En principio resulta difícil considerar la posibilidad de superar su obra cumbre, Greed (1924) con trabajo posterior, e incluso, encontrar plaza con algún productor que pueda todavía confiar en este excéntrico y osado individuo, en lo que parece ser una nueva enorme épica de romance y dolor. Con ese bagaje de dudas y prejuicios el principio de esta película avanza lenta y dolorosamente, abriéndose paso en la credibilidad y asombro de los espectadores que hayan observado sus obras anteriores. Pero, tal como “El Hombre de Hierro” que figura en The Wedding March como un antagonista abstracto, esta película logra su cometido de manera implacable y ominosa, dejándonos con un extraño sabor de boca al final.
Von Stroheim, con su propio dinero y bajo el amparo de la Paramount y Jesse Lasky, junta y dirige de nuevo a gran parte de su equipo tradicional de producción, entre esos su confiable cuñado Louis, así como el reparto que ya conocemos de películas anteriores. Zasu Pitts, Dale Fuller, Cesare Gravina y Hughie Mack viniendo directamente de Greed; Maude George, por otro lado, con una trayectoria más amplia, habiendo participado en Foolish Wives, The Devil’s Passkey y Merry-Go-Round; y, “recién salido” de The Merry Widow está el prolífico George Nichols, ya un curtido actor de cortometrajes desde 1908. Naturalmente, no sería una película original de von Stroheim si él mismo no fuera el protagonista, acompañado por la hermosísima Fay Wray, conocida por ser una intrépida cow-girl y arquetípica dama en apuros, en manos de un primate gigante. Tal como dice aquella frase detestada por uno de mis colegas, “¿Qué puede salir mal?“.
El relato, escrito por nuestro austríaco de cabecera, nos traslada una vez más a una Europa opulenta, decadente y romántica en similares proporciones. Estamos en Viena (iluminada por miles de vatios de luz, si la copia de la película no nos engaña), en el año 1914, y la guerra no parece que fuera a estallar jamás, mientras los miembros de la nobleza continúan regodeándose en su aparentemente infinito libertinaje. En algún momento de la mañana del Corpus Christi, no tardamos mucho en conocer a los principes von Wildeliebe-Rauffenburg, Maria (Maude George) y Ottokar (George Fawcett), una pareja condenada al oprobio mutuo y a la constante deprecación personal, debido a que, aparentemente, no se aman con sinceridad. Aún con eso, el vástago de esta relación es el miembro más pintoresco de esta familia, y podría decirse que de toda Viena, incluso si dejamos a un lado su nombre: (léase de corrido) Nicholas Ehrhart Hans Karl Maria, Príncipe von Wildeliebe-Rauffenburg, Chambelán de Su Majestad y Primer Teniente de la Imperial and Royal Life Guard – A caballo.
Efectivamente, lo conoceremos de aquí en adelante como Nicky, y lo que acabamos de ver todos es, sin duda, su statu quo: un estado de permanente corrupción espiritual, alcahueteado por la servidumbre y sus títulos de príncipe y oficial militar. El juego y la prostitución han mermado lentamente sus recursos, por lo que visita a sus padres de manera forzosa para solicitarles más dinero. Ottokar, en un tono distante, le da a Nicky dos singulares posibilidades para salir de su actual falta de dinero: “Blow your brains out… Or marry money!“. En lo que parecen ser dos metáforas, en realidad le sugiere que se suicide o se case por interés. Desde aquí se empieza a desarrollar un curioso comentario por parte del director, que establece el ocaso de la realeza autocrática y atribuida de poderes, en la medida que tiene que depender de la burguesía industrializada para subsistir financieramente. Sin embargo, semejantes pensamientos de panfleto se disipan pronto de nuestras cabezas al observar la relación entre el joven príncipe y su madre, cargada de lascividad y edípica confianza. En lo que podríamos interpretar como un desafío (o actualmente lo es, como nos lo informan los numerosos intertítulos) Nicky solicita a Maria que encuentre a una mujer lo más pronto posible para casarlo con él, que con gusto hará toda una Marcha Nupcial.
La festividad del Corpus Christi es el marco idóneo para que miembros de diferentes clases sociales se conozcan y, tras los primeros 10 ó 15 minutos de exposición, empiece a andar la película a toda marcha. Es ahí donde, frente a la catedral, aparecen los Schramell, una familia que puede o no estar compuesta por músicos, entre los que figuran la bella Mitzerl (Fay Wray), el silencioso Martin (Cesare Gravina) y su mujer Katerina (Dale Fuller), una dama truhán e instigadora de problemas. Curiosamente, aunque son pareja, sus personajes son bastante distanciados si se les compara con los alíados María y Zerkow de Greed. Katerina parece tener, no obstante, una muy buena relación con el señor Eberle, también presente, y su hijo, Schani Eberle el carnicero, un personaje que de primer impacto nos resulta aborrecible, carente de encanto e insensible, lo que facilitará un poco las cosas para nuestro anti-héroe. Un momento, ¿De qué cosas es que estoy hablando? Ah, por supuesto, en esa misma festividad se comenta la posibilidad de casar a Mitzi y a Schani, en lo que también parece ser un acuerdo familiar, porque la joven no se ve muy interesada en el compromiso.
Mitzi, al ver al apuesto y brillantemente vestido Primer Teniente, queda embelesada sin mayor explicación. Nicky, teniendo ya un ojo entrenado en percibir diversos tipos de mujeres, nota inmediatamente la atención recibida por parte de ella y le devuelve el gesto, todo gracias a los hilarantes tics y gesticulaciones con las que cuenta el joven príncipe. La secuencia remueve necesariamente los intertítulos, y se transforma en un lienzo para mostrar la sutileza con la que von Stroheim puede abordar un encuentro, algo de lo cual tenemos que estar agradecidos. Además de esto:
Sí, la secuencia de la procesión del Corpus Christi fue rodada en Technicolor a dos cintas, verde y roja, que pueden sumar entre ellas el tono amarillo. Preocupado como siempre lo ha sido por el apartado visual, von Stroheim quería ofrecer algo totalmente nuevo e impactante para la audiencia, incluyendo en la colorida pasarela al archiduque Leopoldo de Austria en persona y, no nos digamos mentiras, cumple su objetivo. Aunque no empleó la costosa técnica para otros segmentos de la película, vemos que nunca rebaja el interés por el vestuario, cuidado y esmero en cada detalle. Infortunadamente, sólo hay una persona que se ha perdido de este espectáculo, y es la mismísima Mitzi, debido a un accidente que involucra al caballo de Nicky. En medio del tumulto ella es llevada al hospital, y Schani es sumariamente arrestado, por gritón.
A partir de este punto empieza el desarrollo de la relación entre el millonario-en-picada y la humilde intérprete de arpa, ahora cojeando tras el accidente, encontrándose a menudo en el jardín del hostal donde residen sus padres y es propiedad del señor Eberle. El citado jardín es una reconstrucción en estudio exquisita, cargada de manzanos de pálidas hojas que se desprenden con el viento, como si fuesen flores de cerezo en una clásica postal japonesa. Esto, una vez más, es obra de Richard Day y el mismo von Stroheim, que ya habían trabajado juntos en Greed en el apartado de dirección de arte. Y ya que estamos hablando de hermosos sets y vestuarios evocadores…
Es el momento de recordar que, a pesar de la influencia de Mitzi, Nicky sigue asistiendo al mismo sitio en el que seguramente estuvo antes del inicio del argumento. Un burdel sin nombre y de alto perfil, donde notables oficiales y ricos empresarios van a libarse en torno a prostitutas que, sin duda, son importadas de Ceilán, y un hombre y mujer con pieles de ébano son los que sirven licores y portan ropa interior de acéro. Emocionante, cuando menos. Nicky disfruta del festejo, pero sabe que tiene un encuentro vespertino con “una verdadera flor de manzano”, y decide besar a las rameras antes de partir. Instantes después, Ottokar (ebrio) entabla conversación con Fortunat (George Nichols, también ebrio), un burgués que le propone sellar matrimonio entre Nicky y su hija, la renga Cecelia (Zasu Pitts, pálida y conmovedora) que es heredera de una gran fortuna. Como esto puede sacar a los Wildeliebe Rauffenburg de apuros económicos al instante, Ottokar acepta y la boda se planea llevar a cabo el primero de junio de ese año.
Abro un pequeño paréntesis, ¿Ya hablé de los negros del burdel, un hombre y una mujer respectivamente? Pues bien, son Carolynne Snowden y su hermano Alec Snowden; ella, una muy célebre bailarina del Cotton Club y actriz realmente de color en The Jazz Singer y otras películas contemporáneas. En cuanto a él, si su perfil de IMDb no miente, un productor de cortometrajes y películas de crimen y ciencia ficción en los años 50. Nada mal. Cierro el paréntesis.
La situación se torna más problemática en cuanto Schani sale de prisión, y en lugar de obtener ‘street cred‘ en la carnicería, lo consideran un blando por estar en prisión. Enfurecido por esto, se suma la falta de correspondencia que le expresa Mitzi, y llevado rapidamente por la furia promete matar a Nicky. ¿Cuándo? En el matrimonio ya fechado y conocido por toda Viena. Mitzi, por supuesto, se siente engañada, pero después de haber sido expuesta a la irresistible galantería del oficial austríaco decide no abandonar esperanzas aún. El clima imperante parece salido de un “martes ni te cases ni te mates”, pero ese lunes llega finalmente y la boda a regañadientes se lleva a cabo. Gratamente compuesta en materia de música y puesta en escena, lo que vemos a continuación, nuevamente sin muchos intertítulos, son lágrimas, frustración, recuerdos destrozados y una victoria amarga. Schani escupe nuevamente hacia el suelo, riendo sin control y viendo como su situación era casi de ganar o ganar. Un carruaje se dirige a lo lejos, y Nicky decide aceptar su destino.
Hasta donde todo el mundo tenía entendido, von Stroheim solía escribir guiones en los que el antagonista recibía su merecido, el hombre justo obtenía una victoria, silenciosa o no, y había un atisbo de esperanza y resguardo moral al final. Pero el final de The Wedding March es bastante desconcertante… Si se ignora que es la primera película de una trilogía planeada (y abruptamente cancelada). La acción sigue en The Honeymoon (1928), pero de esta película hablaré con lágrimas secas y mi puño apretado algo de detalle en otro artículo. En cuanto a la tercera película de la trilogía, nunca vio la luz verde en producción, lo cual es una verdadera lástima.
Esta viene siendo la última película completa de Erich von Stroheim en su meteórica carrera como director, y me encuentro a gusto con los resultados. Hacia el final es una pendiente incierta, y refleja en cierto sentido la relación del autor con el mundo del entretenimiento, en particular con Hollywood. Había un amor sincero y cristalino en el trabajo de realización de sus películas, a pesar de sus excesos, pero al final tuvo que casarse con la actuación para sobrevivir, y esa misma actuación le recordaría eventualmente aquello que sentía por su amor verdadero, el que conoció estando en su mayor crisis. Sus películas de romances frustrados, aunque han ganado algo de frivolidad con el tiempo, representan la búsqueda del mito dentro de von Stroheim, el eterno oficial austríaco que pierde todo por encarrilarse en la vía antigua, y si había algo muy profundo en ellas, era la dedicación que este hombre le puso a toda su obra, hasta el más mínimo e imperceptible detalle.
Cómo olvidarlo: la posibilidad de ver esta joya, aunque carezca de sonido por completo.