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Sobre celuloide, digital y video en general. Tipologías varias aquí.

Quentin Dupieux: Rubber (2010)

Donde Quentin Dupieux sale del baúl del carro y toma el volante.

“Why is the alien brown?” “No reason.”

Mr. Oizo, reconocido DJ francés, llevaba ya tres álbumes de estudio antes de volver a ser Quentin Dupieux y escribir y dirigir Rubber. No es su primera incursión en el cine, ni la última; pero sí quizás será la mas memorable. La trama es sencilla: una llanta toma vida y rueda por el desierto californiano acabando con todo lo que encuentra a su paso, ayudándose con sus poderes telequinéticos. Desde su inicio, la película y el realizador se lavan las manos de cualquier explicación de racionalidad, aludiendo a que muchas de las cosas en la vida y el cine no tienen explicación. Es un discurso frentero que parece ser dirigido a nosotros, la audiencia, pero con el tiempo revela su público auténtico, una pequeña audiencia que existe dentro del mismo filme (haciendo, por supuesto, las veces de nosotros los espectadores reales).

Si algo suena raro en todo esto es porque es raro intencionalmente, pero una vez más las palabras del filme pesan y resuenan: No hay necesidad de buscar razones, solo hay que mirar. Solo hay que mirar a un público mirando a lo que parece ser una obra de teatro desarrollándose frente a sus ojos (o binóculos).

¿De qué me perdí?

Volvamos, sin embargo, a aquello que de verdad nos concierne: Robert. Le conocemos desde que se levanta de aquel basurero y aprende a rodar libremente por el árido desierto. Anochece y él descansa, al igual que los observadores desde lejos. Amanece y él se levanta para toparse con la carretera. Allí ocurre el primer contacto humano: la bella Sheila pasa en su convertible y Robert trata se aproximársele. Sus intenciones son similares a las que tuvo con el conejo del día anterior, pero al ver su intento frustrado Robert muestra lo mas cercano a un sentimiento en toda la película (a parte, eso sí, de la ira que desea (y logra) descargar hacia todo lo que le rodea): una fijación que llevará a nuestro héroe al motel donde se estaría quedando la mujer en cuestión.

¿Una llanta no debería flotar?

Es allí donde el resto de la historia se desarrolla. Aparecen nuevos personajes, unos mas importantes que otros, y tienen contacto con Robert, unos mas cercano que otros. La excepción es un joven maltratado que trabaja en el motel para, aparentemente, su tío, y quien nunca duda de lo que es capaz Robert.

La policía, tras encontrar a uno de los suyos dado de baja, está montando ya una búsqueda del villano. Si el punto de la película es que la historia, bajo la atenta mirada de unos pocos, se desarrolle, entonces lo mas lógico es que las autoridades hagan lo posible por encontrar aquel fugitivo perdido. Al mando de nuestro amigo del monólogo inicial, el teniente Chad, se planea una redada del motel, plan que finalmente no se lleva a cabo porque se recibe la noticia de que algo le ha pasado al público. Y si no hay público ¿para que seguir? Bueno, ya todos pueden irse.

¡Pero no! Un minuto.

Alguien aún nos observa! La historia debe continuar. El teniente no parece muy contento, pero no hay nada que hacer, mientras hayan observadores se debe seguir, y si no hay mucho mas que contar, concluir.

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Rubber es particular en más de un sentido. Al verla por primera vez se proyecta cómo una obra de cine de terror/comedia que poco a poco ha ido ganando popularidad. Existen ejemplos tan de clásicos (cómo lo son The Rocky Horror Picture Show y Hausu) y existen modernos y mas conocidos (cómo Grindhouse y Hobo With A Shotgun). Las influencias son notoriamente visibles en la obra, y por momentos parece un tributo a sus predecesoras (gracias al carácter meta del filme). Para quienes hayan visto Scream de Wes Craven recordarán todas las veces que los personajes referencian películas de miedo y discuten que harían de estar en una. Craven y Dupieux son plenamente conscientes de los muchos clichés presentes en las películas de terror adolescentes y no solo deciden no omitirlos: los adoptan en historias que, por momentos, parecen burlarse de si misma. Esa es la grandeza de Scream y, sin querer encasillar allí a Rubber, vemos similitudes en como se aproximan al problema.

Las actuaciones no son las mejores (con la clara excepción de Stephen Spinella que logra su papel de Teniente/Vidente de gran forma), y puede que esto sea a propósito (aunque lo más probable es que no, resultan demasiado caricaturescos). Esto no importa mucho, y el guión rico en silencio y el brevedad ayuda bastante al concepto. La puesta en escena es fantástica, con varias escenas de Robert rodando de un lado a otro con naturalidad, su movimiento realista y único al mismo tiempo.

Gaspard Augé.

El seudónimo Mr. Oizo no es borrado del todo y se le atribuyen en los créditos la banda sonora (junto con Gaspard Augé, el 50% de Justice). Lo que logran es memorable: canciones que van con el tono de los distintos momentos de la película pero sin tomar protagonismo; y el trabajo del departamento de sonido es igualmente destacable, usando sonidos naturales y extra-diegéticos que ambientan cuando hay ausencia de música. La mayoría se asemeja a los mejores momentos del músico-no-director Mr. Oizo.

El resultado final es para el beneplácito de todos (todos aquellos que les guste este tipo de cine). Rubber podrá no redefinir el género, pero sirve (bastante bien) como entrada a un espacio donde el cine de terror se deja de tomar tan en serio (gracias Saw), y en el que Quentin Dupieux aprovecha todas las ventajas que el hacerlo trae.

Píldoras de Higiene Mental #2

Como sabemos, se acerca el fin del año (y del mundo), y es por eso que he decidido compartir con ustedes tres cortometrajes animados cuya relación con estas festividades es totalmente nula. ¡Feliz año 2012!

Nota del editor: recuerden, para abrir los videos en YouTube sólo hace falta hacer click en el vínculo, se abren en una pestaña nueva.

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Munro

Dirección: Gene Deitch

Escrito por: Jules Feiffer

Año: 1960

Jules Feiffer (Revísenlo, es una orden…) y Gene Deitch (“Tom y Jerry”) unen talentos y producen este conmovedor y escueto cortometraje sobre un niño y su vida en el ejército que les merecería el Oscar® al mejor corto animado en 1961.

The Skeleton Dance

Dirección: Walt Disney

Animación: Ub Irweks

Año: 1929

Este extravagante y sobrecogedor cortometraje es una muestra clara de la creatividad y la experimentación presentes en la animación norteamericana de principios del siglo XX. La crudeza en la animación, lejos de ser un defecto, resulta siendo un complemento para el efecto general de la pieza.

The Old Mill

Dir: Wilfred Jackson

Año: 1937

Partiendo de una idea muy simple, este magistral cortometraje logra transmitir emociones reales; además de introducir algunas revolucionarias técnicas de animación que luego serían ampliamente utilizadas. Ganador del Oscar® al mejor corto animado en 1937.

¡Que sean muchas píldoras más para todos ustedes!

Mario Ribero: Mamá Tómate la Sopa (2011)

Son las 10:45 PM y acabé de llegar de una sala de cine, mis estimados lectores de Filmigrana, con una llama en el corazón que me resulta difícil de ocultar. Es un fuego vivaz y no muy luminoso, tal vez similar al que generan las estufas de gas, mas este gas es pútrido y envilecido, de coloración pálida y enfermiza porque sí, como lo pueden leer en el título, estuve en una sala de cine viendo el último engendro del Canal RCN. Nadie me obligó con un revólver a ir y ver esa película, mucho menos a escribir estas líneas, y si algo sabemos bien en este sitio es que la gran mayoría de las películas tienen algo adentro, fragmentos valuables y reflexiones sobre una época, un lugar o una sociedad en particular, a pesar de las claras distinciones que se puedan establecer entre la idea o intención original y el producto terminado. Proseguiré la marcha con ese fuego iluminando mi tristeza, con la confianza de que apenas acabe este escrito se haya disipado en un mínimo el abuso al que me sometí.

Ejemplo de tales remanentes, de intención y mensaje, es mi análisis anterior sobre Silencio en el Paraíso, algo obnubilado y carente de bases sólidas debido a mi largo hiato de inasistencia a las salas oscuras, aunque igual se habla de una película que evidencia un deseo de comunicar y dar a conocer a partir de la narrativa de ficción. Esta vez no hablaré sobre el Brasil, los neorrealistas o esos asuntos tan bellos y sensibles. El presente caso, dirigido por un veterano de telenovelas y culebrones de la franja Triple-A, es sumamente especial e insólito en varios sentidos. Para un hombre que lleva muy poco de haber empezado su recorrido de apreciación y admiración cinematográfica, no guardaba en mi memoria una película que no tuviese conexión con absolutamente nada, y que fuera el negro reflejo de un abismo creativo muy pródigo en torturar las nociones de tiempo y espacio, sin mencionar la de una simple narrativa en sí. Esto tiene méritos. De antemano sabía que este 25 de diciembre sería memorable, pero ¿Son estas las lamentables proporciones?

Es un hito en la historia del cine de nuestro país porque, de acuerdo a las más innobles tradiciones, todos los 25 de diciembre desde hace doce años se estrena una comedia blanda y ligera de la mano de alguno de los reconocidos empresarios que viven de ellas, nombres conocidos en el medio como Harold Trompetero y Dago García, por citar a los más prominentes; lo particular de esta ocasión se halló definido en la posibilidad de elegir una de dos películas para ver el día festivo, cada una producida por uno de los dos canales privados con los que actualmente contamos, léase Caracol Televisión y RCN. Ambas películas son dirigidas, producidas, escritas e interpretadas por personas demasiado habituadas a las telenovelas, un notorio producto de exportación nacional, y esos resultados se resienten en pantalla, llevándonos a imaginar que veremos una telenovela de dos horas.

“Un hijueputa que nadie tiene motivos para querer y aprender de él, ese es nuestro protagonista, carajo” Mario Ribero, a lo largo de 5 años de trabajo en este proyecto

No he empezado a hablar acerca del argumento, debido a que en mi estilo de redacción suelo ponerle subtítulos imaginarios a los párrafos, antes de escribirlos. “¿De qué trata esta película?”, originalmente debería ir acá, pero fue una interrogante inceremonialmente reemplazada por la siguiente pregunta retórica: “¿Trata sobre algo esta película?”, porque muy a pesar de las sinopsis impresas y digitales, el trailer escueto y lo que les pueda decir como testigo de la inanición espiritual del Sheol, no hay algo que pueda responder con fidelidad.

Compré una boleta convencido en que vería la historia de Vicente Vaca (Ricardo Leguizamo), un “cuarentón” mantenido por su madre (Consuelo Luzardo pagando deudas) y buen vividor de un barrio tradicional de Bogotá, ya que ese es el único espacio diegético que existe en estas películas y la deducción llegó gratis. Vicente conoce a Cristina Melo (Paola Turbay, en su regreso a la memoria colectiva de nuestra nación), quien acaba de montar una peluquería en el barrio y juntos se complementan, debido al infinito e imposible amor del colombiano promedio al que va dirigido este sainete de 93 minutos, poco tiempo como para que el oleaje de la mediocridad me pueda afectar. Lo que obtuve por mi dinero no sólo fue algo distinto, sino que era muchísimo peor de lo que esperaba.

A cambio del storyline anterior me dieron una carne magra y dura, muy similar a la que los sobrevivientes de la famosa novela de Piers Paul Reed, “They Live!”, prueban al comerse entre sí. Es la historia apresurada de Ricardo Leguizamo, pagado para recitar unas líneas y responder temporalmente al nombre de “Vicente Vaca”, quien aparece en una cama antes de ser generosamente consentido por Doña Berta (Consuelo Luzardo pagando deudas) y nos muestra un poco de lo que sería la vida de eterna e injustificada manutención de Vicente, o al menos eso nos vemos presionados a imaginar si fuese escrito por alguien que conviviera con seres humanos. Claudia Liliana García, infortunadamente, no es una de esas personas.

Le sigue un puñado de viñetas, diría que muchas para lo tediosas que son pero muy pocas para explicar quién demonios es el protagonista. Ricardo/Vicente se masturba en la ducha, posiblemente en una sola toma, y a través de un diálogo descaradamente expositorio de telenovela conocemos, de inmediato, el arribo de “La nueva peluquera del barrio”. Las palabras intercambiadas sólo sirven para explicar menudamente lo que sucederá a continuación, sin dar un mínimo atisbo acerca de las personas que las enuncian. Aquel que deberíamos conocer como Vicente llega a la peluquería, instalada en un apartamento perteneciente a un barrio tradicional de Bogotá (¿?), lo cual sobra decir que es sumamente inverosímil, y ahí se encuentra con Paola Turbay, a quien de buena suerte llaman Cristina, y tras un breve y absurdo diálogo que una vez más se esfuerza (muy poco) en impulsar la secuencia de imágenes, aparentemente ambos quedan con una muy buena impresión del otro; él porque es un cerdo inmoral tetas culo bogotano tetas, y ella porque Claudita tenía que salir temprano a hacer diligencias y, “bueno gente, empezamos a rodar mañana”.

De sopetón descubrimos que Paola tiene un emplasto para la calvicie como parte de su negocio ‘todero’ y Ricardo se suma tímidamente como voluntario del tratamiento. Tiene una erección durante el masaje capilar, suena una bossa nova de saldo y mi cerebro empieza a trabajar con fuerza, porque sabe que todo esto lo llevará a algo terrible.

“Claro que la película tiene continuidad, cuando se acaba una lata de cinta la siguiente empieza de un saltito” Un tipo que andaba por ahí, y lo nombraron Editor.

Como si nadie tuviera prisa, la película logra dilatar los 96 minutos originales y convertirlos en un tapiz interminable de efectos comédicos inmediatos, música engorrosamente inapropiada y muchos bostezos, producto ya sea del deterioro mental que llegué a sufrir o bien, porque las secuencias apenas si están empalmadas entre sí. Es una comedia, pero no por eso tiene la licencia para sacar situaciones de la manga, con el único fin de hacer uno u otro comentario sobre sus personajes (sic), lo que al final lleva a que el guión se muerda la propia cola y viole las reglas construídas dentro del universo diegético, por lo que se asume que ninguna acción tiene una consecuencia tangible o un efecto, ya sea dramático o comédico. Se espera que haya incluso una identificación con esa planta de insufribles, pero ni siquiera hay un esfuerzo por realizar una mínima investigación, posiblemente debido a que estos guiones se empiezan y terminan en una conversación que emula una peluquería, muy lejos de una de verdad.

Por algún motivo hay secuencias que son innecesariamente largas, como cuando Ricky (olvidé el nombre del actor, pero sé que es un tipo miserable), el hijo McGuffin de Paola Turbay, toma el carro que está a nombre de Vicente y conduce a su novia a una fiesta surreal en alguna esquina genérica de la ciudad. Es algo que no dice absolutamente nada, aunque en la maligna intención de sus realizadores puede venir siendo algo análogo a “Como para que los chinos de las familias señalen y se rían, qué chimba hermano 😀 La hicimos“. En otro momento hay una especie de fiesta electrónica que da bastante grima, a pesar (o tal vez a causa) de la grúa de cámara montada en locación.

“¿Foquista? Jajaja, compré un petaco de pola con esa plata” El director de fotografía

Y con todo, siguen siendo secuencias rodadas con el más premuroso de los afanes. De todo el equipo de producción sólo el nombre de Javier Hernández se me queda grabado en la memoria, particularmente por su trabajo como foquista y porque no me quedo corto al enunciar que jamás fue a trabajar. No hay composición fotográfica, cortando arbitrariamente pedazos de actores y ensalzándose en planos que mantienen con fidelidad el voto de mutismo lúgubre. Si se habló de los diálogos ennervantes, hizo falta mencionar la lenta cadencia del doblaje y la calidad genérica de este. El apartado sonoro en compañía de la música gratinada y de stock que pertenece a Monsieur Periné*, una banda que confieso no hallarle ni un poco de gusto, turbó mis oídos en los momentos más incómodos de esta presentación de diapositivas.

Como ya lo mencioné este largometraje tiene el mérito especial de ser completamente atemporal en el peor sentido de la palabra, sin ningún tipo de reflexión creativa o estética sobre nada en particular, pero aunque Ribero se haya esforzado bastante en desprenderle todo subtexto o substrato imaginable (entiendo lo mucho que cuesta, Mario), queda informe y etéreo el falocentrismo cavernario y los comentarios nada sutiles sobre la sexualidad. Y al final, cuando Paola logra promover su dudoso producto para la calvicie, vemos lo único que se parece a un mensaje en toda la película: un comercial de telemercadeo en el que se pone dicho producto a la altura de todas las cremas de excremento y bálsamos similares, un producto que al final resulta siendo una delusión, un nefasto timo. De manera muy autoconsciente, la película nos sugiere que si seguimos como estamos, seguiremos viendo esta clase de producciones para los años venideros.

A lo largo de la proyección, y en especial al final, me sentí sumamente solo y miserable, no porque me identificara de alguna manera con el protagonista de este absurdo y prolongado cortometraje universitario; el efecto se debió a que, a pesar de la chabacanería y los chistes pueriles sobre penes, nalgas y sopas de lenteja, nadie se reía en la sala. La concentración de estrés y enfado llegó hasta mí sin ninguna clase de traba, cuando supe que tenía que vivir este penoso calvario hasta el final que no se veía venir. A pesar de los inconvenientes, sigue siendo una manera textual de ver cómo no se hace una película, como arruinar el material fotosensible desde el primer momento y hacer sentir a sus espectadores como tarados, víctimas de abusos y maltratos, para al final dejarlo todo como estaba al principio. Darle sopa a mamá, una manera pasiva-agresiva de mantenernos fieles a la tradición cinematográfica nacional.

¡Hey, qué bien!: El Mercedez-Benz que el argumento menciona como “Modelo 64” se halla en decente estado.

Emhhh: los double-entendres sexuales relacionados con los masajes, al principio son una herramienta aparentemente propia del universo diegético, pero no tardan mucho en tornarse cansinos, como casi todo lo relacionado con este producto.

Qué parche tan asqueroso: no están inscritas en la película per se, pero estas citas acerca de su realización no distan mucho de las frases en comillas y negrilla que he situado a lo largo de este artículo. Extraídas de esta nota del diario El Espectador me precio de ofrecer un par:

Mario Ribero: “Quise hacer una película para mi país. Yo nací aquí y no puedo hablar de otra cosa”

Claudia Liliana García, la guionista: “Era necesario ir al hogar, pero no con chistes sino con un humor inteligente”

Qué ratas. No vayan, por favor.

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*Averiguando un poco más en el citado artículo, hasta donde el enfado me lo permite, me entero que Monsieur Periné en realidad toca al ritmo del jazz manouche, algo relacionado en algún nivel con Django Reindhardt, y elementos de ritmos latinoamericanos. Al final suena como una bossa nova muy simple, y el hecho de musicalizar esta película tampoco la lleva muy lejos. Lo lamento por los fans de la banda, pero así percibo el panorama.

Irwin Winkler: The Net (1995)

Tengo la (¿desafortunada?) oportunidad de comenzar algunos artículos con una cita del filme. En el caso particular de esta pequeña trilogía del internet noventero (compuesta por la presente, You’ve Got Mail y Disclosure), la estrategia había funcionado bastante bien, ya que la primera frase dicha en ambos trabajos ilustraba de inmediato el componente tecnológico que hacía parte fundamental de sus respectivas teorías sobre la red. Ninguno de los dos resultados es estupendo, pero ambos son productos fascinantes (sí algo fallidos) que al adjuntar el multimedia a su narración complejizaban lo que de otra forma habrían sido simples curiosidades de género y época. The Net, una película espantosa desde cualquier flanco que se le vea, rompe esta sana tradición al comenzar con un hombre de cuello blanco, aparentemente importante y preocupado discutiendo vagamente algo que le concierne. No es de ninguna forma una diálogo memorable, pero sí lo es la acción que le sigue inmediatamente: El hombre se vuela los sesos (luego de hablar con su hijo por celular, tacto ante todo) frente a la famosa escultura de Washington The Awakening, donde Neptuno lucha por no ahogarse entre las praderas del East Potomac Park. El hecho de que esta enorme y magnífica escultura sea incluida en el corte final es lo más contundente de la escena: no por el encuadre plano, ni por el enjambre de pájaros que le rodean, sino porque no existe razón alguna, metafórica o literal, que justifique su presencia. Simplemente está allí porqué sí. Mejor resumen de The Net no puede existir.

Pero demos un par de pasos atrás y veamos quien diablos creyó que esta película sería una buena idea: Para empezar tenemos a su director, Irwin Winkler. Winkler, un exitoso productor de carrera con varios éxitos y triunfos a sus espaldas (incluyendo Raging Bull, Rocky y They Shoot Horses, Don’t They?) se adentró en la carrera de dirección con un par de filmes aceptables con Robert De Niro en el papel principal, siendo estos Guilty By Suspicion y Night And The City. Ambos, a pesar de no ser obras maestras, tenían un módico de ambición y originalidad (especialmente el primero, que trataba a grandes trazos el Macarthismo en el cine). Evidente desde sus primeros pasos, no obstante, era el hecho de que Winkler no era un director particularmente visionario u original, y su trabajo actoral era competente si no sutil. Pero mientras ese par de filmes tenían guiones logrados y concentrados en crear personajes realistas y narrativas complejas, el combo detrás de la maquina de escribir en este caso no parecía tener mucho interés en ese tipo de nimiedades, fueran lógica, tensión o desarrollo. John Brancato y Michael Ferris, los responsables, habían comenzado su carrera con pequeños guiones de terror y ciencia-ficción como Watchers II, The Unborn y Mindwarp, pero este fue su primer trabajo anidado en el centro de la industria hollywoodense. El resultado monetario fue chocante: 22 millones de presupuesto (invertido más que nada en salvapantallas de 8-bit en la casa del personaje principal) se convirtieron en un poco más de 110 millones de dólares a nivel mundial. Gran parte de dicho éxito debe ser atribuido a su ya algo conocida estrella, Sandra Bullock, cuyas capacidades actorales nunca alcanzaron sus atributos físicos.

Atributos físicos que definitivamente no son de un hacker, por cierto.

Lanzada al estrellato por Speed en 1994, Bullock había tenido papeles de mediana importancia en la infame Demolition Man, el horrible remake gringo de George Sluizer de su propia The Vanishing y The Thing Called Love de Peter Bogdanovich, pero The Net confirmó la simpatía del público mundial con esta simplona pero hermosa heroína (simpatía que sigue vigente más de 15 años luego de su primer gran golpe). Bullock, a pesar de verse rodeada de adversidades como Angela Bennett, una absurda y brillante hacker con cuerpo de modelo cuya alimentación está compuesta de pizza de anchoas y vino rojo, no logra en ningún momento interesarnos por el futuro de su blando e ingenuo personaje, que no es del todo su culpa pero que su sosa actuación ayuda a cementar. Soltera, asocial y en busca del hombre perfecto (“Captain America meets Albert Shweizer”, buena suerte con eso), su trabajo consiste en aislar virus de programas recientemente creados en el boom de la computación (incluyendo Wolfenstein 3D). Bastante solitaria y confinada a los límites de las salas de chat (sans pederastas), Bennett recibe un diskette (los 90s en su apogeo) con la página web de un grupo de ¿Trash Metal? llamado Mozart’s Ghost (aparentemente diseñada por y para un niño de 5 años), que es a su vez el MacGuffin de mierda que pone a rodar la trama. ¿O lo hace?

Un colega hacker llamado Dale le guía hacia la esquina del display de dicho website donde un pequeño símbolo de pi (π) brilla, y al darle click abre la caja de pandora de un internet psicodélico, binario y lleno de pop-ups, algo preocupante y desconocido en igual manera y que lleva a planear una cita para discusión de dicho programa. Sin embargo, esta cita nunca se concreta, ya que esa misma noche Dale estrella su avión privado (¿cuanto dinero gana un puto diseñador, por cierto?) contra un par de columnas y este explota en cámara lenta en una bola de fuego rojizo gracias a un poco de sabotaje cibernético. Angela, convenientemente, toma el primer avión que puede hacia Cancún y se dedica a continuar hackeando en vestido de baño frente a una hermosa playa mexicana. ¿Y a quién conoce en dicha isla de la fantasía sino al hombre de sus sueños? Así es, en pantaloneta negra y con peludas pantorrillas mojadas, como Jack Devlon hace su primera aparición en pantalla (Jeremy Northam, a años-luz de distancia de Gosford Park).

En una isla de Spring Break, para ser precisos.

Hablemos por un momento de Jack Devlon, hacker, asesino, y ciber-terrorista profesional. Tras haber entrado en la vida de nuestra protagonista por lo ojos (dicen los superficiales) ayudándose con un cuerpo ejercitado, un suave acento británico y un modem, Devlon logra invitarle a comer y, tras una romántica caminata por la playa con la ya alcoholizada Angela, un ladrón de poca monta le roba su cartera. El aparente príncipe azul sale corriendo detrás de él, a lo que pronto descubrimos que SE TRATA DE UN PSICOPATA ENVIADO A POR EL VIRUS, y el antes-sensual-ahora-demencial inglés procede a, 1) buscar furiosamente el diskette de Mozart’s Ghost en la cartera, 2) encontrarlo, y 3) llenar de tiros al mexicano frente a él. Un par de planos después se encuentra con la inconspicua Angela (que no puede esperar a quitarse las bragas) en el medio del mar en un lujoso yate, y tras asegurar el diskette y cambiar de cartucho (¿que clase de asesino gasta tantas balas?), se dispone a matarle y botarla en el medio del océano. ¿Por qué? Bueno, en parte porque a los guionistas y al director no podría importarles menos, pero además porque el villano es un puto loco.

Su libido, comprensible pero poco profesional, se interpone en su camino y los dos tienen sexo a la luz de la luna mecidos por la suave marea. Una vez la brisa se hace muy fuerte, Angela se pone la chaqueta de su pareja de coito y encuentra en los bolsillos internos la maldita pistola con silenciador. Al ser confrontado Devlon argumenta “It’s for shark fishing”, pero pronto su calmada fachada de Don Juan cede y descubre al maniático-con-contrato-terrorista debajo: “And if you’ll excuse me, it’s time to make the world safe for democracy”.

Que rata.

Ahora, todo lo anterior puede leerse como subjetivo, incluso ridículo, pero este es el tipo de eventos que rigen la película (vale la pena darle una escuchada detenida pero necesaria al estupendo podcast de los genios de We Hate Movies sobre la presente). Acciones ocurren, palabras se dicen, pero nunca avanzamos hacia ningún lado. El formato siempre es el mismo. Luego de la lenta y aburrida exposición, simplemente se sigue la misma fórmula una y otra vez (y otra vez, y otra vez): Angela está en problemas, escapa en el último minuto, pero nada en su situación ha cambiado o mejorado y el mundo sigue siendo igualmente peligroso. Este formato impide por obvias razones que el filme avance más allá de un primer acto, cíclico e impasable, y todos los personajes secundarios que intentan ayudarle (su madre psiquiátrica internada en un asilo, su sórdido y desagradable ex-novio interpretado por Dennis Miller, que también tuvo un pequeño papel en Disclosure) vayan saliendo de forma poco glamorosa y sean, a la larga, verdaderamente inconsecuentes para la trama. Con una duración de 114 minutos (60 de los cuales quizás son necesarios) The Net es un filme laborioso de presenciar, y ni siquiera por su baja calidad, sino porque nunca hay nada en juego, algo notorio en el trabajo musical de Mark Isham, cuya música es excesiva en todo sentido posible (compuesta de coros, piano, techno, violines y bajos al mismo tiempo) para compensar la ausencia de emoción real.

Pero al menos estos 114 minutos dejan ver una perspectiva, aunque una bastante discutible, sobre la presencia del Internet en la vida moderna. Es claro, por ejemplo, que ninguno de los involucrados con el proyecto tiene idea alguna de cómo diablos funciona la red, pero sí hay una vena recurrente de paranoia gubernamental que está mejor argumentada por Chris Carter en The X Files o por Harry S. Truman en la guerra fría. Para Winkler la presencia del internet es Orwelliana, pero su falta de eficacia lleva a una suerte de Orwell para niños que simplemente plantea problemas superficiales frente a las auténticas complejidades del cambio que propone este tipo de conectividad interactiva. Una de las consecuencias que ilustran esta falta de análisis viene de los temas que el filme escoge retratar: robo de identidad, conspiración por dinero, vuelos retrasados, medicamentos cambiados. Son todos hechos, concisos y simples, que no llevan a ninguna conclusión fuera de ‘El internet es peligroso si no lo tratamos con cuidado’. Mientras Videodrome de David Cronenberg, Adoration de Atom Egoyan, e incluso las dos previas partes de esta trilogía no-oficial apuntan (con variantes grados de éxito) a los dilemas de la transformación de nuestras vidas mediados por una tecnología que evoluciona demasiado rápido para ser comprendida en su totalidad, The Net apunta a crímenes menores, infracciones, multas y robos. Y lo peor de todo, ni siquiera lo hace interesante.

También, errores ortográficos.

Hiroyuki Okiura: Jin-Roh (1999)

Me siento sumamente apenado con Dustnation, porque en el espíritu de las Citas a Ciegas esta maravilla de oriente habría encajado a la perfección, de no ser por una consideración errónea que tuve mientras visioné este fantástico y subvalorado filme de animación japonesa, aunque los motivos de esto último son relativamente fáciles de explicar, ya llegaremos allá. La primera vez que supe algo de Jin-Roh (literalmente “Hombre Lobo”) fue a alturas del año 2001, gracias a una vieja revista española llamada Otaku, en la que mencionaban la película y hablaban de ella confusamente como una alegoría a Caperucita Roja, algo que no logré entender muy bien o posiblemente no quise averiguar, dado que estaba embelesado con el ominoso y sólido diseño de los trajes de combate que portaban los personajes de la película, algo que difícilmente se escapa de la memoria. No la conseguiría sino hasta mucho tiempo después, ayudado en parte por las facilidades de la vida digital.

Sin embargo, me hallo algo líado para hablar de una franquicia que nació en formato de radio drama (un formato de ficción muy popular entre los años 70’s y 80’s, tanto acá como en Japón) pasando por varias iteraciones en cine “live-action”, manga y curiosamente, una única entrega en animación, que es lo que nos atañe.

Sorprendentemente, lo que se ve en pantalla no se parece nada a lo que se entiende por “anime” hoy en día. Un triunfo.

Como punto de partida debo decir que Mamoru Oshii es un japonés completamente desquiciado* que, además de haber dirigido varias películas y series exitosas de anime (entre ellas Urusei Yatsura (1981-1984), subversora de un género antes de que este existiera), es un amante de los perros, por lo que resulta esclarecedor que le haya puesto el nombre “Kerberos”, como el can guardián del Infierno, a su saga de policías con pesadas armaduras de combate y conductas lupinas. Tras haber dirigido la genial y de culto Ghost in the Shell (1995) Oshii solicitó apoyo a la productora Bandai Visual para financiar Jin-Roh, un guión que cierra la trilogía fílmica de Kerberos, el cual tenía planeado filmar desde hace mucho tiempo con actores de carne y hueso; no obstante, la productora revisó las dos películas precedentes de la mencionada trilogía y le dieron luz verde, con una pequeña condición.

De facto, la condición fue la de NO dirigir la película en lo absoluto, viendo los desastrozos resultados en taquilla de The Red Spectacles (1987) y Stray Dogs (1991), sin mencionar que el carácter sleeper semi-surreal y el humor negro reinante podrían ser factores para tales fracasos. Se le encomendó la labor de dirección a Hiroyuki Okiura, animador profesional y mano derecha de Oshii, y aunque este escribió el guión de Jin-Roh no se le permitió añadir o alterar algo apenas empezara la producción. A continuación, un pequeño recuento de por qué deberían ver esta subvalorada obra de animación.

A pocos instantes del inicio la historia nos es revelada: en una línea de tiempo paralela, en la cual Alemania ocupa Japón en lugar de los EEUU después de la Segunda Guerra Mundial, el país del sol naciente empieza a reconstruir lentamente su economía tras la devastación del conflicto. No obstante, a alturas de 1950 el acelerado desarrollo y crecimiento de las ciudades crea condiciones de miseria excepcionales, lo que genera descontento en la población y estalla en numerosas revueltas urbanas que terminan sofocando el alcance de la policía para mantener el control. El ejército está vetado de inmiscuirse en asuntos de orden público, por lo que el gobierno japonés opta por crear una unidad paramilitar que funcione como el brazo inclemente de la ley. Estos son la Unidad Especial, los Panzer Cops, unos magníficos bastardos.

“Todo bien”

Casi que al mismo tiempo del nacimiento de la Unidad Especial se crea un movimiento revolucionario de lucha armada, SECT, con una agenda política bastante fuerte y una metodología muy poco ortodoxa. Los enfrentamientos entre estas dos facciones transforman el paisaje citadino en un inquietante campo de batalla, algo que enfurece aún más a la opinión pública, obligándola a tomar una vía alternativa. Un montaje en paralelo nos explica esta relación de fuerzas, en la que durante una fatídica noche unos manifestantes han ocupado una calle y no parecen muy dispuestos a ceder a las unidades antimotines de la policía regular, mientras que en algún otro lugar de la ciudad una adolescente en una parka roja sale de su casa, precavida, encontrándose con unos hombres en una alcantarilla. “Mira, esto es para tu abuelita”, le dice uno de ellos, mientras le entrega un maletín con un listón blanco; con mucho tacto nos acaban de presentar a un grupo de militantes de SECT y a una ‘Caperucita Roja’, encargada de hacer recados entre los diversos frentes del grupo. ¿Qué llevas en tu canasta? Una puta carga explosiva.

Un pequeño diálogo nos orienta que los dos grupos de policía -la Unidad Especial y la Metropolitana- no se “pisan las mangueras” y permanecen fuera de sus respectivas jurisdicciones, aunque esto evidentemente es fuente de tensión, especialmente al ver que los que tienen que recibir los cócteles Molotov son los miembros de la Metropolitana, miserables sin armaduras indestructibles. Nanami Agawa, la pequeña Caperucita Roja llega a su destino y le entrega el maletín a su contacto, quien tiene algo de prisa para darle una probada. La carga es empleada como se esperaba, hiriendo a un buen número de policías en el proceso, y mientras estos empiezan a repartir gases y macanazos, a la Unidad Especial se le designa interceptar envíos adicionales de bombas y cócteles. A sabiendas que la red de alcantarillado es un lugar perfecto para hacer esta clase de diligencias, miembros de SECT se desplazan a través de éstas con un enorme cargamento, y todo parece ir bien hasta que se encuentran, en una encrucijada de caminos, con los Panzer Cops de la Unidad Especial, que los han venido husmeando como canes hambrientos (le agarré el juego a Oshii). Adivinen cómo termina el encuentro.

“COME HERE!”

Nanami ha escapado por poco de lo anterior, pero la unidad de Panzer Cops llega a ella con prontitud, y es acorralada con una carga explosiva en sus manos. Uno de ellos le apunta con su ametralladora MG42 y, en lugar de disparar, le plantea un interrogatorio expreso. La estrategia no funciona muy bien, y en su lugar la joven Caperucita Roja detona la carga y estalla en mil pedazos, volando con ella un transformador de electricidad. Vaya, al parecer no era la protagonista.

Con este agitado inicio se da la excusa perfecta para conocer a quien parece ser el verdadero protagonista de esta historia, Kazuki Fuse (cuya voz la otorga Yoshikazu Fujiki, quien ya había trabajado en varias ocasiones con Oshii), un cabo de la Unidad Especial y el hombre que estaba justo al frente de Nanami antes de que explotara. Salvo por una contusión no sufre daños graves, aunque es penalizado por haber permitido que explotara la bomba, cuyo consecuente apagón permite que los manifestantes escaparan de una pequeña dosis de brutalidad policial. A pesar de que no se sabe nada de su vida personal, Fuse da la clara impresión de ser un hombre entregado a su trabajo como Panzer Cop, aunque le inquieta haber titubeado instantes antes de la explosión, y la memoria de la joven difunta lo persigue. Mientras intenta despejar su conciencia en una caminata conoce a la joven Kei, quien guarda una impactante resemblanza con Nanami, y aquella le aclara las dudas a Fuse diciéndole que es hermana de esta, pero no guarda ningún resentimiento contra él, incluso sabiendo que es un Panzer Cop. Lastimosamente esto no disminuye las visiones del cabo reprendido, y de hecho las torna más violentas y fuera de lugar.

“Maldita sea, ¿Podrías dejar de aparecer mientras entreno?”

El argumento, con suma elegancia, presenta una maraña de sospechas y personalidades ocultas con un toque bastante noir, dando lugar a persecuciones automovilísticas, tiroteos en un museo en medio de la noche y, acaparando la atención, el ominoso conflicto entre los altos directivos de la policía que quieren acabar con la Unidad Especial, e intentarán atajar a Fuse… O al menos eso es lo que podemos percibir, si es que las apariencias no engañan. Afortunadamente Jin-Roh, la película, tiene un disfraz excelente y amilana las más básicas expectativas que podamos tener con respecto a ella, construyendo un ritmo que vertiginosamente asciende hasta un clímax que perfora por completo.

El apartado musical es bueno, pero no resulta imprescindible y cede su debido espacio a la animación, lo suficientemente fluída y limpia para no perder la atención durante los momentos más “lentos”, y haciendo más vibrantes las secuencias de acción. Dadas las raíces de la saga, la atención al detalle y la caracterización son algo que se alejan de obras de animación dirigidas a públicos más jóvenes, los personajes parecen japoneses y son bastante variados, y el diseño de las armaduras es un deleite, sin importar las condiciones de poca luz en las que suelen figurar. A pesar de pertenecer a un universo tan vasto, el argumento no atosiga al espectador de información (aunque hay referencias que completan el contexto, un deleite por aquí).

Cuando se es un brutal ultra-policía nunca es buen momento para ponerse sentimentales.

En cuanto a tratarse de una alegoría, o incluso un recuento, de Caperucita Roja, a lo largo de la película hay varios elementos que dan fe de esto, algunos de ellos ya los he comentado acá mismo y otros son una delicia de descubrir por cuenta propia. La versión del cuento que se menciona diegéticamente es Rotkäppchen, la de los Hermanos Grimm, aunque tiene numerosos elementos de la versión propia de Charles Perrault y otros que figuran en fuentes mucho más antiguas, como el detalle de la armadura que se desgasta (lléveselo a casa, Mrs. Catherine Hardwicke). La relación queda muy clara al final, aunque como venían siendo los cuentos de hadas de antaño, la moral tenía una prevalencia mucho mayor al final feliz.

Resulta penoso al final saber que las otras iteraciones de la trilogía podrían haber sido igual de geniales, de no haber sido por el cinismo incontrolable de Mamoru Oshii, siendo este hombre el mismo que hizo de Ghost in the Shell algo de lo que se pudiera hablar fuera de los círculos de aficionados al anime que pasa desapercibido en América. Aunque nunca vayan a ver las películas que le preceden, lean los mangas o siquiera aprendan japonés para escuchar los radio dramas, esta película encapsula la ética de la franquicia entera y, con todas las referencias históricas al Japón de postguerra que arroja, además de la viciada historia de amor y el suspenso a través del cual mueve a sus protagonistas, puedo decir con certeza que es una película que más de un público podría disfrutar. Igual, se la voy a pasar a Dustnation, seguro que la disfrutará aunque no tenga la oportunidad de escribir sobre ella.

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* En pro de este punto, sería agradable que viesen el trailer de Tachiguishi-Retsuden (2004), también conocido como Tachigui: The Amazing Lives of the Fast Food Grifters. Es una maldita chifladura. Por otro lado, Oshii es el responsable de la serie corta de ciencia ficción Dallos (1983), considerada como el primer OVA u Original Video Animation de la historia, todo un hito.

Neil LaBute: The Shape Of Things (2003)

“You stepped up over the line.”

Los rápidos y agresivos tambores de guerra de “Lover’s Walk” de Elvis Costello inician “The Shape Of Things”, el quinto filme del director, dramaturgo y provocador profesional Neil LaBute, justo antes de su giro violento hacia territorios cinematográficos desconocidos (cuyos resultados han variado de mixtos a traumáticos). La efectividad musical de Costello hace parecer la canción una simple entrada, un gancho incluso, para atrapar nuestra atención desde el comienzo, acompañada de una pantalla negra y créditos simples en cursiva, pero lo cierto es que no podría haber obra musical más apropiada para los siguientes 95 minutos: Es un presagio de las desgracias por venir, y al mismo tiempo una advertencia.

La advertencia siguiente, por supuesto, viene en la forma de la primera línea de la película, tímidamente pronunciada por Adam (un regordete Paul Rudd, apto y caricaturesco), un estudiante de literatura que trabaja medio tiempo en el museo de su universidad y que encuentra tras los linderos prohibidos de una estatua renacentista a Evelyn (Rachel Weisz, estupenda), una estudiante de arte lista a graduarse y a vandalizar la presente obra de arte. ¿Sus motivos? Es una afirmación en contra de la censura, que en los tiempos remotos de Formicelli había sido obligado a cubrir su pene de mármol por motivos religiosos y morales. Es la forma de las cosas, dice Evelyn, la que siempre ha irritado a los mojigatos. Pronto la disruptiva Evelyn se ha hospedado muy adentro del interés de Adam, y este le pide su teléfono de inmediato. Evelyn accede, y con pintura de graffiti deja su número en el forro de la chaqueta de cazador ruso de Adam.

The thing.

Esta escena, con exactamente los mismos actores y el mismo espacio pero un director distinto (Rob Reiner, Joel Zwick, Nora Ephron), ha sido la catalizadora de enésimos filmes románticos o melodramáticos con tórridos romances, relaciones idealistas y alocados y peculiares personajes secundarios. En las manos de LaBute es un estudio frío y calculado del orden del mundo. Es sencillo, y la mayoría de sus trabajos auténticos traen luz a su pesimista perspectiva: hay personas fuertes y hay personas débiles, y las fuertes se aprovechan a como de lugar de las débiles.

En la relación que nos concierne Evelyn es evidentemente la dominante. Pronto Adam está cambiando de vestuario, bajando de peso, recurriendo a cirugía estética menor y sus inseguridades parecen sanar lentamente gracias a la confianza revitalizadora que le inyecta su contraparte de forma sexual, mental y verbal (“Why would you like me?”, pregunta Adam, “Fucking insecurities”, responde Evelyn). Adam le presenta a sus sorprendidos amigos conservadores, los prometidos Jenny (Gretchen Mol) y Phil (Frederick Weller), la primera puritana y el segundo un puto imbécil, en ocasiones demasiado exagerado cómo para parecer un personaje real. Para ser justos, los personajes son por momentos arquetípicos, lo que curiosamente no va en detrimento de la narración. LaBute no pinta su oleo con pinceles delgados sino con brocha gruesa, pero el impacto de su obra sigue siendo igual, sí un poco menos agradable.

Sexo Oral Filmado = Brochazo.

Los temas que LaBute escoge tocar en esta ocasión son especialmente jugosos: relaciones y arte. Mientras su perspectiva pesimista vela el primero (¿Son la opresión y la sumisión necesarias para el amor?), las discusiones que propone para el segundo son estupendas, especialmente contrastando las reacciones de dos personalidades tan distintas cómo la de Evelyn y las de Adam, Jenny y Phil. Al traer a colación el tema del vandalismo, ¿Cuál es la diferencia entre vandalismo y afirmación? ¿Es que acaso hay una diferencia? O el performance: Evelyn regaña a Adam por no entender la presentación de una amiga suya que pinta retratos de su padre con sangre de menstruación. ¿Es en realidad cuestión de entendimiento, o la experiencia sensorial y visual es suficiente? ¿Puede ser esto vanguardia? ¿Debe ser algo privado solamente privado? ¿Qué sí escogemos mostrarlo, sigue siendo en ese caso privado? La mayoría de estas discusiones son demasiado subjetivas para ser algo más que bizantinas, pero hacernos las preguntas es lo más importante. Son estas opiniones, aparentemente banales y superficiales, las que definen nuestro pensamiento al ser respondidas de forma honesta, y este a su vez nos forja como individuos.

Las consecuencias de la relación entre Evelyn (Evelyn Ann Thompson, EAT) y Adam son la más interesantes de todas las reflexiones propuestas por LaBute: La velocidad y seriedad con que se construye la relación llevan a que Adam pierda lentamente lo que le hace único, pero su transición hacia la normalidad es tanto trágica cómo celebrada. “I made you interesting”, dice Evelyn luego del brutal clímax, hecho confirmado por Jenny que no puede esperar a dejar a su futuro marido por el mucho más atractivo Adam (que al final parece el Paul Rudd al que nos hemos venido acostumbrando). Pero este cambio físico y de espíritu responde también a las responsabilidades del arte, algo que Evelyn (“There is only art” ) considera superior a todas las cosas vivientes que le rodean. ¿Qué tan lejos es muy lejos? ¿Cuál es la línea, y porque está trazada allí?

En palabras de Phil: “This is fucked.”

Comenzando su trayectoria fílmica en 1997 con “In The Company Of Men”, un agresivo tratado sobre las políticas sexuales de oficina que lanzó merecidamente a Aaron Eckhart al ojo público, la obra de LaBute está dotada de una evidente vena de misantropía (en ocasiones, sólo misoginia) que recorre y nutre su trabajo. Su siguiente trabajo “Your Friends & Neighbors” (1998) expandió y complejizó los temas que trató en su opera prima hacia un reparto más grande (capitalizado por un sociopático Jason Patric), mientras su tercera película “Nurse Betty” (2000) adoptó algunas de sus preocupaciones teatrales (siempre fiel a sus orígenes, sus obras de teatro siguen siendo tanto punzantes como prolíficas) y las tamizó para un producto más comercial (al igual que con la aburridísima “Possession” del 2002), pero su filo característico se ha ido perdiendo progresivamente en la translación.

“The Shape Of Things” es especialmente valiosa al ser el último vestigio fílmico de la crudeza que hace de LaBute uno de los mejores dramaturgos modernos. No obstante, es entendible que su acidez y agresión escrita no se traduzca del todo a 35 milímetros, sin importar que tan fuerte llegue a ser en las tablas (no juega a su favor su escueta estética y su plana fotografía). Este filme asimila dicha crítica y propone un contraste interesante y muy diciente sobre la naturaleza de su estilo, contraste entre dos polos opuestos en forma más no en contenido: Elvis Costello explora las relaciones a través de líricas fascinantes y ritmos pegadizos y LaBute explora las relaciones con un puño en la cara y encuadres frontales. Ninguno de los dos tiene razón. Ambos tienen razón. Todo es, diría Evelyn, subjetivo.

“Only indifference is suspect. Only to indifference I say Fuck You.”

Colbert García: Silencio en el Paraíso (2011)

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Una corta y ladrilluda introducción a esta sección sin nombre fijo

Con todo el autoimpuesto descaro que nos caracteriza hay algo que debemos aceptar como mal hecho a lo largo de nuestra corta existencia como sitio de observación cinematográfica, y es que hemos dejado casi que a un lado la producción de nuestro terruño, ya sea porque somos pocos y no tenemos tiempo para cubrir tantas áreas de interés, o bien porque al final de cada año nos invade una ponzoña que inhibe nuestras capacidades de apreciación (tiene nombre propio, que lo sepan todos). No se trata de que, por cuestiones de esnobismo, sintamos una predilección por lo extranjero; factualmente admitimos que nos gustan muchas películas colombianas, no sólo realizadas durante el resurgir de los 70’s-80’s y tampoco limitadas a la escena de Cali (la de mayor experiencia en el campo, quepa anotar), ya que desde el trabajo de Felipe Aljure, pasando por Víctor Gaviria y tocando Garras de Oro (1927) nuestro espectro de estima se mueve, no sin pocas gripes en su trayecto.

Diría, en lo personal, que lo más difícil de ver y hacer cine en este país es lidiar con la inmadurez técnica y conceptual, producto de décadas de desarrollar (un puñado de) filmes con el mismo contenido y nivel de complejidad de un pasquín turístico. No hay nada de problemático en eso, países tan disímiles histórica y contextualmente como Italia y Brasil, por citar dos ejemplos semi-arbitrarios que luego volveré a traer, pasaron por un período de realización inane y blanda, acotados apenas como un pie de página en los más incisivos textos de historia del cine: la Comedia de Teléfono Blanco y las producciones de los estudios Atlântida respectivamente, usualmente son pequeñas referencias y estadios de transición. Gracias al empeño y a las circunstancias en las que se vieron nacer, con casi una década de diferencia entre sí, desde los años 40’s y 50’s el Neorrealismo Italiano y el Cinema Nuovo se transforman en referentes obligatorios de las vanguardias de posguerra, y son el sol de horizonte que indica la transformación del panorama cinematográfico mundial, hasta entonces controlado por el sistema de estudio.

Aunque la transformación parece afectar buena parte del globo, en Colombia quedamos como los hermanos menores, queriendo imitar las andanzas de nuestros semejantes más ‘grandes’ (si me siguen la metáfora) sin mayor éxito, y aunque La Cueva de Barranquilla se toma el atrevimiento de realizar un cortometraje como La Langosta Azul (1954), son pasos que alguien como Dziga Vertov ya cruzó con mayor agilidad 30 años atrás.

Bueno, ya, ya, hablemos de la película por favor

Click acá para ver el trailer en YouTube

Considero necesario lo anteriormente dicho para entrar con algo más de propiedad a hablar de la obra que nos atañe, y decir que la fortuna nos sonríe mientras estamos cruzando la pubertad de nuestro cine nacional (¿Sigue la metáfora en pie?). No tengo nada en contra del documental, pero concuerdo con un noble académico en que Silencio en el Paraíso lleva mejor su mensaje en forma de ficción argumental. La película aborda el tema de los Falsos Positivos, un aterrador choque que se llevó el país cuando a alturas del 2008 se supo de la desaparición forzada de jóvenes en localidades y municipios deprimidos, los cuales fueron sumariamente ejecutados y presentados luego como bajas enemigas.

Silencio, tras una escena de sólo audio y a pantalla negra, sitúa el tono del argumento y nos presenta a Ronald (Francisco Bolívar, con un garbo de adolescente improbable), un joven que hace perifoneo a lomos de un enorme y característico triciclo en el barrio El Paraíso, cuyas generosas panorámicas recuerdan, más por elección estética que por similitud espacial, a los memorables grandes planos generales de Rodrigo D: No Futuro (1990) de Víctor Gaviria. Ronald, con arrollador entusiasmo, se da mañas para ganarse la vida y sostener a una apática familia, y dedica su tiempo libre a ganarse el corazón de Leidy (Linda Baldritch, con una hoja de vida curiosamente similar a la de su coprotagonista) quien no le corresponde mucho, debido a que su cuota de problemas la mantiene a raya de emitir siquiera una sonrisa. La cotidianidad del barrio se ve interrumpida cuando una misteriosa mujer (interpretada por Esmeralda Pinzón) llega al barrio ofreciendo unas no-menos misteriosas ofertas de trabajo, y Ronald pasa buena parte de su tiempo intentando conseguir una vacante, con resultados más bien esperados. Un matón del sector (Alejandro Aguilar), encargado de cobrar vacuna a sus vecinos en compañía de sus amigos de poca monta, se harta de la situación en la que vive y también se ve involucrado en las trágicas ofertas de trabajo.

Como ya lo mencioné atrás, la elección de ficción argumental como vehículo para narrar la historia es muy acertada y llevada a buen puerto. El montaje final hace un buen trabajo de profundizar en los personajes que más valen la pena y, salvo por una que otra secuencia y esos mal llamados “tiempos muertos”, aprovecha los 93 minutos para cerrar todo lo que debe cerrarse y dejarle preguntas al espectador de diversa índole. Algo que no resulta tan verosímil (al menos para el espectador local que pueda apreciar las diferencias) son los diálogos, y en lo que parece ser un esfuerzo deliberado para obtener el equivalente de la calificación PG-13 en las salas nacionales, se han escrito con una pulcritud y sintáxis que no se relaciona mucho con el parlache o slang del contexto en el que está inspirada la historia. Eso sí, lo anterior se puede poner en tela de juicio gracias a las escenas de sexo, unas cuantas desperdigadas a lo largo de la trama.

Hay numerosos planos acertados, que más allá de funcionar como homenajes a películas de la talla de Roma, Ciudad Abierta (1945) tienen su propia carga simbólica y dramática, lo que compensa en cierto modo las innecesarias y redundantes líneas de algunos personajes principales en situaciones muy puntuales, que al intentar hacer una suerte de meta-reflexión (disculpen el término obtuso) terminan rompiendo la sutileza y suspensión de la incredulidad que la película venía construyendo con tanto esmero. Los actores de reparto, que no dudo que sean naturales, hacen un muy buen esfuerzo para apersonarse de su papel, aunque las ya mencionadas limitaciones del guión hacen de su habla algo pausado y en ocasiones risible.

La mezcla de audio es sorprendentemente limpia, y aunque el sonido diegético sea una de las mejores tarjetas de la película, la música incidental tiene un efecto que me resulta difícil describir; la pista de los coros cumple su cometido (la persona con quien ví la película la encontraba ligeramente difícil de soportar) pero se abusa un poco de ella y, como con los diálogos solemnes, figura como fuera del lugar en algunas escenas.

Colbert García puso una muy completa investigación al servicio de una idea lúcida, y la ejecutó con notable destreza, tratándose de una ópera prima. Con una sana expectativa aguardaremos saber más de él. Por lo pronto, no permitan que el tiempo pase y denle una oportunidad aún estando en cartelera.

¡Hey, qué bien!: Ronald, un personaje eficazmente construído, sinceramente importa qué es lo que le sucede a lo largo del argumento.

Emmh: los diálogos apologéticos y las reflexiones de los personajes, eso se le puede dejar al espectador en una bolsa para llevar.

Qué parche tan asqueroso: la actuación de Pedro Palacio en su papel de militar subyugado/confundido con poder, pone el chiste y la gracia donde no son bienvenidos.

“En esta cadena de hijueputas… No se sabe quién es el más hijueputa”

Recomendada.

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Un agradecimiento especial a las personas que me invitaron a ver esta película, en solitario jamás habría tenido la iniciativa para empezar a disfrutar en su debido momento el estado actual del cine colombiano. Les debo este y los artículos por venir.

Píldoras De Higiene Mental #1

La vida nunca será fácil y todo mundo tiene sus propios problemas, algunos peores que los demás; lo cierto es que para muchos frágiles internautas cuasi-autistas, la tristeza es una emoción cuasi-permanente; y las motivaciones son casi siempre tan pequeñas e insignificantes  que me hacen concordar  con los mayores al burlarse de esta infantil generación.

Desde sus inicios, el cine ha estado lleno de vidas arregladas y alegradas, los personajes de las películas muchas veces tienen un final feliz (e improbable en la vida real), y el feceto que las películas tienen en el público es casi siempre electrizante. No son pocos los que terminan de ver una película y se sienten bien en seguida.

A lo largo de su existencia, el medio ha rebozado de un júbilo por la vida que no tiene fin a la vista; su siglo de vida lo ha transformado sin duda (algunos dicen que el cine está muerto) y su impulso inicial ha desembocado en otros medios que siguen sin embargo transmitiendo ese gozo original. Internet uno de ellos. Así pues, el cine está hoy a disposición de más gente que nunca antes en su existencia, y sin embargo, muchas de las mejores películas pasan desapercibidas como olas en la mitad del océano, dejando de servir a miles de almas quejumbrosas (o mequetrefes consentidos) que tal vez quieren descubrirlo pero no saben a dónde mirar.

Y aquí llega Filmigrana.

En este espacio contribuiremos a la experiencia apreciativa del cine de nuestros lectores quitando cualquier clase de excusa para que no lo hagan, estas pequeñas píldoras son cortometrajes, viejos  y recientes, por autores reconocidos o desconocidos, que consideramos dignos de su tiempo, ya que logran ofrecer profundas reflexiones y/o máximo entretenimiento en poco tiempo y esperamos alegren sus vidas, si bien no tanto como para que pierdan el sentido y salgan a bailar bajo la lluvia, al menos un poco.

La dinámica será simple: Un pequeño comentario, el link que los llevará al corto y sus esperados comentarios en la página. Tanto como quisieramos escribir sobre cortometrajes excelentes (Borom Sarret de Osumane Sembené o When it Rains de Charles Burnett vienen a la mente), si no están en una página listos para ser vistos, se dejarán de lado, recomendados de vez en cuando en uno de esos rompimientos de las reglas que las hacen valer más.

Nota editorial: para ver los cortometrajes no hace falta más sino hacer click en el enlace con el título, están subidos en YouTube.

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Lifeline

Director: Victor Erice

Año: 2002

Victor Erice (El espíritu de la colmena) retrata un día en la vida de una granja de una manera lírica y detallista.

Este cortometraje hace parte de una antología del año 2002 llamada “Ten Minutes Older” en la cual varios realizadores se reunieron para hacer cada uno un cortometraje de diez minutos sobre el tema que quisieran.

INT. Trailer. Night

Director: Jim Jarmusch

Año: 2002

Del mismo compilado, Jarmusch (Stranger Tan Paradise)  aborda sucintamente un elemento recurrente en su obra, y nos permite apreciar estos diez minutos por lo que realmente son.

Ten Minutes Older

Director: Herz Frank

Año: 1978

El cortometraje que inspiró la antología, realmente hay poco qué decir sobre este corto. Véanlo.

Billy Kent: The Oh In Ohio (2006)

¿Recuerdan cuando había escrito que “Overnight Delivery” era el fondo del barril de “Where’s The Love”? ¿Qué la única razón por la cual la encontrarían en aquella sección era semántica y organizacional? Bueno, me equivoqué. El barril no tiene fondo. Y aún si tuviera, debajo de aquel honda torre de madera encontraríamos la desastrosa “The Oh In Ohio” de Billy Kent. Pero, ¿donde está el control de calidad?, se preguntarán. ¿Es que acaso este tipo no hace ninguna planeación para estos absurdas e inconexas mini-series fílmicas? No exactamente. Había visto cuatro filmes en el pasado que recordaba cómo interesantes y particulares, dignos de una revisión, unos cuantos párrafos y algunas lecturas. “The Oh in Ohio” no merece tal trato; para ser honesto, no merece más que la fría y desconcentrada atención que con que fue recibida en su estreno limitado en Norteamérica, que nada curiosamente es la misma atención que el guionista (Adam Wierzbianski) y el director le prestaron en un comienzo.

No es decir, sin embargo, que “Overnight Delivery” sea una obra maestra en comparación, pero debo decir esto en su favor: a pesar de ser la obra de un enfermo grupo de sociópatas, aquel filme mantenía nuestro interés por su duración completa. No se que escribir sobre “The Oh in Ohio”, porque en realidad no puedo decir de donde viene este filme, o de que se trata. Lo puedo hacer en un nivel superficial, es estadounidense y su historia más o menos es definida, pero el resultado es tan disperso que a la larga no es sobre nada, es simplemente un grupo de escenas con los mismos personajes (que, muy a pesar de los esfuerzos actorales, a duras penas son personajes, más como curvas dramáticas de Riemann que no van a ningún lado, salvo por, posiblemente, el mismo infierno) hilvanadas por frases sueltas y argumentos ridículos.

Paul Rudd sabe a que me refiero.

El filme sigue a Priscilla Chase (Parker Posey, haciendo, como siempre, su parte), una frígida publicista de Cleveland (aún con LeBron James) que no ha logrado el orgasmo nunca en sus 10 años de matrimonio con el deprimido y enfurecido Jack (Paul Rudd, haciendo una variación más adulta aunque similarmente madura del Andy de “Wet Hot American Summer”). Su disfunción sexual le lleva a probar varios extremos de recuperación, desde terapia de grupo (que acaba en una noche de sexo fallido en la camioneta oxidada de su marido) hasta visitas a una post-moderna profesora feminista de sexualidad interpretada brevemente por Liza Minelli. El éxito, sin embargo, y acá es donde la película empieza a desbaratarse rápidamente, es logrado tras una visita a un Sex Shop atendido por la siempre hermosa Heather Graham (haciendo las veces de la hermosa Heather Graham), donde obtiene un vibrador que le lleva al orgasmo frente a los ojos de su neurótica pareja, así destruyendo lo restante de su ego y su psique.

Jack se muda del hogar y se establece en un pequeño apartamento en el centro de la ciudad, donde lleva a cabo un vigorizante romance con una de sus estudiantes interpretada por Mischa “The O.C.” Barton (dicta Biología en un colegio, así en ese aspecto su vida también es horrible) que discute con lo más cercano a una presencia amigable (aunque asquerosamente arquetípica) que hay en toda la película, el Coach Popovich (Keith David, homenajeando al entrenador de los San Antonio Spurs, pero este es mucho más divertido que esta desagraciada obra). Mientras, su esposa crea una adicción algo benévola al los consoladores (algo así como un “Shame” de Steve McQueen pero en tono de farsa) pero sigue siendo incapaz de llegar al orgasmo con otra persona.

¿Será el versátil Michael Fassbender alguno de estos dildos?

Es aquí, tras un par de incómodas salidas con su secretaria (Miranda Bailey, irritante), donde el filme logra capturar de nuevo nuestra atención, provisto que no hayan apagado su televisor, computador o proyector (y con razón), al traer el centro de atención a Wayne (Danny DeVito, emulando su actual corte de pelo en “It’s Always Sunny In Philadelphia”, pero sin su corrosiva personalidad), un vendedor de piscinas que Priscilla siempre ha apreciado a través de su único y setentero comercial (uno de los pocos toques frescos y creativos de los 88 minutos de duración). Tras un par de casuales encuentros con el exitoso dueño del monopolio acuático suburbano, una semi-cita ocurre, y tras la comida se dirigen a su hogar, dotado de la más cara y peligrosa piscina de la historia del cine (junto a la del Dr. Kananga).

Es a través de Wayne, con su pequeña, triste y humana historia, que vemos el verdadero potencial del filme. La premisa es bastante buena, pero la ejecución es pésima. La planimetría es frecuentemente errada, la cinematografía costosa pero inefectiva (a cargo de Ramsey Nickell, cuyas otras colaboraciones son mucho más exitosas, i.e. “Let’s Go To Prison”), las actuaciones apenas competentes, la música incongrua (e incluso se roba un par de temas de la partitura de Jon Brion para “Punch-Drunk Love”) y el desarrollo de personajes nulo. Priscilla es una mezcla de adjetivos y acciones, pero nunca funciona como alguien lógico o simpático, Jack tiene sus momentos (“Teachers don’t even give a shit about teachers”) pero en realidad es monótono, y el resto de los involucrados apenas son trazos vagos de personajes.

“A vibrator is not a dick replacement, you fucking Neanderthal!”

¿La peor ofensa, sin embargo? No es chistosa, y desgraciadamente se trata de una puta comedia. Hay todo tipo de intentos: Slapstick, sarcasmo, sátira, incluso shock, pero ninguno funciona, especialmente porque hay demasiado y muy poco de todos. Pero también hay drama, hay desamor, adulterio, adicción, problemas de auto-estima, nostalgia. “The Oh in Ohio” no sabe que diablos es. En algún punto del filme Priscilla es descrita como impredeciblemente predecible. No se que diablos signifique eso, pero seguro que es mejor que esto.

Gracias a Dios por DeVito.

Desmond Davis: Clash of the Titans (1981)

¡La original!

En un acto que mi buen colega Dustnation consideraría impuro en naturaleza, estoy observando arriesgadamente hacia el pasado, ese tiempo dorado donde se forman nuestros mitos e ilusiones infantiles, sin dudar que soy actualmente una máquina intrusiva para dicho espacio. De regreso en los aposentos del ayer veo espejismos de nostalgia, cargados de muy buenas intenciones, pero eso es apenas lo que se ve desde lejos; en una inspección más cercana, y armándome de toda la paciencia que pueda hallar, encuentro una de las joyas que marcaron mis primeras experiencias en el cine de fantasía, y no ha cambiado en los últimos 30 años, es la misma película que disfruté innumerables veces en diversos canales de televisión pública, desde las señales peruanas hasta las vespertinas de domingo. Si cabe plantear una pregunta en este pequeño viaje, se trataría de la siguiente: ¿Soy la misma persona que disfrutó esa película?

Está claro, acabo de formular una pregunta retórica, pero la considero relevante para el punto que voy a plantear a continuación, y es que ya resulta difícil ver las películas de antaño. Como mencionaba anteriormente, con Dustnation he discutido acerca de la evaluación de ciertas películas que representan nuestra infancia, como Top Gun (1986), TMNT (1990) o Ri¢hie Ri¢h (1994) citando unos cuantos ejemplos, por lo que además de su advertido valor cinematográfico de mediados de los 80’s hasta principios de los 90’s, poseen una carga sentimental añadida; y a pesar de que nuestra aventura por las circunvoluciones de la cinematografía nos demanda revisitar ciertas joyas del pasado, llega el momento en el que debemos lidiar con lo que nuestra vejada memoria recuerda de ellas. Este es uno de esos momentos en que hablo de aquellas obras, tras semejante preámbulo, y la presente es recordada como un clásico muy a pesar de su errática factura.

“¿Cancerbero? Se pueden ir al diablo, no voy a animar una tercera cabeza”

Clash of the Titans, a simple vista, podría verse como una nefasta explotación del fenómeno aventurero recreado por la paradigmática y campbelliana Star Wars (1977), que a su vez está profundamente inspirada en el cine evocador y entusiasta del viejo Akira Kurosawa*, pero ninguna otra aseveración nos podría alejar más de la realidad. La película es la última en una larga generación de obras medianamente similares entre sí, todas producidas por Ray Harryhausen, uno de esos nombres de casa que vale la pena conocer debido a que sus laboriosas manos trajeron no sólo de vuelta a la épica fantástica, sino que además le dieron un panache de serie B que desmitificó a Cinecittá como espacio en el cual blandir espadas de utilería.

Relatar de qué va esta película podría ser un poco agraviante, ya que puedo asegurar que un buen número de la población con acceso a un televisor la ha visto, aunque no le hayan puesto mucha atención, esto último perdonable ya que es decididamente lenta para ser una obra de acción. El rey Acrisio de Argos (Donald Houston) condena a su mujer, la bien parecida Danae (Vida Taylor, tiene unos cuantos minutos en pantalla, la mitad de estos se halla desnuda) y a su potencial heredero, el pequeño Perseo, a un sepulcro submarino por motivo de presunta infidelidad y la existencia de un hijo que no es suyo. En la hermosa miniatura que representa el Olimpo, Zeus (¡Lawrence Olivier!) se consterna al saber que uno de sus numerosos hijos, el bebé encofrado en ese ataúd flotante, podría morir, así que encomienda a los demás dioses que le protejan; claro está, dada la reconocida poligamia del patriarca las diosas cuentan con opiniones encontradas acerca de qué hacer con el joven, por lo que serán su salvación y martirio dependiendo de la presencia o ausencia de Zeus, siendo la más irritante de todas Tetis (Maggie Smith). El joven Perseo (interpretado por Harry Hamlin, posiblemente su único protagónico) es llevado a la isla de Joppa y ahí se encuentra con el viejo sacerdote-y-futuro-entrenador Ammon (Burgess Meredith, haciéndole guiño a su célebre papel de Mickey Goldmill en la pentalogía Rocky), quien lo acompañará a lo largo de su viaje para reclamar el trono de Argos, parcialmente destruída por los dioses poco después de la infame condena impuesta por Acrisio. Para suavizar su viaje obtiene 3 items creados por los dioses, una espada, un yelmo de invisibilidad y un escudo altamente reflectante.

Para Ammon, un generoso número de cálidas togas estampadas.

Poco antes de empezar su viaje a Argos, Perseo entra en Joppa y conoce a la hermosa Andrómeda (Judi Bowker, Santa Clara en “Brother Son, Sister Moon” (1972), obra de época de Franco Zefirelli), pero no toma con precaución que esta se halla prometida a Calibos (Neil McArthy), el hijo de Tetis** odiado biliosamente por Zeus por comportarse como un colosal conchudo. A partir de aquí se desenvuelve la memorable aventura, con personajes tan agraciados como el Kraken (criatura que no existe en la mitología griega) y Bubo, el búho mecánico que a su vez es un llamado a RD-D2, entre varios otros.

A pesar de una narrativa algo dislocada y un buen número de agujeros argumentales, reivindico el carácter festivo y rimbombante de esta producción, que podría haberse beneficiado de un poco más de pacing. El repertorio de luminarias empleadas para interpretar a los dioses es abrumador (al menos tratándose de una producción de Harryhausen, usualmente modesta en cuanto a reparto) e incluyen la Afrodita encarnada por Ursula Andress, una de las más memorables Chicas Bond tras aparecer en Dr. No (1967), o bien la mismísima Maggie Smith, quien para ese entonces ya había ganado dos premios Oscar®, uno de mejor actriz principal y otro de mejor actriz de reparto. El caso de Lawrence Olivier es bastante particular, debido a que no se hallaba en el mismo estado de su paisano Richard Burton cuando este participó en 1984, pero resulta extraño verlo involucrado en una producción de este talante, eso sí, ofreciendo una portentosa interpretación del rey de los cielos.

¿Con qué sabor en la boca podría irme tras haber visto esto? Difícilmente dormiré con tranquilidad en los días que vendrán, pero si hay algo que es cierto es que, incluso con los datados efectos especiales de stop motion y animatronics, esta película conserva gran parte de su sazón original y puede ser vista en una tarde de entretenimiento sencillo, de preferencia con amigos y algunas bebidas. Es cierto, sin embargo, que mientras estos varios metros de cinta fueron memorables en mi niñez (aún recuerdo cuando los ominosos esqueletos y la misma Medusa me aterrorizaban en varios niveles), hoy día la experiencia me resulta un poco extraña y desencantada por varios motivos distintos, que en mi estado de confusión actual no logro enumerar con éxito. Pero siempre será mejor eso a las ampollas de rabia y desencanto que el remake del 2010 me invitan a sentir, cometiendo todos los desfalcos de la original pero sin un corazón apelando por ellos.

“Trae tu propia arcilla y jugamos una partidita de Warhammer.”

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*The Hidden Fortress (1958) es la responsable de que hayamos conocido los sucesos de Una Galaxia Muy, Muy Lejana.

**Una rápida lectura a la literatura homérica nos indicará que, en realidad, Tetis es la madre de nadie más y nadie menos que Aquiles, el invencible héroe e indirecto responsable de buena parte de los sucesos trágicos de la Guerra de Troya, dada su costumbre de enfadarse dentro de una tienda de campaña y negarse a luchar. En Jason and the Argonauts (1968) Harryhausen le da vida a Talos, un constructo mecánico híbridamente inspirado en el Coloso de Rodas y la única debilidad del mencionado héroe de Argos.