Category Archives: Clases Magistrales

Brideshead Revisited.

Erich von Stroheim: The Wedding March (1928)

En principio resulta difícil considerar la posibilidad de superar su obra cumbre, Greed (1924) con trabajo posterior, e incluso, encontrar plaza con algún productor que pueda todavía confiar en este excéntrico y osado individuo, en lo que parece ser una nueva enorme épica de romance y dolor. Con ese bagaje de dudas y prejuicios el principio de esta película avanza lenta y dolorosamente, abriéndose paso en la credibilidad y asombro de los espectadores que hayan observado sus obras anteriores. Pero, tal como “El Hombre de Hierro” que figura en The Wedding March como un antagonista abstracto, esta película logra su cometido de manera implacable y ominosa, dejándonos con un extraño sabor de boca al final.

Von Stroheim, con su propio dinero y bajo el amparo de la Paramount y Jesse Lasky, junta y dirige de nuevo a gran parte de su equipo tradicional de producción, entre esos su confiable cuñado Louis, así como el reparto que ya conocemos de películas anteriores. Zasu Pitts, Dale Fuller, Cesare Gravina y Hughie Mack viniendo directamente de Greed; Maude George, por otro lado, con una trayectoria más amplia, habiendo participado en Foolish Wives, The Devil’s Passkey y Merry-Go-Round; y, “recién salido” de The Merry Widow está el prolífico George Nichols, ya un curtido actor de cortometrajes desde 1908. Naturalmente, no sería una película original de von Stroheim si él mismo no fuera el protagonista, acompañado por la hermosísima Fay Wray, conocida por ser una intrépida cow-girl y arquetípica dama en apuros, en manos de un primate gigante. Tal como dice aquella frase detestada por uno de mis colegas, “¿Qué puede salir mal?“.

… Yo diría que nada puede salir mal. Tan sólo mirenla, ¿No es maravillosa?

El relato, escrito por nuestro austríaco de cabecera, nos traslada una vez más a una Europa opulenta, decadente y romántica en similares proporciones. Estamos en Viena (iluminada por miles de vatios de luz, si la copia de la película no nos engaña), en el año 1914, y la guerra no parece que fuera a estallar jamás, mientras los miembros de la nobleza continúan regodeándose en su aparentemente infinito libertinaje. En algún momento de la mañana del Corpus Christi, no tardamos mucho en conocer a los principes von Wildeliebe-Rauffenburg, Maria (Maude George) y Ottokar (George Fawcett), una pareja condenada al oprobio mutuo y a la constante deprecación personal, debido a que, aparentemente, no se aman con sinceridad. Aún con eso, el vástago de esta relación es el miembro más pintoresco de esta familia, y podría decirse que de toda Viena, incluso si dejamos a un lado su nombre: (léase de corrido) Nicholas Ehrhart Hans Karl Maria, Príncipe von Wildeliebe-Rauffenburg, Chambelán de Su Majestad y Primer Teniente de la Imperial and Royal Life Guard – A caballo.

Nicky, en una cáscara de nuez.

Efectivamente, lo conoceremos de aquí en adelante como Nicky, y lo que acabamos de ver todos es, sin duda, su statu quo: un estado de permanente corrupción espiritual, alcahueteado por la servidumbre y sus títulos de príncipe y oficial militar. El juego y la prostitución han mermado lentamente sus recursos, por lo que visita a sus padres de manera forzosa para solicitarles más dinero. Ottokar, en un tono distante, le da a Nicky dos singulares posibilidades para salir de su actual falta de dinero: “Blow your brains out… Or marry money!“. En lo que parecen ser dos metáforas, en realidad le sugiere que se suicide o se case por interés. Desde aquí se empieza a desarrollar un curioso comentario por parte del director, que establece el ocaso de la realeza autocrática y atribuida de poderes, en la medida que tiene que depender de la burguesía industrializada para subsistir financieramente. Sin embargo, semejantes pensamientos de panfleto se disipan pronto de nuestras cabezas al observar la relación entre el joven príncipe y su madre, cargada de lascividad y edípica confianza. En lo que podríamos interpretar como un desafío (o actualmente lo es, como nos lo informan los numerosos intertítulos) Nicky solicita a Maria que encuentre a una mujer lo más pronto posible para casarlo con él, que con gusto hará toda una Marcha Nupcial.

La festividad del Corpus Christi es el marco idóneo para que miembros de diferentes clases sociales se conozcan y, tras los primeros 10 ó 15 minutos de exposición, empiece a andar la película a toda marcha. Es ahí donde, frente a la catedral, aparecen los Schramell, una familia que puede o no estar compuesta por músicos, entre los que figuran la bella Mitzerl (Fay Wray), el silencioso Martin (Cesare Gravina) y su mujer Katerina (Dale Fuller), una dama truhán e instigadora de problemas. Curiosamente, aunque son pareja, sus personajes son bastante distanciados si se les compara con los alíados María y Zerkow de Greed. Katerina parece tener, no obstante, una muy buena relación con el señor Eberle, también presente, y su hijo, Schani Eberle el carnicero, un personaje que de primer impacto nos resulta aborrecible, carente de encanto e insensible, lo que facilitará un poco las cosas para nuestro anti-héroe. Un momento, ¿De qué cosas es que estoy hablando? Ah, por supuesto, en esa misma festividad se comenta la posibilidad de casar a Mitzi y a Schani, en lo que también parece ser un acuerdo familiar, porque la joven no se ve muy interesada en el compromiso.

Está claro, quien está a color se roba toda la atención.

Mitzi, al ver al apuesto y brillantemente vestido Primer Teniente, queda embelesada sin mayor explicación. Nicky, teniendo ya un ojo entrenado en percibir diversos tipos de mujeres, nota inmediatamente la atención recibida por parte de ella y le devuelve el gesto, todo gracias a los hilarantes tics y gesticulaciones con las que cuenta el joven príncipe. La secuencia remueve necesariamente los intertítulos, y se transforma en un lienzo para mostrar la sutileza con la que von Stroheim puede abordar un encuentro, algo de lo cual tenemos que estar agradecidos. Además de esto:

No los vemos, pero abajo hay ladrillos amarillos

Sí, la secuencia de la procesión del Corpus Christi fue rodada en Technicolor a dos cintas, verde y roja, que pueden sumar entre ellas el tono amarillo. Preocupado como siempre lo ha sido por el apartado visual, von Stroheim quería ofrecer algo totalmente nuevo e impactante para la audiencia, incluyendo en la colorida pasarela al archiduque Leopoldo de Austria en persona y, no nos digamos mentiras, cumple su objetivo. Aunque no empleó la costosa técnica para otros segmentos de la película, vemos que nunca rebaja el interés por el vestuario, cuidado y esmero en cada detalle. Infortunadamente, sólo hay una persona que se ha perdido de este espectáculo, y es la mismísima Mitzi, debido a un accidente que involucra al caballo de Nicky. En medio del tumulto ella es llevada al hospital, y Schani es sumariamente arrestado, por gritón.

A partir de este punto empieza el desarrollo de la relación entre el millonario-en-picada y la humilde intérprete de arpa, ahora cojeando tras el accidente, encontrándose a menudo en el jardín del hostal donde residen sus padres y es propiedad del señor Eberle. El citado jardín es una reconstrucción en estudio exquisita, cargada de manzanos de pálidas hojas que se desprenden con el viento, como si fuesen flores de cerezo en una clásica postal japonesa. Esto, una vez más, es obra de Richard Day y el mismo von Stroheim, que ya habían trabajado juntos en Greed en el apartado de dirección de arte. Y ya que estamos hablando de hermosos sets y vestuarios evocadores…

Una mágica y elaborada orgía.

Es el momento de recordar que, a pesar de la influencia de Mitzi, Nicky sigue asistiendo al mismo sitio en el que seguramente estuvo antes del inicio del argumento. Un burdel sin nombre y de alto perfil, donde notables oficiales y ricos empresarios van a libarse en torno a prostitutas que, sin duda, son importadas de Ceilán, y un hombre y mujer con pieles de ébano son los que sirven licores y portan ropa interior de acéro. Emocionante, cuando menos. Nicky disfruta del festejo, pero sabe que tiene un encuentro vespertino con “una verdadera flor de manzano”, y decide besar a las rameras antes de partir. Instantes después, Ottokar (ebrio) entabla conversación con Fortunat (George Nichols, también ebrio), un burgués que le propone sellar matrimonio entre Nicky y su hija, la renga Cecelia (Zasu Pitts, pálida y conmovedora) que es heredera de una gran fortuna. Como esto puede sacar a los Wildeliebe Rauffenburg de apuros económicos al instante, Ottokar acepta y la boda se planea llevar a cabo el primero de junio de ese año.

You ain’t heard nothin’, Alec.

Abro un pequeño paréntesis, ¿Ya hablé de los negros del burdel, un hombre y una mujer respectivamente? Pues bien, son Carolynne Snowden y su hermano Alec Snowden; ella, una muy célebre bailarina del Cotton Club y actriz realmente de color en The Jazz Singer y otras películas contemporáneas. En cuanto a él, si su perfil de IMDb no miente, un productor de cortometrajes y películas de crimen y ciencia ficción en los años 50. Nada mal. Cierro el paréntesis.

La situación se torna más problemática en cuanto Schani sale de prisión, y en lugar de obtener ‘street cred‘ en la carnicería, lo consideran un blando por estar en prisión. Enfurecido por esto, se suma la falta de correspondencia que le expresa Mitzi, y llevado rapidamente por la furia promete matar a Nicky. ¿Cuándo? En el matrimonio ya fechado y conocido por toda Viena. Mitzi, por supuesto, se siente engañada, pero después de haber sido expuesta a la irresistible galantería del oficial austríaco decide no abandonar esperanzas aún. El clima imperante parece salido de un “martes ni te cases ni te mates”, pero ese lunes llega finalmente y la boda a regañadientes se lleva a cabo. Gratamente compuesta en materia de música y puesta en escena, lo que vemos a continuación, nuevamente sin muchos intertítulos, son lágrimas, frustración, recuerdos destrozados y una victoria amarga. Schani escupe nuevamente hacia el suelo, riendo sin control y viendo como su situación era casi de ganar o ganar. Un carruaje se dirige a lo lejos, y Nicky decide aceptar su destino.

¡Ja já! Tomen esto, mortales.

Hasta donde todo el mundo tenía entendido, von Stroheim solía escribir guiones en los que el antagonista recibía su merecido, el hombre justo obtenía una victoria, silenciosa o no, y había un atisbo de esperanza y resguardo moral al final. Pero el final de The Wedding March es bastante desconcertante… Si se ignora que es la primera película de una trilogía planeada (y abruptamente cancelada). La acción sigue en The Honeymoon (1928), pero de esta película hablaré con lágrimas secas y mi puño apretado algo de detalle en otro artículo. En cuanto a la tercera película de la trilogía, nunca vio la luz verde en producción, lo cual es una verdadera lástima.

Un punto adicional para las Fuerzas de la Destrucción.

Esta viene siendo la última película completa de Erich von Stroheim en su meteórica carrera como director, y me encuentro a gusto con los resultados. Hacia el final es una pendiente incierta, y refleja en cierto sentido la relación del autor con el mundo del entretenimiento, en particular con Hollywood. Había un amor sincero y cristalino en el trabajo de realización de sus películas, a pesar de sus excesos, pero al final tuvo que casarse con la actuación para sobrevivir, y esa misma actuación le recordaría eventualmente aquello que sentía por su amor verdadero, el que conoció estando en su mayor crisis. Sus películas de romances frustrados, aunque han ganado algo de frivolidad con el tiempo, representan la búsqueda del mito dentro de von Stroheim, el eterno oficial austríaco que pierde todo por encarrilarse en la vía antigua, y si había algo muy profundo en ellas, era la dedicación que este hombre le puso a toda su obra, hasta el más mínimo e imperceptible detalle.

Cómo olvidarlo: la posibilidad de ver esta joya, aunque carezca de sonido por completo.

Wes Anderson: Rushmore (1998)

Algo ha cambiado en Wes Anderson. El telón se abre en el escenario principal de su nueva película: “Rushmore”. Si en “Bottle Rocket” Anderson nos mostraba personajes, quizás, demasiado inmaduros para su edad en “Rushmore” no se toma la molestia en ir hacia adultos y simplemente se centra en el estudiante Max Fischer. Retratado no solo como un emprendedor sino un intelectual, el fuerte estilo visual del director expone las muchas corrientes en las que Fischer ha incurrido en su colegio. Todo esto hasta que el rector lo describe como uno de los peores estudiantes que hay, haciéndole de este modo un personaje más característico del director. La temática no ha cambiado, ni tampoco sus imágenes (a pesar de no ser tan marcadas desde el principio): es aquella satisfacción a la que Dignan se refería después de haber salido de su golpe, su opera prima, y de no tener la necesidad de impresionar a nadie.

Y logra, curiosamente, todo lo contrario. Las críticas que “Rushmore” ha recibido tanto en su estreno como en retrospectiva son las mejores que Anderson ha recibido en toda su carrera, y en su mayoría justificadamente. Bill Murray hace su primera colaboración, de gran nivel, con Anderson, su personaje siendo lo mas cercano a “Bottle Rocket” que vamos a encontrar. Olivia Williams cumple a cabalidad con su papel de Mrs. Cross. Pero indudablemente el foco de la atención va hacia Jason Schwartzman quien en su debut actoral se muestra una presencia versátil, por momentos viejo y sabio y por momentos joven e inmaduro, todo bajo los parámetros de su personaje. La ambivalencia es a la larga la definición de los personajes angulares de Anderson, muy de la mano de los de J.D. Salinger, una de sus mayores influencias.

El multifacético Max.

La historia es sencilla y parte de la platónica relación entre Max y Mrs. Cross. En su búsqueda por impresionarle Max recurre a su nuevo y millonario amigo Herman Blume (Murray), quien se ve a si mismo en el joven protagonista. De este triangulo surge el filme. Las emociones van y vienen en poco tiempo, amores y amistades comienzan tan rápido como terminan y esto nos distrae de los lazos que se forman a largo plazo entre los personajes, que es una temática que se vería más de una vez en su filmografía. Max es quizás el más notorio Alter Ego del director, hiendo tan lejos hasta vestirle de manera exacta a como la hace Anderson en su cotidianidad y no es en vano que su mayor talento (además de la apicultura, la filatelia, la lucha, el lacrosse, la caligrafía, la astronomía, el debate y la esgrima) sea el de la dramaturgia. En ocasiones Max toma el hilo de la narración por medio se sus aclamadas obras de teatro.

El gran Bill Murray.

A lo largo del filme también se tocan temas que darían solos para una película completa, lo que significa que Anderson no ha perdido de vista su ambición narrativa: hay temas sociales como lo es el paso de Max de Rushmore, un colegio privado, a un colegio público y su notoria vergüenza acerca del hecho de que su padre sea un peluquero y no un cirujano como este quisiera. Hay temas sexuales como los frecuentemente mencionados hand jobs y la supuesta relación entre el estudiante y la madre de su mejor amigo Dirk. Hay temas mucho más serios como la muerte, ejemplificada en el ex-marido de Mrs. Cross (Edward Appleby) y en la madre de Max (Eloise Fischer). Pero Anderson tampoco ha perdido de vista sus intereses y solo toca estos temas superficialmente. Sus personajes casi siempre son conmovidos e impulsados por otras razones, aparentemente mucho más “simples” y “mecánicas” en la mayoría de los casos.

Sin embargo, al final vemos una toma de la audiencia que asiste a la nueva obra de Max y es remarcable descubrir como uno siente que conoce a casi todos sin haberlos visto demasiado. Anderson logra a través de una deceptiva simpleza una potente caracterización, uno de sus frecuentemente olvidados fuertes como director. En “Bottle Rocket” este tipo de descripción permite al director y al espectador llegar a este sentimiento de familiaridad. Desde los personajes principales hasta aquellos más secundarios todos parecen ser viejos conocidos de tiempo atrás. El uso de la música refuerza esta sensación: a lo largo de la historia también se convierte en un instrumento narrativo, causando así una mezcla por momentos poco convencional, pero que dan aquella calidez e incluso fuerza a escenas del filme cuando lo sentimos necesario. “Rushmore” puede ser su mejor película, pero al mismo tiempo sirve como molde para sus próximos trabajos, marcando los parámetros que seguirían, no solo sus obras a segui , sino muchas en su género.

El público presencia.

Errol Morris: Fast, Cheap And Out Of Control (1997)

Errol Morris llega a su sexta obra lleno de vigor, de curiosidad… llega genial. Esta es una película notable, que por alguna razón no es tan reconocida como otras de sus películas (Gates of Heaven o The Thin Blue Line, por ejemplo). En ese sentido, me recuerda dos excelentes obras de Martin Scorsese: The King Of Comedy (1983) y After Hours (1985), que también han quedado bajo la sombra de grandes filmes como Taxi Driver (1976) y Raging Bull (1980), pero que de estar en la filmografía de cualquier otro realizador quiero creer serían ampliamente alabadas en el mundo del cine.

Como creo que ya evidencié, considero que esta obra es excelente, resiste clasificación, es un documental, sí, pero es más, es mucho más, la construcción es poética, su efecto lírico y su estilo vanguardista, si la obra de Morris ya de por sí es particular, esta película lo consagra como un visionario del arte cinematográfico.

Dejando la adulación a un lado, el asunto es simple, cuatro tipos hablan de sus particulares profesiones, y mientras lo hacen, reflexiones importantes acerca del ser humano surgen de la forma en que todo nos es presentado; tenemos a un investigador de robótica, a un jardinero que se especializa en arte topiario, a un entrenador de leones y a un experto en una especie animal, la rata lampiña africana. Los personajes son típicamente “Morrisianos”, extraños, dignos  y fascinantes. Sin embargo, a diferencia de sus anteriores documentales en que los entrevistados están unidos por algo perfectamente descifrable, ya sea un pueblo, una situación, o una persona (y a pesar de tener estos cuatro hombres un montón de aspectos en común principalmente en su forma de ser) en el presente caso solamente están unidos o relacionados por… Errol Morris.

Imágenes cautivadoras se mezclan con sonidos insinuantes para construir un aura especial a través de estos cuatro personajes que sin embargo no son el centro de esta película, sino que hacen parte del conjunto de elementos de los que dispone el director para transmitir algo. ¿Qué? Es difícil decir determinarlo con exactitud, ya que Morris nos deja admirar y preguntarnos esto constantemente mientras desenvuelve su película frente a nosotros, y lo hace de una forma radicalmente opuesta a lo que se puede considerar y se acepta como contemplativo en el cine (por ejemplo, el trabajo de directores como Andrei Tarkovsky o Michelangelo Antonioni), es mediante la velocidad y el deslumbre que llegan aquí las ideas a la mente del espectador. Recuerdo cuando escribí acerca de Gates Of Heaven, su primera película, que decía que a veces los personajes hablaban de algún tema y terminaban discutiendo algo totalmente distinto y como el uso de esa cotidianidad dotaba de profundidad esa película. Aquí, el método es el opuesto,  aparte de alguna información sobre las vidas de algunos personajes, se habla casi exclusivamente de cuatro temas: robots, ratas lampiñas africanas, jardines y entrenamiento de leones. Aun así, el resultado es, en cierto modo, parecido al de Gates, una obra que medita acerca del hombre y su lugar en el mundo, en la que de repente este no es tan distinto a las ratas lampiñas ni a los robots que fabrica y cuya vida entera puede ser no más que una simple y efímera función de circo.

La película consiste de entrevistas a los protagonistas, imágenes de sus respectivos entornos y material de archivo, Robert Richardson había trabajado previamente con Oliver Stone (en Natural Born Killers (1994) y JFK (1991) por ejemplo) y llega como director de fotografía a este proyecto aportando parte de la exploración con los formatos cinematográficos y las texturas de la imagen que había implementado con Stone, para conseguir, según mi opinión, mejores resultados. La música es de Caleb Sampson y encaja perfectamente con el desarrollo de la película sin llamar mucho la atención sobre sí misma, la banda sonora en general es ejemplar, con sonidos de un personaje en la narración de otro, haciendo metáforas constantemente sobre lo que cada uno revela. Morris dota a cada uno de su propio mundo visual y sonoro, los encuadres y ritmos de tomas varian según el personaje que habla, y en cierto modo nos prepara para la constante yuxtaposición de ideas que surgirá a medida que combina estos aspectos de diversas maneras durante la película.

Debo confesar que mientras la veía por primera vez, aunque fascinado, tenía una sensación rara con respecto a este trabajo, pensaba que el ritmo era caótico, algo muy inusual en el estilo preciso y, si se quiere, estático de Morris, no tenía claridad con respecto a lo que veía, y justo allí, mientras por mi mente se paseaba ese pensamiento, en la pantalla uno de los protagonistas decía algo así como que la vida es caótica; y fue entonces que, mediante esa coincidencia liberadora, supe que estaba en las manos correctas, que no era mera improvisación y deslumbre de cineasta lo que veía, sino que esa era la naturaleza del trabajo; y entendí que esta película no se debe entender tanto como se debe experimentar, Morris lleva aquí el cine al límite, lo trasciende y le da una abstracción propia de otras artes como la música y la poesía, (aunque la siguiente afirmación pueda parecer blasfema para los puristas) se iguala con otros grandes artistas (Tarkovsky y Bergman, por nombrar algunos) en su constante y profunda exploración del ser humano.

Se que he hablado poco de la película en sí, pero creo que es lógico discutirla así, por los lados, y dejar a los curiosos intrigados por un trabajo que se debe experimentar más que entender, y se debe ver más que explicar.

BONUS TRACK: Considerando que esta película se situa más o menos en la mitad de la obra fílmica de Errol Morris (el cálculo puede ser inexacto, pues él dirigió un aclamado programa de televisión que incluye más de diez episodios y que sumarían mucho más a su obra, y The Dark Wind, si bien es una película, resultó siendo emitida por televisión solamente), me parece justo alentar a los lectores a revisar el trabajo del director en su otra gran faceta: realizador de comerciales. Adjunto el link de uno que le mereció el premio Emmy. Espero lo disfruten.

John Carpenter: Escape From New York (1981)

Comenzaré por aceptar mi falta de juicio después de un prolongado e inmerecido descanso. Lo lamento. Lo que no lamento es haber tenido la oportunidad de repetir un par de veces más la siguiente película en la filmografía carpenteriana. Por alguna razón creí que se trataría de “The Thing” pero mucho me temo MacReady y los perros siberianos deberán esperar para dar paso a una pequeña joya del cine de ciencia ficción de los 80’s: “Escape From New York”. Snake Plissken, legendario fugitivo y condecorado ex-militar (a pesar de siempre usar un parche en el ojo izquierdo), ha sido recientemente capturado y está listo para ser enviado al Manhattan Island Prison. Sería la primera colaboración fílmica entre John Carpenter y Kurt Russell (la segunda en total después del filme para televisión “Elvis” sobre, bueno, Elvis), y en el actor Carpenter encontraría no solo su alter ego sino además un exponente perfecto para su tipo de dirección. En cuanto a sociedades en cine de género moderno van, tan solo Sam Raimi y Bruce Campbell lograron algo similar a la química de Carpenter y Russell, y la segunda pareja resultó mucho más versátil (sin ofensa alguna a Raimi y Campbell, que se perfilan como posibles víctimas de una próxima edición de Clases Magistrales). Pero más sobre todo esto más adelante.

A grandes trazos, ¿Cuál es la arrebatada historia detrás de “Escape From New York”? Escrita por Carpenter tras el escándalo de Watergate, el guión se sentó en su oficina por largo tiempo ya que las productoras consideraban la inversión demasiado arriesgada. Sin embargo, después del éxito de “Halloween” Carpenter firma un contrato por dos filmes con Avco-Embassy junto a su productora Debra Hill. Sin embargo, tras una segunda lectura encuentra el guión demasiado corriente por lo que trae a su amigo de la universidad Nick Castle (quien había hecho el papel de Michael Myers en “Halloween”) para que le de vida nueva al filme. El resultado es estupendo: Canibalismo, Minas y Big Band Jazz entran y salen del filme al igual que un gran número de personajes, acciones y objetos. Es todo un gran caos organizado al mejor estilo de “After Hours” de Martin Scorsese, pero ubicada en el futuro y con tendencias distópicas. Con un presupuesto de 6 millones de dólares (que, para el que haya seguido la trayectoria, era 5 millones más alto que su anterior) Carpenter se pone a la tarea de recrear Nueva York en un pequeño pueblo en Illinois y el resultado es de nuevo positivo en taquilla para el director: 25 millones en E.U., 50 en el mundo entero.

I Love NY.

Por otro lado, ¿Cuál es la arrebatada historia de “Escape From New York”? El futuro comienza en 1988 cuando el crimen se dispara 400% en los Estados Unidos, y en la antes gran manzana se funda la prisión más grande del mundo: Manhattan Island Prison, donde la ley de la selva reemplaza la supervisión estatal que tan solo está presente para evitar que los reos escapen del infierno en el que habitan. Pero ahora es 1997, y hay problemas. El avión presidencial, bajo el nombre clave de David 14, ha sido secuestrado por el Frente Nacional de Liberación de América por motivos de fanatismo político y está siendo conducido hacia la destruida ciudad de Nueva York para ser destruido (¿ecos del 11 de Septiembre 20 años antes, quizás?), con la pequeña variación de que El Presidente (Donald Pleasance, haciendo mucho con poco) ha sido expulsado antes del choque y ha caído en la prisión con un maletín esposado a sus manos. Entra Bob Hawk (el habitualmente fenomenal Lee Van Cleef) que tras un fallido intento de rescate (que acaba con uno de los habitantes de Manhattan entregando a las autoridades el dedo cercenado del mandatario) llama a Plissken antes de que este entre a cumplir su condena para proponerle un trato. Su trabajo: Sacar al presidente de la prisión ileso con los contenidos del maletín en menos de 24 horas. Sus armas: Estrellas Ninja, una ametralladora con silenciador, un rastreador del presidente, un walkie-talkie, y un reloj que le dice cuanto le queda de vida y le permite mandar señales al exterior. Su recompensa: Libertad inmediata. Su castigo en caso de ineficiencia: La muerte. Hawk instala dos pequeñas cápsulas de explosivos (about the size of a pinhead) en las arterias del cuello de Snake que serán detonadas en el tiempo límite del rescate, así asegurando que no escape (de Nueva York) y emprenda camino hacia Canadá. Ah, y su opinión: When I get back I’m gonna kill you.

El señor presidente.

Snake Plissken es en muchas formas el personaje más definido que Carpenter llegó a crear en toda su carrera (o lo que va de su carrera, por lo menos). Ahora, mientras es válido decir que uno de los fuertes del director NO es crear personajes tridimensionales y realistas, SI es uno de sus fuertes la creación de personajes vívidos y memorables (como lo hace con lugares y ambientes). La mayoría de sus personajes están al borde del arquetipo (cuando no son, en efecto, el arquetipo en sí) pero funcionan por varias razones. La primera viene del talento de Carpenter para encontrar actores que logran llevar su material a un nivel más pragmático. Russell (y todo el reparto de “Escape From New York”) es un estupendo ejemplo de esto. Mientras la productora estaba intentando empujar a Charles Bronson y a Tommy Lee Jones por el papel, Carpenter, basado en su experiencia con Russell en “Elvis”, inmediatamente decidió a favor del último, quien estaba deseoso de romper con su imagen inmaculada (por años de trabajo en Disney) y probarse a si mismo como una presencia impactante y temible. Sin su actuación y sus matices, el filme falla. Los que nos lleva a la importancia de la presencia para Carpenter. Ya en “Halloween” había discutido como este factor es decisivo para la efectividad de Myers. Lo cierto es que aquel tácito impacto físico, aquella innombrable característica que simplemente presenciar nos trae, es la base, incluso el combustible, con el que avanzan las películas del director: Desde “Dark Star” hasta “Escape…” todos los héroes masculinos de Carpenter tienen esta cualidad: Plissken, el Dr. Loomis, Napoleon Wilson e incluso Talby son personajes que son complejos de imaginar sin sus contrapartes físicas. Para Carpenter, sus personajes no son más ni menos importantes que las acciones que cometen o que los mundos que les rodean. Y del mismo modo en que aquellos mundos no podrían funcionar sin los personajes que les habitan, los personajes no funcionarían sin aquellos mundos que les definen. Es un gran ecosistema del cine de género. Lo que deja que Carpenter traiga consigo características para personajes del cine de género. Sus héroes son anti-héroes. Estoicos, imperturbables, solitarios, maquiavélicos y fríos, son exponentes de hombres que han visto lo peor de la humanidad y a pesar de no querer redimirla, no tienen en sus planes salir de ella. La entienden, pero no la aceptan. Saben que tienen una labor que cumplir y la cumplen a cabalidad. La influencia del Western sobre Carpenter siempre ha sido clara, pero nunca tanto como en sus personajes.

Snake Plissken, vaquero futurista.

En el caso particular de Snake Plissken hay además un resentimiento, un rechazo a la sociedad. Su respuesta inicial ante el trato de Hawk viene con desprecio a la nación que le había proclamado un héroe: I don’t give a fuck about your war or your president, dice Plissken con toda la calma del mundo. Para él, estar dentro o afuera del Manhattan Island Prison es lo mismo. Hawk es igual de corrupto y tramposo que cualquiera de los miles de reos en la prisión, solo que tiene poder. Una vez se resigna y acepta su trabajo, actúa veloz y sigilosamente. Nunca corre. Camina de lado a lado observando y actuando cuando no tiene más opciones (una de las escenas más potentes del filme ocurre cuando Snake está en uno de los lugares más oscuros de la ciudad y una grupo de punks está preparándose para violar una chica inconciente. Snake simplemente sigue avanzando, su compás moral tan inteligible como siempre). No hay que olvidar que “Escape…” es una carrera contra el tiempo y contra la noche, que son temas que han obsesionado a Carpenter desde el comienzo de su carrera. Así que la imagen de Snake caminando parsimoniosamente mientras fuma al avión que le va a llevar a su posible muerte es más que una imagen fascinante: Es una perfecta descripción del estado de mente del personaje.

Así, Plissken se infiltra en la ciudad destruida, aterrizando su avión sobre el techo del World Trade Center, y baja para encontrar en Nueva York su misión más compleja. Por supuesto que no voy a revelar lo que ocurre, ya que allí yace el alma del filme. Claro está, Plissken conocerá aliados, (Ernest Borgnine, brillante, hace las veces de Cabbie y Harry Dean Stanton hace las veces Brain, un viejo conocido) se enfrentará a enemigos (uno particularmente desquiciado en The Duke, el gran Isaac Hayes en uno de sus pocos papeles fuera de Chef en “South Park”) y buscará la manera de salirse con la suya. Lo cual, a la larga, tanto él como Carpenter lograrán.

– You’re gonna kill me now, Snake?

– I’m too tired. Maybe later.

Wes Anderson: Bottle Rocket (1996)

Un joven Owen Wilson espía desde los arbustos.

Sólo basta ver la primera escena de Bottle Rocket para darse cuenta a qué género pertenece. Anthony (Luke Wilson) se escapa de un hospital mental al que ingresó de forma voluntaria. A la salida, su amigo Dignan (Owen Wilson) le pregunta si fue necesario sobornar al conserje, un hecho afirmado por Anthony. Toman un bus de regreso a casa (donde Wes Anderson hace un breve cameo) y discuten qué harán después de tan heroico escape. Dignan presenta entonces su plan de vida a 75 años, y de ahí (min. 3:46) en adelante la película se encargará de mostrarnos como no pueden cumplirlo. Anderson no va a tratar de mostrarnos los obstáculos y las durezas de la vida; a él eso poco le importa. Le interesa mostrar cómo sus personajes, que por momentos parecen excesivamente ingenuos, se ven a sí mismos durante sus vivencias, cumpliendo o no sus proyectos. Cierto, esto suena mucho mas serio de lo que realmente es y más cuando se tienen frases y situaciones que tienen el claro fin de hacer al público reír.

Grupo de maleantes.

Anthony está inmerso en el mundo de robos de casas (incluyendo la de sus padres) y de escapadas a altas velocidades, eso sí, sin nadie que lo persiga. Y todo  esto gracias a Dignan con sus delirios de robar al lado del mítico Mr. Henry (interpretado de forma magistral por James Caan). En el camino reclutan a un chofer, siendo Bob Maplethorpe (Robert Musgrave) el elegido, quien cumple el requisito único (tener un carro) con creces. Es interesante ver cómo es Bob el más razonable de los tres, lo cual marca una tendencia de ser los personajes más secundarios los únicos que se dan cuenta de la realidad de las cosas y los que tratan en vano de aterrizar a nuestros protagonistas. Tal es el caso de Grace, la hermana de Anthony, quien le hace preguntas no tan apropiadas para una niña de 10 años y más para un hombre ya de 30. También es el caso de Mr. Henry, que al final propicia un golpe a nuestros héroes digno de la cruel realidad. Sin embargo, en el modo totalmente Andersoniano los protagonistas ven estas realidades y las ignoran totalmente, viendo el vaso siempre medio lleno.

Esta es una comedia y, aunque personalmente no encuentre aquí el mejor ejemplo de humor del director, sí tiene un grupo de frases destacables. “Bottle Rocket” usa un humor que tiende a ser explícito en ejecución (véase la escena de la pelea en el bar para confirmarlo), pero por momentos tiene indicios de la característica sutileza que se verá en sus posteriores filmes. Creería que aunque el humor no es el fuerte del filme, tiene partes que por lo ridículo de las situaciones o por los talentos de los actores que utiliza terminan generando risas.

El inconfundible estilo de Anderson.

Su fuerte está en el componente visual, siendo ésta una primera muestra de lo que serán sus películas posteriores, llenas de vida y de colores. Que nunca llueva en la película sólo acentúa lo colorido (casi siempre en tonos pasteles) de sus escenarios. En “Bottle Rocket” se destaca la toma en primer plano del radio de Inez, (la mucama paraguaya de la cual se enamora Anthony durante la estadía en un motel): cubierta en cuero marrón emana música folklórica latina. Múltiples veces el director muestra sus personajes no por sus comportamientos sino por sus objetos (lo que cargan en sus bolsillos, sus zapatos). Es comos si Anderson crease a sus personajes a través de sus gustos y sus objetos, son estos elementos los que forman sus personalidades. Por supuesto, es cuestión de gustos, y aunque no lo parezca, el director es una figura que polarizadora en el cine.

Colores pasteles e Inez.

Es importante destacar a Anderson como un autentico auteur. A lo largo de sus obras veremos todas las características positivas que conlleva su denotación, especialmente en ese aspecto visual ya mencionado, pero además también en cuestiones de temática. En este caso hay que reconocer un cierto valor a hacer algo tan auténtico, siendo apenas un primer acercamiento. Y siendo una critica común, y muy justa (porque en sus siguientes películas lo vuelve a hacer), Wes Anderson muchas veces sacrifica temas de historia o desarrollo de personajes por mantener ese particular estilo ya establecido. La película, sin embargo, no sufre tanto por esa razón sino por la cuestión de ser su Opera Prima y no lograr lo que hace, digamos, Orson Welles en “Citizen Kane”, de lejos el estandarte en primeros intentos. Ahora, es cierto que resulta injusta esta comparación, pero también es cierto que en general los personajes de Anderson no son siempre los más realistas o mejor desarrollados, pero en sus películas siguientes sí existe un cierto grado de profundidad que “Bottle Rocket” no alcanza, pero intenta alcanzar.

Así, y a manera de conclusión, ésta es una película que marca el inicio de Anderson como un director que más que popular alcanzará un estatus de culto, en gran parte por esas facetas que hacen sus filmes tan característicos. Siendo objetivos, y sin querer mencionar de a mucho lo que va a venir, este es un esfuerzo menor siendo el guión y el relato casi tan ingenuo como sus personajes. Anderson probablemente nunca diría que es de sus mejores obras pero sí le daría una cierta importancia por ayudarlo a asentarse en el mundo del cine.

Hacia el final, Dignan, ya estando detenido en la cárcel, y ante la visita de sus viejos compañeros, mira al horizonte y dice la frase que probablemente el propio director pensó al terminar su rodaje: We did, though, didn’t we? La hora de visitas en la cárcel se terminan y el plano pasa a cámara lenta, un efecto que hará suyo de allí en adelante.

Más por venir.

Errol Morris: A Brief History Of Time (1991)

Los documentales de Errol Morris se caracterizan por iniciar con situaciones específicas y terminar tratando temas generales, profundos, y muchas veces abstractos. Así pues, películas como Gates Of Heaven, acerca de un cementerio de mascotas, o The Thin Blue Line, acerca de un caso de asesinato policial, terminan explorando temas como la soledad o la vejez con sabiduría y comprensión, sin dejar de referirse en ningún momento a los casos de sus protagonistas.

A Brief History Of Time, estrenada el mismo año que The Dark Wind; su primera película de ficción, llega a su obra como algo inusual. Está basada en el libro del mismo nombre de Stephen Hawking, el célebre físico y cosmólogo, pero en vez de reproducir el libro en que está basada, se encarga de hacer un recorrido por la vida del autor.  Y llega como algo inusual en su obra porque Morris nos recibe haciendo preguntas grandes, hablándonos del porqué estamos en el universo, del cómo inició todo, tratando estos temas intangibles que usualmente llegan al final de sus películas, temas intangibles que podrían cambiar gran parte de nuestras vidas si alguna vez logramos entenderlos de una manera distinta.

El paralelo que se forma entra la vida de Stephen Hawking y sus teorías sobre el universo a lo largo de la película es intrigante y dramático; poco después de preguntarnos acerca del inicio del universo, estamos ante el inicio de la vida de Stephen, narrada por su madre y otros familiares y conocidos, y a medida que una enfermedad neuronal se desarrolla en su cuerpo dejándolo inmovil casi por completo, es que este hombre desarrolla su forma de pensar, acerca del origen de la vida misma, superando los obstáculos en la suya (una traqueotomía lo dejó sin voz, haciendo más difícil su comunicación con los demás) y pensando de paso en la de todos los demás.

Los grandes temas son abordados todo el tiempo, contrastados constantemente con las situaciones de la vida real; así, tenemos a la madre preocupada por sus hijos, como cualquier otra, los hermanos que cuentan vivencias cotidianas que capturan a la persona detrás del científico, y aunque hay algunos temas que son debilmente explorados (por ejemplo, la vida sentimental de Hawking, que es muy importante para su desarrollo como persona, es tratada de manera muy superficial), la imágen construida de Hawking resulta concisamente completa.

La película es expresiva y didáctica; trata de explicar mediante fluidos ejemplos visuales algunos puntos del pensamiento de Hawking, pero estos no siempre resultan sencillos de entender, y finalmente, la obra funciona como una introducción al trabajo y a la vida del autor del libro, una entretenida introducción que, aunque puede parecer corta, es altamente satisfactoria y no cede espacio al aburrimiento.

Errol Morris: The Dark Wind (1991)

El primer largometraje de ficción dirigido por Errol Morris, el cuarto trabajo en su cuenta personal, es un ambicioso proyecto rodeado de  chismes y problemas (lamentablemente no me refiero a la historia de la película), al cual le fue negado el derecho de vivir.

Es una película de policías con un ritmo calmado y contemplativo, lo cual supone de entrada una innovación en este género cinematográfico. Basado en el best-seller de Tony Hillerman, se centra en la historia de Jim Chee, un detective aborígen que se encarga de resolver una serie de crímenes sin mucha relación aparente mientras trata de mantener su constante aprendizaje de las creencias y costumbres de su pueblo.  Así pues, la película constituye un referente en lo que a películas de nativos estadounidenses se trata; cuenta además con excelentes actuaciones, principalmente por parte de Lou Diamond Phillips como el protagonista.

La hermosura visual del trabajo destaca a pesar de haber sido gravemente perjudicada por problemas durante la producción. Fotografíada por Stefan Czapsky; ya habitual en el equipo de Morris; la película tiene una atmósfera visual propia de obras como No Country For Old Men, o Paris, Texas, en las que el entorno se convierte en un protagonista más de la historia.

Los diálogos en lenguas aborígenes y el considerable número de nativos en el elenco (Diamond Phillips incluido) dan credibilidad a la historia que sin complicarse mucho en terminos generales, logra entretener inteligentemente mientras nos descubre sus misterios poco a poco.

Contrario a los parámetros del género, aquí son los personajes, más que la trama, los que verdaderamente importan, y el director se encarga de desarrollar al principal de una forma profunda y calmada; vemos como recurre a la sabiduría ancestral para poder resolver el caso, como avanza en su investigación sin meterse en grandes problemas ni pelear con nadie (hasta que los encuentra y…bueno, es una película de policías), y al mismo tiempo lo escuchamos revelando sus deseos más profundos mientras narra la historia, en algunos momentos parece que estamos ante otro documental de Errol Morris, con alguno de sus particulares personajes diciéndonos un montón de cosas que en principio no nos interesan y que luego no podemos dejar de escuchar.

Contrario a lo que puede parecer, lo anterior fue un mar de elogios para una película que simplemente puedo haber sido horrible, o simplemente una más, como de hecho fue tratada, dado que durante algún momento de la producción, el director y el productor ejecutivo, Robert Redford, tuvieron un conflicto que resultó afectando severamente la imágen y la distribución del producto final, que dejó de ser entonces un proyecto cinematográfico y pasó a ser uno de video (al menos en los Estados Unidos) sin siquiera un apropiado cambio de formato, lo cual dañó severamente algunas escenas, en las que se pueden ver sombras del equipo de rodaje y micrófonos, factores que si bien pueden leerse de diferentes maneras según quien los vea, parecen errores, y no ayudan ni al público ni a la película, que es la más perjudicada.

John Carpenter: The Fog (1980)

John Houseman: el peor niñero del mundo.

“John Carpenter’s The Fog” comienza con John Houseman (el famoso profesor Kingsfield de “The Paper Chase”) cubierto de pelo facial blanco y una gorra azul de capitán contando historias de terror del mar a un grupo de niños que le escuchan. Entre estas figura la historia de La Niebla, que cubre a una embarcación y causa su naufragio y la muerte de todos sus tripulantes. ¿La fecha? 21 de abril, 1880. ¿El navío? El Elizabeth Dane. Por supuesto que no es un momento gratuito y la historia no es tan sencilla. Se trata después de todo, del filme de fantasmas de Carpenter y con él viene todo tipo de eventos, desgracias y alegrías. No se trata de su mejor filme (ni siquiera su mejor fracaso), pero para aquel que le tenga cariño al género o aquel que haya seguido la transición fílmica del director, se trata, en sus propias palabras, de un clásico menor del horror.

Bueno, quizás clásico no es la palabra adecuada. Ahora, no piensen mal, cuando “The Fog” funciona es efectiva, desde moderadamente efectiva hasta extremadamente efectiva. PERO, el problema radica menos en su maestría técnica y más en el hecho de que “The Fog” no tiene mucho sentido. Sí, es cierto que no tiene mucho punto juzgar el cine de terror bajo parámetros tan extremistas (“Zombi 2” de Lucio Fulci, después de todo, se esmera en ser ilegible pero es un clásico del cine B). Sin embargo, el problema no es que “The Fog” no sea creíble (no importa sí lo es) sino que no sabe muy bien que quiere ser. O que es. Y por momentos parece ser dos películas embutidas en una.

¿Que diablos hace la niebla?

All that we see or seem but a dream within a dream.

Escrita por Debra Hill y Carpenter, “The Fog” comienza con dicha frase de Edgar Allan Poe y las historias del Sr. Machen (Houseman) pero pronto evoluciona a la historia de un pueblo entero, Antonio Bay, en su centenario (que se celebra el 21 de abril de 1980. ¿Coincidencia?). Conocemos a varios personajes comenzando por el padre Malone (el habitualmente grandioso Hal Holbrook) y su ayudante (el director en un breve cameo) que descubre entre las paredes de la vieja iglesia el diario de su abuelo donde esté explica el pasado turbio del pueblo. Conocemos también a la joven madre Stevie Wayne (Adrienne Barbeau, haciendo las veces de heroína y esposa de Carpenter al mismo tiempo) dueña de la estación de radio que emite desde el faro al lado de la bahía y a su hijo Andy, que no solo está entre los espectadores de Machen sino además encuentra en la playa un viejo pedazo de madera con la palabra “Dane” sobre él (que más adelante es la fuente de la mejor secuencia del filme, apropiadamente espeluznante). Está Kathy Williams, la matriarca del pueblo, (Janet Leigh haciendo las veces de homenaje a Hitchcock) y su ayudante Sandy (Nancy Loomis, en su tercera colaboración consecutiva) ocupadas con los preparativos del centenario. Está el inversionista marino Nick Castle (Tom Atkins) y su fácil novia autoestopista Elizabeth (Jamie Lee Curtis, repitiendo y ahora con su madre), está el meteorólogo Dan O’Bannon (Charles Cyphers, por la tripleta) y el Doctor Phibes (Darwin Joston de “Assault On Precinct 13”, pero enmarcado con gafas). Todos estos personajes se ven afectados por fuertes temblores, vidrios rotos, una densa niebla y la muerte de algunos vecinos desde medianoche hasta la una. En el transcurso de una hora y media sabremos que trae consigo la niebla, quien sobrevivirá y cual es la verdadera historia del pueblo. Lo que suena todo bastante tradicional e incluso esperado, pero en el camino Carpenter nos esconde sorpresas tanto satisfactorias como desagradables.

La menos placentera viene de lo genérico que acaba siendo el resultado final. La película resulta incómodamente predecible en su mayor parte y por momentos parece ser el producto de un estudio y no de un auteur, que Carpenter sin duda alguna lo es. A pesar de los estupendos resultados cosechados por su primera colaboración, Hill y Carpenter deciden en esta ocasión entrar a la violencia gráfica con mucho más detalle. Apuñalamientos y empalamientos son puestos en escena con frecuencia con una sospechosa falta de sangre, pero con el sonido para respaldarlo. Por supuesto que no tengo nada en contra del gore, pero las razones no son la mejores para usarlo en “The Fog”. ¿De que razones hablo? Bueno, básicamente la película tuvo un recibimiento problemático por su director, que al ver un primer corte del filme lo sintió incompleto y flojo. Así que se dedicó a rehacer escenas y agregar otras (incluyendo la aparición de Houseman) y se enfocó en agregar violencia gráfica para competir con el ya violento mercado. El resultado monetario fue un éxito, aunque no de la magnitud de “Halloween”. Hecha con un presupuesto de 1 millón de dólares (que igual más que triplicaba su presupuesto anterior) recuperó la inversión y 20 millones extras, pero aquello no quita de las fallas de la obra: El guión tiene serios problemas de personajes. De hecho, la presencia de un personaje principal es nula, y solo tenemos personajes secundarios vagamente definidos (la mayoría rayan en el estereotipo). Aunque esta parece ser la intención de Carpenter y Hill y es una estrategia que ha dado frutos extraordinarios antes y después (que lo diga Robert Altman), en el caso particular la estructura no resulta particularmente cohesiva o interesante. Lo que nos lleva a otra gran falla: si los personajes no nos motivan ni emocionan, es en gran parte porque el resultado final que vemos hoy día está compuesto en un tercio por la segunda filmación emprendida por Carpenter después de ese primer corte. “The Fog” se debate entre ser una historia de fantasmas más hacia lo fantástico (capitulada por la narración de Machen) y un slasher film en su más pura forma. Es un filme dividido contra sí mismo.

Un grupo de piratas en 1980.

Lo que no nos impide disfrutar de la maestría del director, ya hecho y derecho, en acción. Incluso sus fracasos traen consigo un aura fascinante (y en este caso, secuencias escalofriantes). “The Fog” funciona por segmentos, si no como una obra en su totalidad. El trabajo de Holbrook y Houseman es estupendo, haciendo de sus escenas personales pequeñas obras maestras diseccionadas. La primera noche en que la niebla ataca es admirable, no solo por el racionamiento de presupuesto que ha caracterizado a Carpenter en su carrera, sino por su impecable sentido del suspense, que desafortunadamente acaba empapado de tripas.

Lo que les deja con dos opiniones parciales, las cuales no comparto en realidad. Una de ellas, que no me gusta este filme. Falso, solo que he venido a esperar bastante del director, y cuando no logra éxito en todos los niveles, es decepcionante (aunque igual interesante: algo que nunca será es aburrido y gracias a dios por eso). Lo que no significa que no la haya disfrutado (Que sí lo hice. Después de todo, ¿cada cuanto puedo ver historias de piratas fantasmas sin Johnny Depp?). La segunda, que estoy en contra del gore. Que no lo estoy (una referencia a Zombi 2 debería ser suficiente). Pero sí queda alguna duda de que está segunda (y falsa) opinión, basta con ver “The Thing”, que revisaré pronto. No es que no me guste la violencia gráfica llevada hacia el extremo, solo que se que Carpenter la puede usar como uno de los mejores (que, en mi opinión en esta ocasión verdadera, lo es).

Hal Holbrook nos despide.

Erich von Stroheim: Greed (1924) – I

Avaricia.

¡Avaricia!

AVARICIA.

Este momento se había tardado mucho en llevarse a cabo, momento en el cual escribiría un conjunto de 2 artículos acerca de esta película, mi primera experiencia con Erich von Stroheim y todavía sigue siendo la mejor, en muchísimos aspectos. Todavía recuerdo cuando leí sobre ella hace varios años, en uno de esos incontables libros de “otras 100 películas que debes ver antes de morir“, y la historia del ascenso y caída de un minero que migra a San Francisco y encuentra el infortunio de la mano de la riqueza, fue un gancho definitivo para obligarme a verla. Ah, claro, y el hecho de haber sido pensada para proyectarse en 9 HORAS Y MEDIA.

Estimada base de lectores de Filmigrana, aunque no creo que haga falta recordarlo, estamos hablando de 1924. Los proyectos más ambiciosos en materia de proyección hasta la fecha habían sido Intolerance (1916), del maestro Griffith, y apenas si bordeaba las 4 horas; Les vampires (1915), de Louis Feuillade, ostentaba una duración de 6 horas y media, aunque se trataba de un seriado, con una duración en cada ‘episodio’ de una hora, apenas sensato para no perder la atención de los espectadores. No obstante, ¿Cómo deben tomarse 9 horas y media en esa época?

“Jamás volveré a salir a cine contigo, ¿Queda claro?”

Eso depende un poco de lo que vayamos a ver. En el caso de la mencionada Intolerance, una historia épica dividida en 4 épocas distintas que a menudo se entrecruzan, eso es algo que el público dificilmente llegará a digerir. Greed, por otro lado, adapta y translada a pies juntillas una novela estadounidense naturalista de principios de siglo XX, McTeague (escrita por Frank Norris). En ella, como ya se dijo, se narra la historia del epónimo minero irlandés, que tras la muerte de sus padres se traslada a la pujante y movilizada San Francisco con un sueño más bien sencillo: obtener fortuna y ser libre. Cuando conozca a Trina y a Marcus su vida como dentista empírico cambiará de manera definitiva.

No es que se necesite estudiar para profesar como dentista.

Lo anterior, que funcionaría como un storyline más-o-menos limpio en una película corriente, no equivale ni al 20% de la pelíccula original. Lo que sigue a continuación es más bien difícil de narrar, y por ende, procuraré que se me escape entre dientes, para que tengan ganas de ver al menos la versión uber-recortada de hora y media (más adelante hablaré de esto).

Algo que lo que no podemos dudar ni un instante es que von Stroheim estaba seguro que pondría su vida en esta película, y esperaría lo mismo de su fiel equipo técnico y de actores, que lo acompañaron hasta las últimas circunstancias, tanto en sentido literal como figurado. El reparto es bastante meticuloso, y viene siendo algo como esto:

La asistencia de dirección y la dirección de segunda unidad, imprescindible para una producción de este talante, estaba dirigida por Louis Germonprez, cuñado de von Stroheim, con quien ya había trabajado desde el inicio de su carrera. La fotografía estaba a cargo de William Daniels y Ben Reynolds, ambas prolíficos operadores de la era del cine mudo y buena parte del sonoro. La dirección de arte y los escenarios serían obra de Cedric Gibbons, quien después trabajaría en la fastuosa primera versión de Ben-Hur (1925) y en su hoja de vida acumularía alrededor de 1000 películas como director de arte.

Los actores, en su tanto, eran ya viejos conocidos de nuestro infame austríaco, o bien, estrellas reconocidas por su propia cuenta, como Zasu Pitts (interpretando a Trina, la alemana), ya famosa por sus comedias ligeras, y Jean Hersholt (a la cabeza de Marcus), con un bagaje no menor de apariciones. Resulta difícil imaginar otra opción para el fornido McTeague que no sea Gibson Gowland, a quien ya recordamos por su pequeño pero crucial papel de Sepp Innerkofler en Blind Husbands. Los secundarios logran robarse el show con su aguda interpretación, y no me estoy refiriendo a otros dos sujetos estereotípicos que no sean Dale Fuller y Cesare Gravina, a quienes también ya vimos en Foolish Wives, haciendo de mucama trastornada y judío corrupto, respectivamente; en Greed los veremos destacando en sus papeles de… ¡Mucama trastornada y judío corrupto! Qué maravilla.

Armado con este equipo de seres consagrados al cine mudo y con muchísimas onzas de valor, von Stroheim adopta una postura inusual a la hora de filmar esta adaptación: será tan fiel que rodará en las locaciones descritas en el libro, tomándolo casi como un guión técnico. A excepción del apartamento de McTeague, todos los sitios existían y fueron empleados, tanto los exteriores como los interiores, conviertiendo esta película en la primera en ser completamente rodada en locaciones.

“¡Miren, un funeral!… Luces, rueda cámara, tres, dos…”

Es gracias a esta película que nos resulta apenas creíble pensar en la voluntad y la fuerza de trabajo de alguien como von Stroheim, a la hora de encabezar un proyecto tan ambicioso y rotundo. Aunque se tratara de un terrible problema de ego el que estaba surgiendo en él, fue precisamente el problema lo que lo llevó mucho más lejos que todos sus contemporáneos, aunque volar muy cerca al sol le quemaría las alas, sin duda. La película original fue cortada en repetidas ocasiones, por personal técnico y decretos cada cuál más aislado del original que el anterior.

A estas alturas también debe estar surgiendo una pregunta concerniente a todo ese asunto de las 9 horas y media y los cortes, ¿De qué nos estábamos perdiendo? Cualquiera que haya tenido la fortuna de leer la novela completa sabrá a qué me refiero, porque como ya se dijo, la película es una traslación idéntica, casi que parafraseada del libro (eso sí, para los que imaginaron que verían una interminable hilera de intertítulos entre escena y escena, les aguarda una deliciosa sorpresa).

Es lamentable que muchas de esas secuencias eliminadas sean, sin duda, hitos en la historia de la cinematografía. Una elaborada escena de pelea entre Marcus y McTeague: borrada. El final de una subtrama, la única que acaba feliz en la historia, coloreado completamente en el original: borrado. La lista podría continuar enormemente, pero sintámonos bien por lo poco que nos queda al alcance de las manos, una finísima versión de KINO LORBER en VHS, con fotogramas insertados a partir del plan de guión original y fotografía fija de los rodajes; o bien, la versión gratuita (en italiano) de duración aceptable, que pueden encontrar en Archive.org.

Parece que valió la pena la expulsión de von Stroheim del rodaje de Merry-Go-Round (1923), ya que el resultado de dos años de trabajo en condiciones inclementes sería entregado a principios de 1924, y veremos en qué consiste en nuestra próxima entrega de Filmigrana.

Errol Morris: The Thin Blue Line (1988)

En su tercera entrega, Errol Morris nos presenta una detallada investigación sobre el asesinato de un policía en Estados Unidos de una forma que además de estar estilísticamente al lado de cualquier thriller policíaco, también proporciona una aguda reflexión acerca de las torpezas e injusticias que tiene el sistema judicial estadounidense y por lo tanto de las torpezas que yacen en los cimientos mismos de la cultura de este país.

La reconstrucción del caso es formidable y presenta los hechos tomando como referencia los variados puntos de vista de las personas entrevistadas con un gusto por algunos detalles particulares que solamente se puede agradecer y que; como es usual en la obra de Morris; se ve más en cine de ficción que en trabajos documentales, cautivando al público de una forma similar a la del trabajo de directores como los hermanos Coen o Roman Polanski, o en general, las mejores películas de detectives.

Se nos presentan; entre otros personajes; a dos presos, uno de ellos es Randall Adams, quien  no tenía pasado criminal hasta que fue encarcelado a sus veintiocho años por el asesinato del policía en cuestión; el otro es David Harris, quien está preso por un asesinato sin relación cometido años después en otra ciudad, y ya tenía pasado como bandido la noche que el policía fue asesinado, tenía dieciséis años. Estuvieron juntos buena parte de esa noche.

Es sorprendente darse cuenta como todo parece tan obvio con respecto a quién asesinó verdaderamente al policía y aun así ver las caras de los detectives crédulos y arrogantes con respecto a lo que piensan realmente sucedió.

Además del interés por el caso, Morris se preocupa por crear un perfil de sus personajes que podamos entender; entrevista amigos de los implicados, vecinos de los testigos y personas ajenas al caso como tal pero cercanas a los protagonistas que seguramente no esperarían recordar el incidente luego de haberse dado por cerrado hace más de diez años, reconstruye épocas y hechos y desmiente o afirma testimonios con material visual basado en lo que todos dicen. Al final hay una confesión que pareció  obvia durante la película y no sorprende; pero tampoco pasa desapercibida.

Luego de haber subvertido las reglas clásicas del documental con sus dos primeras obras, Errol Morris llega a su tercera película no tanto respetándolas, sino trascendiéndolas. Es injusto decir que es su mejor película, pero sin duda alguna, es con esta que su fama se consolidó, es aquí que su estilo llega a un punto de madurez que básicamente se convertiría en un cliché para futuros documentalistas y realizadores en general (recrear los acontecimientos que se tratan, como en algunos seriados policíacos, por ejemplo) sin dejar de ser poético y personal (sus encuadres herméticos, el uso de varias imágenes usadas rítmicamente a lo largo de la película, el interés por los personajes  más que por los hechos, sin hablar de la muy apropiada música de Phillip Glass), es aquí que sus encuadres llenos de información sirven para  propósitos prácticos como, por ejemplo, tratar de revelar la verdad acerca de un caso injusto bajo cualquier parámetro, y finalmente muestran la desesperación de una vida perdida y toda la injusticia que la rodea tan conmovedora y claramente como puede ser visto.

Con la ventaja que ofrece la retrospectiva, puedo decir con tranquilidad que The Thin Blue Line trascendió el género documental en otro nivel; ya que además de haber mostrado una realidad, la transformó de verdad. Dada la publicidad que recibió el caso luego del estreno de la película, se abrió de nuevo y Randall Adams, el hombre que fue acusado por el asesinato del policía, luego de haber pasado 12 años en la cárcel y de haber estado muy cerca de la pena de muerte, fue liberado más o menos un año después, demostrando así los alcances que puede tener el género y la producción cinematográfica en general.

Este documental es un poco más cerrado temáticamente que las obras anteriores de Morris, pero no por eso menos relevante hoy. Estados Unidos no ha cambiado mucho por lo que se puede ver, y el mundo no se ha vuelto menos injusto.