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Desvaríos y cuitas de Valtam, en ocasiones relacionadas marginalmente con el cine.

Fernando Ayllón: Se nos Armó la Gorda (2015)

Me cité a mí mismo un domingo por la tarde, en una sala de cine cercana, para ver una función de 7:00 pm de la película que voy a abordar, semana y media después de haber sido estrenada. En un recinto pequeño, pero copado a juzgar por la boletería disponible y el asiento que me tocó, fui recibido por familias enteras y grupos de secretarias en programa dominical; en realidad yo era el único, junto con una dupla padre-hijo, que no tenía comida. Tras un inicio frío y una cruda secuencia de créditos, llegué de nuevo a mis propios prejuicios, a la conclusión que siempre fue: televisión en la pantalla grande, un sketch de Sábados Felices de 90 minutos o una película que filmaría mi tío, si tuviese un tío inculto, mediocre, homofóbico y ramplón.

Problemática e insignificante al mismo tiempo, Se nos Armó la Gorda es otra de esas ejemplares contradicciones del cine nacional. Problemática, a la luz del estilo de comedia que depende (todavía) con mucha fuerza del regionalismo, el estereotipo hecho cliché y la ausencia de niveles de lectura y reflexiones posteriores. Por razones semejantes, y diría incluso que compartidas, es que la defino como una película insignificante, porque está dirigida a un público amplio pero muy concreto, “la familia que sólo consume televisión nacional privada”, y no está diseñada para ser exhibida o funcionar fuera del país, muy a pesar de la línea acompañante “una comedia de talla internacional”, y por si fuera poco, nuevamente es algo que no nos representa, o al menos no más que la franja de humor nocturno de la cual salió este engendro.

La historia de la película en sí es simple e imaginativa, si bien un poco traída de los cabellos. Nelson Polanía y Fabiola Posada interpretan a Nelson Polanía y Fabiola Posada respectivamente, o más bien, a sus personas humorísticas, Polilla y la Gorda, representando su matrimonio actual mientras cae en un tedio indeterminado. Entre tanto, el príncipe (?) Jari Jabe, soberano de Farganistán, ve a Fabiola en una presentación televisiva carente de contexto (queda a la imaginación si es un extracto de algo que tuvo lugar en Estados Unidos) y solicita que la secuestren. Para tal fin, contrata a Pachuco (Francisco Bolívar[1]), quien elabora una rápida excusa para capturar a la Gorda y hacerse con un cuantioso botín de 3 millones de dólares. Esto es seguido por la búsqueda que emprende Polilla para rescatar a su mujer en una fábula altamente segmentada.

Ahora, podríamos detenernos aquí, pero a) no parecería un artículo digno de Filmigrana con sólo 340 palabras hasta aquí, y b) We have such sights to show you. Nociones realmente cuestionables durante toda la película, y ligeros dolores de cabeza.

Hay un problema inherente en el humor colombiano, teniendo en cuenta que, al igual que la historia del cine local, ha tenido un desarrollo truncado y cargado de desvíos, a menudo con más Nieto Roas que Aljures[2]. Recordemos por un momento la secuencia de Alma Provinciana (1925) en la que el cándido Perejiles, tras haber caído al agua, manda a planchar su pantalón para luego hallarlo quemado por un descuido amoroso, viéndose obligado a usar ropaje ancho e incómodo que recuerda al eterno indigente Charlot. Félix Joaquín Rodríguez no era ajeno al slapstick perfeccionado por maestros como Buster Keaton, Harold Lloyd y el célebre Chaplin, por lo que este humor se siente foráneo y distinto al que manejan otras producciones contemporáneas, al menos las que lograron sobrevivir hasta nuestros días. Así pues, hemos preservado y actualizado muchas convenciones comédicas del extranjero, especialmente en el cine; pero el desarrollo de nuestra etiqueta de comedia nacional ha caído sobre los hombros de la televisión y, más recientemente, en el stand-up, que a menudo equivale a la escuela formada por Andrés López[3], es decir, chistes que se revuelven en el señalamiento de las manías de la clase media de principios de los años 90. Existen otras corrientes, como la de Los Comediantes de la Noche, pero en general el humor es deprecativo de otras personas y clases sociales que resultan fáciles de señalar. El disfraz y la comedia de props tienen una permanencia notable en el escenario nacional.

En ese marco, Se nos Armó la Gorda toma ejemplo de lo peor de dos mundos, condensando esta relación entre tablas y enlatado en una serie de escenarios y situaciones vagamente conectados entre sí. Polanía y Posada, perteneciendo a un nicho muy específico de la televisión colombiana, llevan sus papeles a través del gag rápido y exagerado, sin que haya lugar a la ironía o el reflejo de una sobreactuación aparente (algo apropiado para el show en el que desarrollaron sus carreras). Esto es reforzado con acentos ‘graciosos’, al parecer el plato fuerte de esta oferta, ya que todos los participantes de esta producción, desde Ricardo Quevedo, la estampa stand-up, hasta el insufrible Alejandro Gutiérrez, a quien le dedican un segmento completo de entonaciones y variaciones del español; Francisco Bolívar merece una mención aparte, dado su esfuerzo con el acento mexicano, pésimamente escrito y caído en credibilidad al final de la película. Que eventualmente los actores olviden qué es lo que están impersonando recae más sobre el director y la elegante estructura del guión[4] que en cualquier otra cosa.

Y es en este guión donde encuentro otro cargamento de problemas, porque es en este recorrido facilista y simplón en el que se pierden numerosas oportunidades para crear identidad y personajes, y a su vez se cae en el ‘chistecito’, ese momento en el que los asalariados llegan al día siguiente a su trabajo a contar tal vez una o dos cosas que vieron en cine, todo carente de contexto y digno de ser olvidado otro par de días después.

Hay algo muy particular que colabora con esta sensación de olvido y desidia frente a la película, siendo que los personajes son altamente olvidables e irrelevantes. Más que todo son disfraces que usan los comediantes para entregar sus líneas o, mejor dicho, sus chistes. Lo más parecido a un personaje es Pachuco, un pandillero asmático con aspiraciones de ser bailarín de tap. Infortunadamente, la credibilidad se cae con la pobreza del arte y los escenarios. A pesar de que los exteriores son en San Francisco, el resto de la película (por motivos de presupuesto, comprensiblemente) se sitúa en simulacros de espacio, algo que parece una bodega pero no lo es, o un potrero que bien podría estar al lado de una interestatal de California o en la vía La Caro – Chía. Esto nos lleva a sentir que estamos frente a un sainete muy barato. El príncipe Jari Jabe, una extraña caricatura del medio oriente, no tiene absolutamente nada que lo redima o que haga de su búsqueda algo significativo, y su insignia personal apesta.

Frente a todas estas quejas, nos queda preguntarnos ¿Cuál es el papel de Ayllón? Se sabe que esta producción fue amparada por el Fondo de Desarrollo Cinematográfico, y el guión es tan específico que no sería sorpresivo pensar que fue escrito en conjunto. Se nos Armó la Gorda es la cuarta obra de Ayllón, después de inaugurarse con Por Qué Dejaron a Nacho? (2012) y continuar con Secretos (2013) y Nos Vamos Pal Mundial (2014). Queda un extraño sabor de boca al pensar que este producto muy redituable y de escasa factura sea el siguiente paso de una filmografía continua y ocasionalmente de género.

En este apartado de la escritura está uno de los momentos más divisivos y chocantes de toda la película: Nelson Polanía y el personaje de Ricardo Quevedo (cuyo nombre no podría importarme menos) llegan a la recreación de un callejón mientras se hacen pasar por médicos de raza negra. La frialdad del blackface que portan ambos comediantes, fuera de contexto en el tráiler de la película, enfría el espinazo e insulta la integridad del espectador. Es cierto que esta práctica de maquillaje ya no tiene las mismas connotaciones racistas de mediados del siglo XX, pero su uso se puede percibir como insensible ante una audiencia norteamericana, especialmente afrodescendiente. No obstante, tenemos que recordar que la película está dirigida a un colombiano promedio, y cabe la posibilidad de que sea más bien una alusión al Carnaval de Negros y Blancos de Pasto, a juzgar por la imitación de acento pastuso que hace Quevedo en este segmento. En un intercambio con un pandillero originario de Buenaventura, queda la leve impresión de que hay una intención de añadir capas o niveles de lectura a una película otrora carente de contenido.

Infortunadamente, todo lo anterior se cae al suelo al culminar la secuencia de “la pandilla negra”, en un lamentable y escatológico gag de orina. Situaciones semejantes se repiten en otros segmentos, como la ridiculización de la homosexualidad, que se trae a colación como un chiste rápido y no como una faceta del “personaje” de Ricardo Quevedo. Me parece lamentable, porque con Secretos, Fernando Ayllón parecía que iba a tomar un camino tortuoso pero necesario con el cine de género. ¿Es este el inicio de la carrera de un journeyman colombiano? ¿O se verá tentado este director/guionista a tomar el atajo de este humor simplón, televisivo e irresponsable del que tanto nos quejamos, pero seguimos pagando con nuestros bolsillos y genera una ilusión de industria?

Está bien: voy a hacer de cuenta que Por Qué Dejaron a Nacho, Si era tan Bueno el Muchacho nunca existió.

¡Hey, qué bien!: A menos de que sea un drama intimista británico, hay pocas ocasiones en las que podemos ver personajes comiendo. El blooper reel ofrece una ventana a la producción.

Emhhh: La mayor parte de la película.

Qué parche tan asqueroso: Señores Manuel Monsalve (Montaje) y Juan Carlos Enciso (Fotografía), siéntense un momento a reflexionar sobre lo que hicieron el año pasado, y piensen si es correcto con el cargo que estaban ejerciendo. Gracias.

Estimados lectores, no pierdan su dinero con esto, van a olvidar esta película a los dos días. Con la intención de preservar ciertas tradiciones, traigo a colación nuevamente un drinking game[5] para cuando pirateen la película y quieran vivir un agradable rato de amnesia. Elija una de las siguientes opciones y tómese un trago cuando:

  • Presenten a un personaje en cuadro congelado y motion graphics.
  • Haya un chiste de flatulencia de la Gorda Fabiola.
  • Alguien imite un acento (no recomendado para hígados débiles)
  • Alguien proyecte 3 o más sombras en una pared.
  • Haya un jump-cut.
  • Corten a un plano del Golden Gate.

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[1] Go-to guy de la juventud, como lo recordaremos en Silencio en el Paraíso (2011), y colaborador reciente de Ayllón en Secretos (2014)

[2] En este momento notificamos cuán memorable es La Gente de la Universal (1991).

[3] Comediante cuyo prontuario cinematográfico merece sus propios artículos, sin mencionar el talk show nocturno que transmiten por televisión paga.

[4] Es necesario apuntar que hay al menos una secuencia que fue filmada exclusivamente para material promocional, y no pertenece a la película en sí, rompiendo cierta “regla invisible” de usar siempre pietaje existente con el fin de vender el producto. La secuencia adicional explica el por qué de lo que vamos a ver, en adición a que los diálogos existentes en el producto final lo reiteran sin cesar.

[5] Esta notable práctica surgió con la muy mediocre Crimen con Vista al Mar (2013) y no con cierta película de Juan Camilo Pinzón que no quiero mencionar en este artículo, como muchos podrán pensar.

Juan Camilo Pinzón: Uno al Año no Hace Daño (2014)

Uno al año no hace daño. Dos películas escritas por Dago García al año son perjudiciales para la salud.

O eso he venido a creer, luego de ver este nuevo lanzamiento de 25 de diciembre, transcurrido apenas un mes de Carta al Niño Dios, la última ventura en la dupla creativa Pinzón-García. No dudo que la producción de ambas películas, económica y eficiente como se puede esperar de estos empresarios, se hubiese dado con muchísimos meses de antelación y diferencia entre sí, lanzadas en estas épocas por motivos de simple y llana mercadotecnia, pero el poco tiempo de recuperación entre una y otra me tiene algo chocado. Incluso siento que se me ha endurecido el corazón, y ni siquiera soy capaz de enunciar expletivos e improperios horribles. Eso me preocupa.

Debo educarme en lo respectivo a otros países con industrias cinematográficas nacientes (como la nuestra), pero no es descabellado asumir que el privilegio de lanzar dos películas temáticamente similares en cuestión de semanas es algo digno de valorar, y más cuando esas películas parecen retornar generosamente sus escasos costos de producción (la segunda más que la primera). Confío en que este fenómeno no se siga dando, y podamos contemplar un paisaje cinematográfico mucho más amplio y variado que lo que tenemos actualmente.

A menos, claro, que se quiera seguir dando pie al escritor y productor Dago García para que lleve su nueva vena latinoamericana de ensambles e historias entretejidas a un nivel superior, como parece que apunta a lo largo de esta corta pero tediosa serie de viñetas.

La premisa es bastante simple: un documentalista, que no es de aquí ni es de allá (a juzgar por su tula con banderas de países como Suiza, Bolivia, Canadá, Jamaica y otras disparidades semejantes) se dispone a grabar una especie de documental interactivo[1], en el que se pregunta por qué a los colombianos les gusta beber licor, asumiéndolo de entrada. Las sinopsis y notas relacionadas con el estreno de la película[2] mencionan a este documentalista como un estudiante de periodismo, y acotan que esta producción documental cambia su vida. ¿Cuál vida? Apenas si conocemos a este sujeto, que aparece de cuando en cuando a lo largo de la película. Lo del periodismo nunca lo mencionan en pantalla, y es un trozo faltante como muchas otras secuencias que aparecen en el tráiler pero no en la producción final. Esto tampoco es importante, y funciona como una excusa cualquiera para darle una suerte de hilación a las situaciones en la que los personajes se involucran.

Waldo Urrego es Álvaro Rodríguez, el patriarca de una familia que vive en un barrio popular ficticio llamado Las Delicias, construido a partir de fragmentos de barrios del centro y suroccidente de Bogotá[3], y además de preciarse de ser el fundador del mismo, es un reconocido beodo local, como la mayoría de sus vecinos. Su esposa, doña Pilar (interpretada por Aida Morales) es otro estereotipo recurrente en la baraja de García, la mujer de casa envuelta en histeria y reproches, aparentemente con los pies en la tierra y haciendo las veces de polo a tierra de su marido. El matrimonio cuenta con dos hijos, el primogénito varón de madurez cuestionable y la hija separada de sus padres por una amplia brecha generacional,  ambos protagonistas de sus propios segmentos que contextualizan la embriaguez como una actividad social.

Los otros vecinos son una colección de ideas y conceptos pintorescos, algunos de ellos representantes de las características más visibles y superficiales de ciertas regiones del país. No los llamaría personajes a causa de su escasa profundidad e impacto en el desarrollo dramático, y es algo entendible dada la duración de la película, el formato segmentado de la misma y el estilo particular de escritura de Dago García, aunque hay que reconocer las características algo salidas de tono de ciertos ‘personajes’, que no encajan en algún lugar común reconocible. Nada de esto es nuevo para los espectadores veterados de este tipo de películas, al menos quienes las ven con una mirada crítica y no bajo el lente falaz y frágil de “menos mal no tiene putas/narcos/violencia/burlas a otra gente ESTO ES LO QUE NECESITA EL CINE COLOMBIANO!!!!”.

También es comprensible que estos personajes sean así de sencillos dadas las metas admitidas de sus autores. Las numerosas entrevistas que Dago García ha concedido, en particular la dada en la revista Kinetoscopio del año 2007, revelan su postura preferencial hacia a una comedia ligera, esquemática y digerible para el común denominador; por otro lado, Juan Camilo Pinzón enuncia frente a esta realización: “el cine en general debe ser un espacio muy democrático, siempre me ha parecido que el cine debe tener esos espacios que son más pensando en el público que en el intelectual (…) creo que con películas como las comedias que he realizado con Dago se atrae a muchos espectadores y eso es importante en términos industriales.[4]

Incluso con intereses industriales como estandarte de producción, no es sensato dejar pasar estas películas como ‘entretenimiento puro y sin consecuencias’. Aún en este nivel la película adolece, contando con ese desarrollo fragmentado y disperso que pareciera casi epidémico en las producciones nacionales recientes. Como ya se mencionó, los personajes son escasamente importantes, a pesar de la cantidad de helio que le insufla la banda sonora, sobrecargada y portentosa en su estilo melodramático. En momentos pareciera incluso que la música y la acción se tomaran de la mano de forma cínica y vejada, con la cantidad de ralentizaciones y montajes que parecieran dar una intención de emotividad, cuando en el mejor de los casos deja en las secuencias una sensación de viscosidad. Una de las críticas más recurrentes al cine de Dago García es su mirada condescendiente a la pluralidad que compone la clase popular; así pues, su retaliación más común es traer a colación su crecimiento en el barrio Villa Javier, al suroriente de Bogotá.

Como conjetura esto resulta problemático, debido a que muchas de estas escenas, los contextos de embriaguez social que ya comenté, cargan el peso de varias instituciones del catolicismo tradicional[5]. En su desarrollo, el bautismo, la primera comunión y el matrimonio son ceremonias tratadas con la misma reverencia que una fiesta apastelada de 15 años o una graduación de 5° de primaria, como epítomes de regocijo personal y comunal. Las representaciones parecen fieles y contienen elementos con los que el espectador se puede identificar, como las dos señoras que se rieron durante toda la película, que estaban detrás de mí en la sala de cine; pero nadie en el reparto le puede dar un peso que vaya más allá de un simpático video institucional mezclado con la peor cámara documental de la historia. Nada tiene consecuencias claras, todos se salen con la suya y al final de la película no se siente que haya sucedido algo diferente en los personajes. El presunto cambio revelatorio sucede en el documentalista/periodista, y simplemente consiste en que se une a los festines de licor de Las Delicias, ya no como un voyeurista sino como un participante activo. Eso es todo. Qué bonito.

Hablando de bonito, llega a asombrar la ubicuidad de las grúas, dollies, el uso de cámaras de cine digital y ópticas de gran gama[6]. La chabacanería superflua y surreal de algunas situaciones, como la infame danza en bikini de Katherine Porto (o su reprise a cargo de Aida Morales), contrasta con unas ciertas preocupaciones técnicas que sobrepasan en algunos casos lo desarrollado en Carta al Niño Dios. Se siente el intento de dotar de una moderada intencionalidad los numerosos movimientos de cámara, aunque sigan respondiendo más a convenciones del video institucional que a un lenguaje cinematográfico complejo y estructurado. Es importante aclarar que esto no transforma la película en un mejor producto cultural, pero sí la pone arriba de las producciones rivales de RCN[7], caracterizadas por su desdén al apartado técnico.

Pasados 70 minutos de película, la carencia de un argumento más sólido que una idea vaga, así como la cantidad de gags y personajes presentados hasta el momento, le dan una sensación de fuga a todo lo que sucede, coronados por un estallido coreográfico de salsa que parece un guiño a la demencial Ciudad Delirio (2013), y que nos deja con algo que es casi nada, intangible e imperceptible tras unas horas, y a lo cual le dediqué más de 1.500 palabras. A alturas de la publicación de este artículo, sólo hay una nota crítica sobre la película que nada en solitario frente a la multitud de notas publicitarias, y pertenece a Séptimo Arte[8]. El largometraje recaudó una cantidad insólita de dinero durante el estreno, al que asistieron 109 mil personas[9], y yo estuve a punto de pagar $11.000 en una sala de Cinecolombia para ver una película que será apenas un pequeño pie de página en la historia de este cine que tambalea en construirse.

¡Hey, qué bien!: Admito que reí durante el intercambio de miradas entre Waldo Urrego y Ernesto Benjumea, posiblemente por ser uno de los pocos momentos sin diálogos interminables. Hay un evidente fetiche con los tacones stiletto durante toda la película, y personalmente no me opongo.

Emhhh: la gran mayoría de la película se pasa en este estado, sobre todo cuando llega la dichosa música. No entendí finalmente si el personaje de Jaques Toukhmanian es homosexual, o si el pequeño hacker/rapero padece de retraso moderado, y supongo que debí basar el artículo en torno a estos inconvenientes. ¿Importa a estas alturas?

Qué parche tan asqueroso: el afiche de la película lo hicieron en 30 minutos, a lo sumo.

Durante esta temporada decembrina hay estrenos mucho mejores, o al menos distintos a esto. Si pagan una boleta, ya saben a qué se atienen.

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[1] Documental que se debate entre el orgullo de Jean Rouch y el tironeo a las crónicas de Guillermo Prieto “Pirry”.

[2] Como ejemplo, el siguiente enlace (RIP), publicado en la página de Noticias Caracol.

[3] Las locaciones más reconocibles son el barrio San Francisco, La Candelaria (Centro) y unas escaleras que parecen pertenecer a La Perseverancia. Puedo estar equivocado.

[4] Tomado de su perfil en el sitio de Proimágenes. Es mucho mejor que leer su página de IMDb, en muchos órdenes de magnitud.

[5] Resulta llamativo ver cómo estas narrativas evolucionan a medida que este país abandona su fidelidad al Divino Niño y se asienta en el cristianismo evangélico y otros cultos semejantes.

[6] Ópticas de esas que cualquier tarado con media barba y mucho dinero puede comprar para hacerse llamar ‘fotógrafo’ entre sus amigotes.

[7] Recordemos el mano-a-mano que viví durante el 2011, cuando se estrenaron al mismo tiempo Mamá Tómate la Sopa y El Escritor de Telenovelas. Eran otros tiempos, perdonarán la biliosa verborrea que dejé ahí inscrita.

[8] Este es el enlace. Accedido el 29 de diciembre de 2014 (fallecido desde entonces).

[9] Noticias Caracol, en evidente regocijo, ofrece los detalles. Accedido el 29 de diciembre de 2014 (fallecido desde entonces).

Juan Camilo Pinzón: Carta al Niño Dios (2014)

Introduzco: esto no es una película para un 25 de Diciembre.

Bueno, admito que podría serlo, debido a la impresión, en apariencia sólida y vehemente, de que se trata de un producto navideño, más acorde al desenlace de una notable Nochebuena que a la atmósfera lluviosa y pesimista de un noviembre como el que nos atañe. La decisión por la cual esta película fue lanzada en esta temporada, en términos mercadotécnicos, me es ajena y arcana en todo nivel. Que su estreno haya sido este pasado jueves 13 tal vez sea un guiño incierto a Jingle All The Way (1996), mejor conocida en Latinoamérica como El Regalo Prometido, estrenada el 16 de noviembre de su respectivo año (un sábado, para completar la trivia).

Los avatares y desavenencias de Howard Langston, el enorme y neurótico vendedor de colchones, nos son familiares a muchos de los que crecimos con la programación festiva de los únicos dos canales privados (y completamente públicos) que existen en el país, y adelantándome al muchacho relleno que viene a continuación, tienen varias características en común: el padre que desatiende a su hijo, la carrera contrarreloj para obtener un regalo especial con el que sea posible comprar el aprecio, abuso y chantaje emocional…

Pero las similitudes terminan muy pronto, tratándose de la productora y el país concernientes a Carta al Niño Dios. Porque después de meditarlo con mucha calma y procesar la hora y treinta minutos de lo visto recientemente, descubrí que tuve frente a mí no una, sino dos películas totalmente distintas, y lo veo como algo que no fue deliberado, aunque la sola posibilidad me deja con la boca abierta. ¿Dago, sorprendiéndome con sus trucos narrativos y su fórmula comercial? Esta podría ser la primera vez que lo hace, debido a que no soy ajeno a su arsenal. Algunos de ustedes podrán recordar esa ocasión hace tres años en la que me regué en expletivos y términos inapropiados después de ver El Escritor de Telenovelas (2011) y luego, a mediados del 2012, aporté un comentario algo más sensato y aterrizado para Mi Gente Linda, Mi Gente Bella (2012); en caso de no ser suficiente lo anterior, hay en nuestro sitio un ensayo dividido en tres partes distintas en torno a la obra escrita y dirigida por el Sr. García, desde sus tiempos de La Esquina y La Mujer del Piso Alto hasta las vísperas del segundo Paseo, la primera franquicia cinematográfica colombiana. Ahora sujétense, porque esto va a estar más complejo de lo que esperan.

1 – La información aburrida

A pesar de que no existe una estadística o documento fiable que nos lo demuestre, se espera de estas películas que sean vilipendiadas y desmenuzadas por la crítica especializada, y en la mayoría de los casos se pasa de largo de comentar acerca de las mismas, debido a que sus discusiones generan cantidades sorprendentes de mal humor y síntomas afines a la migraña, cuando no lo hacen las películas en sí. Es un fenómeno que se da principalmente en lo que llamamos La Sociedad de Opinión, todo aquel con acceso a recursos bibliográficos, internet y cultura internacional, donde críticos de cine, periodistas y otros realizadores audiovisuales a menudo se asientan. Para esta ocasión no quiero extenderme en los aspectos técnicos, fuente de hartazgo como pocas, y diré lo que tiene que decirse al respecto de entrada:

Caracol cuenta con equipos de cine digital, pero no con personal que les saque el jugo; sí, hay grúas, dollies y encuadres que parecen pensados de antemano, y existen en una proporción 50/50 con planos vibrantes de cámaras en mano innecesarias y otras desavenencias fotográficas. La música es simple, presente en casi todo momento y el sonido es asincrónico, a pesar de que las voces son perfectamente audibles, y más les vale que sea así; por último, el diseño del póster y de los créditos finales no corresponde siquiera al nivel de un estudiante de artes visuales de 4° semestre, todo un despliegue de sosa medianía.

Y dicho lo anterior, quiero entrar en materia en aquello que sí quiero discutir, que es la dualidad que tal vez sólo existe en mi cabeza con respecto a dos películas existentes dentro de una sola, una de ellas deliberada y diseñada con una serie de ideas en la cabeza; y otra, que podría ser incluso la película verdadera, velada por el carácter evidente y obvio de su compañera, en una medida que va mucho más lejos de la sátira social oculta tras la ya mencionada Jingle All The Way: no, la película que nos concierne esta vez, Carta al Niño Dios, es uno de los retratos más nihilistas y lúgubres de la cinematografía Colombiana. Vamos a ver por qué.

Nota: se advierte que a continuación se revelan puntos esenciales del argumento. Si usted honestamente tiene la intención de ver la película sin conocer sus detalles y quiere que la magia de la Navidad colombiana tome su corazón por sorpresa, le recomiendo que abandone la página y pague los $10.000 o lo que cueste la boleta.

2 – La película predecible que todos conocemos.

Y el descriptor no es para menos. Desde el tráiler mismo tenemos a Rubén Darío Escamilla (Antonio Sanint) como un coach o capacitador en la ruina financiera, que desde un principio tiene una fe inquebrantable en su retórica y discurso aprendido. En su ayuda está el padre Raúl (Fabio Rubiano), un sacerdote contemporáneo, dual, profano y beodo hasta que se da cuenta que debe apelar al sentido contrario. Raúl ofrece apoyo logístico y financiero a su amigo, aunque no queda muy claro si Rubén vive en la parroquia, algo que se insinúa en un momento.

Rubén tiene un hijo, Rubencito (Damián Maldonado), quien es atendido por su neurótica madre, Mireya (Diana Ángel) y el novio de esta, Renzo (Omar Murillo), la única persona en toda la película que es referida con un gentilicio, en este caso “rolo”. Rubencito juega al fútbol, pero Rubén parece estar ausente en la mayoría de sus presentaciones deportivas, aunque no es algo de extrañar siendo que se trata de actividades curriculares[1] , y esta falta de presencia familiar, así como las dificultades económicas que vive actualmente el capacitador, es lo que tiene el matrimonio entre él y Mireya en términos tan irregulares.

El eje de la película y el nombre de la misma residen en una carta que Rubencito escribe al Niño Dios, una práctica que se tiene (o tenía) por usual en las vísperas navideñas, con matices cambiantes dependiendo del país o región en la que se dé; Papá Noel en los países anglosajones, Reyes Magos en España, por citar un par de ejemplos. La carta consta de los siguientes tres puntos, leídos en voz alta en la cocina de la familia Escamilla, estando Rubén, Mireya y Renzo presentes:

  • Que haya paz en Colombia.[2]
  • Que papá y mamá se vuelvan a querer.
  • Que me traiga la bicicleta de la que se ganó una medalla de oro en los Olímpicos.[3]

A grandes rasgos esas son las peticiones, salvo por alguna que otra palabra o artículo que no haya sido usado en el diálogo original (no pude tomar nota en la oscuridad de la sala de cine). Se discute la imposibilidad del primer punto y la plausibilidad del segundo, aunque es el tercero el que toma la atención de Rubén y sus esfuerzos. Esto se verá truncado por la fuerza antagónica de la película, un criminal de baja monta conocido como Don Gustavo[4] con una singular semblanza hacia el infame Walter White en cuanto a las elecciones de barbería, usualmente acompañado de sus sicarios genéricos[5]. Este choque de fuerzas será constante a lo largo de la película, que cuenta con varias situaciones y enredos que acentúan la comicidad e incongruencia que se quiere perseguir a lo largo del argumento.

Tras el pago de una deuda pendiente y la pérdida de su capital, Rubén encuentra una nueva oportunidad en una licitación de coaching y cambia para “bien”, empieza a invertir en su futuro, pensando a largo plazo a partir de la búsqueda material de la bicicleta; luego vuelve a ser el mismo, retomando el motif de su corbatín y sus charlas motivacionales a grupos heterogéneos. Como última alternativa forma una alianza con Renzo y sus colegas de trabajo, strippers y mujeres que visten como prostitutas pero pueden no serlo, con la cual busca robar la caja fuerte de Don Gustavo. Una implausible serie de eventos lleva a la resolución del robo, hay un choque automovilístico y Rubén muere.

O eso parece. De acuerdo a la película, tiene un encuentro con Dios (la voz de Jaime Barbini), quien le pide a Rubén hacer una charla de coaching orientada a la administración del Paraíso. Dios queda impresionado y devuelve a Rubén a la vida, además de otorgarle cualquier cosa que desee; Rubén opta por la bicicleta, que es entregada la noche de Navidad en un lamentable despliegue de After Effects. Todos quedan felices y confundidos ante el milagro navideño, ocasión en la que el personaje de Antonio Sanint nos ofrece la siguiente línea:

Aquí solo hay una explicación lógica y racional: la bicicleta la trajo el Niño Dios.

La película cierra con una nueva charla motivacional que Rubén ofrece a Don Gustavo y sus sicarios, en la cual se pregona la creencia en el Niño Dios para mejorar la productividad laboral. Dios, a través de su voz, nos da a entender que esas charlas lo inspiran y se apresta a hacer cambios en su administración

FIN…?

3 – Sí, claro, pero también está la otra película

Esa que yo defiendo, y la que vi en mi cabeza, razón por la cual ustedes están leyendo esto.

Me obsesionan los detalles, y las cosas que no están dichas, porque a menudo el texto y la voz en off funcionan como muleta para la mediocridad. Estos detalles insinúan los matices y las irregularidades que da gusto encontrar en las historias, que en este caso fueron horribles, partiendo de pequeñas elecciones y del gran número de omisiones que se hacen en un producto de bajo presupuesto como este.

La flaqueza e inconsistencia de los personajes deja ver características terribles a través de sus agujeros, como lo es el abuso y chantaje emocional que mencioné con anterioridad, practicados a ultranza por Rubencito. En una película que pretende pregonar los valores de la magia y el espíritu navideño, resulta cuestionable ver la conformidad materialista y vana de un niño, que mide el aprecio de sus padres en objetos más que en atención. La búsqueda incesante del dinero para la bicicleta y su resolución no sólo deja un amargo comentario sobre el estado de la sociedad de consumo, sino que además no se justifica dentro del mismo relato, teniendo en cuenta que el niño ni siquiera practica BMX o manifiesta algún tipo de interés en hacerlo, más allá del que pregona hacia el fútbol.

Tal desinterés por las emociones ajenas posiblemente parte de su mismo padre, el señor R. D. Escamilla, que se muestra obstinado a continuar siendo capacitador tras haber incursionado en labores honradas y de resultados visibles, recurriendo al crimen cuando este plan evidentemente falla. Esto nos lleva al final potencial de la película, en el que el carro del padre Raúl es efectivamente embestido por un camión y Rubén muere, siendo los minutos restantes de metraje el producto de su cerebro moribundo y carente de oxígeno[6].

En ese orden de ideas, el encuentro con Dios sucede en un teatro que el ya conoce, y que asocia con su fracaso de la licitación de coaching, y la bicicleta, son todos productos de una mente que intenta redimirse de la existencia miserable que llevaba, jugando con la obsesión que lo lleva a creer que sus charlas de capacitación le son útiles o benéficas en alguna medida, a él o a su sociedad. Que una figura omnipresente y omnipotente requiera de ellas es sólo uno de los muchos socavones que habitan en su delirio.

Y todo esto funcionaría mejor como un alegato a unas prácticas comerciales que intentan extenderse cada vez por más tiempo, bajo el razonamiento de “alargar el espíritu navideño”, y una muestra muy reflexiva y autoconsciente de ello podría ser el haber estrenado esta película de nochebuena a alturas de un 13 de noviembre. Lo repito, porque es necesario recalcarlo. Rubén podría llegar a ser un personaje realmente trágico, cruzado por su propio destino y envuelto en una discusión mucho más cautivadora y entretenida.

4 – Y a pesar de todo lo anterior

Ni siquiera esta segunda teoría funciona bien, técnicamente debido a la escena de entrega de la caja fuerte en un patio vehicular, que no alcanzaría a abarcar la tesis de “revivir y mezclar experiencias pasadas”, y por otra miríada de razones que este producto no amerita revolver.

En ninguna de las dos instancias funciona Carta al Niño Dios, ni como una propaganda navideña porque en el fondo es una celebración miserable y pequeña de las festividades, carente de los valores emocionales y estéticos que la han institucionalizado y elevado como ritual cultural durante todos estos años; tampoco funciona como el mórbido relato de la caída de un hombre pequeño en un sistema implacable, como tal una propuesta menos reaccionaria y mucho más sugerente, pero a la que le sobran elementos y cuyas piezas no concuerdan, sin decir que esa no vendría siendo (ni de lejos) la propuesta que un equipo como el de Juan Camilo Pinzón[7] y Dago García intentaba alcanzar, una propuesta que invita al razonamiento y a leer en capas. Intuyo que ni siquiera como comedia sirve, a juzgar por la ausencia de risas y comentarios en una sala de Cine Colombia a medio llenar.

No nos queda mucho más sino una película olvidable, vana, con ideas prestadas y resultados dislocados. Me sigue gustando la idea de que Rubén permanezca muerto, aunque todavía nos quedamos con un 60% de duración que no nos lleva a nada.

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[1] Difícilmente equiparable en nuestra cultura a las prácticas de karate del pequeño Jamie. Favor ver Jingle All The Way (1996), gracias.

[2] Esto es especialmente complicado y puntual, dado que a alturas del 17 de noviembre de 2014, hubo una suspensión de las negociaciones de paz en torno a la guerra civil que lleva más de medio siglo en el país.

[3] Esta persona, para el lector extranjero o para el colombiano que haya vivido debajo de una roca desde el 2008, es Mariana Pajón.

[4] El nombre del actor se me escapa, lo lamento.

[5] Siendo el más prominente una alusión a Bernardo Gildardo alias “Carro Loco”, el personaje de la serie Pandillas Guerra y Paz (1997) protagonizado por Adrián Jiménez.

[6] El Near Death Experience, a pesar de su carácter sobrehumano y usualmente místico, se ha intentado estudiar de manera científica y controlada. Se ha descubierto que luego de la muerte cardiaca, hay una ventana de 26 a 30 segundos en la que el cerebro tiene un pico de ondas gamma, usualmente asociadas a la lucidez, mientras recibe y emplea su último suministro de sangre. Se desconocen los efectos en la percepción y la memoria que podría causar esto en los seres humanos, pero hay sugerencias de todo tipo, algunas de ellas deliciosamente exploradas en Flatliners (1990), sin que por eso deba tomarse como referente científico; para esto último hay otras fuentes.

[7] Sugiero ver, como premio de consolación, su página de IMDb.

El caso de la infame “Colección Studio Ghibli”

Unas palabras antes de iniciar esta reseña recalcitrante

Cargado de buenas intenciones para este 2014, asumí que sería una buena idea ponerme como propósito el comprar más cine y acariciar el fantasma de una industria nonata, ya sea porque no administro bien mi dinero o, más bien, permanezco incólume ante los altos precios que puede tener un DVD original de mediana calidad en este país. Hace mucho tiempo hablé sobre la piratería y el surgimiento de modelos más sencillos para ver películas en línea, y aunque me inclino a pagar un valor adicional por un producto hecho con esmero, cariño y calidad, no veo que sea posible hacerlo aquí en la mayoría de los casos. No es un dilema exclusivamente local, habiendo tenido la oportunidad de conocer ediciones locales en Argentina, la meca del diseñador gráfico colombiano (aunque preferiría no discutir mucho al respecto, so pena de perder mi barba a parches y sentir que se derrite el grueso marco de mis anteojos).

Para ilustrar mi ejemplo, con ese habitual tono obtuso y de petimetre beligerancia con el que ya me conocen, procedo a dar a conocer una reciente adquisición. Compré en Tango Discos (por la módica suma de $55.000) una de las dos piezas que componen la Colección Studio Ghibli/Hayao Miyazaki Master Works de Babilla Ciné, y si bien la calidad de los DVDs de esta distribuidora es cuestionable a un nivel de leyenda urbana, son más bien pocos los ejemplos que he visto discutir en línea, algo que puede corresponder también a mi escaso nivel de comprensión lectora y la inhabilidad de coleccionar revistas culturales. Son dos cajitas, una plateada con fuente negra y una negra con fuente plateada, y dado el enorme sesgo que tengo por Mononoke Hime, me fui por la negra. Después de todo, esto fue lo que me vendió el producto a primera vista:

P1180156

Miren nada más. No soy diseñador, pero tengo que reconocer con un mínimo de sensibilidad que la presentación de esa caja es de una ejecución limpia, directa y cautivadora. La elección tipográfica no es algo del otro mundo, pero va bien con la sobriedad y el esquema monocromático, nada chilla, y hasta el pequeño logotipo del anfibio embaucador se siente como en casa. El lomo de la caja reza la siguiente leyenda:

Babilla Ciné se enorgullece en presentar esta edición reúne cuatro de las obras maestras que hacen de este director una leyenda de la animación comtemporánea (sic). Descubra de la mano de Miyazaki y el Estudio Ghibli un mundo fantástico poblado de personajes encantadores y misteriosos, dibujado a mano, cuadro a cuadro, con el estilo propio e inconfundible de este artista japonés.

Además de enterarme que Babilla Ciné tiene un acento al final, no hay nada que me sobresalte. Es una descripción escueta, con la calidez con que se describe un libro de casas campestres de Villegas Editores. Con esto, siento que pagué mucho menos de lo que recibí, quién sabe qué maravillas me aguarden dentro…

Castillo en el Cielo (Castle in the Sky: Laputa/Tenkû no shiro Rapyuta, 1986)

Laputa - Babilla portada

“Studios”. Con un .jpg muy macheteado y una advertencia dentro de una burbuja amarilla que contraría hasta la mejor de las voluntades, la primera película en cronología es el recibimiento más crudo que puede tener alguien que abra este empaque con emoción. El texto del reverso de la caja, que rara vez traeré a colación, no tiene mayores inconvenientes más allá de la pseudo-Papyrus que no permite una lectura cómoda. Entre las muy escasas opciones del DVD y la ausencia de un screenshot diciente, hay algo que llama la atención: el idioma de la pista de audio se halla listado como “Inglés”, con subtítulos en español… Pero adelante, en la mencionada burbuja amarilla, dice “Versión en Español”, entonces, ¿A qué lado de la caja debo creerle?

Para los anaqueles de la curiosidad, la imagen de la portada es exactamente la misma empleada por la edición de Disney (bien conocidos por su deliberado maltrato a las propiedades de la familia Miyazaki) salvo por la completa remoción de Muska, por razones que no logro comprender con claridad.

Por dentro

Laputa - Menú Babilla

El menú principal, como podrán ver, es bien lesivo, aunque se debe abonar (si de algo vale) que se intentó emular el carácter steampunk/victoriano con una suerte de proyección via mutoscopio. Si me preguntan qué hace ese fotograma de Mi Vecino Totoro ahí, pues no podré responder nada. De acuerdo a las predicciones del reverso de la caja, el “menú interactivo” consiste únicamente en poder elegir entre la reproducción de la película o seleccionar la escena desde la cual la queremos ver.

Laputa - Edición Babilla

Qué fotograma tan horrible. La copia de la cual se obtuvo esta versión no es la de Disney, y no está en inglés, vaya uno a saber qué clase de .AVI mugroso es el origen de esto. Dura 120 minutos y no 124, aunque esto es en realidad una minucia. Sigamos.

Porco Rosso (Kurenai no Buta, 1993)

Porco Rosso - Babilla portada

Notamos en primer lugar que no hay consistencia entre el encabezado de la película anterior y esta, donde se reemplaza el “Babilla Ciné presenta una película de Studios Ghibli” con un simple “Studio Ghibli presenta”. A estas alturas ya no debe ser un detalle desalentador. La portada, una vez más, está impresa a partir de una imagen muy comprimida en un formato inapropiado, pero lo que más llama la atención es el texto acompañante que parece algo improvisado y escrito a la carrera: “Libertad, Vuelo y Aventura“, aunque es conmovedor pensar que la persona que diseñó este empaque en especial tuvo la decencia de ver la película y anotó un detalle salido del corazón.

Porco Rosso - Babilla reverso

El reverso es una especie de “mejoría” sobre la película anterior, ahora mostrando capturas de pantalla que no parecen sacadas de esta versión, como ya veremos, y con una sinopsis algo más amigable a los ojos. Hay una nota abajo, referente a la protección de derechos de autor, y es algo que me resulta algo irónico, gracias a la calidad regular de estas versiones. Ahora que tengo oportunidad de mencionarlo, espero perdonen la calidad de las fotos, y si no es tolerable, pues ojalá me contraten en Babilla.

Por dentro

Porco Rosso - Babilla menú

El menú de inicio es menos sucio que el de Laputa, por no decir más. La carencia de opciones ya se hace común, y en otro giro sorpresivo, se supone que esta es la versión aprobada por Disney, pero está en audio japonés, nuevamente con los subtítulos embebidos directamente en la pista de video. Parece que esto de fabricar y vender DVDs originales es más fácil de lo que yo creía.

“Mierda”, en efecto.

Lo que viene a continuación me fue difícil de digerir.

Princesa Mononoké [?] (Mononoke Hime, 1997)

Mononoke - Babilla portada

Con tilde en la “e”, vea pues. Queriendo sobresalir de sus predecesoras en esta mugrienta colección, la responsable de esta enloquecida compra ha sido dotada de una portada lo más de pintoresca, en una composición de fotogramas de la película y arte original que en mi vida había visto. En una inspección más cercana, se trata de la imagen de portada de la banda sonora original con Moro altamente editada, más una sobreimposición de Ashitaka cabalgando a Yakuru en la batalla después de su exilio (ver más abajo), y en el fondo se puede ver el título original de la película escrito en kana y kanji. Si alguien ha visto esta imagen de portada por ahí, en otro lado, estaría a gusto de que me lo hiciera saber.

Mononoke - Babilla reverso

Le dedico una mención especial a todo lo anterior porque lo demás es un retorno a la mediocridad. Vuelve la Papyrus, tanto al frente como en el reverso, y si hiciera falta mencionarlo, los screenshots tampoco parecieran pertenecer a la calidad de la película que hay aquí adentro. ¿A qué calidad me refiero?

Por dentro

Mononoke - Babilla menú

Este menú hasta ahora lleva la delantera para ver cuál de todos es más chirrete y hecho a medias. Al menos el de Laputa tenía espíritu, aunque estuviese viciado por pertenecer a esta serie de crímenes.

Esta película ha sido copiada bruscamente de la edición de Miramax, no está cortada ni omite partes importantes, lo cual es bueno, y los subtítulos (sí, embebidos) son la traducción al español de la famosa localización hecha por Neil Gaiman, que no es mala en sí misma, pero cabe admitir que es muy expositiva y en ocasiones redundante con lo que se muestra en pantalla.

Mononoke - Babilla 1

Asumo que tendré que comprar otra versión por aparte, si quiero disfrutar realmente de esta loable película.

El Viaje de Chihiro (Spirited Away/Sen to Chihiro no kamikakushi, 2001)

Chihiro - Babilla portada

Esta película comparte, junto a Mi Vecino Totoro, el honor de ser la droga de entrada hacia la obra de Hayao Miyazaki y de Studio Ghibli, en general, y por ende son las más populares y las que han recibido el mejor trato a lo largo del tiempo. Y no es algo que no se merezcan, ambas son muy buenas películas, aunque pueden leerme rezongando por el abultado culto que tienen, dejando otros filmes (y directores) en una relativa obscuridad.

Esto puede verse, si bien a medias, en el diseño de la portada, donde no se han atrevido a componer alguna locura a medias, y en cambio le han hecho un leve rediseño a la carátula original. Sobria, impresa en buena calidad e incluso con una pequeña nota de marca registrada por AMPAS junto a la estatuilla de la Academia, que detalle, hasta las miniaturas de plomo están asombradas. De todas, es la única que tiene un lomo decente y presentable. ¿Cuánto puede durar la fantasía de un producto bien hecho, Babilla? ¿Cuánto?

Vamos a darle la vuelta.

Chihiro - Babilla reverso

Ah, pero qué porquería. Ya fusilaron la portada y la versión seguramente está quemada de una fuente muy poco confiable, como en los otros 3 casos, ¿No podían tomarse la molestia de fusilar también el reverso? La sinopsis está escrita por el habitante de una mazmorra, a juzgar por la redacción y las mayúsculas, y pocas dudas me caben ya al pensar que se trata de la misma persona que ha diseñado todos los adefesios anteriores.

Por dentro…

Urggh - 1

Urghh - 2

Uff, qué falta de todo, a lo bien.

***

Ha terminado esta ofensa. Háganse un favor y NO compren esta versión, verán mucho mejor invertido su dinero si mandan traer las ediciones mexicanas. En general, no compren nada de Babilla Ciné, si aprecian sus películas y su dinero. Ha de tener un carácter lastimoso el leer toda esta tierra echada sobre una empresa nacional, pero no he conocido la primera edición de Babilla que sea bien hecha y compita con estándares internacionales. Cuando lo hagan bien, volveremos a hablar del tema.

Así pues, nos encontraremos en otra ocasión, estimados lectores, hablando largo y tendido sobre las cosas que más nos molestan del maravilloso, mágico y encantador mundo del cine. Hasta entonces.

The Third Year – Por qué escribir

vanDijk_Imove

Con todo lo que podría escribir acerca de un número que me agrada tanto como el tres (gusto derivado de alguna razón esotérica que aún no comprendo bien) mucho me temo que no tengo muchas guirnaldas para adornar la presente hoja. Es menos inusual que tras una larga pausa el siguiente escrito tenga como motivo alguna divagación, siquiera un nebuloso hilado de ideas que puede que disfruten leyendo, como puede que no.

Si quisiera darle un poco de orden a lo que quiero decir a continuación, lo mejor será iniciar con una anécdota trivial y de poca monta. Hace poco volví a usar Facebook con una cierta frecuencia, actividad que llevaba un par de meses en el entierro; y si bien sigue siendo la misma plataforma que muchos hemos aprendido a odiar, le puse atención a un fenómeno que anteriormente no había considerado en su totalidad, apenas si le guardaba opinión alguna: las listas de películas en Internet.

Hubo un par de desencadenadores, una amiga y alguien que no conozco (pero sin embargo tengo como contacto, porque estamos hablando de Facebook) colgaron en sus muros un par de listas. Listas inocuas, ni siquiera parecidas entre sí. Diría que estas enumeraciones no son malas o perniciosas en sí mismas, un inventario o una serie de referentes conectados permiten organizar y agrupar elementos en común a nuestros intereses, siendo altamente valoradas la puntualidad y la parsimonia. El problema nace cuando estas listas son redundantes o no tienen una estructura común, cuando intentan abarcar horizontes tan fatuos que se desparraman en mierdas inimaginablemente confusas. Algunos de ustedes ya las conocerán, y en caso de que no es muy fácil adivinar a dónde van.

Me llevó algo de tiempo construir con solidez lo que desprecio de estas listas particulares, su escaso e intrascendente aporte y, con mayor relevancia, el por qué siento que escribir es algo que debemos retomar. Se puede asumir de entrada que me siento en una posición de superioridad intelectual al separarme de esos divertimentos populares, y bueno, si no han leído el aviso de bienvenida que tiene esta página mucho me temo que no van a hallar mayor entretenimiento con unos sujetos dotados de la honestidad que confiere unas condiciones de eterna adolescencia e inmadurez. Pero antes de volver a los látigos que tanto nos gustan, me gustaría que leyeran lo siguiente:

Las 15 mejores películas latinoamericanas de todos los tiempos (Tomado de esta fuente), entre las cuales, arbitrariamente, se encuentra una película de Luis Buñuel, un director que, si mal no recuerdo, es español. Eso, o el hecho de calificar El Topo (1970) como “la única película latinoamericana con estatus de culto”. Estoy lejos de calificar a Latin Times como una institución creada ad hoc para cumplir con la fecha límite de una publicación y dotarla de cierta verosimilitud. No son sólo esas las cosas que me hacen sonrojar, sino que el mismo título del artículo deja ver que es un gancho fácil a la hora de atraer lecturas desprevenidas. No espero que la gente lea en la parada de bus un artículo de 1500 palabras sobre la evolución del cine silente alrededor de 1927-28, o de las particularidades de la música pop como un vehículo narrativo de la independencia emocional, ni mucho menos una exhortación a leer a Bill Nichols en su tiempo libre (aunque sería muy sensual si lo hicieran) pero al menos confío en que la curaduría de esa suerte de listas sea competente en un mínimo posible.

Pero ¿Con qué cara uno podría catalogar un puñado de películas como las mejores de todos los tiempos de todo un continente? Viendo más allá, me sorprende la osadía con la que fue construida esa quincena, cuando normalmente no es sino más de lo mismo. ¿Cuántos sitios y conversaciones más usted debería visitar, estimado lector, para saber que algún día de su vida tiene que verse The Godfather, Citizen Kane, Metropolis, Jaws, 2001: A Space Oddyssey o Battleship Potemkin,? Lo más divertido del asunto es que podría no hacerlo, porque estas películas (a menudo valoradas como ‘las mejores de la historia’) pertenecen a una parte del espectro, de modo análogo a como la luz visible pertenece al espectro de las ondas electromagnéticas. Haría falta más de una vida para poder ver todo lo que “vale la pena” ver, y con semejante mención también me estaría metiendo en las mismas aguas mugrientas que llevo varios párrafos vilipendiando.

Confío en que lo anterior me lleve al punto que quería abordar, tal vez en secreto o con escasa claridad, acerca de lo que nos mueve a a escribir. En últimas es el motivo por el cual nace Filmigrana y el blasón que nos enviste cuando queremos poner el alma en estos artículos dispersos, y asumo que mis compañeros me llegarán a perdonar si hablo por ellos en términos que no emplearían o considerando ideas que jamás se les pasaría por la cabeza. Nosotros no vivimos de esto, pero sí entregamos nuestros demonios y más perniciosos prejuicios como prenda de nuestra honestidad, temiendo que la oración completa pueda sonar bastante paradójica.

Hablamos de “otro” cine que no ha sido explorado y del que hace falta indagar, y no separo “este” y “otro” como un maniqueísmo, sino que ambos pueden estar muy cerca y ser muy diversos a la par, con lazos inadvertidos. No estoy haciendo una distinción de cine “comercial” y “arte”, distinción no sólo barata en demasía sino además indistinguible e inútil a la hora de separar lo uno de lo otro. Para nosotros Hellraiser V: Inferno (2000) merece tanta atención como Holy Motors (2012), y dado el perfil de esta última no cabe duda que ya se habrá escrito lo suficiente sobre ella, por lo que nos pesa más la urgencia (en un sentido muy vago de la palabra) para acudir a la primera. También hay otra manera de ver las mismas películas de los listados infinitos. Las infografías de John LaRue o el excelente Five from the Fire de The Pink Smoke son un par de ideas que se me vienen a la cabeza, pero hay todo un horizonte por explorar (y más aún por trabajar). Si las listas han de servir de algo que sea para llenar los vacíos contextuales, pero en lo posible preferiré algo que me haga preguntas o me lleve a indagar, a cambio de los lugares comunes y el silencio que propone lo obvio.

No queda sino adicionar a lo anterior la subjetividad de una vida diletante y cómoda como la que he tenido, dentro de un país en el que se viven procesos y rupturas que dejan ver un legado de poder y violencia que sobrepasa los dos siglos de independencia nacional*. Eso, y el alcance de una pequeña audiencia que emplea toda una diversidad de recursos para florecer el debate en Filmigrana, aunque sea entre las mismas 10 personas (y estoy siendo muy optimista con las cifras). No es algo que se llegue a hacer por nombre o reconocimiento, pero sentimos que la crítica es especialmente necesaria en una industria apenas naciente. Nos vamos a enfrentar a muchos insultos e improperios en los años venideros, si tenemos suerte de ser leídos, y los recibiremos con la misma entereza que hemos asumido las correcciones y las apreciaciones hasta ahora. Si les nace acompañarnos, serán muchos muros de texto e imágenes más para todos.

Let the show continue.

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*Sin querer apelar (por ahora) a las definiciones contemporáneas o pertinentes que se pueda tener sobre esa idea. Esto ya es lo suficientemente largo.

La Difícil, Desafiante y Deliciosa Realidad

Celebrando su aplicación como fórmula de redacción, resultona y difundida en su empleo, me preciaré de iniciar esta sentida nota con una anéctoda personal tangencialmente relacionada con el tema a tratar, rellenando de paso unos cuantos párrafos iniciales.

Mi habitación, desconocida por muchos de mis conocidos y precariamente amoblada, tiene un viejo escritorio de madera sobre el cual reposa mi fiel computador de escritorio (cómo me gustan las cacofonías), y frente a éste, con una devoción diaria y cercana a lo más pío, me siento todos los días para perder mi tiempo y contemplar algunos reflejos de mi vida con la ayuda de una pantalla LED de tamaño modesto. Mi trono es también humilde, aunque no deja de ser pintoresco en su propia categoría, consistiendo en una antiergonómica silla de madera con lona, que las clásicas giratorias de oficina me caen más bien mal y se dañan rápido con mis hábitos de uso. Hallándome tenso o inquieto suelo aprovechar las cuatro patas de esta misma silla para reclinarme, vulnerando el agarre que los tornillos tienen en la madera (aquellos tienden a roerla con mis movimientos) y produciendo un suave y cómodo rechinar que me hipnotiza, disuadiéndome de formularme preguntas acerca de la actividad que esté llevando a cabo frente a la luminosa pantalla en esos momentos de sónica efervescencia.

Hoy me senté en ceremoniosa quietud, evitando la tentación de reclinarme, y me quedé un rato mirando el calendario, con los ojos de un padre leniente y especial que reconoce sus arranques de crueldad y abandono. No pude resistir mucho tiempo en esa posición y, sorteando de nuevo con todas mis fuerzas el llamado de la madera que se pulveriza con sosegada lentitud (casi como dándome su aprobación para que la destruya a través de un uso que no fue el pensado para la silla que compone) me puse de pie, me miré en el espejo del baño y reconocí que había cambiado.

Por si la advertencia inicial fue eludida, lo anterior no fue el inicio de una noveleta urbana con ínfulas pseudo-intelectuales, aunque haya quienes consideran nuestras vidas como algo semejante. Dustnation y yo creemos en nosotros mismos, después de dos años de haber iniciado esta empresa que ha sacado lo mejor que tenemos como seres humanos y observadores de lo ajeno, en lo que se revela tras las pátinas de aparente esnobismo como la humildad y el deseo de aprender de aquellos que nos precedieron y cuyos relatos merecen ser rescatados, en un país que incrementa su atención y celo por la realización cinematográfica y la generación de cultura en general. La mayoría de nuestros lectores lo sabe, pero quien haya llegado un poco tarde a este abode podrá enterarse que el 18 de agosto de 2010 se ideó y creo este espacio de la misma manera que se construye una improvisada chabola en la ribera de un río o la ladera de una empinada montaña.

Somos jóvenes, se puede leer fácilmente a través de nuestras apreciaciones carentes de la experiencia que curte a los profesionales de la crítica (un oficio vilipendiado pero necesario en las parvularias de un arte), pero sin las vejaciones anímicas que caracterizan a quienes creen que lo han visto todo o que simplemente desquiciaron en su vejez, con casos que no vale la pena siquiera citar. Somos aventureros, también, y por nuestra mirada particular hemos planteado tan buenas discusiones como virulentos animismos, ninguno de los cuales es desaprovechado en función de aprender algo acerca de la mirada de nuestros lectores, algunos de los cuales podrían ser (sin que lo sepamos) nuestros más acérrimos opositores, sin que eso los haga detrimentales para el fomento de mayores y mejores discusiones. Infortunadamente también somos inconstantes, otro rasgo característico de la juventud, y en nuestro afán de ser diletantes y experimentar la vida en un amplio espectro, ocasionalmente hemos dejado de lado aquello que hemos llegado a considerar como esencial por la misma fuerza vital que impone y los espacios de reflexión que otorga. Con palabras no muy apropiadas y tal vez bastante edulcoradas me estoy refiriendo al Cine.

Fuera del misterio espiritual que se vive dentro de una sala de cine a oscuras, y en la comodidad de nuestras casas con un DVD proyectando una pieza inmemorial (o sencillamente absurdo y trivial en extremo) este es uno de los únicos espacios en los que hemos podido detenernos a respirar para pensar en lo que nuestras vocaciones implican, y observar como está entretejida la sociedad en la que hemos tenido la fortuna/desgracia de ser cultivados, sin olvidar los esfuerzos que hicieron centenas de individuos trabajando para una industria que a su vez es un arte, e intentando plasmar todo este espectáculo de destellos e ideas en un espacio medianamente coherente y abierto a la discusión. Seguro Dustnation hallaría una manera menos dulzona y divagante para decir todo lo anterior, pero nuestra empresa ha sido una marcada por el entusiasmo y el deseo de conocer, y hemos contado con la fortuna de encontrar almas afines que, bien en su rol de lectores dedicados o como colaboradores, han permitido la pulimenta de nuestras ideas y nos han dado una probada de la experiencia de escribir en y para cine, un evento en caliente muy difícil de emular en condiciones seguras.

Mas, con todo lo anterior no quisiera implicar que la hostilidad con la que algunas personas han expuesto sus puntos nos ha amedrentado hasta el punto de hacernos ceder nuestros butacos. Seguro, hay quienes se sentirán incómodos con las metodologías empleadas para describir ciertas obras del cine colombiano reciente, pero no renegamos de las vías como algunos expresan sus ideas, nosotros tenemos las nuestras e intentamos compartirlas para formar otras. Como lo iba apuntalando hace unos párrafos, es el espíritu de esta suerte de mocedad intelectual la que nos mantiene tan despiertos como desconcentrados, evitando que trabajemos con mayor ahínco en lo que consideramos como algo que vale la pena mantener.

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Y es aquí donde está, tomando prestadas y mutadas palabras ejemplares, ‘la Vieja en el Cruce de Caminos’, momento en el que observamos cómo deberíamos proceder ante este retoño con tanta salud y promisorias aptitudes. Para la mayoría de mortales, son las primeras décadas de vida en las que nos disponemos a crear un sinnúmero de proyectos y abrimos un número bastante amplio de vías y trochas, muchas de las cuales desaparecen bajo la hiedra del desuso y la falta de interés; han sido estos dos años, con sus pequeñas ausencias incluídas, suficiente tiempo para notar que esto no es ‘otro más’ de esos proyectos, guardando la fuerte esperanza de que con entusiasmo seguiremos atrayendo la atención de pocos (pero leales) lectores y redactores, impulsados también por nuestro evidente placer a la hora de escribir sobre cine. Tal vez sean patanes insufribles como nosotros, pero eso realmente será lo de menos.

Queda mucho por experimentar en cuanto a lo que escribimos y cómo lo hacemos, y en realidad se trata de un asunto de dedicación abnegada si queremos ver un atisbo de lo que nos espera al otro lado de las numerosas colinas por atravesar. Si hace falta establecerlo, nuestra búsqueda cada vez está menos inclinada hacia la fama y la popularización del sitio, pueden no contarle a sus amigos que vieron esto y saber, en su interior, que han estado leyendo los escritos de un par de maniáticos y su malsano troupé de amigos, pero nos importa más generar opiniones propias en quienes nos lean, motivándose a su vez a crear otros espacios de disertación en torno al cine y las artes con diálogos polivalentes y de orígenes diversos.

Mientras ustedes abren nuevas fronteras y hacen populares sitios web, nosotros seguiremos en nuestra pequeña tarea de redescubrir y reordenar nuestras experiencias, registradas aquí como una bitácora de exploración de más de un siglo de imágenes en movimiento. Costará trabajo, mucho trabajo, y habrá días en los que no llegaremos a casa a procrastinar, como es nuestra predilección, y en lugar de eso nos sentaremos, sin reclinar la silla o recostar la cabeza en una mullida almohada, y empezaremos a escribir y escribir, promoviendo el crecimiento de este espacio hasta que nos sintamos listos para emprender una nueva ruta, redimiendo por supuesto todo el trabajo hecho hasta ahora en artículos de 3000 palabras. Será difícil y nos privaremos de muchos ocios actuales, pero será fantástico, y en el fondo afrontaremos una pequeña pero crucial etapa de nuestras vidas, en la que sabemos que estamos comprometidos con una causa y conocemos bien esa causa, moviéndola como una alta prioridad.

Estoy alentado, tal vez demasiado emotivo y proclive a ser editado en la mayoría de lo escrito, mas no puedo evitar pensar cuánto he crecido, qué tanto se ha destrozado mi silla de madera y cuáles son mis nuevas voluntades para Filmigrana, queriéndolas aplicar ahora que tengo menos tiempo y energía para ello. Seguiría extendiéndome en lo que pienso como individuo, aquello que he aprendido y los temores de los que me he desprendido, así como aquello que he adquirido a lo largo de este corto pero sustancioso viaje; sin embargo, no habría mejor manera de comunicarlo que con un artículo de verdad, de aquellos a través de los cuales somos conocidos (e igualmente un par de desconocidos, aullando en el anonimato). Cerrando el artículo de manera pseudo-proverbial con una pequeña pasada de mi mano por mi inexistente barba, así funciona la difícil, desafiante y deliciosa realidad.

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… No, sin ese final tan deplorable que recién escribí, tengan ustedes la buena fe de seguir leyendo a estos patanes snobs, con toda la intención que tienen estos de continuar ofreciendo esa mirada agreste y no menos sincera sobre el cine que han visto, están viviendo y habrán de observar en un futuro, quién sabe qué tan lejano. Hasta una próxima y cercana ocasión, estimados lectores de Filmigrana.

“Menos da una piedra”, observando el panorama actual

Simultánea a la directiva de añadir nuevos artículos, tanto nuestros como de los colaboradores que a través de inescrupulosos engaños desinteresadamente nos aportan su material, se encuentra la aparición de este artículo, una pequeña pieza de meditación que, si no fuera por los caprichos de la administración de este espacio, valdría más situarlo en Monk’s que en cualquier otro lugar; y mucho menos en Filmigrana, aquel reputado espacio de elegancia y panache donde abundan las discusiones sensatas. Por supuesto que no.

Sin embargo aquí estoy, con toda la intención de plantear una pequeña reflexión de último minuto. Por cuestiones de tiempo, y también por nuestra ondulante voluntad, no se publicaron muchas cosas que se tenían planeadas para el mes de mayo. Varias de ellas no vieron la luz en ningún momento, y otras se quedaron en borradores perpetuos y versiones de evaluación, como muchos de nuestros proyectos. Dejando constancia de eso último, me abstendré de convertir esto en una sección de avances, aunque no por eso dejaré de hablar de situaciones actuales en materia de cine, que es lo que nos importa acá.

Es el mes de junio, y se viene una cantidad generosa de películas, muchas de las cuales recomendamos personalmente. Ya lo mencioné, no vamos a hablar de esas películas en concreto, pero si se me permite, voy a hacer unos apuntes sobre lo que pienso del ‘verano’ en las salas de cine colombianas. Todos ustedes, estimados lectores, sabrán acerca de la película nacional que se estrenó en carteleras este pasado viernes, y conocen (o intuyen) nuestra relación con similares películas producidas y/o escritas por Dago García. Mi Gente Linda, Mi Gente Bella puede llegar, con espacio a la discusión, a ser el epítome de todo lo dicho y escrito sobre la obra de este pintoresco autor, en cuanto a su retrato de la cultura y su concepto de nacionalidad. Y con aquel inciso de ‘espacio a la discusión’ no estoy siendo eufemístico, ya que el sólo hecho de haber empleado el término “autor”, incluso coqueteándole a la manida idea de auteur, sé que muchos se van a calentar sin remedio, y a lanzar acusaciones obscenamente detalladas acerca de cómo soy un hablamierda y un barato mercader de las palabras. Pero eso no es tan importante (o al menos no en este artículo), y preferiría seguir por el hilo que estoy intentando construir a estas alturas.

La sola sinopsis de la película se lee como una esquela conmemorativa de la ya difunta campaña Colombia es Pasión, donde reina el imaginario de la verraquera, el sudor y, entre otros punzantes términos, la malicia indígena con la que están dotados varios de los habitantes de este gorro frigio bañado en dos mares. También está en pie de discusión la naturaleza potencialmente negativa de ese sistema de valores que hemos asumido a través de una permeada cultura popular, y de cómo ese sistema permite que pasemos de largo muchos desagravios que, en otras latitudes, se considerarían altamente profanos e insolentes, porque está en nuestra naturaleza pasar por las malas y las peores, así como ser rumberos y tropicales nos pone de buen genio, y en linea de conga un gran et cétera. Pero eso último también quedará por fuera de este artículo, dándole pie nuevamente al asunto al que intento e intento llegar.

Porque, volviendo al carrete, no nos podemos mentir en lo fácil que resulta atacar un cine que fabrica estereotipos sociales a partir de la nada (podría estar empleando el término equivocado, espero alguien me corrija) y los establece como un estándar, y de las nutridas ganancias que generan esas mismas películas en fechas tan infames para el entretenimiento como lo son todos y cada uno de los 25 de diciembre de los últimos 12 años. Resulta siendo una diana gordísima la que hemos colgado a hombros de los responsables de este tipo de películas, pero ¿No resulta sospechoso lo fácil que sean esas denuncias ante los atajos que se toman esas narrativas? Incluso cuando el mismo Dago García admite que lo suyo es la comedia blanca y el entretenimiento, ¿No se está siendo muy extremo al negar el valor intrínseco de la realización de esas películas, dentro de lo que se espera que sea una sana industria cinematográfica?

Wow.

Me puedo estar metiendo en una camisa de once varas con esa última interrogante, porque ni siquiera en nuestro vecino país del norte (eje de exportación cultural como ningún otro se conoce en estas latitudes) se puede hablar de una sana industria cinematográfica: los estudios, bajo la jurisdiscción de los grandes conglomerados de la información, son bastante reticentes a producir propiedades originales o arriesgadas, y se aboga a las secuelas, reboots o adaptaciones de propiedades populares. E incluso eso mismo puede empezar a suceder desde este momento, siendo que estamos a punto de presenciar lo que, de acuerdo a mi memoria que suele fallar, parece ser la primera secuela directa de una película colombiana. Aquí también me refiero a una producción de Dago García, esta vez bajo el yelmo de Harold Trompetero (responsable de la primera), El Paseo y El Paseo 2 parecen subrayar esa idiosincrasia que, sin saberlo, hemos adquirido a partir de cultura popular, cultura que no hemos construído sino que más bien nos ha venido construyendo con el paso de los años, dotándonos de una imagen muy difícil de remover.

Tanto cultural como cinematográficamente estas películas suelen ser vilipendiadas por círculos a los que no soy ajeno, y queriendo volver a las interrogantes que planteé, ¿Por qué es tan fácil despreciarlas? ¿Qué hay en ellas que sacudan los ánimos de los cinefilines más diletantes? ¿Se trata acaso del abaratamiento de costes que implica el diseño de publicidad, espantoso cuando menos? ¿O es que el acceso a los equipos de avanzada de Canal Caracol hace aún más irrisoria la calidad con la que suelen estar rodadas?

Queriendo finiquitar primero unos compromisos pendientes, tengo sólidamente planeado verme Mi Gente Linda, Mi Gente Bella esta semana, sin falta. No quiero proferir catilinarias sobre esta película, tomando en cuenta que no sólo queremos continuar de manera placentera nuestras Impresiones de Cine Colombiano sino que además ya está mandado a recoger el reaccionario proceder del rechazo inmediato a una película; es algo estúpido, y sólo deja ver una actitud de molesta pedantería y falso conocimiento que eventualmente será devuelta a los autores, cuando estos quieran dar a conocer sus creaciones (Filmigrana siendo una de ellas, en nuestro caso).

Además, hablar basura de esta película es inútil, porque su productora seguirá ganando dinero con ella, y cuando se hagan secuelas, reboots y franquicias girando en torno a las colombianadas amparadas por las carimañolas con suero y el Divino Niño Salvador plotteado en una buseta, nuestros adjetivos y derisivos habrán caído en una profunda vatea, junto con los de otros miles que se quejan en vano mientras la cartelera continúa impasible. Intentaremos, más bien, deshuesar la experiencia fílmica y ver qué es lo que hay detrás, más allá de lo bueno o malo que pueda representar para nuestra incipiente industria. Que no sea un lomo para banderillas, aunque tengan por seguro que tampoco nos iremos a las caridades y elogios.

No neguemos que esta clase de películas hacen parte de nuestro país, por algo la gente se ríe (para bien o para mal) mientras las ve y ganan cantidades obscenas de dinero en el proceso; pero pensemos por un momento, ¿Qué podemos hacer todos para dar una visión más apropiada? Y ese todos es realmente incluyente, porque no hay actualmente cámara compacta de baja gama, artículo tan ubicuo como los televisores o (en menor medida) los celulares inteligentes, que no pueda grabar video en una definición decente. Y tampoco hay que decir que el cine se limita al celuloide 35mm.

Quienes estén hartos o con ganas de ver algo distinto, escriban sobre ese otro cine (un perezoso ejemplar aquí presente) o mejor aún, hagan su propio cine, actualmente ya está sucediendo y gente es lo que todavía cabe. Sean bienvenidos.

Trivia: ¿Cuándo fue la última vez que alguien vio a Sara Corrales fuera de una revista SoHo? ¿En la telenovela Vecinos, supongo?
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Ps: al cine de animación todavía le hace falta mucho trecho. Es una lástima que Gordo, Calvo y Bajito haya tenido una cobertura tan estrecha, pero no se puede esperar mucho de una película en la que (de acuerdo a reportes de una fuente muy confiable) la gente desertaba apenas veía que era de ‘dibujitos’. Realmente una lástima.

Cuevana (y una pequeña espina)

Estimados lectores de Filmigrana, para variar un poco mi línea de películas depresivamente recortadas y de créditos extirpados, quiero traer a colación algo que es simultáneamente un anuncio y un ligero cuestionamiento, digno de un columnista de opinión altamente precario. Anuncio, anuncio como tal… Es posible que no lo sea, para un sitio web que se encuentra en funcionamiento permanente desde octubre del 2009. Cuevana.tv es el niño prodigio de 3 argentinos que, con la intención de crear una plataforma de intercambio cultural, han diseñado un sitio web en el que se puede ver un enorme número de series y películas, tanto antiguas como recientes, sin mayor requerimiento que instalar un plug-in en el explorador de Internet. Tras la instalación no queda más sino buscar, en el campo correspondiente, el nombre de la obra que queramos ver y, con fortuna, estará ahí para nosotros, en una calidad sumamente decente y subtitulada en la gran mayoría de casos. ¡Fascinante!…

Ahm, bueno, qué bien“, ya susurarrán con algo de sorna varios de los que hayan leido las primeras líneas, ya sea porque conocían este servicio desde hace un buen tiempo, o bien, porque no hay mayor sorpresa o discusión que se le deba adjudicar a una página semejante, y leen este artículo mientras descargan Precious (2010) via torrent (desalmados). En cualquiera de los casos citados, más allá del disfrute y oportunidades que ello genera, el poder actualizarse en material que dificilmente llega a ciertos países no-industrializados o a usuarios sin televisión paga, en el caso respectivo del cine y la televisión, es de suponer que quedan ciertas interrogantes en un servicio como estos.

Parece informáticamente sano, en principio, porque no hay ningún servidor ruso implicado y la ausencia de campos de texto que piden direcciones de correo o números de tarjetas de crédito es sumamente recomfortante. En ese orden de ideas, podemos deducir que no se trata de un sitio lleno de warez, donde sólo los más avezados usuarios viajan “para llegar a donde ningún otro hombre ha llegado jamás.” Ahora, la pregunta con mayor relevancia puede venir siendo ¿Qué tan legal es?

Vale la pena cuestionárselo, al menos en un entorno donde las medidas de “protección de la identidad y los derechos de los usuarios” se han venido acrecentando hasta niveles orwellianos. El ejemplo viene primero de Europa, con el conocido caso de Pirate Bay y sus políticas de copiado y difusión de la información, apoyadas por lo que puede decirse que es el Partido Pirata; en Francia se creó la deleznable ley HADOPI especificamente para regular el tráfico y acceso a la información mediante la red, así como cerciorarse de que los creativos recibiesen reconocimiento financiero por las obras cubiertas por sus derechos de autor y castigando a los infractores de ésta con el bloqueo de su acceso a la Internet, sutileza al poder; España tuvo una movida bastante álgida con la creación de la Ley Sinde, que fue (y es vista) como una acción de crecimiento económico sostenido, ajustando los ingresos de los autores cuyas obras circulan en la red. En esta parte del globo los ejemplos los vienen dando Chile y Colombia, en este último caso representado por la Ley Lleras, un dudoso proyecto que pretende apoyar a los autores a que remuevan sus creaciones de la red apelando a los Proveedores de Servicio de Internet y a los juzgados después, si consideran que sus derechos han sido vulnerados de alguna manera.

Pero qué jaleo con todo esto, ¿Por qué limitar el acceso al conocimiento a tantos individuos como sea posible, mediante estos procedimientos tan megalíticos? Si hablo desde la perspectiva del cine en general, se trata de un mercado muy frágil y que requiere una fuerte cooperación de los usuarios finales para que exista un sostenimiento, y por eso hay países como Colombia en los que no existe una industria cinematográfica propiamente dicha. Cuando la gran mayoría del público está en su casa, con una película cuya carátula ostenta un diminuto Demonio de Tazmania en alguna esquina, seguro que hay más de un individuo perdiendo dinero. “Ah, pero es que esa gente está tapada en plata“, puedo escuchar por otro lado, pero podríamos estar hablando de las producciones que pertenecen a los grandes conglomerados de la información en Estados Unidos, ¿Y qué hay del cine independiente, y de las producciones nacionales? Esta discusión ya es mucho más lodosa, y posiblemente merezca otro apartado.

No se sabe, por lo pronto, si el dinero que los creadores de Cuevana obtienen a partir de la publicidad se emplea para pagar regalías a los autores materiales y creativos de las obras ahí enlazadas. Probablemente no. Pero es necesario enfatizar que el portal sólo provee los enlaces para el streaming/descarga de los archivos, algo que también hacía cierto foro de la Argentina algo más infame, Taringa!, cuyos responsables se hallan actualmente judicializados. No quiero generar sentimientos innecesarios de culpabilidad, pero ¿Como podemos disfrutar de nuestros tejidos favoritos si no estamos colaborando directamente con los responsables del telar? Es ciertamente complejo, sobre todo si se piensa que podemos ver Black Swan* (2010) de Darren Aronosfky unas meras semanas después de que ésta haya salido en cartelera en su país de origen, sin mencionar que aún le faltarían meses para llegar a tierras sudamericanas.

En un punto de cierre (?) a este carromato de palabras insensatas y febriles, quisiera hacer una acotación a un interesante caso de violación de derechos de autor: el estudio de programación ruso Ice-Pick Lodge, responsables del videojuego The Void (2008), notaron que su más reciente creación había sido colgada en el homólogo siberiano de Pirate Bay, Torrents.ru, y su disposición frente al hecho fue la de comunicarse via foro con quienes habían descargado el juego, abrieron un hilo de Preguntas más Frecuentes y alentaron a los usuarios a que comprasen el juego original, sólo en caso de que les haya gustado realmente. Ejemplar y notorio, así debería ser el orden de las cosas.

*Descarga finalizada*

Que lo anterior no detrimente un par de visitas al remarcable sitio web, porque la presentación, la accesibilidad de los contenidos y la variedad de los mismos es algo digno de verse, independientemente del juicio legal o moral que se aplique.

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*En un tema pertinente a la piratería descarada, Dustnation considera que esta película es un remake bastante flojo de The Red Shoes (1948) dirigida por el fantástico dueto de Michael Powell y Emeric Pressburger y Perfect Blue (1997) del gran Satoshi Kon. En un próximo artículo de nuestra autoría posiblemente se sepa el por qué.