Podría estar parándome en una posición riesgosa al mencionar que la guerra es uno de los momentos más hermosos y terribles que puede recrear la humanidad a voluntad, pero aquí estoy no sólo afirmando esa postura, sino además aparejándola de alguna u otra manera con la presente película. Nuestra naturaleza es dual, por no decir contradictoria, y en el enfrentamiento a muerte entre dos o más bandos se pueden exaltar los más puros valores y el amor por algo que trasciende a la vida misma, así como se puede dar el escenario para los crímenes más grotescos e innombrables, cubiertos en una pátina de grima e indiferencia nacida de la monotonía. No se trata de una apología a la guerra, sino a la humanidad, sin la cual esta no existiría en principio; a continuación me explico.
Estas condiciones primales son un caldo de cultivo sumamente nutritivo para un director que sepa comunicar la violencia y el odio inmanentes en los hombres a la usanza de un caballero, y en mi escaso conocimiento de la materia puedo afirmar que Stanley Kubrick es completamente apropiado para tal fin. Se hallaba aún en un estado muy temprano de su carrera como director, y aunque no había probado todavía su difícilmente discutible versatilidad, sus tres anteriores películas pueden verse como una carta de presentación muy apropiada: dos de tinte noir, The Killer’s Kiss (1955) y The Killing (1956), así como un drama de guerra autofinanciado cuya proyección es más bien restrictiva, Fear and Desire (1953).
Esta fascinante adaptación de la novela homónima de Humphrey Cobb rodada enteramente en Alemania nos sitúa en el año 1916, durante la Primera Guerra Mundial en un punto del frente que va a lo largo de la frontera francogermana, notoriamente atrincherada y estática. En una suntuosa mansión se encuentran el General George Broulard (Adolphe Menjou) y el General Paul Mireau (George Macready), con el fin de concretar la cuestionable toma de “Ant Hill”, una mcguffinesca locación, con las exhaustas tropas a cargo de Mireau. Éste se rehúsa en principio, alegando que mandar a sus hombres a ejecutar semejante tarea sería completamente fútil, pero la mención de una promoción suena como una campanilla a sus oídos, y su posición da un giro de 180º. Esto nos prepara para el triste tono de esta película.
El Gen. Mireau no pierde tiempo en pasar revista a sus subordinados, aleccionando a las tropas de ánimo grisáceo con su presencia. Y es aquí cuando conocemos al Coronel Dax (Kirk Douglas en una inolvidable interpretación), hombre y soldado ejemplar como nunca ha habido otro, quien recibe las órdenes de tomar Ant Hill primero con un enorme grano de sal, mas confía en la capacidad de sus hombres para que, apenas despunte el alba, puedan dar la talla en las Termópilas que les aguardan. Durante la víspera del ataque, el Teniente Roget (Wayne Morris) cita al Soldado raso Lejeune (Kem Dibbs) y al Cabo Paris (Ralph Meeker) para llevar a cabo una expedición nocturna, en la que uno de los 3 no volverá al campamento. Esto, más allá de incidir en el argumento, es un punto más sobre la codicia y la injusticia en los seres humanos, así que ahí vamos.
El ataque a Ant Hill, para el que tanto el regimiento como la audiencia se ha venido preparando, no es menos sensacional de lo que uno podría esperar. Con una duración de 3 minutos, desde que Dax suena el pito de partida hasta que toma la decisión de regresar a la trinchera, es una de las secuencias de acción más vibrantes que he visto hasta la fecha, extendiéndose casi por el triple del tiempo mencionado gracias al asombroso trabajo de montaje de Eva Kroll (su única colaboración con Kubrick, en calidad de local) y la disposición de los planos, algo de lo que hablaré posteriormente. El Gen. Mireau se ofende al ver que la mayoría de las tropas no avanzaron de la trinchera, y ordena que sean bombardeadas con fuego de artillería, una orden que obviamente no da ningún fruto. Envuelto en furia, acusa al batallón entero de cobardía, y arremete en poner a desfilar a 100 de sus hombres al paredón; eventualmente bajan a 12, y entrando un poco más en razón, terminan siendo 3 los acusados.
No tardamos mucho para entrar en razón acerca de los múltiples motivos por los cuales esa improvisada corte marcial es incorrecta. ¿”Cobardía”? El ataque en sí mismo era absurdo en proporciones, como la mayor parte de la Primera Guerra Mundial, y aunque no nos ofrecen información puntualmente detallada acerca del estado de las tropas francesas o de las alemanas (las cuales no vemos en toda la película), no es difícil intuir que el ataque se ha llevado a cabo más por coerción política que por autonomía o determinación.
La película da un gran giro (no es el primero ni el último que veremos) y somos expuestos a un juicio que nos recuerda a La Pasión de Juana de Arco (1928) de Carl Theodor Dreyer, al menos sans desubicación espacial. Arrojado en el candor que produce ver tan espectacular juicio incluso me atrevería a fijar similitudes con 12 Angry Men de Sidney Lumet, pero no sólo temo la ira de Dustnation (Nota Editor: No habría ira) ante semejante comparación, sino que además ésta precede a Paths of Glory por apenas 6 meses, las posibilidades de que existan relaciones entre ellas son algo abisales. En sí, podría establecer al aire muchas otras relaciones, pero creo que es una actividad ociosa en la que espero el perdón de nuestros estimados lectores*. Infortunadamente para Dax que procedió como abogado defensor, hay una declaración de culpabilidad de cobardía para los 3 acusados quienes ya han figurado con anterioridad, si nos hemos fijado en las secuencias que no tienen nada que ver con el ataque a Ant Hill.
De manera muy sucinta se desenvuelve este largometraje que en apenas 78 minutos contiene todos los elementos para hacer de una épica de guerra algo memorable. Hay unos costos que Kubrick decide tomar, por el bien de la producción y su longitud, y entre esos el que más resalta es el desarrollo de personajes. Dax no es tanto un personaje como si es un ideal, y bajo la carne del imponente Kirk Douglas se podría hablar de él como una figura mitológica, con su constante defensa de lo humano sin que se trazen mayores motivos para que se comporte así; es un claro contraste a los dos generales, corruptos y cínicos sin que la desvergüenza opaque sus medallas. Tenemos acceso a los demás soldados en la medida que se posibilita el preocuparnos por ellos y su destino, en concreto los 3 acusados, y muy a pesar de la loable dirección de Kubrick, son aguas que apenas se vadean. De los diálogos no hay mucho que decir, más allá de que son genialmente incisivos y altamente citables, lo que compensa el inconveniente de los personajes.
Con una preocupación mayor se trabaja el departamento de fotografía, al que se le apuesta gran parte de Paths of Glory. Como ya lo había mencionado, las secuencias de acción quitan el aliento, y la cámara rara vez está quietecita en su lugar; todo lo que conocemos en la trinchera y en los alrededores de la mansión/club de oficiales nos es presentado con constantes paneos y travellings, guiando nuestra atención a los no-menos escasos movimientos de los actores a través del set. El cuidado del encuadre y los delicados contrastes son recordatorio permanente de que Kubrick, antes de ser cineasta, fue un consumado fotógrafo.
Y es en un escenario como este, tan cuidadosamente registrado, en el que atestiguamos los horrores de la avaricia y el egoísmo**. La elegancia de los uniformes (incluso cuando están cubiertos de lodo y sangre), el lujo de las instalaciones militares y la fraternidad comprensiva entre hombres que comparten un destino son apenas unos pocos aspectos que chocan ante las demás atrocidades que suceden dentro y fuera del cuadro, y sin embargo vemos que algo persiste, algo que la guerra no puede arrebatarle a los hombres a pesar del tiempo y las vidas que consume. Ese algo es realmente hermoso, una flor que muy a su pesar parece que sólo creciera en el desierto marcial; gracias a Kubrick podemos verla en un cuarto obscuro, lejos de la tierra que normalmente la ve nacer.
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* Mencioné que no haría comparaciones arrebatadas, mas no puedo evitar hallar otro tipo de semejanzas con Ivanovo Detstvo (La Infancia de Iván) de 1962, dirigida por Andrei Tarkovski y basada en un cuento corto ambientado en la Segunda Guerra Mundial. Es apenas natural que los relatos bélicos, sin importar mucho su época, tengan numerosas relaciones entre sí, pero el tratamiento visual y temático de la patrulla nocturna en ambas películas es abrumadoramente similar. Espero que alguno de nuestros lectores alce la mano para corregir mi impresión.
** Para ver otro trozo de la Gran Guerra, a través de los ojos de un director completamente distinto, recomendaría nada más y nada menos que Merry-Go-Round (1923) de Erich von Stroheim.