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Odios enfrentados.

Ryan Murphy: Eat Pray Love (2010)

La Divina Comedia de Dante tiene una pintoresca descripción del Purgatorio que justo en estos momentos se me ha venido a la cabeza: después de haber salido del Infierno, Dante y Virgilio deben escalar una montaña chata y escalonada, con 7 niveles que representan los pecados capitales y cuyas laderas son sumamente pronunciadas. En un espíritu sólo posible en Filmigrana, se me ha encomendado expiar mis pecados sorteando una montaña escalonada de corte similar, aunque la dificultad que reina en el presente artículo hace que los muros sean ya demasiado empinados, rayando en lo vertical.

El comentario inicial del Purgatorio responde a unas circunstancias particulares de la película que nos atañe en esta ocasión, siendo su tema principal el de la redención y el encuentro consigo mismo. Si existen sospechas de que esto puede estar sonando a un libro de Deepak Chopra, lamento informarles que es mucho peor, y como diría Stephen Hawking en Breve Historia del Tiempo, “De ahí para abajo sólo hay tortugas”.

Libidinosas, indecisas y glotonas tortugas

Eat Pray Love fue dirigida por Ryan Murphy, protagonizada por Julia Roberts y Javier Bardem, se estrenó en las carteleras estadounidenses a alturas de agosto del 2010 y por fortuna nadie me obligó a experimentarla en una sala de cine. Este vendría siendo el primer emprendimiento en la pantalla grande para Murphy, el creador de la popular serie musical Glee (2009) y la ligeramente-menos-popular serie de cirugias plásticas Nip Tuck (2003), de la cuales admito que no me he visto un sólo capítulo. Los motivos por los cuales tuve que atestiguar recientemente esta obscena producción me resultan todavía desconocidos, existiendo un universo filmográfico para disfrutar y gozar a anchas zancadas.

Debí mencionar anteriormente a Nip-Tuck gracias a que Murphy comparte créditos de guión con Jennifer Salt, una actriz cuya notoriedad no puedo atestiguar. El vehículo de Julia Roberts está escrito por los mismos individuos, basado en un libro autobiográfico escrito por Elizabeth Gilbert.

Ahora ¿Cuál es el problema con la adaptación al celuloide de un biopic como este? Sinceramente no puedo converger la diversidad de puntos que me hacen sentir en desacuerdo y blasfemar con aspereza cuando veo un sólo fotograma de Julia Roberts y su peculiar iluminación pseudo-von Sternbergiana, lo cual constituye un desgraciadamente aproximado 90% de la película. No obstante, intentemos ir en orden.

En principio me inquieta el racismo con el que se trata a los asiáticos, considerados como criaturas pequeñas y mágicas, casi como equivalentes acanelados de los gitanos. La psicología de los personajes es un poco cínica, mostrando a Liz Gilbert (interpretada por Roberts) y a su círculo de amigos en consonante ignorancia con lo que significa el “mundo oriental”, aunque esta mujer pase la mayoría de su tiempo viajando, en presunto plan de trabajo. Eventualmente viaja a Balí y conocé a un sabio de aspecto miserable.

“Si no fuera por estos templos de piedra viviríamos en carromatos”

Después de una diciente y literal predicción a 6 meses de plazo (como si alguien se hubiese tomado sus clases de guión cinematográfico muy a pecho) vemos a Liz 6 meses después, regresando a su aburrida y monótona vida como pequeñoburguesa acaudalada y esposa de un atolondrado “soñador”, Stephen (interpretado por Billy Crudup, el Dr. Manhattan en Watchmen (2009) y otros papeles que no gustaría de recordar). Liz sospecha que aquello que le dijo el sabio balinés se cumpliría en cualquier momento, tratándose especificamente del fin de un matrimonio (¿El corto o el largo? Nunca se lo aclararon), la pérdida de su dinero y el regreso a Balí.

Por razones sumamente reprochables se lleva a cabo un triste Efecto Pygmalión, o lo que es lo mismo, una profecia autocumplida, en la medida que Liz busca desesperadamente llevarla a cabo al ver que Stephen quiere ser un individuo competente y volver a la universidad. Hay llanto y muchos rostros anonadados, el mío incluído. El divorcio no se hace esperar, y Elizabeth va a ver una obra de teatro que ella misma escribió, después del suceso… ¿O antes? La verdad no pude adivinarlo nunca, gracias a la dislocada estructura narrativa. La obra es interpretada por David Piccolo (que a su vez es interpretado por James Franco, ¡Ajá!) y un absurdo cue visual nos indica que entre ellos media la atracción física.

Pero a mí nada de eso me importó, ya que al fondo a la derecha se encuentra Jesucristo en un bar.

David es vegetariano, hace yoga y asiste a un templo krshna, y aunque en un momento lo vemos como un hombre sensible que sabe doblar la ropa interior de Liz, en cuanto le mencionan que es un sustituto de Stephen su actitud cambia radical e incomprensiblemente, negándose a copular con su adinerada novia y olvidando todas esas tardes de cantar y tocar ukelele en los parques. Eso sucede antes o después de que Liz decida emprender un viaje a Italia para encontrarse a sí misma… ¿Y no se suponía que había perdido su fortuna en algún momento? Estúpido gurú, estúpida predicción y estúpidos agujeros del guión.

“All’s good if it’s excessive.”

Es desde este punto que empieza una comedia que no resulta ser tan divinal. El paso por cada una de las estaciones indica un país diferente, “Comer” corresponde a Italia, donde lo cosmopólita y lo campestre conviven bajo el mismo techo, hay soccer para disfrutar y pizzas margarita por doquier. “Rezar” se lleva a cabo en la India, donde Liz encontrará a un Richard Jenkins todavía muy ‘indie’ y en modo Bukowski, algo que en hechos no se traduce muy bien. Se supone que en esas dos primeras estaciones el personaje de Julia Roberts debería haber subido y bajado de peso, respectivamente, pero a la producción parece no importarle y Elizabeth es fisicamente la misma en todo lugar, aunque finge ser distinta. El último estadio, “Amar”, lleva la acción de nuevo a Balí, en la que Felipe (un altamente cuestionable Javier Bardem), un atípico padre soltero del Brasil se enamora de Liz, y Liz de él, pero…
Dios, una vez más, ¿Qué tan difícil es lograr que le tengamos aprecio a un personaje, para que así nos importe lo que está haciendo, sus metas y su transformación dentro del argumento? Es posible que el material de fuente sea terrible, debemos admitirlo, y que Elizabeth Gilbert sea, en la realidad, una mujer insufrible; pero por un mínimo de compasión con el público, ¿No valdría la pena que los hechos narrados capturaran de alguna manera al espectador, sin apoyarse en locaciones exóticas e iluminaciones sugerentes? El párrafo que precede a este contiene una hora y treinta minutos de argumento, pero el desenvolvimiento de los hechos es tan frívolo, tan alicaído y distante que no provoca la más mínima gracia contarlo, aunque emplee de 2 a 5 comentarios de cultura general por párrafo para hacerlo alentador.

Eat Pray Love no sabe si ser una tragedia o una comedia, con personajes tan poco carismáticos y una autoconsciencia que la hace parecer un show que está a punto de acabarse, pero que desde la tramoya deja caer pedazos de libreto adicional y niega la salida a los espectadores e intérpretes por igual. Es una montaña dura de escalar, y dudo que al terminar la experiencia nos lleve a algún sitio nuevo dentro del Purgatorio.

Michael Radford: 1984

“Cuidado, el suelo está hecho un charco”

El día de hoy quiero apuntarle a una película relativamente antigua, que posiblemente se tomó a sí misma con mucha seriedad, y de la cual yo vine a enterarme un poco después de salida V for Vendetta (2006). Seguramente la mayoría de ustedes ya habrá leído o tendrá noticia de una célebre novela distópica que lleva por nombre 1984. Confíamos en que sí, sanos lectores, tengan noticia previa de la famosa obra del ensayista y periodista británico George Orwell, en la que se nos muestra una sociedad corroída por el totalitarismo político e intelectual, durante la época epónima de la obra, y cuya travesía por tópicos como la libertad de prensa, el amor, la memoria y la verdad nos lleva a un final desgarrador.

Con este pequeño prólogo puedo empezar a hablar acerca de la película que nos atañe. Previa a su concepción, ya en 1956 la BBC había desarrollado una adaptación de la novela, dirigida por Michael Anderson (autor del clásico de culto Logan’s Run en 1976) y con un reparto exitoso de la época, contando al vaquero Edmond O’Brien, Jan Sterling y a Donald Pleasence (¿Dónde lo hemos visto ya?). Es difícil saber qué podría salir mal, pero lo cierto es que los resultados no agradaron mucho a la casta Orwell, dada la concepción futurista del material, rayando en la ciencia ficción. La película es un clásico oculto, pero habían muchas cosas en ella (como cambiar el nombre del antagonista, de O’Brien a O’Connor) que sencillamente no dieron el golpe.

Les hacía falta una treintena de años y un par de revoluciones de género.

Tras varios años de espera y flagrantes litigios legales, un osado documentalista británico con muy poco trabajo tras sus espaldas decidió abordar el proyecto adquirido hacía unos años, tras la muerte de la mujer de Orwell. Siguiendo al pie de la letra las indicaciones dejadas por ésta tras ceder los derechos, Michael Radford se abstuvo de efectos especiales, alusiones futuristas o incluso manejar situaciones referentes a los 80’s, los verdaderos y ciertamente desinhibidos 80’s que se vivían por fuera del set. Los papeles protagónicos de Winston Smith (John Hurt), Julia (Suzanna Hamilton) y el descarnado O’Brien (Richard Burton) parecen aptos, a simple vista. Dentro del recinto de la producción, incluso las fechas anotadas en el diario de Winston eran guías precisas para el cronograma de producción. ¿He dicho ya en que año se filmó y se intentó distribuir la película? 1984, sí señores.

No soy enemigo de la fidelidad en las adaptaciones, e incluso se me puede alegar la notoria encrucijada en la que me encuentro actualmente… No, no tiene nada que ver con Suzanna Hamilton y sus diversas apariciones sans overall, sino a uno de los directores cuya obra aprecio enormemente, si no lo adivinan aún, Erich von Stroheim. Pues bien, hay diversos puntos que le han sido criticados a la producción, en primer lugar, por haberse tomado la molestia de filmar en fechas tan puntuales, debido a que como todos lo sabían (y alguien con dos dedos de frente lo habría asumido desde antes) los eventos y situaciones descritas en la novela no se cumplirían. 1984 fue escrito como una suerte de ‘cuento cautelar’ para prevenir a las sociedades futuras de los peligros que habían alcanzado a germinar en el período de entreguerras, y que en sociedades como la Rusia estalinista seguirían dándose; no se trataba, bajo ninguna circunstancia, de una premonición.

“La cama, la ventana… Da igual, las leyes de la perspectiva también fueron abolidas.”

Otro de los puntos que se citan para criticar la postura de la película frente al libro es su manifestación visual. Algo que cautiva enormemente, sin importar lo que se piense frente a la labor de adaptación, es la cohesiva dirección de arte que prima a lo largo de la película, y tal vez un poco excedida la atmósfera en cuanto a la escasa iluminación (como pueden ver a través de las capturas de pantalla) pero curiosamente, lo relacionado con las torturas y el sexo también van de la mano con esta visión sórdida y ensopada de la vida en la Oceanía orwelliana. El contacto carnal entre Winston y Julia es tan pobre dramática como visualmente, con ángulos de cámara desatinados, una música horriblemente inapropiada (de la que hablaré pronto) y un desempeño lánguido, como dos personas que hace mucho tiempo (o tal vez nunca) han tenido sexo, aunque Winston nos demuestra lo contrario, e incluso Julia, trabajando para la sección del gobierno que realiza y distribuye material pornográfico, con el fin de mantener el torpor en el proletariado, es pésima en el acto. Qué terrible es 1984 en materia a comercio sexual. ¿Es acaso intencional esta aproximación visual al relato, en la que nos ponen del lado del régimen y sentimos desagrado cuando dos seres humanos intentan amarse? De la mano con la mencionada “estética”, las numerosas torturas a las que son sujetos los desertores del régimen del Gran Hermano son de carácter ‘retro’, con un tufillo a la mítica Inquisición española que impacta a la media de los espectadores.

Los temas musicales compuestos por el británico Dominic Muldowney fueron pensados originalmente para acompañar el inquietante sosiego que genera la Plaza de la Victoria y las calles en ruinas de Oceanía, lo que es un detalle de agradeceder; lamentablemente, Virgin Films, con el archimagnate y excéntrico Richard Branson a la cabeza, decidieron darle un toque auténticamente 1984 a una película ‘deseosa de atraer a las masas’, añadiéndole pistas de Eurythmics, luego de que David Bowie (fan de la novela) exigiera cantidades obscenas de dinero. Hay que imaginar si los sobregiros/ralentizaciones de la cámara fueron también hechos en postproducción, para empatar con el larguísimo videoclip en el que la obra eventualmente se convertiría.

“♫ I wanna use you and abuse you, I wanna know what’s inside you ♪”

La carrera de un compositor posteriormente atada a los telefilmes, una lectura muy personal de una novela convertida en una película olvidab… ¿Qué? Un momento. Debo decir que la película fue nominada para los premios BAFTA por su magistral diseño de producción y dirección de arte, pero fue retirada de concurso por el mismo Radford, perturbado por el hecho de saber que 1984 se había convertido en una película producida en 1984. Aún así, ganó premios a mejor director y actor en diversos festivales como Fantasporto, Valladolid, Estambul y otro par.

El cuerpo de la obra pronto cae al suelo, otro competidor corre con ahínco y un año después se lleva el título de la quintaesencial y más memorable adaptación de la advertencia orwelliana. Pista: es una canción del brasileño Ary Barroso.

Una serie de decisiones erróneas en las últimas etapas de producción llevaron a que, eventualmente, esta sea una película condenada al olvido, de no ser rescatada por fans de la novela como tal, hombres obsesionados con directores que adaptan obras al pie de la letra y los lectores de dichos hombres. Mi intención original era dispararle a esta obra e invocar un innecesario escarnio público ante una producción risible; pero unos momentos frente al teclado y a la película como tal me han hecho cambiar de parecer, e incluso tomarle un poco de respeto al resultado final. Sólo un poco.