7.3 rebotes y 9.4 puntos por partido. ¿La verdadera tragedia de la historia? El número dos del sorteo, Kevin Durant, es la piedra angular del joven, talentoso y muy probable próximo campeón de la liga Thunder de Oklahoma City (Ah, y para añadir insulto a la injuria: a) En 1984, los Trailblazers habían escogido con la segunda elección del sorteo a Sam Bowie, un puesto antes de que los Chicago Bulls escogieran a un Michael Jordan, y b) en su tiempo libre, Oden se dedicó a tomar fotos de su enorme órgano reproductivo, un comportamiento legal pero poco competitivo, considerando la situación y el tamaño en sí del aparato).

¿Qué tiene eso que ver con la imagen invertida de Bradley Cooper vomitando? Poco o nada, a primera vista, pero dejen que elabore sobre el párrafo introductorio. La posibilidad de que Oden se convierta en un buen jugador es alta, considerando su talento, edad y el desarrollo médico moderno. Lo que resulta complejo en este punto es que Oden se convierta en uno de los mejores jugadores de su época (algo que Kevin Durant ya es, y que, en papel, Oden prometía). La frase “en papel”, de hecho, resulta bastante ilustrativa para la comparación a la que me aproximo. En el cine, las cosas funcionan de la misma manera: el supuesto estipula una idea apropiada, atractiva, inteligente. Pero es en la translación a la realidad donde esta falla. En el cine, el guión reemplaza el supuesto y el filme reemplaza la realidad. Y con la misma frecuencia que en el mundo deportivo, la ejecución condena el concepto.

Todo esta palabrería pretensiosa, tras una lectura comprensiva, deletrearía que “Limitless”, el filme tópico de dicho artículo, es un ejemplo contundente de fracaso en ejecución frente a éxito en concepción. Pero lo cierto es que, en mi modesta opinión, “Limitless” se inclina muchísimo más hacia el triunfo que la derrota. Lo que ocurre es que es un tipo particular de victoria la que le rodea. Como obra artística, “Limitless” es vacua, superficial e intelectualmente estática. Como entretenimiento, no obstante, es magistral: emocionante, rápida, estimulante, y visualmente fantástica, el filme toma una fuerte influencia del ritmo de videoclip establecido por el MTV en los 80’s y 90’s (estilo que el mismo director Neil Burger ayudó a cultivar con sus videos de Meat Puppets y con la campaña “Books: Feed Your Head” contra el analfabetismo) y lo traduce en una forma lógica de narración en largometraje. ¿A que me refiero con esto? El filme no es vistoso simplemente por gusto o por lujo, lo es por la búsqueda de una auténtica estética y una forma de contar cohesiva.

Estética que da vértigo en ocasiones.

Pero recordarán como hay un par de párrafos designados a tocar aquel delicado proceso de traducción de palabra-imagen. Y es cierto, “Limitless”, a pesar de todo lo bueno que tenga que decir respecto al producto final, definitivamente no aprovecha de lleno su estupenda idea original. En la década del “High-Concept”, donde todo se puede resumir en una frase (ie. “Real Steel”: Rocky con Robots, “Cowboys Vs. Aliens”, “Snakes On A Plane”), la premisa de “Limitless” es bastante profunda en términos de exploración temática y semiótica, pero es fácil de expresar: ¿Qué sí hubiese una droga que conectara todos nuestros conocimientos incidentales y los hiciese disponibles? Basada en el libro “The Dark Fields” de Alan Glynn (que lleva la idea en direcciones más ambiciosas), el filme sigue a Eddie Morra (Cooper, comprometido y convincente), un escritor de poca monta a quien Nueva York ha ido oprimiendo lentamente hacia una existencia inútil y hacia el alcoholismo. No ha escrito una sola palabra de su novela (por la que ya se le pagó un adelanto que ya gastó) y su novia Lindy (Abbie Cornish, desaprovechada pero muy atractiva) le acaba de dejar al ser ascendida en su trabajo en una editorial. Es tomando, sin embargo, que Eddie se reencuentra con su ex-cuñado, Vernon Gant (Of all the useless relationships, better forgotten and put away in mothballs, was there any more useless than the ex-brother-in-law?” recapitula Morra en voz en off), un tipo de aspecto sospechoso que en tiempos del lejano matrimonio era un dealer de poca importancia. Tras un par de tragos Eddie le confiesa sus problemas, a lo que, magia del cine y de la peripecia, Vernon le responde tiene la solución. Esta particular solución viene en una bolsa de ziploc miniatura y se asemeja a una gota seca de silicona. ¿Lo que es en realidad? NZT-48 (en la novela MDT-48), una píldora que en palabras de Vernon, activa el 100% del cerebro frente al 30% usado por todas las personas (medicamente incorrecto, como “The Human Centipede”) y propulsa a las personas a metas antes inalcanzables e inimaginables.

Here’s your brain on NZT!

Una vez Eddie toma la droga, todo cambia, desde su bloqueo mental hasta su apariencia personal (pasando por su dependencia alcohólica, reemplazada, en términos de Charlie Sheen, por una dosis periódica de “Winning!”), lo que le lleva a dos resultados principales: a) acabar su novela en un par de sesiones de medicación experimental y b) buscar y encontrar a Vernon para que continúe supliéndole con la valiosa pastilla invisible. Sin embargo, el destino tiene otros planes para los dos hombres, y mientras el traficante acaba muerto en su lujoso apartamento en Manhattan a manos de algún desconocido, Eddie acaba con una ración provechosa de NZT y un fajo de billetes sin nombre con las que comienza a forjar su nuevo destino:

And then I began to form an idea. Suddenly, I knew exactly what I needed to do. It wasn’t writing. It wasn’t books. It was much bigger than that. But it would take money to get there.”

En pocos días, el renovado Eddie consigue trabajo en la bolsa de valores y comienza a multiplicar fácilmente sus ingresos (no sin antes pedirle un pequeño pero valioso préstamo a Gennady, un matón ruso interpretado con gusto por un estupendo Andrew Howard), con lo que logra capturar la atención de Carl Van Loon (Robert De Niro haciendo de Robert De Niro), un poderoso empresario con ansias de expandir sus riquezas y de saber los secretos del joven que ahora tiene bajo su ala.

Adelante: Problemas.

Ah, pero la trama se complejiza, y Eddie empieza a sufrir súbitos dolores de cabeza y lagunas empiezan a formarse en su memoria. Un hombre con un abrigo largo empieza a seguirle a todos lados, y su ex-esposa (Anna Friel) vuelve a aparecer en su vida con noticias sobre el medicamento: Ella, brillante y exitosa, también lo tomó, pero una vez los dolores de cabeza comenzaron la dejó para encontrar que su cerebro había perdido todo su filo y velocidad. ¿Y los otros usuarios? Hospitalizados y/o muertos. Después de todo, nadie puede trabajar en un nivel tan alto todo el tiempo sin estrellarse. ¿O sí?

Repleta de información y de pequeños y deliciosos detalles en el camino, “Limitless” cuenta su historia de forma satisfactoria y adictiva (aún sí hacia el final pierde un poco de vapor). El guión de Leslie Dixon (también de “Mrs. Doubtfire” y el remake de “Freaky Friday”) es directo y sucinto, y la dirección de Burger, a pesar de ser ocasionalmente hiperactiva, es bastante apropiada (su trabajo con Cooper es particularmente bueno, creando un anti-héroe creíble llevado a sus extremos). A la hora de traducir el efecto de la droga en imagen, Burger hace uso de varios trucos (ninguno demasiado recalcitrante o trillado): multiplica a Eddie en varias conversaciones en el mismo cuarto, hace de él una secuencia infinita proyectada hacia la profundidad de campo en el cuadro, usa gran angulares y ojos de pez, convierte sus pensamientos en textos que se imponen sobre los encuadres, etc. Puede que sea cierto que el filme no haga todo lo que pueda en términos de profundidad, especialmente con una idea tan jugosa como la que tiene en frente, pero sí este es un ejemplo de lo que el cine comercial puede hacer hoy en día, uno puede pasar 105 minutos de formas mucho, mucho menos deseables. Estos pasan volando, y quizás acaben con sudor del bueno en sus palmas.

Y un poco de sangre en sus bocas.

John Ford: Stagecoach (1939)

This was one of those years in the Territory when Apache smoke signals spiraled up from the stony mountain summits and many a ranch cabin lay as a square of blackened ashes on the ground and the departure of a stage from Tonto was the beginning of an adventure that had no certain happy ending . . .

“Cuénteme una de vaqueros” puede surgir como una evidencia del desconocimiento de un género narrativo a través de su popularización masiva. Así se me ha antojado pensar al ver que, en muy raras circunstancias, el cine western es pregonado y elogiado en sí mismo. No vamos a mentirle a nadie, todos sabemos más o menos en qué consiste una película del viejo oeste, en la que mediante estructuras sencillas pero ingeniosas un hombre al margen de la sociedad debe elegir entre el amor y la venganza, siendo obligatorio un duelo de revólveres en medio de una calle abandonada por el choque de dos o más fuerzas en pugna. Pero, ¿A qué se debe este conocimiento esquemático de un género cuya sincera intención fue, en sus inicios, entretener con su retrato ficticio del oeste norteamericano mediante económicas lecturas en formato pulp?

El western es constantemente homenajeado como la aventura paradigmática, un arreglo cuidadoso de las teorías de Joseph Campbell, y al menos los países industrializados son enteramente conscientes de eso:

Casi que la filmografía entera de Quentin Tarantino apenas si merece más líneas de las que le estoy dando. Viajemos a Italia y nos toparemos con la obra reivindicativa del legendario Sergio Leone, así como el esmerado trabajo de Sergio Corbucci y muchos otros directores amparados por el Blasón (con B) del spaguetti western. En Japón, el más occidental de sus directores da cuenta del encuentro de dos primos lejanos que inadvertidamente pueden llegar a llevarse muy bien aunque principalmente se hablen por correspondencia, me refiero al chanbara (lucha de espadas) y los ya mencionados duelos de pistoleros, géneros que en Akira Kurosawa parecen fundirse sin mayor costura. En Alemania existe una apropiación del mito llamada Sauerkraut Western (la distinción nórdica del spaguetti) con títulos como Deadlock (1970) de Roland Klick o buena parte de la obra de Harald Reinl, expansor de la saga Mabuse, autor de Der Letze Mohikaner (1965) y de la saga Winnetou basada en las novelas de Karl May. Es más, incluso el infame DJ de trance Gigi d’Agostino parodia la dinámica del oeste en el video de su canción ‘Silence’, con resultados tan bochornosos y deleznables que me rehuso a discutir algo al respecto en este medio.

Salvo que haya licor de por medio.

He ahí un listado, bajo ninguna medida comprensivo o iniciático siquiera, acerca de las numerosas influencias que ha engendrado una de las piedras angulares del Hollywood patinado en oro y nitrato de plata, pero ¿Qué hay del western en sí, las películas que lo iniciaron todo? ¿Alguien las ve hoy en día, más allá del ámbito académico? Arrojemos un poco de cariño a la obra que catapultó el concepto a los más altos estándares de la realización cinematográfica.

Para empezar, John Ford no es un recién llegado al patio en el momento de filmar Stagecoach. No sólo tenía a sus espaldas más de 50 películas (más largometrajes que cortos) sino que también hay un buen grueso de westerns silentes entre ese número, varios de ellos fotografíados por Ben Reynolds (de quien ya he hablado en otras ocasiones) y cuyo flujo menguó debido a los valores de producción requeridos para filmar un sonoro en la intemperie a inicios de los años 30s. Rara vez mejor dicho, en 1937 decide volver al ruedo adaptando un relato corto de Ernest Haycox llamado “Stage to Lordsburg”, pero David O. Selznick se rehúsa a patrocinarlo, por lo que los derechos de la obra hallan ámparo con Walter Wanger en los estudios Universal, y nace así una película a la que, en palabras de David Cairns, “Ford se aproxima con una nueva seriedad, como el gran Mito Americano”.

“¿Fuera de foco, dicen? ¡A callar, estoy creando una LEYENDA!”

Y sí que se trata de un gran mito, coronado con un reparto de luminarias interpretando estereotipos sólidos. Stagecoach narra de manera suscinta y apasionada el cruce de una caravana de Tonto, Arizona, hasta Lordsburg, Nuevo México; otrora simple y ordinario hasta la llegada a la región de Gerónimo, acompañado por la violenta tribu de los indígenas Apache, algo de lo que nos enteramos a través de una comunicación telegráfica interrumpida de súbito.

El áuriga y responsable de la llegada a buen puerto de la caravana es Buck (Andy Devine y su increíblemente disonante voz), un hombre noble y honesto que es tratado como tonto en una tierra tan agreste como la suya, tierra de la que son despachados prontamente el Doctor Boone (Thomas Mitchell) y la joven Dallas (Claire Trevor, el mayor salario de la película), esto último a manos del comité de moralidad del pueblo representado por un grupo de señoras estiradas, que mantienen una estrecha relación con Gatewood (Berton Churchill) el intrigante banquero de Tonto. Cerca de ahí, la elegante Lucy Mallory (Louise Platt) busca a su marido, un oficial del ejército, y con prontitud percibe las atenciones especiales prestadas a ella por el misterioso Hatfield (John Carradine, el padre de David), quien es bien conocido en Tonto por su afición al juego. A lo largo de su último recorrido, Buck tiene noticia del trayecto que el fugitivo Ringo Kid tiene pensado emprender hacia Lordsburg, e ingenuamente se lo comenta al sheriff del pueblo, Curley (George Bancroft), que decide tomar cupo en la caravana, con escopeta en mano, para buscar al prófugo. Así pues, la caravana se dirige a Lordsburg con todos estos pasajeros nada relacionados entre sí… ¡Ah! Sin olvidar al señor Peacock (Donald Meek) quien de manera no-tan-accidental es nombrado por Doc como “Mr. Haycock”, en un movimiento que puede resultar tan homenajeante como ponzoñoso.

La caballería del ejército informa a los ocupantes de la caravana que, dada la amenaza activa de Gerónimo, el viaje queda bajo el riesgo de sus ocupantes. No obstante, nadie en el vehículo parece tener motivos para no querer adentrarse en el mundo de riesgo que supone el exterior, y es unánime la permanencia en el viaje. No tardan mucho en encontrarse, a lo largo del camino, con el célebre Ringo Kid (interpretado por John Wayne) y tras el obligatorio intercambio legal entre él y Curley, el vaquero renegado decide unirse a la comitiva, no sin antes hacer entrega de su característico Winchester, el cual lleva por motivos muy particulares. En la próxima parada los espera un cambio de guardia de caballería, pero el regimiento que se supone deberían hallar ahí, en el cual se halla el esposo de Lucy, no se halla presente, y el teniente (Tim Holt) se ve obligado a seguir órdenes y abandonarlos a su suerte, viendo impotente cómo se retiran al cruzar los hermosos paisajes de Monument Valley.

“Curley, es la tercera vez que pasamos por esta montaña, ¿Eso al lado no es un telón, acaso?”

El carácter de estos personajes, aunque parezca conflictivamente inmóvil durante la mayoría del trayecto, va cambiando a medida que las peligrosas circunstancias ascienden la apuesta de vida o muerte sobre los ocupantes de la caravana. Eventualmente descubrimos que Lucy está ávida de verse con su marido gracias a “Little Coyote”, un intempestivo nuevo pasajero, y Kid debe llegar a Lordsburg para vengar la muerte de su padre y su hermano a manos de Luke Plummer (Tom Tyler) y sus difícilmente competentes hermanos, mas se siente contrariado al encontrar el amor en Dallas, que le ofrece huir en lugar de seguir arriesgando su vida en lo que queda del viaje. Hasta Peacock se transforma en un hombre asertivo y decidido, aunque la actitud de los demás tripulantes de la caravana hacia él no se ve muy afectada por ese hecho. Incluso las relaciones intrínsecas que podrían darse por sentado van alterándose a lo largo del trayecto, desde la de Buck-Curley hasta Doc-Peacock.

Para tratarse de una producción de no mucho presupuesto, el trabajo final es bastante pulido y evocador. El fotógrafo Bert Glennon ya había trabajado con Cecil B. DeMille en The Ten Commandments (1923) y con Josef von Sternberg en Underworld (1927), justificando que sus planos de Monument Valley y los demás exteriores sean sencillamente exquisitos, más aún si se le comparan con los sets techados en los que se desarrolla la acción de interiores, éstos últimos responsabilidad de Alexander Toluboff, un experto en películas de época. En una nota curiosa, los editores Otho Lovering y Dorothy Spencer violan a menudo ‘reglas’ de continuidad espacial, raccord y ejes, pero aún así son nominados para los premios Oscar® en 1940, sin duda gracias a su habilidad para mantener la emoción en los espectadores.

Envolviendo este cigarro, a pesar de mostrar a los Apache como algo más que obstáculos y resortes para el argumento, hay un cierto grado de comentario social dentro de Stagecoach. Es necesario aclarar que, bajo muy pocas luces, el retrato de la sociedad norteamericana va más allá de la alegoría, y se trata de una reidealización romántica del oeste, aquella con la que hemos crecido y no renegamos en lo absoluto. Hay elementos sempiternos de la ficción ahí inscritos: el banquero corrupto, la noción (aludidamente sexista) de la mujer como una alternativa a la violencia, la civilización como un eje de indiferencia, pero a través de esas claves artesanales se narra una historia que no sólo resiste el embate del tiempo, sino que además crea un universo que, aunque explorado en más de una ocasión, sigue siendo salvaje y fantástico para muchos de nosotros. El río del western adquiere muchas tonalidades a lo largo de su cauce, pero es aquí, cerca a su nacimiento, donde lo vemos más puro y cristalino.

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Aprovecho el postscript para agradecerle a David Cairns por su ensayo publicado en la edición Criterion Collection de esta película, iluminó muchos aspectos que de otra manera habría ignorado. También gracias a Lalo, por verter el nombre de esta obra en una conversación a partir de la cual escribiría este artículo.